26| La vida que me pertenece
Observo la hora en el reloj de la sala y regreso mi vista a la hoja de papel. He terminado todos mis trabajos pendientes, por lo que le dedico la mañana del domingo a los dibujos que presentaré para el concurso. Sin embargo, la discusión que mantuve con Sebastián no abandona mi mente. Intentó acercarse a mí el viernes, mas lo evité porque no me encontraba en mi mejor momento y no quería desatar otra pelea. Todo se me acumula en un inmenso remolino que no sé cómo frenar: el aniversario de la muerte de mamá, las recientes discusiones con él y la conversación con Ivet el jueves. También acordé reunirme con Thalia en unas horas para arreglar las cosas. Quiere disculparse conmigo y no tardaré mucho. Solo acepté porque no deseo conversar con ella el lunes.
Bajo la mirada cuando algo mordisquea mi zapatilla y me topo con Leo, quien me mueve la cola. Amortigua sus patas delanteras en mis rodillas para erguirse y lo levanto en brazos para acomodarlo en la silla de mi costado. Diego desciende por las escaleras y se aproxima a ojear mi tercer bosquejo. Muerdo el interior de mi mejilla, temiendo que señale algún error. A sabiendas de que, al descubrir mis fallas, averiguaré en qué requiero mejorar. Elegí narrar mediante imágenes la historia que compartí con Sebastián, así que lo incluiré en los bocetos.
—Mi nariz no es tan grande, ¿o sí? —consulta mientras se la perfila.
Le echo un vistazo al papel y repaso las proporciones de su rostro. En la primera escena, aparecemos sentados sobre el césped del jardín de nuestra antigua casa. Una semana previa a que me diagnosticaran leucemia. Mis padres sospecharon que algo andaba mal cuando notaron que perdía peso, que mi piel desarrollaba hematomas y que las infecciones con fiebre alta que padecía se volvían cada vez más frecuentes.
La imagen sin duda me quedó mejor que en el primer intento, donde no me salía la oreja de papá y borré tan fuerte que se rompió la hoja. Hoy no es mi día.
—¿Quieres que te quite las arrugas también? Porque intento que este dibujo quede lo más realista posible.
—En ese caso, no veo tus espinillas —apunta, inclinándose hacia la hoja—. Imagino que a mí me dibujarás hasta con el acné que tuve durante la pubertad.
—Yo sufrí más que tú, ¿recuerdas cuando me llegó el periodo y armé un escándalo? Pensé que era una hemorragia.
—¿Por qué tenemos que padecer tantos cambios hormonales? ¡No quería que me creciera vello facial! —se queja Diego—. Aunque mi voz de ahora me gusta más que la anterior, ¿tú qué opinas?
—Que sigue siendo igual de irritante.
Diego rueda los ojos y le acaricia la cabeza a Leo, a quien le quito mi borrador negro apenas intenta metérselo a la boca.
—¿Él almorzará con nosotros sentado ahí?
—Como debe de ser, ¿algún problema? ¿Ninguno? Genial. —Muevo mis materiales a mi izquierda para que el cachorro no los atrape entre sus fauces—. Si mañana pasas por la veterinaria de camino a la universidad cómprale más croquetas. De las que tienen forma de hueso, no las simples.
—Lo que sea porque no le dé diarrea de nuevo —afianza con el ceño fruncido—. Estoy considerando inscribirme a un curso virtual de tejido solo para confeccionarle otro suéter.
—¿Crees que sienta frío? —cuestiono, pues la temperatura disminuye bastante en esta época—. Sé que su pelaje lo abriga, pero...
—Mientras no tirite al dormir, estará bien —me asegura y asiento, en tanto Diego le rasca las orejas—. ¿Averiguaste sobre algún refugio que pueda cuidar de Leo hasta que regresemos? Papá sacará los pasajes de avión para Londres esta semana.
