28| Dibujé tu sonrisa
Una oleada de sentimientos me recorre por completo apenas mis labios tocan los suyos y el revoltijo en mi estómago se intensifica. Quizás esto era lo que sin saber esperaba desde que lo conocí y por eso no me resistí a capturar su esencia en mis dibujos. Sin embargo, una parte de mí se resquebraja cuando permanece inmóvil. Pero antes de que pueda apartarme, reacciona rodeando mi cintura y atrayéndome hacia sí. El corazón me salta dentro del pecho, desbocado por la euforia que invade cada fibra de mi cuerpo. Enredo los dedos en su cabello y revuelvo algunos mechones. Sonrío a mitad del beso y descubro que él hace lo mismo, aunque no me apetece que nos separemos tan pronto.
—He soñado con este momento toda mi vida.
Sus ojos conectan con los míos y nuestros alientos se mezclan por la corta distancia que nos separa. Sus manos descienden hasta mis caderas y se estacionan allí.
—Una vida es muchísimo tiempo.
—¿Fue como esperabas? ¿Fue especial?
—Fue contigo, ¿eso responde tu pregunta?
—Estoy enamorado de ti desde que éramos niños. Me enamoré de tu hoyuelo, de tu risa, de tus ojos, de tus dibujos, de tu forma de ver el mundo y de esa fortaleza que te impide rendirte. —Sus labios yacen tan cerca de los míos que me provocan un escalofrío—. Gracias por dar el primer paso, no sé si me habría atrevido. No creí que fueras a sentir lo mismo que yo.
Sonrío. No me arrepiento de nada.
—¿Pensaste que no captaría tus indirectas?
—Debo dejar de ser tan obvio.
—No quiero que finjas conmigo. Sabes que no te juzgaré.
No se muestra muy convencido y temo que nuestro vínculo se haya roto.
—A los doce años te burlaste de mí cuando te conté que nunca antes había comido un chicle.
Me echo a reír y mis miedos se disipan. Todavía recuerdo las tardes en que frecuentábamos la cafetería del hospital y degustábamos los bizcochos de calabaza. En una de esas, le enseñé a inflar globos con goma de mascar.
—También me burlé de ti cuando te invitamos a cenar y la mancha de una mano verde decoraba la parte trasera de tus pantalones.
—No es mi culpa que no se quitara con detergente.
Persigo su mirada y me encuentro con que permanezco sobre su regazo.
—Lo siento —farfullo y realizo el ademán de levantarme, pero Sebastián hunde sus dedos en mis caderas para retenerme.
—No, está bien. No te alejes.
Se inclina para volver a besarme y, pese a que el contacto apenas dura unos segundos, el estómago se me pone al revés. Nadie jamás me había provocado esa misma sensación. Sus labios encajan con los míos y siento como si fuegos artificiales explotaran en mi interior, ya que mi corazón late a mil por hora.
—¿Con cuánta frecuencia harás eso?
—Con regularidad si no te importa.
—Haz lo que quieras, no me opongo.
Una ráfaga de aire agita mi cabello y busco mi bufanda, la cual ubico a un costado del banco y me recuerda el verdadero motivo por que la utilizo: las marcas en mi cuello. Aunque intenté cubrirlas con base, no logré ocultarlas del todo. Me la coloco a toda prisa y disimulo las lágrimas que asoman por mis ojos de nuevo. No obstante, para Sebastián nada pasa desapercibido y tira ligeramente de mi codo para fundirme en un abrazo. Recién entonces develo cuánto necesitaba uno y la felicidad que me causa que sea él quien me lo dé.
Sus caricias trazan círculos sobre mi espalda y la tensión acumulada en mí decrece. Suelto un suspiro en su nuca y escondo mi rostro ahí. Hasta que, pasados unos minutos, me atrevo a depositar un beso en esa zona, con el cual lo siento estremecerse.
—¿Quieres que vayamos a otro sitio?
—Prefiero quedarme aquí.
Me revuelvo entre sus brazos y ahora soy yo la que tiembla cuando me susurra algo al oído. Suena como un secreto, aunque deja de serlo porque lo comparte conmigo.
—No te imaginas lo mucho que te quiero.
