21| Dibuja tu historia
Sostengo el folleto que imprimí anoche entre mis manos y avanzo rumbo al comedor principal. Lo releo incontables veces sin saber qué decisión tomar. Pensaba mencionárselo primero a Anthuanet, mas no la encuentro por ningún lado. Hoy me animé, después de tanto tiempo, a volver a utilizar las zapatillas negras que yo misma personalicé. El diseño presenta un fuerte contraste, ya que le añadí estrellas y detalles dorados a la parte delantera. Planeo mostrárselas a mi amiga en clase de Dibujo Técnico, luego del primer receso.
El frío me cala los huesos y froto mis brazos para entrar en calor. Debería llevar puesto mi abrigo, pero lo olvidé en el auto de Diego. El invierno se ha acentuado, trayendo de regreso a la época que más detesto del año. Los recuerdos me atacan como pequeños destellos de oscuridad y las imágenes del día en que murió mamá regresan. Están por cumplirse nueve malditos años.
A Sebastián no parece disgustarle el clima, porque sigue asistiendo a la cafetería por la mañana. Ivet me invitó a sentarme en su mesa la semana pasada durante el almuerzo y aunque no lo comenté, hubiese querido que fuese él quien lo hiciera. Pensaba acompañarlos de todos modos, mas Ethan y Thalia insistieron en que me quedase con ellos. Este último no deja de confundirme. Un día se muestra amable conmigo y al otro me envía cientos de mensajes preguntándome en dónde o con quién estoy y se enoja al no obtener respuesta de mi parte. Antes creía que era su forma de preocuparse por mí. Sin embargo, Ivet también lo hace y jamás se comporta así. Cierta vez le reclamé, pero eso causó que se enojara conmigo y me sujetara tan fuerte de las muñecas que el dolor tardó en esfumarse. No sé si estuvo a punto de golpearme, mas no me gustaría averiguarlo.
Ingreso a la cafetería y agito mi mano para saludar a Martha. Después me volteo hacia donde me espera Thalia, quien rueda los ojos y la observa con desdén. Ethan levanta la mirada de su celular y voltea hacia el mostrador.
—¡Martha, tráeme un café exprés! —vocifera desde la mesa, atrayendo las miradas de los demás—. Y rápido, si no te importa. Ya debo entrar a clases.
La aludida asiente desde su posición y se apresura a preparar el pedido de Ethan. Nuestra jornada estudiantil no empezará hasta dentro de cuarenta minutos, así que no presenta motivos para apurarla. Salvo que quiera fastidiarla.
—Espero que seas más educado la próxima vez —le reprendo y oculto el folleto debajo de la mesa.
—¿Quieres que le dé propina extra solo por acercarme la bebida?
—No me refería a eso, sino a que...
—Emily, solamente es la cocinera —me interrumpe Thalia—. Nosotros estudiamos aquí. Está en la obligación de atendernos. No tenemos que agradecerle por ejercer la labor que le corresponde.
—Y Martha no tiene por qué tolerar le hablen así.
Aprieto los labios, harta de sus malos tratos y más. Esta no es la primera vez que ocurre y, aun así, Martha los saluda cada que los ve. Aunque ambos ni se molestan en contestarle.
—La tratamos como se debe —arremete Thalia, con una frialdad que me sorprende—. Trabaja para la universidad. Sus manos están cubiertas de grasa y su función más importante consiste en trapear el piso de la cocina. Seguro ni ha cursado una carrera universitaria.
—¿Qué interesan sus estudios? ¿Acaso ellos definen el grado de respeto que se merece una persona?
—¿Viniste a discutir con nosotros o a contarnos algo importante? —me increpa Ethan.
Una parte de mí ha cambiado de opinión y ya no desea enseñarles el folleto. Pero la esperanza de que esto suavice el ambiente me impulsa a tenderles el afiche. Él lo coge en seguida y lo lee junto a Thalia.
—Quiero inscribirme en esa competencia —anuncio e intento que no me tiemble la voz—. Los participantes deben contar un relato a través de dibujos. Sin texto, únicamente mediante imágenes. Quien gane gozará de un premio sorpresa y creo que...
—¿Que puedes ganar? —Thalia alza la vista del volante y me lo entrega—. Dudo que estés a ese nivel. Se nota que va dirigido a artistas calificados y con mayor experiencia. Solo ganaría alguien con un talento innato.
