17| La valentía para cambiar el mundo

Hay tantas cosas que quiero contarle, pero justo ahora lo único que implora a gritos mi corazón es lanzarme a sus brazos. Aferrarme a ella para nunca más soltarla. Porque siento que después de años a la deriva, he encontrado un salvavidas que me llevará de regreso a tierra firme. Durante toda una guerra fue la única persona que tenía, el pilar en que podía apoyarme, la brújula que guiaba mi viaje. Ella estuvo allí cuando mi mundo se caía a pedazos y la atmósfera conminaba con asfixiarme.

Su cabello castaño ha crecido y le llega hasta la cintura. También volvieron sus pestañas, son largas y rizadas, tanto que sus lágrimas se atascan ahí y necesita frotarse los ojos para quitárselas. Ya no presenta la piel pálida, sino sonrosada, sobre todo en las mejillas. Sigo siendo más alto, pues aún puede enterrar su rostro en mi pecho y aunque no me ve llorar, los sollozos que brotan de mi garganta me delatan. La abrazo como si fuese a desvanecerse entre mis brazos. Nos dejamos caer al suelo, porque las piernas me fallan y, si poseía fuerzas, estas acaban de abandonarme.

No puedo hablar ni mantenerme de pie por mucho que lo intente. Las palabras no me salen, mis manos tiemblan y el aire me falta. Una punzada se manifiesta en mi espalda, causando que me duela hasta respirar. Mi visión se nubla y necesito entrecerrar los ojos para que el mareo disminuya, pero no cesa. Siento la cabeza punto de estallar.

—Tus padres... —articula, con la voz quebrada—. Tus padres me dijeron que habías muerto después de que partí de Londres.

Oírlo me sienta cual puñal en el estómago. Mi mandíbula se tensa, a causa de la impotencia. Me aparto un poco para entrelazar su mano con la mía.

—Lo mismo me dijeron de ti a mí.

Guarda silencio. Tal vez con el fin de deshacerse de las lágrimas. Apoya su cabeza en mi hombro y reconozco cierto temor en su mirada cuando me mira. Suspiro con pesadez y me centro en recobrar fuerzas para salir a enfrentar el mundo.

—No pensé que serían capaces de inventar algo así —susurra tan cerca de mi oído que me provoca otro escalofrío—. Me he pasado años llorando hasta quedarme dormida y sintiéndome culpable por desaparecer de un día para otro. Te prometí estar para ti y te fallé.

—¿Por qué te fuiste?

Noto que mi pregunta suena como un reproche y en seguida me arrepiento, porque no iba con esa intención. Sin embargo, Kiara parece darse cuenta. Esboza una ligera sonrisa, aunque esta se desvanece con rapidez.

Clavo mi vista en el reluciente piso de porcelanato, el cual recepciona los tenues rayos de sol que se escabullen por la ventana situada en lo alto de una pared. Alzo la mirada hasta el dibujo que posee el casillero frente a nosotros y la mantengo ahí. Se trata de un corazón humano por el que, a través de sus venas y arterias superiores, sobresalen flores. Estas escalan hasta la pequeña rendija de la taquilla y culminan su rastro allí.

Mi ansiedad merma conforme entro en contacto con la realidad de nuevo, aunque describir el ambiente no siempre da resultado.

—Un doctor se ofreció a practicarme el trasplante de médula. —Acaricia mis nudillos, un poco más calmada. Aprieto su mano y percibo la respiración menos agitada—. Pero él provenía de Florencia y debía retornar, así que lo seguimos. Nos fuimos muy rápido, solo alcanzamos a pedirle a tu madre que te contara que volvería en unos meses. Luego la cirugía se complicó y no pude regresar, entonces llamaron a papá para comunicarle que...

Sus caricias se detienen en ese instante y conecto mis ojos con los suyos, estos lucen brilloso. Se limpia con el antebrazo y cubre su rostro. El corazón se me encoge dentro del pecho.

—Por favor intenta olvidar eso.

—No puedo —solloza, con lágrimas empapando mi chaqueta.

—No temas romperte delante de mí, lucharé por reconstruirte.

—Juro que ya no me iré a ningún lado. Vivo acá desde hace seis años. —Una calidez envuelve mi pecho cuando me lo asegura y me encargo de secar sus lágrimas—. ¿Tú te quedarás conmigo?

