19| El poder de ser indestructible

La clase Lingüística termina y llega la hora del almuerzo. Salgo del salón y apenas avanzo unos pasos, alguien me agarra del cuello de la camisa. Me volteo de inmediato para toparme con la frente arrugada de Axel. Olvidé reservarle asiento antes de que comenzara la cátedra y no le quedó más remedio que ocupar una carpeta del fondo. Su vista nunca confabula a su favor, así que imagino que estirarse a observar el pizarrón no le surtió mucho efecto.

—¿Por qué no me guardaste sitio? ¡Tuve que sentarme atrás! ¿Acaso no pudiste compadecerte siquiera un poco de este miope?

—Lo siento. No recordé que compartíamos esta clase.

Axel acomoda sus gafas sobre el puente de su nariz con el dedo medio. Sé que lo hace a propósito y no puedo evitar reírme. Luego le prestaré mis apuntes.

—Si continúas con esa actitud no volveré a prestarte ningún libro —amenaza y me giro hacia él, aterrado—. Sigo indignado porque no me regalaste un marcapáginas.

—¿Querías uno de Oliver Twist?

—¡Era tu obligación moral!

Hace unos días le mostré algunos separadores que confeccioné para los pocos libros que poseo. No creí que fuera a encantarle tanto mi trabajo, pero al parecer es uno de mis talentos ocultos. Me motivó a practicar ese arte la crueldad de ciertas personas por doblar la esquina de la hoja. No sé cómo duermen en las noches.

—Si prometes volver a prestarme otro libro, te obsequio un marcador. Solo recuérdamelo.

Camina a mi par y nos alejamos de los pasadizos. Abandonamos el edificio que nos corresponde y salimos hacia el patio para cruzar la loza deportiva, donde un grupo de chicos juega baloncesto. Se pasan la pelota y uno celebra al encestar, mientras que yo los observo de reojo. Me gustaría atesorar esa misma destreza para los deportes. Cuando ingresamos a la cafetería, la busco inconscientemente entre las personas y me aproximo para ver mejor el panorama. Kiara suele venir a comer aquí, así que quizá nos crucemos adentro.

—¿Estás bien? Te noto muy distraído desde ayer, ¿no te gustó el final del libro que te presté? —intenta adivinar Axel.

Únicamente Logan sabe lo que sucedió, porque lo llamé el viernes cuando sentí que el aire me faltaba. Apenas conseguí calmarme, se lo conté todo. Él me ayudó a comprender que no estaba soñando, por más surrealista que pareciera la situación. Pensé que estallaría, pues no podía ni siquiera mantenerme en pie. La voz me temblaba, aunque la recuperé de a poco. Esa noche no dormí, atormentado por recuerdos y sumergido en lágrimas de impotencia.

Mis padres nunca aprobaron mi amistad con Kiara. Muchas veces mamá la catalogó como una mala influencia y me enteré de que un día le pidió que me dejara en paz. Siempre detesté su afán por hacerle creer que me agobiaba. La culpó aquella vez que me caí jugando en el patio trasero del hospital. Cuando, en realidad, la culpa fue mía por tratar de bajar del columpio aún en movimiento. No solo lloré por el golpe en la cicatriz de mi pierna, sino por el que luego me propinó papá.

Estos años debieron ser diferentes. Pudimos permanecer juntos durante todo este tiempo y, en lugar de ello, me la pasé sufriendo por pensar que la había perdido. Mis padres no albergan idea del dolor que arrastré y del miedo que sentí de olvidarme, con el transcurrir de la vida, algún detalle de ella. Ya sea su hoyuelo, su risa, su voz o el resplandor de sus ojos garzos.

—Acabo de descubrir que hay historias que nunca mueren. Uno a veces las cree enterradas, pero estas encuentran la forma de resurgir entre las cenizas.

—Nos pusimos intensos, ¿eh?

—Leer me incita a reflexionar. Y anoche estuve leyendo mucho en Wattpad.

Lo necesitaba. Me ayudó desconectar del mundo para después regresar a afrontarlos con energías renovadas.

—¿Qué tal si leemos un libro juntos? —me propone Axel y me vuelvo hacia él, interesado—. Podemos buscar una historia que nos llame la atención y organizamos los capítulos para terminarla en una semana, ¿qué opinas? ¿Te apuntas a una lectura conjunta?

En un principio dudo, ya que acostumbro a leer novelas en dos o tres días. No obstante, accedo porque su plan suena divertido.

