Un beso

—¡Mione!

Antes de que ella pudiera levantar la cabeza de su baúl y girar hacia la voz, unos brazos ya la estaban envolviendo. Hermione reconoció el aroma a roble y sonrió antes de envolver a su mejor amigo en un abrazo también.

—Harry... —murmuró en su pecho, sintiéndose más segura que nunca con él. No se había dado cuenta de cuánto lo había extrañado hasta que lo tuvo tan cerca.

El azabache se separó y sonrió con alegría. Sus ojos se alejaron de los de ella durante un segundo antes de volver y, a pesar de que se veía muy feliz de verla, Hermione sabía que estaba buscando a alguien más.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó ella, ambos esperando a que Ginny bajara del tren—. ¿No estabas en Gales? Creí que llegarías mañana por la mañana.

—Me dejaron venir antes por buena conducta —respondió, sonrojándose un poco—. La Academia de Aurores es tan exigente como Hogwarts, sino es que más... Pero es algo que me gusta hacer, ya sabes.

Hermione asintió, sonriendo. Harry se acercó hasta un vagón del tren y luego tomó el baúl de la morena, dejándolo a su lado. Al mismo tiempo que ella le agradecía, una cabellera pelirroja muy alegre iba bajando de uno de los compartimientos del tren. Ella vio a Ginny mirar por toda la plataforma con unos ojos sencillos, pero cuando cayó en Harry, estos se iluminaron; y la morena alzó la vista en el momento perfecto para presenciar los ojos felices del azabache.

Decidió que debía darles su espacio, y entonces arrastró su baúl hasta la salida de la plataforma, sólo para esperar a la pareja. No quería encontrarse con Malfoy en estos momentos.

No había planeado cómo ir a la Madriguera, supuso que tendría que tomar la Red Flu luego de ordenarse en una habitación de hotel, pero ahora que Harry había venido, sabía que no sólo era por Ginny, sino para llevársela también.

Harry se había vuelto más protector con ella desde que Ginny le envió la carta a él y a Ron. Le enviaba dos lechuzas a la semana, sin falta, sólo para preguntarle cómo estaba. Ron fue menos intenso, pero en realidad le agradeció eso.

Ella no tenía idea de cómo iba a actuar una vez que se encontrara con...

Unos suaves labios se plantaron en su mejilla, y el tacto la hizo saltar. Hermione se dio la vuelta y enrojeció de sólo ver a Ron parado detrás, casi tan rojo como ella.

—Hola —murmuró, un poco nervioso pero sin apartar la vista de sus ojos.

—Hola —dijo también. Pero, a diferencia de Ron, ella no lo dijo por estar nerviosa, sino por la enorme culpa que estaba agrupándose en su estómago por sólo mirarlo.

Ellos no eran pareja. Sólo se besaron en la Sala de los Menesteres —vaya ironía— el día de la Batalla de Hogwarts, y no hizo falta que ninguno de los dos dijera nada para saber que ambos tenían sentimientos por el otro.

Y Hermione no lo negaba, porque este pelirrojo había estado en su mente cada año que estuvo en Hogwarts, y a ella de verdad le gustó. Demasiado.

Pero desde que se enteró de lo cruel que era la maldición que corría en el interior de su cuerpo, decidió que todo lo que tuviera que ver con el amor se encontraría en segundo plano. No tenía tiempo ni fuerzas para centrarse en una relación si lo único que necesitaba era encontrar una cura para seguir en este mundo.

Además, Ron no se lo merecía. Él estaba enamorado de ella; Hermione lo sabía, podía verlo en su mirada y en su sonrisa. Es por eso que mantener la distancia con él para no destruirlo fue la decisión más madura que tomó. De nuevo, ella no quería ser ninguna Jamie Sullivan para un Landon Carter.

Aunque doliera, mantenerse alejada fue lo mejor que pudo hacer. Ron pudo entenderlo —milagrosamente—, creyendo que la actitud de ella era por sus padres, por la superación de la Guerra, por el colegio o por cualquier otra cosa... No porque ella estuviera por morir.

