Menos doce

Hermione lo miró directamente, casi como si estuviera tratando de ver a través de su alma.

—Sigues siendo una persona, Draco —dijo en voz baja—. Mereces el mismo trato que a cualquier otra.

Él respiró hondo, sin perder el contacto visual con ella. Se mantuvo en silencio unos segundos antes de bajar la mirada y negar con la cabeza repetidamente. La morena se permitió ese pequeño instante para respirar antes de que él volviera a hablar.

—No lo merezco —murmuró hacia el césped—. Tú crees que lo hago, pero no es así, Granger. La diferencia entre las demás personas que me odian y tú es que ellos sí ven la verdad —Luego alzó la cabeza para mirarla—. Eres una idealista en un mundo de realistas.

Hermione no supo qué decir. La parte racional de ella que normalmente se lucía, ahora estaba apagada, por lo que no podía pensar en otra cosa que no fuera lo destruido que estaba el muchacho que tenía delante. Si Malfoy hubiera sido cualquier otra persona, tal vez incluso se habría acercado a abrazarlo.

Él se mordió el labio, perdido en sus pensamientos mientras pasaba su mirada a cada uno de los ojos de la morena una y otra vez. Luego pareció salir de su ensoñación y entrecerró los ojos hacia ella, ladeando un poco la cabeza.

—¿Por qué siempre te esfuerzas en ver el lado bueno de una persona? —preguntó; su expresión no delataba nada pero su voz y sus ojos parecían estar realmente curiosos.

Hermione tragó saliva antes de hablar.

—Alguien tiene que hacerlo.

Malfoy apretó la mandíbula y luego se alejó de ella abruptamente, dejándose caer de nuevo a lado del tronco del árbol y con la mirada al Lago Negro.

Ella sólo se dedicó a observarlo. El cómo su expresión perfecta de indiferencia poco a poco iba destruyéndose a medida que pasaban los segundos, su ceño frunciéndose cada vez más hasta que el movimiento llegó a sus labios. Su mandíbula, la cual estaba tan tensa que la morena no entendía todo lo que él podía estar reteniendo dentro de sí. Las respiraciones lentas y pesadas que tenía su pecho, y el ensanchamiento de su nariz para contener todo.

No era una escena agradable de ver. A Hermione nunca le había gustado ver sufrir a las personas, de ninguna manera, ni siquiera a alguien que pudiera merecerlo. Pero esta vez agradeció haberlo hecho.

Porque nunca jamás había visto a Draco Malfoy tan humano.

Tan capaz de sentir algo. Algo tan puro como el dolor; ella siempre había creído que su verdadero ser se escondía detrás de mil capas de entrenada oclumancia. Pero creía con firmeza que cualquier parte que estuviera oculta, tenía luz. Hermione se lo había dicho a Harry y Ron, pero nunca parecieron creerlo.

—No quiero que veas el lado bueno de mí, Granger —musitó él, casi inaudible. Luego se giró para mirarla; en sus ojos había una entera revolución—. Tú no.

—Es una lástima que ya lo haya hecho —replicó ella, obligándose a encoger sus hombros. Malfoy la miró durante unos segundos más antes de asentir.

—Mira a tu alrededor —le dijo—. Estamos cerca de la orilla de un lago que podría tener seres peligrosos. Los terrenos del castillo están solos y no hay nadie cerca que pueda llegar a tiempo si gritas; eso sin mencionar que un hechizo amortiguador podría ser de ayuda. Soy más alto y fuerte que tú, mis manos son el doble de tamaño que las tuyas y eres insignificante a lado mío con respecto al físico... —Él tragó saliva y luego se encogió de hombros—. Podría hacerte absolutamente todo lo que quisiera en estos momentos, Granger. Podría cruciarte, lastimarte o incluso matarte. Nadie más podría ayudarte a tiempo. Estamos a una distancia tan cercana que no te sería suficiente correr. Cualquier otra persona que no sean mis amigos estarían aterrados de ser tú en estos momentos... Mi pregunta es por qué demonios tú no estás asustada de mí. ¿Por qué crees que soy bueno?

Hermione suspiró y bajó un poco la mirada, captando las manos de Malfoy en el movimiento. Ella necesitaba que él supiera lo que creía, se lo había planteado tantas veces y ahora... Después de tantas dudas que habían estado antes, todo parecía unirse como piezas de rompecabezas y de repente nada más parecía confuso.

