Terquedad
Gales, Reino Unido. Domingo 7 de marzo de 1999, 7:48 p.m.
Apenas Draco cerró la puerta detrás suyo, dejó escapar un suspiro profundo y cerró los ojos, llevándose una mano a su sien para masajearla.
Él se había mostrado muy seguro ahí afuera, pero una vez que estuvo fuera de la vista de Granger, todo lo golpeó en una oleada tan fuerte que por un momento cuando se miraba al espejo creyó que se veía más pálido de lo normal.
Bueno, ella también había estado pálida, así que no había nada irrelevante en eso.
Draco se mantuvo quieto durante varios segundos y pegó su oreja a la puerta, tratando de escuchar o adivinar qué era lo que estaba haciendo. Pero todo seguía en un silencio sepulcral.
Cuando la idea de que ella se iría del departamento simplemente para no estar con él pasó por su cabeza, estuvo a punto de salir para comprobar que no sería así, pero se detuvo justo a tiempo cuando recordó lo ridículo que eso podía ser.
Así que se obligó a dejar de dudar y se acercó a la ducha para darse su primer baño en dos días.
No había hecho nada además de comer y leer mientras esperaba que Granger llegara; su impaciencia había sido grande y unido con la duda de que McGonagall lo hubiera engañado al traerlo a un lugar que no era habían sido demasiado para su cabeza, y lo mantuvo en un estado de poco orgullo durante esos días.
Fue un milagro que la mujer le dijera la verdad y dónde se encontraría Granger, había recurrido incluso a hacer una supuesta huelga de hambre fuera de la dirección para lograrlo. Aunque, en realidad, él sí había comido (elfos domésticos, cof), pero eso no necesitaba saber McGonagall.
Le costó mucho lograr persuadir a la bruja, pero al final había usado su perfecta excusa de recuperar el honor de su familia y eso pareció ser suficiente.
Cuando McGonagall lo sacó del colegio y lo llevó al supuesto departamento de Granger, él se sintió demasiado nervioso al estar frente a la puerta y ni siquiera tenía idea de por qué.
Nunca se había puesto nervioso frente a nadie y era una ironía que Hermione Granger fuera la primera vez.
Pero ella no estaba cuando McGonagall abrió la puerta y lo invitó a entrar. El departamento estaba vacío, y justo ahí la bruja le dijo que Granger estaba de visita con Potter y Weasley y no regresaría sino hasta un par de días más.
Potter. Él no le importaba, de lejos se notaba que estaba perdido por la pelirroja menor.
Pero Weasley...
Nunca pensó que pudiera sentirse intimidado por alguien como él.
Se había burlado de su familia y su estatus cuando eran unas crías, creyendo que nunca llegaría a estar a su altura y que nunca debería preocuparse por él; sin embargo, ahora, temía que él fuera la razón por la cual Granger lo quería tan lejos.
¿Era eso?
Dos días en completa soledad lo hicieron pensar muchas cosas. E intentar otras más, como abrir la carta que McGonagall dejó para Granger. Lo intentó una vez con sus manos pero se quemó, y las otras dos fue con su varita y no funcionó tampoco.
Se tuvo que meter por el culo su curiosidad y no le quedó de otra que leer los libros que Granger había dejado en las estanterías del departamento.
La mayoría eran muggles, un tal Shakespeare fue el autor que más resaltó; y a pesar de que Draco aborreció algunas de sus obras, otras de ellas le parecieron casi fantásticas, llegando a la conclusión que los autores muggles no eran tan malos.
También tuvo mucho tiempo para recordar las palabras de Granger en aquella habitación. Una parte de él entendía que lo había dicho solo para alejarlo, pero otra parte no podía evitar preguntarse si había un poco de verdad en ello.
Cuando dormía, lo último que se preguntaba era si en realidad él era tan mal partido que arruinaría todo su futuro y su reputación; o todo lo bueno en ella.
Y siempre llegaba a la misma conclusión: que si sí era así, entonces Draco lo aceptaría y se alejaría.
Porque si alguien merecía brillar, era ella y no él.
Se impacientó muchas veces, y cuando estaba en el balcón a punto de arrojar una botella de tequila al primero que pasara por puro coraje, escuchó el familiar sonido de aparición.
Y supo que ella había llegado porque su fragancia a cereza inundó su nariz desde lejos.
