Sospecha

La pequeña habitación se quedó en silencio, nadie se atrevió a decir nada. E incluso si Draco hubiera tenido algo qué decir, no habría podido por el horrible vacío que se generó en él al escuchar lo que había dicho Weasley.

—Eso... —intentó decir Charles, parpadeando con confusión como si apenas se le hubiera ocurrido esa situación. Draco lo miró, esperando que le diera alguna esperanza, pero el medimago solo apretó sus labios en una sola línea—. Es cierto —dijo después, su tono de voz tan decepcionado como el rubio se sentía—, mientras Hermione no lo acepte, no va a funcionar.

—Entonces no hay que decirle —propuso Draco, desesperado por encontrar alguna solución—. Puedo estar con ella todo el tiempo y no necesitará que le dé una explicación.

Weasley bufó.

—Claro, porque una relación donde literalmente ninguno se separa del otro es algo a lo que ella está acostumbrada —se burló. Draco le arrojó la mirada más furiosa, pero él no pareció inmutarse porque solo rodó los ojos y avanzó hacia los demás—. Escuchen, conozco a Hermione, no es una persona que le guste depender de los demás. Ahora la tienes, Malfoy, pero ella es de hacer mil cosas a la vez y de seguro que en una de esas tendrá que separarse de ti.

La mandíbula de Draco se tensó.

—Bueno, ¿entonces qué carajo piensas que hagamos?

—Cuéntenle la verdad.

—¿Te estás escuchando? —gruñó—. Eso prácticamente la va a matar. No, definitivamente no.

—Pero...

—Tiene razón, Ron —intervino Potter, y dejó sorprendido tanto a Draco, como a Weasley y a Charles. El azabache había estado en silencio desde hacía minutos, pero ahora los miraba con una expresión cansada—. Si se le dice esto a Hermione, ella rechazará el vínculo. No hay manera de hacerla cambiar de opinión.

—No va a funcionar —advirtió Ron, de repente parecía ofendido de que ni siquiera su mejor amigo lo apoyara—. De cualquier forma, Hermione se enterará y nos culpará por habérselo ocultado.

—Entonces habrá que ser meticulosos para que no se entere —masculló Draco.

Esta vez Weasley fue quien le arrojó una mirada furiosa.

—Te olvidas de quién estamos hablando. Es Hermione Granger, por supuesto que lo descubrirá tarde o temprano.

—¡No tenemos otra opción! —casi le gritó—. Te lo digo, Weasley, no volveré a dejar que nada malo le pase. Y si tengo que mentirle cada día de mi vida, entonces eso haré.

Weasley parecía exasperado. Abrió la boca para seguir discutiendo pero luego se controló y la cerró; en su lugar, miró a Charles, quien ahora se hallaba en silencio y pensativo.

—¿Qué debemos hacer? —le preguntó, y eso pareció sacar al medimago de sus pensamientos.

Este suspiró pesadamente.

—Ninguna manera funcionará —dijo—. De cualquier forma, Hermione saldrá afectada en algún momento. Pero... Si no se lo decimos, nos dará tiempo mientras buscamos alguna cura.

Weasley resopló pero no dijo nada más. Y por primera vez, Draco y Potter intercambiaron una mirada cómplice que no necesitó palabras para sellar el pacto.

Se mantuvieron en silencio antes de que Charles comenzara a hablar, explicando cómo iban a hacer las cosas, pero a pesar de que Draco prestó atención al principio, poco a poco su mente se empezó a desconectar cuando algo más lo distrajo.

Era extraño y difícil de explicar, pero pronto una angustia se expandió por todo su pecho hasta que él mismo se sintió abrumado. Se tuvo que sostener del sillón cercano para mantenerse en equilibrio y luego todo paró de golpe.

Y entonces lo tuvo más claro que el agua.

—Está despierta —dijo, llamando la atención de los demás y haciendo que Potter callara en lo que sea que estuviera diciendo.

—¿Qué? —preguntó este.

