2| Memes en Instagram

Me abrazo a mí misma y acelero mis pasos. Solamente me faltan dos cuadras para llegar a casa, lo cual me alegra, pues significa que dejaré de atraer miradas indiscretas. Durante el camino las personas no paran de señalarme y reírse como si yo no hubiera tenido suficiente, ¿acaso no poseen algo más importante que hacer? Porque les aseguro que existen cosas más interesantes que una chica pintada de verde.

El viento se estampa contra mi rostro y temo que la pintura se seque antes de que pueda quitármela. Experimento un cosquilleo en el estómago cada que un par de pupilas se clavan en mí. No me gusta sentirme expuesta. Tiempo atrás se instaló en mi interior un sentimiento de vacío y este todavía no alberga intenciones de irse. Por mucho que busco, no consigo descifrar cuál es la pieza que me falta, aquella que perdí. Y ahora nadie atesora el poder de garantizarme que todo mejorará con sólo una mirada, estoy sola.

Abro la puerta de casa y exhalo, como si de esa forma lograse expulsar mis malos pensamientos. Tiro mi mochila sobre el sillón y noto que la luz de la cocina yace encendida. Él llegó antes que yo de nuevo.

—¿Qué tal tu...?

Doy un portazo, enojada conmigo misma por no gozar de buenos reflejos que me permitieran reaccionar a tiempo.

—No preguntes. —Lo señalo, pero Diego estalla en carcajadas apenas se asoma y me ve—. ¡No te burles! ¿Te imaginas cuántos memes me estarán haciendo ahora?

Pensarlo provoca que regresen a mi mente aquellas ideas que me acompañaron en el trayecto. De hecho, creo que permanecieron allí, hostigándome. Intento apartarlas y olvidar todas las risas que desencadené.

—¿No decías que el verde era tu color favorito?

—Lo es, pero...

—Pero nada, ahí tienes. Puedo ponerte luces para que parezcas árbol de navidad, si te ayuda a sentirte mejor.

—¿Por qué me sentiría mejor así?

—Yo que sé, eras muy rara de niña —contesta, cesando un poco sus risotadas—. Una día te lanzaste por las escaleras afirmando que volarías y terminaste llorando con un moretón en la frente. Me pediste que te grabara volando por primera vez y acepté porque sabía que acabaría mal. Pensé que te romperías una pierna, pero sólo te desviaste el tabique. Aun así, fue épico.

—No me lo recuerdes. Tuve un pasado muy oscuro.

Puede resultar realmente molesto cuando se lo propone y hoy no me encuentro de humor para soportarlo. He quedado en ridículo delante de Ethan y si planeaba invitarme a salir, ya debe haberse arrepentido. Esperaba que fuese él quien me sacara el balde de encima, mas no sucedió.

Dejo que continúe mofándose de mí y subo las escaleras camino al baño, dispuesta a ducharme para erradicar toda esta pintura de mi cuerpo. Regresé lo más rápido que pude, ya que no quería que un perro me confundiera con un árbol e hiciera sus necesidades sobre mí, por ello procuré no detenerme demasiado en la estación del autobús. Después de bañarme y vestirme, entro a mi habitación y me posiciono frente al espejo con el objetivo de corroborar que no quede ninguna mancha. Examino mis mejillas, mi frente y una sonrisa se dibuja sobre mis labios, tras alcanzar mi cometido, pero esta decae al notar un detalle.

Ese cuadro no estaba ahí esta mañana. Alguien lo trajo aquí y creo conocer al responsable.

—No sabes cuánto te extraño. Espero que estés orgullosa de mí.

