22| Las estrellas que quiero alcanzar
Siempre admiré a Van Gogh. No sólo por sus alucinantes pinturas, sino también por cuán rápido se desarrolló en el campo del arte. Empezó a pintar a los veintiocho años y murió a los treinta y siete. Sin embargo, en ese corto tiempo realizó más de novecientos cuadros y mil cien dibujos. Él pintó La noche estrellada, pero nunca aclaró de qué planeta. Recientemente, la NASA publicó fotografías de las nubes de Júpiter sacadas por la sonda espacial Juno, las cuales presentan un gran parecido a la obra del pintor, cuyos cuadros transcienden hasta hoy.
Aun así, no sé si a Sebastián le agrade el hecho de que pintara El viñedo rojo en la parte trasera de su chaqueta de jean. No debí hacer esto sin consultarle, pero no me resistí.
Camino hacia el comedor principal y cuando abro la puerta, mi frente se arruga al no encontrarlo sentado ahí como de costumbre. No ha venido a escribir. No teclea sin cesar en su portátil. No sonríe apenas me observa llegar ni hace que las horas se conviertan en segundos hablándome de sus historias. Le pregunto a Martha si lo vio por aquí, pero ella también desconoce su paradero. Así que decido buscarlo en la biblioteca. Una vez allí, subo las escaleras con dirección a la segunda planta, pues la primera yace desierta. Mi vista lo ubica sentado en un sillón de la esquina, con los ojos clavados en el suelo y las manos entrelazadas. Reconozco que reprime algunos sollozos y rastros de lágrimas en sus mejillas. Su móvil descansa sobre la mesa de centro y un libro permanece regado en el piso porque ni se molesta en recogerlo.
—¿Sebas?
Se sobresalta al escucharme y fuerza una sonrisa.
—Perdón. No sabía que estabas ahí.
—Vine a devolverte tu chaqueta.
Mi piel roza con la suya cuando se la entrego y la siento erizarse en tanto me recorre una especie de corriente eléctrica. Sebastián se la coloca tan rápido que no le menciono nada respecto al dibujo de la parte posterior. Ya lo descubrirá por cuenta propia. Prefiero que lo note cuando yo ya no esté para presenciar su reacción.
—Gracias, Kiara —contesta sin ganas. Sospecho que rehúye mi mirada porque no quiere que lo vea llorar.
—¿Qué ocurre? —Me acomodo a su lado, indispuesta a dejarlo solo sabiendo que algo lo agobia—. Esperaba encontrarte en la cafetería.
—¿Fuiste a buscarme? —Asiento, aunque me mira con incredulidad.
—¿Por qué te sorprende tanto?
—Porque desde hace unas semanas ya no pasas las mañanas conmigo. —Una punzada de culpa atraviesa mi pecho al develar un ápice tristeza en su voz—. ¿Te aburrí hablando de libros?
—No es eso —niego. Me gusta escucharlo y vislumbrar el brillo que enciende sus ojos cuando habla de sus historias—. Lo lamento, no pensé que...
—¿Que te extrañaría?
—¿Me extrañas?
Sus comisuras tiemblan, por lo cual su sonrisa desaparece sin demora. Aquella que esbozaba ayer se ha esfumado por completo.
—Sí, pero no tienes que disculparte. Está todo bien.
—¿Seguro que no sucede otra cosa?
—Mi padre llegó a la ciudad y quiere que nos veamos mañana. Acabamos de discutir y sufrí un ataque de ansiedad —responde y el corazón se me encoge. Sin embargo, me paralizo al recordar la imponente figura del señor Relish—. Ya sabe que descubrí la verdad, yo mismo se lo reclamé. No pude contenerme. Esto me sobrepasa —titubea en medio de un sollozo ahogado. Sus manos empiezan a temblar, así que las tomo entre las mías—. No entiendo por qué se empeña tanto en restregarme que lo decepciono. No soy tan fuerte.
Termina de romperse. Su respiración se vuelve pesada y me asusto porque creo que aún le falta el aire. Me acerco a él y lo enfundo en un abrazo, permitiéndole descargar sus emociones. Cierra los ojos con fuerza, en tanto las lágrimas que derrama empapan mi blusa. Quisiera poder ayudarlo, mas no sé cómo. Me duele verlo así. Me frustra por completo no poder hacer nada para que se sienta mejor.