Vaciló un poco, pero al final se animó a tomar las manos de Malfoy, entrelazando sus dedos. Casi lloró de alivio cuando él no las retiró.

Alzó su mirada para verlo a los ojos, pero él se hallaba mirando sus manos unidas un tanto congelado. Esperó a que levantara la cabeza y la mirara también antes de hablar.

—No eres un asesino, Draco.

Luego sólo sonrió, esperando que esas simples palabras fueran suficientes para hacerle entender todo lo que ella creía. Había más cosas, por supuesto, pero no creía que pudiera expresarlas de la manera correcta. Esa frase apenas decía una gota del mar, pero esperaba que lo convenciera.

Ella respiró hondo antes de desenlazar sus manos y después se puso de pie. Draco la siguió con la mirada y ella se aferró a su bolso. Hermione asintió con la cabeza y luego se dio la vuelta para regresar al castillo.

Su corazón aún latiendo demasiado rápido cuando entró a su habitación en la biblioteca.

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Un golpe en el ojo de Draco. Otro más en sus costillas. Él cayó al suelo. Algo pesado en su mejilla; no, más abajo, tal vez su labio. Otro golpe. Una patada profunda en sus costillas. Otra patada, y otra, y otra, y otra.

De repente un sonido chillante en sus oídos, su visión nublada mientras abría los ojos y trataba de reconocer a su alrededor las figuras que seguían golpeándolo.

Sintió el sabor metálico de la sangre acumularse en su boca, pero se obligó a mantenerse quieto, con la esperanza de que ellos lo vieran bastante destruido como para por fin dejarlo en paz.

Él no podía escuchar ni hacer nada. No quería y no podía.

Un golpe más fuerte en sus costillas, y eso lo hizo retorcerse de dolor y gruñir mientras escupía la sangre. Eso pareció gustarle a los idiotas.

—Llámame sádico, Malfoy —dijo una voz rasposa y gruesa a lado suyo, llamándola desde muy por encima de él porque Draco seguía en el suelo—. Pero me encanta ver a personas como tú ahogadas en sangre.

—Vete a la mierda —Se escuchó diciendo antes de poder detenerse.

Supo que había hecho mal cuando otra ráfaga de golpes y patadas llegaron. No estaban usando sus varitas por el encantamiento Fidelio, pero además porque creían que los golpes físicos eran mucho más duraderos y satisfactorios porque los hacían ellos mismos. Draco sólo quería ponerse de pie y maldecir a todos para luego decir que fue defensa propia, pero sabía que nadie le creería.

Él debía aguantar. Por su madre.

—Esta vez no está Granger aquí para defenderte, ¿no, Malfoy?

—Cierra la boca —gruñó. Escupió sangre de nuevo.

—No entiendo por qué ella se preocupa por ti —dijo Dawlish, arrodillándose a lado de Draco y mirándolo directamente. El rubio apenas podía enfocarlo con uno de sus ojos—. Creí que ella sería la primera persona en querer verte muerto. ¿Sabes por qué maldita razón le importas a Granger, Malfoy?

—Estamos en la misma duda, idiota.

—Estúpidas agallas las tuyas —murmuró él entre una risa tonta. Alzó su varita y lanzó una maldición que desgarró la oreja de Draco. Él soltó un quejido y se llevó una mano hacia el lugar, apretando los dientes para no gritar.

Llegó otra ráfaga de golpes, pero justo cuando él creyó que por fin estaba por perder el conocimiento, todos se detuvieron de repente. Eso fue incluso peor, porque ya no había golpe que detuviera al anterior y entonces todo quedó comiéndolo en silencio.

Apenas escuchaba una voz conocida hablando con voz firme pero lejana. Luego escuchó pasos saliendo del pasillo, y otros más, aunque esta vez parecieron zapatillas.

—Señor Malfoy —llamó una voz, pero aunque él intentó abrir los ojos y pararse, no pudo hacerlo—. Señor Malfoy, póngase de pie.

Fuese quien fuese, él quiso gritarle que si era ciego o ciega, porque claramente no podía hacerlo. Pero supo que esa no era una buena respuesta para escupir si cada movimiento lo desgarraba más, así sólo se obligó a aguantarse el dolor mientras poco a poco comenzaba a sentarse.