Las fiestas navideñas se acercan y con ellas, nuestra visita al hospital. Realizamos algunas donaciones, nos quedamos a ver el espectáculo que ofrece para los niños y participamos de la chocolatada. Adoro el ambiente. Desde que volví a ese lugar, me prometí acudir al evento cada año. Extrañaba su calidez. Antes estuve allí como una niña más que luchaba contra el cáncer. Ahora asisto como sobreviviente.
—¿Piensas que le prohibirán viajar con nosotros? Es pequeño. No quiero que vaya junto al equipaje en una jaula. Le asustará la turbulencia.
—Seguro que no, pero debemos armar un plan de contingencia.
—De última instancia, que lo cuide Ivet.
Jamás se negaría, pero dudo que a su gato le agrade una compañía canina.
—También deberíamos comprar los juguetes pronto —puntualiza y reconozco lo mucho que le entusiasma—. El otro sábado tendré el día libre, ¿qué te parece? Mis ahorros alcanzan para unos cuatro.
—No olvidemos guardar dinero para ropa.
Al hospital acuden, además de infantes, ancianos de bajos recursos. No les vendría mal algo con que abrigarse durante esta temporada. Ojalá nos alcance para bufandas, gorros y guantes.
—¿Podemos regalarles a los niños el astronauta de juguete que incluía una nave espacial? ¡Siempre quise eso! O mejor aún, la máquina que prepara helados de verdad de Kreisel. Este año me niego a llenar el carrito de muñecas que hacen popó.
—Yo les obsequiaré un tren a control remoto y el muñeco que más se parezca a ti para que lo aten a los rieles.
—La mayoría no pasa de diez años. No son tan sádicos.
Reordeno y aparto mis bocetos, a los que me falta añadirles color. Antes temía arruinarlos de ese modo, hasta que decidí arriesgarme y descubrí que no era tan mala pintando como creía. Cojo una hoja en blanco, escribo en el encabezado «donaciones para Navidad» y dibujo al lado un copo de nieve. Enumero del uno al diez y anoto nuestras ideas en el papel.
—¿Puedes ocuparte de conseguir una casa de jengibre? Con bastones de caramelo de preferencia —le detallo.
—¿Quieres matarlos de una sobredosis de azúcar? —Jala una silla y se sienta al costado de Leo—. Horneemos galletas navideñas, ¿no te gustaron las mías? ¡Me esforcé muchísimo la vez pasada! Se quemaron las dos primeras bandejas, pero perseveré hasta que esos arbolitos quedaron perfectos.
—Ya llevamos galletas, cupcakes y paletas de chocolate. Necesitamos algo diferente. Innovador.
—Claro, sorprendámoslos con una piñata también.
—¡Gran idea! Esa es la actitud, Diego. Comenzaba a creer que eras la reencarnación del Grinch.
—Nunca he odiado la Navidad. —Esboza una sonrisa, en la que develo cierta nostalgia. Al igual que yo, extraña a nuestra madre—. Me encanta visitar el hospital y rodearme de gente que contagia ganas de luchar por un futuro mejor, vencer cualquier obstáculo y superarse a sí misma. Algún día trabajaré con esas personas. Sueño con salvar muchas vidas.
—Donde quiera que se encuentre ahora, mamá está muy orgullosa de ti. Ambas sabemos que lograrás cualquier cosa.
—Gracias por creer en mí. Quizá tú contemples lejanas muchas de tus metas, pero estoy seguro de que las alcanzarás —afianza y desvío la mirada para que no entrevea mis dudas. Diego coge uno de mis dibujos y aprecia la silueta de mamá—. El tiempo transcurre demasiado rápido. A veces siento como si ayer la hubiese abrazado por última vez.
—Necesito retratarla más seguido.
Diego abandona su vista del boceto, abrumado por una repentina melancolía, y la centra en la improvisada lista. Ambos nos dolemos de una misma herida sangrante.
—Procura no llenar el carrito del centro comercial de muñecas que comen papilla.
—¿Acaso tú no comías eso de pequeño?
—Sí, pero ya no uso pañales malolientes como esos bebés. Sugiero que compremos una pista de carreras y un castillo con elevador.
—Yo propongo robots de dinosaurios y un par de patines.