Regresó la botella de tequila a la mesita con mucho cuidado y se sirvió un trago. Se sentó con rapidez y se peinó el cabello inconscientemente mientras buscaba la posición más casual para cuando ella lo encontrara.
Hizo aparecer un libro solo para mirarse más relajado, y luego esperó.
Pero ella ni siquiera parecía darse cuenta que había otra persona en el departamento, así que hizo ruido a propósito para que viniera a él.
Cuando Granger por fin lo encontró, Draco no pasó desapercibido el ligero brillo en sus ojos que indicaba que había llorado; eso lo desconcertó un poco al principio, pero luego lo excusó con que ella era muy sentimental con Potter y Weasley.
Aún así, cuando le dijo que ya sabía la verdad, ella palideció considerablemente y eso lo desconcertó de nuevo, porque le parecía una reacción un poco exagerada.
De igual manera, dejó su punto muy en claro y Granger ahora debía aceptar que lo seguiría como un perro con correa. Por supuesto que él siempre negaría eso.
Sin embargo, ahora que lo había hecho, ¿por qué seguía creyendo que aún había algo más?
Oh, claro, se olvidaba de lo necia que podía ser Granger.
Cuando Draco terminó su deliciosa ducha y abrió la puerta para salir, Granger estaba justo en el umbral, a un paso de distancia suyo.
—No puedes ir conmigo —dijo rápidamente antes de que él pudiera siquiera retroceder.
Ella llevaba la carta de McGonagall apachurrada en su mano izquierda, y la otra la llevaba hecha puño a su costado. Sus cejas estaban fruncidas y la bufanda que traía se había caído un poco por tal vez andar caminando de un lado a otro.
Granger estaba molesta, y a cualquier otra persona eso le habría intimidado. Pero a Draco le parecía casi algo tierno.
—Qué lástima que ya esté aquí —contestó encogiéndose de hombros y rodeándola para salir del baño y acercarse al armario, uno donde ya se había adueñado de la mitad para guardar su ropa.
—¡Draco! ¡No puedes solo...!
Su voz calló lentamente, y eso le hizo fruncir el ceño a Draco antes de mirarla por encima de su hombro para encontrar a una Granger sonrojada y atenta a su cuerpo.
Él había olviado que estaba solo en toalla, y los cientos de rumbos que podría tomar el momento lo hicieron tener un pequeño problema con su amigo, así que desvió la mirada de ella con rapidez y tomó su ropa.
—Voy a cambiarme. No es necesario que te des la vuelta si no quie...
—Solo date prisa —interrumpió Granger en un gruñido, dándose la vuelta y cruzándose de brazos.
Draco le sonrió aunque no pudiera verlo y luego comenzó a vestirse, disfrutando del nerviosismo que ella era capaz de emanar incluso desde el otro lado del departamento.
Y cuando terminó, no se lo hizo saber. Él solo caminó en silencio hasta ella, y cuando estuvo a un paso de distancia detrás suyo, se acercó a su oído.
—¿Por qué siempre llevas el cabello recogido? —susurró con intención, y volvió a sonreír cuando su piel se erizó y ella se alejó de él en un salto.
—¡No hagas eso! —protestó.
—¿Qué? ¿Acercarme a tu cuello?
Granger, tal cual inteligente que era, entendió la referencia a la primera, y eso la hizo regalarle una mirada de ojos entrecerrados; aunque no evitó el lindo sonrojo que se extendió por sus mejillas y todo su cuello.
—¿Qué haces exactamente aquí, Draco? ¿Qué es lo que quieres?
Él resopló, rodando los ojos.
—Lo dices como si fuera un delito o alguna maldad —replicó—. Seguro que McGonagall dijo algo en aquella carta, ¿o no? Estoy aquí por mi familia, es todo.
—Eso no es cierto.
—Oh, ¿entonces por qué crees que estoy aquí?
Granger se volvió a cruzar de brazos y acercó su nariz a la de él en un intento de intimidación que más bien pareció un pollito con un cuchillo.
—Estás aquí porque eres un niño malcriado que no sabe entender cuando le dicen que no. Quería hacer esto sola, ¿por qué venir?
Draco bufó, comenzando a caminar lejos de ella para llegar al espejo de cuerpo completo que estaba en la pared y arreglarse el cuello de su camisa.
