Día 13 (II)
Salí al pasillo tan pronto como me hube asegurado de que la enfermera y el guardia, aun si despertasen rápido, no significaran un inconveniente —los amarré con las sábanas, incluso por la boca para que no gritaran—. Junto a la puerta, el carrito con los desayunos —cada bandeja señalada con su correspondiente habitación— esperaba por los demás comensales. Para evitar sospechas, ingresé el artefacto al cuarto y puse llave a la puerta. Solo llevaba conmigo este diario y la radio con la que la muerta se hacía voz.
Pero, como era de esperarse —y me los esperaba—, los imprevistos se hicieron presentes, y mucho antes de lo que imaginé; como terminase de poner llave a la puerta, una figura que percibí por el rabillo del ojo se manifestó a mi derecha, no muy lejos de mí. Aunque por un instante sentí el terror de la incertidumbre, pronto me relajé cuando vi que se trataba de Flauta. Su mirada sumisa e inocente, como la de un niño que espera algo de su madre que es difícil de obtener, me decía mucho más de lo que pudieran haberme dicho las palabras si el loco hubiese podido emitir algo más que silbidos: sabía perfectamente que estaba escapando y quería huir conmigo.
La pregunta es: ¿qué mierda hacía Flauta ahí, en el pasillo junto a la puerta de salida al patio, fuera de su habitación en un horario no recreativo? En ese momento me dio lo mismo, no tenía idea ni tiempo para cuestionarme cosas que no necesitaban resolución, cada segundo que pasaba allí dentro ponía mi vida en riesgo.
Entonces, Flauta apuntó con el dedo índice en mi dirección, ¿y ahora qué le pasa?, me pregunté. Y, cual revelación divina, recordé el sueño de la noche anterior... Flauta no estaba apuntándome, estaba señalando lo que estaba a mis espaldas, al voltear, caminando en dirección a mí, se acercaba presuroso un guardia de seguridad. ¡CARAJO!
—Saldremos de acá, Flauta —dije, volviendo al otro, casi en un susurro inaudible—, solo te pido que mantengas la calma y me dejes guiar esta situación, tú solo sígueme el juego. —Lo sujeté del brazo y comenzamos a andar.
Me ubiqué detrás de mi compañero y crucé sus brazos detrás de su espalda, tomándolo con firmeza de las muñecas, de tal modo que pareciese que lo había esposado, tal como demandaban las recientes medidas de seguridad cuando un recluso era trasladado fuera de su cuarto en un horario de no recreación, en vista del reciente hecho ya bien conocido por usted, amigo mío. Además, en esta posición podía ocultar las manchas de sangre que llevaba en la ropa y, a medias, mi rostro.
Cuando nos acercamos al guardia, lo saludé con un arisco movimiento de cabeza, intentando mirarlo lo menos posible, solo lo suficiente para no parecer sospechosamente descortés —y que no me reconociese.
—Un momento —dijo entonces, cuando casi lo habíamos pasado. Me detuve en seco, correr no me llevaría a ningún otro lado más que a mi celda otra vez, por lo que decidí enfrentarlo con calma.
—¿Qué sucede? —Torcí la cabeza apenas, sin revelar demasiado mis facciones más allá de mi perfil. Su mirada bajó a la cucarda en mi pecho, sabía que la frase "Personal de seguridad" acompañada del nombre del sujeto estaban estampados allí. Él quería leerlos, quería saber de qué hombre o mujer se trataba porque, claramente, había descubierto la ficción.
Piensa, piensa, piensa... ¡rápido!
—Soy nuevo aquí. —Lo miré directo a los ojos, revelándome—. Estoy algo desorientado... bastante, de hecho. —El tipo estaba nervioso, lo vi con claridad en su sonrisa indecisa, avergonzada—. ¿Podrías indicarme cuál es el sector medio A? Tengo que relevar al custodio del turno nocturno, es mi primer día y voy con retraso. —Quise sonreírle de felicidad, mas no lo hice, era necesario mantenerme en personaje.
—Es este —contesté, a secas.
—Muchas gracias. Si pregunto en administración podría tener problemas, no es una buena manera de empezar tu primer día de trabajo nuevo.
—Debiste estar aquí antes —reproché, tan serio y molesto como pude, aprovechándome de las circunstancias—. Por poco el sector queda sin vigilancia, sabes que eso es una falta grave, ¿no?
—Lo siento, no era mi intención, yo...
—Se me ordenó trasladar de forma urgente a este interno a control especial —lo corté con brusquedad—, y tú que no llegabas. Pones en riesgo el trabajo de ambos.
—Perdóname, colega, no volverá a suceder, lo prometo.
—Solo asegúrate de estar a tiempo la próxima vez. —El tono de mi voz sonó, deliberadamente, más sereno—. Debo continuar con mis tareas antes de ser yo el regañado. Párate allí y no te muevas del lugar—indiqué, deshaciéndome así de otro guardia—, ya desayunaron todos.