—Trato hecho.

Nos adentramos en el comedor y vislumbro a Logan sentado en una de las mesas céntricas con la misma chica que lo acompañaba el viernes anterior. Se halla tan enfrascado en la plática que ni siquiera nos registra. Me limpio una lágrima imaginaria y suspiro.

Ya cayó. Ya se tiró de cabeza. Se lanzó sin paracaídas.

—¿Vamos a interrumpirlos? —sugiere Axel, en broma. Sus cejas se alzan y voltea a la derecha en una fracción de segundos.

—Iré a comprar los almuerzos, adelántate —indico, tras ojear la fila del mostrador acrecentarse—. Llegaré cuando retomen su charla para fastidiarlos por segunda vez.

—Me agrada esa actitud. Pide un plato de pasta para mí.

Me formo en la fila para recoger la comida sin despegar la vista de Axel, quien se aproxima a ellos y los saluda, causando que se sobresalten. Contraigo una carcajada y desvío la mirada en busca de Kiara. Una sonrisa se apodera de mis labios, a pesar de que no mire en mi dirección. No está sola, la acompañan varias personas con las que parece llevarse de maravilla. Pierdo la noción del tiempo que permanezco con la vista clavada en ella y no abandono mi burbuja hasta que Martha llama mi atención, pues ya me encuentro frente al mostrador.

—¿Sebastián? ¿Qué vas a querer?

—Dos platos de pasta, por favor.

Cojo una charola y acomodo sobre esta los almuerzos que ella me entrega. Levanto la bandeja y analizo el camino de retorno, porque no quiero chocar con nadie y tirarle encima mi almuerzo. He leído suficientes novelas de Wattpad como para saber que de tal modo se conocen los protagonistas de la historia que al final terminan casados, con tres hijos y un perro. Justo ahora estoy concentrado en mis estudios y no me apetece vivir dicha experiencia.

—¿Todo en orden? —consulta Martha, cuando nota que no me muevo.

—Todavía soy muy joven para casarme. Ni siquiera sé qué comen los perros y se me pierden al día siguiente de recogerlos de la calle.

Con una Martha bastante confundida, me giro para regresar y esquivo a todos los estudiantes que puedo. Ningún alma inocente merece que su perro se pierda por mi culpa. Vuelvo a interrumpir a Ivet y Logan cuando llego a su mesa. Él bebe un sorbo de jugo, aprovechando la cañita para emitir un ruido en señal de enojo.

—¿No quieres ir a ver si está lloviendo?

Niego y extraigo mi móvil del bolsillo para revisar las predicciones del tiempo. Después sitúo mi teléfono delante de su rostro, mostrándole la pantalla.

—Según el pronóstico del clima de mi celular lloverá el día sábado.

—¿Entonces por qué no vas y averiguas si ha salido el sol?

—Porque la aplicación afirma que saldrá el domingo, ¿y sabes qué significa? Si llueve y luego aparece el sol, habrá un arcoíris en el cielo.

—¿Qué hay al final de uno? —se pregunta Ivet. Logan contiene una carcajada al observarme y Axel me mira con intriga.

—Ningún duende, te lo aseguro —apunto, indignado—. Planeaba perseguir un arcoíris para robarme la olla de oro del enano y comprarme libros. Pero Logan desmanteló mis planes al mostrarme fotografías de internet.

—Agradéceme. Ibas a desperdiciar más de seis horas de tu vida solo para buscar a un inexistente gnomo. —Mi mejor amigo me señala con el tenedor y asiento. En el fondo, tiene razón—. Primera vez que escuchas mis consejos. Cuando te advertí que las gafas de hippie no te quedarían bien, no me hiciste caso y gastaste tu dinero en lentes que nunca usaste.

—¿Y por eso los llaman el dúo dinámico? —cuestiona Ivet.

—Nadie nos llama así.

—¿No? Logan me dijo que sí. —Axel lo señala, dejándolo en evidencia y ganándose una mirada hostil del aludido.

—Yo lo llamo por su segundo nom...

—¡Cállate! —le ordeno, aterrorizado ante la idea de que revele mi más oscuro secreto. Ese con el poder de destruir la vida que construí y derribar la faceta que creé para eclipsar mi verdadera identidad. Bueno, ya debo bajarles un toque a las novelas de misterio. Me están volviendo loco.