—Yo también te quiero. Prometo decírtelo más seguido. —Levanto la mirada y le acaricio la mejilla con la yema de mi pulgar—. Siempre te quise. Durante años fuiste el único amigo que tenía. Después me prestaste tu chaqueta a la salida del teatro y descubrí que me gustabas.
—Así que te gusto —repite y apoya mi frente contra la suya—. ¿Puedo tomarme un tiempo para asimilarlo?
—¿Cuándo te diste cuenta tú de que sentías algo por mí?
—Cuando me regalaste mi primer cuaderno de escritura. —Me sorprendo al escucharlo, puesto que se lo obsequié hace años—. Desde ese instante supe que no te sacaría de mi cabeza tan fácilmente. Mientras que mis padres me llamaban inútil, tú creíste en mí.
—Y no dejaré de alentarte —afianzo, por si le queda alguna duda—. Quiero leer tus historias, todas las que escribas. Quiero asistir a la presentación de tus libros cuando salgan en físico y llevarme el primer ejemplar firmado. Quiero acompañarte al estreno de las adaptaciones cinematográficas que producirán de tus novelas y verlas contigo en el cine.
—Yo te prometo que estaré presente en tu primera exposición de arte y el día de la inauguración de tu galería en el centro histórico de Florencia. Quizá te suene lejano, pero sé que ocurrirá. Si le temes al futuro, puedes construir el que sueñas en este presente.
—Gracias por confiar en que soy capaz de lograr lo que sea. —Me coloca un mechón de cabello detrás de la oreja sin borrar su sonrisa. Amo cuando hace eso—. Todavía no he presentado los dibujos para el concurso. Espero estar a la altura del resto de participantes.
—¿Alguien intentó convencerte de lo contrario?
—Ethan y Thalia piensan que aún me falta mucho para llegar a ese nivel.
Su frente se arruga y retorna a su rostro la misma mirada que les lanzaba a las personas que del hospital que se burlaban de mi aspecto. Solía cubrir mi calvicie con pañuelos, mas era lo suficientemente notoria como para que la gente hiciera chistes a mis espaldas. Ni siquiera albergaban el valor para decírmelo en la cara.
—Ellos no tienen la última palabra, la tienes tú.
Asiento y deposito mis esperanzas en sus palabras. Poco me importa demostrarles a ellos que se equivocan, porque a quien quiero demostrárselo es a mí. Muchas veces desmerité mis logros y me instauré la idea de que mi talento no bastaba. Pero esos tiempos se acabaron. Ya basta de ponerme trabas. Ahora me toca ponerme como prioridad.
—Vamos a llegar muy lejos. Les cerraremos la boca a todos los que nos aseguraron que fracasaríamos.
—¿Incluyendo a mis padres?
—A todos aquellos que no creen que alcanzarás todas tus constelaciones.
—Tu madre siempre afirmaba éramos capaces de obtener cualquier cosa —remembra y me contagia un ápice de nostalgia—. Entiendo que viera tu potencial, porque pasa inadvertido. Pero si hablamos de mí, mi escritura era terrible. Apenas sabía dónde colocar las comas.
—Yo antes sufría dibujando manos y me estresaba cuando un ojo me quedaba más pequeño que el otro. Por ello prefería plasmar a Mike Wazowski. Me facilitaba el trabajo que sólo tuviese uno.
Se convirtió en mi personaje favorito de Monsters, Inc. Siempre recordaré al monstruo que no hizo su papeleo anoche. Aunque con tantos memes suyos con la cara de Sullivan, olvidé que llevaba un solo ojo y ahora me extraña imaginarlo así.
—¿Nunca te has hecho un autorretrato? —Sus ojos permanecen clavados en los míos, así que me obligo a rehuir los nervios que su proximidad siembra en mí.
—No, pero acabas de sumar otro dibujo a mi lista de pendientes. El último que salió de allí fue uno de La Catrina. Se lo regalé a Ivet ni bien terminé de pintarlo. Me anotaré luego de Virginia Woolf y Vincent Van Gogh.
—¿En qué lugar estoy yo?
—Te he dibujado miles de veces sin que te des cuenta. Tres en estos últimos meses.
Sus cejas se alzan con sorpresa. Puede que no aguardara esa respuesta, mas no pienso ocultarle nada de ahora en adelante. Lo dibujé riendo con el flequillo cayéndole por la frente y con aquella sonrisa tan amplia que adorna sus labios cuando escribe. Incluso lo capturé tomándose un café por las mañanas, con la mancha en forma de bigote que le causa la bebida.