—Claro que sí. Aquí estudio Literatura, llegué este año mediante un traslado.

El brillo de sus ojos aumenta y descubro que está feliz. Lo cual me reconforta, porque siempre he detestado verla llorar. Me enfunda en un abrazo y le rodeo la cintura para atraerla hacia mí.

—Sabía que lo conseguirías. Estoy muy orgullosa de ti. —Se aparta para acunar mi rostro y me obliga a perderme en su mirada—. ¿Tus padres por fin decidieron apoyarte?

—Me retiraron el apoyo económico, pero obtuve una beca.

—Discutiste con ellos —da por sentado y asiento, de nuevo. Desearía que las cosas no fueran tan complicadas.

Quisiera que mis padres fueran los primeros en aplaudirme. Sin embargo, mis triunfos los he celebrado solo. Aunque aprendí a levantarme por mi cuenta de cada caída. No podía quedarme tirado a la espera de que alguien me tendiera la mano. Aun así, me alegra que desde hoy vuelva a formar parte de mi vida quien me acompañó en mis peores momentos. Cuando no era más que un barco perdido en el mar, Kiara se convirtió en la luz del faro que me guiaba lejos de la tormenta.

—Papá insiste en que estudie Administración para heredar la empresa. Después de desviarme del camino que trazó para mí todo ha ido de mal en peor. Y ahora que acabo de descubrir que me mintió, yo... —Siento la boca seca, por lo que relamo mis labios—. No sé de lo que sea capaz.

—¿Tienes miedo?

—Siempre le he tenido miedo. Quizá parezco un cobarde, pero...

—No eres ningún cobarde, Sebas. Eso es lo que tu papá quiere que pienses, que eres un inútil, que desperdicias tu tiempo, que estás siendo egoísta por no complacerlos y que no mereces ser feliz. No creas nada de lo que te dice, por favor —me implora y acaricia mi mejilla con su pulgar—. No lo escuches.

—¿Estarás cuando necesite que cubras mis oídos?

—No te dejaré solo otra vez.

—Nunca lo hiciste. Te llevé en mi corazón todo este tiempo, jamás te sacaría de allí.

Pese a que aún escucho mis latidos acelerados, ahora observo nuestro alrededor con claridad y mi respiración se ha ralentizado. Aunque percibo un frío en la parte baja de mi espalda.

—Detesto arruinar este momento, pero se me congela el trasero.

Su risa me produce un cosquilleo en el estómago. Son demasiadas las emociones que me atropellan y no sé cómo gestionarlas. Me pongo de pie y la ayudo a levantarse. Recojo del suelo los dibujos y su cuaderno, del cual acaricio la portada. Después de tantos años, las dos mitades han vuelto a unirse. Encajan a la perfección. Y puede que sea mi imaginación, pero noto los colores más relucientes.

—¿Quieres que vayamos a otro sitio?

—Si con eso te refieres a la biblioteca, acepto.

—Cerraba a las cuatro. Te acompaño mañana si deseas. Creo que te gustará ese lugar, hay todo tipo de libros y hasta puedes pedir prestado algunos con un plazo de devolución.

El dibujo de la taquilla de en frente se adueña de mi atención de nuevo. Como si de una fuerza magnética se tratara, me aproximo hacia esta e inspecciono de cerca los colores.

—¿Sabes de quién es este casillero?

—Ni idea, ¿no te parece que está muy sobrecargado? Además, el dibujo en sí carece de sentido y los colores no combinan.

—Es tuyo, ¿verdad?

—Sí. —Se muerde el labio—. ¿Te gusta?

—Me encanta, ¿tienes más dibujos como estos en tu cuaderno?

—¿No lo abriste?

—Dijiste que había bocetos de desnudos.

En realidad, me quedé tan atónito luego de descubrir mi retrato que olvidé por completo husmear.

—¿Y me creíste?

—Mejor no te contesto. —Contengo una risa y codea mi brazo—. ¿Sigues pintando en tu ropa?

Recuerdo que a los once años solía comprarse tenis blancos y decorarlos con dibujos de flores, mandalas y atrapasueños. A veces añadía una que otra frase. Aunque también utilizaba pintura fosforescente en zapatillas negras y el efecto era alucinante.

—Me he prometido no arruinar nada, así que no.

