12| Estaré para ti

La música que suena a través de mis audífonos me acompaña en mi recorrido hacia el comedor principal. Esta vez no pienso comprar café, porque aprovecharé mi primera clase para terminar un dibujo y odiaría derramar la bebida encima de la hoja. No me lo perdonaría jamás. Sería una tragedia, y no de las griegas.

Ayer empecé a dibujar a La Catrina, perteneciente a la maravillosa cultura mexicana. Planeo regalárselo a Ivet, pues ella lleva bien en alto sus raíces. No obstante, y aunque poseo experiencia, temo arruinarlo al agregarle los llamativos colores que la representan.

Me aferro a mi cuaderno de dibujo y apenas entro a la cafetería, lo hallo sentado allí. Yace entretenido con el juego del dinosaurio que esquiva obstáculos, dado que no hay señal de internet. Aquello no me extraña, ya que sucede con frecuencia temprano por la mañana. Seguro siente mi mirada sobre él, porque se gira hacia mí, descuidando la pantalla.

—¡Salta! —exclamo. Sin embargo, no reacciona a tiempo y choca contra un cactus.

Me quito los auriculares y me acerco a su mesa para sentarme a su costado. No debí distraerlo, iba ganando y su tiranosaurio rex acaba de sufrir una muerte abrupta por mi culpa, ¿cómo superará ahora una pérdida tan terrible?

—Perdí —anuncia y se echa a reír.

Cubro el lado derecho de mi mejilla y prolongo una carcajada. Sus ojos verdes se achinan cuando ríe, también arruga un poco la nariz y alza las cejas. Sé que me fijo demasiado en detalles que tal vez ni él mismo ha notado, pero me gusta verlo así. Pestañeo cuando creo haberme quedado observándolo durante mucho tiempo y me encuentro con sus ojos clavados en los míos.

Aclaro mi garganta, causando que se sobresalte. Me sonríe de nuevo y un cosquilleo sacude la boca de mi estómago.

—¿No había cobertura? —inquiero, a lo cual niega.

—¿Esto pasa seguido?

—Lamento informarte que sí —Dejo mi cuaderno sobre la mesa y acaricio la tapa decorada. Dentro guardo el dibujo que espero terminar hoy—. A veces pienso que es una estrategia de los profesores para esos alumnos que realizan trabajos a última hora. Tú no eres así, ¿cierto?

—Lo fui en mi pasado oscuro. —Alzo una ceja, incrédula. Presiento que su único delito ha sido robar perritos—. Pero sólo recurrí a ello una vez que olvidé redactar un ensayo sobre la Revolución francesa.

—Tranquilo, quien no hizo eso fracasó como estudiante.

—Entonces me alegra saber que por lo menos en algo no soy un fracaso.

—No digas esas cosas —sentencio con el ceño fruncido y asiente tras percatarse de mi seriedad.

—Lo siento, no tuve una buena noche.

Cuando suelta un ligero bostezo, noto que los párpados le pesan, quizá por pasársela en vela. Se revuelve el cabello y elude mi mirada. Juego con mis manos, dudosa, pero me animo a hablar.

—¿Recuerdas lo que me dijiste ayer?

—Te dije muchas cosas.

—Entre ellas, me aseguraste que podía conversar contigo si tenía algún problema y que estarías dispuesto a escucharme.

—¿Quieres que platiquemos acerca de algo ahora?

Cierra su portátil y voltea, de modo que permanecemos frente a frente. Agradezco su disposición, mas no quiero que charlemos sobre mí.

—Quería decirte que tú también puedes contar conmigo —afianzo, deseando no incomodarlo—. No me considero buena dando consejos, pero desahogarse a veces ayuda.

Guarda silencio unos segundos y temo que lo haya malinterpretado, ¿qué tal si piensa que soy una entrometida que ahonda en asuntos ajenos? Lo cual es cierto. Esto no me compete ni en lo más mínimo, pero he descubierto que prefiero escucharlo reír a verlo tan apagado. Y si existe algo que pueda hacer para ayudar a alguien a sentirse mejor, lo haré.

Reconozco que se aguanta las lágrimas y no necesito estar en su cuerpo para develar que lucha contra un nudo en la garganta. Porque de repente, uno se aloja también en la mía y me roba todas las palabras que planeaba articular. Por un momento, siento que compartimos el mismo dolor. Me encuentro a mí misma recordando a quien conocí mientras libraba la batalla más difícil de mi vida y en lo feliz que sería si estuviese aquí. En cuánto extraño escuchar su voz en mi oído y sentir sus brazos en torno a mi cintura. Desearía que esto fuera una pesadilla, que Sebastián y mamá siguieran acá para que todo pese menos.