Tomo entre mis manos el portarretrato que conserva intacta aquella fotografía y acaricio su figura con los dedos. Mi madre permanece parada detrás de mí y me sostiene de las manos para no caer. Me calculo un año y conjeturo que recién aprendía a caminar. Se suponía que las dos saldríamos de ello, que ambas estaríamos sanas y cantaríamos victoria. Me aseguró que dentro de unos años gritaríamos que vencimos al cáncer. Que lo derrotamos y desterramos de nuestro cuerpo. Pero ahora carezco de fuerzas para hacerlo sola. Me prometió que ganaríamos la batalla juntas, ¿a dónde se fue mi compañera de lucha?

Una lágrima se desliza por mi mejilla y no realizo ni el más mínimo esfuerzo por contenerme. Si algo me enseñó durante su corta estadía en este mundo fue que uno sufre cuando ama y yo la amé muchísimo. Por mamá lloraría mares enteros. Ella lo vale.

—¡Emily, a que no sabes lo me encontré en Instagram!

Diego abre la puerta de mi dormitorio, sin darme tiempo a reaccionar, y guarda silencio al observarme. Elimina cualquier expresión burlona de su rostro y palidece. Jamás le ha gustado verme así y esta vez no constituye una excepción. Parpadeo un par de veces y aterrizo nuevamente en el mundo real, sitio que nuestra madre dejó hace ya varios años.

—Lo siento, se me olvidó tocar... —se disculpa y guarda su celular en su bolsillo—. ¿Qué ocurre? ¿Es por lo de la pintura? Podemos hablarlo si deseas.

Sorbo mi nariz y niego con pesadez. Mamá no se ha ido del todo, vive a través de nosotros y merece que la recordemos con amor.

—A veces las cosas son muy complicadas.

—Perdón si me sobrepasé abajo. Si gustas llorar no pasa nada. Pero enfréntalos, demuéstrales que vales más que esas fotos. Las opiniones de la gente sobre ti no definen la persona que eres.

—No es por eso. Me importa poco qué murmuren acerca de mí en este momento —afianzo, aunque él no luce tan convencido de mis palabras. Vuelvo mi vista hacia el retrato—. Encontré esta foto aquí en mi cuarto.

Le tiendo el cuadro con la fotografía de mamá y él se pasa las manos por el cabello, expulsando un suspiro cargado de melancolía y nostalgia. Sé que la extraña tanto como yo y reconozco que fuerza una sonrisa.

—Papá debió colocarla allí luego de que nos fuésemos.

—Me gusta que él todavía la tenga presente.

Recibo el portarretrato y lo devuelvo con cuidado a su sitio encima de mi mesa de noche. Como si este fuera una especie altar o un lugar seguro, porque representa un verdadero tesoro.

—¿No te gustaría que te pasara algo así? —Alzo una ceja ante su pregunta, descolocada.

—No quisiera morir de leucemia.

—No me refería a eso, me expresé mal —repone mi hermano—. Me refiero a que sería lindo que conocieras a alguien que te ame, así como papá ama a mamá. Su amor supera la barrera de la muerte.

—Pasará si tiene que pasar. Hasta entonces papá y tú serán los únicos hombres en mi vida.

Me ha quedado claro que el amor llega sin que lo llames. Aparece cuando menos te lo esperas en la persona menos pensada, así que, ¿por qué forzarlo? ¿De qué me serviría implorarlo a gritos si de todas formas no vendrá hasta un determinado momento?

—Mentiras... —masculla, mas consigo escucharlo.

—¿No me crees?

—Te creería si Ethan no te buscara tan seguido —replica y gesticula una mueca de fastidio—. Si no tiene una casa donde alojarse, avísame y le pago el alquiler del departamento que desee con tal de que no vuelva a asomar sus sucias narices por aquí.

Niego y me llevo el dedo índice a la cien.

—Aunque sea podrías fingir que te agrada y tratarlo mejor.

—Lo haría, pero alguien me enseñó a no guardarme mis emociones y demostrar lo que siento. —Me muerdo el labio, exasperada. Se refiere a mí—. ¿Y sabes qué? Lo detesto. Mañana puede ser demasiado tarde para expresarle mi desprecio.

