Recuerdos de ti
—¿Estás segura? —preguntó Charles por tercera vez consecutiva en un lapso de cinco minutos.
Ella, al igual que las dos veces anteriores, solo se limitó a asentir.
Se encontraba recostada en su camilla, vestida con el uniforme de San Mungo, sus rizos hechos un desastre sobre sus hombros y, de nuevo, mirando al techo hacia aquellos diagnósticos que, en unos minutos, estarían alterándose.
Malfoy estaba a su lado, recostado en la misma posición pero en otra camilla que estaba a al menos medio metro de distancia de la suya. Él no llevaba el uniforme de San Mungo pero sí unas prendas tan ligeras que casi parecían pijamas.
A diferencia de Hermione, él no estaba mirando al techo, sino a ella. Desde que Charles los recostó en esa posición, la había estado mirando solo a ella.
Habría deseado regresarle la mirada, al menos para que supiera que la persona que amaba contaba con él; pero no podía mentir o engañar por el momento. No podía hacer eso mientras la mirada que le dirigiera fuera vacía.
—El proceso iniciará en tres minutos —anunció Charles, de pie a lado de ella, inspeccionando los papeles que tenía en su carpeta y alzando la vista hacia los diagnósticos que regaban por todo el techo—. Debo admitirlo, esto podría ser peligroso.
—¿Qué? —preguntó la voz de Malfoy, tensa. Ella, por su parte, no hizo absolutamente nada—. ¿A qué te refieres con «peligroso»?
Charles suspiró y dejó sus papeles a un lado.
—Esto no va a funcionar si yo estoy aquí dentro. Es magia muy antigua y selectiva con su misma especie, no me querrán dentro porque podría interferir y eso arruinaría todo. Los núcleos mágicos tendrán que trabajar por sí solos y arreglarse.
—¿Pero a qué te refieres con peligroso? —insistió Malfoy, esta vez apoyándose sobre sus codos para alzarse hacia arriba. Su voz seguía sintiéndose tensa.
Antes de que Charles pudiera responder algo, ella contestó por él:
—Se refiere a que si ocurre un problema, él no podrá resolverlo porque no estará aquí con nosotros.
Sintió la mirada de Malfoy sobre ella, pero no se quiso girar para descubrir qué tipo de mirada era. De segura no una buena.
—¿Entonces esto es al azar? —preguntó—. Así como puede salir bien, ¿puede salir mal?
Hermione miró a Charles y él la miró a ella. Le sonrió a pesar de todo, porque lo quería como un hermano y sabía que él también a ella. Sabía que, de haber otra forma, lo habría intentado de esa.
Ella apartó la mirada y respiró hondo.
—Lo he decidido —dictaminó, todavía sin mirarlo—. Charles ya me lo había comentado y estuve de acuerdo.
—¿De acuerdo con qué? —preguntó Malfoy, sentándose por completo en su camilla para ponerse de pie y avanzar hacia la de ella—. ¿En hacer un maldito ritual que podría terminar el trabajo que la maldición no logró?
Hermione sintió sus ojos picar. Por primera vez en horas, se giró a mirarlo, y entonces volvió a encontrar esa mirada que antes había tenido: llena de terror y de vulnerabilidad.
—Quiero recordar —se limitó a decir en voz baja—. Por eso quiero hacer esto.
—No quiero que lo hagas si eso significa poder perderte de una vez por todas.
—Malfoy, tú ya me perdiste, ¿no lo entiendes? —abatió, y eso dejó la habitación en un silencio profundo. Se mantuvieron así durante varios segundos antes de que ella suspirara hondo—. No puedo recordarte —añadió—. No recuerdo nada de ti que no sea una construcción de una versión horrible tuya —Ella lo miró fijamente y entonces medio sonrió—. Tú me miras de una manera distinta, como si solo yo existiera para ti. Y por más que lo intento, yo no puedo mirarte de esa manera porque no siento ni recuerdo nada. No es justo.
Malfoy bajó la mirada. Pareció pensarlo profundamente antes de que se relamiera los labios y alzara la cabeza para volver a mirarla. Luego negó con la cabeza.
—No me importa si no me recuerdas —dijo—. Me basta con que estés bien y a salvo... No soy tan egoísta —añadió en un suspiro.
Sintió el nudo en su garganta arder. Ella movió su mano con cuidado hasta que rozó la de él, luego la tomó y dio un ligero apretón.
—Estaré bien —dijo. No exactamente porque lo creyera, sino porque sentía que debía decírselo—. Además, el proceso está por iniciar.
Malfoy por fin pareció darse cuenta de eso, pero antes de que pudiera hacer o decir nada, Charles ya lo estaba apurando para que regresara a su camilla.
Solo cuando él soltó su mano, ella se dio cuenta de lo mucho que deseaba recordarlo. Ninguno apartó la mirada del otro, ni siquiera cuando estuvieron recostados.
