Capítulo 7
•ALANA•
Nueva York, Estados Unidos.
48 horas antes.
El repiquetear metódico de mis tacones guiaba mi camino por los pasillos sucios del hotel abandonado. “El Palacio” llevaba más de quince años inactivo y en sus paredes manchadas de mojo guardaban una de las noches más sanguinarias y oscuras de la historia de la Cosa Nostra.
Era casi una leyenda. Los ancianos se dedicaban a susurrarla en los oídos de los jóvenes con cada generación que pasaba por las filas de corrupción de esta institución.
A mí me la había contado Luca una noche de camping en el patio trasero de lo mansión DeVito. Solo tenía diez años, pero, incluso a tan poca edad, más que asustarme por la espeluznante historia de una boda que se convirtió en una masacre colectiva, me llené de curiosidad por cazar los fantasmas que, supuestamente, rondaban este hotel.
Así que lo hice mi nuevo patio de juego, y hoy por hoy todavía jugaba en él, solo que mis técnicas de diversión habían evolucionado a algo totalmente diferente con el pasar de los años.
A Matteo siempre le había parecido divertida mi extraña fijación con el lugar, por eso nunca hizo nada para impedirlo. Él solía llamar al hotel el Castillo Rojo, y yo la reina oscura que lo habitaba.
Seguí mi camino por unas escaleras amplias hasta alcanzar la sala VIP de juegos. El lugar era un completo desastre, las sillas estaban volteadas y esparcidas por toda la habitación, las mesas de póker aún tenían cartas y fichas sin valor perdidas por la superficie sucia y regadas por todo el suelo.
Pero el mayor desastre se encontraba en el centro del gran salón, donde un charco de sangre manchaba el piso de porcelana blanca. El hombre atado en la silla de hierro apenas estaba consciente. Su vida pendía de un hilo, pero se aferraba a ella como un bebé se aferraría a su chupete.
Luca se había divertido bastante en mi ausencia al parecer. Demasiado, si me preguntaban. Casi no había dejado nada para que yo pudiera jugar un poco.
Estaba tensa desde mi encuentro con Vincenzo, necesitaba una buena descarga de adrenalina para agotar mis músculos y mi mente lo suficiente como para dormir un par de horas seguidas sin sueños inesperados.
—¿Qué tenemos? —pregunté nada más llegar junto a Luca.
Él suspiró, visiblemente cansado. Sus ojeras estaban marcadas más que de costumbre y la líneas de ansiedad que arrugaban su rostro eran verdaderamente preocupantes. Quise preguntar que le sucedía, pero me contuve. Él ya no tenía derecho de ganarse mi preocupación.
Aún lo quería, ese era un hecho que no podía negar. Y lo seguiría queriendo sin dudarlo, pero su traición y sus mentiras terminaron por arrancarme la confianza y las ganas de dejarlo entrar en mi vida una vez más.
—Un hijo de puta bien necio y con poco amor a la vida, al parecer.
Alce una ceja en sorpresa. El hombre estaba destrozado. Luca lo había torturado de todas las maneras habidas y por haber y, el que hubiera guardado silencio, aun así, hablaba volúmenes de su lealtad hacia su jefe, o del motivo oculto que lo impulsa a ponerse en la mira de mi familia.
Me encuclillé para estar a su nivel y poder buscar en la maraña de pelo mojado que caía sobre su frente sus ojos.
—¿Sabes quién soy?
El hombre me observó por unos segundos a través de sus párpados hinchados por los golpes, gimió palabras incoherente que no cobraron sentido para mí hasta que no acerqué mi oído a su rostro.
—Púdrete, puta —balbuceó con la voz entrecortada por el dolor.
Sonreí, realmente divertida con la idiotez humana. Solo una persona mediocre se inventaría un insulto tan aburrido.
—Tan lindo que eres. Es lo más bonito que me han dicho en la vida. —Le lancé un beso aparatoso y me alcé de la posición en la que me encontraba.—. Me encantaría charlar un poco más, pero ya sabes cómo es la vida de ocupada para nosotras las mujeres. Entre los masajes, la manicura, la peluquería y las galas benéficas con las que me entretengo de vez en cuando apenas y me alcanza tiempo para charlar.
Busqué en mi bolsillo trasero por el frasco que siempre llevaba allí, burbujeando de la emoción como siempre que tenía la oportunidad de utilizar mi juguete favorito. Mi Karina era mi creación maestra, mi tesoro más preciado. Era única en el mundo, diseñada especialmente para mí por un científico alemán, sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial.