—¿Me los enseñas?
—Dejé mi cuaderno en mi casillero junto a mis libros. Acompáñame a la facultad de Artes Plásticas.
Abandono su regazo y me pongo de pie, pese a que estaba acostumbrándome a esta posición.
—Espera. —Sebastián me detiene para tomarme de la mano y, aunque no manifiesto incomodidad, consulta—: ¿Puedo?
—Si no vas a soltarla durante todo el camino, claro que sí.
Él me sonríe y deposita un beso en el dorso de mi mano. Reparte caricias en mis nudillos con su pulgar y entrecierro los ojos ante el contacto con su piel.
—¿Alguna otra exigencia que deba cumplir?
—Juro que no volveré a dirigirte la palabra si me confundes con la protagonista de uno de tus libros. —Trato de mostrarme rígida, pero Sebastián cede ante la risa—. Hablo en serio.
—Mi protagonista lleva tu nombre. —Me paralizo un instante y niego, preparada para que asegure que bromea. Sin embargo, eso no sucede—. La llamé Kiara porque quería que formaras parte de mi historia y no se me ocurrió mejor manera. Necesitaba que estuvieras conmigo en cada palabra.
—Supongo que es buen momento para confesarte que ayer por la tarde estuve husmeando entre tu perfil de Wattpad —me animo a comentar, aprovechando que ha surgido el tema—. Volví a entrar a mi cuenta y estuve añadiendo a mi biblioteca algunas novelas. Hoy empezaré a leer las que escribiste. Disculpa si comento demasiado, me emociono mucho cuando leo y no me gusta ser fantasma.
—Descuida, amo tu lado lector.
Espero que no se asuste por lo intensa que me pongo. Intentaré controlarme. Después de tantos años presenciaré la evolución de sus letras y eso me entusiasma. Inicié leyendo pequeños cuentos que anotaba en su viejo cuaderno y esta noche me introduciré en historias que creó, en los universos alternos y en las dimensiones paralelas que brotaron cual espuma de su imaginación. Durante mucho tiempo estuvo contenido, guardando en sí mismo aquello que le agobiaba. Pero el volcán que representaba su mente ha erupcionado.
—Me encantaría leer todas tus historias.
—Y a mí contemplar cada uno de tus dibujos.
Tiro de él para incitarlo a caminar a mi par y aceleramos el paso rumbo al pabellón situado apenas a unos metros de nosotros para luego subir por las escaleras. Borro mi sonrisa cuando suelta mi mano, pero esta regresa a mi rostro cuando me abraza por detrás y besa mi mejilla. Sus brazos rodean mi cintura, así que aprovecho para colocar mis manos sobre las suyas. Nos tambaleamos un poco al caminar, mas no lo aparto.
Me golpean entonces los recuerdos del día que vino a buscarme aquí y me mostró el dibujo que pinté hace años. Acordamos que cada quien conservaría el retrato del otro, manteniendo así lo pactado cuando éramos niños. Me sorprendió que lo conservara intacto, como si se tratara de un tesoro. La vez que le obsequié a Thalia uno de ella, no tardó en doblar en cuatro el bosquejo y guardárselo dentro del bolsillo.
Sebastián visualiza de reojo el diseño de mi taquilla mientras busco mi cuaderno entre mis libros. Disfruté coloreando este dibujo en particular. Ayer le agregué el detalle de las esferas doradas, surgido a raíz de las portadas de las novelas que hallé en su muro de Wattpad. Sebastián acaricia la imagen apenas le extiendo mi bloc repleto de creaciones. Lo plasmé escribiendo en una hoja sobre un escritorio con la mirada sumida en la profundidad de sus pensamientos. No se encuentra de perfil, sino de frente. Medianas burbujas de oro que resguardan a sus personajes flotan alrededor de él. Dibujé a los que aparecen en la portada de cada libro y escribí como encabezado el título de la novela. En total, revolotean a su derecha seis circunferencias.
—¿Opiniones? Acepto críticas constructivas.