Ella creyó que miraría el techo hacia los diagnósticos. Sin embargo, lo miró a él.
—Está por iniciar —anunció Charles—. Cincuenta segundos y contando. Tengo que salir. Hermione, te amo.
No respondió porque ambos sabían que no hacía falta. Pasara lo que pasara, Charles sabía que ella lo quería. Aún así eso no quitó el estrujado en su pecho cuando escuchó la puerta cerrarse.
Una vez comience, piensen en sus núcleos, sientan su magia recorrer cada parte de su cuerpo y luego traten de dominarla. Cuando sientan que tienen el control, úsenla. El resto depende de ustedes y del ritual.
Eso había dicho Charles minutos antes de recostarlos a ambos en las camillas. En ese momento ella no había tenido idea de cómo iba a lograr eso con exactitud, pero justo ahora, cuando miró que Malfoy le extendió una mano a través del espacio que los separaba, se dio cuenta que tal vez no sería tan difícil.
Al menos no si Draco Malfoy estaba a su lado. Después de todo él al igual que ella era un sobreviviente de una guerra.
La habitación quedó en silencio después de que Charles salió. Solo se escuchaba el pequeño pitido de la máquina que la monitoreaba.
Ellos solo esperaron a que llegara el momento.
Cuarenta segundos.
Treinta segundos.
Veinte segundos.
Él dio un apretón a su mano.
Diez segundos.
Ella se lo regresó.
Solo esperaron.
Hasta que el momento llegó.
Los primeros segundos no sucedió nada, y por un momento ambos se miraron con algo cercano a la confusión, pero luego llegó.
Ella sintió a su cuerpo sucumbir y, por mero instinto, se aferró más a su mano; al mismo tiempo que él hacía lo mismo. De repente, comenzó a sentir su cuerpo con demasiada energía, aunque no exactamente una energía para estar demasiado animada.
Era distinto. Como si hubiera una revolución dentro de su cuerpo. Sentía algo que se movía, que luchaba y que exigía hacerse presente.
—Los núcleos —masculló Draco a su lado, aún sin apartar la mirada de ella pero al parecer sintiendo lo mismo—. Tienes que concentrarte en el tuyo. Toma el control.
Hermione quiso decir que no sabía cómo hacer eso, pero no pudo ni siquiera decir una palabra antes de que, lo que sea que tuviera dentro, empezara a arder.
Soltó un grito que alertó a Malfoy porque comenzó a llamarla. Él intentó levantarse de pie, pero no pudo. Luego también soltó un grito.
Así que decidió intentar lo que había dicho.
Apartó la mirada de él y cerró los ojos. Se aferró a su mano y se concentró en la sensación que la estaba deteriorando por dentro.
Era como una luz. Un símbolo de ella. Y era color blanca... azul... verde... No sabía de qué color era, parecía ser de tantos y al mismo tiempo de ninguno.
Pero sentía como si tuviera vida. Se encontraba en su pecho, pero también podía sentir cómo absorbía su propia magia; cómo luchaba para obtener lo que quería, como si fuera un niño rebelde.
Como si fuera algo que necesitaba ser domado.
Ella se centró más en esa pequeña luz, incluso cuando su cuerpo entero estaba sucumbiendo en dolor y probablemente estaba gritando sin que se diera cuenta. Ni siquiera podía escuchar los gritos de Malfoy, pero por alguna razón, podía saber que él estaba pasando por lo mismo que ella.
Imaginó como si ella misma estuviera persiguiendo a ese símbolo de luz, imaginó que era una energía que perseguía a otra; y esta luz la llevó por todo su cuerpo, chocó y dio volteretas antes de que ella lograra atraparla.
Para cuando lo hizo, esta luz comenzó a luchar para escapar. Sin embargo, Hermione la retuvo, y cuando pasaron minutos —o quizás horas—, la luz se rindió.
Y luego se sintió como si se hubiera fusionado con su propio cuerpo.
Hubo una explosión, estuvo segura. No sabía de qué, pero lo hubo. Después sus párpados comenzaron a sentir mucha, pero mucha luz; y entonces se dio cuenta que no debía abrir los ojos si no quería cegarse.
Sintió que esa luz recorrió cada parte de su cuerpo, pero esta vez ya no lo hacía por su cuenta, lo hacía porque Hermione se lo estaba pidiendo. El símbolo de luz estaba siguiendo sus órdenes, incluso cuando ella no sabía cómo las estaba dando.
Poco a poco, la luz llegó hasta su pecho, atravesó y subió hasta llegar a su mente; y cuando se plantó ahí y creyó que el dolor se había ido, llegaron todos los recuerdos:
«—Eres muy valiente —le dijo Minerva—. Todo lo que estás haciendo para salvarla. Nunca había visto a nadie preocuparse tanto por un familiar. Tú estás dispuesta a sacrificar mucho por salvarle la vida, y te admiro por ello.»
