Morir por amor

Sólo estudiamos juntos todas las tardes.

McGonagall la asignó como mi tutora; fue una de sus condiciones para permitirme volver.

Puedo tolerarla, ahora es menos insoportable.

No hay nada.

Tampoco lo habrá.

Esas eran apenas unas pocas de las frases que Draco estaba obligado a repetir una y otra vez a sus amigos cuando le preguntaban sobre Granger desde que esta había tenido la brillantísima idea de acercarse a él en medio del Gran Comedor.

Pansy le había hecho un interrogatorio muy profundo luego de haberse enterado. Era uno de esos a los que Theo tenía miedo; porque ella siempre encontraba la manera de destruir con tantas preguntas y al final hallaba lo que estaba buscando. Se tenía que ser demasiado astuto (aún por encima del rango Slytherin) para ganarle.

Draco estaba acostumbrado. Cuando ellos se acostaban y Pansy quería enterarse de algo, le hacía preguntas mientras estaban en el acto o le daba cualquier otro tipo de placer. Era fácil ceder a ella cuando su mente estaba hecha jirones por tratar de mantenerse cuerdo en ambas cosas.

Así que con el tiempo fue encontrando la manera de estar a la par con sus interrogatorios. Él se las arregló para que ella no lo relacionara con Granger de cualquier otra manera que no fuera educativa y obligatoriamente.

Theo fue fácil de convencer, pero difícil de mantener con la boca cerrada.

—Draco está liado con su pesadilla de pelo tupido —canturreaba cada vez que tenía tiempo.

Por más que él lo intentaba maldecir para que dejara de cantar esa horrible cosa, igual encontraba la manera de regresarle la jugada. Ya sea tarareando, golpeando el ritmo en la mesa, o pagándole a un primer año para que la cantara, sabiendo que Draco no podría ni tocarlos.

Blaise, en cambio, fue el más civilizado de los tres. Nunca mencionó nada, pero algunas veces lo encontraba mirándolo fijamente, como si lo estuviera estudiando para descubrir la verdad.

Como si supiera que Draco les había mentido.

Eso lo inquietó los primeros días, pero luego decidió que, mientras ninguno dijera nada, estaría bien.

Entonces había comenzando a acompañar a Granger por los pasillos.

Varios Slytherin habían sido intercambiados de horarios desde que inició el curso por órdenes de un programa de McGonagall para integrarlos al colegio de nuevo (una jodida mierda, seguían odiándolos de igual manera). Así que Draco rara vez tenía clases con sus amigos; por tanto, se la pasaba solo.

Meses antes habría dicho que tenía una jodida estúpida mala suerte porque sus clases seguían coincidiendo con Granger. Pero parecía ser lo único tolerable.

Odiaba que vez que estaba en clase y veía a todos sus compañeros tan malditamente alegres y con esas actitudes como si nada malo hubiera pasado jamás. Todos ellos lo hacían querer lanzarse al suelo y quedar inconsciente para no volverlos a ver. Sonaba incluso ridículo, pero había veces donde él salía con dolor de cabeza por tener tanto sonido y rostro alegre por todas partes.

De alguna manera, caminar a lado de alguien que no hablaba, ni se mostraba hipócritamente alegre o fingía que todo seguía perfecto, fue lo que más lo relajó durante esos pocos días. Ni siquiera el que ese alguien fuera Granger lo hizo descontrolarse; porque de alguna manera, caminar con ella se sentía bien.

La primera vez que se acercó a ella, había salido de su aula y la miró caminar justo a unos metros lejos. Entonces él había recordado que tenían la misma clase juntos y, lentamente, encontró la manera de llegar a su lado.

Granger sólo se giró a mirarlo. Luego asintió.

No sonrió. No habló.

Sólo caminaron.

Y eso tuvo bien para él.

Desde ese día había caminado con ella. Granger en ningún momento se notó incómoda de tenerlo tan cerca y frente a tantas personas; al contrario, parecía orgullosa y feroz cada vez que alguien los miraba juntos. Como si tuviera un letrero en la cara que dijera que no debía acercarse nadie.

Draco trató de no pensar en el doble sentido de eso.

Trató de no pensar que, de alguna manera, estar a su lado era como una especie de protección.

Trató de no pensar en lo bien que se sentía su compañía.

Trató de no pensar en el movimiento de sus rizos saltarines cada vez que daban vuelta en un pasillo.

Trató de no pensar en su caminar, que era delicado y tosco al mismo tiempo.

Trató de no pensar. Sólo caminó a su lado.

Draco sabía que después de haber eliminado las reglas en aquel día las cosas iban a cambiar, pero no sabía si para bien o para mal y tampoco imaginó que fuera tan drásticamente.

