Capítulo 14
Alana
—Tengo que decir, muñeca, que ese color te queda espectacular.
Sacudí la cabeza y rodé los ojos en blanco ante el comentario de Salvatore. Los hombre como él eran siempre tan predecibles que era ridículo. Solo tenías que juntar unas buenas piernas a un vestido rojo de prostituta y comenzaban a pesar con la polla en vez de con la cabeza.
—Este vestido me hace ver como una puta en alquiler y, además, yo siempre me veo espectacular. —Le hice una seña a la dependienta que nos estaba atendiendo personalmente a Kiara a mí para que se acercara.
Fue nada más llegar a la tienda de ropa y soltar el apellido Valentino y a los cinco segundos teníamos un batallón de personas llenándonos el camino de rosas hasta los cubículos de cambio.
—Te pedí vestidos sexys y elegantes, no vulgares y de monja. Hay una diferencia muy amplia entre ambos.
La mujer bajó la cabeza, pero no sin que antes notara el destello de miedo cruzar sus ojos.
¿Qué diablos creía que iba a hacer por fallar en encontrar el vestido correcto? ¿Degollarla? ¿Con que clase de esposas de la mafia se había encontrado hasta ahora para mirarme como si la fuera a mandar a matar por un simple y estúpido error de moda?
Suspiré cuando me percaté del leve temblor de sus manos que eran sostenidas contra la parte baja de su estómago en un porte profesional. Tomé el resto de los vestidos que me había traído y justo se los entregaba con una orden para que se marchara cuando Kiara salía de su cubículo enfundada en una vestido corte de princesa negro que alcanzaba junto en el medio de sus muslos.
Formé una mueca de desaprobación cuando dio una voltereta en nuestra dirección.
—¿Qué tal? —Paseó sus manos por la seda con una sonrisa satisfecha—. Creo que este es el indicado. Me gusta cómo me queda.
—Te queda lindo… —cedí con recelo—, si fueras a un fiesta de graduación, o a un funeral.
Gruñó con petulancia y entró nuevamente al cubículo con pisadas largas. La escuché maldecir por lo bajo desde adentro y sonreí, porque sabía que ya había llegado al vestido que yo había elegido para ella y que le sería imposible subir el cierre por si sola.
—¿Alana, me ayudas con el cierre, por favor? No alcanzo —llamó desde adentro de la habitación como había previsto.
Desvié mi mirada hacia Salvatore, que aún se encontraba dándole sorbos al champán que nos había proporcionados al llegar desde su cómoda butaca en la esquina de la habitación.
—¿Podrías ayudarla por mí? —alcé la ceja en dirección a donde se encontraba su hermana—. Necesito cambiarme el vestido antes de que se nos haga tarde. Nos quedan tres tiendas más por visitar.
Un estremecimiento visible recorrió el cuerpo de Salvatore ante la mención de la cantidad de tiendas que faltaban por ver. Lo entendía, yo también odiaba marchar por los locales abastados de mujeres dispuestas a pelear a muerte por un estúpido bolso de Prada.
Jodidamente ridículo.
Dejó el champán de lado, se levantó del asiento con una gracia envidiable y se dispuso a hacer lo que le había pedido sin quejas, dedicándome un guiño rápido al pasar por mi lado.
Escuché como él y Kiara discutían en susurros detrás de la cortina negra mientras recogía mi abrigo y mi bolso, sacando una pila de billetes en efectivo que siempre llevaba conmigo y entregándosela a la recepcionista al pasar como pago del vestido.
Ignoré el grito de la mujer en la puerta que intentó detenerme ante el pitido irritante de la alarma, alertándome que el maldito vestido tenía una etiqueta colgándome en el costado derecho. Me puse la chaqueta y saqué las llaves que había robado al entrar de encima de la recepción. Presioné el botón de desbloqueo mientras inspeccionaba el parqueo en busca del coche correcto.
Me imaginaba que pertenecían a la misma recepcionista por el colgante de eslabones y figuritas de cupcakes rosas que hacían juego con la pulsera que le había notado al entrar. El llavero barato hablaba de una mujer que no debería cobrar más de veinte euros la hora, así que, cuando un Audi compacto amarillo parpadeó sus luces y emitió un pitido tras de mí al clic de las llaves, no pude evitar alzar las cejas en sorpresa.
Había regalado ese mismo modelo en uno de mis casinos el año pasado, pero en azul. Costaba unos cuantos miles, y era uno de los autos más vendidos desde su salida al mercado hacía dos años gracias a que no solo era una marca lujosa, sino también era uno de los modelos más seguros que ha existido.
Abrí la puerta del coche y lancé mi bolso dentro, me acomodé en el asiento del piloto y encendí el motor, sonriendo satisfecha cuando el suave, casi imperceptible zumbido traspasó el cuero y me rozó la piel.