«—¿Desde cuándo crees que te hago favores? —Malfoy siseó con maldad. Ella tensó la mandíbula y él dio unos rápidos toques a la pasta del libro que sostenía—. Voy a ayudarte con esto y no me importa si quieres o no. Así que vas a ir a sentarte en ese maldito asiento como la buena criada que eres y me contarás todo lo que sabes para entender por dónde puedo empezar con mi investigación. ¿Te quedó claro, o debo repetirlo lentamente para que puedas entenderlo, sangre su...?»
«—Bien. Creo que, si hacemos un pequeño contrato, podremos lograr convivir en paz.
—Vigésima regla —dijo ella en voz baja—: tienes prohibido enamorarte de mí.»
«—¿Ves los beneficios de una pelea? —le preguntó Malfoy, casi divertido e intentando liberar la tensión—. Una discusión nos llevó a estar de acuerdo en algo.»
«—¿No lo estamos haciendo ya? Ese maldito pergamino ha estado ahí durante cuatro semanas y nos ha servido una mierda. ¿En serio creíste alguna vez que seríamos capaces de llevar una convivencia civilizada? —bufó Malfoy, rodando los ojos—. A veces eres tan ingenua.»
«—¡Entonces debes odiarme mucho! —protestó él y se dio la vuelta tan rápido que ella casi saltó en su lugar. Caminó en zancadas hasta Hermione y eso le recordó a una serpiente yendo por su presa—. Esto es de lo que hablo. ¡No quiero ser tu obra de caridad!
—¡¿Y qué te hace creer lo suficientemente importante como para serlo?!»
«—Te equivocas, Granger. Desde el momento en que tú dejaste de aparecer por esa puerta como todos los días y me dejaste con la duda de dónde carajo estabas, se convirtió en mi incumbencia. No fuiste tú quien estuvo llegando cada tarde a esta habitación para encontrarla vacía cada vez.»
«—Entonces... —Él arrastró las palabras y se cruzó de brazos, mirándola—. No me presento en una sola tarde y tú ya husmeaste en mis cosas, robaste, bebiste y rompiste mi botella de whiskey, te embriagaste, lloraste, te autolesionaste, y también te pusiste de un humor inmaduro e infantil.»
«—Dijiste que querías salir a tomar aire —recordó mirándola a los ojos, unos que comenzaban a perderse por el efecto del alcohol.
—Sí, y obviamente tú no me lo estás dando —dijo y luego frunció la nariz. Intentó empujarlo lejos de ella con una mano sobre su pecho pero fue inútil. Hermione bufó—. Mierda, Malfoy. Hueles a whiskey, aléjate. Quiero ir a cenar...»
«—La regla número seis —murmuró con rapidez—. La que decía que yo estoy obligada a acompañarte a...
—Granger, puedes pasar por alto esa regla —interrumpió Malfoy, con un extraño gruñido que ella no identificó—. No es necesario que lo hagas.»
«—Piensa bien lo que dirás y actúa con naturalidad. En algunas ocasiones, puedes mezclar la mentira con algunas pequeñas verdades para aclarar mejor todo. No bajes la mirada en ningún momento, eso empeorará las cosas —Suspiró, sin despegar la vista de sus ojos y ajeno a los pensamientos que estaban corriendo por la mente de la Hermione—. Y sólo por si acaso, ten siempre un plan de respaldo si tu mentira no funciona. Y nunca, nunca, admitas que fue una mentira.»
«—¿Qué te hace tan interesante?»
«—No quiero que veas el lado bueno de mí, Granger —musitó él, casi inaudible. Luego se giró para mirarla; en sus ojos había una entera revolución—. Tú no.»
«—La biblioteca de la Mansión Malfoy... —dijo en voz baja—. He leído que sus libros tienen hechizos contra los nacidos de muggles. Yo... No puedo tocarlos.
—Hazlo —ordenó él, mirándola a los ojos, con firmeza.»
«—No vas a dejar pasar una costumbre navideña, ¿verdad, Granger? —susurró.
Antes de que Hermione pudiera reaccionar o procesar sus palabras, Draco ya había dejado una mano en su nuca y la acercó para besarla.»
«—Ahí lo tienes, Granger —dijo Malfoy, atrayendo su atención de nuevo—. Las personas se besan, y con más razón cuando están debajo de un muérdago. Un beso es sólo un beso.»
«Hermione era buena para defensa también, así que después del segundo hechizo él no volvió a tocarla porque sus escudos funcionaron bastante bien. Pero ambos se sometieron a un duelo mágico de ataque y defensa durante varios segundos más antes de que sus varitas salieron volando.
Ella observó con miedo como ambas caían en la mano del profesor.