No porque ella se hubiera besado con alguien más.

Era doble culpa la que sentía. Porque no podía mirar al amor de su infancia a los ojos sabiendo que le estaba mintiendo y que se había besado con otra persona tan sólo unas horas antes.

Es por eso que bajó la mirada.

—¿Cómo has estado? —preguntó él torpemente, levantando una mano para rascarse la nuca.

—Bien, Ron —dijo y se forzó a sonreír—. Igual que todas las veces que has preguntado por medio de las cartas.

Él enrojeció.

—Sí, sí... Tienes razón, sólo quería asegurarme.

Hermione habría tomado su mano para que dejara de estar tan nervioso de no ser porque aún tenía ese nudo de culpa en su estómago. Se mantuvieron en silencio durante unos pocos segundos antes de que Ginny interrumpiera para abrazar a su hermano y que Harry pasara sus hombros por encima de la morena.

—¿Lista para ir a la Madriguera? —preguntó mientras los hermanos Weasley estaban distraídos—. Espero no hayas traído ningún libro porque Ron y yo nos encargaremos de quemarlos antes de que los toques.

Hermione le entrecerró los ojos.

—No lo harían —amenazó.

Él asintió.

—Tienes razón, no lo haríamos —confesó. Ante eso ella rió, y luego Harry comenzó a caminar aún con los brazos en sus hombros y ayudándole con su baúl al mismo tiempo, ambos siguiendo a Ginny y Ron.

•••

Nochebuena llegó a Gran Bretaña. La actitud alegre y navideña rebozaba por toda la Madriguera, se habían reunido todos los hermanos, incluidos Bill y Charlie. Era la primer navidad que se pasaría sin Fred, y aunque el recuerdo de ello estaba presente en todos, intentaba seguir con la diversión.

Ninguno procuraba dejar solo a George.

Hermione había estado usando la poción que inventó, y le había funcionado de maravilla en cada ocasión. Cuando estuvo fuera de la vista de alguien que pudiera hacer preguntas, ella no usó la poción e intentó comer sin depender de esta. Algunas veces salió bien, y otras salió tan mal que ni siquiera pudo tragar un bocado antes de irse a vomitar.

Harry y Ron no preguntaron sobre su desaparición en Hogwarts. No porque no quisieran (porque se veían mucho con la intención), sino porque ella siempre los cortaba cuando sabía que la conversación tomaría ese rumbo.

Tal vez creyeron que todo tenía que ver con sus padres, porque no volvieron a preguntar. Ella lo agradeció, porque en realidad no había preparado una excusa convincente.

Hermione tendría que cuidarse de Ginny sino quería que descubriera todo su teatro. Si la pelirroja ponía atención y se daba cuenta que no sólo ella era quien desaparecía, sino Malfoy también, entonces las cosas se pondrían aún más difíciles.

No tenía ninguna excusa que convenciera a Harry y Ron para que les pudiera explicar por qué tenía comunicación con Draco Malfoy. O esa pseudo-amistad que toleraron. O por qué se besó con él en la Sala de Menesteres...

Ellos lo detestaban. Harry no era tan intenso como Ron, pero sabía que no le agradaba en lo absoluto; ellos nunca fueron de siquiera soportar mirarse porque eran polos totalmente opuestos. Sin embargo, el azabache era un poco más maduro y sabía mantener sus emociones a la raya dependiendo de la ocasión; como la vez que creyó necesario testificar por Malfoy. Pero aún así las cosas seguían sin ponerse a favor de Hermione porque no había una verdadera explicación para el por qué de su ahora relación extraña.

Ron, en cambio, odiaba a Malfoy. Realmente lo odiaba. Por más que Hermione hiciera el intento de nublar sus sentimientos hacia el rubio, este nunca dejaría de detestarlo con toda su alma. Ella podría atreverse a admitir que, si Malfoy hubiera muerto durante la Segunda Guerra Mágica, a Ron le habría valido un comino. Siempre había habido una rivalidad entre ambos, y la morena no sabría cómo deshacerla ni aunque pusiera todo su esfuerzo.