—Pues no me importa —afirmo y me cruzo de brazos—. Es mi vida, no la tuya.

No se me dificulta ignorar los comentarios de mi hermano y echarlos a un bote de basura imaginario en mi cabeza. Quizá porque estoy segura de que nunca me daría la espalda.

—Por lo menos toma en cuenta lo que digo, ¿quieres? —insiste—. Ese chico no me inspira mucha confianza.

—Deja tus celos de lado. Creí que no eras de ese tipo de persona.

—No son celos.

—¿Entonces?

—No me molesta que salgas con chicos. —Lo miro incrédula, pues su actitud exterioriza lo contrario—. Me molesta que salgas con Ethan.

—¿Por qué? ¿Acaso te gusta? —Rueda los ojos con fastidio y resopla—. No te ofendas, pero dudo que corresponda tus sentimientos. Si te apetece puedo presentarte a unos chicos del equipo de baloncesto de la universidad. Un clavo saca a otro clavo.

—Si me atrajeran los chicos, mis gustos serían muchísimo mejores. Jamás me enamoraría de alguien tan irritante.

Pienso que va a marcharse, debido a que no solicité su presencia y esta empieza a disgustarme. No obstante, saca su teléfono de nuevo y aquella expresión divertida reaparece en su rostro. Trata de disimular una risa, mas termina rindiéndose.

—¿Y ahora de qué te ríes? Necesito avanzar con algunos trabajos y apuesto a que tú también tienes una agenda bastante ocupada.

—Pusieron tu foto junto a la del Grinch. Halla las siete diferencias —carcajea divertido, sacudiendo su móvil delante de mí—. Incluso te sacaron una foto con el balde atascado en tu cabeza y le dibujaron la cara de Marshmello.

Me muestra la pantalla de su móvil y aprovecho para arrebatárselo de las manos. Entrecierro mis ojos y percibo cómo se me enrojecen las mejillas.

—¿Por qué Ivet te acaba de mandar eso? Bórralas.

Mi mejor amiga debe estarse formulando muchas preguntas ahora mismo, así que mejor me preparo para su interrogatorio. Me apetece desahogarme y ella sabrá escucharme.

—Dice que lo encontró en Instagram —desdeña—. Y pide que le atiendas el teléfono.

—¿Lo has visto?

Recorro mi habitación con la mirada, buscándolo. No recuerdo dónde lo dejé e imagino que Ivet querrá charlar seriamente conmigo.

—¿Tu celular? Sí, varias veces, es uno con carcasa de Stitch.

No sirve de nada continuar platicando con él. Si seguimos así, pelearemos como siempre que se mete donde no lo llaman. Levanto los cojines situados encima de mi cama y gruño al no ubicar mi teléfono. Reviso mi escritorio sin hallar rastro alguno, por lo que decido salir de mi habitación.

—Emily, no me dejes hablando solo.

Ignoro su comentario y bajo las escaleras con Diego pisándome los talones, pero opto por no prestarle atención. Desciendo hasta la sala y me dirijo a donde se ubica mi mochila, puesto que, recapitulando, no alcancé a sacar mi celular de allí. Al cabo de unos segundos, reconozco la canción que instalé como ringtone y persigo el ruido, hurgando entre los bolsillos. Cuando por fin lo localizo, sonrío y aprieto de inmediato el botón para contestar la llamada.

—¡Un día! ¡Sólo te dejé sola un día en la universidad y ya encuentro memes tuyos en Instagram! ¿Qué no puedo viajar a México para visitar a mi abuelita tranquila? ¡Dios!

Echo a reír apenas escucho su voz del otro lado y aquello me relaja. Un puñado de tensión abandona mi cuerpo. Ivet intenta sonar enojada, pero su aparente fastidio se desmorona. Quizá sea bueno reírme de mí misma cada tanto, solía hacerlo a menudo. Me ayudaba a girar la moneda y visualizar los momentos vergonzosos desde otra perspectiva.