Y entonces se dio cuenta de lo que había hecho.»
«—Yo no balbuceo al decirte que te ves hermosa —dijo en un susurro mientras bailaban—. ¿Pero sabes algo? Te ves más hermosa aquí conmigo.»
«—No jueges con el diablo si no quieres conocer el infierno.»
«—¡Draco, escúchame! —chilló ella con unos ojos suplicantes—. Por favor, no me lleves con Poppy. Por favor, te lo suplico...»
«—Pero tú lo arruinaste —confirmó, y entonces abrió los ojos para encontrarla mirándolo fijamente, aún con sus preciosos ojos bañados en lágrimas—. ¿Por qué?
—Porque me enamoré de ti.»
«—Siento algo por ti —confirmó, y nunca olvidaría la manera en que sus ojos se dilataron al escucharla—. Pero no tengo idea de qué es.»
«—Oh, hola, Granger. Ya era hora de que llegaras.
—¿Qué demonios haces aquí?»
«—Nadie te está pidiendo que me protejas —masculló él, bajando la mano de su hombro cuando estuvo seguro de que ella no se echaría a correr de nuevo—. Esa nunca fue mi intención y me doy cuenta que estoy perdiendo todo mi maldita dignidad y orgullo con Hermione Granger. Entonces lo diré ahora: dame una semana, y si para el próximo domingo sigues queriendo que yo me vaya, entonces lo haré sin rechistar.»
«—... No voy a tocarte sin que tú me lo pidas, o a menos que seas tú quien dé el primer paso.»
Luego vino Italia.
Luego Jordania.
Luego India.
Luego China.
«—Nunca hagas un mal movimiento, Granger —dijo en voz baja—. Han habido ya tantos en mi vida, y aún así sigo aquí. Pero algo me dice que contigo es diferente, entonces no lo hagas... Tú no necesitas una leyenda china para destruirme.
—No voy a romperte, Draco —replicó Hermione en voz baja, y se odió a sí misma por estar prometiendo algo que tal vez no podría cumplir—. No haré ningún mal movimiento.»
Luego México.
Luego Perú.
Y Brasil...
«—Quédate. Por favor no te vayas.»
Después de eso todo es mucho más claro. Las sensaciones, las emociones, las caricias. Todo.
«—No tienes idea de cuánto estoy disfrutando esto —le dijo—. Eres todo lo que necesito en estos momentos, Hermione.»
«—Promete nunca dejarme.
—Lo prometo —le dijo ella.»
Y lo último que recordaba antes de que todo se volviera oscuridad:
Draco dormido a su lado. Ella solo lo observaba. Aún no entendía qué era lo que pasaba en su cabeza en aquellos momentos, pero podía sentir el dolor. El de la maldición tomando poder en su cuerpo y magia, y el de saber que lo dejaría. El saber que no lo volvería a ver.
Y luego sus susurros:
«—Te amo. Te amo. Te amo. Lo siento tanto. Te amo.»
Su cuerpo, mente y alma sucumbió.
Después despertó, tomando una bocanada de aire antes de reincorporarse por completo en la camilla que se encontraba.
Se llevó una mano al corazón para regular su respiración acelerada y luego observó a su alrededor, aún sintiendo sus latidos demasiado rápidos.
Todavía estaba en San Mungo, pero ya no había nadie cerca de ella. Estaba oscuro; probablemente ya era de noche porque incluso la luz del pasillo debajo de la puerta estaba muy tenue.
Las máquinas que se encargaban de regular su cuerpo se encontraban en condiciones normales. No había cientos de diagnósticos regados por todo el techo. No había papeles con información sobre su maldición tirados en el suelo como antes solía.
No estaba Charles.
Y...
Tampoco estaba Draco.
¿Dónde estaba él? La última vez que lo miró estaba justo a su lado, aferrándose a su mano con fuerza para mantenerse con ella. Luchando para que pudiera recordar.
Hermione quería verlo. Quería decirle que el dolor que sufrió en el procedimiento no había sido en vano. Quería decirle que ella lo recordaba, y que también recordaba lo mucho que lo amaba.
Solo que no se encontraba en ninguna parte.
Pronto se dio cuenta de que su respiración regresó a la normalidad. Le pareció sospechoso pero lo pasó por alto; miró hacia el suelo desde ahí en la camilla y luego pensó muy bien lo que quería hacer.
No sabía si era buena idea, pero quería hacerlo.
Se movió hasta la orilla y luego dejó caer sus piernas hacia el lado derecho; un pequeño salto sin esfuerzo y ella estaría de pie.
El problema era que no sabía si estaba lo suficientemente estable como para mantenerse parada. Aún así, ella tomó el riesgo y dejó caer su peso sobre sus pies.
Esperó un calambre del dolor, algo mínimo.
Pero nada pasó.