Definitivamente era una belleza. Aunque era una lástima que tuviera un color tan horrible y llamativo, aun así, servía su causa a la perfección.
Las calles de Sicilia eran muy diferentes a las de Nueva York. Aún recordaba claramente mi asombro cuando las había visitado por primera vez, como amé transitar entre edificios colmados de colores e historias. Lo libre que me había sentido sin el bullicio interminable de la Gran Manzana, y las horas que se perdían entre atascos y atascos en las carreteras atestadas de autos viajando a todas las velocidades.
Sicilia era como un mar en calma que solo despertaba cuando todos dormían con el vaivén enigmático de las olas y el olor a brisa fresca que inundaba el aire.
El local de Mauricio’s Delizie se encontraba justo en el centro de la ciudad, donde más movimiento había. Me detuve frente a las vidrieras y salí del coche con mi bolso nuevamente al hombre, ignoré la fila de espera que se acumulaba a un lado de la acera y fui directo a la entrada, donde fui recibida por una mujer alta, de pelo rubio y con un rostro de barbie tan plástico como la sonrisa que portaba.
—Bienvenida a Mauricio’s Delizie. ¿Tiene reservación?
Tanta sofisticación para una simple cafetería.
—Viene conmigo —interrumpió la voz de Luca justo cuando sentí un brazo rodearme la cintura y atraerme hacía a él.
Inspiré profundo para intentar contener el escalofrío que me recorrió ante el contacto y aguanté las demandas de mi cuerpo que me exigía apartarme.
Hubo un tiempo en el que hubiera hecho cualquier cosa por este hombre, incluso encerrarme en su propia burbuja de mentiras mientras que la mía no hacía más que sofocarme.
Luca había sido mi pilar de soporte desde los ocho años de edad. Por él había vuelto a sonreír, por él había vuelto a respirar. Me tomó de la mano hasta que un día así sin más me soltó, y resbalé, y caí. Y la herida fue tan jodidamente profunda que las consecuencias permanecerían por el resto de mi vida.
Así que fue por él que también aprendí que apoyarse en una sola persona para alcanzar aquello que tanto se ansía, solo hará que la destrucción que deje detrás cuando inevitablemente se vaya sea irreparable. Porque nadie se queda para siempre, así fuera por decisión propia o porque el destino se encaprichó en separarlos.
—Acompañame.
Me guio entre las mesas con gracia hasta que alcanzamos una al fondo, justo en la esquina más apartada de la habitación. Me senté sin protestar cuando apartó la silla para mí y no aparté la vista de él hasta que se acomodó en el asiento frente al mío.
—Veo que te tomaste el trabajo de escondernos todo lo posible de los ojos curiosos —recalqué, ojeando la planta de tres metros de alto que nos escondía de los ventanales de cristal—. Un poco excesivo, ¿no crees?
—Estamos en territorio de los Valentinos, Don. Algo se tenía que hacer ya que la localización que elegiste no es tan privada como querríamos.
Inspiré profundo, dedicándole una sonrisa al camarero mientras dejaba un menú sobre la mesa para cada uno.
—Deberías dejar de asumir que es lo que quiero, Luca, porque no sabes una mierda —espeté mientras observaba la espalda del camarero alejarse. Encontré sus ojos con los mío, que ya me estaban mirando expectantes, con un deje de enojo chispeando en sus iris—. Si hubiera querido privacidad no te hubiera citado aquí.
Frunció el ceño, abriendo los ojos en sorpresa unos segundos después como si justo se hubiera dado cuenta de algo sumamente importante.
—Quieres que te vean aquí, conmigo.
—Bingo.
Se carcajeó, el sonido inyectado en sarcasmo puro.
—Estás jugando con fuego, y creo que se te está olvidando que el trono de la Famiglia Valentino se construyó sobre las llamas.
Las esquinas de mis labios se alzaron cuando mi mente comenzó a conjurar la imagen de mi tío, contándonos las historias de gran Angelo Valentino como si fueran cuentos de terror, el hombre que alzó a la Cosa Nostra de las cenizas y la convirtió en lo que era hoy en día, una de las organizaciones criminales más poderosas del mundo. Angelo Valentino no solo era conocido por su posición como el primer Capo di tutti capi de la Cosa Nostra, sino que también por ser el hombre que les prendió fuego a tres imperios mafiosos hasta doblegarlos y convertirlos en uno.
Él había sido un hombre fascinante, admirado por muchos y temido por todos.
—Es a ti a quien se le ha olvidado con quién estás hablando. El fuego es mi elemento, yo estoy hecha de él, Luca. Morí y renací de sus cenizas y mírame, aquí estoy, tan jodidamente letal que ni siquiera el mismísimo diablo se me puede resistir.
