25| Quiero vivir libre

Retengo las lágrimas en mis ojos a más no poder y bajo la mirada. Le fallé. Quiera o no, jamás conseguiré borrar las acciones que cometí ni la manera en que me comporté. Recorro con la vista el lugar vacío y cuando trago saliva, descubro un nudo instalado en mi garganta. En el mostrador de la cafetería yacen donas con glaseado de chocolate, que en cualquier otro momento hubiese corrido a comprar. Sin embargo, hoy mi apetito ha desaparecido.

—Piensas que Sebas tiene razón, ¿cierto? —Al principio Ivet duda, pero asiente.

—Sabes que no se equivoca. Te enojaste porque te dijo lo que necesitabas escuchar. —Fuerzo una sonrisa, la cual se desvanece de inmediato—. ¿Qué te asusta? ¿Quedarte sola?

Permanezco callada, aunque negar mis miedos no me ayudará a superarlos. Varias imágenes irrumpen en mi mente y arden sobre el desgarre que sufrió mi alma a los diez años. Cuando ella partió.

—Detestaría perder a alguien más. Ya fue suficiente con mamá.

—¿Segura que no ocurre otra cosa?

Tiemblo apenas se vuelve hacia mí, expectante. Me conoce demasiado como para engañarla.

—Si te cuento la verdad, ¿me vas a creer?

—Claro que sí. Eres una de las personas en quienes más confío. Tú nunca me mentirías.

—Te oculto algo desde hace meses.

—¿Te apetece compartirlo conmigo ahora?

Necesito liberarme. No puedo permanecer así por mucho tiempo. Visualizo el cielo de soslayo y busco su rostro entre las nubes para recargar fuerzas.

—Ethan me invitó a salir el martes y lo rechacé. —Empiezo por lo que ya conoce, de modo que su expresión no se altera. Pero al final estallo, incapaz de contenerme—. Estoy cansada de que me toque sin mi consentimiento, de que suelte comentarios obscenos, de que me silbe cuando paso por su costado. De que me exija explicaciones a todo momento, de que deslice sus manos por mis piernas y de que me arrebate el teléfono. Igual que ayer, cuando me quitó mi móvil y me prohibió responderle a Sebastián —recuerdo con amargura y aprieto los puños bajo la mesa—. No deseo temer que se enoje ni que sus actitudes cobren fuerza. No quiero vivir con miedo, quiero vivir libre. Pero parece que soy una «puta perra» por decir que no.

La impotencia me invade a contrarreloj al rememorar la manera en que Ethan se refiere a mí. Thalia le restó importancia, alegando que era normal y lógico luego de cómo lo traté. Aun así, no me arrepiento de haberlo rechazado.

—No les creas cuando te aseguren que la culpa fue tuya por ir vestida de forma provocativa, por la hora a la que saliste o el lugar donde estabas —me ordena, aunque más que un mandato, suena como una súplica—. Cuando te tachen de «zorra», cuando te responsabilicen a ti por no poner un alto, cuando por temor guardes silencio y te llamen de estúpida, cuando intenten convencerte de que no mereces ser escuchada por el tiempo que callaste. Por favor, no creas nada de lo que te digan.

Intento grabarme a fuego sus palabras en la mente para que los temores no me ganen y para que no se fortalezcan con la incertidumbre que me carcome. Quiero demostrarme a mí misma que puedo contra el mundo, que un chasquido de dedos bastará para tenerlo a mis pies y que ningún obstáculo me impedirá construir el futuro de mis sueños.

—¿Te imaginas qué sería de la sociedad si todos nos respetáramos los unos a los otros?

—Me daría gusto pertenecer a ella.

—Cuando sufría de leucemia la gente me señalaba por la calle. También algunas personas que acudían al hospital. —Bajo mi vista y reparo en el largo de mi cabellera. Hace unos años la perdí por completo—. Escuché cómo me llamaban «pelona» a mis espaldas. Pensé que Thalia también se burlaría de mí sí me animaba a contárselo, y no me equivoqué. Aunque en realidad se enteró cuando me oyó discutir con Sebastián. Traté de negárselo, pero él le detalló que me diagnosticaron cáncer a los ocho años.

Sus ojos se abren en grande y una llama de enojo que explota en ellos. Esa misma que relució en la mía ayer. No creí que fuera capaz de revelar algo tan personal para mí.