Expulso un suspiro y me giro hacia el chico junto a mí, quien levanta la vista y fuerza una sonrisa.

—Perdí a alguien importante hace un par de años y la extraño muchísimo. Me gustaría poder darle un abrazo.

—Sé que es difícil dejar ir a quien lo significaba todo para ti, pero piensa que esa persona quiere verte feliz desde donde sea que esté. —Me encantaría que fuese así de sencillo. Lo hago sonar tan fácil a pesar de hallarme en las mismas condiciones—. Y se volverán a encontrar, estoy segura.

Contemplo de reojo el cielo mediante el ventanal de la cafetería. Algún día partiré también y entonces, me reencontraré con aquellos que volaron antes que yo.

—Si la vida me diera una segunda oportunidad, la abrazaría tan fuerte como pudiera.

Respirar se vuelve pesado y entrecierro los ojos para ahuyentar las lágrimas. Demasiadas las emociones que me sobrecogen, por algún ignoto motivo, cada que me acerco a él.

—Perdón, iré comprar algo para comer. Ya regreso.

Me siento una cobarde por escapar de lo que me aflige, mas requiero con urgencia un descanso. Me dirijo hacia el mostrador y busco a Martha con mis pupilas. Por suerte, no demoro en hallarla allí. Siempre llega temprano y se retira tarde, pues la limpieza de la cafetería le demanda mucho tiempo. Admiro su fuerza para repetir esa rutina casi todo el año, apuesto a que se agota.

—¡Buenos días! —canturrea, alegre como de costumbre.

—Hola —saludo, aunque no con la misma energía. Recargo mis brazos sobre la barra—. Ya sabes a qué vengo, ¿tendrás otra dona?

Martha asiente y se agacha a sacar una de la vitrina. Me la entrega envuelta en una servilleta, para no embarrarse con la cubierta de fresa. Relamo mis labios y contengo mis impulsos de devorarla.

—Lo lamento, no queda ninguna con glaseado de chocolate.

—No importa, por lo menos comeré algo durante mi primera clase.

—No olvides que mañana es viernes de salchichas.

—Entonces vendré a molestarte por aquí.

—Pero no corras si no te apetece volver a caerte de trasero en medio del comedor como la vez anterior.

Me muerdo el labio al remembrar la vergüenza que me asaltó ese día, cuando la cafetería entera estalló en carcajadas y sólo anhelaba que la tierra me tragase y me escupiera en mi habitación.

—¿Quieres que te ayude a limpiar luego? —propongo, pues de seguro terminará el doble de cansada y no deseo que se quede hasta altas horas de la noche.

—Gracias, pero no hace falta. Puedo encargarme sola.

—Espérame después de clases —indico, ignorando su negativa por completo.

—¿Acaso tengo otra opción? —Niego y le doy un mordisco a mi dona. El glaseado de fresa no sabe nada mal.

Me giro para regresar a mi lugar. No obstante, apenas avanzo unos pasos, porque ella me llama y retorno de inmediato al mostrador.

—¿Qué ocurre?

—Si vas con ese chico, pídele que me devuelva el plato que se llevó anoche. —Martha señala al individuo quien conversaba minutos atrás y ladeo la cabeza, confundida—. Quería leche para prepararse una mascarilla facial para sus poros. Aunque dudo que haya surtido efecto.

—De acuerdo... —Asiento, sin darle más vueltas al asunto.

¿Sería inapropiado preguntarle si esa mascarilla facial también funciona para eliminar las espinillas? Sigo queriendo deshacerme de ellas, pues hasta ahora nada ha resultado. Y no sé si tres capas de maquillaje sean suficientes para cubrirlas.

No deseo que nadie repare en ellas. No soy perfecta, pero eso quiero los demás crean. Que me vean como un dibujo que fue coloreado sin traspasar ninguna línea establecida. Por ello cubro mi hoyuelo, contengo mi risa, procuro no comer demasiado y me siento culpable si no cumplo todos mis propósitos. Siento que les estoy fallando a todos. Que nunca estaré a la altura de quienes me rodean y que no merezco estar a su lado. Que cuando descubran quién soy en realidad, se alejarán de mí.

Dejo que mi cuerpo caiga sobre el asiento que antes ocupaba y permanezco tan absorta peleando conmigo misma que pego un respingo al escuchar una voz. Había olvidado que estaba aquí.

—¿Todo en orden?

—Eso venía a preguntarte yo a ti. —Me vuelvo para enfocarlo y noto que me observa, intrigado—. Perdiste el juego del dinosaurio, ¿cómo seguirás con tu vida ahora?