Una vez lo hizo, se llevó una mano al ojo izquierdo y apenas pudo rozarlo cuando el ardor lo recorrió. Siseó entre dientes y luego alzó la mirada lentamente para ver a McGonagall parada frente a él y con una expresión casi tan cerrada como la suya.

—Acompáñeme, por favor —dijo, dándole una ansiosa mirada al pasillo—. Pronto llegará la hora de comer y no creo que quiera que lo vean en este estado.

Sin decir nada más, la bruja se dio la vuelta y caminó lejos. Draco en verdad tuvo ganas de maldecirla por la espalda antes de recordar que eso definitivamente podría acabarlo. Entre quejidos, se puso de pie y, apenas lo hizo, supo que su hígado estaba muy lastimado. Apretó su costilla derecha y cojeó para seguir a la directora.

Ambos llegaron a un pasillo que era más lejano al Gran Comedor y luego la mujer se detuvo. Draco lo hizo también y ella lo evaluó de pies a cabeza.

—Está muy lastimado —dijo finalmente.

—Es una rutina facial, directora —masculló—. Pago para que me hagan esto todos los días. No tiene de qué preocuparse.

La expresión de McGonagall se mantuvo neutra y luego se torció en una mueca.

—No estoy preocupada por usted en específico, señor Malfoy —dijo—. Tengo cosas más importantes a las cuales poner atención que cuidar que no lo golpeen un grupo de matones que quieren venganza de la Guerra.

Las fosas nasales de Draco se ensancharon, conteniendo todo dentro de sí.

—Ese grupo de matones me toma como su saco de boxeo —siseó él, apretando mucho la mandíbula.

—Y por eso he tomado la precaución de castigar sus varitas durante una semana —dijo, y luego alzó un puñado de seis varitas en su mano antes de volver a guardarlas en su túnica—. Le pediría que me disculpe por no haber llegado antes y por decirle que tampoco lo había notado. Pero estaría mintiendo; es sólo que hay tanto desastre que acomodar en Hogwarts después de la Guerra que creí el bienestar de un alumno por sobre el todo los demás no sería primera prioridad. Me equivoqué, lo lamento, pero de igual manera no creo que usted hubiera querido mi ayuda.

—Está en todo lo correcto —murmuró entre dientes y la bruja sólo parpadeó.

—Espero que mi regaño y castigo haya sido suficiente para esos muchachos —siguió diciendo—. Pero usted debe entender que no tengo cabeza para pensar en que todo esté perfecto por todos lados. No puedo estar asegurándome de que usted esté ileso por encima de otras cosas más importantes.

—Nunca le pedí que lo hiciera.

—Estos chicos... —Por primera vez ella vaciló unos segundos antes de carraspear y recomponerse—. La gente los ve como héroes, no puedo simplemente desterrarlos porque estén tomando su desahogo en el método más simple y rápido que encuentran. En serio lo siento, señor Malfoy; yo le advertí a su madre sobre esto, pero ella...

—No hable de mi madre —murmuró él demasiado rápido. Luego alzó la mirada y miró directamente a la mujer—. Entendí su punto, usted no puede estar al pendiente de mí. Está bien, tampoco era como que quisiera que lo hiciera. Me ha pasado anteriormente y aquí sigo aún.

McGonagall lo miró durante unos segundos más antes de asentir con la cabeza.

—Entonces le sugiero que vaya con la señora Pomfrey para que le ayude con esas heridas —dijo, y luego suspiró, cansada—. Le prometo que pronto intentaré tomar cartas en el asunto.

Él ya no respondió nada y ella se dio la vuelta para alejarse. Draco observó a su alrededor para recordar si había un baño cerca y, cuando encontró uno, se adentró para lavarse la boca y sacarse el horrible sabor metálico de la sangre.

Se miró al espejo y se examinó los golpes: un ojo morado, un labio inferior partido, desgarramiento en la oreja y otro corte más en la frente. Todo sin mencionar los hematomas que probablemente estarían en su estómago y cerca de su hígado.

Se dio cuenta con mucha obviedad de que necesitaría su maletín de primeros auxilios. Miró la hora en el reloj del pasillo cuando salió del baño y se dio cuenta que todos estarían comiendo en el Gran Comedor, incluyendo Granger.

Cojeó con la mandíbula apretada para no quejarse hasta la biblioteca, que estaba a tan sólo unos pasillos más y, cuando atravesó las barreras de protección, hizo el pequeño ritual para que las estanterías se movieran y luego entro por el pasillo que llevaba a la habitación.