Ese nudo de culpa volvió a ella. Si tan sólo Ron se enterara de su beso con Malfoy... Ella no podría soportar perderlo...

No podría...

Ella...

—¿Hermione? —llamó una voz. La morena saltó ante el tacto helado sobre su hombro. Alzó la vista y se encontró a un Ron con la nariz colorada mirándola—. ¿Estás bien?

Ella asintió y bajó la mirada hacia su vaso de vino, encontrando que lo había derramado sobre de la mesa por estar temblando. Murmuró una rápida disculpa al aire antes de convocar un trapo con su varita y luego limpiar.

—Te he notado algo extraña estos días —dijo Ron en voz baja, como si temiera entrar en aguas peligrosa—. ¿Segura que te encuentras bien?

Hermione dejó el trapo mojado en el lavabo y luego volvió a servirse vino antes de mirarlo a los ojos y sonreír.

—Estoy muy bien, Ron —dijo—. Sólo es el cambio de rutina, ya sabes. No he tocado ningún libro desde que llegué aquí.

Él rió con suavidad.

—Siempre tan adicta a los libros, Mione —murmuró divertido, y ella se mantuvo un poco congelada ante el apodo. Sólo Harry lo había usado con ella—. Si pudiste sobrevivir a una guerra, creo que podrás con una semana más sin leer.

—Sí, sí. Tienes razón, sí... —replicó con rapidez, nerviosa mientras bebía un trago de su vino.

Ella se recargó en la mesa, dejando la vista hacia la ventana que daba al lugar directo donde estaba la mesa de la cena de Navidad afuera. Hermione podía ver a Ginny y George abrazados el uno con el otro mientras cantaban villancicos, Harry haciéndolos tercera en el coro, un tanto sonrojado. Los demás en la familia se encontraban riendo y otros cenando.

Y Ron estaba a su lado, recargado contra la mesa también y mirando a su familia.

Faltaba poco menos de cinco minutos para que fuera Navidad.

—Es nuestra primera Navidad sin Fred —murmuró después de unos momentos.

Hermione aguantó la respiración. No se atrevió a mirarlo y, en cambio, sólo aplanó sus labios. Se mantuvo en silencio durante unos segundos antes de respirar hondo.

—También lo extraño —dijo ella en voz baja—. Todos lo hacemos... Pero tu familia podrá superarlo. Míralos ahora, todos están felices.

—George estaría más feliz si quien estuviera a su lado cantando fuera Fred y no Ginny.

Ella cayó y dudó antes de girar su mirada hacia el pelirrojo. Ron, por su parte, sólo siguió mirando a su familia a través de la ventana y luego bebió un largo trago de su bebida, apenas haciendo una pequeña mueca cuando el líquido raspó su garganta.

—Lo sé —se limitó a decir Hermione, y en realidad no tenía nada más que decir.

Pasó un minuto entero antes de que Ron por fin se girara hacia ella. La miró con unos ojos tristes antes de obligarse a sonreír. Ambos se mantuvieron así durante varios segundos antes de que él le frunciera el ceño.

—¿Tienes frío? —preguntó, y ella se miró a sí misma sólo para darse cuenta que estaba temblando.

—No —respondió, y lo dijo con honestidad. Tenía como tres suéteres debajo de la campera que Molly le había regalado. Llevaba guantes y un gorro también.

—Estás temblando demasiado —le dijo. Y entonces desenvolvió su bufanda y, antes de que Hermione pudiera alejarse o negarse, Ron ya la estaba envolviendo alrededor de su cuello.

Ella miró su pecho, avergonzada e incapaz de mirarlo a los ojos, antes de que sintiera los largos dedos de Ron acomodar un mechón detrás de su oreja.

Hermione se sorprendió y alzó la mirada para encontrar una encantadora sonrisa de Ron Weasley.

Y entonces sólo lo miró.

—¡Ya es Navidad! —gritó la voz de Ginny, al mismo tiempo que el reloj mágico de la cocina comenzaba a celebrar con luces y sonidos.