Volteo hacia Ethan, deseando que la contradiga, pero no sucede.
He ocupado buenas posiciones en la mayoría de los certámenes en que participé, mas en este concurso no existen categorías. Cualquier persona está invitada a participar, así que me toparé con artistas con años de trayectoria y aquello me intimida. No obstante, el galardón secreto me incita a probar suerte, ¿qué tal si exhibirán las obras del ganador en la galería? Hasta el momento, mis pinturas solo han estado colgadas en la nevera y en el árbol de mi habitación. Sería un sueño hecho realidad que traspasaran las paredes de mi casa.
—Te falta mucho para igualarlos. —Ethan señala el dibujo situado al reverso de la hoja: una de las obras que expone la galería. Me detengo a analizarlo y mis dudas regresan—. Te soy sincero ahora porque no quiero que te desanimes cuando pierdas. Lo mejor será que no te apuntes. Tal vez dentro de unos años alcances la talla, pero de momento no.
Justo cuando planeo contestarle, Martha se acerca a nosotros. Le entrega a Ethan la taza de café que pidió y él expulsa una risa apenas repara en la macha de salsa de su delantal.
—Aquí tiene. Disculpe demora.
—Échele dos cucharas de azúcar —ordena, como si fuera incapaz de hacerlo él. Ella obedece sin rechistar.
—Muchas gracias, Martha —le sonrío y observo a Thalia por el rabillo del ojo, enojada por la risa que no disimula. Qué le divertirá tanto.
—Los dejo. Estaré en la barra por si se les ofrece otra cosa. Que pasen un lindo día.
Martha corre de vuelta al mostrador cuando un grupo de estudiantes lo golpea con una moneda para atraer su atención. Se aleja tan rápido que no alcanzo a responderle. Thalia se aclara la garganta.
—Sigues añadiéndole efectos realistas a tus dibujos con papel. Los certámenes de prestigio no lo permiten. Tampoco admiten bocetos incoherentes.
—Concuerdo con ella —afirma Ethan. Doblo en cuatro el folleto y lo guardo en mi bolsillo—. Me cuesta comprender lo que dibujas, Emily. No les encuentro sentido.
—No tienes tres años. Te recomiendo probar nuevos estilos y aceptar las críticas en lugar de resentirte si es que deseas llegar lejos.
—Lo tomaré en cuenta.
No debí contárselo, aunque esperaba esa reacción. Pero aun con sus comentarios, mis ganas de inscribirme no desaparecen por completo. El que a ellos no les gusten mis trabajos no significa que sean malos. Puede que a los jueces les agrade tanto como para ubicarme en un buen lugar.
Con la excusa de que necesito terminar un trabajo, abandono la cafetería. Me dirijo al aula de Dibujo Técnico y al ingresar, me acomodo adelante para no requerir mis gafas de descanso. Saco de mi mochila el nuevo cuaderno de dibujo que compré y examino los bocetos que contiene. Me gustan. Estoy conforme con ellos y no quiero cambiarlos en nada. Representan una parte de lo que soy, una de la que me siento orgullosa.
—¿Tú lo dibujaste? —Giro al oír a Anthuanet, quien viene hacia mí y se sienta en la carpeta de mi derecha—. ¡Me encanta! Te ha quedado increíble.
En la primera página, coloreé a una chica de espaldas, con auriculares puestos y la vista fija en una plazoleta vacía. De sus audífonos brotan notas musicales que se convierten de a poco en dos siluetas femeninas, que danzan al compás de una melodía. Sin duda las retrataré de nuevo. Así como los escritores elaboran personajes para introducirlos en sus historias, la imaginación de los artistas maquina rostros que se cuelan en sus dibujos.
En la siguiente hoja, una banda toca arriba de un escenario en el interior de una guitarra, frente a una multitud. Algunos rayos de luz ingresan por la boca del instrumento y los iluminan cual reflectores. Conforman la agrupación una chica que rasguea su guitarra eléctrica sin cesar, otra que se pierde cantando la melodía, una tercera que juega con teclado, un chico que golpea las baquetas contra los tambores de su batería y otro que acompaña a la voz principal.
—Por un instante siento que mi lápiz cobra vida propia.
—¿Qué te inspira?
—Desde una sonrisa hasta la manera de caminar de una persona.
—¿Hay alguien en particular?