Se enfureció de sólo ver que Granger estaba ahí. ¿Por qué siempre estaba ahí? ¿Por qué siempre tenía que ser ella la que lo viera en su peor estado de vulnerabilidad?

Pero entonces luego ella se había acercado a él casi a trompicones. La mente de Draco se congeló unos momentos cuando vio que se mareó en el intento, pero pronto se perdió aún más cuando la vio delante suyo y evaluando sus golpes.

Ella había intentado tocarlo. ¿Por qué demonios parecía de repente atenta a todo lo que tuviera que ver con él? Draco no había pedido la atención de nadie y mucho menos de ella.

No necesitaba la preocupación fingida de Granger. Incluso si ella decía que no era fingida.

Pero ahí estaba. Y no parecía dispuesta a dejarlo salir cuando él tomó su maletín, y mucho menos cuando lo empujó por accidente e hizo algo horriblemente doloroso con sus costillas. Draco pasó un minuto entero tratando de calmar su dolor para poder irse de ahí antes de que finalmente se rindiera y cediera en que ella lo curara.

Abrió los ojos con terror cuando la sintió tocar su piel, pero ella parecía estar haciendo todo clínicamente así que se obligó a mostrarse igual.

Jugó con las paredes de oclumancia para arrastrar todo pensamiento no clínico al fondo de su mente y pronto se relajó debajo de sus dedos mágicos.

Porque sí, eran mágicos. A regañadientes, él ya lo había aceptado. Granger era tan mágica como él.

Draco calculó durante unos segundos si era una buena idea que ella tocara sus labios cuando lo preguntó. Pero tal como lo dijo, ya había llegado demasiado lejos como para detenerse hasta ahora. Y él estaba sintiéndose demasiado bien con sus heridas curadas como para alejarse en ese momento.

Los dedos de la morena estaban muy helados, pero él se obligó a no preguntar nada.

Poco después ella había pedido que se recostara en el sofá y, mientras ella miraba sus hematomas y untaba la esencia de murtlap, la mirada de Draco viajó hacia su concentrada expresión y luego sus pensamientos se perdieron en una sola frase.

¿Sabes por qué maldita razón le importas a Granger, Malfoy?

Él seguía sin saberlo. No tenía ni la más mínima idea de por qué la chica a quien había molestado y repudiado durante años, de repente parecía preocupada por su bienestar tanto físico como emocional. ¿Por qué tenía esa expresión concentrada y esos movimientos tan tiernos con él? Como si Draco fuera alguien merecedor de esos tratos.

Él había aprendido, a la mala, que lo único que merecía eran golpes.

Granger incluso lo había golpeado el primer día que llegó a la habitación, y aunque ese día él se molestó mucho, supo que estaba bien, porque era algo que estaba esperando. Draco imaginó que toda su estadía en el lugar sería un infierno, porque ella estaría tan llena de odio hacia él mientras ponía el peso de la Guerra sobre sus hombros y entonces lo trataría como todos los demás.

Nunca imaginó que ella algún día lo mirara preocupada, o que lo defendiera de unos matones incluso sabiendo que la superaban en número y fuerza. Ni tampoco que fuera tan tierna al curarlo. O que lo fuera a ver a algún partido.

Él nunca...

Draco tenía tantas preguntas. Había una revolución en su cabeza. ¿Por qué todas las demás personas eran fácil de leer en sus acciones pero esta chica no? ¿Qué era lo que la apartaba de los demás?

—¿Por qué fuiste? —había preguntado él de repente, y eso pareció tomarla por sorpresa.

Cuando ella respondió que no lo sabía, supo que mentía. Hermione Granger siempre tenía las respuestas a todo. Así que insistió de nuevo cuando ella terminó y él se sentó en el sofá, pero lo que dijo no era algo que se esperara:

—Creo que tal vez... Yo quería estar ahí —Draco la vio ruborizarse—. El viernes pasado tú... Tú te habías portado casi amable conmigo y creo que quise devolverte el favor. No necesitaba una regla para ir.

¿Por qué ella seguía con lo mismo? Draco sólo quería regresar a donde ambos se odiaban y se repudiaban. Él no podría odiarla si ella no lo odiaba.