En un movimiento rápido, Logan gira su tenedor y me golpea la nariz con el mango ni bien me acerco. Como esperaba, estornudo producto de semejante agresión. Ivet, Logan y Axel estallan en carcajadas, las cuales intentan acallar apenas dirijo mis ojos a ellos. Este último se aclara la garganta.

—Salud.

—Gracias, igualmente.

Me percato demasiado tarde de mi error, así que no agrego nada más y me centro en mi almuerzo. Cuando termino, mis ojos deambulan por el comedor y se detienen en una máquina expendedora. Mis padres nunca me permitieron comer los legendarios cereales de almohaditas porque aseguraban que les añadían demasiado colorante, pero ahora no están aquí para obligarme a ingerir el trigo atómico que nunca me gustó. Lo odié tanto como el yogurt sabor natural.

Les aviso a los chicos que iré a comprar algo y aprovecho para dirigirme al mostrador y devolverle a Martha mi bandeja vacía. Después camino hacia la máquina y cuando paso por la mesa de Kiara, no puedo evitar observarla de reojo y buscar su sonrisa. Trae puestas unas gafas marrones y dibuja en su cuaderno. Luce concentrada y, por mucho que deseo acercarme, me abstengo para no interrumpirla. Sin embargo, el comentario del chico sentado a su costado me descoloca por completo.

—Qué no daría yo por succionar esos lentes.

Aparta su vista del boceto y pestañea, desconcertada. Una agria sensación revuelve mi estómago cuando noto cómo escudriña sus pechos y su amiga se carcajea, divertida. La mirada de ella aterriza sobre mí y me sonríe, lo cual me anima a aproximarme. Me detengo frente a su mesa, nervioso, mas no retrocedo, ya que su gesto me brinda seguridad.

—¿Él quién es? —Me señala el rubio, que en un instante la rodea por la cintura.

—Un amigo —se limita a contestar y se deshace con brusquedad del agarre que le ejerce el muchacho para centrarse en mí—. ¿Querías hablar conmigo? No estoy ocupada.

—¿Puedes venir un momento? —Me calma verla asentir. Hubiese sido vergonzoso que respondiera que no.

—Nos vemos a la hora de salida, ¿sí? —Se voltea y recoge su cuaderno, delante de los incisivos vistazos que nos lanzan sus amigos, quienes asienten con notable disgusto.

—Pasaré por ti —concede su amiga.

—Te buscaré luego.

Lo siguiente me desconcierta, porque ese mismo rubio cambia drásticamente su expresión a una más ligera. Tira de Kiara para atraerla hacia sí y deposita un beso en su mejilla, ocasionando que ensanche su sonrisa. Terminado ese roce, nos alejamos de la mesa y analizo repetidas veces la manera en que me miraban, desconociendo cómo interpretarla. No me veo mal, ¿o sí?

Mi era de los tirantes murió cuando culminé la secundaria y el verano de los sombreros llegó a su fin gracias a las palomas que conspiraron contra mí dejando caer su excremento. Eso me ocurrió por ir a alimentarlas al parque. Me daba pena observarlas en tanto buscaban migajas de pan entre las grietas del suelo, así que les convidaba parte de mi sándwich de pavo. Quizá no les agradó que le echara mayonesa.

—¿Sebastián? —Me sobresalto apenas la oigo, pues me distraje de nuevo—. ¿Ibas a decirme algo?

—Lamento haber aparecido de repente —me disculpo, pese a que Kiara no aparenta molestia—. ¿Desde hace cuánto conoces a ese chico?

No sé si guste responderme, pero quiero asegurarme de que conoce la clase de persona que es. Los he visto juntos varias veces y ella no se mostraba fastidiada. Ojalá sean exageraciones mías.

—Thalia, la chica sentada con nosotros, me presentó a Ethan el año pasado —contesta, revelándome sus nombres. Luego enarca las cejas y codea mi brazo—. ¿Qué tal? ¿Te agrada? Estudia Artes Plásticas conmigo, aunque este ciclo no compartimos clase, tal vez el próximo... —Al notar que guardo silencio un buen rato, aplana los labios y asume—: A ti tampoco cae bien, ¿cierto?

—Espero estar exagerando, ¿va? Pero creo que con sus palabras no se refería exactamente a tus gafas. —Parpadea, confundida, y me debato entre seguir o dejarlo allí, mas dudo que Kiara no insista en que continúe—. Estaba viendo tus...