Luego comenzó a hablarle a través del espejo:
—Uno: creo que ya no soy un niño. Dos: sí, soy un malcriado, pero entiendo cuando me dicen que no. La diferencia aquí, Granger, es que tú nunca me dijiste eso; solo te esforzaste en querer alejarme. Un "no" mucho más directo habría bastado.
Granger alzó una ceja.
—No —dijo.
—¿No?
—No —repitió—. No te quiero aquí, Draco. Así que discúlpame si te hice esperar tantos días para nada, pero no necesito compañía. Ahora largo.
Ella apuntó hacia la puerta, pero Draco no movió ni un dedo además de los que seguían alisando su camiseta.
Una vez que terminó, con toda la tranquilidad se dio la vuelta y la enfrentó. La miró desde la distancia y encontró esa misma mirada de determinación que había tenido en la habitación de la biblioteca.
Lo había logrado una vez, pero no de nuevo.
Cualquier burla desapareció del rostro de Draco y lentamente caminó hasta ella, disfrutando ver cómo Granger comenzaba a dudar y su respiración se aceleraba, pero nunca dio un paso atrás porque por supuesto que no se dejaría intimidar por nadie.
Ella dejó de apuntar la puerta y se paró derecha, alzando la cabeza para sostenerle la mirada a Draco hasta que él estuvo a solo unos centímetros suyo.
Sus cuerpos se rozaron ligeramente, y eso lo hizo querer tragar saliva, pero se contuvo para mantener su mismo semblante serio.
—Dame una razón —exigió él—. Una sola razón por la cual no me quieres aquí.
Granger se lamió los labios.
—Porque...
—Que sea buena —añadió Draco, avanzando más hacia ella con la intención de que retrocediera; y eso hizo—. Dame una razón por la cual no puedo acompañarte unos meses a encontrar a tus padres y luego solo volver. Tú hallas lo que quieres y eso me ayuda a tener el honor de mi familia de nuevo. Todos felices, ¿no?
Ella tragó saliva.
—No es tan fácil. Lo dices como si fuera tan simple y no es así. Esto no podría ser solo unos meses, tal vez duraría años; el mundo es muy grande.
—Y nosotros muy pequeños para él, Granger. Entre más tardes aceptando que yo iré contigo, más tiempo duraremos.
Granger se quedó en silencio durante varios segundos antes de hablar, solo mirando sus ojos de par en par.
—No hay un "nosotros", Draco.
Él también la miró fijamente, escondiendo el extraño estrujado en su pecho que esas palabras le causaron.
—Nosotros vamos a volver a trabajar juntos —aclaro él—. Nosotros vamos a viajar por el mundo en busca de tus padres y nosotros vamos a lograrlo.
—Draco...
—¡Demonios, déjate ayudar, Granger! —suplicó entre dientes Draco, tomando el rostro de ella por un simple impulso y sintiendo esa calidez recorrer su cuerpo apenas tocó su piel—. No necesitas hacer esto sola, puedo ayudar.
—No se trata de ayudar —susurró ella, y su voz se escuchó dolorosa, como si en realidad creyera que el que Draco fuera con ella arruinaría todo—. Se trata de tu bienestar, no puedo pedirte esto.
—No me lo estás pidiendo.
—Lo sé, pero...
—No me lo estás pidiendo —repitió, y Draco miró sus ojos castaños de par de par para hacerle saber que estaba hablando muy en serio—. Quiero estar aquí contigo y ayudarte. Permítelo y olvídate por un momento del bienestar de los demás y piensa en el tuyo.
Ella frunció el ceño ligeramente y luego negó con la cabeza.
—No. No, eso es muy egoísta.
—Entonces sé egoísta por una maldita vez en tu vida, Granger. Nadie te va a juzgar por ello.
—No mereces esto.
Draco suspiró, impaciente.
—No me importa. Son unos malditos meses alejado de todo lo que odio. ¿Bromeas? Es un jodido santuario.
—¡No lo es porque no se trata de eso! —replicó ella en un chillido, alzando sus propias manos para alejar las de él. Luego dio un paso hacia atrás para hacer distancia.
—¡Entonces no importa de qué se trate! Tú quieres que esté aquí, puedo mirarlo en tus ojos, pero temes que yo esté tomando la decisión incorrecta. Bien, Granger, te lo digo ahora mismo: yo quiero estar aquí.
Ella se llevó las manos a sus ojos para tallarlos, como si supiera que estaba tratando con alguien tan terco como ella, luego suspiró profundamente y lo volvió a mirar.