Pude ver como todo su cuerpo se tensaba ante mis palabras, se estaba aguantando aquello que quería decirme porque sabía que se las haría tragar. No estaba de humor para cuestionamientos y tampoco tenía mucho tiempo antes de que Salvatore me encontrara.
Hablar con Luca no había sido la única razón por la que había decidido venir a esta cafetería en específico. Había un nombre en mi lista al que le había llegado su hora, y no pensaba regalarle un minuto más de vida para seguir respirando.
—Mejor vamos directo al grano. ¿Qué fue lo que encontraste que no podías decirme por el móvil?
Lucas sacó una carpeta negra del bolsillo de su chaqueta y la arrastró sobre la mesa hacía mí, indicándome con un gesto de su mentón que la tomara.
Alcé las cejas ante la información detallada que había en ella, desde registros dentales hasta récords criminales.
—¿Quién es? ¿Qué tiene que ver él con Beatrice Forbes o mi tío?
—Con Matteo, nada, pero con Beatrice Forbes, mucho. —Se estiró sobre la mesa y golpeó con su dedo índice una foto gastada de un joven de unos veinte años de edad, asegurada en la esquina de la carpeta por un clip rojo—. Ese es Sean Adams, el exnovio de Beatrice.
—¿Fue el quién la mató? —inquirí, dubitativa. Conocía a los asesinos, había vivido entre ellos por casi toda mi vida, y ese joven no tenía la mirada de uno.
—Supuestamente, sí. El abogado de distrito alegó que había sido un crimen pasional. Pero… —Pasó las páginas hasta que alcanzó la última hoja. Parecía haber provenido de un archivo viejo y olvidado, con los bordes arruinados por la humedad y la tinta gastada por el tiempo.
»Lo que es realmente interesante de nuestro querido Sean es su testimonio previo al juicio. Nunca fue presentado como evidencia ni fue tomado en cuenta en corte. De hecho, alguien intentó hacer todo lo posible por desaparecer ese testimonio de la faz de la tierra. Lo archivaron una semana antes de que comenzara la primera audiencia.
Emití un sonido de asentimiento con la garganta, absorta leyendo aquello que había debelado un simple niño rico como para hundirlo en la mierda para el resto de su vida.
—Aquí no dice nada importante, Luca. Solo es él confirmando que no tenía cuartada e incriminándose más.
—Voltea la página.
Lo hice, alzando las cejas en sorpresa ante lo que me encontré.
—Sean Adams aseguró que Felipe Forbes tenía lazos con la mafia italiana, con nosotros.
Luca asintió.
—Para ser más específicos, Sean aseguró que el Senador Forbes y Patricio DeVito habían firmado un contrato matrimonial entre sus hijos, donde se dictaminaba que Beatrice Forbes y el hijo mayor de los DeVito se casarían cuando esta cumpliera sus veintidós años.
Tragué en seco y apreté la carpeta con más fuerza entre mis manos, el dolor leve del plástico mordiendo mi piel me calmó lo suficiente como para contener las ganas que tenía de gritar que ese hijo mayor del que se hablaba tenía nombre, que se llamaba Mauro DeVito, y que era mi jodido padre.
»Todo esto se logró mantener en secreto gracias a que el compromiso nunca se hizo público. Es extraño, pero Beatrice Forbes fue asesinada justo una semana antes de su padre hiciera una conferencia de prensa para darle la noticia del compromiso al mundo.
—¿No crees que fue Sean Adams quién asesinó a Beatrice?
La mirada sarcástica que me lanzó Luca fue respuesta suficiente a mi pregunta.
—Tú tampoco crees que fue él, admítelo. Mi teoría es que fue el hermano mayor de Matteo. Es una posibilidad muy probable.
—¡No! —corté tajante—. Él no pudo haber sido. Tiene que haber alguien más.
Inspiré hondo, necesitaba calmarme. Esta no era la hora para dejar que mis sentimientos salieran a la luz.
»Ese matrimonio era una oportunidad muy grande para que la Famiglia reforzara su poder —intenté razonar a pesar de que sabía que Luca podría tener razón.—, si él era el heredero legítimo, no haría nada para romper el balance que su padre estaba creando para él.
Mi padre no era un santo, pero tampoco lo creía capaz de asesinar a una joven inocente. Aunque todos los secretos que escondía me hacían preguntarme si alguna vez había conocido al hombre detrás de la máscara.
—Puede ser, Alana. Pero hay demasiados espacios en blanco en esta historia.
Sí, los había. Demasiados para haber sido una simple casualidad.
—¿Qué pasó con Felipe Forbes? ¿Aún vive?
Lucas sacudió la cabeza en negación.