—¿Ya ves lo que sucede cuando me descuidas? Ni se te ocurra volver a ausentarte así —finjo regañarla, pues en el fondo bromeo—. Si vuelven a tirarme un balde de pintura en la cabeza, será tu culpa.

Mi hermano ríe al pie de las escaleras cuando me oye. Agarro uno de los cojines del sillón y se lo lanzo, mas lo esquiva antes de que se estrelle contra su rostro.

—Buen intento, suerte la próxima —comenta, adentrándose nuevamente en la cocina.

Tomo asiento en el sofá y me recuesto, poniéndome cómoda para contárselo todo. No omito ninguna parte, a pesar de que me cohíbe rememorarlo. Ella nunca me ha juzgado y sé que nunca lo hará. Acostumbra a quedarse callada mientras me explayo y aquello me lleva a pensar que le importa lo que tengo para decir.

—¡Pude haber muerto! ¿Entiendes?

—Emily, has sobrevivido a cosas mucho peores. Ya comienzo a creer que eres inmortal o algo parecido, es que nada puede contigo.

Por una parte, sonrío y por otra, el corazón se me encoge al recordarlos a ellos. Espero que arriba estén mejor que aquí.

—Aún me duele el golpe, Ivet —me quejo, sobándome la frente—. Me lagrimean los ojos y siento que todavía me queda pintura en la nariz. Conversaba de lo más tranquila con Ethan y de repente todo se tornó negro. Pensé que se había apagado el Sol y que se avecinaba el fin de los tiempos.

—Por cosas como estas prometo no dejarte sola de nuevo.

Me encantaría abrazarla ahora mismo, pero soy consciente de los kilómetros que nos separan. Empiezo a odiarlos, porque la necesito.

—No sé cuántas neuronas habré perdido. —Suelto una risa e Ivet la toma como buena señal.

Percibí las miradas de los demás en mí y fue algo realmente agobiante. Supongo que me veré obligada soportarlo hasta que este incidente caiga en el olvido. Mientras tanto, platicar con ella me servirá para aliviar mi incomodidad. Pierdo la cuenta de cuánto tiempo nos pasamos al teléfono, mas cuantifico que, como mínimo, una hora. Porque el cielo se ha oscurecido por completo y la noche se ha instalado sobre la ciudad.

Ivet evita tocar el tema de Ethan y se lo agradezco mucho. Entiendo que él se avergüence de mí, posee sus motivos. Pero aguardaba que le diese igual la cantidad de personas que me señalaba y que no saliese corriendo.

—Iré a empacar mis cosas, ¿de acuerdo? Mi vuelo despega mañana por la tarde —me recuerda, a punto de colgar nuestra llamada—. Por cierto, mi abuela te envía un regalo.

—¿Es otro suéter?

—Y esta vez sin estampado de Piolín.

—No formó parte de mis favoritos, pero todavía lo conservo. No lo desecharía por nada —afianzo y después añado—: No llegues tarde el miércoles.

—Llegaré antes que tú, ya verás.

Vislumbro estacionarse el automóvil de papá en la entrada, por lo que termino la conversación y me acomodo encima del sillón. Escucho el sonido de sus llaves en la puerta y cuando ingresa con su maletín en mano, le sonrío desde mi sitio y él me devuelve el gesto. La fotografía que hallé en mi habitación esta tarde regresa a mí y no me resisto a preguntarle.

—Fuiste tú, ¿cierto? Colocaste junto a mi cama la foto de mamá.

Mi padre asiente, cuelga su chaqueta en el perchero al lado de la entrada y avanza unos pasos hacia adelante. No lo sabe, pero ha alegrado mi día.

—La encontré guardada mientras revisaba unas cajas y creí que te gustaría tenerla allí. Las dos lucen hermosas. Acababas de cumplir un año allí. —No borra su sonrisa, mas reconozco que lo asalta la nostalgia.