Porque estar tan cómodamente junto a Hermione Granger no era algo que alguna vez se hubiera imaginado que sucedería. De alguna forma, esa morena se había convertido en la única persona que podía tolerar.

Sus tardes en la habitación habían dejado de ser en ese silencio tenso e idiota que había estado durante los primeros meses. Compartían ideas e hipótesis, debatían y luego llegaban a conclusiones. Leían mucho.

Todo el tiempo en silencio, y Draco nunca creyó que se permitiría leer tan tranquilamente en la presencia de nadie. Siempre había sido de los que preferían estudiar alejados de todos, porque le estresaba las ridículas cosas que hacían los demás y odiaba que nunca aportaran nada. Con Granger, en cambio, ni siquiera parecía que la tenía ahí, y sin embargo, estaba ahí.

Por Merlín, con decir que ya ni siquiera le daba horror preguntarle algo porque sabía que ella no se burlaría de él.

No era que él le regresara complemente el favor. Discutían varias veces, pero Draco lo hacía más por diversión que por cualquier otra cosa. Y sabía que era infantil; pero a veces lo creía necesario cuando la notaba al borde de un ataque de estrés. Cada vez que Granger estaba cerca de eso, ella apretaba sus puños hasta que se volvían casi pálidos y su mandíbula se apretaba con tanta firmeza que hasta a él le dolía. Entonces siempre lograba llamar su atención de una manera tonta que continuaba una discusión.

Era la única forma de distraerla.

Por supuesto que no siempre salió como Draco esperaba; a veces ella venía de un humor de perros y le regresaba la discusión con tanto fervor como él, llegando a molestarse ambos. Pero nunca la insultó con la palabra con S; para los dos parecía prohibida.

Un día fue demasiado para ella y le gritó que se callara porque había estado haciendo mucho ruido. Él no lo comprendió, en realidad, pero ese día Granger había llegado tan pálida que parecía un fantasma y sus ojos estaban tan tensos que Draco pensó que una discusión la relajaría.

Sin embargo, estuvo equivocado. Porque no hubo pelea de su parte ni tampoco miradas asesinas: sólo un fuerte golpe a la mesa. Entonces él se había quedado en silencio y pronto la vio salir del lugar con una expresión casi furiosa.

Draco no lo volvió a hacer. Granger era tan conflictiva como él cuando se trataba de humor.

Pero desde ese día comenzó a mirarla con atención cada vez que ella estaba perdida en la lectura. Sólo tratando de descubrir qué era lo que tanto la estaba acorralando para portarse como —de nuevo— una perra. Y sí, él sabía que el insulto ya estaba demasiado usado por su parte, y también sabía que estaba mal describirla así, pero no encontró otra palabra que la definiera mejor.

Entonces la observó cada tarde. Observó sus movimientos, sus hábitos, sus gustos, su manera más cómoda en la silla, sus libros favoritos, su odio por los sonidos estresantes como los de la punta de un bolígrafo. Él la estudió.

Y se odió porque no encontró lo que estaba buscando. Aunque tampoco era como que supiera qué era esa cosa o respuesta que buscaba. Pero se frustraba cada vez que no hallaba sentido a ninguna de sus facetas. Granger podía llegar un día muy amable y generosa u otras veces podía llegar con un humor de perros donde no quería cruzarse con nadie. También a veces llegaba muy callada.

Draco nunca entendió por más que la estudió durante semanas. Él se prometía dejar de pensar en su enigma una vez que saliera de esa habitación, pero era imposible porque sus pensamientos siempre volvían a ella de alguna manera u otra; incluso los fines de semana.

La estudió arduamente, y le salió el tiro por detrás cuando, después de tanto tiempo de intentar descubrirla, su corazón comenzó a latir cálidamente.

Ella sólo leía, y sin embargo, a Draco le parecía la mejor vista.

Todo se destruyó desde aquel día en el Lago Negro, porque ahora por alguna razón él la encontraba diferente; como si, en vez de descubrir las respuestas a sus preguntas, descubriera esa chica de melena espesa que tanto se había obligado a ignorar.

La atención lo terminó matando, porque llegó el momento donde no pudo dejar de verla.

Tantas jodidas cosas habían pasado en apenas menos de mes y medio, y él no tenía idea de cómo fue así.

Granger le mintió varias veces. Él podía verlo en sus ojos, pero nunca pudo adivinar en cuál de sus tantas veces fue así. Al parecer, Draco fue demasiado idiota la noche de la enfermería cuando le enseñó a mentir, porque no pensó que la chica que tenía delante era Hermione jodida Granger y también la bruja más inteligente de su generación; y por tanto, no pensó que sería la persona más rápida en aprender a mentir.