El científico había muerto años atrás, cortesía de una bala en la cabeza proveniente de mi arma. Me consideraba una mujer egoísta. No me gustaba compartir, y él había tenido la osadía de intentar vender a mi Karina como si fuera un objeto de comercio y no un arma letal que había nacido para ser solo mía.
—Pero antes de marcharme te quiero presentar a una muy buena amiga.
Tomé su mentón manchado de sangre seca entre mis dedos y lo obligué a alzar el rostro. La imagen que me recibió era en partes iguales gratificante y frustrante, porque a pesar de que su estado precario me daba satisfacción, me sentía estafada ante la idea de que no habían sido mis manos las que le habían causado dolor.
Si había algo en el mundo que odiaba con pasión aparte de los Valentinos y el champán, era que invadieran mi privacidad. No apreciaba que me siguieran, mucho menos que me fotografiaran sin mi permiso.
La hora del bastardo frente a mí estuvo marcada desde el minuto en que lo descubrí asechándome como un maldito acosador.
Sacudí el cristal con el líquido azul frente a sus ojos con emoción.
—Voy a asumir que has escuchado hablar de la Karina, así que voy a ahorrarme las palabras dramáticas porque no serán necesarias esta noche. —El hombre abrió los ojos de par en par, un acto impresionante tomando en cuenta que la hinchazón apenas lo dejaba moverlos. El pánico era claro en el reflejo de su mirada errática, la determinación en ella se iba desvaneciendo poco a poco ante el miedo.
—Eras una jodida psicópata —dijo Luca a mi espalda entre risas.
Lo miré por encima del hombro con una sonrisa cínica en los labios. Era irónico que precisamente él, de entre todas las personas, se atreviera a recalcar mi estado mental.
—Ignora al idiota, cariño. No tomó su café esta mañana y las neuronas no le funcionan bien.
El hombre sacudió la cabeza con vigor, logrando desencajar mis dedos de su piel.
—Por favor, tengo hijos y una esposa. Por favor.
Rodé los ojos en blanco, conteniendo una carcajada.
—De verdad piensas que no me tomaría el trabajo de investigarte. —Destapé el frasco y extraje parte del líquido azul con la jeringuilla que Luca me tenía lista en la mesa improvisada a mi derecha—. Hice que uno de mis hombre te siguiera e investigara por semanas mientras me seguías a mí. Tienes muchos trapos sucios por destapar, Ercole Guido, y, curiosamente, encontré uno o dos datos que me parecieron muy interesantes.
Destapé la aguja y le quité el aire a la jeringuilla. El hombre no dejaba de observar mis manos, su cuerpo se sacudía con fuerza en la silla mientras intentaba soltar sus muñecas de las cadenas de acero que lo apresaban.
»El hecho de que eres estéril, por ejemplo. Y que prefieres pasar tus noches follando a la mujer de tu hermano en su misma cama. Y ni hablar del sinfín de deudas que tienes con la Cosa Nostra—. Chasqueé mi lengua con una expresión de fingida decepción—. Has sido un niño muy malo, Ercole. ¿Qué vamos a hacer contigo?
—¡Joder! Te diré lo que quieras, pero aleja esa mierda de mí.
Suspiré con pesar, como si toda la situación que acontecía me cargara de una gran pena. Utilicé dos de mis dedos para presionar su brazo en busca de una vena. La Karina era efectiva en cualquier parte del cuerpo que se inyectara, pero actuaba más rápido cuando la administraba directamente al sistema sanguíneo.
—Ya que insistes tanto, dime para quién trabajas y tal vez considere regalarte una muerte más rápida.
El hombre sacudió la cabeza vigorosamente, formando una mueca de dolor ante el movimiento tosco.
—No lo sé. Nunca le vi el rostro.
—Respuesta incorrecta.
Luca se acercó a mi lado en espera de mi señal, la cual le di en forma de una orden que él no dudó en ejecutar.
«Sostenle el brazo.
Los dedos gruesos de mi Caporégime se ciñeron alrededor del antebrazo de Ercole, formando un grillete rígido contra el hierro frío y oxidado de la silla.
—Te voy a dar una segunda oportunidad, solo porque hoy me siento un poco caritativa.
Acerqué la aguja a su piel y perforé el tejido frágil unos milímetros. El hombre se congeló en su lugar, apenas respiraba por miedo a que cualquier movimiento de su parte pudiera obligarme a ingresar el líquido mortal en su sistema.
«¿Para quién trabajas? —repetí. Esta vez con más lentitud.