Después él intentó excusarse diciendo que habían estado ebrios y que no tenían sus cincos sentidos aquella noche, esperando que eso la bajara de su nube. Pero entonces ella le había agradecido y también lo había llamado por su nombre de pila.

Draco quería lanzarse una maldición para dejar de pensar. Si antes tenía preguntas, ciertamente en ese momento se dispararon todas por doquier en su mente. De repente comenzó a dolerle la cabeza, aunque no supo si fue por sus anteriores golpes o por las tantas dudas.

¿Por qué? Era la única pregunta que parecía resaltar más. Ella...

Suspiró internamente y no dijo nada más cuando salió del lugar y la dejó sola. Aunque tampoco era como que supiera qué decirle.

No supo dónde dejar el maletín que traía en manos, así que mientras su mente estaba en una revolución, lo abrió con rapidez y convocó la petaca que había guardado por si algún día necesitaba auto-adormecerse por un golpe y luego ocultó el maletín en una de las estanterías que estaban protegidas.

Verificó que traía su varita antes de salir de la biblioteca e ir a los terrenos de Hogwarts. Él ya estaba jodido, no importaba si faltaba a una clase más en el día. No quería que su mente sufriera alguna especie de shock cuando viera a Granger cruzar la puerta del salón de Pociones y luego sentarse junto a él para hacer los trabajos; porque desde que habían tenido el último proyecto juntos, Slughorn los unía a ambos, justificándose en que «Ambas mentes son increíbles para trabajar juntas»; esas siendo sus palabras exactas.

Miró a su alrededor y notó que habían algunos cuantos alumnos cerca de donde él quería ir; pero no le importó, ellos eran de los que le tenían miedo y no de los que lo golpeaban. Se acercó hasta el árbol cercano al Lago Negro y no pasó ni siquiera un minuto cuando quedó completamente solo.

Draco siempre había sido bueno en la oclumancia, su tía lo había entrenado muy rigurosamente y podía guardar tantas cosas en su mente como fuera posible y su expresión y actitud siempre serían indiferentes. Pero siempre llegaba un momento donde todo siempre era suficiente y él necesitaba desahogarse con algo o alguien.

Específicamente, con algo, ya que en esos momentos no había nadie.

Abrió su petaca y dio un largo y amargo trago que le raspó la garganta y lo hizo gruñir. Se mantuvo quieto y miró el lago mientras se permitía que su mente vagara, sin el peso de la oclumancia sobre ella y dejando todo libre.

No imaginó que la mayoría de sus pensamientos tuvieran que ver con Granger.

Pero es que él tenía tantas preguntas. De repente todo lo que parecía fuerte y con base, ahora se había destruido y sólo quedaba él; completamente débil y siendo como un mortal cualquiera. Siendo más humano que nunca.

Pensó en su vida anterior a la Guerra, y se odió al no poder elegir entre cuál era mejor. Todo estaba yéndose a la mierda. No había ningún lado bueno, todo parecía gris a su alrededor y él estaba desesperado por hallar una luz que pudiera sacarlo del camino. Con todo el dolor, se dio cuenta que había estado viviendo en un mundo de mentiras que poco a poco iban cayendo como pilares mal hechos.

Su familia era una mentira, sus creencias, sus ideales... Todo estaba en el olvido.

Había querido aferrarse al menos a sus creencias para recordarse a sí mismo que alguna parte de él seguía oculta muy por dentro. Pero Granger había venido a derrumbar eso también, como si Draco necesitara que algo más se destruyera.

Lo peor es que ella no tenía ni la más mínima idea de lo que le estaba haciendo a su mente. Ella sólo había entrado a ser un desastre, como si fuera una excursión y luego se había ido.

Aún así, Draco seguía intrigado por ella, aunque se negara a aceptarlo. Quería saber el por qué de sus razones, pero tampoco parecía querer saber la respuesta. Él no sabía nada. Estaba perdido.

Conjuró la hora con su varita y, al ver que se acercaba el final de las clases, suspiró. No quería ir a la habitación con ella; necesitaba pensar.

Estuvo bebiendo de su petaca, pensando y mirando el lago durante una hora y media más hasta que escuchó hojas secas quebrándose pasos atrás. Él no tuvo que mirar para saber que era Granger; sólo ella sería tan descuidada como para no prestar atención a sus torpes pies y además sólo ella sería capaz de acercarse a él en esa situación.