Se puso de pie como cualquier otra persona lo haría, sin sentir sus huesos quemar y crujir con cada movimiento. Solo lo hizo, y cuando estuvo de pie, su mano fue instintivamente hacia el buró que estaba cerca para poder detenerse en caso de que cayera.
Pero ni siquiera fue necesario. Su cuerpo se mantuvo intacto y sin el mínimo indicio de que algo le causara dolor.
Se congeló en su lugar, sin saber si era alguna especie de mala jugada que le estaba haciendo su cerebro o si en realidad era lo que sentía: nada de dolor. Ningún rastro.
Alejó su mano del buró y se mantuvo de pie ella sola, sin ayuda de nada. Luego caminó. Y cada paso que daba, era totalmente como debía hacer.
Sintió tus párpados picar, pero antes de que cualquier lágrima saliera, avanzó rápidamente hasta la puerta de la habitación. Abrió la puerta de un tirón sin esfuerzo alguno, y luego observó el reloj que estaba plantado en la pared frente al pasillo.
Indicaba las cuatro de la madrugada. La sala de espera estaba vacía y la recepción del piso estaba demasiado lejos para que ella le prestara atención.
Sobre todo cuando estaba demasiado absorta en la forma en que su cuerpo ya no estaba sintiéndose como un crucio recién hecho. Era como antes de tener la maldición; su cuerpo se sentía libre de nuevo. No se había dado cuenta, pero era como si se descargara un enorme peso de sus hombros.
Incluso su interior. Se sentía ligera y alegre...
Miró sus pies descalzos y luego movió los dedos, quedándose justo en el centro del pasillo. Analizó la manera en que sus dedos se movían sin dificultad y, al descubrir que ya no había ese dolor molesto, sonrió inconscientemente hacia el suelo.
Su corazón comenzó a estallar de felicidad, y luego escuchó su voz al fondo del pasillo:
—¿Granger?
Ella alzó la mirada rápidamente del suelo y siguió su voz. Y muy a lo lejos, tal vez a unos veinte metros de distancia, su mirada se encontró con una grisácea que la observaba con una sorpresa y un alivio genuino.
Nunca en toda su vida estuvo más feliz de mirar a Draco Malfoy.
No lo pensó.
Se echó a correr hasta él. Corrió sin detenerse y sin precauciones. Solo su alma libre yendo por las puertas que pasaban como liebres a su lado, sin prestarle atención y solo queriendo llegar a él.
Draco, en cambio, se quedó completamente estático desde su lugar, aún con esa misma mirada y su boca ligeramente abierta.
Pero mientras ella más se acercaba, sus labios se curvaban más hacia arriba en una sonrisa.
Y para cuando Hermione llegó hasta él y se lanzó para abrazarlo, Draco la recibió con tanta emoción y euforia como ella. Tanto, que la abrazó de la cintura e incluso la levantó varios centímetros del suelo.
Ella se aferró a él y enterró su nariz en su cuello, aspirando su aroma; ese que había creído aquella noche que nunca más lo olería.
Escuchó el suspiro aliviado de Draco, y luego tal vez fue más la conmoción porque él se agachó hasta que ambos estuvieron arrodillados al suelo. Él se sentó mientras la sostuvo en sus brazos, mientras la abrazaba y ella se aferraba a su cuerpo.
No lo había podido recordar. ¿Cómo había sido eso posible? Se había hecho creer que, por un momento, todo lo que vivieron era imposible de olvidar. Eran tantas cosas por las que habían pasado que había creído que sería más fuerte que la maldición; pero de igual forma lo había olvidado.
Sin embargo, él la había salvado. De nuevo.
Cada vez, siempre fue él quien la salvó. Irónicamente.
Se mantuvo tan cerca de él durante tanto tiempo que incluso perdió la noción. No se quiso separar en ningún momento, pero tuvo que hacerlo cuando sintió que la dejaba de abrazar y luego subía las manos hasta su rostro para alzarle la cabeza con cuidado.
Tomó sus mejillas con ternura y, al principio, solo la miró a los ojos. Como si no creyera que era ella o como si la creyera en un sueño.
Luego sus labios dibujaron otra sonrisa llena de alivio.
—Me recuerdas —musitó, y ella apenas alcanzó a ver las pequeñas lágrimas amontonarse en sus lagrimales.
Hermione asintió.
—Funcionó —dijo, llevando sus propias manos hacia arriba para dejarlas encima de las de él y luego enlazarlas—. Sea lo que sea que hicimos, funcionó.
Él la miró de nuevo, y luego solo atrajo su rostro y la besó sin antes avisar.
Ni siquiera era un beso elaborado. Solo presionó sus labios sobre los de ella y los dejó ahí durante varios segundos antes de separarse. Y cuando la hizo, descansó su frente sobre la de ella antes de volver a abrazarla.