—No tenía ningún derecho. Era privado. Tú decides a quién y cuándo comentárselo. Tus errores no lo justifican y como lo vea durante el almuerzo voy a...

—Déjalo así —la interrumpo. Detestaría que se desataran más peleas—. Los problemas son entre nosotros dos y a ambos nos corresponde solucionarlos, aunque no hemos vuelto a hablar y no me apetece buscarlo ahora mismo. Probablemente acabemos discutiendo otra vez y no estoy de humor para eso. Me bastaron los comentarios de Thalia ayer.

—¿Cuánta mierda planea meterte a la cabeza esa chica?

—Según ella, el que no pueda quedar embarazada implica que no sirvo y asegura que soy una egoísta, ya que, sabiendo que mi enfermedad regresará en cualquier momento, quería salir con Ethan. —Rebobino al día anterior donde agoté todas mis fuerzas intentando no quebrantar, pero terminé derrumbándome—. No me enfermaré de nuevo, ¿cierto?

—Eres más fuerte que esa enfermedad y en la remota posibilidad de que volviera, la vencerías como de costumbre. El único cáncer en tu vida son Ethan y Thalia, deberías alejarte de ellos.

—Lo haré. Solo espero que no sea demasiado tarde para eso.

«No me importa lo que opine el resto» solía engañarme antes. Dejé por mucho la piel de esa niña que ignoraba las malas habladurías y que no se preocupaba por encajar. Ni por formar parte de un grupo o ser como los demás.

Que por el sonido de mi risa, que por mi peso, que por hablar de más, que porque nunca tuve novio. Duele saber que cierta parte de mí ha muerto. La he perdido. Me he perdido. Me perdí y sigo perdiéndome. Me hallo a la deriva. Siento que me he fallado tanto que ya no valgo lo mismo que antes, que la silueta dibujada en mi espejo dejó hace mucho de ser mía. Me convertí en un reflejo ajeno y discordante a la persona que soy.

—Si deseas despejarte antes de entrar a clases, podemos jugar algo.

—No jugaré semana inglesa contigo, Ivet. La vez pasada me tiraste siete bofetadas.

Pensaba que me divertiría jugando, pero jamás volteamos para el mismo lado, y, por ende, nos tocó golpearnos.

—¿Y piensas que a mí no me dolieron las tuyas? ¡Casi me arreglas los dientes de un manotazo! —Contengo la risa al reconocer que bromea. Ninguna empleó excesiva fuerza—. ¿Dónde aprendiste a golpear así?

—Papá me enseñó a defenderme. También sé cómo torcerle el brazo a alguien.

—Mejor juguemos a comprar lo mismo que la última persona que se acerca al mostrador, para salvaguardar nuestra integridad física. Reza para que no sean doritos Flamin Hot.

—Olvídalo, demasiado picantes para mí. Si Logan aparece, me echará su botella de agua encima de nuevo. Casi cojo un resfriado por su culpa.

Hacía muchísimo frío aquella tarde y después se largó a llover, pero Sebastián me prestó su chaqueta. El vacío en mi pecho se intensifica al recordarlo y siento como si algo en mí se agrietara.

—No fue a propósito —lo excusa Ivet—. Creyó que habías tirado al suelo la antorcha de la decoración. Nada de esto habría sucedido si Anthuanet no hubiese comprado esos doritos.

—Más vale que tu salida con Logan resultara mejor.

—Descuida, ninguno terminó empapado —me sonríe—. Ayer la pasamos bien tras la función. Cenamos en una pizzería del centro y hablamos acerca de nuestras películas y series favoritas. Espero que lo repitamos a menudo.

Me alegra que encontrara a alguien que comparta sus mismas aficiones. Sin embargo, me envuelven los recuerdos de este lunes. Ahora no siento frío, pues mi abrigo me proporciona el calor que necesito. No obstante, desearía llevar puesta la chaqueta de Sebastián para que su aroma se cuele en mis fosas nasales.

Rehúyo esos pensamientos y centro mi vista en el frente cuando Axel entra a la cafetería. No nos saluda y temo que esté enojado también. No me sorprendería que se pusiera de parte de su amigo.

