Orgullo Malfoy
Draco nunca había sido una persona a la cual le interesara lo que la demás gente pensara sobre él.
Ciertamente, tenía la idea de que era superior a todos y, por tanto, no había ninguna necesidad de preocuparse por la opinión que los otros tuvieran. En realidad, eran ellos los que debían preocuparse por lo que Draco pensara. Jamás le interesó prestar atención a todas las cosas que el colegio Hogwarts decía sobre él, ni siquiera creía que valiera la pena.
Draco podía danzar por los pasillos del castillo con una delicadeza digna de una persona de su clase sin que en su cabeza estuviera revoloteando la idea de pensar en las miradas escurridizas que le daban los demás alumnos.
Él siempre había sido temido por la mayoría, y a nadie podría mentirle si decía que eso no le gustaba; para Draco era solo una manera más de respeto. Así que él siempre caminaba hacia donde quería sin la creciente duda del «¿qué dirán?» y podía hacer lo que quisiera sin la necesidad de preocuparse por consecuencias o algo por el estilo.
Y es que era obvio, siendo un Malfoy, heredero de una de las familias de los Sagrados Veintiocho, poco debía prestar atención a lo que sucedía en su alrededor.
Jamás le había importado. Hasta ahora.
Un Malfoy. Ex mortífago. Casi asesino de Albus Dumbledore. Villano de Guerra. Lo llamaban de tantas maneras...
Draco ya estaba harto. Él nunca había prestado atención a las demás personas en las cosas que hicieran, ¿por qué ellas tenían que mirarlo en cada momento?
Él no dependía de nadie y era una completa idiotez que adonde sea que fuera, las miradas de odio siempre fueran dirigidas para él. Ni siquiera sabía si le dolía o le molestaba. Probablemente lo último, pues que a Draco le importara lo que la gente pensara de él al punto de que le doliera, era algo completamente ridículo. Lo único que quería era que ellos se fueran a hacer lo suyo y lo dejaran en paz.
Había crecido con la idea de que no tenía que mostrarle su valía a nadie, pues su simple apellido le daba todo lo que pudiera desear. Y él lo había creído, pero después de la Guerra, su apellido pasó de ser uno de los más legendarios y respetados a simple basura.
Literalmente basura, algunas personas abucheaban cada vez que escuchaban la palabra «Malfoy», una tontería, por supuesto. Inútiles infantiles. El orgullo y respeto que alguna vez había caracterizado a su familia, se había ido al carajo desde el momento en que Lucius Malfoy aceptó llevarse entre las patas a su familia siendo un seguidor de Voldemort.
Solo una razón más para odiar a su padre.
Los Malfoy ahora eran solo unos más del montón, aquellos que incluso con esfuerzo lograron ser retirados de sus cargos gracias al estúpido Trío Dorado debido a sus declaraciones.
Narcissa había pedido a Draco que en algún momento les agradeciera, pero él definitivamente jamás lo iba a hacer. Ni siquiera sabía por qué ellos lo habían hecho, tal vez era solo una manera para restregarle en la cara que ahora eran ellos quienes tenían el valor y demostrarle así lo superiores que ahora eran.
Era una pregunta que se hacía casi todas las noches, pero no estaba dispuesto a perder su ahora poco orgullo preguntando si lo hacía y recibía la peor respuesta. Él podía estar bien con la duda.
Bien.
Ni un carajo. Su mundo se había vuelto una completa mierda desde finales de su quinto grado.
Además de su madre, ya no había nada que lo atara a este mundo. Este maldito mundo que ahora se hallaba de miles de colores por la reciente victoria de la Segunda Guerra Mágica, algo que constantemente provocaba náuseas a Draco por ver todas las expresiones felices y aquellas celebraciones que duraban incluso días.
No era que él no estuviera feliz de que al fin todo hubiera terminado, pero tampoco era tan molesto con los festejos.
—¿En qué piensas? —La voz de su madre interrumpió sus pensamientos e hizo que él quitara la vista de la ventana para posarla en ella.
—En nada —respondió con sencillez. Su tono de voz duro y aburrido al mismo tiempo.
—Conozco tu mirada —reprendió la mujer, vacilando entre sentarse o quedarse de pie, pero al final decidiendo tomar asiento delante de Draco—. Eres mi hijo y te conozco desde que eras solo una pequeña criatura. Sé que tienes esa mirada cuando estás perdido en pensamientos.