—Sí lo eres.
—Pero estoy llorando de nuevo —masculla, abrazado a mí. Oculta su rostro en mi cuello y percibo su respiración pesada.
—Los chicos también lloran, Sebas. No hay nada malo en ello y mucho menos en ti —le garantizo. Acaricio su espalda y aguardo a que sus músculos se destensen—. Fuiste quien me acompañó en el momento más difícil de mi vida, ahora me toca a mí estar para ti. No te considero una carga. Te admiro. Luchas contra la ansiedad todos los días y para eso se necesita bastante fortaleza. Si tu mente te dice lo contrario, te está mintiendo. Vales más de lo que ella te hace creer. Agradezco que me des la oportunidad de estar contigo en esto. Espero no defraudarte jamás.
Permanecemos en la misma posición unos minutos y por más que desee quebrarme, me esfuerzo por mantenerme firme. Una lágrima resbala por mi mejilla y me la limpio a toda prisa.
—Mi madre sigue sin dirigirme la palabra —murmura. Inhala y exhala menos agitado—. No sé si actúa como si no le importara o realmente no quiere saber nada de mí. Nunca contesta mis mensajes y mis llamadas saltan al contestador.
—Si ella no está orgullosa de ti, lo estaré yo y también deberías estarlo tú. Tus letras son magia, ¿alguna vez te ha puesto a pensar en tu talento?
—A veces siento que no lo hago bien. Hay miles de escritores mejores que yo.
—Nadie es mejor que nadie. —Acuno su rostro en mis manos y deposito un beso en su frente—. ¿Y cuándo la escritura se convirtió en una competencia? Según te escuché decir un día, es una forma de libertad. Tu pasión, el aire que respiras.
—Trabajaré para ser un bueno en esto —afirma y suena como un juramento. Le sonrío, aunque me estremezco cuando me acaricia la mejilla—. Quiero escribir buenos libros, historias capaces de profesar sentimientos que oculté por temor y que ya me cansé de esconder. Desearía que mis padres me dejaran compartirles la felicidad que me produce construir un mundo mediante palabras.
—Puedes compartirla conmigo. Siempre me tendrás aquí.
—¿Te gustaría sentarte en nuestra mesa durante el almuerzo? —Pestañeo, descolocada. Pensé que no me lo preguntaría.
—Hoy he quedado con Ethan y Thalia. —Me reprocho a mí misma por sentir mi respuesta como un lamento. Debería alegrarme almorzar con mis amigos—. Mañana, lo prometo. Él quiere contarme algo importante.
Ayer me propuso quedar en la parte céntrica del patio y el asunto no para de carcomerme la cabeza, ¿qué necesidad de mantener el misterio? Ahora estoy nerviosa.
—Ya no ha vuelto a incomodarte, ¿verdad?
—No, descuida. Somos buenos amigos —le miento para no alarmarlo. Quizá sea mi culpa que Ethan me silbara un par de veces y apretara mi muslo con fuerza. Debí frenarlo—. ¿Te acompaño a clase? Todavía es temprano, podemos entretenernos en el camino.
Intento cambiar de tema para no delatarme. Sebastián me conoce y le sería fácil percatarse de que oculto algo. No quiero comentárselo a nadie. Me da vergüenza.
—¿Comprando cereales de almohaditas?
—Y donas con glaseado de chocolate.
—Entonces vamos. La comida casi nunca me viene mal. —Se levanta del sillón, ahora sonriendo. Recojo su libro del suelo y se lo entrego cuando veo que lo busca con la mirada.
—No querrás olvidarlo aquí. —Sebastián niega. Enloquecería si lo perdiera. Lo entiendo, también entré en pánico cuando extravié mi cuaderno de dibujo.
Abandonamos la biblioteca y caminamos con dirección al edificio de Literatura, no sin antes pasarnos por el comedor para comprar cereales y una dona. En esta ocasión, con relleno de fresa porque no quedaba de chocolate. Apenas ingresamos, un grupo de chicos clava su vista en la chaqueta de Sebastián y murmuran algo que no logramos escuchar. Él sigue de largo sin fijarse en el dibujo.
Ascendemos a la segunda planta mientras mordisqueo mi dona y saboreo la cobertura. Volteo cuando una voz familiar llama a Sebastián y uno de sus amigos aparece detrás de nosotros, por lo que es imposible que no observara la pintura.