Probablemente, los niños del hospital posean mejores reflejos que yo y no se vayan de bruces contra el suelo. Esa suerte corrí con los que me regaló papá.
—Cuando era niño pensaba que mis juguetes cobraban vida cada que los dejaba solos —confiesa y largo una carcajada—. Les aseguré que podían confiar en mí para guardar su secreto. Juré no contarle a nadie que sabían hablar y moverse por su cuenta.
—Alguien vio todas las películas de Toy Story.
—¿Regalamos señores cara de papa? —Me arrebata la lista y coge el lápiz para rellenar los puntos vacíos—. También un vaquero, una alcancía de cerdito y si nos falta presupuesto, transformaremos un tenedor en Forky.
—A ese paso, terminarás con nuestros cubiertos.
—A no ser que prefieras donar tus materiales de arte.
—Olvídalo. Los requeriré para el concurso. Aunque todavía no me he anotado, las inscripciones cierran en diciembre. Me quedan algunos días.
—¿Sebastián sabe que dibujarás su historia?
No quería que preguntara y desconozco cómo contestar. No me apetece recordar lo ocurrido. Lo que más me duele es que confirmé los pronósticos de sus padres al dejarlo solo. Le instauraron la idea de que le estorba a los demás y que pronto se cansarán de él. No estuve a su lado como se lo prometí. Preferí irme con Ethan por temor a que se molestara y se sobrepasase conmigo de nuevo. Me olvidé de la reunión que tendría con ellos y que de seguro acabaría mal. Por la manera en que lo encontré, deduzco que resultó mucho peor.
Estaba llorando y recién cuando no me permitió acercarme, me di cuenta de cuánto lo lastimé aquel día en la cafetería. Me puse del lado de Ethan y Thalia para quedar bien con ellos. No me importó herir a la persona que me apoyó durante años. Mi miedo a perderlo crece a cada minuto. Temo que nunca recuperemos la relación que manteníamos y nos distanciemos. Después recuerdo el modo en que le soltó a Thalia una verdad que no le pertenecía y me enojo con él, pues ni siquiera me defendió. Hasta que rememoro que yo tampoco hice lo mismo consigo. Quizás ella esté en lo cierto. Debo dejar de ser tan egoísta.
—No hemos hablado desde que discutimos el miércoles.
—¿Ustedes discutieron?
Guardármelo todo no me ayudará, así que asiento y aparto la mirada, con un nudo revolviéndome el estómago y la nariz de Leo olfateando mi codo.
—Según él, cambio para agradarle al resto.
—¿Y tú crees que tiene razón o que...?
—Es verdad —lo interrumpo—. No sé en qué me convertí.
—Pese a que te pierdas a ti, nunca vas a perderme a mí. No estás sola. —Mis temores se disipan al escucharlo. Suena sincero—. Puedes contarme lo que ocurre si gustas. No soy el mejor aconsejando, pero no me molestaría oírte.
—¿Puedo empezar preguntando por qué Ethan no te cae bien?
—No me gustaba cómo te miraba —admite y trago saliva. Sebastián no fue el único en notarlo. Trato de mostrarme relajada para que continúe—. Venía sólo para pedirte ayuda en trabajos que al final terminabas haciendo tú. Igual que Thalia. Me fastidió que ambos nos dijeran que perdíamos el tiempo con las donaciones de Navidad.
—Por eso me alejaré de ellos —revelo y un peso abandona mis hombros. Mi tensión se reduce—. El lunes les comenté sobre del concurso y aseguraron que era mala idea porque no estaba a la altura. Que no tenía posibilidades y que no lograría nada porque, según ellos, mis dibujos carecen de sentido. A veces dudo sobre si soy buena en lo que me apasiona.
—Entiendo que sientas que no encajas, también lo viví. —Se recarga en el respaldar de la silla y toma una bocanada de aire—. Cuando ingresé a estudiar Medicina solía compararme con mis compañeros y pensar que eran mejores que yo. Me vi rodeado de estudiantes inteligentes cuyas calificaciones superaban con creces las mías. Creí que ser doctor no se ajustaba a mi perfil, porque mientras que a mí me costaba memorizar algunos términos y aprobar los exámenes, otros se aprendían la clase de inmediato y obtenían un sobresaliente. Hasta que comprendí que cada quien va a un ritmo diferente, y está bien. Si amas lo que haces, naciste para eso. Tus dibujos no son absurdos, sino alucinantes. A mí me fascinan y apuesto que a muchos también.
