8
Domingo 8 de marzo
Cuando Autumn cumplió su primer año Mike y Celia me dieron una cantidad considerable de dinero para que le organizara una fiesta. Me dijeron que no podrían ir debido al trabajo, pero que podía contar con Winter. Yo acepté el efectivo con las orejas calientes de vergüenza, pues ya había pasado mucho tiempo desde que me convertí en padre y aún no me valía por mí mismo. Necesitaba muchísimo de su ayuda, y en más de una ocasión me pregunté qué sería de mí y de la bebé si ellos nunca me hubieran tendido la mano.
Estoy muy agradecido por seguir contando con su apoyo. Creo que aún falta algo de tiempo para dejar de necesitarlos, pero ya no me avergüenzo tanto como antes porque estoy seguro de que ellos aman a Autumn con la misma intensidad que yo.
Autumn está sentada en medio de la mesa. Usa una tiara idéntica a la de Rapunzel en Enredados y un vestido púrpura a juego. Sus amigos, abuelos, tía y su padre ocupan las demás mesas. Una persona con botarga de gato está frente a ellos tomando varias fotografías. El restaurante Matt 's Pizza & Arcade está tan concurrido como de costumbre. Elliot sonríe al oír el rumor de los niños jugando, los sonidos de los juegos de disparo, la música tecno ochentera, las máquinas escupiendo fichas y boletos y los movimientos robóticos de la adivina animatrónica. No importa que tenga veintidós años, se emociona igual que cuando tenía diez. Uno de los motivos por los que había elegido celebrar el cumpleaños de su hija ahí es porque, a diferencia de los demás restaurantes del mismo estilo, Matt 's no se ha modernizado y aún tiene fichas y boletos físicos.
Sé que es tu cumpleaños y no el mío, nena, dice en su mente. Pero no te molestará divertirte al estilo de la vieja escuela, ¿verdad?
La niña está muy sonriente. Elliot la ve tomarse varias fotos en las tabletas de sus amigos sin importarle que las comisuras de sus labios tengan un poco de salsa de pizza. Los niños están muy hiperactivos a causa de los refrescos y pastelillos. Algunos de los padres intercambian miradas divertidas.
Ya es hora de la mejor parte, piensa Elliot.
Mike y Celia piden silencio a los niños ansiosos y les ordenan que formen una fila para repartirles las fichas. Las criaturas, por lo regular caóticas, obedecen como si fueran pequeños soldados. Una vez todos tienen en su poder su pequeña bolsa repleta de diversión, rompen la fila y se dirigen corriendo a la zona de juegos. Elliot los contempla apoderarse de las máquinas y luego mira la enorme bolsa de fichas frente a él.
Ahora que soy un adulto puedo tener las fichas que quiera, piensa.
Aún no puede creerlo.
Busca a su madre en la mesa pero no hay rastro de ella. Lo más probable es que esté con Autumn. Winter, a su derecha, come su sexto o quizá séptimo pastelillo de chocolate.
—Oye, ¿quieres ir a jugar?—le dice Elliot con entusiasmo infantil.
Winter sonríe.
—Me encantaría pero dudo poder disfrutarlo como tú—dijo—. Ya sabes que no hay forma de que sepa lo que está pasando.
Cierto. Winter no puede jugar los simuladores de motocicleta, ni el Dance Dance Revolution ni los videojuegos de disparo. Elliot se lleva una mano al mentón, pensativo. No quiere que ella se quede ahí limitándose a comer sin parar.
Una actividad que le fascina, claro, dice para sus adentros. Pero me pondría triste que fuera la única en toda la fiesta que no disfruta los juegos.
Entonces se le ocurre algo.
—¡Ya sé!—dice tomándola de la mano—. ¡Juegos de azar!
—¿Eh?
—Juegos de azar. Solo debes presionar botones.
—¿Y cómo sabré qué pasa?
—Muy fácil: acerca tu mano a una distancia prudente de la ranura donde salen los boletos para saber cómo te fue. Probarás tu suerte. Será divertido. También podemos ir con la adivina.
—¿La qué?