—¿Cómo sabes que yo te quiero aquí? —preguntó en voz baja y cansada.
—Lo puedo mirar en tus...
—Tú me enseñaste a mentir, ¿recuerdas, Draco? ¿Cómo puedes saber qué es real y qué no lo es en mi mirada?
Él respiró hondo, dejando caer todas sus barreras de nuevo por ella. Y es que, desde aquel instante que cruzó por la puerta de esa habitación y la miró, debió haber sabido que sería solo Granger quien lograría que hiciera las cosas más ridículas y alocadas en su vida.
Por ella.
Estaba a punto de pasar meses en una búsqueda inalcanzable a su lado. ¿En qué momento? ¿Por qué no pudo prevenirlo?
La determinación en los ojos de Draco regresó y la miró fijamente.
—Sí, yo te enseñé a mentir —dijo con firmeza—. Pero precisamente por eso es que conozco tus patrones. Así que vamos, Granger, mírame a los ojos y dime que no me quieres aquí. Dilo y entonces me iré. Pero no mientas.
Ella abrió la boca para responder, decidida e incluso dando un paso hacia delante como si quisiera retarlo. Pero mientras más Draco la miraba, más su valentía iba muriendo.
Él podía verlo en sus ojos: el cómo su propia determinación iba muriendo y cómo ahora solo iban quedando cimientos inútiles de ello.
Draco la incitó a hablar, pero luego de unos segundos ella solo cerró la boca.
Hermione Granger no era capaz de decirlo con honestidad.
—Necesito salir —masculló cuando por fin se rindió, y ni siquiera se preocupó por ponerse otro suéter encima cuando casi corrió hasta la puerta y luego la azotó detrás de ella.
Draco consideró seguirla por un momento, pero luego decidió que tal vez necesitaba espacio; así que ignorando ese sentimiento de preocupación que comenzaba a emerger en él, caminó hasta el balcón y desde ahí arriba miró a Granger salir del edificio, sus rizos alejándose poco a poco en la banqueta.
Se estaba dirigiendo al parque cercano, y él se preguntó si podría mirarla desde el balcón.
Pero luego recordó que eso sería muy acosador y entonces se tuvo que conformar con el hecho de que Hermione Granger era completamente capaz de cuidarse por sí sola.
Así que con un suspiro cansado, él regresó al interior del departamento y se sentó en la sala a hacer absolutamente nada y esperarla.
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Esto era una muy mala idea, Hermione tenía toda la consciencia de ello.
Pero se estaba cansando de querer convencer a Draco. Lo había intentado tantas veces que ya no encontraba excusas para alejarlo, y mucho menos ahora que fue tan estúpida de no poder mentirle y decirle que no lo quería con ella.
No pudo hacerlo porque sí lo quería consigo, no le apetecía pasar sus últimos días sola; pero el simple hecho de que fuera con una persona que estaba encariñada con ella haría todo peor.
Hermione solo caminaba sin saber adónde iba exactamente, sus manos cruzadas sobre su pecho en un intento de abrazarse a sí misma por el frío clima de la noche. Pero lo único que estaba en su mente era que estaba tomando la decisión más egoísta de su vida.
Suponiendo que permitiera que Draco se quedara y la acompañara, lo único que eso podría lograr era que él se encariñara todavía más. Pero luego, cuando llegara el aterrador día, ¿qué pasaría?
Él solo se levantaría y no tendría ni la más mínima idea de que su acompañante había muerto ni tampoco sabría la razón. Solo le rompería el corazón de una y mil maneras.
Sería un trauma grande, no era que ella se estuviera sobrevalorando, pero desde pequeña había aprendido que la muerte de un ser querido siempre resultaba peor que cualquier otra cosa.
Landon Carter perdió a Jamie Sullivan y él nunca volvió a casarse o enamorarse porque pasó toda una vida lamentando, extrañando y amando a su amor; sin un futuro, sin otra esposa y sin hijos.
Hermione no quería eso para Draco, quería verlo luchar por recuperar todo lo que la Guerra le quitó, quería verlo feliz con otra persona (o tan feliz como un Malfoy se podía ver).
No quería que pasara su vida entera lamentándola.
Era lo mismo de siempre, algo que ya estaba cansada de repetir y de intentar hacerle entender a Draco. Pero no podía hacer que él comprendiera si no le decía la verdad.
