Odiar
—Claro que no.
—Claro que sí.
—Dije que no.
—Y yo te estoy diciendo que sí.
Hermione se rió. Estaba recostada en la cama y su cabeza caía hacia abajo en el borde; miraba a Draco —o a un Draco al revés—, que se hallaba a unos cuantos metros, sentado en un sillón y leyendo.
—Bueno —dijo ella, llevándose el último pedazo de un palito de regaliz a la boca—, entonces dame un ejemplo.
—¿En serio? —preguntó él, más por incredulidad que por duda genuina.
Ella asintió.
Lo miró pensar, sobre todo cuando cerró su libro para hacer ademán de que se perdía en sus pensamientos. Hermione solo lo observó, aún mirándolo de cabeza y esperando su respuesta.
—Ese día... El baile —dijo él, mirándola. Ella alzó una ceja—. Ese día te dije que te veías hermosa.
—Sí, justo antes de que tu narcisismo saliera a la luz y dijeras que me veía más hermosa estando contigo.
Draco abrió la boca para protestar y luego la cerró, sin municiones. Ella volvió a reír y se acomodó en la posición correcta antes de que la sangre se le subiera a la cabeza.
—No dije mentiras —se escudó.
—Ese ejemplo no cuenta, dime otro.
Él resopló ruidosamente y se resbaló en el sillón, como si ya estuviera cansado de ser humillado.
—Recuérdame por qué me estás pidiendo esto.
—Porque tú dijiste que eras el ser más romántico del mundo, y no es cierto.
—Apuesto que habrá gente que creerá lo contrario —aseguró él, regalándole una sonrisa desde la distancia.
Hermione rodó los ojos con una sonrisa. Se sentó por completo en la cama y luego se bajó de esta. Caminó hasta el sillón donde estaba Draco —al tiempo que este se acomodaba— y luego se sentó en su regazo.
Él la abrazó desde la cintura y le sonrió cuando ella lo miró.
—Solo acéptalo —le dijo ella, medio divertida—. Tienes ese aire misterioso y de chico malo. Por eso lo romántico no te queda.
—Todo me queda, Granger —murmuró con egocentrismo. Se acercó a ella para dejarle un rápido y sencillo beso en los labios, luego se alejó—. Es solo que el romanticismo no es mi fuerte. Pero he leído muchos libros; si quieres que sea un romántico, puedo ser un romántico.
—¿Solo así?
—Solo así —dictó. Ladeó la cabeza, mirándola—. Haré todo lo que quieras que haga, incluso si es ilegal.
Hermione frunció el ceño.
—¿Por qué te pediría algo ilegal? —preguntó.
—¿Acaso eso no excita? —replicó con diversión. Al ver que ella siguió sin entender, alzó una mano y acomodó sus rizos detrás de su oreja, pero dejó su mano en su nuca para acercarla—. ¿Nunca has sentido la emoción de saber que hay alguien que está dispuesto a hacer hasta las cosas más horribles solo por ti?
—Yo... Bueno, no...
—Lo tienes ahora —dijo y sonrió. Pero no fue una sonrisa dulce, fue una sonrisa que decía algo como: es en serio, no estoy mintiendo sobre esto—. Haría cualquier cosa.
Ella sonrió de lado.
—¿Hasta ser un romántico?
Draco rodó los ojos, divertido, pero asintió con la cabeza.
—Hasta ser un romántico —confirmó, alejando la mano que tenía en su nuca.
—Pruébalo —bromeó, alzándole una ceja.
Él la miró uno segundos con una expresión extraña, como si estuviera esperando a que la broma saliera, pero luego se rindió con un suspiro. Aunque hubiera sonado cansado, ella sabía que le divertía la situación.
Lo miró sacar su varita del jersey que traía puesto y luego le dijo que mirara. Ella puso atención y entonces Draco comenzó a mover su varita en el aire, poco a poco materializando algo hasta que ella encontró la forma, más no lo confirmó hasta que estuvo terminado.
Una rosa roja.
—Tómala —le dijo él, mirándola. Ella lo miró unos segundos antes de tomarla desde el aire. Observó los pétalos y el vivaz color rojo y luego sonrió. Pero entonces Draco alzó su mano y tomó su barbilla para hacer que lo mirara—. Esa rosa, Hermione —dijo, haciendo énfasis en su nombre—, solo es símbolo de nuestro amor. Símbolo de que mi amor por ti crece cada día más.