Aplano los labios al oír su tajante respuesta. A pesar de que regresa a mi mente la chaqueta que llevaba puesta el martes, elijo no indagar. Ya hablaremos de eso a su momento. Kiara se gira hacia el pasillo y la sigo cuando emprende la marcha. No despego mi vista de ella, pues una parte de mí aún teme que esto sea un sueño. Busco su mano solo para asegurarme de que es real y corroboro que estoy despierto. De verdad estamos juntos. Llegamos a las escaleras que conducen a la primera planta y bajamos por ellas con dirección al patio.

—Antes personalizabas tu ropa. Eras la que me arrastraba al taller recreativo de pintura que ofrecía el hospital.

Nunca me fue bien. Cierta vez dibujé una ballena y la maestra la confundió con un gigante plátano azul volador. En otra clase me esforcé por plasmar una manzana, que acabó luciendo como un diente.

—¿Por qué ibas si al final terminabas arrugando la hoja?

—Por ti. Insistías mucho y no te callabas.

—¿Sabías que los Prismacolor no incluyen talento?

—En serio serías una excelente psicóloga. Deberías dar charlas motivacionales.

—¿Sonaría cruel admitir que me gustaba verte sufrir?

—A mí me gustaba verte feliz.

Al salir del edificio, visualizo la copa de los robles, cuyas hojas varían entre matices anaranjados y rojizos, a causa del otoño. Pasamos debajo de un árbol que aparenta varios años de antigüedad, tanto por sus raíces que sobresalen del suelo como por el grosor de su tronco. Alzo la mirada para detallar el paisaje y sonrío cuando una brisa golpea mi rostro.

—Espero algún día poder recompensarte todo lo que hiciste por mí. Gracias por estar ahí.

—Me diste esa oportunidad, no podía desaprovecharla.

Llegamos a una banca situada bajo la sombra de los árboles y tomamos asiento allí. Ella acomoda su cuaderno sobre su regazo y lo abre para después consultarme:

—¿Qué quieres ver primero? Acepto críticas constructivas.

—Mientras no sean desnudos, estará bien.

Examina algunos bocetos y, por el rabillo del ojo, me percato de que la mayoría son a color. Suspiro y aguardo a que me muestre alguno.

—¿Recuerdas lo que estaba pintando en el salón de arte? —Asiento y sonrío. Amé esa pintura—. Éramos nosotros.

No olvidaré tan fácilmente la ola de sentimientos que ese cuadro me ocasionó. No me caben dudas de que nació para pintar. Siempre dibujaba sobre las servilletas a la hora del almuerzo en el hospital. Ahora pinta en lienzos. Estoy orgulloso de lo que ha logrado y adoro que podamos hablar del pasado con tanta naturalidad. Ese tema me dolía, pero comienzo a verlo desde una perspectiva diferente.

—Sigo siendo más alto que tú —ostento, a lo que Kiara rueda los ojos.

Se mantiene en silencio durante unos segundos y baja su mirada hasta encontrar nuestras manos entrelazadas. Suelto la suya, no deseando que se sienta incómoda.

—¿Qué has hecho con tu vida todos estos años?

—Practiqué levantamiento de pesas, de ahí los músculos.

Los médicos indicaron que debía llevar una vida sana, lo cual implicaba una alimentación balanceada y ejercicio físico. Probé con el baloncesto, pero en mi primer entrenamiento me golpeó una pelota y casi quedo inconsciente. Le siguió el béisbol, deporte que habría elegido de no ser porque rompí la ventana de una vecina cuando practicaba en el patio trasero de la casa de Logan. Entonces me incliné por el golf, pero mientras practicaba lancé la pelota con tanta fuerza que esta se estrelló contra un árbol, rebotó y me golpeó en el ojo. Después Logan me recomendó levantamiento de pesas y me sentí orgulloso cuando salí del gimnasio con el hombro en perfecto estado. Creí que me lo dislocaría.

—¿Conociste nuevos lugares?

—El único sitio que he conocido es esa galería de arte a la que fui hace una semana.

Aún me asusta abandonar mi zona de confort y atreverme a experimentar algo diferente. Me gusta conocer lo que ocurrirá y estar preparado. Lanzarme a la aventura significaría saltar a un futuro incierto, uno del que se desconoce su desenlace.

—¿Has tenido pareja?