Hermione podía escuchar y mirar de reojo muchos abrazos navideños, al igual que algunos pocos fuegos artificiales mágicos, pero ella sólo estaba mirando fijamente los ojos azules de Ron.

Pensando.

Pensando en cómo la muerte de Fred había lastimado el carisma de Ron y de todos los Weasley, en cómo su mirada pasó de ser la más alegre y divertida a una que escondía un dolor que aparentaba superar. Ella sólo estaba pensando en cómo sufriría si alguien más se iba de su vida... En cómo sufriría si esta vez fuera ella quien se fuera de su vida.

Entonces todo se juntó: su relación extraña y beso con Malfoy, sus mentiras y su engaño... Todo se unió en una gran esfera de culpa pura, y apenas podía mirar a Ron a los ojos.

Ella no podía decirle que probablemente moriría, él apenas estaba intentando superar la muerte de su hermano, como para sólo llegar y decirle que la persona que ama también morirá si no encuentran una cura. Una cura que pudo haberse hallado de no ser porque decidió irse de caza y no tratarse.

Ron no podría vivir con la culpa, ella lo conocía.

Hermione no podía decirle nada, pero también sabía que estaba haciendo mal. Le estaba mintiendo y lo estaba engañando, haciéndole creer que todo estaba bien.

Entonces ella lo abrazó. Se aferró a su cuerpo y enterró su cabeza en su pecho, aspirando su aroma que tanto le había gustado cuando estaban en Hogwarts.

Sólo esperaba que por medio del abrazo pudiera compartirle lo mucho que sentía todo. Sobre la muerte de su hermano, sobre todo el teatro que se estaba creando, sobre estarle mintiendo...

Se estaba disculpando.

—Feliz Navidad, Mione —murmuró Ron por encima de su cabeza, dejando un casto beso en la parte superior y enredándola en sus brazos.

Luego de eso, la siguiente semana pasó un poco peor para ella con respecto a cómo se sentía. Los dolores de cabeza aumentaron, y aún más cuando Molly la incluyó en todos sus juegos de familia. No era que despreciara el gesto, pero ella prefería estar sentada en la esquina del sofá y sólo mirando.

El lado bueno fue que no tuvo ningún ataque de pánico ni tampoco sangró, y los sonidos no fueron tan odiosos y desesperantes. Tal vez era porque estaba en un lugar de mucha confianza y su cuerpo ya estaba acostumbrado a él.

Para cuando llegó Año Nuevo, la cena fue igual de gloriosa que en Navidad. Ginny, Hermione y Harry ayudaron en la cocina mientras los demás estaban en la decoración del exterior.

A las campanadas de las doce de la noche, Hermione, Harry y toda la familia Weasley se hallaban tratando de comer las doce uvas al mismo tiempo que pensaban en sus deseos, todos riendo al ver que apenas podían con cinco uvas.

Hermione, por primera vez en meses, rió a carcajadas mientras veía a Charlie atragantarse con las uvas para luego decir «¿Cómo carajo pueden hacer esto los muggles?»

Y justo después, cuando ella seguía riendo, unas manos le tomaron las mejillas y al segundo siguiente Ron ya la estaba besando. Un beso casto, tierno y suave.

Sus labios apenas fueron un toque con los suyos antes de separarse y sonreírle, poniéndose rojo hasta las orejas, Hermione siguiéndole los talones en el color carmesí.

Todos se habían estado felicitando, así que nadie pareció prestarles atención, por lo que ambos se alejaron a felicitar a los demás antes de explotar por el enrojecimiento de sus mejillas.

Ninguno habló del beso lo que restó de la velada, ni siquiera cuando Ron la acompañó hasta la habitación de Ginny cuando dijo que ya estaba cansada. Él sólo se despidió torpemente con un beso en la mejilla antes de dar la vuelta y regresar con su familia.

Hermione cerró la puerta de la habitación y se recargó en la puerta, inconscientemente llevando una mano al lugar donde la había besado, dándose cuenta de algo terrible.

Muy terrible.

Porque ella no había sentido lo mismo que con Malfoy.

Sintió algo, pero fue diferente.