Al principio no supo como reaccionar, solo se quedó mirándolo a él y a la rosa, pero luego su expresión se arrugó y sé acercó para besarlo rápidamente.
—Sí que puedes ser cursi —le murmuró sobre sus labios, riendo.
—Cuando quiero —replicó, encogiéndose de hombros antes de robarle otro beso.
Así habían estado durante una semana entera. Apenas habían salido del departamento de Draco, ni siquiera por comida; su refrigerador parecía nunca vaciarse, y cuando de casualidad necesitaban algo de fuera, enviaba a un elfo doméstico que había traído desde casa.
Rara vez habían salido a tomar el aire o a pasear alrededor del parque, pero estaban feliz con ello. Hermione todavía no estaba segura de poder enfrentar a todo el mundo mágico —que se moría por saber detalles de su maldición ahora que todos se habían enterado— y Draco lo entendía.
Había enviado cartas a Harry, Ron, Ginny, Luna y Neville para asegurar que estaba muy bien, pero que por el momento quería estar sola.
Intentó no mencionar mucho a Draco, y no porque no quisiera hacerlo, sino por él mismo; porque desde que El Profeta había pasado por encima de él, como si no existiera, había estado muy reacio a relacionarse con cualquier persona que no fuera ella.
Incluso con su madre. Narcissa Malfoy salió de San Mungo justo dos días después de que Hermione lo hizo, y apenas la dieron de alta, Lucius fue por ella y la regresó a la Mansión Malfoy, como si creyera que ahí sería el único lugar donde estaría a salvo.
Draco no había querido ir a vistarla, pero se enviaban cartas todos los días.
Por el momento, ellos dos solos estaban bien.
De igual manera, se entretenían mucho...
Él la había incitado a buscar a sus padres varias veces, diciéndole que no debía perder tiempo. Pero era precisamente lo que ella no quería; porque ahora solo quería estar con Draco, entonces eso estaba haciendo.
Tenía una vida entera por delante ahora, habría un mañana donde podría ir por sus padres cuando se sintiera lista. Y lo haría con él.
Pasaron los días, luego las semanas y después el mes, y cada día después de esa conversación, Hermione se despertaba con una rosa roja a su lado, siempre con el mismo recado escrito en un pequeñísimo y delgado pergamino:
Mi amor por ti crece cada día más.
Era la cosa más sencilla, y sin embargo, la más íntima.
Ella guardaba todas las rosas en un libro viejo que tenía cuando ya estaban marchitas. Y mientras no, las tenía en un jarrón a lado de la cama.
Pasó un mes y medio antes de que Hermione por fin se sintiera lista para salir. Hizo una salida con sus amigos y Draco dijo que era mejor que fuera sola y así él podría ir a visitar a su mamá.
No creyó que en realidad quisiera ir con su madre, o al menos no en la mayor parte, sino que quería evitar a Harry y Ron. De igual forma, ella lo entendió.
Apareció en un callejón oculto a unas cuantas calles del restaurante donde habían quedado, y luego se ajustó su túnica antes de empezar a caminar.
Habían quedado ir a un restaurante muggle para no llamar la atención en el Callejón Diagon, pero aún así ella sentía que la veían por todas partes, a pesar que no era así.
Llegó hasta el lugar y la campanita sonó cuando abrió la puerta. Encontró a Harry y Ron mucho antes de que ellos a ella, así que los miró girarse apenas escucharon el sonido.
Ron suspiró, como si estuviera aliviado de verla sana y salva, mientras que Harry solo sonrió. Este último fue quien reaccionó y comenzó a caminar hacia ella, se ofreció a tomar su bolso, y aunque ella dijo que no, le dejó su mano rozando su espalda para indicarle el camino.
Se le hizo extraño, ella habría esperado un abrazo.
Cuando llegaron hasta Ron, este tampoco actuó como debía. De hecho, se notó como que el impulso quería abrazarla, pero se detuvo y solo se sentó de nuevo en su lugar. Harry y ella juntos, delante Ron.
Hermione sonrió a ambos, jugando con la tira de su bolso al tiempo que venía el mesero a tomarles la orden. Una vez se fue, ella no supo qué decir.
De alguna manera, parecía como si hubiera un océano lleno de cosas que necesitaba arreglar para ellos.