—Granger... —masculló, sus cejas fruncidas y la mirada al suelo. Trató de entender más la sensación que lo abrumaba y luego alzó la mirada a ellos—. Está despierta —dijo, esta vez más seguro que antes—. Y está buscándome. ¿Cómo es posible que sepa eso?

Charles también lo miró con las cejas muy fruncidas, como si tratara de entenderle a un loco que se cruzaba por la calle, pero luego poco a poco la claridad se expandió por su expresión.

—El vínculo —murmuró, más para sí mismo que para ellos—. El ritual... Deben de haberse fusionado algunas partes... Malfoy, no es tu imaginación, Hermione está despierta y si queremos seguir con esta farsa, tienes que ir con ella ahora mismo.

Draco no necesitó que le dijeran dos veces. Se dio la vuelta y no esperó más indicaciones antes de abrir la puerta y salir, sus pies ya avanzando automáticamente hasta la habitación que había dejado a Granger.

¿Era posible que incluso la sintiera mover sus sábanas en un intento de salir de la camilla e ir a buscarlo? Porque lo sentía exactamente así.

Se apresuró a llegar a su habitación y luego abrió la puerta con rapidez.

Y efectivamente, ahí estaba ella, casi a nada de bajarse de la camilla con una cara ojerosa y pómulos marcados.

Draco juró haber sentido el alivio recorrerla al verlo, y eso le hizo sentir todavía más alivio a él. Caminó hasta ella sin pensarlo.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, tomando sus piernas con cuidado para volver a alzarlas y regresarlas a la camilla—. No deberías moverte, todavía estás débil.

—No lo estoy —contradijo, y a pesar de que su aspecto daba la impresión de que se hallaba pésima, en su voz no hubo ningún tono de debilidad—. Me siento bien, de verdad.

Draco parpadeó, atónito por unos segundos.

—Bueno, de todas maneras no saldrás de esta camilla a menos que Charles diga que puedes hacerlo.

Ella se miró a punto de protestar, pero justo en ese momento entró el medimago y Draco se sintió salvado por la campana. Charles avanzó hacia ella y la revisó de pies a cabeza mientras ignoraba las mil veces que ella le decía que se encontraba bien.

—Fueron rastros —dijo después de casi media hora de revisión. Hermione alzó una ceja hacia él—. La maldición, ya sabes. No podía irse sin dejar algún regalo final. Fue momentáneo.

Ella no se miró nada convencida. De hecho se miró muy, muy confundida.

—¿Momentáneo...?

—Así es —interrumpió Charles antes de que Granger preguntara más. Desvío la mirada y Draco se dio cuenta que era horrible para mentir—. Te sientes bien ahora, ¿no? Es porque la maldición debía dar una última batalla antes de desaparecer por completo. Estás libre ahora.

Granger frunció ambas cejas.

—Charles, ¿estás seguro? Te noto... extraño.

Draco se encontró con la mirada de Charles, y el rubio se encargó de transmitirle toda su amenaza por medio de esta, advirtiéndole que debía mejorar su teatro.

El medimago suspiró.

—Estoy seguro, Hermione —dijo—. Si estoy así de extraño es porque creí que no volvería a sentir esta angustia contigo y, sin embargo, te apareces de nuevo aquí para casi darme un patatús.

Draco no se convenció al principio y creyó que seguía siendo una mala excusa, pero al parecer eso logró apaciguar la sospecha de Granger, porque pronto ella se encontró con la cabeza gacha y jugueteando nerviosamente con los dedos de sus manos.

Y entonces a él le entraron ganas de asesinar a Charles por haberla hecho sentir mal.

—Lo siento —murmuró ella—. No quise asustarte... A ninguno de ustedes —añadió, esta vez alzando la mirada para ver a Draco—. De verdad lo lamento, debí haber interrumpido la visita a tu madre. Pero puedes volver con ella ahora, estaré aquí con Charles y los chicos para cuando vuelvas.

Sintió la mirada intensa de Charles sobre él, pero Draco no lo miró. En cambio, le sonrió burlonamente a Granger.