—¿Quién dibujó eso ahí? —Axel señala la parte trasera de su abrigo y se gira para apreciarlo—. Sin ofender, pero dudo que lo hicieras tú.
—No me digas que de nuevo tengo una mano verde en el trasero.
—No, me refería a que...
—¿Tengo un pie azul?
—¡No! Traes un dibujo en la espalda... —Desvío la vista apenas la mirada de Sebastián se posa en mí. Axel se percata de mi expresión y farfulla una disculpa—: Perdón, ¿no debía decirlo? ¿Era sorpresa? ¿Lo arruiné?
—No quería que se diera cuenta todavía —le aclaro, entretanto Sebastián batalla por visualizar el dibujo, dando vueltas sobre su mismo eje—. ¿Por qué no te quitas la chaqueta en vez de girar como un perro persiguiendo su cola?
—Buena idea. —Maniobra para sacársela sin soltar su libro ni el paquete de cereales y avanzo hacia a la derecha con disimulo, preparada para huir—. Axel, no dejes que se vaya.
El aludido me bloquea el paso y reculo sin otra opción. El corazón me martillea dentro del pecho y la adrenalina se acrecienta.
—Lo siento —se disculpa Axel con una sonrisa—. Si no obedezco desquitará su furia escribiendo y sufriré leyendo los próximos capítulos de sus historias. Me conviene tratarlo bien y prestarle todos los libros que quiera.
Sebastián escudriña su abrigo y acaricia la textura con los dedos. Intento descifrar qué emoción esconden sus facciones. Podría estar enojado porque no le pedí permiso o triste porque tal vez era su casaca favorita y acabo de estropearla.
—Kiara, ¿fuiste tú?
Engullo de un bocado lo que queda de mi dona y tras desechar el envoltorio, balbuceo una respuesta.
—Me encanta —admite, al tiempo en que vuelve a colocársela y expulso un suspiro de alivio—. Aún no sé cómo logras hacer dibujos así, ¿qué obra es? Me parece haberla visto antes.
—El viñedo rojo de Van Gogh. En una chaqueta mía dibujé La noche estrellada —le comento, pese a que ya lo notó cuando nos cruzamos en la biblioteca—. ¿Creen que me quedó bien?
Ambos asienten. Sebastián abre la bolsa de cereales y nos ofrece un poco. Yo no dudo en coger todos los que me alcanzan en una mano mientras que su amigo resulta más moderado.
—Deberías pintar otras réplicas —me propone Axel—. Te sugiero probar con El grito de Edvard Munch o La persistencia de la memoria de Salvador Dalí.
—Necesitaré más chaquetas si quiero renovar mi guardarropa.
—Solo ve a donde guardan los objetos perdidos y toma las que encuentres allí. —Se lleva a la boca un cereal de almohadita—. Nadie reclama esas cosas. Para algo tienen que servir.
—¿Piensas que hayan olvidado libros también? —interviene Sebastián con los ojos brillosos.
—No, esas joyas no se dejan tiradas. Sería una falta de respeto —sentencia Axel—. A propósito, ¿elegiste alguna historia para nuestra lectura conjunta de la próxima semana?
—¿Lectura conjunta? —inquiero, en tanto acabo los cereales que cogí.
—Sí, elegimos un libro de Wattpad para leer la primera semana de cada mes. Dividimos los capítulos por días con el objetivo de acabarlo con exactitud en ese tiempo —explica Axel y enarco una ceja. Me cuesta confiar en que Sebastián respeta las reglas—. Para diciembre estoy entre El diario de una chica invisible o Tú decides. Este último es un libro-juego, el lector escoge lo que sucederá consigo.
—La primera vez que intenté leerlo me mataron más de seis veces —refunfuña—. ¡Fui a la policía y no me hicieron caso! ¿Para qué trabajan si no atienden las denuncias?
—Cinco billetes a que muere en el segundo capítulo. —Codeo el brazo de Axel, quien acepta la apuesta.
—Yo digo que lo matan en el cuarto.
—Que susurren no significa que no los oiga —protesta Sebastián, cruzado de brazos.
—Ya veremos a quién asesinan primero —concluye Axel, palmeando su hombro—. Y no, no te revelaré la secuencia correcta si termino el libro antes. Averíguala tú, muere y resucita con el poder de Wattpad.