—¿Cómo está Ginny? —preguntó, solo para comenzar la conversación, algo nerviosa.
Ron frunció un poco el ceño, como si no creyera que ella estuviera preguntando eso y luego compartió una mirada con Harry; pero Hermione no supo interpretar lo que eso significaba.
—Saltémonos las introducciones —dijo Ron, regresando a mirarla—. ¿Podríamos solo...? No lo sé. ¿Saltar a la parte donde nos mentiste durante tantos meses?
Ella bajó la mirada a la mesa al tiempo que sentía cómo la pierna de Harry se movía debajo de la mesa para darle un golpe.
—No seas un asno —le susurró.
—Está bien —atajó ella, dándole su mejor sonrisa a Harry, que de repente volvió a tener esa misma mirada de amor de hermanos de siempre—. Estamos aquí para hablar. Merecen una explicación.
—¿Lo ves? —se quejó Ron con Harry—. Hasta Hermione lo entiende —dijo y luego se cruzó de brazos, recargándose en el sillón.
Lo miró apartar la mirada y ella no pudo evitar sentirse culpable. Desde que eran niños, Ron siempre había tenido mayor influencia en ella. Le importaba todo lo que pensara de ella, lo que creyera o lo que no; por alguna razón, siempre él terminaba teniendo más efecto que Harry.
Ella siempre había buscado su aprobación, de alguna retorcida manera. Harry siempre había sido tan buena persona con ella, siempre la había aceptado en todo... Pero era Ron a quien ella al principio le había costado más ganarse su amistad.
Y desde entonces siempre había sido primero él.
Se quedaron en silencio. No uno incómodo, porque había más gente en el restaurante que llenaba el espacio vacío, pero sí un momento donde ella comprendió que ocultarle las cosas a Harry y Ron realmente había sido un error.
—Sé cómo te sientes —murmuró después de unos minutos, llamando la atención reacia del pelirrojo—. Conozco la sensación de que alguien en que confías con tu vida te oculte algo tan grande, algo tan... —No encontró ninguna palabra más para describirlo, así que calló—. Pero... —añadió luego, acercándose un poco a través de la mesa para hacerle saber lo mucho que se arrepentía—. Debes entender, no hice eso porque quisiera hacerlo, sino porque sentí que debía.
—¿Que debías qué, Hermione?
—Que debía protegerte —musitó, sintiendo un nudo en su garganta cuando la mano de Harry tomó la suya por debajo de la mesa en modo de apoyo—. Acababas de perder a tu hermano, no creía que estuvieras...
—No tomes eso como una excusa, por favor —pidió, y no sonó a reclamo, sino a realmente un favor—. He hecho el esfuerzo por entender tantas cosas de ti, Hermione. Lo hago porque te quiero, pero no tomes de excusa a mi hermano por algo que siempre estuvo en tus manos —dijo y ella volvió a callar, sin saber cómo más pedir perdón. Ron se lamió los labios y la miró a los ojos—. Jamás te mentí a los ojos, no al menos de una manera tan cruel. Pero tú... Hermione, tú me miraste esa Navidad a los ojos y en ningún momento me dijiste que probablemente sería la última que pasaría contigo.
—Ron... —intentó, pero a pesar de que él no la interrumpió, no supo qué decirle.
Miró a Harry, tal vez en busca de apoyo, pero él tenía la cabeza gacha. Aunque aún tomaba su mano.
—Te besé esa noche, Hermione —dijo Ron, atrayendo su atención de nuevo—. No tienes idea de lo feliz que dormí esa noche, pero tú nunca mencionaste que probablemente no habría una segunda vez. Nunca dijiste nada, ese es el problema. Somos tus amigos, ¿no? Habríamos hecho cualquier cosa por ti si nos hubieras dado la oportunidad.
—La maldición empeoró porque yo decidí irme de caza a ir a San Mungo a tomar tratamiento —replicó y eso pareció dejarlo callado unos momentos. Miró a Harry, y esta vez él parecía un poco sorprendido. Ella tragó saliva y volvió a mirar a Ron—. Si les decía y la maldición no se detenía, entonces ustedes creerían que fue su culpa. Los conozco... Te conozco. Jamás se habrían recuperado de ello.
—Al menos habríamos intentado algo —terció Harry.