Sebastián. Su imagen reaparece dentro en mi mente aquel viernes en que colgamos mis dibujos en la pared de mi habitación.
—Quizá sí y está escondido entre mis trazos.
—¿Quién te enseñó a dibujar así? —Anthuanet me sonríe de vuelta y señala el dibujo de la banda.
—Mi mamá, por eso pienso dedicarle todo lo que logre. Cuando alcance las estrellas, dibujaré con estas su sonrisa y le pondré su nombre al universo.
—Apuesto a que le enorgulleces bastante. Eres maravillosa. Debe decírtelo mucho.
—Sí, me lo decía seguido —rememoro, con una pizca de nostalgia. La extraño muchísimo—. Falleció hace unos años de leucemia. —Anthuanet aplana los labios y opto por ahondar en un tema menos doloroso—. Amaba pintar, era su pasión. Siempre me alentó a perseguir mis sueños y si estoy aquí es también gracias a ella, porque creyó que podía conseguirlo todo.
Prometió no olvidarse de mí y dondequiera que se encuentre, sé que aún me recuerda. Mi madre jamás rompería una promesa. De seguro todavía se acuerda de esa niña de diez años que rompió en un llanto desgarrador mientras la trasladaban al cementerio. Aquella a la que tuvieron que retirar porque sufrió un ataque a mitad del entierro. Quien le lanzaba pétalos de rosas blancas a su ataúd y luchaba por mantenerse de pie. Esa niña ahora tiene diecinueve años, estudia Artes Plásticas y sueña con fundar su propia galería de arte en Florencia.
—¿Y tú alguna vez dejaste de creer en ti?
—Quisiera responderte que no, pero estaría mintiendo.
—Todos tenemos inseguridades, no pasa nada. —Agacho la cabeza y desvío la vista, mas Anthuanet levanta mi rostro—. Hace unos años decidí estudiar la carrera de Ingeniería Industrial porque creía que no triunfaría en el ámbito artístico. Pero al final mi amor por él fue tan fuerte que enfrenté mis temores y llegué a este lugar. Cambié de rumbo antes de comenzar y elegí esta profesión. Me gusta más la escultura que las matemáticas.
—Tienes mucho que aportar al mundo. No importa si alguna vez te gritaron lo contrario. Nadie está en el derecho de desestimarte, ni siquiera tú misma.
—Ya entendí que este camino me pertenece, de ahí vino mi tatuaje. —Me muestra el símbolo de infinito en su muñeca, cuya curvatura superior yace dibujada por aves—. Por cierto, lindas zapatillas. Gran elección de colores, el dorado siempre resalta con el negro. —Bajo la mirada a mis zapatillas y les sonrío. Me gustaría usarlas más seguido—. ¿Qué es esto?
Observa el afiche que oculto en mis manos y, sin escapatoria, se lo entrego. Luego de escuchar a Ethan y Thalia no planeaba comentárselo a nadie más. Sin embargo, Anthuanet no parece la clase de persona que se burlaría de mí si pierdo.
—Un concurso en que pensaba inscribirme.
—¿Pensabas? ¿Por qué en pasado?
—Porque se me acabaron los materiales de arte —me excuso. Voy a participar, no importa lo que opinen mis amigos—. Compraré más luego.
—Si gustas te acompaño esta tarde —ofrece y me devuelve el afiche—. Conozco una tienda en el centro donde encontrarás lo necesario. Hasta venden aerosoles para pintar con fuego.
—Todavía no me considero lista para probar esa técnica, pero acepto, ¿paso por ti a la salida?
—Perfecto. Después vamos a la cafetería por provisiones. Tres paquetes de doritos deben ser suficientes para comer en el trayecto.
El salón de clases se llena cuando el reloj marca las once, hora en que culmina nuestro receso. Llegada la salida, me encamino a la primera planta del edificio para buscar a Anthuanet. Agradezco que ni Thalia ni Ethan vinieran por mí, pues me hubiera costado librarme de ambos. Durante el almuerzo no tocamos el tema del concurso, lo cual me alegra. Cuando los conocí no se mostraban de esa manera conmigo. Halagaban mis dibujos y mi trabajo en general, también parecían prestarme atención mientras hablaba. Pero ahora me debato en si han estado fingiendo todo este tiempo o si nuestra relación se ha deteriorado.