—Supongo que se acabó. Ya no tiene sentido vivir luego de semejante derrota —bromea y río por lo bajo. Sí que lo necesitaba—. Fue un gusto conocerte, Emily.

—¿Por qué tú conoces mi nombre y yo no sé el tuyo?

—Porque a tu amiga se le escapó ayer.

Ivet puede ser muy parlanchina cuando se lo propone.

—¿Me vas a contar o debo adivinar?

—Te lo diré si prometes no vender mis órganos en el mercado negro ni sacarme los ojos.

—Está bien, aunque no me vendría mal eso último —apostillo y me llevo el dedo índice al mentón—. Tengo problemas de miopía.

—Yo soy Sebastián y tengo problemas de autoestima.

Ese nombre. Su nombre. De repente me persiguen las memorias y batallo por quitármelas de encima. Quieren tirarme abajo, conozco sus intenciones. Sin embargo, logro sobreponerme y desterrarlas de mi mente por un rato.

—¿Algún otro dato que deba tomar en cuenta antes de tratar contigo?

—Hace un año estuve a punto de morir atragantado con una uva y al mes me cagan encima unas siete palomas.

No sé cómo, pero consigue hacerme reír cuando creía que no tenía las fuerzas suficientes. Me sorprende, y en cierta parte me asusta, lo rápido que empiezo a confiar en él.

—Algunos dicen que el que te caiga excremento de ave trae buena suerte.

—Sí, claro. Que mi billetera desapareciera mágicamente al bajar del autobús un día después de que una paloma defecara sobre mí fue buena suerte.

Una vez más cubro mi mejilla y río a pesar de las heridas que aún sangran en mi interior. Dejo atrás el dolor del pasado y me centro en lo que importa: el presente. Quizá sí puedo ser fuerte. Tal vez sí puedo parecerme a mi mamá.

—Por poco lo olvido, Martha pide que le devuelvas el plato de leche que te prestó anoche para tu mascarilla facial.

—¿Te contó lo de mis poros?

—Entre otras cosas.

—A mí me contó que hay una chica fantasma rondando por aquí.

Sonrío con orgullo. Adoro que me ayude a propagar leyendas y asustar a los alumnos.

—¿También te comentó que este sitio era un cementerio? —Palidece y se inclina hacia atrás. Observo cómo traga saliva y niega—. Tranquilo, es sólo un rumor.

—A veces la gente les toma mayor importancia de la que merecen.

Y está en lo cierto. Quisiera que fuera distinto. Que nadie viera más allá de sus asuntos y parase de inmiscuirse en donde no le corresponde. Yo opto por mantenerme callada si no poseo nada positivo o constructivo que aportar.

—Concuerdo contigo.

Enciendo la pantalla de mi móvil para revisar la hora y noto que falta poco para el inicio de las clases. Cojo mi cuaderno de dibujo y lo guardo en mi mochila, dispuesta a retirarme.

—¿Ya te vas? —Asiento y me pongo de pie. No llegaré tarde esta vez—. ¿Sonaría como acosador si te preguntara si puedo acompañarte a tu clase?

Retengo una sonrisa, pues realmente esperaba que viniese conmigo.

—Sonarías como un acosador educado.

—Me quedaré con ese título.

Lo ayudo a recoger sus cosas regadas encima de la mesa, aunque al principio se niega. Me aseguro de que ninguna hoja de mi cuaderno de dibujos se haya caído mientras Sebastián saca de su mochila un tazón de vidrio con flores azules y se dirige al mostrador para devolvérselo a Martha. Abandonamos el comedor principal rumbo a la facultad de Artes Plásticas y me pregunto si compartiremos algunos cursos. En el camino, termino de comerme la dona y concluyo en que no debería llamarla «comida para clase» si la acabo antes de entrar.

De repente, Sebastián codea mi brazo y señala un punto determinado. Aprieto los labios al darme cuenta.

—Nunca dejarás de molestarme con eso, ¿cierto?

Nos detenemos en el mismo sitio en que me lanzó la cubeta de pintura. Pero en lugar de enfadarme, me permito reírme de mí misma.

—¿Siguen burlándose de ti?

—Un poco, qué sé yo —mascullo y lo observo de reojo. Él me sonríe y alza la vista.

—Mira el lado positivo. —Apunta los floreros situados en la cornisa de una de las ventanas del salón de pintura—. Si te tiraba uno de eso maceteros, habrías quedado inconsciente.