—Si te cuento el chisme completo, ¿me prometes que no te burlarás de mí?

—Te aseguro que no.

Se acomoda en el asiento, expectante, por lo que decido no retrasarme más y contárselo todo.

—Una vez salí con una chica, pero nunca llegamos a nada serio. Ella se enojó conmigo porque luego de besarnos la llamé por el nombre de la protagonista del libro que leía en Wattpad. Lo peor fue que cuando se lo expliqué pensó que la engañaba con otra.

Estalla en carcajadas apenas me oye, pero yo enserio mi expresión y Kiara se aclara la garganta.

—Perdón.

—Qué gran empatía la tuya.

No se le da bien fingir, ya que vuelvo a escuchar sus risas. Ni siquiera disimula. Mi vista recae en la particularidad de su mejilla derecha. Un mechón de cabello la cubre, así que lo coloco detrás de su oreja y sonrío cuando por fin presencio mi detalle favorito. Las nubes montan un espectáculo en el cielo, pero yo prefiero centrarme en ese que yace frente a mí: su sonrisa. Mis latidos se aceleran y me cuestiono si ella los oye también. El azul de sus ojos se ha intensificado y su cabello forma pequeñas ondas que relucen gracias al sol.

—Tu hoyuelo. Sigue ahí.

—Por más que quiera nunca desaparecerá —masculla con desgana y frunzo el ceño.

—¿Por qué quieres que desaparezca? ¿No te agrada?

—¿A ti te agradan tus poros?

—Mis poros no, pero tu hoyuelo sí. —Me sonríe, ocasionando que el corazón me revolotee en el pecho—. ¿Y sabes qué es lo mejor de escucharte reír? Que significa que estás feliz y no hay nada más lindo que tu felicidad.

—¿Eso piensas?

—También pienso que debes mostrarme tus dibujos.

Sin más que agregar, abre su cuaderno y me quedo maravillado con tan sólo contemplar la primera página. Se detiene para enseñarme el dibujo de un ojo, en cuyo iris se vislumbra a una ciudad que alberga a dos jóvenes. Ambos abrazados y perdidos en los ojos del otro, bajo un cielo estrellado. Luego voltea la hoja para presentar los demás dibujos. Entre ellos encuentro paisajes, animales y retratos que, aunque no le pertenezcan a alguien en particular, atraen mi atención de sobremanera.

En un retrato, dos perfiles de una misma chica se hallan unidos. El derecho exhibe su blanquecina sonrisa y jovial mirada, que no desprende más que alegría. Mientras tanto, el izquierdo revela una faceta adolorida. Lágrimas empapan sus mejillas, un moretón verdea su frente, grietas le rajan la garganta y sus ojos hinchados denotan el profundo sufrimiento que calla.

Lo siguiente en aparecer es la imagen de un tren con vagones repletos de gente que avanza sobre un riel. En cuatro de ellos los pasajeros sonríen y mantienen una conversación animada, mientras que en los tres restantes, lloran y se abrazan. Resalta entre estos vagones, alguien coloreado por completo de gris. Al principio no lo entiendo, pero todo cobra sentido cuando me fijo en las siluetas de personas que forma el humo que brota de la chimenea del tren.

A este dibujo, le procede el de una chica que alza un puñal en mano y rompe el espejo situado frente a ella. Lo hace trizas y en los fragmentos que caen al suelo se han plasmado tres escenas protagonizadas por mujeres. La primera muestra a una joven con kilos «extra» siendo señalada; la segunda, a una mujer amordazada con un esparadrapo; y la tercera, a una adolescente encerrada en una habitación oscura, por la que a través de cierta rendija ingresa un arcoíris.

A continuación, entre las páginas un pianista tocando ante una puesta de sol en la playa. Brotan de su órgano notas musicales, las cuales se convierten en aves para perderse en el horizonte. Admiro tantos dibujos que pierdo la cuenta, pero para terminar con el recorrido reaparece, bailando bajo una extraña lluvia, la pareja del inicio. Pienso que se trata de granizo hasta que me acerco y descubro que llueven diamantes. Él toma su mano y la hace girar sobre la superficie platinada. En la parte inferior diviso un anillo, que rodea por completo al planeta y destaca por los brillos que posee.

Podría permanecer horas enteras contemplando sus creaciones. Ha mejorado muchísimo durante todos estos años.