•••

Para cuando regresó a Hogwarts, ella no podía querer más que Malfoy nunca hubiera vuelto al colegio. Porque, mientras ella cenaba en el Gran Comedor, se sentía demasiado nerviosa y ansiosa cuando miraba por las puertas, entre esperando y no esperando que alguien de cabellera rubia pasara por ahí.

No tenía idea de cómo se suponía que debía reaccionar ante él. Luego de que eso hubiera ocurrido en la Sala de los Menesteres, ella se quedó congelada y de pie en medio del enorme lugar mientras trataba de entender qué era lo que había sucedido y por qué. Sólo intentando encontrar respuesta a sus muchas preguntas, pero luego de cinco minutos de no encontrar nada, sólo había regresado hasta su sala común para llevar su baúl al expreso, cuidando con mucha antelación no encontrárselo en ningún momento.

Y a pesar de que Malfoy vino a su mente algunas veces en los días que estuvo en la Madriguera, ella se obligó a dejar de pensar en él para tener tiempo tranquila para disfrutar con Harry y los Weasley.

Pero no recordó que pronto tendría que volver a pasar todos sus días en la misma habitación que Malfoy, conllevando a que, inevitablemente, tuviera que mirarlo a los ojos y hablarle.

Mirar esos ojos que la habían observado profundamente antes de besarla debajo de un muérdago.

Hermione no estaba preparada para hablar de ello, ni siquiera sabía qué se suponía que debía decir.

Malfoy la había besado, sí, pero ella también regresó el beso y se aferró a él. No era como que tuviera una explicación para ello; esta vez ninguno había estado borracho como para poder excusarse con ello.

Ambos habían estado completamente conscientes y aún así se habían besado.

Fueron tan idiotas que ninguno pensó en todo lo que eso beso podría arruinar.

Además, ¿no se suponía que se odiaban? ¿No se suponía que ni siquiera podían verse el uno al otro?

¿No se suponía que había una regla que decía que él no podía enamorarse de ella?

Hermione sólo quería dejar de pensar y regresar en el tiempo para hacer que ese beso nunca ocurriera. Se había acostumbrado a su pequeña amistad, a su tolerancia el uno con el otro, y en realidad no estaba preparada para perder eso.

Ella había estado tan sola y desesperada en esos meses de investigación, obligándose a mantener todo en secreto para no lastimar a nadie que le importara, y la única persona a la que no parecía lastimar con su presencia era Malfoy. Entonces encontró una especie de seguridad a su lado.

Pero ahora todo eso se había arruinado.

Al día siguiente, cuando las clases terminaron —afortunadamente, los lunes sin tener clases con Slytherin— y ella fue a la habitación, estaba más nerviosa que nunca. Entró y se sentó en el escritorio, sólo leyendo y moviendo el talón de su pie para arriba y abajo.

Malfoy no vendría hasta dentro de una o dos horas más, porque había tomado la rutina de hacer sus deberes en su sala común antes de ir con ella, pero aún así seguía nerviosa.

Ni siquiera pudo concentrarse en su lectura la primera hora porque su mente seguía viajando a Malfoy y apenas podía procesar las palabras que leía. Y para cuando por fin pudo olvidarlo y se profundizó en el libro, la puerta de la habitación se abrió.

Alzó la mirada por instinto, y sus ojos se encontraron con los de Draco sólo un segundo antes de que él apartara la mirada. Ella lo miró cerrar la puerta al tiempo que conjuraba un libro con su varita, luego se acercó a su propio escritorio, se sentó, abrió el libro y se puso a leer en silencio.

Hermione lo miró durante varios segundos más antes de parpadear y regresar a su lectura, intentando volver a concentrarse. Aunque obviamente era más difícil ahora que sabía él estaba a sólo pocos metros.

Tragó saliva y sacó pergamino y tinta para formar sus propias notas, casualmente al mismo tiempo que Malfoy hacía la misma cosa.