Draco quiso golpearle en la cabeza a su yo del pasado por haberlo hecho porque ahora era muy difícil captar cuándo le estaba mintiendo y cuándo no. Él sabía que ella lo hacía, pero ya no podía diferenciarla.

Desgraciadamente, su intento de entender cuándo le mentía no lo distrajo lo suficiente de ella. Porque siempre buscó la manera de ayudarla, si es que podía llamarse así.

Cuando su madre le envió una carta diciéndole que los libros que había pedido ya estaban listos, él pidió que se los trajeran de inmediato. Estuvieron en Hogwarts para la noche siguiente, un sábado; pero Draco sabía perfectamente que Granger era una lectora compulsiva y que ella estaría ahí incluso siendo tan tarde.

Así que no le sorprendió cuándo entró y la miró sentada en su escritorio. Él le dejó los libros encima de su escritorio y, cuando vio sus ojos brillar al mirar cada lomo, se sintió extrañamente bien.

Ella había dicho que no podía tocarlos, y entonces él odió con toda su alma sus anteriores creencias. Por un pequeño instante.

—Gracias, Draco.

Eso había dicho. Y nunca imaginó que su corazón latiera con rudeza por que alguien mencionara su nombre de pila con tanta naturalidad. Mucho menos imaginó que esa persona sería Granger.

Tal vez eso fue lo que lo animó a preguntarle si quería que se quedara a investigar con ella, pero cuando la morena se negó, diciéndole que no tenía la obligación, la magia se terminó.

Porque era cierto: no tenia ninguna obligación de quedarse. Los fines de semana eran suyos y Granger no debía quitarle eso.

Se sintió terriblemente incómodo, así él sólo murmuró un adiós y salió a trompicones de la habitación.

Esa semana fue ella quien lo estuvo mirando a él, y fue un jodido infierno. Porque había dos cosas que lo molestaban: uno, ella no sabía disimular para nada y constantemente sentía su mirada sobre él; y dos, ahora él no podía mirarla mientras estaba leyendo.

Todo cambió aún más drásticamente cuando escuchó su caminado hacia él aquel día en el Gran Comedor: ella eligiendo el maldito día donde había más gente.

Draco se sintió aterrado. Todos los estaban mirando y él captó varias miradas asesinas en el transcurso, amenazando con que ni siquiera se pudiera de pie o se atreviera a tocarle un pelo porque sino tendría a una centena de varitas apuntándole la garganta.

Pero fuera de eso, él se sintió más aterrado por ella. Porque filtrar la extraña pseudo-relación que tenían frente a todos podría significar que sus tardes se destrozarían y Draco no sabía si estaba preparado para no estar más en su presencia.

Pero Granger sólo había pedido que fuera a la lechucería con él.

Draco trató de convencerla de que era mala idea, pero cuando ella lo miró con casi unos ojos suplicantes y cuando mencionó «Por favor, Draco», supo que en realidad no había manera de decirle que no.

Él sabía que se condenaría a sí mismo frente a todos por aceptar, pero ella se miraba tan afligida y luego cuando aceptó y sus ojos se llenaron de alivio, lo demás quedó olvidado.

Cuando salieron del Gran Comedor y él captó el grupo de Dawlish, no pudo evitar tensar todo su cuerpo. Pero aún así miró a aquellos idiotas con unos ojos tan duros mientras se encontraba con Granger y la miró, esperando que no los notara; pero ella parecía mirarlos como si los hubiera estado esperando.

Y entonces entendió todo.

La detuvo tres pasillos después, despidiéndola y diciéndole que no necesitaba protegerlo.

Pero entonces...

—No espero que hagas nada. Yo sólo te pedí que me acompañaras a la lechucería.

Estaba mintiendo, esta vez sí pudo saberlo porque ella ni siquiera se molestó en ocultarlo en sus ojos.

Pero se sintió bien. Por primera vez en su jodida vida, Draco aceptó la ayuda de alguien. Porque era mejor estar con Granger en cualquier parte del castillo que debajo de los golpes de esos idiotas.

No le agradeció y, en cambio, la acompañó a la lechucería.

Fue desde ahí donde comenzaron sus silenciosas y cómodas caminatas entre clases.

Draco no supo cómo, pero esas caminatas se convirtieron en lo único soportable del día y en lo único por lo que esperaba.

Así que cuando la miró llegar toda perdida hasta él, un extraño estrujado y temblor lo recorrió.

—¿Granger, estás bien? —Había preguntado, pero eso apenas la logró sacar de su ensoñación sólo para ver que ella estaba demasiado vulnerable—. Estás... Estás pálida.