—Y bien, ¿qué te parecen? ¿En qué crees que debería mejorar?

—Me has dejado sin palabras. —Suspiro, embelesado, y me paso una mano por el cabello.

—Lo tomaré como algo bueno.

Sus dibujos son más que simples imágenes, transmiten un mensaje y te sumergen en huracanes de emociones. Aquellos torbellinos que origina su arte remueven todas las fibras de mi interior y me invitan a contemplar la realidad con diferentes gafas.

—Si pudieras cambiar en algo al mundo, ¿qué harías?

—Llenaría de color cada rincón —me responde, con el viento desordenando su cabello—. Quiero demostrarles a las personas que, si yo fui capaz de pintar en medio de una tormenta y la vencí, ellos también. Las tempestades detestan los colores, así que no encuentro mejor forma de derrotarlas.

—Yo escribiría historias que refugien a los demás de la realidad —le confieso, mientras me atraviesa una brisa helada—. Universos alternativos en los que puedan sumergirse a recargar fuerzas y reunir valor para después salir a enfrentar todas las adversidades que el destino coloque en su camino.

Sus pupilas titilan y la curvatura que forman sus labios se ensancha al escucharme, gesto que me hace esbozar una sonrisa también. No puedo reprimir la alegría que me produce su cercanía.

—Extrañaba tus dudas existenciales.

—Hoy tuve clase de Filosofía General, ¿qué esperabas que te preguntara? ¿La clásica del huevo y el pollo?

—La gallina.

Sonríe y luce mucho más bonita cuando no cubre el hoyuelo en su mejilla.

—Como sea, esa de los plumíferos.

—Está muy usada, ¿no crees?

Una melodía resuena a nuestro alrededor y me impide contestarle. No tardo en percatarme de que se trata de su móvil. Kiara atiende la repentina llamada y dialoga con alguien del otro lado de la línea. Finaliza al cabo de unos minutos y noto cómo su expresión cambia al leer ciertos mensajes. Desliza su pulgar sobre la pantalla del dispositivo y lo guarda en su bolsillo.

—¿Qué sucede?

—Ya debo irme a casa.

Giro mi vista con dirección a la puerta de salida, por donde tres alumnos abandonar las instalaciones. Imagino que ella acostumbra a retirarse temprano, pero ambos perdimos la noción del tiempo hoy y empieza a hacerse tarde.

—¿Puedo acompañarte?

—Si no te aburres de mí.

—No me he aburrido de ti en más de diez años, ¿por qué piensas que ahora sí?

—¿Siempre tienes una respuesta para todo?

Me levanto del asiento y voy detrás de ella. El frío empieza a manifestarse, por lo que no me arrepiento de traer puesta mi chaqueta. Ella también va abrigada, así que no percibe el deceso de temperatura.

—No soy tan listo como parezco.

—¿Aún escribes nube con v? —cuestiona, divertida, y desvío la mirada.

—No me recuerdes mi pasado oscuro.

Hace unos años mi ortografía no era la mejor. Cometía errores gramaticales garrafales que hoy me provocarían un sangrado de ojos terrible. Y aunque mi primer diario esté lleno de ellos, jamás me he planteado desecharlo.

Cruzamos la puerta de salida y nos despedimos del vigilante. Me acuerdo de lo fácil que resultó distraerlo el miércoles de la semana pasada, cuando recogimos al cachorro de la calle. Todavía conservo la esperanza de que cayera en buenas manos. Creemos que escapó de la universidad, pues buscamos en todos los rincones posibles y no hallamos nada. Quizá lo recogió algún alumno o maestro.

—Hoy te enseñé algunos de mis dibujos. —Por su sonrisa, creo saber a dónde quiere llegar—. Mañana te toca a ti mostrarme tus escritos.

—¿Quieres leer lo que escribo?

—No pasa nada si escribes novelas eróticas, las leeré igual.

Me echo a reír mientras niego. Kiara alza una ceja y me escudriña, expectante.

—Escribo historias de romance. Casi todas las mañanas voy a escribir nuevos capítulos a la cafetería. Las guardo en mi portátil.

Una vez fuera de la universidad, Kiara dobla en una esquina y camina en línea recta. Temo que nos alejemos demasiado y se me dificulte volver, pero no digo nada. Porque más miedo me da que le ocurra algo malo. Las calles están vacías y algunas carecen de alumbrado.