Ingreso a la cafetería principal con Anthuanet, quien se dirige a la máquina expendedora. Mis pupilas recorren los alrededores y se estanca en Ivet. Le envié un mensaje avisándole que acudiría al centro por materiales —sin especificarle el motivo todavía— y le pregunté si quería acompañarnos. Me contestó que justo planeaba ir al teatro en busca de entradas para la próxima función y acordamos encontrarnos en el comedor. La vislumbro sentada junto a Logan, en la misma mesa que Sebastián y otro amigo suyo.
—¡Emily! ¿Ya estás lista? —Ivet se pone de pie al verme. Asiento y me detengo frente a ellos—. Logan también vendrá.
El susodicho nos sonríe y Sebastián clava su mirada en la mía tras levantarla de su libro. Coloca un marcapáginas y cuando lo cierra, leo el título Lo que todo gato quiere escrito en letras blancas. Participó en un sorteo organizado por una editorial y esta vez la suerte se puso de su parte. Le entregaron el ejemplar apenas ayer y ya va por la mitad.
—Deja un poco de la novela para después, ¿de acuerdo? —El chico de anteojos palmea su espalda—. Si lo acabas en tres días, andarás buscando otro que leer en Wattpad mientras te quejas por no gozar de dinero suficiente para vaciar librerías. Aunque básicamente, en eso consiste tu vida.
—Te gusta presumir que tú tienes la mayoría de tus libros firmados, ¿no? —le cuestiona y el castaño no se molesta en negarlo, en tanto mira a Sebastián por encima del hombro.
—Puedes venir con nosotros —le propongo—. Si no estás ocupado, claro. No tienes que cambiar de planes por mí. No hay problema si pensabas hacer otra cosa o...
—No, estoy libre —afirma Sebastián.
Estas últimas semanas no hemos hablado tanto como me gustaría y reconozco que ha sido, en cierta manera, porque me las he pasado con Ethan y Thalia. Espero que pasamos más tiempo juntos desde ahora.
—¿En serio? Creí que pensabas quedarte a terminar el libro —interviene Logan, con el ceño fruncido.
—Nunca es malo salir a respirar un poco de aire fresco.
—¿Ahora lo dices? —replica Ivet y centro mi vista en Sebastián—. Cuando te invitamos nos contaste que tu plan de vida era encerrarte a leer y escribir hasta que tu cara estuviese más arrugada que una pasa, morir rodeado de libros y ser sepultado con ellos.
—Avancé varias páginas en clase, ¿sí? Me apena terminarlo tan pronto. Le he cogido mucho cariño y Axel tiene razón. Si lo acabo en tres días, me quedaré sin algo que leer en papel.
Imagino que le guardará una semana de luto a la historia después de culminarla como mínimo, por respeto.
—No tardaremos demasiado —le garantizo—. Regresaremos antes de las ocho.
—Me llevaré el libro para entretenerme en el camino —informa con una sonrisa—. ¿Alguien me presta una bolsa?
—¿Para qué? ¿Cometerás un asesinato y esconderás allí el cuerpo?
Aún pienso que vive huyendo de sus lectores de Wattpad, quienes lo buscan para que pague por sus crímenes. Me pregunto cuántos personajes habrá matado ese infeliz.
—Por enésima vez, no soy ningún asesino serial —se defiende—. La necesito para regurgitar fluidos gástricos por si me mareo leyendo en el transporte.
—No quería saber eso. —El chico de gafas desvía la mirada, asqueado, mientras yo contengo la risa.
—Despídete de tu hora de la siesta —le advierte Ivet a Logan, quien abandona su asiento para posicionarse junto a mí.
—Las entradas para el teatro lo valen —afianza, cruzado de brazos—. ¿Vienes, Axel?
Así descubro el nombre del chico de anteojos que casi siempre los acompaña. Él abre la boca para contestar, pero la cierra cuando Anthuanet llega a nuestra mesa con las tres bolsas de doritos.
—Y bien, ¿nos vamos a la estación? Puedes acompañarnos si deseas, Axel —le sonríe Anthuanet. Ivet se acerca a saludarla y esta nos entrega a ambas un paquete de doritos—. Traje uno para ustedes y dos para mí. No aceptaré ningún tipo de negociación.
—Ese no era el trato —protesto—. Acordamos que a cada una le correspondería una bolsa.
—Nunca hicimos ningún trato.
Cuando volteo hacia Axel, noto que rueda los ojos y alza una ceja en lo que parece un signo de fastidio. Anthuanet lo observa tan confundida como yo. No lo entiendo. Hace un rato se portó muy amable.