—¿Quesadillas de banana con mantequilla de maní? —Golpeo la mesa al escuchar su pedido—. No puedo comer eso, soy alérgica al maní.

—Aguarda, se ha retractado. Quiere un churro y un sándwich de... ¿queso? ¡No me gusta el queso! —refunfuña Ivet, cuyo desagrado desaparece cuando cambia de orden—. Genial, ahora prefiere uno de salmón y manzana. Perfecto.

Después de pagarle a Martha, camina hacia nuestra mesa cuando esperaba que fingiera no habernos visto. Se acomoda delante de Ivet y la apunta con el churro, antes de llevárselo a la boca.

—Deberías probar el queso azul. No tiene los perturbadores agujeros que el suizo sí. —Ladeo la cabeza. No conozco mucho acerca de productos lácteos—. Y ya sé que nadie me preguntó, pero me repulsan los orificios.

—Yo de pequeña les temía a los payasos —intervengo con la posibilidad de que me ignore. Sin embargo, Axel esboza un mohín de sorpresa.

—¿Por qué? Son divertidos Cuando tenía seis años, dos de ellos me dejaron subirme a su autito en una fiesta. Incluso me regalaron un globo con forma de perrito.

—Porque en el cumpleaños número nueve de mi hermano un payaso me sacó a bailar la Gasolina. —Pese a que le conté la historia hace bastante tiempo, a Ivet sigue divirtiéndole y estalla en risas—. Dijo que la niña o el niño con la mejor cara de molesto saldría al frente. Suelo ser una persona alegre y sonriente que irradia felicidad allá por donde pisa, como seguro ya notaron. Pero unos niños acabaron con los últimos dulces que quedaban y mi expresión de «odio a la humanidad» no ayudó. Yo no estaba jugando, ¡así era mi cara!

Parece chiste, pero es anécdota.

—Perdón —se disculpa Axel, tras expulsar una carcajada—. Hubiera sido una falta de respeto no reírme.

—Desde ese día, algo cambió dentro de Emily —señala Ivet.

—Mi peor vergüenza fue cuando me confundí de salón en mi instituto de francés.

—¿Sabes hablar ese idioma? —le increpo a Axel. Me gustaría aprender chino mandarín, cuya escritura me llama la atención.

Petits yeux des étoiles, fixés sur l'un et l'autre je jure que tu me regarderas toujours, toujours pur.

Ivet pestañea, desconcertada. Ninguna entendió nada, pero ella le contesta.

—La tuya, por si acaso.

—¡Es un poema de Gabriela Mistral! —aclara Axel, ofendido—. Primera y única mujer latinoamericana en ganar el Premio Nobel de la Literatura hasta ahora. Lo obtuvo en 1945.

—¿Cuántas mujeres han obtenido el reconocimiento? —indago, interesada. Aunque hablar sobre literatos me recuerda a Sebastián.

—Desde 1901, solamente dieciséis. Pocas si comparas esa cifra con los ciento un hombres galardonados a la fecha. —Desvía la vista y arquea una ceja, mas vuelve a enfocarnos—. A mi parecer, lo merecían muchas escritoras más. En la antigüedad, algunas se ocultaban bajo el anonimato porque no eran bien vistas por la sociedad. De ahí proviene la conocida frase «me atrevería a aventurar que Anónimo, que tantos poemas escribió sin firmarlos, era a menudo una mujer» de Virginia Woolf.

—He oído acerca de ella. La literatura perdió a un gran talento cuando falleció.

—Vas a dibujarla, ¿no?

—Nunca me viene mal retratar a alguien y sufrir porque un ojo me salga más grande que el otro —le sonrío a Ivet.

—¿Podrías dibujarme a mí también? —La voz de Anthuanet me hace voltear.

Reparo en que yace a mi costado, así que la saludo con un abrazo y la invito a sentarse conmigo. Un sentimiento de alivio me reconforta. Si vamos juntas a clases, caminar por los pasillos no será tan intimidante. Aunque nuestras clases a primera hora son distintas, con suerte nos encaminaremos hacia la misma planta. Sin embargo, Axel retrocede y se rasca la nuca, nervioso. Igual que el lunes, cuando lo invitamos a venir al centro con nosotros. Me fijo en que gira el cuello hacia la izquierda en lo que parece un movimiento involuntario. Las tres lo notamos, pero ninguna le comenta al respecto. Es consciente de ello, no necesita que se lo recordemos.