Draco bufó, rodando los ojos.
—Bueno, entonces deberías saber que odio que me interrumpan cuando estoy pensando. Y es de muy mal gusto sentarte en la silla que está directo a la ventana cuando la estoy observando, madre.
Él pudo notar cómo la mujer contenía un réplica y luego cómo mejor se decidía por respirar hondo. No apartó la mirada de Draco en ningún momento, y eso tal vez lo incomodó.
—¿En qué pensabas? —repitió.
Draco quitó de nuevo su mirada de la ventana y regresó a mirar a su madre.
La mujer ciertamente no era la más joven, pero las preocupaciones consecuentes de la Guerra le habían hecho resaltar más sus arrugas, dejándole mostrar lo acabada que había estado en el proceso. Después de que todo hubiera terminado, se había tomado unos meses para relajarse y el cambio le había venido bastante bien, al menos físicamente. Aún seguían habiendo arrugas y todas esas cosas estúpidas, pero su mirada de fuego había vuelto; aquella que tenía cuando alguien insinuaba algo malo sobre su familia.
Y gracias a esa mirada, Draco se recordó que, por más que lo intentara, no podría mentirle a su madre.
Se preguntó si debía tener tacto al pronunciar sus palabras, pero al final decidió que sería demasiado esfuerzo por lo que lo soltó tal cual estaba en su cabeza:
—Pensaba en la mierda de familia que nos hemos convertido.
Narcissa se tensó ligeramente ante su comentario, pero intentó mantenerse indiferente y siguió sin apartar la mirada de él.
La esquina de su labio tembló por un momento antes de hablar.
—¿A qué te refieres? —inquirió, y Draco creyó que se estaba haciendo la tonta.
—Sabes muy bien a qué. Ya no queda nada de lo que alguna vez fue esta familia. No hay más honor, ni respeto, mucho menos orgullo. Los Malfoy se fueron a la mierda y yo parezco ser el único en notarlo.
—Draco, por favor cuida tu lenguaje cuando estés delante de mí.
Él no pudo evitar soltar una carcajada.
—¿De todo lo que dije solo prestaste atención a eso? ¿A mis groserías? Qué ridiculez.
Su madre suspiró, evidentemente manteniendo la paciencia.
Draco frunció el ceño ante el gesto, y se confundió aún más cuando su madre no replicó y desvió la mirada. Estaba casi seguro de que ella querría darle otro de sus sermones diciendo que el orgullo no se había perdido o alguna de esas cosas tontas que las personas decían para sentirse bien consigo mismos.
Pero una extraña sensación recorrió su cuerpo cuando notó la incomodidad de la bruja sentada delante de él, lo que probablemente le causó más curiosidad.
Se inclinó hacia delante y dejó sus codos sobre sus rodillas para entrecerrar los ojos y darle una mirada suspicaz a su madre. Y de pronto lo entendió.
—Espera —dijo, dando una rápida estudiada a la expresión de la rubia cuando esta se giró hacia él—, tú crees que lo mismo que yo, ¿no?
Narcissa abrió la boca para responder, pero luego solo la volvió a cerrar, quedándose sin habla y dando un leve apretón a su mandíbula.
Draco dio una sonrisa, aunque no llegó a sus ojos.
—Bueno, me alegra saber que no soy el único que se ha dado cuenta de todo esto.
El silencio que llegó a la sala se había vuelto de alguna manera tenso y, aunque a Draco nunca le había molestado eso, comenzó a sentir una extraña sensación en su estómago cuando se dio cuenta de que su madre no había apartado la mirada de él.
Se regresó a mirarla, y casi se sintió vulnerable cuando sus labios se fruncieron con aquella misma lástima que ella tenía en los días que Bellatrix lo «entrenaba».
Draco se permitió fruncir el ceño.
—Madre, ¿qué pasa?
Narcissa respiró hondo antes de enderezarse en su asiento y cruzar las piernas por delante, solo con aquella delicadeza que un Malfoy podría lograr. Y él notó por primera vez en varios años, que se encontraba nerviosa.
De repente, él comenzó a desear salir del lugar, como si estuviera prediciendo su condenado futuro.