Pero Granger no respondió. Draco miró detrás de ella y, por el amor de Merlín, él de verdad quiso matar a Dawlish en ese momento.

Había arruinado su tranquilidad y muchas partes de su cuerpo y rostro, pero estaba de más que intentara arruinar a Granger también, así que él se acercó con la verdadera intención de maldecirlo hasta que le gritara piedad y no le importó que todos lo vieran.

De no haber sido por Granger, por supuesto.

Siempre ella.

Y su simple presencia le impedía hacer cualquier cosa que tuviera en mente. Si Dawlish ya la había envenenado, se vería peor Draco si probaba que era verdad. Así que se obligó a mantenerse tranquilo y se alejó junto a ella.

Pero Granger estaba mortalmente callada, y no era ese cómodo silencio al que se había acostumbrado.

Cuando entraron a la Sala de los Menesteres, y ella le preguntó sobre la mejor amiga de Anthony Goldstein, todo se derrumbó consigo; porque entendió por qué ella tenía esa mirada triste en sus ojos y por qué había estado tan pálida antes.

Entendió todo y entonces él quiso desaparecer de ahí. Se había prometido nunca más pensar en la chica Jones, y también se juró que jamás se lo contaría a nadie, pero con Granger todo siempre parecía ser una excepción.

Experimentó de todo en menos de diez minutos, desde decepción, al ver que ella parecía creerle las palabras a Dawlish, hasta furia, cuando recordó todo lo que le pasó a la chica Jones sólo porque él no tuvo el coraje para matarla.

Habría sido más rápido y menos doloroso: eso se estuvo repitiendo durante meses hasta que casi se suicidó.

Pero ni siquiera eso pudo lograrlo.

Casi lloró delante de ella, pero se obligó a no hacerlo y, en vez de eso, bajó la mirada y jugó con las paredes de oclumancia para mantener sus emociones a la raya. Aún con eso no se atrevió a mirarla; si algo de verdad no podría superar, sería una mirada aterrorizada de Granger dirigida hacia él y por él.

Todo estaba siendo demasiado para Draco, se había desahogado y se preparó mentalmente para perder el extraño compañerismo que tenía con ella, planteándose que ahora todo estaba arruinado, hasta que...

—No hay pruebas, y yo te creo. Perdón por preguntártelo, pero no quería asumir las cosas que Dawlish dijo, antes de saberlo por ti.

Él levantó la cabeza sólo para reconocer que había sido ella quien lo había dicho. Por supuesto que lo fue, pues era la única que estaba ahí con él. Pero fue una frase tan natural y confiada, que por un momento Draco creyó que había venido de su imaginación.

La miró fijamente, y entonces sus pies comenzaron a moverse por instinto hacia ella, apenas logrando obligarse a detenerse a un pie de distancia. Luego la observó detenidamente, preguntándose por qué, de entre todas las personas del mundo, tenía que ser Hermione Granger quien estuviera las veinticuatro horas del día haciendo un nido de problemas sin resolver en su cabeza. Y entonces le dijo lo que tanto estaba atascado en su garganta.

—Pregunta. Siempre, tú sólo hazlo. Te diré todo lo que quieras saber.

Porque por alguna jodida razón en un jodido mundo, ahora su opinión era la única que le importaba.

Y sí, eso era aún más jodido.

—No hace falta. Yo... Confío en ti.

Todo se derrumbó.

Absolutamente todo.

Si Draco antes había creído que aferrarse a su yo de antes era lo único que quedaba para mantenerse cuerdo en un mundo donde era el repudiado, entonces eso se fue al carajo.

Si antes había creído que los pilares de creencias con los que había sido criado, eran al menos un poco verdaderos y certeros, también eso se fue al carajo.

Si alguna vez había dicho a todos que fijarse en un hijo de muggles era una completa deshonra al nombre de mago, entonces eso también.

Si antes había deseado que esta bruja muriera por un monstruo encerrado en una cámara secreta, entonces eso se fue doblemente al carajo.

Si antes se había creído loco por comenzar a creer que Hermione Granger era una rosa en un cementerio, entonces todos y todo en el mundo estaban escondidos y derrumbados por un carajo.

Pero no importó.

Porque ella confiaba en él.

Y eso era todo lo que Draco necesitaba.

Granger lo estaba volviendo malditamente loco (y no sabía si de la manera buena o mala), tanto que ni siquiera notó que él mismo había ordenado a la Sala una razón para besarla.

Pero cuando Draco escuchó ese conocido sonido del muérdago surgir encima de ellos, supo que la idea había venido de su mente y no de la de ella, porque la morena apenas sabía qué estaba pasando cuando levantó la cabeza para mirar.