Por un momento, se maldijo internamente porque siempre ella tuviera que encontrar una manera de encontrarlo y deseó que se fuera, pero cuando dejó de escuchar sus pasos y dedujo que ella estaba regresando por donde había venido, se dio cuenta que en realidad no quería que se fuera.

Así que le había dicho que tenía torpes pies y entonces ella decidió que esa era una invitación a pasar el rato con él. La miró acercarse al lago y mojar su dedo en el agua antes de lanzarse un hechizo para calentarse del frío clima. De repente Draco se dio cuenta de lo helado que estaba.

Cuando él le dijo que regresara al castillo porque iba a pescar un resfriado, pareció que le dijo lo contrario, porque Granger se había dejado caer a su lado, un poco vacilante y cuando él le murmuró que no necesitaba compañía —incluso aunque sí lo hiciera—, ella de nuevo no hizo lo que le pidió, pues lanzó un hechizo de calentamiento para él también y fue como una ráfaga que impactó rápidamente en él pero se obligó a mostrarse indiferente.

Y entonces de nuevo su mente comenzó a tener dudas, porque no sabía por qué ella estaba sentado a su lado y aún así se veía bastante tranquila. Jugó de nuevo con las paredes de su oclumancia y mantuvo sus sentimientos y pensamientos a la raya, manteniéndose lo suficiente cuerdo a pesar del alcohol cuando la miró y le preguntó por qué seguía ahí.

Pero entonces cuando ella se acercó más y preguntó si él aún la seguía odiando y repudiando, Draco se dio cuenta que no podía ocultar nada más. Era suficiente para él, necesitaba desahogarse.

Tomó la petaca y la bebió toda de un sólo trago antes de arrojarla al césped. Dejó caer la cabeza en el tronco del árbol y tragó saliva, destruyendo los ladrillos de las paredes de sus pensamientos para que nada le impidiera decir lo que quería.

—No lo sé —había respondido finalmente. Luego su lengua comenzó a tomar el control y dijo tantas cosas que en realidad no le importó decir, sólo quería sacarlas. Cerró los ojos cuando fue demasiado y, antes de que pudiera darse cuenta, ya había confesado que la culpa era de ella.

La miró, y vio que sus ojos seguían en él, tratando de entender lo que decía. Su expresión estaba tan lejana y tan ingenua e inocente que Draco no pudo evitar sentirse tonto y negó con la cabeza.

Le dijo que ella ni siquiera lo sabía, le confesó que había hecho una revolución en su mente y le recordó todo lo que hasta el momento había hecho por él. El cómo eso lo estaba matando.

Tal vez fue el alcohol o él mismo, pero no sintió miedo ni nada por el estilo cuando se acercó a acariciar su garganta. La sintió aguantar la respiración antes de bajar la mano. Pero no se estremeció, como si él no fuera peligroso.

Ella olía a cereza.

La llamó ingenua, le reclamó por tenerle suficiente confianza y tratarlo como una persona. Le recordó lo odiado que es por todo los demás.

Luego bajó la mirada y rió amargamente, de repente dándose cuenta que, de haberse quedado en la Mansión, nada de eso habría pasado jamás.

Le dijo también lo que creía de ella la primera vez que entró a la habitación; que estaría tan llena de odio que apenas podrían mirarse. O que esperaba que nadie lo tratara bien a excepción de sus amigos, hasta que llegó ella.

Ella. Un brillo atravesó sus ojos. Granger. ¿Por qué exactamente debía ser ella?

Después de eso le dijo que odiaba no odiarla. Porque esa morena era tan pura que no podía hacerlo. Era demasiado inocente a su lado. Sólo quería alejarla y que dejara de preocuparse por él para que Draco pudiera hundirse en su miseria con tranquilidad.

—Lo siento, Draco —había dicho ella, y él no pudo quedar más congelado. No entendió por qué lo dijo, quiso saber qué pensaba, que le gritara, que hiciera algo. Pero esas fueron sus únicas palabras.

Rió de nuevo, diciéndole que no debía disculparse y preguntándole lo que había estado en su mente durante todo ese tiempo:

—¿Por qué simplemente no me odias así como todo el mundo lo hace? —Y luego, casi intentando leer sus pensamientos a través de sus ojos miel, se encontró preguntando—: ¿Qué te hace tan interesante?

Granger no hizo nada que la delatara. Y entonces había dicho que él seguía siendo una persona y que merecía el mismo trato de los demás.