—De nada sirve que se lo pidas —le advierte Ivet—. Emily prometió retratarme para Navidad del año pasado y todavía sigo esperando.

—¿Algo qué decir en tu defensa?

—No quiero que se rompa la hoja.

—Como si tú no hubieses roto mi espejo, ¡acababa de comprarlo para revisar si me quedaba comida en los dientes después de comer!

—Quizás a eso se deba mi mala suerte, ¿acaso lo egipcios no pudieron inventar un mito más alentador?

—En realidad, surgió de los romanos —me corrige Axel, con cierto titubeo en sus palabras—. Contaban que al romperse un espejo el alma de la persona permanecía atrapada en los pedazos rotos.

Sebastián usaría esa idea para una historia. Mis labios se alinean al encontrarme pensando en él por enésima vez.

—¿Ellos no crearon el «salud» luego de estornudar? —interviene Anthuanet. Axel posiciona su mirada sobre ella y asiente.

—¿En serio? Cuando alguien estornuda, yo grito «muere».

—Sí que derrochas amabilidad.

—No soy muy supersticioso, pero le temo a los viernes trece, porque un día de esos mi madre olvidó en el dentista un libro que le presté —comenta Axel, dirigiéndose a alguien en particular—. Espero que quien encontrara mi ejemplar de Los miserables le diera el amor que se merecía.

—Mi cumpleaños es el trece de agosto y tocó viernes este año —revela Anthuanet. Axel palidece.

—Lo siento, no lo sabía. No quise...

—No te preocupes —lo interrumpe ella—. Me gusta cuando mi cumpleaños cae ese día. Lo único malo que me ocurrió fue que no me llegó mi auto de preferencia rojo cuando cumplí dieciséis.

La conversación promete alargarse, mas la jornada universitaria está por comenzar. Como acordamos, Ivet y yo pedimos lo mismo que Axel: un churro y un sándwich de salmón y manzana. Después nos despedimos y salimos del comedor, lugar que visualizo con extrañeza. Sebastián no ha venido. Quizá porque sabe que me encontraría aquí y no quiere cruzarse conmigo. Me planteo preguntarle a Axel, pero desisto por miedo a desatar una discusión.

Espero verlo durante el almuerzo, aunque dudo que le apetezca hablarme. Trato de mostrarme indiferente, como si lo que me gritó ayer no me taladrara la mente. Soy una copia barata. Carezco de personalidad y solo me esfuerzo por complacer a los demás. Fingí ser otra para agradarle al resto, porque no quería perder a nadie más y temía quedarme sola. Pero sin saberlo, perdí a la única persona que no debía perder: me perdí a mí misma.

Anthuanet me acompaña al edificio de Artes Plásticas. No obstante, nos separamos antes del subir al segundo nivel. Asciendo por las escaleras a toda prisa para no toparme con nadie. Estoy a punto de cantar victoria cuando una mano se posa en mi hombro y me recorre un escalofrío. El esmalte color turquesa de sus uñas me confiesa su identidad antes de girarme hacia Thalia.

—¿Dónde estabas y por qué no me atendías el teléfono?

Suena enojada, pero ya no buco ninguna excusa.

—Porque te bloqueé.

—¿A mí?

—¿Es que no se cansan Ethan y tú de perseguirme a toda hora?

¡Los encuentro hasta en la sopa! Son como las arvejas. Detesto que estén por todos lados.

Jamás me atreví a alzarle la voz. Pensé que si reunía el valor me sentiría culpable, como casi siempre que digo que no. Pero me siento aliviada, igual que cuando rechacé a Ethan.

—¿Quieres parar de ser tan egoísta? Agradece que nos preocupamos por ti.

—Si te importara no afirmarías que no sirvo solo porque ya no podré concebir hijos. No deseo a ese tipo de personas en mi vida.

—¿Y a quién quieres en tu vida? ¿A tu amigo del otro día? —Thalia bufa y un vestigio de burla resalta en sus ojos—. Si lo quisieras a él no lo hubieses dejado plantado en medio de la cafetería para sentarte con nosotros y tampoco hubieras permitido que nos burlásemos de su ridícula chaqueta.