—Es tu padre, Draco —dijo ella en voz baja, como si no se le permitiera alzar la voz—. Él quiere...
—No me interesa lo que él quiera —interrumpió, voz firme y segura—. Ha pasado tiempo desde que mi respeto por ese hombre se perdió.
Draco no podía verla, pero sabía que ella se estaba mordiendo la lengua para no estar de acuerdo con él.
—Es que de eso es de lo que se trata —replicó—. No eres el único que ha perdido su respeto en él. Y no solo tu padre, todos nosotros hemos perdido ese orgullo que nos distinguía de entre todas las familias.
—Lo he notado —Draco respondió rodando los ojos y desviando la mirada una vez más de su madre—. Pero no veo para qué sirve esta conversación.
Narcissa cerró los ojos unos segundos para inhalar, y él estuvo casi seguro de que esa fue su manera de reprimirse a un regaño por estarla impacientando.
—Tu padre y yo creemos que de ti depende recuperar el orgullo de la familia —soltó su madre, como si hubiera estado reteniéndolo todo el tiempo desde que entró al salón. Draco juntó ambas cejas y ella siguió hablando—. Nosotros hemos hecho lo posible por obtener respeto después de la Guerra, como otorgar nuestra ayuda al Ministerio para encontrar a los demás mortífagos, pero eso es todo lo que nosotros podemos hacer. Tú eres un buen muchacho y...
—Sáltate el discurso, madre. Ve al punto.
Narcissa suspiró profundamente, fijando sus ojos en los grisáceos de Draco y recuperando esa autoridad que él tenía años sin ver.
—Tu padre sugirió que regresaras a Hogwarts. Es la única manera de...
—¡De ninguna manera! —Draco se puso de pie tan rápido que ni siquiera se dio cuenta cuándo lo hizo. Ensanchó sus fosas nasales y miró a su madre como si le estuviera pidiendo que se dejara comer por una manada de lobos (aunque, en realidad, era muy parecido a eso)—. ¡Sería suicidio total! ¡Nadie en ese lugar me quiere!
Si la bruja se sorprendió de su reacción, no lo hizo notar. Solamente se abstuvo de mirar a Draco a los ojos y, unos segundos después, se levantó de su asiento y alzó la cabeza que delicadeza para mirar directamente a su hijo.
Y entonces él reconoció esa posición, sabiendo que ella no se iría de esa habitación hasta conseguir lo que quería.
—Estamos arruinados —susurró con desdén, intentando mantener la barbilla en alto—. Ya no hay nada que nosotros podamos hacer para seguir manteniendo esta familia. Tú lo sabes, Draco. Sabes que no te estaría pidiendo esto si yo pudiera hacer alguna otra cosa. Sabes que te dejaría de lado, pero ya no hay otras opciones.
Draco se obligó a no tragar saliva y a seguir mirando a su madre.
Pero él ya sabía que estaba derrotado, porque cuando su madre se refería a los problemas como una ayuda para sí misma y no incluía a Lucius, eso significaba la pérdida total de Draco. Para él no había otra cosa más importante que su madre, y si ella le estaba pidiendo —o casi suplicando con esos ojos— que volviera a Hogwarts, no habría manera de que él pudiera negarse, incluso si se le permitiera.
—Sé que esto será difícil para ti —continuó su madre—, teniendo en cuenta todo lo que los demás...
—No me importa lo que piensen los demás —siseó Draco.
Narcissa asintió, como si estuviera de alguna manera aliviada. Luego prosiguió hablando:
—Lo único que harías sería terminar los planes que tu padre tenía para ti. Ya sabes, completar tus estudios, obtener un buen trabajo, al menos hasta el momento de ganar respeto, y luego obtener un buen matrimonio. Después de eso, estará todo hecho y tú... Serás libre de hacer lo que te plazca. Solo tómalo como un favor para tus padres... Un favor para mí.
E ahí estaba de nuevo: Narcissa Malfoy tocando la debilidad de su hijo. Draco odiaba que lo manipularan, pero estaba dispuesto a hacer todo por su madre y, una persona que hubiera crecido con ella toda su vida y observara el brillo en sus ojos cuando organizaba citas con la sociedad mágica, se daría cuenta de cuánto significaba el orgullo Malfoy para ella.