—¿Sonaría repetitivo decirte que me encantas? —Mis latidos se aceleran y mi pulso aumenta, pero de inmediato Sebastián repone—: Tus dibujos me encantan. Lo haces muy bien. No deberías dejar esto jamás. Eres increíble. Quiero decir, tus dibujos lo son. Cada pizca de tu arte contiene tu magia y adoro cada parte de ti. —Contengo la risa al notar cómo se enreda con sus palabras—. De tus bocetos —se corrige—. A lo que voy es que yo te...
Le arrebato el cuaderno para colocarlo de nuevo en mi taquilla. Él parpadea, confundido, así que vuelco a tomarlo desprevenido cuando le ahueco las mejillas y lo beso. Pese a que no lo esperaba, se aferra a mi cintura en tanto me sigue el ritmo y dejo que me robe todo el aire retenido en mis pulmones. No sé si sienta lo rápido que va mi corazón en estos momentos y me pregunto si el suyo latirá a la misma velocidad. Al separarnos, sonríe y me mira fijamente a los ojos. En numerosas ocasiones lo atrapé observándome de igual manera, mas recién hoy conozco el sentimiento que atesoraba y percibo en ellos un brillo especial.
Sebastián besa el hoyuelo que acaba de formarse en mis comisuras y esa simple acción me provoca otro remolino en el estómago. Del cual parece darse cuenta, porque me atrae hacia sí para capturar mis labios de nuevo. Ahora tiro de su chaqueta para incrementar nuestra cercanía y le despeino el cabello. Mantiene su frente pegada la mía cuando me alejo escasos centímetros, porque aún no me apetece apartarme por completo. Tampoco me molestaría que nos quedásemos así durante horas.
—Lamento haberte interrumpido, pero hablabas mucho y no te traje aquí para charlar precisamente.
Cuando baja la vista al suelo, temo haberlo incomodado con esa insinuación tan clara. Sin embargo, descubro rápido lo que en realidad le inquietaba.
—¿Mañana olvidaremos esto y simularemos que nada pasó o podré seguir tomándote de la mano?
—Siempre has tomado mi mano, Sebas. —Me giro para que vernos reflejados en el espejo de mi casillero sin que sus brazos abandonen mi cintura, de manera que continúa abrazándome por detrás—. Y no quiero olvidarme de este momento. Creo que al igual que tú, lo he esperado durante mucho tiempo sin siquiera percatarme.
—¿Eso significa que soy libre de besarte cada vez que me plazca? —Asiento y observo mediante nuestro reflejo cómo deposita un beso en mi sien—. Gracias por otorgarme la oportunidad de entrar en tu vida. Sabes que te acompañaría hasta el fin del mundo.
—Gracias por estar cuando lo necesito y no dejarme sola. Te mereces más de lo piensas. No te conformes con menos.
Me volteo levemente y beso su mejilla derecha. Justo entonces, me parece distinguir un gesto de dolor entre sus facciones. Sebastián cambia tema y no sé si lo hace para que no le increpe nada al respecto o si todo ha sido producto de mi imaginación.
—Lo primero que haré cuando llegues mañana será abrazarte.
—¿Cuánto tiempo duramos peleados?
—Menos de una semana —responde, ahora divertido—. La vez que discutimos a los doce años porque te comiste mis bizcochos de calabaza dejamos de hablarnos dos horas.
—No fui yo, te dije que culparas a las almas que penaban en el hospital.
Él siempre creyó en lo paranormal. Nunca se lo he preguntado, pero sospecho que por eso le atemorizaba quedarse despierto hasta muy tarde cuando permanecíamos internados. Además de los rumores que esparcí con ayuda de la enfermera Berry, obviamente.
—Los fantasmas no tienen estómago, ¿o sí?
Me encojo de hombros. No me gustaría averiguarlo.
—Te buscaré en la cafetería mañana para contarte qué tal me parecieron los primeros capítulos de tu historia —informo y él asiente. Estoy segura de que lo encontraré escribiendo—. Si me vuelvo intensa comentando, solo avísame. Todavía conservo la esperanza de cumplir mi sueño de crear una cadena.
—Ignora los comentarios de Axel advirtiéndoles a los demás que preparen sus pañuelos. Nadie sufre en mis novelas.
—Mira, Sebastián. Te seré clara. —Me giro con brusquedad y lo agarro por el cuello de la camisa, obligándolo a retroceder con cada paso que doy—. Ningún libro me ha hecho llorar en mis diecinueve años de vida y como uno de tus finales me rompa el corazón, lo nuestro se termina acá. Ni se te ocurra sacarme una lágrima o matar a algún personaje porque si no te las verás conmigo y te...