No soy capaz de finalizar y aparto la vista. Por suerte, Kiara logra entenderme sin la necesidad de ser explícito. Se cubre con su casaca y cruza los brazos encima para cubrirse mientras un color rojizo tiñe sus mejillas.

—¿Mis pechos? —masculla, cohibida, y detengo mi caminata.

—Disculpa, no me siento cómodo contándote esto.

Kiara permanece callada y se aferra a su cuaderno de dibujo. Juguetea con el lápiz que minutos anteriores utilizaba para bosquejar, lo gira entre sus dedos y evita mirarme.

—Tal vez sea mejor que deje de usar esta blusa.

—A ti no te corresponde cambiar. Tú no eres quien debe aprender a vestirse. Él debe aprender a respetarte. La ropa que utilices no representa ningún tipo de invitación. Ni siquiera tienes por qué brindarle explicaciones a nadie.

—Lo mismo me dijo papá —confiere, con una diminuta sonrisa que apenas exhibe su hoyuelo.

—¿Ethan suele tratarte así?

—¿Podemos hablar en otro sitio?

Asiento y me giro a echarle un vistazo al patio. Muchos estudiantes prefieren almorzar fuera, por lo que el césped se encuentra casi tan ocupado como las bancas de madera situadas bajo la sombra del roble. No diviso todo el panorama, pero presiento que los alrededores estarán igual de atiborrados. Volviéndome hacia Kiara, mi vista recae en aquello que vine a llevarme.

—Espera, quiero comprarme cereales de almohaditas —anuncio y me acerco a la vitrina.

—¿Sabes cómo usar la máquina?

Saco dinero de mi bolsillo y me planto frente al vidrio. No puede ser tan difícil. He visto a niños de ocho años maniobrando estas cosas con facilidad. Digito el código equivalente a los cereales con los botones numéricos e introduzco el único centavo que me queda por una estrecha rendija.

—Por supuesto que... —Enmudezco al escuchar un extraño ruido proveniente del interior—. ¿Y mi moneda?

—¿Qué hiciste ahora?

—Mier... —Me muerdo mi labio para no soltar una grosería y miro a través de la hendija. Intento empujarla con mis dedos sin éxito—. Miércoles.

—Estamos martes.

—Iba a decir mierda —admito y la escucho reír detrás de mí—. La moneda se atoró, ¿alguna idea? Sé creativa.

Me vuelvo hacia ella tras unos segundos de silencio, pues comienzo a creer que me ha dejado solo. No obstante, la vislumbro tecleando a toda prisa en su teléfono.

—De seguro encuentro tutoriales de YouTube que nos ayuden con esto.

—Este cacharro quiere quedarse con mis cereales —me quejo y golpeo la angosta abertura para liberar mi moneda, pero no da resultado—. Busca rápido.

—¿Un tutorial de cómo pelar una mandarina? ¿En serio? ¿Por qué no vi este video cuando tenía seis años? —se cuestiona a sí misma, disgustada—. Aquí no dice nada sobre qué hacer en estos casos. Solo mencionan que estas máquinas pueden reconocer billetes falsos, ¿te haces idea? Ni siquiera yo llego a ese nivel de inteligencia.

Sintiéndome derrotado, pateo el aparato y en seguida me arrepiento, adolorido. No pensé que el metal fuera tan duro. Por fortuna, no dejé ninguna abolladura.

—¿Crees que esos cereales sigan aquí mañana?

—Las almohaditas se van ahora.

—¿Te los vas a comer en mi cara? —Saca una moneda de su bolsillo y la introduce por la segunda rendija de la máquina—. No te conocí así.

Ella tiene mejor suerte que yo, así que los cereales sabor a chocolate caen sin demora por el ascensor de entrega. Entre risas, se agacha a recogerlos y recibo el paquete cuando me lo tiende con una sonrisa.

—Son para ti. Tú me invitaste una dona hoy, permíteme comprarte esto.

No lo veía venir. Nadie suele regalarme nada, mucho menos porque sí, por lo que ese detalle significa mucho para mí. Aun así, camuflo mi emoción para que no piense que exagero y me limito a abrir el empaque.

—Gracias. Puedes coger una si deseas.

Agarra cinco de la bolsa.

—Es la primera vez que comes estos cereales, ¿no?

—Mi primer chicle lo comí a los doce, ¿qué esperabas?