—¿Y si eso no hubiera funcionado? —preguntó Hermione, mirándolo. Luego se encogió de hombros, aplanando las líneas de sus labios—. Entonces todo habría sido para nada.
—Las cosas no funcionan así, Hermione —murmuró Ron frente a ellos. Había un músculo apretado trabajando en su mandíbula. Nadie habló y luego él la miró—. Pero nunca lo habrías sabido.
Después se puso de pie y se alejó hacia el mirador en la terraza que tenía el restaurante. Ella sintió el nudo en su garganta apretarse todavía más; sin embargo, no lo siguió, solo soltó la mano de Harry y se recargó en el respaldo del sillón con un suspiro cansado.
—Realmente lo siento, Harry —dijo en voz baja, dándole una mirada vacía a la mesa—. Lo último que quería era hacerles daño a ti y a Ron. Pero de igual manera lo hice, y ahora él me odia.
Ella miró de reojo que las comisuras de los labios de Harry se elevaban ligeramente en una sonrisa ladeada.
—Él no te odia —dijo—. Al menos no a ti. Lo que sí odia es no haber podido estar para ti cuando más lo necesitabas. De alguna manera... Se siente culpable de que tuvieras que recurrir a Malfoy en busca de ayuda. Odia no haber podido ayudarte. Y odia... Odia la manera en que ahora se siente abrazarte y no saber si será la última vez solo porque tú decidas ocultarlo.
De repente ella comprendió por qué ninguno la había abrazado al verla.
Estaban asustados de perderla. No creían que el peligro hubiera pasado por completo, y por tanto, no querían sentir cada abrazo como una despedida.
—¿Tú también lo odias? —preguntó, mordiéndose el labio para aguantar el ligero llanto que amenazaba con salir. Lo miró y le sonrió tristemente—. ¿Es por eso que no me abrazaste al entrar?
Él le sonrió de la misma manera.
—No —respondió—. Yo sí quería abrazarte. Pero no lo hice porque creí que necesitarías tiempo para quererlo.
No pudo evitarlo y la primera lágrima silenciosa se resbaló por su mejilla.
—No tienes idea de cuánto quiero ese abrazo ahora, Harry —musitó, y apenas pasó un segundo antes de que su mejor amigo envolviera sus brazos alrededor de ella.
Exhaló temblorosamente y se ocultó en su cuello, abrazándole tanto como sus cortos y delgados brazos le permitieron. Descansó en sus brazos durante unos minutos, solo permitiéndose oler su aroma para hacerse creer que ya nunca más sería «la última vez».
Estuvieron así, solo disfrutando de la compañía del otro hasta que el mesero llegó con su orden para la cena.
Ella miró a Harry mientras el muchacho seguía dejando los platillos alrededor de la mesa. Se mordió el labio inferior y luego miró de reojo la terraza donde Ron se había ido.
—¿Te importaría...? —empezó, pero el azabache negó con la cabeza, sonriéndole.
—No. Anda, ve con él.
Se acercó para darle un beso en la mejilla y luego se puso de pie. Rodeó la hilera de sillones hasta quedar al otro lado del pasillo y respiró hondo antes de avanzar hasta el mirador.
Cuando salió al exterior se encontró abrazándose a sí misma porque, a pesar de que primavera ya había llegado, el viento seguía sintiéndose demasiado frío, y aún más por la noche.
Se ajustó su chaleco y luego avanzó lentamente hacia él. Se hallaba en la esquina del barandal, mirando las luces de la ciudad mientras que anochecía. Y al parecer también estaba fumando.
Ella se acercó en silencio y se quedó a su lado, recargándose también en el barandal. Miró las luces junto a él.
—La cena está lista —dijo como la primera cosa que se le vino a la cabeza. Él no respondió al principio, así que ella lo miró de reojo, pero luego su voz sonó en medio de la noche:
—Bien. Ahora entro.
Pero Hermione no se fue.
—No sabía que fumabas —dijo en cambio.
Ron sonrió con la boca cerrada y luego la miró.
—Sí, y supongo que nunca lo hubieras sabido —replicó. Ella apartó la mirada tan pronto como pudo y se quedó en silencio, sin saber qué responder. Sin embargo, Ron pareció darse cuenta de que la había liado y suspiró, tallándose la sien—. No, oye, disculpa, no debí haber dicho eso.