—Me gustaría acompañarlos, pero debo acabar un ensayo de Filosofía —farfulla, en una excusa que me cuesta tragarme. Se levanta de la mesa de golpe—. Lo siento, quizás otro día. Mi maestro estrenará conmigo su vara de madera si no presento el trabajo. Diviértanse.
Pienso insistirle en que nos acompañe, mas apenas lo conozco y, por ende, probablemente me ignore. Abandona el lugar a toda prisa, pero volteamos con la esperanza de que cambie de opinión y vuelva. No obstante, son otros chicos los que ingresan al comedor. Ivet se muerde el labio y luce tan apenada como Sebastián y Logan. Espero que no esté atravesando un mal momento.
—De acuerdo, chico con agenda abarrotada. Ojalá se sume la próxima vez. —Anthuanet retoma la conversación, intentando disimular su desconcierto, y se gira hacia los demás—. ¿Ustedes sí vienen?
—¿Sabes qué tren debemos tomar? —le pregunta Logan. Ella asiente e Ivet se adelanta a objetar antes de que le conteste.
—Vives aquí desde hace casi dos años, ¿y todavía no aprendes a desplazarte?
—Suelo ir en taxi desde que mi chaqueta se atascó en la puerta del tren y tuve que permanecer ahí parado hasta volvieran a abrirla en la siguiente estación —relata, provocando que Ivet, Anthuanet y yo rompemos a reír.
—Por lo menos no ocurrió con tu pantalón.
—No me sobra tanto trasero.
Aumentamos el volumen de nuestras risas sin poder evitarlo, al igual que Sebastián. Sin embargo, cuando una mosca se posa sobre la superficie de la mesa, Logan la aplasta con uno de sus mayores tesoros.
—¡Con mi libro no! ¿Por qué no la mataste con tu mano?
El agraviado saca un pañuelo de su bolsillo y se apresura a limpiar la portada.
—Recién me hice las uñas. —Mueve sus dedos y reparo en el esmalte negro con diseños geométricos blancos que las decoran—. Me gusta seguir el estilo de Jake Belmont.
—¿Y ese quién es? —le consulta mi mejor amiga y Logan la mira, horrorizado.
—Uno de los integrantes de Millenial Generation, una banda de pop-rock que la está rompiendo en Internet —nos explica Anthuanet, quien se encuentra más al tanto de la industria musical—. No sabía que pertenecías a su club de fans.
—El número uno.
—Es su banda favorita. Sueña con conocerlos —señala Sebastián y Logan asiente.
—Puedes contarnos todo acerca de ellos en el camino si quieres —lo anima Ivet—. Pero hoy es el último día para comprar las entradas para la función y no quiero llegar tarde.
Abandonamos la universidad para dirigirnos a la estación de tren Firenze SMN, ubicada en Piazza della Stazione, al norte de la ciudad. Abordamos el tren cuando este arriba a la parada y bajamos en nuestro destino. Sabemos que el teatro cierra sus puertas a las siete y aunque estemos a tiempo, no sé cuánto tardaré en buscar los materiales que necesito. Por esa razón, les sugiero a Ivet y Logan que vayamos allí primero. Entramos directo a la taquilla, pero me distraigo inspeccionando la ambientación del lugar, que ornamentaron con temática de La Divina Comedia.
Pegaron a la pared un triángulo invertido dividido en niveles que lleva escritos los nombres de cada círculo del Infierno. Se levantan a ambos lados de la figura dos antorchas de fuego y pienso sacarle una fotografía. Sin embargo, un pequeño grito desvía mi atención. Logan, Ivet y Anthuanet se voltean desde la ventanilla, sin comprender la expresión de espanto de Sebastián. Hasta que nos enseña su libro, el cual ha extraído de su mochila, y abro en grande los ojos al notar la marca en forma de diagonal que ahora luce la pasta.
—¡Lo doblé!
—Pensé que te habías visto al espejo —admite Logan.
Ivet se vuelve hacia el mostrador y la encargada del teatro le entrega dos boletos dorados. Anthuanet recorre el otro extremo de la sala, donde se representa el Purgatorio, con una bolsa de doritos en mano que camufla en su chaqueta.
—Sé bueno conmigo, ¿quieres? O si no vas a terminar aquí —rezonga y apunta uno de los círculos del Infierno en la pared.