Kiara me convidó uno a escondidas de mi madre cierta tarde en el hospital. Jamás olvidaré la adrenalina que sentí ese día, como si estuviese rompiendo la ley. Nunca me descubrieron ni me salieron caries y mucho menos se me cayeron los dientes. Eran absurdas leyendas urbanas.

—Todavía faltan unos minutos para que termine el almuerzo, ¿vamos a la biblioteca?

—No lo has olvidado.

—Prometí que te acompañaría.

Echa a andar sin esperarme, quizá porque sabe que siempre iré detrás de ella. Troto para alcanzarla, esquivando a grupo de chicos que me bloquea el paso. La sigo hasta que salimos del comedor principal, olvidándonos de la máquina expendedora que se quedó con mi moneda. Acelero mis pisadas producto de la ilusión que me provoca el lugar al que nos dirigimos y mi sonrisa se ensancha. La semana pasada estuve allí y me aventó un libro. Ojalá que en esta ocasión no me lance nada, pues no sé si lograré esquivar más objetos voladores y le he cogido aprecio a mi nariz, a pesar de sus poros. Termino mis cereales, temiendo que nos restrinjan el acceso por llevar comida o peor aún, que me arrebaten mis preciadas almohaditas y que estas acaben en el estómago de alguien más.

Al llegar a la biblioteca nos reciben estantes repletos de libros que cubren las paredes amarillentas. Una escalera de caracol conduce a la segunda planta mientras que las pequeñas mesas se encuentran rodeadas de sillones. Ambos pasamos junto al escritorio de la bibliotecaria, quien alza su mirada del libro que lee para saludarnos. Kiara coloca su cuaderno de dibujo en la mesa central y avanza para observar algunos títulos. Yo permanezco de pie, contemplando aquel paraíso.

¿Qué clase de libros hay aquí? —susurro, imaginando que debemos guardar silencio.

—Habla más alto, no te escucho.

—¿Hallaré libros de todo tipo aquí? —le increpo con mi voz normal.

—Desde cuentos infantiles hasta novelas eróticas, como a ti te gustan.

—¿Sabes qué me gusta leer? —Elevo las cejas y Kiara asiente para después devolver al estante el ejemplar de Moby Dick—. Vaya, no pensé que me prestaras tanta atención.

—Luego de los fragmentos de tus historias que me mostraste, juraría que eres un escritor de romance, ¿estoy en lo cierto?

—Sí, pero también quiero probar con fantasía.

La trama que retuerzo en mi mente evoluciona cada día más dentro de ella. No sé si a mis lectores les agradará leer dicha novela, pero a mí me encantaría escribirla. Amo colocarme en la piel del personaje principal, de esa forma siento que conecto con él y construyo un puente directo al nuevo mundo que inventé. Las historias que se cuelan en mis pensamientos constituyen la causa de mis desvelos, junto con los adictivos libros de Wattpad.

—¿Es fácil escribir?

—A mí nunca me ha parecido excesivamente complicado, pero es mucho más que anotar lo que se te viene a la mente —asevero y evoco los ingredientes principales del proceso creativo—. Debes transmitir un mensaje, construir un universo alterno, elaborar personajes, desarrollar la trama y conseguir que quienes te lean sientan lo mismo que tú sentiste al redactar la historia.

—Sin darte cuenta, puedes estar escribiendo el libro favorito de alguien, ¿te imaginas?

La idea conmociona mi interior y hasta creo sentir el salto que pega mi corazón. Suena como un sueño. Uno que no sé si alcanzaré. Deseo dejar una huella en la vida de alguien, iluminar un camino con letras y grabar palabras en un alma. No podría tener un honor más grande que ese.

—¿Qué tan lejos piensas que llegaré?

—Estoy segura de que eres capaz de tocar las estrellas.

Con miles de cavilaciones rondando, me dejo caer en el sillón y el mueble se hunde a mi derecha cuando Kiara toma asiento. Tiro de su brazo para incrementar nuestra cercanía y recuesta su cabeza en mi hombro. Me gusta saber que cuento con ella para lo que sea. No me cabe duda, me lo ha demostrado durante años.

Recuerdo cuando publiqué mi primera historia en Wattpad. Salté de emoción al descubrir que había llegado a las tres lecturas al día siguiente. Sí, tres. No tres mil, no tres millones. Una vista era mía, otra de Logan —quien se creó una cuenta para apoyarme— y después estaba la tercera. Una persona de cualquier lugar del mundo presionó la portada y leyó por lo menos el prólogo. Casi lloro de la alegría, pero me contuve porque los ancianos del parque en que me encontraba alimentado a las palomas me miraban raro.