Y entonces él tuvo una vista de sus brillantes ojos marrones estando tan conflictivos como los suyos.

Draco sólo esperaba que ella estuviera en una revolución mental igual que él, porque de no ser así sería muy injusto.

Granger había bajado la mirada y lo observó, casi congelada.

Él recuperó su esencia, si ya había perdido la maldita cabeza, al menos no eso. Se enderezó y lentamente le sonrió de lado.

—No vas a dejar pasar una costumbre navideña, ¿verdad, Granger?

Entonces él la besó.

Y se sintió como ascender del infierno al paraíso.

Fue la mejor sensación que había tenido en años, donde todo a su alrededor se había quemado en llamas de Fuego Maldito hasta dejar nada más que cenizas. Pero de alguna manera Granger logró sentirse como esa chispa extraña y ridículamente sentimental que le hacía falta.

Porque, oh, que se joda Salazar, besarla fue una adicción.

Pero era él. No Potter. No Weasley. No Krum. No nadie.

Él.

Y no podía describir el cielo en el que se encontraba. Porque Draco estaba tan solo, tan destruído y acabado por todo, que lo único que lo mantenía de pie era esa persona que lo trataba como si nunca hubiera hecho nada malo, como si nada hubiera sido su culpa, como si no mereciera las miradas de odio que todos le daban.

Ella confiaba en él.

Antes se había creído loco, de verdad que sí.

Si la miraba en la habitación era porque se engañaba en que sólo lo hacía para descubrir toda su farsa, y no porque realmente disfrutaba mirar sus movimientos y sus expresiones cuando estaba distraída.

Si la defendía de cualquier persona era porque se engañaba de que siempre había sido protector con todas las personas que, de alguna manera, influían de manera positiva en su vida para ayudarlo a él, y no porque realmente no quería que nadie la tocara para dañarla.

Si la acompañaba en esas caminatas era porque se engañaba en que era lo único tolerable que existía en su día a día y no porque era lo único que lo despertaba por las mañanas, siendo un momento a solas con ella; sin libros ni hipótesis.

Si le formaba discusiones era porque se engañaba en que era divertido hacerlo y no porque odiaba ver cuando sus puños se ponían pálidos por el estrés que le causaba la investigación.

Si constantemente se encontraba a sí mismo mirando sus labios era porque se engañaba de que tenían algo extraño en su textura a diferencia de cualquier otros labios y eso era una pregunta más a todas las que tenía, y no porque pensaba que eran suaves y lindos.

Y resultaron ser exactamente como los imaginaba.

Oh, sí, Draco estaba maldimente loco. Si su yo del pasado pudiera ver en lo que esa bruja idiota lo convertiría, estaría completamente aterrado. Y su yo del presente fue igual.

Pero en estos momentos no. Porque ella había dicho que confiaba en él y también le estaba regresando el beso, y eso fue todo lo que importó.

No había nada ni nadie más. Sólo ellos y con eso fue suficiente.

Sus labios y sus lenguas jugaban entre sí como si hubieran estado hechos para encajar a la perfección. Y eso sonaba tan ridículamente cursi que podría vomitar si alguien más lo decía, pero en ese momento lo sintió como la descripción perfecta.

Draco era una oscuridad desesperada por encontrar algo con que aferrarse, así que lo hizo de la única luz que existía en su vida.

Se aferró a Granger.

Y también literalmente, porque tener su mano derecha en un nudo entre sus rizos y su otra mano enredada posesivamente alrededor de su cintura, le hizo saber que ella estaba ahí. Con él.

Y que se jodan todos. No quería que se fuera.

Draco nunca había sido de las personas que eran tiernas con sus parejas; él no sabía cómo expresar lo que sentía ni con hechos o con palabras. Nunca esperó besar a nadie de la manera que besó a Granger.

Pero, por alguna razón, con ella se sintió que debía hacerlo de esa manera.

Hazle saber lo que se siente que alguien confíe en ti.

Agradécele llevándola a sentir lo que sentiste tú cuando ella lo dijo.

Une ambos labios y toma los de ella como una sinfonía y dale sentido a todo.

Bésala con lentitud y suavidad.

Bésala.

Bésala.

Bésala.

Él no quiso alejarse, pero sabía que tarde o temprano debía hacerlo. Así que cuando lo hizo, se sintió como si le hubieran quitado una parte de su cuerpo, mente y alma.

Se mantuvo con los ojos cerrados mientras acunaba el rostro de ella entre sus manos y resistía ante todo el desastre que estaba llegando a su mente.

Draco quería desterrar todo, pero no podía evitar la lluvia de terror que llegaba a él y le recordaba quién era, dónde estaba y qué había hecho.