—¿Con los glotones bajo una lluvia de ácido? —Logan enarca una ceja cuando leo lo escrito. Sebastián se retracta y señala el séptimo nivel.
—¿En el de los violentos? Pero si no mato ni una... —Guarda silencio. Hace casi una hora aplastó a un mosquito con ese mismo libro—. Bueno, maté a esa mosca porque te estabas burlando de mí. Además, con todo lo que lees en Wattpad tampoco irás al Paraíso. Así que olvídate de encontrarte con Berenice.
Logan coge un llavero de los que se ofrecen como recuerdos en la placa de vidrio situada sobre el escritorio de la recepcionista. Se trata del libro de Dante Alighieri en miniatura atado a una cadena que se encuentra unida a un aro.
—Es Beatriz —le corrige Anthuanet. Avanza en su dirección y consigue quitárselo—. Me lo robaré por saber más de la obra que tú.
—¿No le dirás nada? —le increpa Logan a Ivet y cuando ella termina de hablar con la recepcionista, detiene a nuestra amiga, quien se alejaba con el último paquete de comida.
—¡Espera! ¿Me das los doritos?
Me aparto antes de que responda y sigo a Sebastián. Toma asiento en unas sillas localizadas en una esquina de la sala y se pasa una mano por el cabello mientras ojea el doblez de la portada.
—Era la primera vez que ganaba un sorteo. —Voltea al sentir mi presencia y me acomodo a su lado—. Hasta le robé notas adhesivas a Axel para marcar fragmentos y presumir la novela en Instagram.
—Merecido lo tienes si has hecho sufrir a tus lectores —bromeo, a fin de levantarle el ánimo.
—Yo jamás lastimaría a nadie, ¿me crees un desalmado?
—Dame un buen argumento.
—¿Qué tal si soy el protagonista de una historia y en venganza por ser tan cruel la persona que escribe el libro de mi deprimente vida decide liquidarme?
—Si eres su favorito, no te asesinará.
—Ni siquiera soy el preferido de mis padres y eso que no tengo hermanos.
—¿Pero te gustaría?
—Siempre quise un gemelo —admite, ahora con una sonrisa—. Podríamos hacernos pasar el uno por el otro y así hubiera evitado mis clases de Educación Física durante la secundaria. Mi excusa del dolor de diente jamás funcionó. Por eso fingía indigestión y me encerraba en los baños.
—¿Te imaginas que hubiésemos ido juntos a la escuela?
—Ese era el plan. Quizá tú no lo tuvieras tan presente, pero yo sí.
—A tus padres nunca les agradé —le recuerdo y demasiado tarde noto que he sacado un tema delicado. No obstante, Sebastián me incita a continuar—. Si me vieran ahora seguro que tampoco. No sabes cuánto me esforzaba por caerles bien.
—No gastes tu tiempo intentando complacer al resto. Basta con que te gustes a ti.
—¿Eso piensas?
—También pienso que deberías usar esas zapatillas más a menudo —me sonríe.
—Me gustó cómo quedaron. Quisiera volver a personalizar mi ropa.
—¿Por eso viniste a buscar materiales?
Enmudezco, pues todavía no planeo comentarle de qué trata la competencia. No será una sorpresa si sabe lo que me traigo entre manos. Sebastián no se lo imagina. Contaré nuestra historia a mi manera, mediante pinceladas y matices. Los lienzos se convertirán en las páginas del libro que dibujaré.
—En realidad los necesito para un concurso —le confieso y me mira con un destello de intriga—. Me inscribiré en uno que organiza un museo de arte. Consiste en elaborar una obra bajo la temática establecida y enviarla antes del quince de diciembre para que la evalúen.
—Estoy seguro de que vas a bordarlo. Tu talento te llevará muy lejos, solo necesitas aprender a explotarlo.
—¿Y cómo lo hago?
—Deja que tus sentimientos fluyan y se camuflen entre tus colores. Sé tú misma, lo tienes todo para triunfar.
Le sonrío, pero me volteo cuando escucho que alguien me llama. Ivet se acerca y carga consigo un paquete de doritos. Canto victoria en mis adentros, ya que aún pruebo ninguno.
—Te dejé la mitad, disfrútalos. —Me tiende la bolsa y reviso que no esté vacía antes de aceptarla—. Anthuanet acabó con los demás paquetes.