Y fue entonces como ya no hubo nada más qué discutir.
Asintió con la cabeza hacia su madre, negándose a abrir la boca y enumerar las mil razones por las cuales él nunca sería «libre».
Eso debía ser una buena señal para hacerle saber a la mujer que haría lo que le pidieran. Luego desvió la mirada de ella y salió del salón, encontrándose con su padre al otro lado de la puerta, solo esperando y con la barbilla en alto, como si con ese gesto recuperara un poco del respeto que Draco antes le tenía.
Él miró a su padre con desprecio, dirigiéndole odio con la mirada por haber usado a su madre para conseguir lo que quería, porque sabía que así aceptaría. Y entonces los labios de Lucius Malfoy se elevaron en una sonrisa altanera que hizo entrecerrar los ojos al mago menor.
Se decidió por ignorarlo y pasó junto a él para ir a su habitación.
Si iba a regresar a Hogwarts una vez más, tendría que prepararse. El año anterior no había sido el mejor académicamente —gracias a los Carrow—, por lo que el octavo año le vendría pesado. Mínimo en aquellos días los demás le prestaban nada de atención. Pero ahora, un ex mortífago —el más joven, también—, cuyo además intentó matar a Albus Dumbledore, estaba claro que nadie lo querría cerca. Debía prepararse porque no esperaba que lo dejaran ileso.
Hazlo por tu madre, se recordó a sí mismo. Apretó los labios en una línea recta y comenzó a jugar con las paredes de su oclumancia mientras preparaba sus cosas.
•••
Definitivamente había sido una muy mala idea aceptar regresar a Hogwarts.
No podía pasar siquiera por el andén nueve y tres cuartos sin la constante mirada oscura y molesta de algún otro mago o bruja. Las familias alejaban a sus hijos cada vez que él pasaba cerca, como si temieran que los tomara del cuello y los matara frente a sus narices.
Draco los ignoró, sin duda alguna, pero comenzaba a molestarse por tener todo y cada uno de los pares de ojos sobre su nuca, como si lo creyeran estúpido por no notarlo.
Había tenido una gran pelea con su padre por decidir cómo iba a regresar. Draco había pedido que lo llevaran a Hogsmeade y él mismo podría ir hasta el castillo, pero Lucius se había negado rotundamente, poniendo la excusa de que todos creerían que se estaban ocultando y aceptando su derrota.
Draco se abstuvo de gritarle que en realidad así era.
Al final Lucius lo había llamado cobarde, y él había estado a punto de comenzar otra gran pelea por recordarle quién era el cobarde de la familia, cuando vio el primer brillo lagrimal en los ojos de su madre. Y entonces recordó cuánto ella odiaba verlo en una pelea con su padre, por lo que se mordió la lengua para replicarle lo que, definitivamente, dejaría sin palabras a Lucius y terminó aceptando lo que el mago mayor proponía.
Por supuesto, parecía que su padre lo único que quería era humillarlo, porque decidió la gran opción de que él regresara al colegio en la maldita locomotora.
El expreso de Hogwarts solo era una de las muchas cosas que Draco siempre había odiado de su estadía en el colegio. Siempre lleno de rostros ridículamente alegres por otro año en un maldito internado, y eso sin mencionar que muchos de esos rostros alegres pertenecían a mestizos, sangre sucias y traidores a la sangre.
Si tan solo Salazar hubiera logrado su objetivo...
Draco negó con la cabeza para despejar esos pensamientos, estaba claro que un mundo como ese, donde el Bien había reinado, nunca más habría desigualdades entre los magos.
La palabra «sangre sucia» pasó vagamente por la mente de Draco, recordándose que sus creencias se estaban cayendo poco a poco y dándose cuenta de que ya no tenían tanta importancia como deberían.
Pero de alguna manera, se engañó por seguir creyendo eso, como si hacerlo le regresara la esencia que alguna vez había tenido.
Ni siquiera se preocupó por dar una última mirada a sus padres antes de subir al tren y caminar para encontrar un compartimiento vacío.
Agachó la cabeza para no encontrarse con rostros conocidos. Algo le decía que no necesitaría buscar mucho tiempo, ya que apenas se asomara en un ala, los alumnos solo se irían por el simple hecho de no querer estar cerca suyo.