—¿Y en serio crees que te voy a dejar aquí sola con ellos después de esto? —preguntó con un deje de burla y diversión. Le dio una sonrisa de boca cerrada y luego negó—. Claro que no. En cuanto Charles diga que eres libre de irte, nos vamos a casa.

Casi juró ver los ojos de Granger brillar, y eso le envió una calidez agradable.

Ella miró a Charles, y después de unos segundos este suspiró.

—Está bien —dijo—. Puedes irte, yo arreglaré todo. Pero no dudes en regresar si te sientes mal.

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Cuando regresaron a casa, había un aire borracho que la hacía sonreír como una tonta. Dio vueltas alrededor de sí misma como si no hubiera estado a tan solo unas horas cerca de la muerte, y luego avanzó hasta el gabinete cercano.

Sacó una botella de wiskey de fuego y caminó hasta Draco, quien apenas comenzaba a quitarse su túnica de los hombros.

Él le alzó una ceja.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó.

—Una botella de wiskey, tonto.

Draco rodó los ojos, caminando hasta la sala de estar al tiempo que se quitaba los zapatos con sus propios pies.

—Eso lo sé. Me refiero a que por qué la tienes tú, ¿piensas emborracharte, Granger?

—De hecho... —Ella se lo pensó durante unos segundos, luego frunció el ceño y asintió—. Sí, es exactamente lo que pienso hacer. Pero contigo.

Él sonrió con diversión. Se alejó para abrir las puertas del balcón mientras ella se sentaba en el sillón para sacar el corcho de la botella con su varita.

Estaba bien que ella pudiera festejar el no haber muerto, ¿no? Cada vez que algo así sucedía, el volver a despertar se sentía como un regalo. Y ella jamás habría imaginado que se sentiría alguna vez así, pero lo hacía.

—¿Recuerdas aquella vez que me embriagué y tú te quedaste conmigo a cuidarme? —preguntó mientras atraía mágicamente dos vasos de vidrio para servir el wiskey.

Draco se giró hacia ella.

—Yo no diría exactamente que me quedé para cuidarte, pero sí estabas hecha un desastre. Tus rodillas estaban destruídas.

Lo miró.

—No seas orgulloso —le dijo, poniéndose de pie y llevando los vasos—. Si no te hubiera importado, simplemente te habrías ido y me hubieras dejado a mí para arreglármelas por mi cuenta.

—Era una opción muy tentativa —replicó Draco, tomando el vaso que ella le ofrecía—, pero aunque hubiera querido no habría podido. Si McGonagall se enteraba que algo malo te pasó, me hubiera echado la culpa a mí.

—Claro... —murmuró Hermione, dándole un trago a su wiskey—. ¿Y desde cuándo te importa lo que tus superiores digan o piensen?

Draco suspiró.

—¿Intentas hacerme quedar mal? ¿Quieres que admita que desde ese momento empecé a ir en contra de todo lo que creía? —preguntó y esperó su respuesta, pero al ver que ella solo le alzó una ceja, él resopló y dio un largo trago a su bebida—. Bueno, no fue exactamente ahí. O tal vez sí, pero yo no me di cuenta.

—Tú me cargaste de regreso a la habitación —dijo Hermione, de repente causándole diversión el recuerdo a pesar de que en el momento no lo hizo—. Te dije que me bajaras y en el intento te golpeé la mejilla, ¿no?

—Aún duele.

Hermione soltó una risa.

—Te lo merecías —se excusó—. Te dije que me bajaras y no lo hiciste. Además, cuando regresamos a la habitación y te diste cuenta que no había estado bebiendo de la botella, me obligaste a volver a beber. Debes admitir que fuiste un patán la mayoría de las veces.

Casi se miró un poco avergonzado, pero era Draco Malfoy, por supuesto que luego se recompuso.

—Tampoco era como que intentara emborracharte para aprovecharme de ti —dijo—. Solo estaba molesto porque yo era el único que había bebido y me habías visto la cara de idiota.

—Te miré la cara de idiota durante años, Draco —le dijo con burla—. Aunque nunca lo entendí —añadió después con el ceño fruncido—, ¿por qué te molestaba tanto que yo fuera mejor que tú?