—El arte es mi vida, el aire que respiro. Algo sin lo cual no sobreviviría. Siempre lo tuve claro.
—Nunca te avergüences de lo que eres, porque eres maravillosa.
—Está mal negarse a uno mismo, ¿no? —Expulso un suspiro y Diego asiente, algo confundido—. También negar a un amigo.
—¿A qué viene todo esto?
—Este lunes fui al centro por materiales de arte con Sebastián —menciono, aunque estoy segura de que lo recuerda—. Había olvidado mi chaqueta en tu auto, así que me prestó la suya. Me dejó llevármela a casa y aproveché para pintar El viñedo rojo de Van Gogh en la parte trasera. Después se la devolví y le gustó tanto que me pidió ponerme la mía el miércoles, esa donde dibujé La noche estrellada.
—Pero no te vi usarla ese día.
—No lo hice porque la primera vez que la utilicé Thalia la llamó ridícula. No quería que alguien más opinara lo mismo al observarme —admito a duras penas—. Sebastián se me acercó durante el receso y llegó ella acompañada de Ethan. Permití que se burlaran de Sebas y casi lo niego cuando preguntaron si nos conocíamos. Esa tarde él se reunió con sus padres y discutieron. Yo lo sabía y le mentí cuando quiso hablar conmigo. Me necesitaba y le dije que estaba ocupada.
—¿No era así?
—Andaba con Ethan en el comedor. Él me quitó mi móvil y me prohibió contestarle. Temía que volviera a sobrepasarse si no lo obedecía. Tenía miedo de que me golpeara.
—¿Se sobrepasó contigo? —Apenas lo repite, descubro que hablé de más—. Emily —insiste, ante mi silencio—. Sé sincera, por favor.
—Un par de veces. Me invitó a salir, pero cuando lo rechacé me tildó de puta.
—Que se dirija a ti de esa forma solo prueba que es un imbécil —sentencia, con un palpable enojo en la voz—. ¿Acaso no entiende un «no» como respuesta? Joder. Deberías alejarte de Ethan. No me da buen presentimiento.
—Te lo prometo. —Noto que el reloj de la pared marca las once y juego con mis manos, nerviosa—. Iré a casa de Thalia ahora para aclarar las cosas. Quiero acabar con esto de una vez por todas.
—¿Tardarás demasiado? —Abandono mi asiento junto a Leo y recojo mis materiales.
—Regreso antes del almuerzo —le asevero con falsa tranquilidad. Ojalá que no se desencadene otra discusión—. Avísale a papá que salí. No demoraré casi nada.
—Envíame un mensaje cuando estés de vuelta.
Sonrío en un asentimiento y subo a mi habitación para guardar mis lápices. Coloco los bocetos sobre mi escritorio y vislumbro la silueta de mamá por unos instantes. El árbol de mi cuarto continúa intacto. No he cambiado de lugar ninguno de los dibujos que colgué con Sebastián el día que vino a cenar. Cierro la puerta y bajo por las escaleras. Escucho a mi padre platicar por teléfono al caminar frente a su oficina y me despido de Diego. Tomo un autobús hacia la urbanización donde reside y bajo en la cuarta parada. Thalia se mostró bastante arrepentida ayer, cuando me llamó para pedirme que la visitara hoy. Lo último que deseo es otra pelea, pero esto no puede continuar así.
Mi vida no será mía si dejo que otros la vivan por mí y decidan sobre ella como si fuera suya. Si dejo que lo hagan, la perderé.