—Pensé que te había perdido —susurró con cierta aprehensión en su voz. La abrazó con más fuerza, aunque sin lastimar—. Por un momento, de verdad creí que habías muerto. Me sentí tan...
—Draco —interrumpió ella, intentando ahuyentar la oleada de culpa que la estaba inundando—. Ya pasó. Lo siento tanto. Estoy bien ahora.
—¿Bien? No mientas, no lo estás. Pero prometo que lo estarás. Te traeré a los mejores medimagos del mundo a tus pies si es necesario, pero estarás bien.
Ella se separó para poder mirarlo a los ojos.
—No lo entiendes —dijo, sonriendo—. Realmente estoy bien. Mira esto... —Luego se levantó del suelo, caminando hacia atrás para que él no pudiera atraparla cuando estiró las manos, como si la creyera demasiado débil para mantenerse de pie—. Ya no me duele nada —añadió sin evitar la enorme sonrisa en su expresión—. Puedo brincar, saltar y correr. Puedo hacer todo lo que podía hacer antes de la maldición.
Draco la miró desde el suelo, estupefacto.
Como no se movió, ella se agachó y tomó sus manos para obligarlo a ponerse de pie. Él lo hizo, aunque todavía seguía mirándola como si hubiera salido de un milagro extranjero.
—¿Cómo es posible? —murmuró al fin, todavía atónito—. No deberías... Tú...
—¡Hermione! —gritó una voz que la hizo saltar. Se dio la vuelta en dirección al sonido y se encontró con Charles a la otra punta del pasillo, de pie justo afuera de su habitación—. ¡¿Qué carajo...?! —Pero luego se detuvo cuando la miró de pie y con esa sonrisa, y entonces tuvo la misma expresión estupefacta que Draco.
Ella tomó a Draco de una mano y lo hizo caminar por el pasillo hasta que llegaron con Charles, quien no había movido ni siquiera un dedo mientras los veía avanzar hasta él. Y cuando estuvo frente suyo, Hermione se acercó y lo abrazó.
Ninguno dijo nada, Charles solo le regresó el abrazo; pero tan pronto como ella se alejó, la examinó de pies a cabeza solo con la mirada.
—¿Cómo es que estás de pie? —preguntó—. ¿Y por qué estás descalza? Deberías regresar a tu camilla, esto podría empeorar la situación. Deberías...
—Charles —interrumpió, al igual que con Draco. Él calló de repente—. Quiero que me examines, porque estoy segura de que me siento completamente bien. Y también necesito quitar esa expresión estupefacta de la cara de Draco.
Pronto Charles pareció percatarse de ese pequeño detalle. Paseó su mirada entre ambos y luego la dejó en las manos que todavía seguían unidas. Después regresó a mirar a Hermione.
—¿Tú...? ¿Tú lo recuerdas?
Ella sonrió y asintió.
—Todo.
•••
—Yo... No lo... No tiene... No tiene sentido. No lo entiendo.
—¿Qué es? —preguntó Draco. Él estaba en una silla, justo a su lado en la camilla.
Charles negó con la cabeza y aún con la boca abierta. Seguía mirando los diagnósticos mágicos que estaban por encima de Hermione; habían cientos de ellos, y él todavía movía su varita de un lado a otro, buscando quién sabe qué.
Pero ella no necesitaba que le explicara nada. Porque sabía cómo se sentía y también sabía leer los diagnósticos; o al menos había aprendido un poco de todos los meses que estuvieron encima de ella cada vez que venía a San Mungo.
No había nada.
Los diagnósticos eran como los de cualquier otra persona. Ninguno estaba alterado y ninguno parecía estar tomando el control del otro.
Parecía estar limpia.
—No está —dijo Charles de repente, llamando la atención de ambos. Él bajó su varita y dio una última mirada a las luces brillantes antes de mirarlos a ellos—. No hay rastro de ninguna maldición en tu magia. Se fue.
Hermione ya lo sabía, o al menos lo había deducido; pero escucharlo directamente de la voz de un experto era otra cosa. Ella también mostró esa expresión estupefacta y nadie dijo nada durante unos segundos hasta que Draco habló:
—¿A qué te refieres con que «se fue»?
—A exactamente eso —contestó. Se acercó al mueble que tenía cercano y tomó una carpeta. Sacó una hoja en blanco y luego lanzó un hechizo con su varita hasta que en esta se formó una imagen; se la pasó a Draco y luego volvió a hacer lo mismo, pero esta vez mirando a las luces que tenía encima—. Mira la primera imagen, y luego mira esta.
Hermione también miró ambas imágenes, y se dio cuenta que había mucha diferencia en ambas. En la primera, cada luz parecía estar alterada y dispuesta a destruirse a sí misma, como si ya hubiera sido infectada con algo y su único trabajo era pasar la infección. Todas los diagnósticos en esa foto eran color rojo intenso o algunos llegaban a ser de un negro obsidiana. Incluso parecían tener una apariencia podrida y viscoza.