Él suspiró pesadamente. Miró a las luces lejanas de la ciudad y se quedó pensando.

Después la miró.

—Creo que era algo más que por el odio que me habían implantado desde pequeño. Era más bien la sensación de inferioridad. De que hubiera personas allá afuera que no se asemejaban ni un poco a lo poderosa que nuestra raza puede ser, y aún así ellos estuvieran al mando... Vivimos escondidos de los muggles, Granger, incluso cuando tenemos todo el poder para despojarlos. Supongo que era un completo golpe a mi orgullo que aún así se nos pidiera ser amables con las personas que eran hijos de aquellos que eran la razón por la cual vivimos en las sombras.

—Pero... Yo...

—Se me crió para ser el mejor en todo —interrumpió Draco, casi amablemente—. Desde pequeño era yo siempre el que relucía en las comidas de mis padres o en cualquier otro lugar. Demasiado inteligente, demasiado culto, demasiado obediente, demasiado lindo... Era la envidia de las amigas de mamá, y crecí con la idea de que siempre sería yo quien estuviera arriba. Mamá me hizo creer que era extraordinario y, que cualquiera que no lo creyera, era automáticamente inferior...

»Por supuesto que, al descubrir que había una niña que era mucho mejor que yo y que además era hija de muggles, mi odio por ti fue instantáneo. Mi vida estaba escrita desde un principio, y que tú llegaras a desequilibrar todo, a quitarme mi puesto y a quitarme mi trabajo, solo me hizo asegurar que los muggles seguían siendo una escoria que no se conformaban con tenernos viviendo en las sombras, sino que también querían invadir nuestro pequeño hogar.

Él dejó de hablar y Hermione se mantuvo callada. No había esperado una respuesta tan profunda, y mucho menos esa, pero se sentía como si una nueva puerta llena de posibilidades y puntos de vista de repente se hubiera abierto.

No justificaba lo que había dicho, pero al menos lo explicaba. Draco había creído que los muggles solo eran personas que les querían robar su hogar, por eso los había odiado tanto. Odiaba que ellos los hicieran vivir en las sombras.

—Los muggles jamás han querido eso —musitó ella luego de unos minutos—. La mayoría de ellos ni siquiera saben de su existencia. No tienen idea de que les están impidiendo algo, ellos solo... viven sus vidas. No son malas personas.

—Sí... —murmuró él—. Lo descubrí aquel día en el árbol del Lago Negro.

—¿Cómo?

Draco le sonrió de lado.

—Porque era increíble que unos muggles dieran un progenitor con tal don de empatía —dijo. Se perdió en su mirada unos segundos y bebió lo que le quedaba de wiskey antes de seguir hablando—. Aquel día, Granger, estaba en guerra contra mí mismo. Todos me odiaban, no había ninguna persona en el colegio, que no fueran mis amigos, que no me odiara o que no se hiciera a los lados cada vez que caminaba por un pasillo. Pero tú, ese día, te sentaste junto a mí en un lugar completamente aislado de los demás y decidiste hacerme compañía... Una hija de muggles decidió que mis sentimientos en esos momentos eran importantes.

Ella sonrió.

—Bueno, lo siguen siendo para mí.

—Lo sé, y es todo lo que necesito —replicó él. Dejó su vaso vacío sobre la mesita que tenía el balcón y luego se acercó a ella, llevando sus manos hasta ambas de sus mejillas mientras las acariciaba con una ternura que casi parecía ajena—. No me importa si todo el mundo me odia allá afuera, no me importa si me quieren muerto. Mientras tú me digas que me quieres contigo, entonces ignoraré todo lo demás y te seguiré a ti. E incluso si algún día no me quieres cerca, yo aún querré que tengas la vidas que mereces. Querré que te cases con un verdadero hombre que te merezca y te haga feliz. Querré que viajes y descubras todo el mundo y no solo las siete maravillas. Querré que triunfes en tu trabajo y llegues a ser la mejor en todo. Querré que tengas una hermosa familia y también que llames a una de tus hijas Lyra para que tu padre esté muy feliz. Querré eso y más para ti, incluso si no estoy contigo.