—Está bien —atajó ella de nuevo, regalándole una sonrisa incómoda—. Tienes razón, yo... Nunca lo hubiera sabido.
—No quise decir eso...
—Está bien —repitió, y él calló.
Hermione no lo miró, solo se quedó apreciando la vista que le regalaba el mundo muggle por las noches. La manera en que todas las farolas se encendían para otorgar ese toque mágico que ella creía era necesario. No había estrellas, pero por primera vez en mucho tiempo ella se dio cuenta de lo mucho que deseaba ver algunas.
—Ven aquí —le dijo Ron de repente con un suspiro, y ella tampoco se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba un abrazo suyo hasta que él la atrajo a su cuerpo con ternura. Ella rodeó su cuerpo con sus brazos y él la apegó al suyo, dejando una mano sobre su cabeza como si ya jamás quisiera soltarla—. Realmente lo siento. Estoy siendo impulsivo.
Ella tardó varios segundos en responder. Pero no porque no quisiera hacerlo, sino porque disfrutar de un abrazo de Ron Weasley probablemente sería siempre una de sus cosas favoritas en todo el mundo.
—Tienes derecho a estarlo —murmuró contra su pecho, suspirando—. Puedes estar molesto conmigo si eso te hace sentir mejor.
—No me hace sentir mejor. No quiero estar molesto contigo, en realidad yo...
—Tampoco estés molesto contigo mismo —dijo, y eso lo hizo callar. Hermione suspiró y luego se separó de él unos centímetros para mirarlo a los ojos—. No te culpes por nada de lo que pasó, por favor. Fue mi culpa y solo mía.
—Debí estar ahí para ti —dijo en voz baja, casi parecía que se lo decía más a él mismo que a ella—. Estabas pasando por un terrible momento y yo no estuve para ti incluso cuando tú estuviste en mis peores... Cuando te miré aquel día entrando a nuestro compartimiento en el tren, jamás imaginé que te convertirías en la persona más importante de mi vida. Se suponía que no debía importarme lo que te pasara pero... Ahora, de solo pensar que algo malo te suceda, me hace sentir enfermo.
Ella tragó saliva para aliviar el nudo que de nuevo parecía querer formarse en su garganta. Había olvidado que este pelirrojo era el chico del que había estado enamorada desde primer grado.
—Yo lo decidí así —dijo con un hilo de voz. Carraspeó y luego le sonrió—. Pero sé que tú hubieras estado ahí si te lo hubiera dicho. Sé que habrías sido el primero. Es solo que... No quería que desperdiciaras tu vida conmigo.
Él la miró directamente a los ojos. Luego alzó una mano y la descansó con delicadeza sobre su mejilla antes de limpiar el rastro de la lágrima seca que había tenido antes.
Después sonrió tristemente.
—Tú eres mi vida, Hermione.
Ella se mantuvo congelada en su lugar, de repente como si estuviera bajón algún tipo de hechizo. Se perdió en lo azul que eran sus ojos y ni siquiera notó cuando la mano en su mejilla se movía con cuidado hacia atrás hasta descansar en su nuca; pero sí comenzó a notar cómo él se acercaba hacia ella.
Y entonces reaccionó.
—Ron...
Él parpadeó y por fin la miró de verdad, como si apenas se estuviera dando cuenta de lo que estaba por hacer. Miró sus labios una vez más y luego le dio una sonrisa de boca cerrada, bajando su mano de su nuca y alejándose unos centímetros más de ella hasta que dejó un espacio decente entre ellos.
—Lo siento —dijo.
—Yo lo siento —masculló Hermione, de repente incapaz de mirarlo a los ojos—. Debí haberlo mencionado antes. Lo de...
—Malfoy, lo sé —contestó él. Entrecerró los ojos y también apartó la mirada hacia las luces de la ciudad, metiéndose las manos en los bolsillos de sus jeans.
Ella lo miró, tratando de adivinar lo que pasaba por su mente.
—Sé lo que piensas de él —dijo entonces, como si lo creyera necesario y Ron se giró a mirarla—. Sé lo que todos piensan de él, pero... Ha cambiado. Es diferente conmigo. Me quiere y estuvo conmigo cuando más lo necesité.