—Luego de la muerte de Beatrice Forbes se retiró de la política de forma permanente y murió seis años más tarde a causa de un infarto masivo. Fue encontrado ocho horas después de su muerte, abrazando una foto de su hija en el estudio de su mansión, por una de sus criadas.
—A veces la culpa puede llegar a ser más efectiva que la venganza misma.
Una risa sarcástica evadió a Luca, obligándome a alza la vista de los documentos que aún estaba estudiando distraídamente.
—Creeme, Alana, que sé muy bien cuanto pesa la culpa y los deseos de venganza, y aún no he logrado decidir cual de ambas es más difícil de conllevar.
—Todos tenemos que yacer en las tumbas que cavamos algún día, Luca. —Lo observé tragar en seco y apartar la mirada hacia la poca porción de ventana que quedaba descubierta a su lado.
Dejé la carpeta de lado cuando vi al camarero volver a acercarse a retirar los menús y tomar nuestros pedidos. Le sonreí con dulzura al guapo muchacho, tomándome la libertad de ordenar dos café negros sin azúcar para ambos.
—¿Y qué me dices de Sean Adams? ¿También murió? —Opté por cambiar de tema cuando volvimos a quedar solos.
Era mejor navegar las aguas seguras antes de que llegara la tormenta y volviera todo jodidamente inestable. Solo había una cantidad de veces que las olas podían golpear la misma estructura sin derrumbarla y el barco en el que viajábamos Luca y yo le faltaba poco para naufragar.
—No, de hecho, sigue en la misma prisión a la que fue confinado luego de su convicción hace más de treinta años. Aunque, me temo que se ha negado a hablar con alguien sobre lo sucedido desde mucho antes del juicio.
Hice un sonido de conveniencia con mi garganta. Un hombre culpado injustamente por un crimen no se quedaba callado solo porque sí. Alguien había movido los hilos para hacerle cerrar la boca, y yo quería saber quién.
—¿Dónde está exactamente?
—En la prisión MS2 en California.
Alcé las cejas, genuinamente sorprendida con que un supuesto joven inocente, que había vivido entre lujos toda su vida, hubiera sobrevivido treinta años en una de las prisiones más sanguinarias de los Estados Unidos.
Malkford State, comúnmente conocida como MS2, era la prisión de máxima seguridad donde iban a parar toda la escoria criminal que el gobierno atrapaba. La cifra de asesinatos dentro de la prisión solamente, igualaba a la cifra anual de homicidios en la mayoría de los estados de los Estados Unidos.
—Impresionante —dije. Volví a inspeccionar la carpeta, torciendo mis labios en una mueca de desagrado al llegar a la lista de crímenes acumulados—. Veo que le duró poco la inocencia.
Tampoco podría culparlo. Para sobrevivir entre bestias tendrías que convertirte en una eventualmente.
Una conmoción en la entrada del restaurante llamó mi atención. Un hombre de unos setenta años estaba en la puerta, conversando animadamente con la barbie de la entrada mientras se carcajeaba de forma exagerada.
Lo reconocí de inmediato. Me era imposible no hacerlo cuando había llevado ese rostro gravado a fuego en la memoria por veinte años.
—Consígueme una cita con Sean lo más pronto posible —dije distraídamente sin apartar mis ojos del espectáculo tomando forma frente a mis ojos—. ¿Has logrado averiguar quién es el otro comprador de los Colombos?
—Aún no, pero tengo a los chicos trabajando en ello.
—Muy bien.
El hombre mayor terminó su conversación con la recepcionista y se dirigió al fondo del establecimiento, más allá de la cocina, por un asilo que sabía llevaba a los oficinas de administración del local. p
Me levanté de la mesa con intenciones de seguirlo cuando una mano sobre la mía me detuvo en seco.
—¿A dónde vas?
Acabé con nuestra conexión con un tirón de mi brazo y una mirada mortal en dirección a Luca.
—Aquí no soy yo quien tiene que dar explicaciones. Acostumbrate, Luca, porque planeo estar a la cabeza de la Famiglia por muchos años por venir —espeté cortante, llenándome de triunfo cuando sus facciones de volvieron un retrato de pura tensión.
Disfrutaba demostrarle que yo era el Don, que él era menos que yo, eso era algo que no pensaba desaprovechar mientras tuviera la oportunidad.
»Ya puedes volver a Nueva York, no hay nada más que discutir aquí.
Le di la espalda sin esperar una respuesta de él, dispuesta a seguir las huellas de mi nueva marca.
• • •
Ya sé que voy 5 días tarde, pero...
¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!!
Que este 2024 traiga muchas bendiciones y sorpresas para ustedes.
Estoy escribiendo esto media dormida, así que me disculpan si en algún punto murió mi ortografía o mi coherencia.
Besos,
Dee.
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