Sintió sus ojos picar, más no supo si fue por todo lo que Draco dijo o porque simplemente el alcohol siempre la ponía sentimental y llorona.

Aún así, frunció el ceño.

—Lo dices como si creyeras que algún día yo te diré que ya no te quiero cerca.

Él soltó una risa nerviosa.

—No, no es cierto. Aunque espero que no sea así porque probablemente me volveré loco si algo te aleja de mí pero... Solo... Quiero que seas feliz, conmigo o no.

—Creía que Draco Malfoy era egoísta —replicó ella, sonriendo—. Creía que era una persona que quería las cosas solo para él y que no le gustaba compartir.

Draco se burló.

—Oh, no me malinterpretes —dijo—. Te quiero solo para mí, no me gusta compartirte con nadie y me arde hasta lo que no se debe cuando veo la manera en que Weasley te mira. Si por mí fuera, Granger, te marcaría cada noche como mía para que cada persona que se te acerque se de cuenta que solo yo puedo estar contigo.

—¿Entonces...?

Él suspiró.

—Pero no lo hago porque sé que Weasley y Potter te hacen feliz. Sé que si te alejara de ellos solo porque no quiero compartirte, te estaría condenando a una vida de miseria, y es exactamente lo que no quiero. Además, a ellos les importas, creo que eso es suficiente para mí; es bueno saber que hay más personas dispuestas a hacer locura tras locura solo por ti.

Hermione sonrió.

—Bellísimo —dijo—. Pero... yo me refería a por qué no haces de eso cada noche de marcarme como tuya.

Él la miró con complicidad, pero luego sus labios se curvaron en una sonrisa lenta y ladeada. Bajó las manos de sus mejillas y las guió a través de su cabello hasta llegar a su espalda y quedarse ahí antes de acercarla a él.

—Porque eso es decisión de dos —dijo—. No puedo llamarte mía si tú...

—Soy tuya, Draco —se apresuró a decir ella, y sintió una sensación agradable en su estómago que casi se asemejó a las supuestas mariposas que describían en los libros de romance—. Soy toda tuya, y te aseguro que siempre lo seré... Pero solo si tú eres mío también.

Draco la miró directamente a los ojos, y entonces esa sonrisa se agrandó todavía más.

—Hermione Granger, soy todo tuyo desde el momento en que me conociste.

Después subió una mano hasta su cabello y enredó sus rizos con sumo cuidado antes de acercarla para besarla.

El primer contacto se sintió tibio, pero luego cuando sus labios se abrieron para darle la bienvenida, ella sintió la calidez aferrarse a su cuerpo. La suavidad, la ternura... Esto le encantaba de los besos de Draco.

Podían ser tan disfrutables todos, pero cada uno parecía ser diferente e incluso mejor que el anterior. Podía ser uno tierno y lento, u otro rápido y salvaje, y cada uno enviaría la misma satisfacción a ambos.

Se preguntó si algún día ella se cansaría de eso, y la respuesta nunca llegó.

•••

Los días pasaron, y en ningún momento Draco se separó de ella. A excepción de las veces en que ella se duchaba y, cuando salía, lo veía leyendo atentamente varios libros que tenía sobre de la cama.

También había garabatos en notas que ella nunca alcanzaba a ver porque, apenas salía del baño, él movía su varita y luego todo desaparecía. Pero no podía evitar darse cuenta que esos garabatos le recordaban mucho a la manera en que Draco hacía notas cuando aún seguían en la habitación.

Le preguntó varias veces qué era lo que se traía entre manos, pero él siempre logró desviar su atención y ella no volvió a pensarlo, al menos hasta la próxima vez dondo lo mirara leyendo de nuevo.

También lo había hallado escribiendo cartas, por lo general largas. Aunque siempre que ella intentaba leerlas, él sonreía y decía que los «diarios» eran privados. Pero ella sabía que no era ningún diario.

