Morir como una abeja
Me han dicho que las abejas
cuando a la muerte sienten cerca,
se acuestan dentro de una flor,
alejadas de la colmena.
Perecen en soledad,
entre sus coloridos pétalos,
para no enfermar a sus queridas
y trabajadoras compañeras.
Siento que eso yo haré,
cuando mi hora al fin llegue.
A un campo abierto me iré,
cubierto de plantas perennes.
Moriré entre el pasto y las setas,
entre los arbustos, entre la maleza,
sin ningún alma que me detenga
de cruzar la oscura frontera,
—llamada muerte—.
¡Ese será, sin duda
mi dulce día de suerte!
¡Descansar eternamente, con mi pálida frente
siendo besada por las gotas del rocío,
suena como un sueño perfecto!
¡Y no me quejaré del exilio!
¡Estaré en paz, sola, con Dios y la madre Tierra!
¡Mirando a las nubes que vuelan
con telarañas en mis ojos, con las pupilas vacías!
¡Perdidas en el vasto cielo arriba!
¡La gloria infinita será mía!
¡El silencio de la tumba me calmará!
¡Podré parar de pensar!
¡De sentir! ¡De dudar!
¡Podré en quietud reposar,
sin lamentos ni quejidos,
en las manos suaves de Gea,
y entregarme al abismo infinito!
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