—Esmeralda la grande. Te dirá tu futuro. ¡Ven, no hay tiempo que perder!
Winter sonríe y despliega su bastón. Elliot ha logrado contagiarle su entusiasmo. El par de amigos se adentra a la zona ruidosa y neón repleta de niños y adolescentes. Elliot saluda a su madre y a Autumn desde lejos, quienes disparaban a patos virtuales. Quedan frente a una máquina tragamonedas de Bob Esponja, cuya voz repite una y otra vez: ¡Boletos, boletos! ¡El tesoro de fondo de Bikini!
—Empecemos por este—dice Elliot para luego darle una moneda a Winter.
—¿Qué es lo que debo hacer?
Él guía su mano a la ranura.
—¿Escuchas los pitidos de la música? Intenta insertarla justo cuando llegue al más alto. Si lo haces conseguirás darle al premio mayor.
—Creo que puedo hacerlo.
Y estoy seguro de que lo harás, piensa Elliot viéndola con ternura. Él, que puede ver la ruleta de colores, se siente menos capaz de lograr conseguir el premio mayor que Winter, cuya única forma de intentarlo es escuchando la música.
La chica se toma su tiempo para escuchar la melodía y entonces inserta la moneda. No logra darle al tesoro de fondo de Bikini, pero sí a otro premio:
—Doble moneda, doble moneda—dice la voz de Bob Esponja.
—¿Qué significa?—pregunta Winter.
La máquina escupe un par de monedas que Elliot toma a la brevedad.
—Significa que ahora tienes dos turnos—dice él, y luego se las da—. Genial, ¿no?
Ella asiente.
—Aquí voy.
En el segundo intento solo consigue dos boletos.
—No te rindas, no seas un percebe—dice Bob Esponja con voz cantarina.
Winter presta atención a la música una vez más mientras se muerde el labio inferior. Entonces lo hace.
Breve silencio.
—¡Tesoro de fondo de Bikini!—exclama Bob Esponja—. ¡Felicidades, felicidades!
—¡No es ciertoooo!—dice Winter saltando de alegría. Elliot vuelve a tomarla de las manos para guiarla a otra ranura: una enorme serpiente de boletos emerge de ella acariciando los dedos de Winter, quién se estremece. Los dos amigos ríen.
—Esos oídos tuyos son una maravilla—dice Elliot, para luego besar su frente—. Eres una ganadora, Winnie. Te tengo algo de envidia.
—¿Cuál es el siguiente juego?
Elliot la lleva a la sección de máquinas de garras. En medio de estas se encuentra Drop the ball, una máquina donde, tras presionar un botón, una pelota rebota y cae en algún número. Dependiendo de este el jugador recibirá cierta cantidad de boletos.
Elliot está por explicar cómo funciona la máquina a Winter pero entonces es interrumpido por un niño rubio que jala sus pantalones un par de veces para llamar su atención. Lo reconoce a la brevedad.
—Oh, hola Bradley. Eres amigo de Autumn, ¿verdad?—dice, y se pone de rodillas para estar a su altura—. Muchas gracias por haber venido.
Bradley asiente.
—Hola, señor Grant. Eh...llevo algo de tiempo queriendo algo de una máquina y no lo consigo. Mi hermano mayor vino conmigo pero me da vergüenza buscarlo y decirle. ¿Puede ayudarme?
—Por supuesto.
El niño los guía hasta una máquina de garra donde hay varios peluches pequeños. El niño señala un gatito blanco y negro con un listón rosa en el cuello que yace en una esquina.
—Me he gastado casi todas mis fichas para tener ese y no he podido—dijo.
Luce tan ilusionado que Elliot siente que se le derrite el corazón.
No te preocupes, será tuyo, dice para sus adentros. Si no es por mi destreza será por mí insistencia.
Se palpa el bolsillo trasero donde tiene las monedas. Toma una de ellas, la inserta en la máquina y comienza el juego: la torpe garra se niega a coger el gatito por más que intenta bajarla. Por suerte logra mover el peluche un poco más al centro antes de que la garra regrese a su lugar inicial. Tres intentos más y nada.