Cada mañana, él recibía y enviaba una lechuza. Y Hermione fingía no darse cuenta porque sabía que, si le preguntaba, de igual manera se haría el tonto y lo negaría.

Solo tenía que hallar la manera de descubrir qué hacía sin que él lo notara. Lo cual era fácil si lo planeaba meticulosamente.

Al igual que la vez anterior, casi no salieron de casa, pero sí lo hicieron un poco más. Iban a pasear al parque o también iban por las tardes hacia una de las agencias de Ministerio que había prometido ayudar a Hermione a encontrar a sus padres.

Draco se había encargado de encontrar el personal necesario para que eso fuera posible. Desde sanadores de la mente hasta magos del recuerdo o investigadores particulares.

Hermione sabía que ellos estaban en Australia, pero no tenía idea de dónde. Pasaron tres semanas en ello, yendo de oficina en oficina y Draco siempre a su lado.

Aún con todo eso, Hermione siempre se levantaba con la misma rosa todos los días, con la misma nota. Y cada una se sentía como la primera vez.

Mi amor por ti crece cada día más.

Draco no era romántico, jamás lo había sido. Pero cada vez que hacía el intento de serlo, ella no podía dejar de sentirse especial. Era como darse cuenta que él podía hacer todas esas cosas solo por ella.

Y le hacía preguntarse realmente hasta qué punto llegaría solo para verla feliz. Algunas veces, en las noches mientras él dormía y ella lo miraba, le aterraba pensar que hiciera alguna locura.

Que estuviera tan enamorado de ella que fuera capaz de hacer cosas inhumanas.

Pero luego se obligaba a dejar de pensar en ello y se acurracaba más contra él. Draco, a pesar de seguir dormido, siempre parecía reaccionar a eso y le pasaba un brazo por la espalda para acercarla mientras ella dormía sobre su pecho y entrelazaba una de sus piernas con las de él.

Nunca dormía más tranquila que con él.

Y sin contar las actitudes extrañas de Draco con las cartas, los libros, y el hecho de que la acompañara a todas partes, fueron tres semanas bellísimas que ella disfrutó en cada momento.

Pero entonces ocurrió lo que no estaba esperado.

Porque los investigadores habían encontrado a sus padres. Habían hallado todo, desde la ciudad donde estaban hasta los seudónimos que usaban para vivir entre los demás habitantes.

Así como ella había esperado, sus padres no recordaban nada sobre ella. Ni siquiera recordaban haber tenido una hija.

El problema fue cuando los sanadores mentales y los magos del recuerdo requirieron la presencia de Hermione.

Solo la de Hermione.

Se debía a que los recueros que ella había alterado en sus padres eran muchísimos y muy delicados. No se podía simplemente deshacer el hechizo porque eso traería daños colaterales, así que debía ser todo poco a poco.

Como si apenas ellos tuvieran que conocer a su propia hija y, con el paso del tiempo y algunas terapias por parte de los sanadores de la mente, los recuerdos regresarían por sí solos.

Pero ellos específicamente habían pedido la presencia de Hermione nada más. Una persona extra que no tuviera nada que ver con la vida de sus padres, podría alterar todo. Así que Draco debía quedarse en Londres el tiempo que ella estuviera fuera.

Pero para cuando se lo contó, él se notó completamente reacio a permitir eso. Ni siquiera le dejó terminar de explicar el por qué era tan importante ir ella sola, el «no» fue uno rotundo.

—¿No? —preguntó, y no se preocupó en ocultar su genuina confusión.

—No —repitió él. Y al ver que ella lo seguía mirando como si no lo conociera, carraspeó y añadió—: Al menos no si no voy contigo. Australia está muy lejos y no conoces a nadie de allá.

—Pero...

—Podemos hablarlo con los investigadores —propuso él, caminando inquieto de un lado a otro mientras ella lo miraba sentada desde la cama—. Tal vez puedo ir contigo pero me quedaré fuera de la habitación donde tú estés ayudando a tus padres. Podemos pensar en cualquier cosa, pero no irás tú sola.