—Entiendo, Hermione —dijo y sonrió de lado, casi nostálgico—. No hace falta que te expliques. Sé que no te enamorarías de un idiota si no valiera la pena. Lo hiciste conmigo alguna vez, seguro que podía pasar de nuevo. Es solo que... No puedo evitar preguntarme que, si yo hubiera estado contigo, sería yo de quien hablaras así.
Hermione parpadeó, atónita.
—Siempre te voy a querer —murmuró finalmente.
Ron sonrió y asintió.
—Lo sé —replicó—. Pero, bueno... Él te salvó. Supongo que eso hizo que ahora lo odie un poco menos —añadió y ambos rieron ante ello—. Quiero decir, se ganó un poco de mi respeto por eso. No sé si yo hubiera podido hacer lo mismo con esa revolución de los núcleos, creo que... De alguna manera, estaban destinados a ser solo tú y él; de otra forma no habrías...
Ella perdió el hilo de la conversación, solo sonriéndole mientras veía el brillo volver a sus ojos poco a poco.
Había imaginado una vida con Ron desde que era una niña. Había imaginado que al salir de Hogwarts se casarían y tendrían una hermosa fiesta de bodas donde Harry y Ginny serían el padrino y la madrina. Había imaginado que tendrían hijos a los cuales mandarían al colegio y que tendrían una larga vida y muy feliz. Luego había imaginado que envejecerían juntos y que, por último, morirían.
Y ella habia creído que eso era muy bello.
La diferencia era que con Draco no se imaginaba una vida. Ninguna, en realidad.
Con él...
Con él se imaginaba una eternidad.
Miraba a Ron hablar, tal vez diciéndole que debían regresar adentro antes de que la cena se enfriara, pero ella se perdió en sus pensamientos mientras se preguntaba dónde estaría Draco en esos momentos, qué estaría haciendo y si la estaría pasando bien con su padre rondando por la mansión.
De repente comenzó a darse cuenta de lo lejos que estaban, porque a pesar de que estaban en la misma ciudad, era casi de punta a punta. Por alguna razón, solo hasta ese momento notó todo el tiempo que habían estado separados. La distancia...
Sintió una mano en su espalda que apenas le dio el tacto y luego sus pies ya estaban avanzando hacia adentro del restaurante.
Comenzó a sentir un ligero mareo.
Luego el indicio de un dolor escondido en su pecho.
Y por último unas punzadas lentas pero agresivas a su cabeza.
Se detuvo en seco y tomó la muñeca de Ron, apretándola un poco para llamar su atención.
Él la miró inmediatamente.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
Quiso hablar, pero pronto se dio cuenta que su garganta raspaba. Tragó saliva para aliviar el dolor y luego lo intentó de nuevo.
—No... Yo... No me siento bien.
Eso fue todo lo que él necesitó para saber qué hacer. La ayudó a caminar hacia una banca de madera que estaba cerca de ellos. La sentó y le sostuvo la cara con cuidado antes de decir que la esperara y luego desapareció de su vista.
Ella cerró los ojos, haciéndose creer que todo estaba en su imaginación y que no tenía ningún malestar.
Pero el simple trauma y recuerdo fue lo que la venció.
Comenzó a hiperventilar de solo pensarlo y alzó la mirada al cielo. No supo si fue su imaginación, pero ahora habían estrellas en el cielo, y unas tal vez parecían formar la constelación Lyra.
Se concentró en eso mientras presionaba su pecho con una mano, y luego Ron y Harry estaban delante de ella con la expresiones más genuinamente preocupadas.
—San Mungo. Charles —murmuró Hermione, odiándose por ello.
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—Debería volver —dijo Draco entre dientes, mirando casi con súplica a Narcissa mientras su abuela llamaba a los elfos domésticos para que trajeran té—. Debería estar en casa, no fuera de la ciudad...
Su madre le sonrió tranquilamente.
—Draco, has estado solo media hora fuera de Londres. La señorita Granger está con sus amigos, te aseguro que la cuidarán bien si no estás unas horas.
—El problema es que sí quiero estar con ella, madre.
Narcissa movió la silla hasta quedar más cerca de la de él, tomó su mano y lo miró con ese cariño de madre que lo había mirado aquella Navidad.
—No te he visto estas últimas semanas. Y comprendo que quieres estar con ella después de todo lo que pasó, pero debes aprender a superarlo. Si tú lo haces, tal vez ella lo haga porque mirará seguridad en ti. De otra forma, verte tan preocupado le hará recordar que te lastimó —dijo. Dio un ligero apretón a su mano y luego añadió—: Confía en mí, sé cómo funciona la mente de nosotras las mujeres.