Elliot suspira.
—¿Ya lo consiguió?—pregunta Winter.
—No, todavía no—responde Bradley.
—Una vez más—dice Elliot insertando otra moneda.
Maldita garra, coopera conmigo.
La garra baja muy despacio y entonces, por fin, toma una pata del animal. Elliot aprieta los labios e intenta controlar el temblor de sus manos.
Un poco más. Solo un poco más.
La garra sube llevándose consigo al peluche y al joven el trayecto se le hace eterno: la garra regresa a su lugar sin haber soltado el gatito y entonces lo suelta. Elliot no puede creer su hazaña hasta que mira a Bradley abrir la cajita debajo y enseñarle el peluche en sus manos.
—¡Lo hiceeeee!—exclama, luego recuerda que quiere mantener su pose de adulto cool con Bradley y esboza una leve sonrisa orgullosa—. No fue difícil, suelo hacerlo seguido. Pan comido.
—Muchas gracias señor Grant, usted es muy bueno en esto.
Elliot le acaricia la cabeza.
—No es nada, Bradley. Disfruta tu gatito.
Bradley se ruboriza. Su rubor es tan intenso que puede notarlo a pesar de estar a media luz.
—Eh...bueno, en realidad no es para mí.
—¿No?
El niño niega con la cabeza.
—Es para Autumn.
Sé a dónde va esto, piensa Elliot, recordando que Bradley le dio una tarjeta de Thomas el tren a su hija en San Valentín.
—¿Me da permiso de decirle a Autumn que yo lo gané?—dice Bradley notablemente apenado.
Elliot y Winter sonríen.
—Claro, no hay problema—responde Elliot.
El par de amigos se divierten en cuatro juegos más y entonces Elliot decide que es buen momento de ir con Esmeralda la grande. El animatrónico tras el cristal es encantador y terrorífico al mismo tiempo; su mirada está ausente, su vestido de satín está desgastado y se le han caído varias lentejuelas en el pañuelo que le adorna la cabeza.
—¿Lista para saber tu futuro?—pregunta él. Winter asiente e inserta la moneda. Entonces Esmeralda cobra vida y empieza a escucharse una hipnótica melodía gitana.
—Bienvenido a mi humilde rincón místico, astro del universo—dice la adivina moviendo sus dedos alrededor de su bola de cristal opaco—. ¿Qué es lo que deseas saber?
—¿Cual es el botón del amor?—pregunta Winter.
Elliot suelta una leve risita.
—No creí que quisieras saber eso.
—¡Hey, no te burles!
—Para nada, solo me pareció algo muy dulce—él guía su mano al botón que pidió y ella lo presiona.
—Querido astro de luz—dijo Esmerlanda con una suave voz solemne—. Tu alma gemela, el ser que te complementa, no está en tierras lejanas, ni al ver la ventana de tu habitación ni tampoco al cruzar la calle. El amor de tus mil vidas pasadas y la actual ha estado a tu lado por muchos años y tú te has negado en reconocerlo. Vuela hacia él, ser de polvo cósmico, y abrázalo con todas tus fuerzas.
Winter hizo una mueca.
—Esto es un timo—se quejó. Elliot le rodeó los hombros con su brazo.
—Oye, tal vez sea cierto. ¿Ha ido algún joven interesante al café últimamente?
—Todos son idiotas—la chica sonrió—. Ahora es tu turno.
Elliot frota las palmas de sus manos, emocionado. Inserta la moneda y presiona el botón.
—¿Cuál botón escogiste?—le pregunta Winter.
—Fortuna.
Esmeralda la grande vuelve a mover sus manos alrededor de la bola de cristal.
—Mi bello astro de luz—dice—. Una gran fortuna te espera en menos tiempo del que crees. No desesperes, no sufras por tus malas rachas, pues muy pronto estas van a desaparecer. Tu vida es buena tal y como está ahora aunque haya ocasiones en las que pienses lo contrario. Ese gran sueño que vive en lo más profundo de tu alma se hará realidad. Muy pronto tendrás tiempo para dedicarte a él.
Elliot sonríe con los ojos muy abiertos.