Introduzco las manos en mis bolsillos y descubro a las viviendas aledañas bastante distintas a la casa en que vivía antes de mudarme aquí. La mayoría no sobrepasa los tres pisos y ningún auto de alta gama se halla estacionado afuera. Todo eso causa que me parezcan más acogedoras. Cierro los ojos y me imagino a una familia reunida a la hora de cenar. Con padres que no salen disparados a atender sus teléfonos que suenan cada dos por tres. Con padres que les pregunten a sus hijos cómo estuvo su día en la escuela y platiquen de algo ajeno al trabajo. Con padres que no suelten comentarios hirientes ocasionando que los presentes pierdan el apetito. Me encantaría pertenecer a una familia así.

—¿Alguna vez has sufrido un bloqueo creativo?

La voz de Kiara me toma por sorpresa. Detiene su paso en la entrada de un vecindario. Observo hacia atrás para calcular la distancia que nos separa de la universidad y suspiro al percatarme de que no fuimos lejos.

—No, y espero que nunca me pase. Ese siempre ha sido uno de mis temores, pero las ideas me vienen incluso mientras me lavo los dientes.

Siento que escribir me ha salvado la vida. Es lo único que logra calmarme cuando sufro un ataque de ansiedad y me ayuda a desahogarme. Sería una pesadilla que las palabras no me salieran.

—¿Por qué no escribes un libro sobre el ratón Pérez?

—Porque esa rata jamás me dejó propina debajo de la almohada.

No encuentro mejor manera de terminar este día que escuchándola reír. Y me gusta aún más saber que el causante de su sonrisa fue otro de mis malos chistes.

—¿En dónde estás quedándote?

—En la universidad. Los rectores me asignaron una habitación. —Extraigo mi móvil de mi bolsillo y reviso la hora—. Aún falta para que marquen las ocho y cierren sus puertas, así que regresaré a tiempo.

—¿Nos vemos mañana? —Saca de su abrigo unas llaves y juguetea con ellas, haciéndolas sonar.

—¿Ya te vas?

—Vivo en esta calle.

Me inclino a la derecha para ojear el vecindario y mi atención recae en una casa con dos autos estacionados afuera. No visualizo más detalles desde mi posición, puesto que se localiza en nuestra misma recta.

—Lo siento, yo... —Me rasco la nuca, sin mucho que añadir—. ¿Te espero en la cafetería?

Asiente, dibujando sobre mis labios otra genuina sonrisa.

—Adiós, Sebas —se despide y se coloca de puntillas para abrazarme. Echaba de menos rodearla con mis brazos. Ojalá esto suceda más seguido desde hoy.

Cuando nos separamos, se aleja de mí y permanezco de pie en la acera hasta que la pierdo de vista cuando ingresa a una vivienda. Solo quería asegurarme de que llegase bien a casa.

—Hasta mañana, princesa —susurro, aunque ya no me escucha.

Antes solía llamarla así, a pesar de que ese apodo no le agradaba. Decía que no era nada parecida a las princesas que salían en la portada de los libros. Hoy puedo afirmar que estaba en lo cierto, porque Kiara es mucho mejor. Jamás dejó de luchar. No se rindió y tampoco consintió que yo lo hiciera. Siempre he amado sus ganas de sonreírle al mundo y la fortaleza con que enfrenta cualquier obstáculo. La admiro por todo lo que me ha enseñado y las palabras con tinta indeleble que escribió en mi corazón. Una ráfaga de viento vapulea mi rostro y me volteo para emprender el camino de retorno al campus.

***
Amé escribir este capítulo :')

¿Qué les pareció? ¿Creen que Kiara se lo contará a su familia? ¿Cómo reaccionarán ellos? ¿Los padres de Sebastián se enterarán de que ambos ahora saben la verdad?

¿Qué opinan de los dibujos de Kiara? En lo personal, me encanta la simbología que utiliza y sus metáforas visuales. No será la última vez que se describirá su trabajo, aquello es una de mis partes favoritas de la historia ❤️

Una vez más, espero que hayan disfrutado de una buena semana y se encuentren bien junto a sus seres queridos 💕 Si es que por alguna razón no, deseo que todo mejore para ti pronto.

Hasta la próxima semana 👋🏻

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