Draco iba a responder algo, pero fue esta vez su abuela, Druella Black, quien lo interrumpió:
—¿Sales con alguien, Draco?
Él se giró a mirarla y le dio una sonrisa de boca cerrada, incómodo, pero no respondió.
No porque tuviera vergüenza, eso le importaba en lo más mínimo. Pero ahora no tenía tiempo ni ánimos de dar explicaciones o recibir sermones. Draco había recibido tantos por parte de sí mismo antes de aceptar que se había enamorado de Granger, una nacida de muggles; no necesitaba otro más por parte de Druella Black.
—¿Hmm? —inquirió la mujer cuando miró que se quedaba callado.
Draco abrió la boca para responder, cualquier cosa, pero su madre se le adelantó:
—Sí —dijo, sonriéndole a Druella—. Es una muchacha muy linda. De seguro la amarías si la conocieras. Verás que... tiene algo diferente a nuestra clase pero... —miró a Draco y le sonrió— vale la pena.
Se quedó mirando a su madre. Nunca se había referido a Granger —incluso anónimamente— de esa manera, como si de repente la aceptara y dejara todos sus prejuicios de lado. Solo por él.
Draco sabía que para ella era más difícil. Sobre todo cuando su hermana Andrómeda dejó a su familia por ese nacido de muggles, Ted; desde ese entonces para su madre todo con respecto a la pureza de la sangre era muy delicado.
Probablemente con su padre sería más batalla el aceptarlo, pero con su madre sería silencioso, y por tanto, más difícil.
Escuchó la silla de Druella moverse en su lugar cuando llegaron los elfos con el té, pero apenas quiso volver a hablar, un resplandor de luz iluminó la sala de estar donde estaban. Se transformó en un ciervo de luz blanca y luego soltó las palabras que le aceleraron los latidos:
—Está mal. San Mungo. Ahora.
Era la voz de Potter.
Y sin embargo, fue solo una mirada lo que él necesitó por parte de su madre antes de tomar su varita y correr hasta la sala de las chimeneas. Tomó polvos flu y luego dijo con firmeza el nombre del hospital mágico al tiempo que veía las llamas color esmeralda moverse alrededor suyo hasta tragárselo por completo.
Apenas miró la recepción al llegar, corrió sin pensarlo.
Y se sintió como semanas antes lo había hecho cuando le hicieron creer que estaba muerta.
Era igual de terrible. Lo hacía sentir enfermo, débil y vulnerable ante cualquier cosa referente a ella.
No hizo falta preguntar a qué habitación debía ir, solo encontró la sala de espera donde antes había estado ella —dándose cuenta, cuando llegó a ella, que esta estaba vacía— y luego fue hasta la puerta.
Apenas puso una mano sobre la perilla, esta se abrió bruscamente y Charles se asomó por ella con expresión de alivio.
—Gracias a Merlín —dijo, y pareció que por fin podía respirar. Draco se adentró con rapidez a la habitación y apenas notó que Potter y Weasley también estaban ahí porque él solo miró a Granger dormida en la camilla—. ¿Podrías abrazarla? —preguntó el medimago, y él se giró, completamente confundido.
—¿Qué?
—Necesito confirmar mi teoría. Está teniendo pesadillas que alteran su pulso cardíaco ahora mismo —informó y luego repitió—: ¿Podrías abrazarla?
Draco lo miró como si estuviera loco, pero aún así no perdió tiempo en acercarse a ella. Se sentó con cuidado en la orilla de la camilla y luego acomodó un rizo detrás de su oreja. La tomó de la nuca y de la espalda y luego la levantó con cuidado, acurrucándola contra su cuerpo como solía hacer cada vez que terminaban de hacer el amor.
No supo si fue su imaginación o si realmente sucedió, pero creyó haber visto que el cuerpo inconsciente de Granger se ajustaba al suyo para estar cómoda.
Él miró a Charles en busca de respuestas.
—¿Y ahora? —exigió, pero el medimago lo ignoró. Este solo sacó su varita y arrojó los mismos diagnósticos mágicos que tanto ahora Draco odiaba. Estuvo como cinco minutos moviéndolos de un lado a otro hasta que él se desesperó—. ¿Va a estar bien o no? —masculló con desesperación.