Lo que antes era miedo y respeto, ahora solo se convertiría en repugnancia y rabia. A él no le importaba, funcionaba de igual manera.
Se paró en medio del pasillo, sin preocuparle en lo más mínimo que detrás suyo estuviera gente esperando que él pasara, y giró su cabeza hacia la izquierda, haciendo una mueca cuando vio ese lado abarrotado de rostros alegres, definitivamente ahí habría muchos Gryffindors, y ellos eran las últimas personas con las que Draco querría compartir un espacio.
Respiró hondo para guardar su paciencia y gruñó cuando alguien a su lado golpeó su hombro para pasarlo de largo.
Draco se giró, listo para comenzar una pelea y enumerarle las cien razones de por qué no debió haberlo tocado, cuando se dio cuenta que aquella persona era nada más y nada menos que Hermione Granger.
Genial. Ahora ya nada podía ser peor.
Ella ni siquiera parecía darse cuenta aún de que había sido él a quien empujó. Llevaba una mano en su pecho y parecía contener una mueca en su rostro, lo que logró que Draco frunciera el ceño, y luego aún más cuando se encontró a sí mismo mirándola durante más de dos segundos.
—Fíjate por donde vas, sangre sucia —espetó con la voz más maliciosa que pudo articular.
Las últimas dos palabras vagaron en la punta de su lengua como si le quemara, pero para cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde porque él ya las había dicho y ella ya las había escuchado.
Al escuchar su voz, Granger pareció dar un ligero salto en su lugar, se bajó la mano del pecho y levantó la cabeza para encontrarse con los ojos de Draco, solo mirándolos una milésima de segundo antes de volver a bajarlos.
—Lo lamento —murmuró rápidamente y luego lo rodeó para pasarlo, dirigiéndose hacia el ala del tren abarrotada de Gryffindors. Draco pensó que eso era lo mejor, que se mantuviera alejada de él, pero entonces luego cayó en cuenta.
¿Qué demonios hacía Granger en el expreso de Hogwarts?
Negó con la cabeza nuevamente al darse cuenta que la había mirado alejarse por el tren, y desvió su mirada para irse por el lado contrario al de ella. Encontró un compartimiento lo más lejano posible de todo el atrio que era el expreso, y dejó su baúl en su lugar para después sentarse a lado de la ventana.
Usó un encantamiento desilusionador que había practicado en la puerta, así nadie podría encontrarlo. Se llevó la mano a su barbilla y se distrajo con ella mientras su mente corría hacia cierta morena que se había topado hacía apenas unos minutos.
Por supuesto que tenía que volver, la Chica Dorada tenía que regresar a ser la típica niña perfecta y sabelotodo. No podía quedarse tranquila en casa sabiendo que ahora tenía toda la atención para ella y, sin embargo, había regresado al colegio para regocijarse en todos los cumplidos que el mundo mágico le hiciera. La rata de biblioteca ahora era la señorita perfecta.
¿Por qué había vuelto ella? ¿Era bueno o malo? Era la maldita Chica Dorada, no tenía ninguna necesidad de volver a todo este martirio del colegio y, sin embargo, aquí estaba. Definitivamente, había algo malo con ella, ¿quién querría volver a pasar otro año infernal lleno de preocupaciones por exámenes y deberes?
Era malo que ella volviera, su presencia era tan detestable que lo pondría de mal humor con solo verla, estaba claro.
Pero no podía evitar sentir esa pequeña sensación de victoria en su pecho y ese pequeño tirón de la comisura de sus labios al darse cuenta que este año ella no tendría a Potter y Weasley para defenderla (porque obviamente ellos fueron un poco más inteligentes —o idiotas— al no querer volver, al menos eso esperaba Draco) y él podría tener pase libre a insultos de primera.
Se permitió sonreír un poco. Tal vez el año no sería del todo un desastre si tenía a alguien a quien molestar.
Aún recordaba su mirada de fuego y sus rizos saltando cuando ella le dirigía una mirada enojada con la intención de hacerle sentir miedo. Tal vez el que ella hubiera vuelto era algo bueno, y su juego de molestar al Trío Dorado había vuelto al mando.
Tal vez podría seguirla a la biblioteca solo para hacerle caer sus libros, o pasaría corriendo a su lado como un niño maleducado para que su café recién hecho cayera al suelo, o se propondría ganarle en los estudios...