—No es ridícula. Yo la pinté.

—Eso no lo mencionaste en ese momento —me reprocha, mas le sostengo la mirada—. ¿Por qué? ¿Te avergüenza? Te quejas de que no somos buenos amigos contigo, cuando eres igual de mierda con el resto. Hipócrita.

Alguien rodea mi cintura y tira de mí hacia atrás. Maldigo en mis adentros al reconocerlo. Thalia sonríe con superioridad y contengo mis ganas de gritarle sólo para no captar la atención de algún maestro.

—Te estaba buscando, ¿con quién perdías el tiempo esta vez? —Ethan afianza su agarre, sin intenciones de liberarme.

Entrelazo su mano con la mía y cuando su firmeza disminuye creyendo que no ofreceré resistencia, clavo mi codo en sus costillas y me satisface contemplar su gesto de dolor.

—No me toques.

—Me gusta que te hagas la difícil. —Ruedo los ojos y una sensación de disgusto ocupa mi paladar—. Unos amigos organizarán una fiesta el sábado, ¿vienen conmigo?

—No lo sé, quizás Emily tiene mejores planes.

—Cualquier cosa es mejor plan que ir con ustedes. —Me sobresalto cuando Ethan aprieta mis glúteos y lo empujo para se aleje—. ¡Suéltame! Ni se te ocurra ponerme una mano encima de nuevo.

—Podrías dejar de usar pantalones tan ceñidos.

—No si tú puedes dejar de tocarme sin mi consentimiento.

—No suelo fijarme en chicas como tú, pero estás buenísima. Casi ni se nota que has tenido cáncer.

De inmediato me vuelvo hacia Thalia, quien contiene la risa. No me asombra que lo divulgase, pero no acostumbro a compartir ese capítulo de mi vida con cualquiera que se me cruce.

—No hay problema con que se lo contara, ¿o sí? No es nada malo ni algo de lo que debas avergonzarte —desdeña Thalia, mientras se revisa el esmalte—. Además, así estamos pendientes de tu próxima recaída.

—No voy a recaer. Llevo seis años sin presentar complicaciones.

—Nunca está de más que consultes con un médico. Te he notado con menos energía estos últimos días.

—No creo que esté enferma. Solo necesita despejarse un poco —asevera Ethan, quien ignora mi incomodidad—. ¿Paso a por ti el sábado a las ocho? Será divertido. Prometo cuidar de ti.

—No iré a ninguna fiesta contigo, entiéndelo —enfatizo, a ver si le entra al cerebro—. No me importa si estacionas tu auto fuera de mi casa. No te acompañaré.

—Si sigues así te quedarás completamente sola, ¿piensas que alguien que no sea yo te querrá? —cuestiona Ethan y aprieto los puños, exasperada—. A nadie más le gustaría estar con una chica que morirá en cualquier momento.

—La gente que te rodea solo siente lástima por ti.

—¿Lástima por qué? ¿Por vencer al cáncer? ¿Por sobrevivir a esa enfermedad y ganar una lucha? —La figura de mi madre se cuela en mis pensamientos y lejos de debilitarme, me fortalece—. Yo estoy orgullosa de mí.

Siento que no soy quien menciona esas palabras, sino ella. Una pieza de sí permanece conmigo. Prometió recordarme y jamás dejarme sola. No sé si me transmite fortaleza o me conduce a descubrir la valentía que traía escondida. Pero doy media vuelta sin mayor remordimiento y camino directo al salón que me corresponde. Le echo un vistazo a cielo anubado por una de las ventanas y, a pesar del frío clima, me envuelve una calidez de la que conozco su procedencia.

***
¡Hola!

Espero que hayan tenido una semana mejor que la mía 🥴 Creo que me contagié de covid, pero ya estoy mejor. Lo importante es que estuve vacunada 😪

En fin, ¿qué opinan del capítulo? ¿Kiara hará las paces con Sebastián? ¿Ella cederá e irá a la fiesta? ¿Seguirá confrontando a Ethan y Thalia?

Subí un flashback durante la semana para que conocieran más sobre la vida de ellos en el hospital, ¿qué les pareció? Recuerden que publicaré fragmentos así cada seis capítulos aproximadamente.

Nos leemos el próximo domingo, ¡hasta entonces! 🤙🏻

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top