El medimago parpadeó, dando un movimiento a su varita para que todos los diagnósticos desaparecieran uno por uno.
No dijo nada, pero fue Weasley quien habló. Este se hallaba a lado de una máquina a la que Draco jamás había visto en su vida.
—Su ritmo cardíaco es normal de nuevo —murmuró, pero fue más para sí mismo que para los demás.
—Claro que sí —dijo Charles, suspirando. Pero no fue un suspiro normal, fue uno muy, muy cansado. Se talló el puente de la nariz con los ojos cerrados y luego los miró—. Tenemos que hablar —dijo—. Dejemos a Hermione descansar.
Draco la abrazó más hacia sí mismo, mirándolos con rabia.
—Son tontos si creen que voy a dejarla sola —siseó cruelmente—. Solo estuvo una hora con ustedes dos y mírenla ahora...
—Malfoy, seguro querrás escuchar lo que voy a decir —interrumpió Charles antes de que pudiera terminar de decir nada más. Al ver que Draco no parecía querer separarse de ella, añadió en un tono más tranquilo—: Ella no se irá de ahí. Necesita descansar, estará aquí para cuando volvamos.
Él pasó su mirada entre ellos y luego en ella; tan tranquila ahora durmiendo, delicada y hermosa como todas las noches... Frágil.
Acarició su mejilla con cierto rencor y luego la dejó con cuidado de regreso a la camilla, asegurándose de que estuviera cómoda antes de regresar a esa expresión rabiosa y seguir a Potter y Weasley fuera, Charles siguiéndolos.
No fueron muy lejos. La oficina de Charles estaba a unos pocos pasillos más, pero él resintió la distancia. El medimago cerró la puerta apenas entró y se giró a ellos con una expresión derrotada.
Lo soltó sin rodeos:
—El núcleo de Hermione está prácticamente unido al de Malfoy después del ritual que se hizo —dijo y miró a Draco directo a los ojos—. Mientras ella te sienta cerca, estará bien y no habrá ninguna maldición tomando control sobre ella. Pero apenas se de cuenta, con que sean unos segundos, de que están lejos, no habrá nada qué hacer.
Todos guardaron silencio.
Al menos hasta que Draco se llenó de rabia.
—¿No habías dicho que la puta maldición se había ido? —chilló entre dientes, haciendo sus manos unos puños y avanzando hacia él sin pensarlo, de no ser porque Potter lo jaló del brazo hacia atrás con rapidez.
—Es lo que creí —se excusó, impasible—. Estuve horas haciendo diagnósticos y no encontré ningún rastro de ella. Pero ahora lo entiendo, y es porque tú estuviste con Hermione en todo momento, jamás te separaste de su lado. Por eso parecía haberse ido. Antes de que llegaras, los diagnósticos estaban volviendo a ser como antes del ritual, pero apenas ella sintió que estabas a su lado, todo se fue.
—¿Cómo pudo haberlo sentido? —preguntó Weasley—. Ella estaba dormida. ¿Cómo pudo haberse dado cuenta que estaba con ella?
Charles miró a Draco.
—Ella te siente —le dijo—. Incluso cuando está inconsciente, siente tu presencia, de alguna manera.
Silencio de nuevo.
Él no tenía idea de qué pensar o cómo reaccionar. ¿Se suponía que debía haber una reacción?
—¿Qué significa esto entonces? —preguntó Potter, mirando al medimago.
Este suspiró.
—Que mientras no encontremos una cura rápido, Hermione y Malfoy están destinados a estar tan cerca el uno del otro como sea posible.
Draco por fin encontró algo para decir. Se sintió egoísta al darse cuenta de la calidez en su pecho.
—No veo problema en ello.
Escuchó una risilla tonta de Weasley, no una graciosa, sino una burla; como aquella en primer grado cuando se había burlado de su apellido. Él lo miró mortalmente y le entrecerró los ojos.
Casi gruñó al preguntar:
—¿Qué es lo gracioso de esta situación?
Wealsey no se inmutó.
—Que crees que Hermione va a aceptar esto. No se dejará a sí misma ser una carga para ti. Rechazará el vínculo, ¿y no había dicho Charles que, mientras ella no lo acepte, este no funciona?
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