—¿Lo nuestro?
—¿De toda la amenaza que acabo de hacerte solo retuviste esas palabras? —Enarco una ceja y ruedo los ojos—. Me refería a nuestra amistad.
Su amplia sonrisa se desvanece y me arrepiento de mencionarlo. No quiero que desechemos estos momentos y que todo sea igual que antes, cuando reprimíamos aquello que sentíamos en verdad el uno por el otro.
—Entendido, lo siento.
Desconozco si se disculpa porque lo ha tergiversado y piensa que deseo que dejemos lo ocurrido de lado o porque comienzo a asustarlo al tenerlo acorralado contra los casilleros del frente. Aun así, suelto el cuello de su camisa.
—Suceda lo que suceda seguiremos siendo amigos, ¿de acuerdo? —Pese a que las emociones que escondíamos salieran a flote, detestaría perder el vínculo que mantenemos—. Aunque hoy las cosas tomaran un rumbo diferente al que estamos acostumbrados.
—¿Y ese cuál es?
—¿Necesitas que nos besemos de nuevo? —En sus pupilas vuelve a emerger una chispa de diversión.
—No me preguntes, solo hazlo.
—¿Por qué siempre debo dar el primer paso? No esperes a que siempre sea yo quien...
Esta vez Sebastián me interrumpe de la mejor forma posible. Me apega a él y cuando menos reparo, mi espalda se halla apoyada en las taquillas mientras presiona sus labios contra los míos. A pesar de que no nos separa ningún centímetro, jalo su chaqueta y enredo mis dedos en sus mechones de cabello. Reparo en que empieza a coger confianza y mis ilusiones crecen al imaginarnos así todos los días de ahora en adelante.
No obstante, me alejo de golpe cuando descubro que está oscureciendo y mi celular vibra dentro del bolsillo de mis vaqueros. Lo extraigo y contesto el mensaje de papá tan rápido como puedo. Sebastián parece comprender qué me ocurre y agradezco que así sea, pues me avergüenza un poco contárselo.
—Planeabas irte antes de que anocheciera porque no te apetece caminar sola de regreso a casa a esta hora, ¿verdad? —Aplano los labios y toma mi silencio como respuesta afirmativa—. Apenas son las seis y media, te acompaño.
—¿Seguro?
Luego de lo sucedido con Ethan, temo encontrármelo otra vez y que se sobrepasarse conmigo de nuevo. Creo que, si volviera a quedarme a solas con él, entraría en pánico y saldría corriendo.
—Entiendo que tengas miedo, Kiara. No pasa nada, voy contigo. Para eso están los amigos.
Recalca la última palabra y frunzo el entrecejo al reparar en sus intenciones.
—¿Me estás mandando a la friendzone?
—No te quejes, tú hiciste lo mismo conmigo hace un rato. —Le codeo el brazo y exagera una mueca de dolor para sacarme otra risa—. Cierra tu casillero, te espero.
—¿No te irías sin mí?
Avanzo hacia mi taquilla. Elijo llevarme algunos libros y mi cuaderno de dibujo, después me detengo a corroborar que el cerrojo esté bien colocado.
—Me pierdo de camino al baño, ¿tú crees que llegaría a tu casa solo?
Le extiendo mi mano y la entrelaza con la suya. Juntos caminamos directo a las escaleras para dirigirnos a la salida y, pese a que una ventisca me golpea el rostro, no me estremezco ni percibo el descenso de la temperatura. Esta vez Sebastián me abraza y de pronto, los inviernos no me parecen tan fríos, sino que descubro una calidez particular en ellos.
***
¡Hola!
¿Qué les ha parecido el capítulo? Yo disfruté mucho escribiéndolo ❤️
¿Cómo creen que reaccionen los amigos de Sebastián al enterarse de ello? ¿Y la familia de Kiara?
¿Cómo les fue durante esta semana? Oficialmente, mis vacaciones terminan hoy. Mañana me toca volver a la universidad. Ojalá que ustedes gozaran de unos lindos días 💕 en mi país hace mucho frío durante esta época.
Nos leemos, como siempre, el próximo domingo, ¡hasta pronto! 👋🏻
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top