Para cuando logró calmarse, por fin pudo abrir los ojos, pero encontrarla ya mirándolo lo hizo sentirse de nuevo aterrado.

Aún así se obligó a acariciar sus mejillas con delicadeza antes de alejarse.

Granger estaba congelada, y no podía dejar de mirarlo. Tampoco decía nada. ¿Por qué no decía nada? Draco estaba en una revolución por mantenerse callado y no decir todo lo que estaba corriendo por su mente y, en cambio, ella lo único que hacía era mirarlo.

Fue demasiado. Se encontró diciéndole «Lo siento por eso» y luego saliendo de la Sala de los Menesteres antes de que ella pudiera decir o hacer algo, o antes de que su mente explotara.

Sus piernas lo llevaban porque él ni siquiera podía pensar hacia dónde iba. Una voz en el fondo de su cabeza le recordaba que el expreso saldría en menos de una hora, pero él no la escuchaba, sólo caminó lejos de aquella sala donde había hecho, probablemente, el mayor error de su vida.

Porque una vez que Draco cedía, todo se volvía automáticamente más difícil.

Llegó por costumbre hacia su típica orilla del Lago Negro, y una vez estuvo ahí, se detuvo bruscamente y mirando el agua y los tentáculos del Calamar Gigante que a veces relucían por encima. Él no podía dejar de apretar la mandíbula, casi le dolía.

Tenía sus manos apretadas en un puño que estaba casi seguro sus nudillos se estaban poniendo blancos. Luego de unos minutos decidió sentarse en el césped y sacó su varita para murmurar un Muffliato a su alrededor y después tomó piedras cercanas y las arrojó al lago con una fuerza tremenda; como si tratara de soltar todo lo que había en su mente con ese movimiento.

¿Por qué la había besado? Ellos tardaron tanto tiempo en superar sus peleas, su odio y sus silencios incómodos y tensos. Draco se había acostumbrado a la cosa extraña que tenían, ella era la única persona con la que quería pasar el tiempo.

El beso había arruinado todo. Literalmente todo, sin excepción. Incluyéndolo a él. A ellos.

Por Merlín, todo se puso de mierda.

Draco arrojó su última piedra con una fuerza furiosa antes de enterrar su rostro entre sus rodillas y gritar con toda su garganta.

Siempre arruinaba todo.

Ella siempre arruinaba todo.

Su nivel académico. Su estatus social. Sus creencias. Su mente. Sus costumbres. Sus acciones.

Todo.

Y eso era una mierda. Granger era una mierda por hacerle esto.

•••

—Padre —saludó Draco, con un apenas visible reconocimiento de cabeza y unos ojos duros hacia el hombre que tenía delante.

—Draco, hijo —saludó también el demacrado hombre.

Narcissa, quien estaba detrás del hombro de Lucius, miró a ambos con unos ojos tensos e incómodos antes de regresar la mirada a Draco y sonreír. Los ojos de la bruja se iluminaron antes de pasar de largo a su esposo y enterrar a su hijo en sus brazos.

Draco le devolvió el abrazo, pero sus ojos tensos se mantuvieron en Lucius en todo momento, como si estuviera esperando que hiciera algo contra su madre en cualquier momento.

Pero Lucius sólo los miró a ambos hasta que Narcissa se separó y Draco se obligó a apartar la mirada.

—No tienes idea de cuánto te extrañamos, Draco —dijo con una sonrisa iluminada, y por un momento él se dejó creerlo.

Miró a su padre de nuevo.

Sintió su garganta amarga.

—Estoy seguro que sí —contestó, carraspeando.

Desvió la mirada para levantar su baúl del suelo de la Mansión Malfoy y luego lo levitó para sacarlo del área de la Red Flu. Su madre lo siguió hasta que estuvo fuera y lo acompañó hasta su habitación, hablando de cosas de las que en realidad no prestó mucha atención porque seguía mirando a Lucius por encima del hombro.

Draco no era tonto; su madre trataba de desviarlo para hacerle creer que todo en casa estaba perfecto.

—Madre, puedes dejar de fingir —masculló, interrumpiéndola al tiempo que daba una mirada aburrida hacia su propia habitación. Una que antes le había parecido la mejor del mundo y que ahora sólo le traía malos recuerdos.

Narcissa se detuvo de golpe. Él se giró y la miró. Ella apenas parpadeó antes de volver a sonreír.

—Draco, querido —dijo, con ese típico tono de voz dulce que siempre usaba con él—. No estoy fingiendo nada. Estoy tan feliz de que por fin estemos todos reunidos en familia.

Él apenas asintió. Era eso o Hogwarts. No era como que ningún lugar fuera mejor que el otro, pero al menos aquí tenía a su madre.