Demasiado preciso para ser una casualidad, piensa.
—Ya no creo que sea un timo—dice Winter tan sonriente como él.
Mi futuro aún es brillante, piensa Elliot. Soy joven, tengo salud y estoy rodeado de personas que me aman. Y yo las amo.
—Oye Winnie, ¿quieres tomar un descanso?
—Sí. Todavía tengo espacio para más pastelillos de chocolate.
De vuelta en la mesa, el par de amigos contempla a algunos padres y sus hijos contando boletos. Winter come el glaseado de un pastelillo y le pregunta a Elliot qué otras cosas pueden hacer más al rato.
—Hay que cambiar los boletos por premios—dice él—. Pueden ser dulces, lápices, calcomanías o un despertador de Dragon Ball Z.
—¿Hay despertadores de Dragon Ball Z.
—Sí. Pero cuestan muchos boletos. Si tengo los suficientes no dudaré en llevármelo.
Tras un rato Elliot mira a su hija regresar a la mesa. Con una mano sostiene el gato de peluche y con la otra la mano de Bradley, quien luce de lo más feliz.
—Bradley ya le dio el gato—le dice a Winter.
—¿Y Autumn está contenta?
—Bastante. Creo que el buen Brad ya sumó varios puntos.
Winter ríe.
—¿Ya viste?—dice Claire apareciendo a la derecha de su hijo—. Ese niño ganó el gato para ella. Era de los más difíciles en la máquina.
—Le pidió el favor a Elliot—dice Winter—. Y él lo dejó quedarse con el crédito.
—¿De verdad? Qué dulce.
Elliot se ruboriza.
—Solo fue un pequeño favor.
—¡Papá!—Autumn se dirige hacia él corriendo sin soltar la mano de Bradley. El pobre niño se esfuerza en ir a su velocidad, pero le cuesta algo de trabajo—. ¡Papá, mira lo que Bradley ganó para mí!
—Es muy bonito, Autumn.
Le da una leve sonrisa a Bradley, quien se sonroja.
—Oigan—dice Elliot—. ¿Qué tal unas cuantas partidas de Dance Dance Revolution y luego vamos a cambiar los boletos?
Winter sonríe.
—No podré bailar nada. Pero la música es genial—dice.
—¡Sí, vamos!—exclama Autumn.
・:*:・゚★,。・:*:・゚☆
Elliot arropa a su hija en la cama, quien bosteza.
—¿Y la abuela?—pregunta ella, abrazando su nuevo gato de peluche.
—Ya se durmió. Quedó muy agotada por tanta diversión.
Autumn esboza una sonrisa soñolienta.
—Yo también. Gracias por hoy, papá.
—No es nada, mi amor. La pasé muy bien. Hasta mañana.
—Hasta mañana. Te quiero.
—Yo también te quiero.
El padre le da un breve beso en la frente, apaga la lámpara de noche y se va de la habitación, cerrando la puerta muy despacio. Baja las escaleras de vuelta a la sala de estar y se dirige a la pared detrás de la televisión, donde hay una foto de estudio de él, Summer y Autumn cuando aún era muy pequeña. Está en blanco y negro y visten como si fueran una familia de sitcom de los años cincuenta. Mike y Celia les habían regalado esa sesión fotográfica cuando la bebé cumplió su primer mes.
Hola, Summer, dice Elliot en su mente. Acaricia la foto de su novia. Ahí todavía se miraba tan radiante.
¿Cómo te va allá arriba? Espero que bien. Hoy fue un buen día para mí y también para Autumn.
El hombre sonríe. Se siente muy en paz.
No tienes que preocuparte por nada aquí, estamos muy bien. Yo la amo por los dos. Y la seguiré amando por los dos hasta que volvamos a vernos.
Da un breve beso a la foto. Después bosteza, va a la cocina a media luz para prepararse una taza de té y luego sube a su habitación.
Domingo 8 de Marzo
11: 09 pm
Amo a Autumn.
Amo a mamá.
Amo a Winnie.
Amo a mis amigos.
Amo a Mike y Celia.
Amo mi vida.
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