Ruedo los ojos y me adelanto, dejándolo atrás, mas no tarda en seguirme. Tal vez piensa que me he molestado, pero no me preocupo por aclararle que no. Subimos las escaleras del edificio de Artes Plásticas que nos conducen al segundo nivel y pese a que no me molesta su presencia, aguardaba que nos despidiéramos y que tomara otra dirección.

—¿Debería estar agradecida contigo por no romperme la cabeza?

—Dicho de esa forma no se oye bien. Pero el verde es un lindo color, ¿no te pintarías el cabello así?

Freno en seco para visualizarme en el vidrio de una puerta y arrugo la frente. El año anterior consideré teñirme dos mechones delanteros, mas cuando se lo conté a Thalia, ella descartó la idea. El verde no combina con el castaño. Tiene razón.

—Dudo que me favorezca.

—Sí que sufres problemas de miopía.

Se echa a andar y esta vez soy yo quien va detrás de él hasta alcanzarlo.

—Y astigmatismo también, pero en menor medida.

Vuelvo a detenerme al reconocer el aula frente a la que nos encontramos. Me asomo a observar el interior y diviso a Thalia, sentada en tercera fila. La silla de su izquierda está vacía y asumo que ha reservado para mí. Levanta la mirada y se cruza con la mía. No obstante, retrocedo de inmediato y volteo. Sebastián no deja de sonreír.

—¿Te quedarás aquí?

—Sí, debo ingresar ahora.

Aguardo a que se despida de mí, pero permanece en silencio y toma una bocanada de aire.

—Gracias por escucharme hoy, lo necesitaba. —Escucharlo ocasiona que sonría, aprovechando que no mira en mi dirección—. Espero que algún día me des la oportunidad de hacer lo mismo por ti, estaré más que dispuesto.

—Ojalá y no te deprimas con mis desgracias.

—No pueden ser peores que las mías. A mí nadie me gana.

Me río, volteando mi rostro hacia el lado izquierdo para que no vea el hoyuelo en mi mejilla.

—Nos vemos después. Adiós, Sebas —finalizo y me percato del modo en que lo he llamado.

No utilizaba ese diminutivo desde hace años, así que me parece extraño. No obstante, mi tono pasa desapercibido para él, quien emprende la marcha por el pasillo. Mis ojos lo siguen hasta que se pierde en la lejanía y, como si nadie me esperase adentro, me aferro con fuerza a mi cuaderno antes de ingresar al aula.

Intento no girarme hacia Thalia porque sé que me hace señas para que vaya a sentarme a su costado y celebro al reconocer ciertos rizos. Camino hacia allí, ignorando a mi amiga por completo y me acomodo delante de Anthuanet.

—Buen día, ¿cómo has...?

—¿Trajiste comida? —me interrumpe y estallo en carcajadas—. Perdón si fui muy directa.

—Hoy no, pero el martes en clase de Escultura compraré doritos —le adelanto, aunque Thalia me aconsejó dejarlos de lado para no subir de peso.

Agacho la mirada para vislumbrar mi abdomen y me asfixia la sensación de que no puedo alcanzar el cuerpo que quiero. Ethan jamás andaría con una chica así.

Amarse a sí mismo. Suena tan sencillo, pero cuando me pregunto a mí misma qué me gusta de mí, tardo demasiado en contestar. Lo primero que se me viene a la cabeza son mis dibujos y quizá le siga mi cabello, aunque sólo porque me emociona su longitud. Era lo que quería hacer luego de vencer al cáncer: tenerlo largo. También anhelaba abrazar a mamá y a Sebastián, mas uno no siempre consigue lo que desea.

—¿Te pasa algo? —interviene, cuando ya llevo buen rato callada.

Me dispongo a responderle, pero el maestro del curso ingresa al aula y tras dejar su maletín sobre el escritorio, aplaude frente a la pizarra para captar nuestra atención. Acomoda el cuello de su saco y procede a saludarnos.

—Buenos días, jóvenes. Este ciclo les enseñaré Fundamentos Pictóricos, y si quieren llevarse bien conmigo, procuren no burlarse de mi apellido. —Nos apunta graciosamente con el dedo índice—. Soy el profesor Hamburguer, mi destino era abrir una cadena de restaurantes de comida rápida y vender hamburguesas que engorden a la gente, pero me enamoré del arte y cambié de rumbo.

La clase suelta una risotada y me resulta imposible no unirme al resto. Anthuanet toca mi hombro y giro para observarla, mientras el profesor inicia con la explicación sobre el desarrollo del curso.

—No creas nada de lo que dice —me susurra—. Profesa odio a las hamburguesas y siempre lo encuentro comiendo una en el almuerzo.

—En fin, la hipotenusa.