Ambos leyeron y escribieron en un silencio tan tenso como aquel de los primeros días. Todo era tan incómodo que ella incluso sentía su túnica demasiado pegado a su cuerpo. Para intentar calmarse, se llevó la mano a su cadenita y jugó con ella mientras sus ojos viajaban de renglón en renglón.

Malfoy no la miró ni habló con ella en todo el día. Ni siquiera cuando fue el final de su horario. Sólo guardó sus cosas con un movimiento de varita y luego dejó el pergamino de sus notas encima de la mesa antes de salir de la habitación.

Ella se sintió respirar una vez que estuvo lejos, y se recargó en el respaldo de su silla mientras miraba al techo y cerraba los ojos.

Suspiró.

Hermione imaginó que las cosas se tensarían después de lo sucedido, pero no tenía idea de cuánto. Se sentía como si todos los escalones que habían logrado escalar con tanto esfuerzo se hubieran derribado con un soplo.

Era como retroceder a su retrógrada relación anterior. Y apestaba.

El silencio tenso e incómodo prosiguió durante una semana y media más, apenas intercambiaron más de diez palabras en ese lapso. Y Hermione estaba cansada, quería volver a sentirse en ese ambiente conocido al que él los había metido.

Malfoy dejó de acompañarla por los pasillos cada vez que tenían clases juntos. Incluso pidió al profesor Slughorn que lo cambiara de compañero de trabajo (ella se negó a sentirse ofendida). En ningún momento la miró a los ojos mientras le preguntaba algo, siempre estaba con la mirada a su libro o a sus notas. Nunca le preguntó cómo estaba "su prima", que se había convertido en una pregunta frecuente desde la primera vez que la hizo.

Ella sólo se sintió vacía de nuevo, regresando a ese horrible círculo del cual se había esforzado por salir. Era una completa ironía que sólo Malfoy hubiera ayudado a sacarla de ahí, pero fue así.

Así que, un jueves donde especialmente ella había amanecido con una migraña que le hacía querer tirar todo al suelo, Hermione decidió que quería acabar con ese silencio.

Levantó la cabeza de su libro y lo observó fijamente, esperando que él sintiera su mirada y alzara la cabeza también, pero si lo hizo, se mantuvo impasible.

Cuando pasó un minuto y él ni siquiera pareció notarla, carraspeó para intentar llamar su atención.

Aún así Malfoy no la miró. Entonces carraspeó más fuerte.

Poco a poco alzó su mirada para verla a través de sus pestañas. Por primera vez ella veía sus ojos en casi dos semanas.

Hermione de repente se sintió muy nerviosa y quiso regresar a leer, pero la parte de su corazón que era Gryffindor le gritaba que se pusiera de pie y siguiera con lo que debía, así que eso hizo.

Tragó saliva antes de levantarse de su silla y caminar en pasos vacilantes hacia su escritorio. Él la siguió con la mirada con una expresión vacía.

—¿Sucede algo, Granger? —preguntó arrastrando perezosamente las palabras. Ella parpadeó ante lo borde que se sentía su tono, pero luego asintió con la cabeza.

—Sí —respondió, jugueteando nerviosamente con sus manos—. Creo que debemos hablar... Ya sabes, aclarar nuestro malentendido.

—Malentendidorepitió él. Ella volvió a asentir.

—Sabes a qué me refiero.

—De hecho, no.

Malfoy se recargó en el respaldo de su silla y se cruzó de brazos, mirándola fijamente mientras ella parecía estar a punto de entrar en una crisis de nervios.

Hermione estaba casi temblando, ¿por qué él podía actuar como si nada hubiera sucedido?

Tal vez porque así era.

Ella respiró hondo.

—Me besaste, Malfoy —dijo finalmente.

Él sólo la miró a los ojos, sin parpadear, como si estuviera tratando de ver toda su alma. Luego lo miró suspirar antes de bajar la mirada un segundo antes de volver a ella.

—Soy Malfoy de nuevo, ¿eh?

La morena frunció el ceño hasta que se dio cuenta de que se refería a su apellido. Era verdad que lo había estado llamando Draco, pero desde el beso todo se sintió tan surreal que creyó que regresar a las viejas costumbres ayudaría un poco.