—A mí no me mires, tampoco te ayudaré a ganar —enfatizo, cuando fija la vista en mí, buscando ayuda.
—Te compro una dona.
Lo pienso mejor.
—No —rechazo de nuevo—. Tengo suficiente dinero como para comprarme una caja entera. Renueva tu propuesta y tal vez acepte.
—¿Un chicle? —Vuelvo a negar.
Una mujer alta de cabello corto y gafas pasa por nuestro costado y nos saluda antes de ingresar al aula. Le cuelga del hombro una cartera y sostiene entre sus brazos algunas carpetas de archivos. Imagino que será su maestra, puesto que acomoda sus pertenencias sobre el escritorio y los estudiantes guardan silencio.
—Prepárate para morir mientras nosotros nos burlarnos de ti por ser una presa tan fácil —finaliza Axel y se aproxima a la puerta del salón cuando la profesora empieza a escribir en el pizarrón. Se gira hacia Sebastián—. ¿Vienes?
—Espérame adentro. No tardo.
Su amigo aprovecha un descuido de Sebastián para arrebatarle la bolsa de cereales y alejarse a toda prisa. El agraviado frunce el ceño y se aferra a su libro apenas nos quedamos solos, como si este le transmitiera seguridad.
—La apuesta que hice con Axel sigue en pie. No la retiraré ni cederé ante tus sobornos —afianzo, para suavizar el ambiente. Continúa tenso.
—No planeaba pedirte eso —aclara y ladea una sonrisa—. Me preguntaba si te gustaría que ambos usáramos nuestras chaquetas con las pinturas de Van Gogh mañana.
—Claro que sí. Me encantaría.
—Entonces te lo recordaré a la salida para que no lo olvides.
Nos despedimos sin tocar el tema de la llamada que recibió esta mañana. Si le costó librarse de sus pensamientos, sacar la plática lo sumiría de nuevo en ellos. Quiero darle un abrazo, pero una vez que se adentra a la sala no puedo más que sonreírle. Introduzco las manos en los bolsillos y me dirijo a mi pabellón. Estando sola entre los pasillos, me acuerdo los comentarios que Ethan y Thalia soltaron la primera y única vez que me vieron usar mi chaqueta el año pasado. Agradecí que ayer no descubrieran mis zapatillas, mas el diseño de la casaca que pinté resulta demasiado vistoso. A mí siempre me gustó personalizar mi ropa, ¿y si ya llegó el momento de mostrarme como soy?
Aquello me intimida, así que intento apartar esa idea durante toda la jornada de clases, pues no posee intenciones de dejarme en paz. Finjo prestarles atención a los maestros, aunque tengo la mente en otro lado. Por suerte, logro responder correctamente cuando uno me pregunta algo referente al tema y vuelvo a enterrar la cabeza en mis apuntes. Cuando llega la hora de almuerzo, soy la primera el salir del aula y me pierdo entre los estudiantes tan rápido como puedo para que Thalia no me encuentre si es que decide venir a buscarme. Sé que Ethan también me espera, mas debo acudir a un lugar primero. El departamento de Psicología de la universidad se ubica en un extremo alejado del campus y en algunas ocasiones suelen atender a los alumnos sin necesidad de una cita, detalle del que saco ventaja. Nos hallamos en hora de receso, de modo que quien sea que se sitúe allí, no estará ocupado. Apenas ingreso, descubro la puerta del despacho semiabierta. Aun así, toco antes de entrar y aguardo a que el doctor Ferrara se voltee.
—Adelante. —Levanta la vista del portátil y extiende su mano a modo de saludo—. Buenas tardes, ¿puedo ayudarte en algo?
—Soy Emily Rose, estudiante de la facultad de Artes Plásticas.
—Siéntate si gustas. —Obedezco y me acomodo en la silla delante de él—. ¿A qué se debe tu visita? ¿Qué te ocurre?
Una parte de mí piensa contarle lo que desde hace unas horas revolotea en mi mente. Pero no creo que posea tanta importancia como el problema de Sebastián, así que lo descarto de inmediato.
—En realidad quiero hablarle sobre un amigo —le especifico—. Él sufre ataques de ansiedad y no sé cómo ayudarlo. Temo que le suceda algo malo. A veces se le dificulta respirar.