Dicho lo último nos alejamos.
—Bien hecho, muchacho —felicité a Flauta, estirando mi cabeza por sobre su hombro en un intento de hablarle a la cara. Por primera vez vi al hombre sonreír, y entendí que de tonto no tenía ni un solo pelo. Me pregunté, entonces, si sería seguro liberar a Flauta en la ciudad, nadie parecía más inofensivo que ese hombrecito de rostro aniñado, nadie que lo viera sospecharía, ni por un ínfimo instante, que se trataba de un criminal recluido en un manicomio... pero lo era, algo lo había llevado a estar en donde estaba, la versión psiquiátrica de una cárcel para homicidas y violadores, ¿cuál de los dos eres, Flauta? Y ahora yo estaba en deuda con él, se había ganado la libertad, se la debía.
El trayecto venidero nos encontró solitarios, la suerte parecía estar armoniosamente predispuesta para la fuga. Pudimos sortear ambas puertas con la facilidad de quien se mueve por su casa, solo restaba caminar hacia el acceso principal y todo el peligro quedaría atrás —o casi todo.
Los rayos que golpeaban oblicuos las paredes desde lo alto de las ventanitas me indicaban que el sol había tomado suficiente altura en el cielo de una mañana ya avanzada, por lo que podía asumir que la puerta principal, probablemente, ya estaría abierta al público. Es importante entender que, aunque todo parecía suceder sin inconvenientes, no puedo más que hablar en términos probabilísticos; yo era una rata encerrada en la jaula trasera que debía cruzar un terreno inhóspito cuyo funcionar, en realidad, desconocía. Pero había llegado a un punto en el que nuestras vidas, la de Flauta y la mía, tenían un solo sentido, el que nos conducía más allá de las paredes de este lugar, a nuestras espaldas ya había creado un espacio hostil. Ahora todo se reducía a escapar o morir.
Hacia el final, el pasillo se abría a la zona de recepción. Asomé apenas la cabeza y pude ver a dos mujeres que ingresaban al lugar saludadas por un hombre de blanco que se hallaba, más o menos, a unos dos metros de la puerta.
Y allí estaba yo, a unos pasos de la libertad, pero... ¿cómo huir sin ser notados? No podíamos simplemente salir pretendiendo que escoltaba a un interno fuera del establecimiento, tampoco correr sin más... he ahí la gran cuestión.
Considerando el apremio que nuestra situación llevaba, me vi obligado a actuar rápido, así fue que, motivado por la necesidad de vivir un día más, le susurré al oído a Flauta "es ahora o nunca, chico, corre", estimulándolo con un empujoncito suave que hizo que saliera disparado como una ráfaga huracanada. Cuando escuché el sonido de la puerta abriéndose, me expuse en la recepción a los gritos, "¡se escapa un interno, agárrenlo, agárrenlo!" vociferé una y otra vez con desesperación. Tres guardias, el antes mencionado y otros dos que habían estado fuera de mi radar, salieron precipitados a la captura del silbante. Uno de ellos se quedó mirándome durante dos o tres segundos, quizás impactado por la confusión, pero la urgencia de la fuga hizo que verme con el mismo atuendo que él llevaba, le bastara para enfocar su atención afuera, pues no había tiempo para detenerse a observar que, en realidad, yo no era parte del personal del manicomio, sino otro preso que estaba fugándose delante de sus narices.
Quizás por el sofoco que el encierro me provocaba, más allá de las puertas el aire me pareció más puro. Dos semanas en el infierno habían agotado mi espíritu que, con la primera bocanada de oxígeno del exterior, revivió como si despertase de un viejo letargo. Al fin era libre.
Miré atrás y noté que nadie me seguía. "Flauta", pensé. Me detuve entonces a observar el panorama y vi a mi compañero correr como si el mundo se consumiese tras sus pies. Había dejado lo suficientemente rezagados a sus cazadores como para ir saboreando ya la libertad. Me sentí sucio, un traidor, un oportunista que entregó a su compañero ante el primer aprieto, y aunque era feliz por Flauta, verlo alejarse más y más, cual ave en cautiverio que surca el cielo por primera vez, me hizo sentir que era lo peor del mundo... y peor me sentí cuando, en cuestión de un instante, esa libertad tan ansiada le fue embestida de la forma más horrible. En la intersección de las calles, justo cuando parecía que no existía ser en el mundo que pudiese arrebatarle nada a aquel hombre fugaz, un vehículo lo levantó por los aires como si pesara poco más que un niño. En la distancia, acometido por la culpa y el llanto, pude escuchar los últimos silbidos agónicos de Flauta, que silbaba al cielo con un pájaro moribundo que canta hasta morir.
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