Si sus padres están en casa, insistirán en que almuerce con ellos, mas le prometí a Diego que no tardaría. Toco el timbre al llegar, con los nervios poniéndome de cabeza el estómago. Trato de apartarlos sin mucho éxito. Oigo susurros del otro lado y arrugo la frente, extrañada. El auto de la madre de Thalia no yace aparcado afuera. Alguien abre la puerta, causando que voltee de inmediato.
—¿Emily? Perdona por hacerte esperar. No encontraba las llaves. —Cubre sospechosamente el espacio entre ella y el recibidor, impidiéndome ver lo que hay dentro—. Entra.
—No es necesario, traigo prisa...
—No seas grosera, ven —me interrumpe y tira de mi brazo con brusquedad, arrastrándome al interior—. Estábamos esperándote.
—¿Por qué cierras con llave? —le increpo, con la piel erizada y el corazón latiéndome a mil por hora. Una conocida voz a mis espaldas me causa escalofríos.
—¿No piensas saludarme? —Ethan sale de su escondite y camina directo hacia mí. Retrocedo cuando su mirada me recorre de arriba abajo y subo el cierre de mi casaca para cubrirme los pechos—. Ya creía que no aparecerías nunca. Comenzaba a impacientarme.
—No vine a conversar contigo.
—Tú no, pero yo sí. No me iré de aquí hasta que aceptes estar conmigo —anuncia tan firmemente que se le marca la vena del cuello—. Pocas chicas gozan de un cuerpo igual que el tuyo. Deberías sentirte afortunada de que me haya fijado en ti. Te compré un puto ramo de flores el lunes y no te pareció suficiente, ¿qué más quieres? ¿Qué otra cosa tengo que darte para que me dejes hacerte mía?
Durante una milésima de segundos pienso librarme de él con ayuda en Thalia, pero esta no tarda en dirigirse hacia las escaleras. Quien por año y medio consideré una amiga se aleja de la escena, abandonándome por completo. Si la puerta no estuviese cerrada con llave, escaparía de aquí. Por esta razón me pidió que viniera. Debí sospecharlo.
Forcejeo la cerradura con la esperanza de que se abra, mas no consigo nada. Quedo acorralada contra la pared sin escapatoria y aunque mis lágrimas no tardan en asomarse, las retengo lo más que puedo. No quiero llorar delante de ellos.
—Les daré privacidad —anuncia con una sonrisa que parece sacada del póster de una película de terror y posa su vista en él antes de marcharse—. Toda tuya, Ethan. Más vale que la disfrutes.
—No necesito nada de ti y tampoco me apetece relacionarme con alguien como tú. Entiéndelo de una vez —espeto, exasperada ante su insistencia—. ¿En serio crees que desearé hacerlo luego de todo lo que me gritaste cuando te rechacé?
—Sabes que no lo pienso de verdad. Estaba enojado, ¿piensas que no me molestó que me humillaras en público?
—Tú te humillaste a ti mismo al tacharme de perra.
—No volveré a tratarte así si me regalas otra oportunidad. —Niego con la cabeza, ansiosa por marcharme. Sin embargo, él continúa acercándose a mí—. Te aseguro que vas a disfrutarlo. Déjame demostrártelo.
Cuando menos me lo espero, me sujeta del cuello para evitar que me aparte y me besa en los labios. No logro zafarme de su agarre, así que clavo mi rodilla en su entrepierna y aprovecho que se aleja, producto del dolor, para apresurarme hacia el patio. Dos de las verjas del jardín no están bien colocadas y podré abrirme paso entre ellas. Solo necesito liberarme de Ethan. La violencia no es la solución, sino mi salvación en este momento, por lo que no me importa que siga retorciéndose.
***
Me alegra que Kiara haya podido escapar de ese momento 🥺 ganas no me faltan de estampar la cabeza de Ethan contra la pared.
¿Qué opinan de la actitud de Thalia? ¿Kiara podrá alejarse de ella y de Ethan? ¿Le contará lo sucedido a alguien?
Ojalá hayan gozado de una linda semana y si no, espero de todo corazón que las cosas mejoren para ti ❤️
Ya vamos por poco más de la mitad de la historia, actualizaré de nuevo la próxima semana, ¡hasta entonces! 👋🏻
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