O cualquier cosa que pudiera molestarla, logrando distraerlo del infierno que ese año sería y de las miradas que los demás le dieran... O las cosas que hicieran.
Solo debía concentrarse en Hermione Granger y, entonces, tal vez el año pasaría más rápido.
•••
Los planes de Draco no estaban saliendo como él lo esperaba.
Molestar a la Chica Dorada ya no era algo que pudiera lograr.
En primer lugar, porque ella desaparecía después de clases, nadie sabía nada de ella después de que las clases terminaran.
Y segundo, tal vez ya no estaban Potter y Weasley, pero la Heroína de Guerra tenía muchos otros defensores que ponían un ojo sobre Draco cada vez que él intentaba burlarse de ella. Era como si todo el colegio estuviera esperando que él la atacara, y entonces podrían intervenir y tener una excusa para golpearlo, como todos los años anteriores lo quisieron hacer.
Algunos ni siquiera esperaban a esa excusa.
Solo había pasado una semana desde que las clases habían comenzado, y Draco ya estaba suplicando volver a casa. No había nada interesante en el colegio que él no hubiera aprendido antes, y era una completa tortura que todos lo miraran con unos estúpidos ojos de miedo y otros de lástima.
Draco odiaba a todos aquellos que le tuvieran lástima, él no era ni necesitaba ser la obra de caridad de nadie.
Ya ni siquiera hacía falta que tuviera a sus dos gorilas, Crabbe y Goyle, detrás de él para ahuyentar a todos los demás. Solo se necesitaba caminar a su lado y estos automáticamente se alejarían de él, como si fuera una especie de monstruo andante.
Algunas veces llegaba a creer que en realidad así era. Obviamente nunca lo demostraba, jamás iba a demostrar que las opiniones ajenas le importaban si es que lo hacían.
Jamás.
Su pequeño juego de molestar a Hermione Granger no estaba funcionando por obvias razones.
Por alguna razón, se comenzó a preguntar qué cosa era lo que la mantenía tan ocupada. Luego se encontró negando con la cabeza y reprimiéndose a sí mismo por estar pensando en qué hacía la sangre sucia —una vez más, la palabra vagó en su mente como una advertencia de algo que no debía decir, pero lo ignoró— en sus ratos libres; a él nunca le importó, ¿por qué ahora sí debía?
Pronto comenzó a darse cuenta de la respuesta a esa pregunta.
Todos los años anteriores, Draco siempre había tenido a alguien o algo con qué distraerse, ya fuera estando con Blaise Zabini o Theodore Nott, o «pasando el rato» con Pansy Parkinson. Con ellos se mantenía ocupado de alguna forma, sin necesidad de prestar atención a lo que pasara a su alrededor. Eso sin mencionar que las miradas no estaban dirigidas para él porque en esos momentos no era llamado el «casi asesino de Albus Dumbledore» ni tampoco era un ex mortífago.
Pero ahora, sin ninguna persona con la qué pasar los días —al menos no podía estar con sus amigos de la manera en que antes lo estaba porque rápidamente creía que era un nuevo complot Anti-Potter—, completamente aislado de los demás y con la única comunicación externa de su madre, todo estaba siendo más difícil.
Tal vez lo único que él necesitaba era concentrarse en algo que lo mantuviera ocupado, tal vez por eso se preguntaba qué hacía Hermione Granger para desaparecer por las tardes sin permitirle poder molestarla.
No era que le interesara qué estuviera haciendo o con quién, simplemente se preguntaba por qué ya no podía encontrar la manera de hacerla enojar.
Aunque estaba claro que eso ya no debía ser una de sus prioridades. Al menos ya no debía llamarla «sangre sucia», su madre ya lo había reprendido, advirtiendo que no quería volver a escuchar esa palabra de su boca. Incluso cuando a ella todavía no se le iban sus prejuicios por completo.
Pero Draco no podía evitarlo, incluso si su subconsciente le gritaba que dejara de reprochar el estatus social, su mente y su lengua trabajan en equipo para seguir al tanto. Era algo que ya no podía controlar y faltaría más que una reprimenda para hacerlo olvidarse. Sus creencias a lo largo de su infancia y adolescencia fueron muy directas.
