Yule
El olor a petricor me ha embriagado
junto al vino caliente que en exceso he tomado
para alejar el intenso frío que aquí ha reinado,
y para alejar las penas que me han atormentado.
Es el medio del invierno y el sol se ha marchado
bien lejos de mi tierra; se ha ido a otros lados.
Espero por el equinoccio, aún estando en el solsticio.
Espero por su regreso en este gélido suplicio.
Le suplico y le suplico que luego vuelva.
Me gusta el invierno, pero este es brutal,
no hay forma de que pueda disfrutarlo;
me siento mal, enfermo, tieso, congelado.
No siento mis dedos, mis manos, mis brazos;
mis pies, mis piernas, el rostro, los labios.
Como las plantas, mi alma ha marchitado.
Mi cuerpo encogido, reducido, encorvado.
Hace tanto frío que ni los pingüinos se han atrevido
a levantarse y anadear muy lejos de sus nidos,
o a sumergirse en el agua helada del pacífico;
prefieren las rocas al álgido líquido.
Hace tanto frío,
que los zorros en plena caza han sido atrapados
por el viento glaciar que detiene su caminar,
y yacen ahora, encapsulados en hielo.
¡Sí! ¡El frío es tan intenso,
que los lobos marinos han hecho de vehículos sus moradas!
¡Que hasta las nubes parecen estar rodeadas
por una capa gruesa de escarcha!
¡Hace tanto frío, que no quiero salir de mi casa!
¡Y eso que amo las temperaturas bajas!
¡Tiemblo tanto ahora, que mal puedo hablar,
rimar, o escribir cualquier palabra!
¡Esto es una desgracia!
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