Pero la segunda imagen parecía estar tan limpia como un plato recién lavado. Cada diagnóstico era del mismo tamaño que el otro, iguales de relucientes y con colores vivos e intensos. Ninguno parecía dispuesto a asesinar al otro.
La conclusión se formó sola en la mente de Hermione, pero no lo creyó hasta que miró a Charles y él se lo confirmó con una sonrisa:
—La maldición se ha ido.
•••
Hermione no sabía explicar cómo se sentía.
Había una sensación que la inundaba, y era buena, porque saber que todo lo que todavía podía hacer todo lo que alguna vez había querido, y con las personas que quería, era algo que la tenía en shock.
Durante las horas siguientes, sintió como si la hubiera visitado todo el mundo entero. Llegó toda la familia Weasley, llegó Harry, llegó Neville, Luna, Minerva... Cada vez que se abría la puerta y que alguien entraba, Hermione podía escuchar que habían decenas de personas al otro lado de la pared.
Personas que ella ni siquiera conocía. Pero cuando le preguntó a Ginny, ella solo le mostró una página de El Profeta.
Una donde su rostro era la portada principal.
Leyó:
HERMIONE GRANGER. SOBREVIVIENTE DE LA SEGUNDA GUERRA MÁGICA Y SOBREVIVIENTE DE UNA MALDICIÓN DESCENDIENTE A ESTA.
Al parecer, alguien se había tomado el tiempo de investigar por qué había tanta gente en su sala de espera y luego de descubrir quién estaba internada y por qué era lo suficientemente importante como para que Harry Potter y Ron Weasley estuvieran ahí.
Después la noticia se corrió hasta que llegó a los reporteros y entonces su caso se supo por todo Londres mágico.
Hermione leyó muchas veces el artículo, y se dio cuenta que en ningún momento mencionaron a Draco. Era como si la estuvieran desligando de cualquier conexión que tuviera con él, a pesar de que había sido la persona que más había estado a su lado en todo momento.
Solo fue ella. Mencionaron a Harry y a Ron, pero Draco se mantuvo apartado. Incluso cuando todos la vinieron a visitar; desde que Ron y su familia atravesaron la puerta, él salió, y desde entonces ella no lo había visto.
Habían pasado horas y todavía seguía sin saber nada de él. Le emocionó mucho ver a todos sus amigos, y lo hubiera estado más de haber estado sus padres, pero en todo momento su mente estuvo más pensando en dónde estaría él.
Qué estaría haciendo, qué estaría pensando, o si estaba molesto con ella.
Después de todo, lo había engañado y le había mentido a los ojos durante meses.
Tal vez estaba enojado. Tenía derecho a estarlo.
Pero no quería que lo estuviera.
Horas después, cuando Charles firmó todo el papeleo, indicando oficialmente que ella ya no era más una paciente de San Mungo, se quitó el uniforme del hospital y luego alistó su maleta antes de desaparecer.
Harry y Ron se habían ofrecido a llevarla a su casa, pero ella se había negado. Les había dicho que quería un poco de tiempo sola, pero en realidad solo quería encontrar a Draco. Él se fue sin avisar y no tenía idea de dónde podría estar.
Por supuesto que quería hablar con Harry y Ron, quería pasar tanto tiempo como se pudiera con ellos y explicarles todo; pero ahora sentía que le sobraba una vida para hacerlo.
La maldición le había dejado como aprendizaje que, si quería hacer algo, debía hacerlo con rechistar o sin poner excusas. Y en estos momentos ella solo quería estar con Draco y hacerse creer que todo era real, que de verdad ya no había maldición en ella y que de verdad podría pasar tanto tiempo como quisiera a su lado.
El único lugar que se le ocurrió buscarlo fue en su departamento. Ese donde se habían quedado mientras tenían que visitar a Narcissa Malfoy.
Abrió la puerta, dándose cuenta que esta no tenía seguro. Entró poco a poco y luego la cerró detrás de ella. Caminó con lentitud hasta que estuvo en la sala y miró a su alrededor, esperando encontrarlo en algún lado.
Solo que no estaba.
—¿Draco? —llamó, pero nadie le contestó. Buscó por todo el departamento, rincón por rincón, pero no estaba ahí. Ni siquiera parecía que hubiera llegado porque todo seguía igual a como ella lo recordaba.
Regresó a la sala, decidiendo que lanzaría un patronus que lo guiara hasta él, pero entonces fue ahí cuando escuchó ese crujido que le indicaba que alguien había aparecido.
Ella alzó la cabeza y ahí encontró a Draco de pie. Su expresión se llenó de alivio cuando la miró, y entonces comenzó a caminar a ella hasta que estuvo justo delante suyo.