Después de la Guerra, comenzó a notar que el estatus ya no era tan importante, e incluso se preguntó por qué en sus años anteriores le había parecido tan relevante. Tal vez le gustaba ver las expresiones horrorizadas que le dirigían las personas a quienes él se los decía, tal vez era una mínima satisfacción verlos llorar.
Pero después de ver a tanta gente llorar, lamentar y suplicar... Ya no parecía del todo satisfactorio. Tal vez su madre tenía razón y ya no debía usar más esa palabra.
—¿Señor Malfoy? —preguntó una voz sacando a Draco de sus pensamientos.
Él levantó la vista del libro que leía de la biblioteca y miró a través de sus pestañas para encontrarse con Minerva McGonagall, la nueva directora del colegio.
Esa mujer nunca había significado un personaje a respetar para Draco, pero después de todo su papel en la Guerra, ella también tenía ciertos honores que ahora él debía mantener. Incluso si no le gustaba, tendría que respetarla. Su madre le contó antes de venir que había hecho un trato con ella para dejarlo volver al colegio, y Narcissa le pidió que le agradeciera.
Algo que definitivamente no iba a hacer.
—¿Sí? —se obligó a articular con una voz aburrida.
La bruja frunció los labios, intentando tirar a una sonrisa pero llegando a ser solo una mueca. Ella alzó su mano y dio un ligero aleteo, invitándolo a ponerse de pie y seguirla.
Draco se mantuvo inmóvil en su silla y alzó una ceja.
McGonagall se aclaró la garganta.
—Señor Malfoy, ¿podría acompañarme a mi despacho, por favor? —pidió con gentileza, pero sin perder ese tono firme y rígido que la caracterizaba. El mismo tono que decía que lo que ella pedía, debía de hacerse.
Mujer estúpida.
—Por supuesto —dijo dando su más falsa sonrisa y poniéndose pie—, ¿hay algún problema?
—No, en realidad —respondió, y Draco la siguió cuando ella comenzó a caminar, saliendo de la biblioteca—. Solo quería hablar sobre una cosa con usted.
Él asintió y no se preocupó por crear una conversación cuando caminaba detrás de ella con la cabeza gacha hacia su despacho.
Ni siquiera se puso a pensar en las razones para que ella estuviera pidiendo hablar con él. No recordaba haber hecho algo malo en lo que llevaba de la semana, pero si la directora había encontrado una razón para querer expulsarlo o algo parecido, él no iba a detenerla: no había nada que lo retuviera a seguir en ese colegio.
—Tome asiento, por favor —ordenó la mujer una vez llegaron y ella se sentó en su respectivo lugar.
Draco resopló y se obligó a no rodar los ojos cuando se sentó en la silla que estaba por delante a la suya, al otro lado del escritorio. Ocupó su mejor máscara de indiferencia y miró a la directora con ojos aburridos, alentando a que soltara lo que tenía que decir.
Pero en vez de ir al punto, McGonagall decidió irse por el camino agrietado:
—¿Cómo le ha ido en su primer semana?
Como la mierda.
—Bien, profesora. —Le regaló una sonrisa obligada—. Gracias por preguntar pero, no veo por qué eso debe ser de su incumbencia.
—El bienestar de mis alumnos es siempre de mi incumbencia, señor Malfoy —replicó, regresándole una sonrisa que incluso podría llegar a rivalizar con la de él.
—Bueno, estoy bien, profesora McGonagall —gruñó, intentando mantener la calma.
—Directora —corrigió ella, y Draco pudo sentir como sus palmas se cerraban en puños apretados. Él quería salir de ahí, él debía hacerlo.
—Directora —repitió él, recordando cuánto odiaba a esa mujer cuando ella le regresó otra sonrisa.
McGonagall bajó la vista hacia unos pergaminos perfectamente en orden que tenía frente a ella y Draco observó sus ojos recorrer las líneas tan rápidamente que tuvo una sensación familiar a recordar a la única persona que leía tan rápido que parecía que el libro correría de sus manos.
—Sus calificaciones siempre han sido bastante buenas, señor Malfoy —tarareó ella, sin apartar la mirada de los pergaminos—. Desde primer año fue un gran alumno.
Draco alzó una ceja. Él ya sabía eso, ¿adónde quería llegar?