Hermione no le había contado a nadie a excepción de Minerva, pero había sido porque realmente fue en urgencia. De no haber sido así, la bruja mayor también pensaría que ella solo se iría unos meses.
Al diablo con el estereotipo de Gryfferindor, pero Hermione no era lo suficientemente valiente como para confesarle su verdad.
No supo cuánto tiempo pasó sentada en la banca de aquel parque, solo pensó y pensó la mejor manera para hacer que Draco huyera de ella; pero siempre llegaba a la misma conclusión, y esa era que se estaban cansando de intentarlo.
Tal vez ella quería que no huyera, pero se odiaba por eso.
—Deja de pensar tanto, Granger.
La voz de Draco la habría hecho saltar de no ser porque el frío se lo impidió. Era principios de marzo, por lo que aún era invierno; y siendo de noche, el clima estaba por lo menos a dos grados.
No llevaba mucha prenda encima que la protegiera del frío, así que apenas le dio una mirada por encima de sus pestañas antes de ignorarlo y regresar a mirar sus guantes y seguir pensando.
Después de unos segundos, sintió que Draco se sentó en el lugar vacío que estaba a su derecha de la banca.
Se quedaron en silencio durantes varios segundos antes de que ella hablara:
—Se supone que vine aquí para estar sola.
—Se supone que yo te daría tu espacio, pero has estado fuera durante una hora y media.
Hermione alzó un poco la mirada y lo miró de reojo, pero él solo miraba la pista de hielo que tenían a unos cuantos metros adelante, donde varias personas patinaban.
—Estaba apenas a unas cuadras —murmuró ella en respuesta.
—Lo sé, pero tienes tendencia a desaparecer, así que debía asegurarme que siguieras aquí.
Ella lo siguió mirando. Draco llevaba por lo menos dos enormes chamarras encima que se veían más costosas que la casa de Hermione; su bufanda color verde esmeralda estaba hecha un ovillo alrededor de su cuello y también llevaba un gorro negro con unas orejeras. Traía un pans negro y grueso, y unos elegantes guantes de cuero. Unas botas negras también reluciendo como último artículo.
Su atuendo parecía haber salido de una revista de modelaje, y eso la hizo apartar la mirada de él y mirarse a sí misma. Hermione también llevaba orejeras, pero no había gorro. Llevaba un suéter sencilo debajo color blanco y un chaleco sin mangas color piel que apenas la cubría. Traía dos pelusas por guantes, unos jeans negros y unas botas altas del mismo color.
Hermione estaba lejos de parecer sacada de una revista de modelaje, y su atuendo mucho menos era algo que la cubriera realmente; agregando que llevaba el cabello recogido en un moño y eso le quitaba un poco del calor que podrían generar sus rizos si estuvieran sueltos.
En su defensa, no había pensado que saldría tan tarde a las afueras de Gales. Se suponía que solo debía llegar a morirse en depresión y luego dormir, no tener que huir para pensar en qué haría con Draco.
Había cierta ironía en lo cruda que ahora podía ser Hermione cuando se refería a su propia muerte.
—¿Te gusta patinar? —preguntó Draco de repente, y eso la trajo de regreso a la realidad, girándose a mirarlo con el ceño fruncido.
—¿Qué?
—Patinar —repitió y luego apuntó con su barbilla a la pista de patinaje.
—No.
Él la miró.
—¿Por qué no?
—Solo no me gusta —contestó encogiéndose de hombros y con cierta amargura de que Draco comenzara a hacer esto. No podía solo llegar y mostrarse agradable cuando lo que ella quería era encontrar una excusa para pedirle que se fuera.
—¿No sabes patinar?
Hermione jamás admitiría que no sabía algo delante de Draco.
—Sé patinar.
Ella se giró para mirarlo asentir con la cabeza, luego hizo una ligera mueca y ladeó sus labios en una pequeña sonrisa.
—Yo no —admitió, y eso la dejó perpleja por unos segundos; porque era impactante cómo Draco Malfoy sí podía confesar no saber algo delante de ella—. Mis padres nunca quisieron llevarme a una pista de patinaje porque decían que estaban repletas de muggles.
Hermione se mantuvo en silencio y luego apartó la mirada. Ninguno dijo nada mientras regresaron a mirar en la lejanía aquellas personas que se deslizaban con delicadeza en la pista.