Buscar mis plumones en mi estuche de lápices y luego de extraer un anaranjado, me apresuro a guardar la cartuchera. Casi nadie decora sus títulos y no quiero que me tilden de infantil. Aunque tal vez tengan razón, pues aún pego dibujos en la pared de mi habitación.

—¿Puedes hacer mi título también?

Enmudezco al descubrir que Anthuanet se ha percatado del plumón que sostengo y me sonríe, señalando lo que escribió con lápiz. Excavo lo más profundo que puedo en su mirada para asegurarme de que no existan rastros de burla.

—Claro que sí.

Agarro su cuaderno con el temor de equivocarme con alguna letra y tener que arrancar la hoja. No obstante, logro mi cometido y le muestro el resultado, el cual por fortuna le gusta.

La clase transcurre con normalidad, realizo algunos apuntes y resalto los datos más importantes, mas no paro de sentir las pupilas de Thalia sobre mí. Rehúyo la presencia de mi amiga hasta el almuerzo, donde finalmente me rindo. Nos encontramos en el pasillo y juntas nos dirigimos a la cafetería principal, cogemos nuestros almuerzos y nos sentamos en la primera mesa vacía que vemos. Me alisto para un interrogatorio respecto a mi actitud, que por suerte nunca llega. Se limita a consultarme si ya redacté mi parte del trabajo de Historia.

—Lo terminé ayer, ¿quieres que te lo envíe hoy?

—También quiero que me ayudes con la introducción, ¿podemos quedarnos mañana al término de las clases?

Le prometí a Martha que la ayudaría y no pienso dejarla plantada, así que recorro cada rincón de mi mente en busca de una excusa. Podría contarle la verdad, pero no me apetece escucharla hablar mal de Martha de nuevo.

—Puedo ayudarte el sábado. Mañana tengo que ir al dentista.
Me felicito mentalmente por la naturalidad con que me excuso.

—Deberías colocarte aparatos de ortodoncia. En serio los necesitas, ¿te has fijado en que tus dientes delanteros están muy torcidos?

Usé frenos desde los catorce hasta parte de los dieciséis. Creí que había sido suficiente. Quizá deba regresar con mi doctora.

Intento localizar a Ivet, quien suele venir acá para almorzar. Ella vendría a sacarme de aquí si le hiciera una seña, inventándose cualquier pretexto. Pero la veo entrar acompañada de un chico, el cual creo haber visto antes. No deseo arruinarle el deseo, así que vuelvo mi vista hacia la mesa.

—Estuve buscándote a la hora de entrada. No te encontré por ningún lado.

La voz de Ethan provoca que mis nervios aumenten. Se sienta junto a mí y pasa un brazo por encima de mis hombros, abrazándome.

—Volvió a irse con el chico que le lanzó la pintura —le revela Thalia.

Apuesto que lo reconoció cuando me acompañó a clase esta mañana. Algunas de las fotografías que me tomaron el lunes también lo captaron a él cerca de la escena, aunque la atención de quienes las vieron recayó en mí.

—Eso fue un accidente. Estoy segura de que no era su intención.

—¿Desde cuándo te agrada ese tipo? —me increpa Ethan.

—Él ya se disculpó conmigo. Si se tomaran el tiempo de conocerlo, quizá les caería bien.

—Creí que si empezabas a llegar temprano sería para estar conmigo. —Trago saliva, con un sentimiento naciente de culpa—. ¿Cambiaría en algo si te invitara a salir?

Acaricia mi brazo y me estremezco ante su tacto, mas aparento indiferencia. Su repentina pregunta me embarulla, pues no la esperaba en lo absoluto. Sin embargo, disimulo mi inquietud y elaboro una respuesta.

—Posiblemente.

Y con esto último, un cosquilleo recorre mi estómago. No agrega nada más, por lo cual dejo el tema ahí. A sabiendas de que lo mencionado no saldrá tan rápido de mi mente.

***
¡Hola!

¿Qué tal su semana?

La mía estuvo un poco agetreada porque tuve tres evaluaciones. En una de ellas hubo un fallo técnico general y en otra se me fue la luz [cry]. Pero sobreviví :D

Ojalá que ustedes hayan tenido mejores días. Si no, espero que todo mejore pronto 💕

Ahora que ya se conoce más sobre Ethan y Thalia, ¿qué opinan sobre ambos? ¿Y acerca de Anthuanet?

En otras noticias, ya subí algunos videos a TikTok, así que pueden pasarse por mi cuenta (@roxylovecraft) si desean verlos.

Yo con mis 4 seguidores:

Actualizaré mitad de semana, así que nos leemos pronto, ¡que tenga un buen día! 🤟🏻

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