—Lucius Simone, ¡joder! Trabajo para los Valentinos. —Un suspiro de alivio se coló por entre las rendijas maltratadas de los labios de Ercole cuando alejé la jeringuilla de su brazo—. Lucius me contactó seis meses atrás y me prometió saldar todas mis deudas si hacía lo que él pedía. Necesitaba el dinero y acepté.
Recibí la información sin la más mínima gota de sorpresa. Tenía mis sospechas de que había sido Vincenzo quién me había mandado a seguir, pero necesitaba confirmarlas. Ercole Guido no tenía una conexión directa con la Cosa Nostra. Su padre fue un soldado para los Gambino, pero después de su muerte él tomó la decisión de no inducirse en la Cosa Nostra. Aunque la manzana nunca cae lejos del árbol, y la mierda de ser humano frente a mí terminó embutido en deudas con casi todas las Famiglias, incluido la mía.
—Ves que no era tan difícil. Solo tenías que abrir esa boquita inútil y hablar.
Volví a tapar la aguja de la jeringuilla y la coloqué en la mesita, saqué mi arma y quité el seguro con una calma que en cualquier otra situación no poseería.
»Como lo prometido es deuda, te voy a hacer el favor de enviarte al infierno de la forma más rápida y segura. —Le guiñé un ojo con supuesta complicidad—. No te va a doler lo prometo. Será como una picadura de mosquito.
—Eres una psi…
Sus palabras se cortaron justo cuando un sonido atronador rebotó en las paredes de la habitación. Limpié el borde de mis labios manchados con mis dedos y froté la salpicadura de sangre entre ellos, esparciendo la mancha rojiza por mi piel.
Luca me tendió un pañuelo blanco del bolsillo de su pantalón, y me obligué a sonreírle agradecida antes de dedicarme a remover las manchas de mi saya de cuero favorita, que había acompañado esta mañana con unas botas altas que alcanzaban mis rodillas y una blusa gruesa del mismo color.
Por esta razón amaba vestirme de negro, porque no había nada que la oscuridad no pudiera esconder, incluido la sangre.
—Llama a tu padre, dile que hay un cambio de planes. Quiero que concierte la cita del consejo para dentro de dos días —dije mientras estrujaba la tela manchada en mis manos y la lanzaba a un lado—. También necesito hablar con el abogado de la familia. Quiero la clave de la caja de seguridad de Matteo para mañana a primera hora.
—A la Commissione no le gustará que aplacemos la reunión un día más, lo verán como una falta de respeto.
Me giré para ver a Luca con molestia.
—La Commissione no es más que burocracia de relleno.
Recogí la jeringuilla de la mesa e introduje la dosis pequeña de mi Karina en el frasco una vez más.
»Dile que informe directamente a Mauricio Valentino, y limpia este desastre que necesito hacer las maletas. Me voy a Roma.
***
—Siempre imaginé que Vincenzo iba a ser una de esas viejas que moriría soltero con veinte gatos rodeándolo, pero ahora vamos de camino a una corte a casarlo con una mujer que ni siquiera conozco. Las vueltas que da la vida.
Salvatore Valentino sacudió la cabeza con incredulidad desde su lado del coche que nos transportaba por las calles de las afueras de Roma. El cigarrillo en su mano izquierda estaba a medio fumar, y el humo terminaba asfixiándome cada vez que el aire violento que se escabullía por la ventanilla abierta, lo empujaba hacia mí en el reducido espacio del asiento trasero.
El Caporégime de los Valentino me dio una ojeada apreciativa de pies a cabeza sin esconder su admiración y, extrañamente, el gesto no me hizo querer arrancarle los ojos como lo haría en otras circunstancias. Salvatore tenía algo en su porte, su actitud y su forma de mirar que te hacía querer confiar en él sin dudarlo y eso, precisamente eso, era lo que lo volvía tan peligroso.
—No creo que tu vestimenta sea la más convencional para una boda, pero debo admitir que los pantalones y el chaleco de cuero te quedan de puta madre. Creo que al Padre Giusto le va a encantar, siempre le han puesto las asesinas.
Salvatore frunció el ceño, pareciendo replantearse algo importante, y le dio una última calada a su cigarrillo antes de lanzarlo por la ventanilla.
»¿O son los asesinos que lo ponen? Ya no recuerdo para que bando es que juega el cura de la Cosa Nostra. Creo que, para los dos. Le gustan bastante las orgías.
Observé como mi reflejo en el compartimento rodaba los ojos. Volví a chequear el GPS de mi móvil, aliviada al ver que solo quedaban cinco minutos más de esta tortura para alcanzar nuestro destino.
—¿Siempre eres así de callada, muñeca, o el gato te comió la lengua?