—Tu padre ha estado hablando de...

—No hables de él —atajó Draco en un rápido bufido—. No quiero siquiera toparme con Lucius los pocos días que estaré aquí.

—Pero... —Narcissa suspiró—. Draco, él no es Lucius para ti: es tu padre. Y se está esforzando por volver a ser la familia que éramos antes.

Draco resopló.

—La familia —repitió con sarcasmo—. ¿Siquiera lo fuimos alguna vez?

Su madre abrió y cerró la boca, mirándolo como si no lo conociera. Luego se enderezó y regresó esa mirada que le daba cada vez que Draco hacía algo que sobrepasaba sus límites. Aún así él no le apartó la mirada.

—No me importa lo que pienses —dijo—. Eres mi hijo. Nuestro hijo. Y digas lo que digas, seguimos siendo una familia... Así que prepárate para esta noche, porque vamos a cenar los tres juntos.

Él le rodó los ojos.

—No quiero cenar con él.

—No te estoy preguntando, Draco —dijo su madre con una ceja alzada antes de darse la vuelta y salir con elegancia de su habitación. Apenas escuchó sus tacones alejarse poco a poco antes de sentarse sobre la cama con un resoplido.

No tenía idea de cómo sobreviviría una semana en la mansión con Lucius. Pero al menos preocuparse por él era una distracción para no pensar en Granger o cualquier cosa que la relacionara.

Después de haberse levantado de su ridícula escena en el lago, había regresado a su sala común por su baúl y, sin ninguna otra palabra, se había subido al expreso como primera persona con la intención de encontrar un compartimiento para él solo. Aunque no fue así porque Pansy, Blaise y Theo no tardaron en encontrarlo minutos después.

Fue bueno, así ningún pensamiento regresó a Granger. Y tener a Pansy sentada a su lado y recargada en su hombro fue una enorme distracción para no pensarla.

Literalmente. Él estaba demasiado nervioso porque quería alejarla sin verse como un idiota. Sólo necesitaba espacio.

Sin embargo, ahora se encontraba en su habitación y tratando de descubrir qué tanto le había lavado el cerebro Lucius a su madre para tenerla comiendo de la palma de su mano. De nuevo.

Entonces, dos horas después, se encontraba en la cena más incómoda de su vida. Él se determinó a ignorar a su padre en todo momento, apenas respondiendo brevemente a las cosas que le preguntaba su madre.

Draco venía por su madre, pero era raro encontrarla sin que estuviera a lado de Lucius, como si estuviera esperándolo para juntar a la familia de nuevo.

Así que, un día después de navidad, por fin encontró un momento a solas con ella, y lo aprovechó.

—Madre, ¿podemos hablar unos minutos? —llamó cuando la miró pasear entre las estanterías de la biblioteca, ella estaba hablando con una elfa doméstica.

La bruja se giró hacia él y sus ojos brillaron antes de sonreír abiertamente hacia su hijo.

—¡Draco, querido! —saludó acercándose para darle un beso en la mejilla—. Estaba hablando con Topsy sobre los libros que pediste; están casi todos listos, pero tendremos que trasladarlos a Hogwarts por partes...

—Madre —llamó Draco de nuevo. Ella lo miró fijamente, y entonces su expresión se tensó por un momento antes de obligarse a sonreír y asentir, guiándolo hasta uno de los enormes sillones de la biblioteca.

—¿Quieres té? ¿O café? —preguntó su madre con elegancia al tiempo que llamaba a Topsy. Draco apenas le murmuró que un café estaba bien antes de regresar su mirada fija hacia su madre. Ella se enderezó y le fingió una sonrisa—. Entonces, ¿querías hablar sobre cómo te va en el colegio?

Él suspiró.

—Sabes perfectamente de qué es de lo que quiero hablar, madre.

La expresión de Narcissa decayó y asintió, demasiado afligida para fingir su papel de la familia perfecta regresando a la vida. Entonces Draco aprovechó el momento.

—Habías dicho que le pedirías el divorcio —dijo con la voz menos dura que pudo hacer—. Me lo dijiste antes de irme a Hogwarts. Prometiste que te separarías de él.

—Lo sé, lo sé, Draco —replicó, llevándose una mano hacia su sien para tallarla—. Lo recuerdo perfectamente. Es sólo que...

—Él te lavó el cerebro.

—No, Draco. Él...

—Eso hizo, madre. No hace falta que te esfuerces por ocultarlo.

Ella suspiró y estuvo a punto de hablar antes de que Topsy apareciera con las tazas de té y café. Las entregó y volvió a desaparecer. Narcissa dio un largo trago antes de regresar la mirada hacia su hijo.

