Viviendo separados

Estoy que me quedo dormida,

mientras escribo estos versos.

Y en mi mirada perdida,

cubierta por el velo del letargo,

existe un deseo de rogarte

que vengas a sostenerme entre tus brazos.


El cansancio me hace añorar

el calor que tu cuerpo me da;

la comodidad de tu pecho,

y el cariño que emana de tu corazón.

De hecho, casi quiero llorar

al pensar que aquí no vendrás.

La razón se me escapa corriendo,

el sentimiento toma su lugar.


No quiero dormir a solas,

en esa cama grande,

enfriada por las horas

de vacía soledad,

esperando la aurora,

el nacer de un nuevo día,

sin sentirme protegida

por ti, mi amor, mi vida.


¿Dónde estás, mi cielo?

¿A qué horas volverás?

¿Cuánto más he de esperar

para verte regresar, y cruzar

esta puerta de madera que me encara,

austera, y pintada con tonos sombríos,

inmóvil y cerrada, sin hacer el menor ruido;

sin dejar entrar una ráfaga fría de la calle afuera,

y sin dejar que tu silueta, por el frío encogida,

entre a mi morada, humilde y pequeña,

de tan quieta, casi muerta.


"¿Dónde estás?" yo repito. "'¿Qué haces ahora?"

No puedo dormir sin tener las repuestas

a esas preguntas inocentes, curiosas.

Quiero oír tu voz, antes de irme a domir,

y quiero que me sostengas, cuando el sueño venga a por mí.

Te quiero aquí, así de simple.

Pero no te puedo tener, porque tú vives

en otro lado. Muy alejado,

de mi pobre, oscuro, y peligroso barrio.

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