No lo hizo.

—Así te llamas, ¿no es cierto? —contestó encogiéndose de hombros.

La volvió a mirar en silencio. Después asintió.

—Sí, supongo que sí.

Luego Malfoy se puso de pie abruptamente y tomó su suéter. Hermione lo miró con el ceño fruncido mientras él se acercaba a la puerta, la abrió sin dudar y después salió.

Ella se mantuvo quieta y confundida. ¿Realmente se estaba yendo? No se lo creyó a sí misma hasta que escuchó la palabra «Lyra» al fondo del pasillo, entonces supo que él en verdad tenía intenciones de irse.

Hermione miró el reloj de la pared: aún faltaban dos horas de su turno. No podía irse, y ni siquiera habían terminado de hablar. Esta había sido la conversación más larga que habían tenido desde que regresaron de las vacaciones, y ella no planeaba aguantar un día más en ese horrible silencio incómodo.

Así que se acercó a su escritorio y tomó su bufanda y sus guantes —el suéter ya lo traía puesto— antes de salir por la puerta y buscar su cabellera para seguirlo, aferrándose a la tira de su bolso esquinado.

Apenas salió de la biblioteca, pudo divisar un destello rubio pederse en el siguiente pasillo. Pero había mucha gente, así que no era conveniente seguirlo si entre todos podía estar Ginny o alguien que pudiera sacar otro tipo de conclusiones. Así que lo siguió lentamente, como si estuviera sólo caminando por casualidad hacia el mismo lugar que él.

Aunque ni siquiera hacía falta mirar hacia donde Malfoy para saber a dónde iría.

Cuando ella salió a los campos y miró a su figura de pie frente al Lago Negro, se arremangó más su bufanda para que le cubriera la nariz antes de caminar lentamente hasta él; la nieve crujiendo con suavidad debajo de ella.

—¿Tenías que seguirme? —preguntó Draco en voz baja cuando ella estuvo a pocos metros.

Hermione no respondió hasta que estuvo a su lado, mirando el lago también.

—No terminamos de hablar —respondió encogiéndose de hombros, su voz ahogada por la tela de la bufanda.

—Lo hicimos. Yo terminé de hablar contigo.

—Pero yo no —replicó obstinada, dándole una mirada de reojo antes de sentir todo su cuerpo temblar por el frío clima de enero—. Estoy harta de estar con esta ridícula tensión, Malfoy. Creí que ya lo habíamos superado.

—También yo.

Ella apretó los labios, sintiendo su nuca ponerse con piel de gallina cuando el viento la rozó.

Se quedaron en silencio un minuto hasta que Hermione volvió a repetir lo mismo:

—Me besaste.

Malfoy tensó la mandíbula, y sin mirarla le asintió con la cabeza.

—Te besé. Me besaste. Nos besamos. ¿Qué pasa con eso?

Hermione frunció el ceño y se giró a mirarlo sin poder creer lo que decía. Pero él aún veía el lago.

Antes de que otro escalofrío recorriera la nuca de la morena, se llevó una mano al moño que siempre traía puesto y luego lo soltó, esparciendo sus rizos alrededor de sus hombros para que le brindaran un poco de calor.

Luego resopló hacia Malfoy.

—¿Realmente no vamos a hablar de esto? —preguntó frustrada.

—¿Qué es de lo que quieres...? —Las palabras del rubio se quedaron varadas en el aire cuando se giró a mirarla. La observó fijamente durante dos segundos antes de parpadear y hablar de nuevo—. No creo que haya mucho que decir, Granger.

—En realidad, hay demasiado.

Hermione se cruzó de brazos, girándose por completo a él, Malfoy haciendo lo mismo poco después.

—¿Cómo qué? —preguntó.

Ella bufó.

—Como... Como el hecho de que... Bueno, para empezar tú y yo siempre hemos sido némesis en el colegio y...

—Potter era mi némesis en el colegio —interrumpió, impasible—. Tú sólo eras un daño colateral que me gustaba desordenar.