Volvió a tomar sus mejillas con firmeza y la acercó para besarla. Y esta vez no fue un beso tan sencillo como el del hospital; esta vez él exigió lo que tanto había deseado y ella se lo entregó.
Fue un beso apasionado que la tomó por sorpresa al principio; pero cuando descubrió que ella había estado deseando tanto como él, se lo regresó con las mismas ganas o puede que incluso más.
—Jamás vuelvas a hacer eso —dijo Draco una vez se separó de ella. Aún se mantuvo demasiado cerca y con las manos en sus mejillas, pero la mirada en sus ojos era algo que Hermione todavía no alcanzaba a reconocer—. El no contarme sobre esto también es una manera de dejarme. Y lo prometiste. Rompiste tu promesa, entonces no vuelvas a hacerlo.
Ella tragó saliva.
—Draco, yo...
—Estaba molesto —interrumpió él, lamiéndose los labios—. Estaba furioso de que me hubieras mentido durante tanto tiempo y sentía la rabia en mí porque no me hubieras dicho para poder prepararme, para disfrutar de lo que nos restaba. Estaba muy, muy molesto. Pero... Pero nada se asemeja a lo que sentí cuando te miré tan pálida y cuando te sentí tan helada en mis brazos. Te creí muerta y luego yo también me creí muerto.
Él cerró los ojos y recargó su frente en la de ella, apretando la mandíbula.
Hermione sintió el nudo en su garganta comenzando a formarse.
—Lo siento tanto —musitó, su voz demasiado baja—. Nunca quise hacerte daño.
—Sé que no —replicó él, separándose un poco para dejarle un beso sobre su cabeza antes de acercarla para abrazarla con fuerza. Hermione enterró la cabeza en su pecho y rodeó sus brazos alrededor de él—. Pero lo hiciste. Esa carta, Granger... Joder, ¿no pudiste haber escrito algo menos depresivo? Por fuera estaba hecho un mar de lágrimas, pero por dentro lo único que podía pensar era que una jodida carta no arregla todos los problemas del mundo.
—Lo siento —repitió una vez más, sin saber qué decir para enmendar sus errores—. No sabía cómo decírtelo. De verdad lo siento.
—Sé que lo descubrí una vez —susurró por encima de su cabello—. Sé que me hiciste un Obliviate. Y aunque esté molesto por eso también, no quiero recordarlo. No quiero volver a sentir ese dolor que sentí cuando te creí muerta. Pero te digo que fue tan horrible que estaba dispuesto a hacer todo para salvarte cuando me enteré que seguías viva. Estaba dispuesto a morir por ti, y seguramente lo estoy todavía.
Ella frunció el ceño, aún escondida entre su pecho y todavía con las lágrimas luchando por salir.
—¿Morir por mí? —preguntó, su voz ahogada—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Encontré una cura a la maldición —dijo—. En Hogwarts. Pero una vez supe lo que implicaba, la quemé.
Hermione se separó para mirarlo a los ojos.
—¿Qué?
—Magia de sangre —dijo él, y fue todo lo que ella necesitó para saber por qué rumbo estaba yendo su dichosa cura.
—Eso sería transfusión de magia —dijo con un hilo de voz.
Él asintió.
—Alma por alma —susurró.
Pero luego de pensarlo unos segundos, ella encontró lo terrible que era la idea y lo terrible que era que él siquiera lo hubiera pensado. Se dio cuenta de por qué Draco había quemado la cura.
—¿Estabas pensando en aplicar la cura... contigo? —preguntó con terror en su voz—. ¿Estabas dispuesto a entregar tu vida para salvarme?
Él la miró a los ojos y luego no dudó.
—Estaba dispuesto a todo.
—¡No! —dijo, alzando la voz y separándose de sus brazos. Comenzó a sentir el horror impregnarse en cada parte de su cuerpo—. ¡No lo harías! ¡Dime que no lo hubieras hecho! Esto... Esto no... ¡La maldición nunca fue tu culpa!
—¡Tampoco tuya!
—¡Dime que no lo hubieras hecho!
Él la miró, atónito. Dio un paso hacia adelante y la tomó de las manos, acariciando las palmas de estas.
—Hermione, yo hubiera hecho cualquier cosa para mantenerse a salvo. Incluso tomar esa cura, sin importar que luego me hubieras odiado.
Ella gruñó de frustración. Se acercó a él y dejó la desesperación a flote en su mirada.
—Entonces prométeme que no lo harás —dijo—. Prométeme que nunca pondrás en práctica esa cura.
—Ya no es necesario. No hay maldición.
—Promételo —pidió de igual manera.
Ella no supo qué pasó por su mirada en ese momento, no supo qué fue lo que pensó y tampoco trató de averiguarlo. Solo le hizo saber lo desesperada que estaba porque él lo prometiera.
Y lo hizo:
—Lo prometo.
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