Por alguna razón, eso la dejó más molesta que confundida.

—Lo siento, Draco, pero no te estoy pidiendo permiso —murmuró, y ante eso él solo suspiró—. Son mis padres, necesito ir, yo les hice eso. Además, será solo unas semanas, el mes cuando mucho.

—¿Qué opina Charles de esto? —preguntó de repente él, y eso la tomó por sorpresa.

—¿Charles? —repitió y él asintio—. No lo sé, no se lo he preguntado. Tampoco es como que debería, él no es mi papá. Tal vez le voy a avisar pero...

—No creo que lo permita —se apresuró a decir Draco, y la manera en que él se proponía encontrar una razón para negarse llamó su atención y la hizo entrecerrar los ojos.

—Draco... —murmuró, alzándole una ceja—, ¿pasa ago?

Él la miró. Más bien la observó, y profundamente. Un músculo trabajó en su mandíbula y luego suspiró. Caminó hasta ella y se sentó enfrente suyo en la cama.

—No, nada —dijo—. Es solo que... Un mes es mucho tiempo. Y será un mes donde estarás en un lugar que no conoces, con personas que no conoces y que apenas te conocen o no lo hacen. Sé que son tus padres y sientes la necesidad de ayudarlos, pero piensa en ti, piensa en...

—Hablas como si tuvieras miedo de que algo me pasara —observó ella, y eso lo hizo callar. Comenzó a palidecer lentamente, entonces Hermione tomó su mano, acariciándola—. Draco, sé que te hice pasar por cosas horribles, y de verdad lo siento, pero ya pasó. La maldición se ha ido y es hora de que lo superemos. Mis padres me necesitan, y por eso tengo que ir; yo sola.

Él resopló.

—¿Por qué no pueden traerlos para acá?

—Porque sería como si unos desconocidos extrajeran a una familia de su hogar. Ellos no sabrán que están regresando a casa, no hay manera de que podamos hacer eso... Estaré bien, y te mantendré al tanto todos los días. Volveré cuanto antes, lo prometo.

Draco apartó su mano y se levantó, de nuevo caminando inquieto por toda la habitación, pensativo.

—Sigo creyendo que es una mala idea —murmuró luego.

—¿Y por qué lo sería? Oye, tampoco me gusta la idea de alejarme tanto tiempo de ti y sentirte a miles de kilómetros, pero es algo que debía pasar tarde o temprano. Debíamos salir de aquí algún día. Además, tendrás tiempo de ir con tu madre.

—No quiero ir con mamá —replicó él inmediatamente—. Quiero que tú estés bien y... —Hizo una mueca—. No quiero que me sientas a miles de kilómetros.

Esta vez fue Hermione quien suspiró. No tenía idea de por qué Draco estaba siendo tan negativo y reacio, pero no le estaba gustando. Solo hacía que sus sospechas de que algo malo estaba pasando, crecieran más y más.

Así que intentó ponerlo a prueba.

—Bueno, lo siento entonces, pero ya compré el boleto para Australia esta tarde y hoy en la noche haré mis maletas. Me iré mañana antes del amanecer.

Él se detuvo abruptamente y la miró con los ojos muy abiertos.

—¿Que hiciste qué?

—Lo que escuchaste.

—¡No puedes hacer eso! —exclamó, de repente frenético—. ¡Tengo que ir contigo! Granger, puedes hacer cualquier cosa, excepto eso.

—¿Por qué no, Draco? —preguntó, levantándose de la cama para no sentirse inferior—. ¿Por qué tienes tanta necesidad de mantenerme tan cerca de ti como sea posible? ¿Por qué has estado actuando tan raro estas semanas?

Draco bufó.

—¿Raro? ¿De qué hablas?

—¿Crees que no me he dado cuenta de los libros que lees y las notas que garabateas cada vez que yo no estoy contigo? ¿O crees que no me doy cuenta de tus nervios cada vez que una lechuza te llega? ¿Crees que solo me he sentado pensando que nada sucede? ¡Es obvio que algo malo te está pasando y no me quieres preocupar!