¿Y si he nacido para profesar mensajes a través de letras entintadas de sentimientos? Si mi destino se esconde entre palabras, encantado estaré de perderme en ellas.

—¿Por qué crees que viniste a este mundo?

—Para desplazar a Diego y ser la favorita de mamá —responde en broma. Sin embargo, su vista se desvía para visualizar el cielo.

—Yo ni siquiera sé que hago acá, simplemente me enviaron. Ni se molestaron consultarme si quería venir.

—En realidad yo tampoco lo sé, Sebas —revela al cabo de un rato y baja el volumen de su voz—. Muchas veces me he preguntado por qué sigo aquí y mi madre no, ¿acaso ella no merecía vivir? La gente se va muy rápido. Un día estaba en mi habitación enseñándome a pintar y al otro le lanzaba flores a su ataúd mientras la trasladaban al cementerio —titubea, evadiendo mi mirada. No desea que la vea llorar, mas un sollozo se escapa de su garganta—. ¿No pude morir yo? Lo único que quiero es volver a dibujar su sonrisa. Le prometí que sería fuerte, pero no puedo. Esto es demasiado. Una parte de mí murió con ella. Me rompí.

La atraigo hacia mí cuando lágrimas se asoman en sus ojos y oculta su rostro en mi pecho. Aprovecho para acariciarle el cabello con la esperanza de que aquello la tranquilice un poco y la envuelvo entre mis brazos. Tuve la fortuna de conocer a la señora Rose y su recuerdo, aunque breve, jamás será borrado.

—Una persona indestructible no es aquella que nunca ha estado hecha pedazos, sino quien se reconstruye a sí misma tras cada tropiezo con cimientos más fuertes y duraderos.

—¿Y si no sé cómo reconstruirme?

—Puedo ayudarte. Siempre vas a tenerme a mí.

Suspiro cuando su llanto cesa y deseo con todas mis fuerzas, pasar a escucharla reír. No obstante, reconozco que resulta demasiado pronto para ello. Su respiración se ralentiza después de unos minutos, los cuales siento como una eternidad, y deposito un beso en su frente. Le seco las lágrimas apenas levanta la mirada y ambos dirigimos la vista al cielo, desde donde sabemos que nos observa.

—Ahora que se ha ido, me gusta creer que los días soleados son su forma de sonreírme y que el viento que agita mi cabello es su manera de abrazarme.

—Apuesto que está muy orgullosa de ti.

—Diego estudia Medicina por mamá, va por el cuarto año de carrera —comenta y me volteo para prestarle mayor atención. Noto que una lágrima aún se desliza por su mejilla y me apresuro a quitarla—. Sí, mi hermano, el que confundió los intestinos con los lóbulos del cerebro.

—¿Será seguro atenderse con él? —bromeo y cuando esboza una ligera sonrisa , me doy por premiado.

—Hoy fue a realizar sus prácticas. Papá dice que ha mejorado bastante. Lo ayudamos a memorizar los pares craneales con una parodia de Tusa.

Se me vuelve imposible no reír, contagiándole una pizca de diversión. No debería burlarme, pues yo me aprendí la configuración electrónica de los átomos con una canción acerca de una sopa que se fue de paseo. Y, aun así, reprobé el examen.

—Lo siento. —Me aclaro la garganta, aunque ella también luce divertida—. ¿Cómo está tu padre?

—Me pidió que te invitara a cenar con nosotros.

Santa María Purísima. Eso significa que se lo ha contado todo. Bien, creo que puedo con esto.

No me lo esperaba, así que al principio no sé cómo contestar. El señor Rose era completamente opuesto a mi papá cuando lo conocí, casi siempre sonreía y bromeaba. Jamás lo vi enojado, ni siquiera aquella vez que su hija y yo desaparecimos durante horas. Agradecí que fuera él quien nos encontrara, porque a mi padre no le habría importado propinarme una bofetada delante de todos.

Las quimioterapias acababan con nuestra energía y a estas les seguían los vómitos, las náuseas y los dolores musculares. Por eso un día nos escondimos en el patio trasero del hospital. Queríamos un descanso del bucle tortuoso y asfixiante en que estábamos enfrascados. No queríamos otra sesión de quimio.