—Me enseñó mi abuela —dijo ella en voz baja luego de varios minutos, y tragó saliva antes de continuar—: Había una pista cerca de su pueblo y desde que tuve la suficiente edad me comenzó a enseñar.
No quiso continuar más, así que se quedó en silencio y rogó internamente para que Draco dejara morir el tema.
Pero él lo entendió a la perfección.
—Por eso no te gusta —murmuró—. Te recuerda a ella.
Hermione solo se limitó a asentir, y sintiendo su garganta picar en advertencia al llanto, se apresuró a cambiar de tema e ir al punto de la verdadera razón por la cual estaban ahí.
—Draco, no puedes quedarte. Hablo en serio.
Sintió que él se giró a mirarla, pero ella se mantuvo fija a la pista de patinaje, muy consciente de que mirarlo a los ojos sería una mala idea.
—¿Por qué? —preguntó él—. Escucha, Granger, sé que probablemente sea la compañía que menos quieres en estos momentos pero...
—No se trata de eso —interrumpió Hermione y eso lo dejó callado durante varios segundos—. No es que no te quiera conmigo.
—¿Entonces cuál es el problema?
Draco se sentó de una manera que quedaba mirándola fijamente, y ella no tuvo más remedio que girarse también solo para encontrar sus ojos grises, unos que tal vez tenían una chispa de esperanza.
—Solo no puedes.
—No hagas esto. Ya dejé el colegio, no puedo regresar. Incluso le envié una carta a mis padres y estoy seguro que no estarán muy contentos, ¿pero qué más da?
—Nunca te pedí que dejaras el colegio, Draco. No dejes esto como si yo fuera la mala. Me fui de ese lugar precisamente para que tú siguieras con tu vida y que no tuvieras que entrometerte en la mía solo porque me tienes lástima.
Eso lo desconcertó. Su ceño se frunció y la miró, atónito.
—¿Crees que esto es lástima, Granger? ¿Crees que dejé el colegio y provoqué a mis padres... solo por lástima?
—Bueno, yo...
—No lo es —bufó Draco y luego añadió—: Creí que ya lo habías entendido, pero a veces eres demasiado terca.
Hermione alzó ambas cejas, ofendida. Se giró más en la banca para estar cara a cara con él.
—¡Tú eres el único terco aquí! —farfulló molesta—. ¿Cuántas veces te he dicho que debes alejarte y aún así sigues aquí?
—No me he ido porque no me quieres realmente lejos.
—¡No puedes decidir qué es lo que quiero! ¡Yo pienso por mí misma y ahora lo que quiero es que te vayas!
Le había costado no alzar la voz mientras lo decía, pero no quería llamar la atención así que tuvo que conformarse en gritarle entre dientes. Luego se puso de pie y caminó lejos de él, de regreso al departamento.
—¡Granger! —llamó Draco pero lo ignoró.
Hermione se abrazó a sí misma de nuevo y siguió caminando con la vista al suelo, molesta con ella, con él y con todo el mundo.
Cruzó la primera calle, y cuando miró por encima de su hombro que él no había podido pasar porque el tráfico avanzó, regresó su mirada al frente y se echó a correr.
El viento le abofeteó en la cara y sintió a sus labios ponerse azules, probablemente esto le traería muchos problemas pero ahora no estaba pensando con mucha cordura.
—¡Detente! —gritó Draco y esta vez se escuchó más cerca, lo que significaba que ya había cruzado la calle y ahora la perseguía—. ¡Ey!
Hermione se giró para enfrentarlo, pero al ver que tenía varios metros de ventaja, siguió avanzando hacia atrás.
—¡Solo vete! —gruñó impaciente—. ¡Seguro Minerva te acepta de nuevo en el colegio!
—¡Granger!
—¡Vete!
—¡Granger!
—¡Draco! —chilló ella cuando lo miró correr todavía más rápido, y eso la hizo saltar de miedo y se dio la vuelta para comenzar a correr más rápido.
Pero justo cuando lo hizo, notó que ya estaba al borde de la siguiente cuadra, y apenas escuchó la bocina del carro que estaba pitándole en advertencia.
Sintió una mano enrollarse con fuerza sobre su cintura y eso la hizo frenar abruptamente, su cuerpo yéndose hacia adelante un poco antes de retomar el equilibrio.
Se quedó quieta durante unos segundos, su pulso acelerado por pensar en lo que había pasado.
Un paso más y ella habría sido arrollado por ese auto que pasó hecho un rayo enfrente suyo.