—Idiota —resopló la morena—. Me refería a las calificaciones. Aunque, ahora que lo mencionas, ese ámbito también funciona... Creo que a todos nos quedó claro lo mucho que me odiabas.

—Por Merlín, Granger. Supongo que conoces las conjugaciones de los verbos en pasado. Has dicho la palabra «Odiaba», y creo que eso ya dice mucho.

Ella pataleó con su pie derecho en el césped.

—¡Sabes de lo que hablo!

—¡En realidad no! —replicó y luego resopló ruidosamente—. Sigo sin entender cuál es tu jodido punto en esto. Te besé, nos besamos... ¿Nunca lo habías hecho, Granger?

—¡Por supuesto que sí! —contestó molesta—. ¡Pero no es muy normal que sea algo que suceda contigo!

—¡Pues fue así y qué mas da!

—¡No podemos sólo besarnos! —dijo desesperada—. Tú no sabes todos los problemas que podemos meternos por hacer eso. La gente no está preparada para eso, siempre nos hemos odiado y no podemos sólo pasar a unir nuestras bocas como si nada nunca hubiera...

—No entiendo de qué mierda estás hablando —interrumpió—. ¿Qué carajo tienen que ver las otras personas aquí, Granger? ¿Por qué no me dices tu verdadera razón para estar tan jodidamente histérica por...?

—¡Sabes el por qué, Malfoy!

—¡No lo sé!

Ella cayó de golpe, mirándolo con las mejillas coloradas y unos labios ligeramente azules porque su bufanda se había caído por estar discutiendo.

Malfoy le alzó una ceja, como si estuviera incitándole a responder, entonces ella respiró hondo y luego lo hizo:

—La regla número quince —dijo, y él le entrecerró los ojos—. Especifica que no puedes enamorarte de mí. Lo tienes prohibido.

Algo en la mirada de Malfoy cambió, pero ella no pudo notar qué. Tal vez se notó un poco contrariado.

La miró fijamente durante un minuto entero, casi perdido en sus pensamientos, antes de que se irguiera sobre ella y se encogiera de hombros cruelmente.

—No entiendo por qué eso te preocupa tanto —masculló con frialdad—. No me estoy enamorando de ti. Fue sólo un maldito beso. Estábamos debajo de un muérdago, ¿recuerdas, Granger? La cosa no pasó de ahí y tampoco lo hará.

Ella lo miró. Ella entreabrió la boca. Ella parpadeó.

—Sí —respondió, mirándolo a los ojos un segundo más antes de bajar la mirada, confundida—. Un beso. Sólo eso.

Malfoy tenía razón. Ella estaba haciendo bastante alboroto por un simple beso; se estaba poniendo bastante histérica con algo que era normal y que no todas las veces significaba que las personas se estaban enamorando.

Hermione repasó la conversación en su mente y de repente se sintió muy ridícula.

—Ahí lo tienes, Granger —dijo Malfoy, atrayendo su atención de nuevo—. Las personas se besan, y con más razón cuando están debajo de un muérdago. Un beso es sólo un beso.

Ella no respondió nada, y entonces él se alejó pocos segundos después, dejándola parada y sola frente al Lago Negro. Se giró para mirar el agua, tratando de calmar sus pensamientos.

¿Por qué ella había creado tanto problema por un tonto y simple beso? ¿Por qué, por el amor de Merlín, ella había creído que podía significar algo para él? Todos estos días estuvo en un silencio tenso e incómodo porque no sabía cómo tocar sutilmente el tema con él, mientras que Malfoy estaba tan tranquilo sin hablar de eso porque realmente no le había tomado importancia.

Fue sólo un beso.

No tenía por qué preocuparse de que él se enamorara de ella. No sería un daño colateral.

Sólo un beso.

Se repitió eso mientras regresaba a la habitación de la biblioteca, encontrándola vacía sin Malfoy.

No le sorprendió, pero tampoco quiso seguir investigando, así que sólo apagó las luces y fue a la Torre de Gryffindor a dormir, saltándose la cena.

Necesitaba dejar de pensar, y una poción para dormir sin sueños era la opción más fácil y rápida.

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