—¿Tú quieres que vaya? —interrogo, nervioso, pese a las ganas que poseo de reencontrarme con su familia—. No hay problema si no...

—Claro que quiero —me interrumpe—. Me ofende que pienses lo contrario.

—Entonces iré el... ¿Cuándo voy?

—¿Este viernes te parece bien? —Asiento, aunque no esperaba una fecha tan precipitada.

—Prometo comportarme adecuadamente.

Me pongo de pie y percibo su mirada sobre mí, pero no me detengo. Mis ojos se pasean por los libreros e inspeccionan las estanterías. Me encantaría que mi habitación estuviese igual de abarrotada de libros. No sería mala idea enlistar algunos títulos que me interesan y pedirlos prestados.

—Chicos, ¿no irán a clase? —Volteamos hacia la bibliotecaria, quien desliza sus anteojos por el puente de su nariz y nos enfoca—. Su receso acabó hace cinco minutos. Dense prisa que van llegando tarde.

—Ya oíste, Sebas. Apúrate.

Pienso dar media vuelta, mas una sonrisa colma mi rostro cuando reconozco el título de un libro. En seguida, lo saco del estante y abro la primera página.

—¡Libroaventuras del Capitán Fush y Pequeño Minino!

Lo leí a los nueve años en la biblioteca de mi escuela. Terminé de devorarlo en una semana, ya que solo conseguía colarme allí durante las horas libres los pocos días que asistía. Creí que nunca volvería a toparme con un ejemplar.

—No me obligues a dejarte aquí —sentencia sin mirarme y recoge su cuaderno de dibujo.

Acaricio la portada del libro y lo devuelvo a la estantería. Cruzo por el costado de Kiara, adelantándome unos pasos. Avanzo hacia la puerta con intención de retornar a mi pabellón. Me tranquiliza que no sea lunes. Caso contrario, tendría que enfrentarme al profesor de Filosofía y a su vara de madera con la que no teme adiestrar a sus estudiantes. Me dispongo a salir del lugar, pero noto que ella permanece inmóvil.

—No te quedes ahí parada, vamos.

—Gracias por lo del almuerzo, por sacarme de ahí. No pensé que... No entendía... —murmura, trabándose con sus palabras. Baja la mirada cuando sus mejillas adquieren de nuevo una tonalidad rojiza—. Uso lentes de descanso.

—No hay nada de malo en tus gafas. A mí me gusta cómo te quedan. —Fuerzo una sonrisa, pues me desagrada recordarlo.

—Ethan nunca ha sido así conmigo —comenta, evitando mis ojos, como si le avergonzara tocar el tema—. Pero últimamente quiere saber dónde estoy a cada momento.

—Si una persona se sobrepasa contigo, estás en todo el derecho de defenderte y gritarle lo que quieras. Tu forma de vestir no lo justifica.

Y con eso dicho, nos despedimos de la biblioteca. Tomamos caminos separados apenas llegamos a un determinado punto del patio. Porque yo no puedo faltar a clase de Narrativa y Kiara debe asistir a Escultura para que le otorguen la máxima nota en el trabajo. Lo logrará, estoy convencido.

Quizá nosotros nunca averiguaremos cuál fue nuestra misión en el mundo. Tal vez les toque las personas que nos amaron durante nuestro paso por esta tierra descubrirla cuando nosotros ya hayamos partido. Sin embargo, creo haber develado el propósito de Kiara. Ella nació para demostrarle al resto que siempre se puede superarse a uno mismo, que nunca es tarde para luchar por lo que amamos y que aun con el alma rota, nuestro brillo se expande por cada rincón del universo. Pero, sobre todo, existe para hacerse feliz a sí misma.

***
¡Hola!

Espero que hayan tenido una linda semana ❤️ La mía estuvo más calmada que la anterior, lo cual me alivia :')

¿Creen que Kiara se alejará de Ethan después de lo del almuerzo? ¿Sebastián seguirá las reglas de su lectura conjunta con Axel? ¿Qué sucederá entre Ivet y Logan?

El próximo capítulo es uno de mis favoritos de esta historia. Lo estaré publicando el domingo que viene, mientras tanto, les deseo lo mejor 😌

Ya publiqué el flashback correspondiente, así que pueden leerlo si gustan conocer más acerca de la vida de Kiara y Sebas en el hospital.

Nos leemos pronto 🤙🏻

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