Era obvio quién la había tomado, así que ni siquiera se molestó en girarse a comprobarlo porque sabía que sus mejillas se pondrían color rosado.
Solo esperó a que los carros dieran el pase y entonces se deshizo de la mano de Draco antes de volver a caminar, esta vez mirando al frente y atenta a cualquier cosa que le pudiera causar una muerte prematura.
—De nada —murmuró Draco, caminando a lado suyo.
—¿De nada? —repitió ella, parándose en seco para mirarlo fijamente. Él abrió la boca para contestar pero Hermione lo interrumpió—: ¡No habría pasado eso si tú no estuvieras aquí!
—Oye, no es mi culpa que seas tan impulsiva y no te fijes por dónde caminas.
—¡Lo habría hecho si no me hubieras perseguido!
Draco gruñó.
—¡Y yo no te habría perseguido si no hubieras empezado a correr!
—¡Y yo no habría corrido si...!
—¿Tienes frío?
Su pregunta la dejó sin habla porque salió literalmente de la nada. Abrió la boca una y otra vez, buscando la réplica que había estado a punto de decir, pero pronto se encontró frunciéndole el ceño.
—¿No? —dijo.
—Estás temblando y tus labios están azules —observó Draco, y automáticamente ella se abrazó a sí misma y se miró para comprobarlo.
Alzó de nuevo la mirada y encontró que Draco estaba desabrochándose una de sus chamarras.
—¡No hagas eso! —susurró Hermione, poniendo sus manos sobre las de él para detenerlo—. Ya estamos a unas cuadras del departamento, no necesito tu chamarra.
—No me importa.
Él ignoró su mala mirada y se quitó la prenda para luego pasarla por encima de sus hombros. Hermione desprendió toda la rabia del mundo en el proceso, pero se obligó a tragarse su orgullo porque no quería crearse más problemas de salud que los que ya tenía.
—Sin gorro —atajó Hermione cuando lo miró quitarse el suyo—. No lo necesito.
Él resopló, pero lo regresó a su lugar. Ella evitó su mirada e intentó volver a caminar, pero la mano que todavía seguía sobre su hombro la detuvo.
Hermione miró alrededor suyo con la esperanza de que hubiera algo que la salvara, pero había poca gente en las banquetas y los carros que pasaban no les prestaban atención, así que tuvo que rendirse y se quedó quieta.
—Mírame —llamó él, pero ella siguió con los ojos en su pecho—. Granger...
—No puedo protegerte, Draco —dijo Hermione de repente, alzando la mirada para encontrar la de él—. Apenas puedo protegerme a mí misma, así que no puedo permitir que vengas conmigo.
—Nadie te está pidiendo que me protejas —masculló él, bajando la mano de su hombro cuando estuvo seguro de que ella no se echaría a correr de nuevo—. Esa nunca fue mi intención y me doy cuenta que estoy perdiendo todo mi maldita dignidad y orgullo con Hermione Granger. Entonces lo diré ahora: dame una semana, y si para el próximo domingo sigues queriendo que yo me vaya, entonces lo haré sin rechistar.
Hermione ladeó la cabeza lentamente en silencio.
De nuevo, las cosas se tornaban hipócritas para ella misma. Porque cuando ella le pedía que se alejara se sentía como lo correcto, pero ahora que él le estaba dando una salida, no se sentía bien.
Al contrario, el simple hecho de que solo lo miraría una semana más le hacía una opresión en el pecho.
Sin embargo, era la única manera que ella podía encontrar para que ambos estuvieran de acuerdo. Solo debía aguantar una semana y enconces le pediría que se fuera.
Fácil y rápido; él lo aceptaría y se iría. Después solo sería su problema aceptarlo ella misma.
—Bien —murmuró, apartando la mirada—. Una semana —añadió antes de volver a caminar.
—Correcto.
Draco comenzó a caminar a lado suyo en silencio hasta que cruzaron las últimas dos calles y luego entraron al edificio. Él entró al elevador, luciendo un poco confundido por no saber cómo funcionaba, pero ella decidió que estar en un espacio tan pequeño con él sería mala idea, así que ladeó la cabeza para apuntarle las escaleras.
Ella iba delante y él a unos cuantos escalones abajo. Subieron tres pisos antes de que por fin llegaran a su departamento, y Hermione esperó a que él estuviera dentro antes de arrojar algunos hechizos de protección solo por precaución.