—Es imposible que se ahogue, por ese lado puedes quedarte tranquila —asevera y vacío parte del aire contenido en mis pulmones—. Cuando tenemos ansiedad solemos hiperventilar, lo cual disminuye en anhídrido carbónico en la sangre y el reflejo respiratorio. Esto hace que lo pensemos así —me explica—. ¿Con cuánta frecuencia le sucede?
La primera vez que lo vi padecer uno fue a los diez años, cuando sus padres le informaron que debían practicarle una segunda cirugía en la pierna para retirarle el tejido afectado por el cáncer. En ese momento develé la fortaleza que atesoraba en su interior y que, por mucho que lo niegue, siempre estuvo ahí.
—Antes los afrontaba más a menudo que ahora, pero eran menos intensos. No me gusta que atraviese esas crisis.
—Te daré algunos consejos de cómo actuar en caso de sufra un ataque de ansiedad mientras está contigo. Tú escoge la técnica que creas conveniente la próxima vez que le pase, ¿te parece? Aunque esperemos que eso no sea pronto.
—Afrontó uno esta mañana y no supe qué hacer. Intenté hablarle para que me escuchara a mí y no a sus pensamientos, pero dudo haberlo ayudado. Quiero demostrarle que estaré allí para él.
El psicólogo me sonríe, mas no consigo regresarle aquel gesto. Juego con mis manos y paseo la mirada por los diplomas que cuelgan de la pared de su oficina, nerviosa.
—Los ataques de ansiedad llegan a su máximo apogeo transcurridos los diez minutos y duran alrededor de quince o media hora —me informa—. No suelen prologarse, pero en caso de que los síntomas aumenten, se recomienda acudir a Urgencias.
—Ojalá no deba recurrir a esa opción.
El doctor Ferrara me revela un par de técnicas que, según él, funcionan en la mayoría de sus pacientes. No está mal preocuparse de la salud mental, lo que está mal es dejarla de lado. Nuestro cuerpo merece vivir envuelto en un alma saludable. Con una mente que sirva de compañía y que no represente ningún tipo de calvario.
Nunca me ha pasado lo mismo que a Sebastián, por lo que me cuesta comprender qué le sucede a la perfección. Por eso decidí acercarme aquí. Nadie merece sufrir de ansiedad solo. Sé que puede con ello, pero quiero hacérselo más llevadero quedándome a su lado.
—La primera técnica consiste en cerrar los ojos tomar aire mientras cuentas hasta cuatro, retenerlo unos segundos y luego soltarlo. Si te fijas en que su pecho y abdomen se llenan, lo estará haciendo bien —me indica, en tanto retuerce un lapicero entre sus dedos—. También servirá que nombre cinco cosas que observe su alrededor, cuatro sonidos que escuche, tres cosas que sienta en ese instante, dos olores que perciba y una cosa que saboree. De igual manera, sería útil que te describa un ambiente, lugar o momento que le transmita calma. Debes ayudarlo a visualizar este escenario en su mente, para lo que podrías solicitarle detalles. Con esto se busca desviar su atención de aquello que lo agobia para luego abordar la situación con mayor tranquilidad y resolverla.
Mi móvil suena e interrumpe la charla, por lo cual esbozo un gesto de disculpa hacia el psicólogo. Me saco el teléfono del bolsillo y lo coloco en silencio, apenada. Ethan está enviándome muchos mensajes.
—Perdone. Olvidé silenciarlo.
—No hay problema, ¿todo en orden?
—Lo lamento, he quedado con un amigo para almorzar. —Supongo que, mientras más rápido me reúna con él, más pronto terminará esto. Así que me levanto de la silla.
—No te noto muy contenta.
—A veces me confunde. Siento que intenta controlarme, aunque quizá solo se preocupa por mí.
—Entre la preocupación y la obsesión existen diferencias muy marcadas. —Retrocedo unos pasos y me esfuerzo por no salir corriendo, atemorizada—. Si ese chico no te inspira confianza y te abruma, lo mejor será que te alejes de él, porque tú no mereces que te hagan sentir incómoda. Los amigos son con quienes puedes mostrarte tal cual eres sin temor a que te juzguen. Hacen que te sientas libre, no encerrada ni obligada a cambiar para agradarles.