—¿Es eso un problema?
—Oh, no, claro que no —se apresuró a decir, tirando de la comisura de sus labios, pero luego hizo una mueca—. Todo estaba tan perfecto hasta que llegó a su sexto año.
Él usó todas sus fuerzas para mantener la expresión aburrida en su rostro.
¿La bruja era estúpida? Por supuesto que su promedio había bajado en su sexto año. Le habían ordenado que asesinara al director del colegio, por lo que apenas tenía cabeza para pensar en deberes y exámenes. Cualquiera con un buen cerebro podría haberlo deducido.
Pero en vez de soltar un sermón, Draco se limitó a apretar los labios en una línea recta y luego asintió con la cabeza. Al ver que no respondió nada, la bruja decidió seguir hablando:
—Lamento informarlo, pero incluso si este año obtiene buenas calificaciones, los promedios serán muy bajos para que pueda aprobar sus ÉXTASIS con éxito.
Draco apretó la mandíbula, comprendiendo el camino que ella estaba tomando.
—¿Qué sugiere que haga para cambiar eso? —preguntó segundos después.
Y como si eso hubiera sido lo que ella estaba esperando, sus ojos brillaron y sus labios se curvaron a una sonrisa. Tan ridícula que Draco tuvo ganas de dar una salida dramática y dejarla con su tonta sonrisa ganadora.
—Me alegra que haya preguntado, señor Malfoy. Porque justo en estos momentos tengo una tarea que podría ayudar a sus calificaciones e incluso a usted mismo.
Draco se permitió fruncir el ceño.
—¿Qué quiere decir a «conmigo mismo»?
—Estoy segura de que después de lograr esto, su credibilidad en Hogwarts podría cambiar. La gente dejaría de mirarlo de esa manera y...
Él se puso de pie con una ruidoso chillido de la silla, dando un manotazo al escritorio y plasmando la mirada furiosa en la bruja que tenía delante.
—¿Usted cree que me importa en lo más mínimo lo que todos ellos piensen de mí? —siseó—. ¿Cree que no puedo dormir por que los demás me miran y me tratan como un monstruo?
Si McGonagall se sorprendió por su actitud, no lo hizo notar. Solo suspiró y se quitó las delicadas gafas, dejándolas en el escritorio y sin apartar la mirada de él.
—Lo único que sé es que usted no es un monstruo, señor Malfoy —replicó—. Esta oportunidad podría ayudarlo a recuperar su orgullo; que, según tengo entendido, es aquello la mayor razón por la que está aquí, ¿o me equivoco?
Draco casi podía sentir sus dientes tronar por tensar tanto la mandíbula.
—No necesito su ayuda —masculló nuevamente, esta vez con voz cargada de odio para hacerle saber que la conversación había terminado.
Apartó su puño de la mesa y se dio la vuelta para salir del despacho, pero la voz de la mujer lo detuvo nuevamente:
—La señorita Granger sí necesita la suya —dijo tan rápido que él apenas pudo entenderlo.
Frunció el ceño y se dio la vuelta a solo unos pasos de abrir la puerta. McGonagall se había puesto de pie y su expresión rígida seguía ahí, pero sus ojos parecían suplicar algo. Algo que él aún no captaba.
—¿Qué? —logró preguntar.
—Ambos podrían ayudarse. Ella necesita ayuda para investigar un caso y, si ambos lo logran, el descubrimiento podría ser de crédito equitativo y el orgullo Malfoy volvería en gran magnitud. Esto no solo lo ayuda a usted, señor Malfoy. La señorita Granger...
—Disculpe —Draco la interrumpió antes de que pudiera decir algo más—, ¿pero qué le hace creer que porque Granger esté involucrada tendrá mi aceptación?
La bruja abrió la boca para responder, por sus ojos corriendo una gran respuesta, pero luego se perdió y volvió a callar. Después de unos segundos soltó un suspiro y él podía jurar que se estaba conteniendo de tallarse la sien.
—Piénselo como una redención —dijo y, antes de que la furia de Draco pudiera explotar, ella dio por terminada la conversación—. Hágame saber su respuesta y salga del despacho.
Draco apretó la mandíbula de nuevo, tragándose su réplica y luego salió del lugar azotando la puerta con más fuerza de la necesaria.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top