Si supieras lo difícil que es para mí

ceder el control sobre todo y todos,

entenderías por qué sólo a ti te di

el poder de comandarme, a tu modo, 

sin quejas ni reclamos,

frustaciones o enojos.

Entenderías por qué 

te entregué mi corazón y mi cuerpo

sin miedos, ni temores.

Por qué considero tan valiosos los recuerdos 

de tus toques, y los temblores,

los besos traidores,

que robaste sonriendo,

quitándome el aliento,

volviéndome loca,

anhelando tu boca

de nuevo cerca de la mía.

En efecto, cara amiga,

si supieras por qué confío tanto en ti

—al punto de soltar las riendas de mi mundo

por horas, minutos, segundos,

y entregarme al frenesí

de quererte sin control,

y dejar que me quieras de vuelta,

sin desesperarme por la falta

de poder sobre todo—

de celos no estarías muerta.

¿Quieres oír la verdad?

¿Tan explícita, tan obvia, tan real?

Es amor.

Es por eso te dejo hacer lo que quieras.

Es por eso me entrego ante ti, entera.

Es por eso no dudo jamás en dejarte

alabarme como solo tú lo haces.

Te amo, te deseo, te añoro,  y el mirarte

es el mejor regalo que el universo me ha dado.

El poder hacerlo, es un divino milagro.

El encontrarte, en un mundo tan lleno, tan diverso,

es una bendición de los cielos.

Y es por eso que te amo el doble, el triple,

de lo que tú esperas.

Y es por eso que confío en ti, aunque no lo creas

—al menos no tanto como yo desearía que lo hicieras—.

Te amo, y solo porque te amo

soy capaz de tirarme a tus pies y

humillarme, sin llantos.

Aunque el miedo me consuma por dentro.

Aunque mi dominancia me insista que no deje

que tú decidas mis acciones, mi destino, mi actitud,

lo hago de todas formas. Porque sólo tú

logras amarme de vuelta,

de la manera en la que lo anhelo, 

lo imagino, y lo sueño.