—Solo cuando no encuentro alguien con la inteligencia suficiente para razonar y hablar a la misma vez —repliqué cortante. Aparté mis ojos de la pantalla y los centré en los suyos, que ya me estaban esperando con un brillo divertido haciéndolos titilar.
—La muñeca tiene espuelas. Esto va a ser más entretenido de lo que creía.
Reí sin un rastro de diversión, incliné más mi cuerpo hacia un lado sin perder el contacto visual y acerqué mi rostro al suyo.
—Salvatore, si me vuelves a llamar muñeca una vez más te voy a cortar los huevos.
El Valentino en cuestión chifló en apreciación, para nada intimidado con mi amenaza.
—E instintos violentos, además. Este matrimonio va a ser una jodida comedia dramática.
—Más como una tragedia —mascullé por lo bajo cuando me alejé, pero sabía que Salvatore me había oído por esa ceja alzada que me encontré cuando volví a mirarlo.
El coche se detuvo frente una casa pintoresca de dos pisos.
—Gracias, Rome —dijo Salvatore al chofer luego de que este abriera la puerta y se hiciera a un lado.
Salí del coche seguido del Valentino para encontrarme con un paisaje precioso. La casa quedaba justo en el centro de un claro que estaba rodeado por un espeso bosque de árboles frutales. Un jardín colorido bordeaba toda la estructura y continuaba esparciéndose por un pequeño camino de piedra que llevaba a un invernadero al lado izquierdo de la casa.
Había tantos colores. Tantos que ya sentía la migraña asentarse en mis sentidos como una amenaza.
—¿Se puede saber dónde mierda estamos?
—La casa del cura.
Miré a Salvatore con incredulidad.
—Tiene que ser una maldita broma.
Salvatore rio, su rostro se iluminó de una forma que debería ser imposible para cualquier hombre que viviera en el mundo de la Cosa Nostra.
—No lo es. Al Padre Giusto no solo le gustan las orgías, sino que también disfruta de la jardinería en su tiempo libre. Que es mucho, por cierto. Vincenzo le paga miles a ese viejo solo por vaguear y hacer misa los domingos. —Rodeó mi cintura con su brazo, logrando que me tensara ante el contacto—. Vamos, mi primito querido ya esperando por ti dentro. No queremos hacer esperar al novio el día de la boda, y menos si el novio es Vincenzo Valentino.
Subimos la escaleras del pequeño porche bajo el rugido de las tablas añejas con el tiempo y el clima inestable del lugar. Salvatore sacudió la campanita que colgaba de la puerta y se irguió recto, adoptando un porte de seriedad que se veía de todo menos serio en él.
Escondí una sonrisa apretando los labios.
Usualmente no tendría la guardia tan baja, pero las pasada siete horas habían sido un torbellino de emociones encontradas para mí. Me esperaba muchas cosas al presentarme frente al concejo como Don, quería utilizar la pequeña obsesión que le había descubierto a Vincenzo a mi favor para que no negara mi derecho ante los bastardos egocéntricos del concejo, pero nunca hubiera podido imaginar que me pediría matrimonio a cambio de su apoyo.
A simple vista parecería como la opción más fácil para adentrarme en su vida, pero no era idiota. Vincenzo tramaba algo y ese trozo de papel que estaba por firmar le daría una ventaja sobre mí que antes no tenía.
No me creía su cuento de palabras bonitas sobre el poder que me daría su apellido o la alianza entre nuestras familias. Las mujeres solo eran objetos sin propósitos más allá de reproducir descendientes y lucir bonitas en esta industria donde se contrabandeaba la sangre y la avaricia como si fueran dólares. Tal como el Diablo había especificado en nuestra pequeña charla privada, no sería más que su muñeca de compañía cada vez que a él le placiera un revolcón en la cama.
Me había dedicado más de la mitad de vida al negocio de la actuación, ya me fingía las sonrisas como si fueran verdaderas y me robaba las palabras como si fueran de mi autoría.
Pero en mi estante repleto de Oscar faltaba el premio más importante: la cabeza de Vincenzo Valentino; y no pretendía parar hasta verla adornar la entrada de mi despacho.
La puerta de madera blanca se abrió, dándome la bienvenida al infierno.
El juego de la ruleta rusa que tanto había anhelado desde que vi la casa de mis padres arder con sus cuerpos sin vida dentro, acababa de comenzar.
¿Quién sería el primero en caer ante una bala?
Estoy exhausta y ni siquiera puedo explicar cuanto. Y mi diagnóstico solo lleva dos palabras: maternidad y muelas.
Ya me voy a dormir. Bye!
Besos,
Dee.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top