—¿Algo malo me pasa a mí? —repitió, y su tono de voz chorreó tanta incredulidad que la hizo fruncir el ceño.

—¡Si no eres tú, entonces...! —intentó protestar, pero entonces cayó en cuenta y su voz se apagó—. ¿A mí?

Miró a Draco, esperando una respuesta, pero él parecía tan atónito como ella. Ambos se quedaron en silencio absoluto, pero luego él lo rompió:

—¿Qué dices? —preguntó—. Nada te pasa. Nada malo está sucediendo, simplemente te pido que no vayas sola a un lugar tan lejos y que no conoces.

—¿Entonces por qué te sigues empeñando en mostrar la distancia? ¿Por qué te empeñas en hacer énfasis al hecho de que estaremos separados? ¿Por qué te aterra tanto como que me aleje de ti?

—Porque... —intentó decir Draco, pero al parecer no encontró ninguna excusa. Sus labios se fruncieron, buscando algo que decir, pero igual terminó callado.

Y la situación poco a poco se iba esclareciendo para Hermione, como si hubiera sido un borrón todo este tiempo y hasta ahora se quisiera hacer notar.

Como si ya lo hubiera sabido desde antes pero hasta ahora lo hubiera aceptado.

—Draco... —musitó, avanzando lentamente hacia él—. ¿Qué pasa cuando tú y yo nos separamos?

Por primera vez en muchísimo tiempo, o tal vez en nunca, él dio un paso hacia atrás, como si le tuviera miedo. La miró fijamente, y ella pudo jurar que sintió un escalofrío de terror recorrer la espalda de él, aunque no se preguntó por qué lo supo.

—Nada —respondió él.

No le creyó, en lo absoluto.

—Nada —repitió, dándole una sonrisa que se esfumó al segundo.

—Nada —volvió a decir él, asintiendo con la cabeza.

—¿No pasa nada cuando yo te siento lejos, entonces?

Lo miró tragar saliva con fuerza. Y a pesar de que sus ojos parecían tener la necesidad de apartarle la mirada, se la sostuvo.

Él asintió, dándole la razón.

Pero de nuevo, no le creyó.

—Bien —dijo, y cerró los ojos—. Entonces no te importará que lo intente.

Se concentró y pensó en el momento donde estaba en San Mungo. Donde estaba recostada en la camilla, sola en su habitación y donde lo único que ella había pensado era dónde estaba Draco, se concentró en la manera devastada que se había sentido, pensó en la angustia que la recorría al no verlo por ninguna parte. En lo horrible que se sentía tenerlo lejos y no saber dónde se encontraba.

—Granger... —murmuró su voz—. Granger, ¿qué carajo haces?

Luego pensó en la manera en que Charles se había notado nervioso cuando vino. El cómo su mirada había ido de un lugar a otro, excepto a ella, el cómo sus manos habían jugado al frente suyo y no detrás de su espalda como siempre lo hacía. El cómo Draco no se había apartado de ella en ningún momento desde ese día y el cómo ella se sentía de maravilla solo cuando estaba a su lado.

Recordó sus libros de Hogwarts de repente, o específicamente, los de hombres lobos y sus amantes, donde ambos mantenían un vínculo en el que literalmente necesitaban del uno del otro para sobrevivir.

Y poco a poco se dio cuenta.

Escuchaba una voz lejana que la llamaba, pero ella ya estaba demasiado perdida en sus pensamientos como para prestarle atención. Se hizo creer que no había nadie con ella, se hizo creer que Draco estaba muy, muy lejos.

Dejó de sentir su compañía y se obligó a creer que ya estaba en Australia a miles de kilómetros de él, y a penas notó lo inusualmente rápido que ahora su corazón estaba yendo.

De repente, todo dolía, y para cuando quiso detenerse y abrir los ojos para recordarse que en realidad Draco sí estaba ahí con ella, la maldición ya había tomado control y la oscuridad en la inconsciencia había reaparecido como una vieja amiga.

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