—Recuérdame no confiar en ella de nuevo.
Agarra un último crocante del empaque y se marcha hacia Logan, quien repasa la cartelera donde figuran las próximas funciones teatrales y los horarios. Me meto a la boca los primeros tres doritos que veo y de inmediato me invade un ardor. Sebastián alza las cejas al oírme toser y carraspear con fuerza.
—¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
Le echo un vistazo a la envoltura y niego apenas la leo. Debí comprarme un chicle en la estación de tren. Suelto el paquete sin preocuparme por si cae al suelo y atraigo las confundidas miradas de Ivet y Anthuanet. No comprendo cómo ambas los digieren con normalidad.
—Son picantes. —Mis pupilas buscan un dispensador de líquido por doquier y me desespero al no hallar ninguno—. ¡Queman! No siento la lengua, ¡mi boca se incendia!
—¿No leíste la letra pequeña?
—¿Quién se fija en esas cosas? Como lo que sea que me pongan en frente.
—De acuerdo, respira. Inhala, exhala, inha...
—¡Necesito agua! —lo interrumpo, exaltada.
Rápidamente, Logan se da vuelta y reacciona quitándole la tapa a su botella de agua y echándomela encima. El chorro moja gran parte de mi blusa y la cinturilla de mis vaqueros. Una fría brisa proveniente del aire acondicionado estremece mi cuerpo y me encojo en el asiento.
—¡Logan! —le reprocha Sebastián y su amigo se rasca la nuca, apenado.
La encargada de la boletería se baja las gafas y nos escudriña con disgusto. Regresa su vista al escritorio recién cuando corrobora que el inmobiliario no sufrió daño alguno, puesto que apenas le cayeron unas gotas a la alfombra.
—Lo siento... —se disculpa, mientras mi ataque de tos se intensifica—. Creí que habías chocado con la antorcha y que estabas incendiándote. Puedes acabarte el agua si gustas. —Le arrebato su botella antes de que me la ofrezca y bebo varios sorbos para tranquilizarme—. Aunque quizá luego busques un baño... ¿sabes qué? Mejor deja un poco.
—Creí que soportarías el picante de los Flamin Hot —admite Ivet.
—La próxima te compraré galletas —me asegura Anthuanet, quien después chequea la hora en su celular—. Vamos por tus materiales de una vez. Se nos hará tarde.
Los chicos caminan adelante y aunque me levanto al instante para seguirles el paso, no demoro en quedarme atrás. Las paredes me atraen de sobremanera y me maravilla la arquitectura. A pesar de que ya llevo años viviendo en esta ciudad, dudo conocerla por completo algún día. Su cultura ha cautivado a miles de turistas y a residentes como yo. Siempre soñé con estudiar aquí. Florencia es la mejor ciudad para dedicarse al arte. Mires por donde mires, algo está adueñándose de tu atención.
Llegamos a la puerta de salida y otra ventisca me golpea. Espero que no garúe, porque no tendré más opción que regresar a casa. Me detengo un momento para abrazarme a mí misma y avanzo rumbo al exterior.
—Te vas a congelar afuera. —Sebastián me detiene, tomándome del brazo. Supongo que son las consecuencias de olvidar mi abrigo en el auto.
—Con suerte no cojo ningún resfriado.
Niega y me sonríe, en lo que froto mis brazos en busca de calor. Él se saca la chaqueta y me ayuda a colocármela, cierra los botones y acomoda el cuello. La gelidez me abandona cuando entro en contacto con el polar del interior. Levanto la mirada para encontrarme con la suya y me reprimo el impulso de entrelazar su mano con la mía. Aspiro el aroma impregnado en su ropa y pese a que no me abrace ahora mismo, siento como si lo hiciera.
—Quédatela. No te preocupes por mí, estaré bien.
—Vámonos antes de que se largue a llover.
***
¡Hola!
Ojalá les haya ido bien esta semana ❤️ cuídense mucho. En mi país empezó el invierno, así que hace más frío que antes. En fin, #TeamCalor. No sé ustedes, pero yo prefiero el verano.
¿Qué opiniones tienen sobre el capítulo? ¿Kiara ya empezó a sentir algo por Sebastián? ¿Se alejará de Ethan y Thalia? Detesté cómo ambos trataron a Martha :c
Gracias por leer hasta aquí, ¡hasta el próximo domingo! 👋🏻
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