Cuando terminó, él ya se había quitado su chamarra y el gorro, y estaba por quitarse la bufanda. Hermione también se quitó su propia chamarra y luego la levantó para dársela a él.
—Gracias —le dijo a Draco cuando él la tomó, y luego pasó por el pasillo hasta llegar al armario.
Tomó la ropa de dormir más abrigada que encontró —ignorando el hecho de que la ropa de Draco estaba en la mitad del armario— y después fue hasta el baño y cerró la puerta detrás suyo.
Cuando estuvo dentro, dejó salir un suspiro profundo que no sabía estaba conteniendo. Caminó hasta el espejo y miró lo pálida que se encontraba y, efectivamente, lo azules que se hallaban sus labios todavía.
Sacó una de sus pociones de su bolso y la bebió toda sin rechistar, haciendo una mueca por el horrible sabor y, mientras esperaba que hiciera efecto, se acercó a la regadera para poner el agua caliente.
Se desvistió poco a poco, ignorando su cuerpo delgado como un alambre (no de la manera sana) y luego se adentró a la ducha, soltando otro suspiro cuando sintió el vapor y el calor envolverla.
Por esos pequeños instantes, Hermione se permitió olvidar todo, y lo único que había en su mente era la deliciosa sensación del agua caliente cayendo sobre su cuerpo frío.
Se tardó lo más que pudo, pero cuando sus dedos se arrugaron por el agua, decidió que debía salir antes de que estar tanto tiempo de pie y sin movimiento le hiciera daño.
Tomó la toalla y se envolvió en ella, sintiéndose un poco relajada cuando se miró al espejo y comprobó que la poción había hecho efecto y le había regresado su color.
Se puso la ropa para dormir y sus pantuflas. Luego dejó sus rizos sueltos para que se secaran.
Respiró hondo antes de abrir la puerta y salir, esperando mirar a Draco en alguna posición de ataque, pero él solo se hallaba en la sala con mucha comida china en la mesita delante suyo.
Él alzó la mirada, sorbiendo uno de los fideos.
—¿Tienes hambre? —preguntó y luego apuntó con la barbilla a la comida—. Come lo que quieras.
Hermione abrió la boca para decir que prefería dormir, pero casi como si hubiera estado planeado, sus tripas rugieron en protesta.
Draco miró su estómago para comprobar el sonido y luego sonrió. Apuntó con la cabeza el sofá adyacente al suyo para indicarle que se sentara y luego empujó una cajita de comida china hacia ella.
No tuvo más remedio que ceder porque, por primera vez en tal vez meses, ella realmente tenía hambre.
Se acercó hasta el sofá y luego se sentó cruzando las piernas como mariposa. Tomó su comida, y justo cuando el sabor del primer fideo estalló en su boca, no pudo evitar cerrar los ojos y disfrutarlo.
—Hace mucho que no comías esto, ¿eh?
Hermione abrió los ojos y le alzó una ceja.
—Hace meses —contestó como única respuesta, esperando que callara y solo se limitaran a comer.
Por un momento, ella sí creyó que de verdad sería así porque pasaron varios minutos en silencio y solo llenándose de comida china, pero justo cuando era así:
—Granger...
—No quiero hablar —atajó ella, y se llevó un árbol de brócoli a la boca—. Solo quiero...
—Estás sangrando.
Hermione se paralizó, dejó de comer y alzó la mirada hacia Draco. Él se llevó su propia mano para apuntar a su propia nariz, y por consiguiente ella hizo lo mismo.
Bajó los dedos y se encontró con que estos estaban ligeramente manchados de sangre; y casi rodó los ojos de puro coraje.
—Traeré papel —dijo él e intentó ponerse de pie.
—No, yo lo haré.
Hermione se puso de pie y caminó hasta el baño, pero la manera tan rápida en que lo hizo logró que el mareo subiera a su cabeza y tuvo que apoyarse de la pared cuando sus piernas quisieron ceder.
—¿Estás bien? —preguntó Draco a varios metros atrás.
—Sí.
Ella volvió a entrar al baño.
Siete días para evitar que Draco descubriera la verdad y que pudiera irse sin daños.
Sería todo un reto.
———
Solo para aclarar: el día de la muerte de Hermione está previsto para el 27 de marzo. Nada interesante, pero solo quería recordarlo para que sientan la desesperación a medida que se acerca el día.
—nico🐑
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