Considero cambiarle de tema y no porque no quiera recordar a mamá, sino porque detesto entristecer a papá. A él todavía le duele, ¿y a quién no? Si sigo llorándole hasta quedarme dormida. Sin embargo, a ella le prometí que lucharía por vivir libre y feliz, juramento que cumpliré cueste lo que cueste.

Diego sale de la cocina, trayendo consigo su teléfono y salto de mi asiento para arrebatárselo, con el objetivo de arrojarlo tan lejos como sea posible, temiéndome lo peor.

—Papá, ¿tienes un minuto? Hay unas fotos que me gustaría mostrarte. —Desliza su pulgar por la pantalla del móvil y descubro sus intenciones—. A Emily le tiraron un balde de pintura en la cabeza —cuenta, sin mi permiso—. Le sienta fenomenal ese color, ¿no?

—Te ordené que borraras esas fotos —acuso, disgustada.

—Oh, vamos, hija. No puedes salir tan mal en... —Guarda silencio cuando Diego se las enseña.

Papá trata de contenerse unos minutos, mas no lo consigue y termina riéndose de mí también. Al notar que no manifiesto signos de diversión, se aclara la garganta.

—Perdón —se disculpa y muta a un semblante serio—. Elimina las fotografías, Diego. Y recuerda que hoy te toca a ti preparar la cena. No nos envenenes.

Sonreiría satisfecha si no lo atrapara soltando unas carcajadas detrás de mí. Al parecer no me quedará más opción que acostumbrarme. Ya lo olvidarán en unas semanas.

—Gracias —pronuncio con retintín y le lanzo una mirada sardónica.

—No le hagas caso al resto, ¿sí? Que piensen lo que quieran.

Fuerzo una sonrisa, que papá me devuelve antes de subir los escalones con dirección a la segunda planta. Sus pisadas se alejan y me dejo caer en el sillón, abatida. Traigo demasiadas cosas en la cabeza, por lo que me cuesta distraerme. El cosquilleo en mi estómago regresa cuando pienso en mañana, porque el pensamiento de caminar a lo largo del pasillo atrayendo las pupilas de los demás no me deja en paz. Me pone nerviosa. Sentada en el sofá, volteo hacia la izquierda y me topo con un vacío. Mamá no está sentada conmigo. Ella atesoraba el poder de convencerme de que yo era indestructible y que nada malo ocurriría mientras estuviéramos juntas.

Ahora intento tragarme la mentira de que soy feliz conmigo misma.

Enciendo la pantalla de mi celular para buscar algo con qué desviar mi atención, mas visualizo los chats de mi cuenta de Instagram rebosando de mensajes. Entre las tantas conversaciones pendientes, elijo abrir la de Thalia.

«Muero por oír una buena y coherente explicación acerca de esto. No te quejes si Ethan no vuelve a hablarte luego. Razones tiene de sobra».

Adjunta una fotografía mía después del texto y me limito a guardar el móvil, restándole relevancia a que el mensaje figure como leído. No sé cómo responder a eso y tampoco quiero. Necesito alejarme de todo un momento, por lo que escojo refugiarme entre mis dibujos.

***
¡Hola!

He decidido publicar el capítulo 2 de esta historia hoy, ya que estamos 15 de febrero y se conmemora el Día Mundial contra el Cáncer Infantil, tema que estará muy presente en el libro. Con el lazo dorado que simboliza esta lucha nace a partir de la comparación de la fortaleza de lxs niñxs y adolescentes con el oro 🎗️

Recordemos la importancia de un diagnóstico médico y tratamiento oportunos para que las probabilidades de superar el cáncer sean mayores. Asimismo, cabe recalcar la relevancia de una buena atención médica y psicólogica a lo largo de la enfermedad.

En la próxima actualización se fijará la fecha de publicación de nuevos capítulos, ya que subiré uno por semana. Ojalá este les haya gustado y tengan un lindo día ❤️

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