—No siempre me tratan del mejor modo, pero pienso que tal vez hayan tenido un mal día. No me gusta discutir. Nunca he peleado con nadie.
—¿Qué es lo peor que puede pasar si lo haces?
—Me quedaría sola.
«Si mi lugar no está junto a ellos, ¿a dónde pertenezco? No puedo dejarme a la deriva».
—¿Y te asusta la soledad? —Cuando niego, siento como si mintiera—. Pase lo que pase, siempre te tendrás a ti. Eres suficiente, capaz de rellenar tus propios vacíos. Tu esencia alcanza y hasta sobra. No necesitas a nadie para ser feliz. Si las personas que te rodean te lastiman, cambia de entorno. Justificarlos solo te atará a ellos.
—Entonces trataré de construir mi propia felicidad —le aseguro, con mil dudas en mi mente—. Gracias por todo, doctor. Espero encontrarlo por aquí después.
—Cuando quieras serás bienvenida.
Me despido con una sonrisa y abandono la oficina. Al momento en que abro la puerta, un chico que yacía sentado en la sala de espera, se pone de pie e ingresa. Imagino que habrá estado aguardando su turno. Me dispongo a salir del sitio para averiguar de una vez por todas qué quiere Ethan, aunque deseo librarme de él tan rápido como sea posible. Antes no sentía ganas de apartarme las pocas ocasiones que se me acercaba. Sin embargo, alguien llama mi atención. Pese a que se encuentra atento a su móvil, el esmalte de sus uñas lo delatan.
—Logan, ya sé que eres tú.
—¿Yo? —Voltea, haciéndose el desentendido—. De acuerdo, me descubriste. No pensé que también venías aquí.
—Esta es mi primera vez, de hecho. Quizá me pase más seguido. —Tomo asiento en uno de los sofás. A Ethan le molestará mi demora, pero a estas alturas ya me da igual—. El doctor Ferrara me agrada.
—Sí, no tendrá dulces para regalarles a sus pacientes, pero mi tío es muy bueno en su trabajo.
—¿Son parientes?
—Es hermano de mi madre. Se lo presenté a Sebastián el primer día de clases por la mañana, antes de la tragedia del balde de pintura que...
—Que se atoró en mi cabeza —complemento, con el vivo recuerdo del sombrío suceso—. ¿Te parece divertido que una chica esté de lo más tranquila y de pronto todo se vuelva negro? ¡Pensé que se había apagado el sol! Luego sentí la pintura y choqué contra un poste en un intento de quitarme la cubeta.
—Creía que nadie superaría el incidente de mi chaqueta atascada en la puerta del tren —pronuncia entre risas, las cuales deben oírse hasta la habitación contigua—. Lo tuyo fue épico, aunque sigo sin olvidar que me negaste un autógrafo, ¿cómo te atreves?
—Lo único que firmo son lienzos, pero te agradezco el reconocimiento. Siempre recordaré la semana en que me convertí en toda una celebridad.
Pese a que en ese instante me sentó fatal y le presté demasiada atención a las redes sociales, me reiría de mí misma si volviera a ocurrir.
—Perdón, creía que no te molestaba —se excusa y niego, pues he cambiado de opinión.
—En su día, sí. Hoy ya no. Casi todos lo han olvidado.
—Y tú ya no odias a mi mejor amigo, ¿cierto?
—Jamás lo odiaría por algo que hizo sin querer.
—Él me ha contado tantas veces su historia que podría hacerte una representación teatral ahora mismo.
No dudo de que sí. A pesar de que desearía saber qué le habló Sebastián sobre mí, prefiero no indagar. Sonaría extraño, por eso paso a otro tema.
—¿Cómo ha estado todos estos años?
—No paró de escribir ni un solo día, terminó dos historias en Wattpad y se apuntó a un curso de Escritura Creativa —me sonríe con amplitud, como si compartiera la misma ilusión—. Mejoró su rendimiento académico en la escuela al no ausentarse tanto y ganó varios certámenes literarios. Sus ataques de ansiedad seguían siendo constantes, así que fuimos a terapia...
—¿Fueron?
—Allí nos conocimos.
Su expresión varía, mas no borra su sonrisa ni baja la mirada.
—Me alegra que encontrara a alguien como tú.
—¿Como yo? ¿Qué tengo yo?