—Las cosas no son tan fáciles como se escuchan —dijo finalmente—. No puedo sólo pedirle el divorcio y luego dejarlo...

—¿Por qué no? —interrumpió Draco—. Habías estado bastante segura cuando me lo dijiste el verano pasado. Él nos arruinó, nos puso en peligro y es injusto que no haya tenido su merecido. Y es aún más injusto que tú lo trates como si nada hubiera...

—No es como parece, Dra...

—¿Entonces cómo? Vas a decirme que en tan sólo unos meses él cambió y está terriblemente arrepentido y ahora quiere jugar a la familia perfecta al igual que...

—Yo amo a Lucius.

Draco se detuvo en seco, y la miró fijamente. Ella respiró hondo y se enderezó, sin desviarle la mirada.

Él parpadeó.

—¿Qué?

Narcissa no dudó para volver a repetirlo, ni siquiera su voz se delató en nada.

—Amo a Lucius —repitió con firmeza—. Estoy enamorada de él y siempre voy a estarlo, Draco. No importa todo lo que suceda, estoy atada a él y no puedo dejarlo ir. E incluso si algún día me atreviera a pedirle el divorcio, él tampoco me dejaría ir.

Draco estaba atónito.

—Pero... ¿Madre? ¿Te estás escuchando?

Narcissa suspiró y luego asintió. Se puso de pie y se acercó al mismo sofá de Draco, vaciló unos segundos antes de tomar su mano y darle un leve apretón. Él no podía dejar de mirar a su madre, estaba confundido.

—Una persona de mi edad ya no tiene muchas oportunidades, Draco —dijo con lentitud, su tono de voz suave—. Yo sabía en qué me estaba metiendo cuando me casé con Lucius, y aún así lo hice. Porque lo amaba, lo amo ahora y siempre voy a amarlo... Probablemente no lo entiendas pero...

—Tienes razón. No lo entiendo.

Narcissa apretó levemente sus manos.

—No espero que lo hagas. Sólo que tarde o temprano confíes en mí. Estoy tan sola, Draco; estoy feliz de que hayas regresado a Hogwarts y que tengas una oportunidad de reivindicarte, pero yo sigo aquí encerrada y apenas he tenido el valor de salir afuera sin tener miedo a que la gente me señale. Tu padre ha estado para mí en todo momento y parece ser lo único en lo que puedo sostenerme mientras tú no estás. Yo...

—Sostente en mí —suplicó Draco—. Yo te voy a cuidar, madre. No lo necesitas. Por favor, déjalo y vámonos.

Narcissa sonrió y negó con la cabeza ligeramente.

—No funciona así —dijo en voz baja, suspirando de nuevo—. Yo no puedo dejarlo... Lucius... Él... Yo daría la vida por tu padre tanto como la daría por ti.

Draco se quedó congelado, y su madre apenas hizo una mueca antes de encogerse de hombros y desviar la mirada, bebiendo otro trago de su taza de té. Él no la dejó de mirar hasta que ella volvió a posar los ojos en los suyos.

—Tal vez te suene ridículo —dijo—. Pero es verdad. Siempre he estado dispuesta a dar la vida por él. Eso se hace cuando amas a una persona.

Draco tragó.

—Entonces espero algún día amarme más a mí mismo si voy a desperdiciar mi vida en otra persona.

Narcissa casi pareció dolida ante sus palabras.

—No funciona así —susurró de nuevo—. Cuando amas a una persona, Draco, eres capaz de hacer cualquier cosa por ella para que se encuentre bien. Y eso incluye dar la vida si es necesario, y si estás completamente enamorado. No espero que lo entiendas todavía...

—En realidad, espero nunca entenderlo. Es horrible.

La bruja le sonrió suavemente, acariciando con su pulgar la palma de Draco. Lo miró a los ojos y estos brillaron por un momento.

—Algún día conocerás a alguien por quien serás capaz de hacer todo. Dar la vida por esa persona. Cuidar de que nunca le pase nada malo... Ese día, Draco, donde la mires a los ojos y veas lo que yo veo en Lucius, entonces sabrás que tú también podrás morir por amor.






















———
A veces creo que las narraciones de Draco nos quitan muchas palabras que podrían ser ocupadas para más escenas, pero en realidad creo que narrar lo que él siente es justo y necesario; y lo merece.

Se viene lo bueno amixes, espero que les esté gustando el rumbo de la historia hasta ahora. Gracias por seguir conmigo desde el inicio.

Pd: Topsy es una referencia a Manacled de SenLinYu (Dramione Master Piece), al igual que la frase de "una rosa en un cementerio".

—nico🐑

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