—El que estuvieras con él mientras atravesaba todo eso significa mucho. No cualquiera lo haría. A Sebastián le cuesta abrirse y si halló en ti una persona en quien confiar es porque le demostraste que no te irías de su lado. Lo alentaste a enfrentar a sus padres y a perseguir los sueños que merecía cumplir. No permitiste que se rindiera.
—No le digas que te dije esto porque se supone que carezco de sentimientos, ¿va? Pero lo considero muy especial para mí, aunque me empeñe en fastidiarlo todo el tiempo.
—Descuida, tu secreto estará a salvo conmigo.
—¿También podrías no contarle a Ivet que me viste aquí?
—No hay nada de malo en venir al departamento de Psicología —alego, por si le avergüenza que lo encontrara en este sitio—. Si te sientes mal, está bien que recurras a...
—Me siento perfecto —me interrumpe, tajante—. ¿Puedes no decirle nos topamos acá? Por favor.
Asiento, aunque ni siquiera me lo había planteado. Y aun si lo hiciera, ella no lo trataría diferente por eso. Abandono mi sitio y me aproximo a la puerta de salida, dado que Ethan debe seguir esperándome e inquietándose por mi tardanza.
—No lo haré. Quédate tranquilo.
—Gracias, ¿ya te vas?
—Sí, traigo prisa y aún no he almorzado.
—Yo tampoco —se queja. Pasea su vista por el lugar y junta las cejas—. Deberíamos organizar una actividad para recaudar fondos con el fin de adquirir una máquina expendedora y colocarla acá. Aunque no creo que mi tío apruebe el proyecto. Detesta la comida chatarra.
—Si las personas no se dañan los dientes, los dentistas perderán el trabajo. Viéndolo desde ese punto, debería apoyarnos.
—Utilizaré tu argumento.
Me hubiera gustado quedarme platicando otro rato, mas Logan ingresará al consultorio y yo prometí reunirme con Ethan. Meses anteriores me emocionaba la idea de que se acercara de mí. Ahora, por el contrario, me incomoda su presencia. Él y Thalia me aseguraron que no estaba a la altura de los demás artistas que participarán del concurso, pero, ¿cómo creceré si no me enfrento a ellos?
Quiero desafiarme a mí misma, romper los límites establecidos por mi mente y demostrarme que soy capaz de alcanzar cada estrella de mi cielo. Que todos esos sueños serán míos. He trabajado duro por ellos y merezco adueñarme de ellos. Mis alas son lo suficientemente fuertes para volar hasta donde se encuentran y recolectarlos uno a uno. Están repletas de colores y hechas de dibujos, lienzos, acuarelas y pinceles. Si dejo de perseguir mis estrellas, estas se apagarán.
Camino directo a las mesas situadas afuera de la cafetería, punto donde acordé verme con Ethan. No obstante, conforme me aproximo percibo miradas clavándose en mí y mis latidos se aceleran apenas me fijo en el ramo de flores que sostiene. Thalia le palmea el hombro y se aparta, uniéndose al tumulto de personas que de repente nos rodea. El estómago se me revuelve cuando noto que varios nos enfocan con sus móviles.
—Perdona la tardanza. —Fuerzo una sonrisa e Ethan se inclina para observar detrás de mí, como si buscara a alguien. Frunzo ligeramente el ceño—. ¿Ibas decirme algo?
—Más bien pensaba hacerte una pregunta. —Toma mi mano y tira de esta para obligarme acercarme—. Estos últimos meses me he dado cuenta lo increíble que eres y desearía que tenerte para mí todo el tiempo. Me gustaría presumirte delante de la gente y convertirme en el dueño de una chica tan genial como tú, ¿quieres salir conmigo?
***
¿Qué creen que le conteste Kiara a Ethan? ¿Aceptará salir con él?
Antes de añadir algo más, ojalá que los tips para manejar ataques de ansiedad les sean de utilidad ❤️ quizás alguno les funcione. De todas formas, nunca está de más acudir a un profesional de salud mental si necesitan ayuda. Sé que a veces resulta muy difícil acceder a estos servicios, pero espero que puedan hacerlo si consideran que los requieren.
Sebastián afrontó uno en este capítulo luego de que discutiera con su padre, ¿cómo piensan que saldrá el encuentro con él cuando este llegue a la ciudad?
Actualizaré de nuevo el próximo domingo, les deseo una linda semana 💕
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