Era tan ingenua.

Negó con la cabeza hacia el suelo, tratando de obligarse a mantenerse cuerdo y que el efecto del alcohol no se apoderara de él hasta el punto de llorar frente a ella. Luego le dijo que estaba equivocada y que era una idealista; algo jodidamente Gryffindor.

Levantó la mirada y la observó con ojos entrecerrados, tratando de descubrir el enigma que ella era y por qué de repente parecía atraerle el resolverla.

—¿Por qué siempre te esfuerzas en ver el lado bueno de una perdona? —preguntó.

La miró tragar saliva antes de responder:

—Alguien tiene que hacerlo.

Draco nunca la había mirado de una manera tan diferente. No estaba su estatus, ni su sangre, ni su pasado. Sólo era Granger.

Y de repente quiso besarla.

Se alejó abruptamente de ella y se dejó caer en el tronco de nuevo. Miró el lago con la esperanza de que eso lo ayudara a distraerse, pero fue incluso peor. Su nariz aún captaba su olor a cereza y la quiso cerca.

Pero no. Su mente siempre había sido una de sus mejores armas.

Draco podía soportar ser destruido por su familia, por su estatus, por sus estudios o por cualquier otra cosa. Pero no por su mente. No dejaría que su cerebro lo traicionara.

Su expresión fue decayendo poco a poco y lo supo, pero no pudo hacer nada para evitarlo.

Necesitaba que ella se fuera.

—No quiero que veas el lado bueno de mí, Granger —Se encontró musitando poco después. Luego la miró. No iba a dejarse vencer por su mente, y mucho menos por Hermione Granger—. Tú no.

Pero entonces ella había dicho que ya lo hizo. Y él lo sabía cuando asintió.

Quiso recordarle la mierda que era y lo peligroso que los demás lo veían, diciéndole que podía matarla si quería en esos momentos; pero ella no pareció asustarse en lo más mínimo, siguió a su lado como nadie más lo había hecho. Le preguntó por qué creía que él era bueno... Y entonces ella entrelazó sus manos.

Sus dedos estaban fríos, pero cuando se unieron ambos, Draco creyó que encajaban a la perfección.

No los retiró y se mantuvo mirándolos, paralizado, antes de alzar la mirada perdida hacia ella.

—No eres un asesino, Draco —había dicho. Y cualquier rastro de oclumancia que quedara en él, se había derrumbado con esa frase. Ella sonrió y luego desenredó sus manos antes de ponerse de pie, asentir e irse de regreso al castillo.

Él la siguió con la mirada hasta que ya no pudo verla más. Luego bajó su mirada hacia su mano y observó el lugar donde ella había estado con cierta nostalgia mientras se mordía el labio.

No eres un asesino, Draco.

Sintió sus ojos picar dolorosamente. Miró a su alrededor para comprobar que estaba solo en los terrenos y luego, no pudo aguantar más y todo se derrumbó.

Subió ambas piernas a la altura de su pecho y enredó sus brazos alrededor de estas, mirando al lago e intentando mantenerse a la raya.

Fue demasiado. Se encontró llorando silenciosamente antes de poder detenerse.

Escondió la cabeza entre sus rodillas y dejó que sus sollozos y lágrimas salieran.

Todo estaba jodido.

Todo era un desastre y ella parecía ser la única luz.

Y era una mierda. Una tremenda mierda que sólo Hermione Granger pudiera ayudarlo en este momento. Al fin y al cabo, ella también se había ido.

Fue el alcohol, se excusó; pero si ella lo hubiera abrazado, él incluso podría habérselo agradecido. Poco importándole su orgullo si ya estaba bastante deteriorado.

Esto cambiaría las cosas. Pero no sabía cómo.

•••

Draco no entró a la habitación hasta el día siguiente, cuando estuvo en sus cinco sentidos y con su oclumancia practicada nuevamente. La había ignorado en todas sus clases y apenas le habló en Pociones para hacer su trabajo.

Había creído que ignorarla le haría olvidar la tarde de ayer, pero sólo le hizo saber que había estado más cuerdo de lo que creía. Pues todo lo que había dicho y sentido, era exactamente lo que habría pasado si no hubiera estado ebrio; la petaca sólo le dio el valor para decirlo.

Entró a la habitación y no miró hacia arriba para no encontrársela. Cerró la puerta y miró la madera, justo en el lugar donde se hallaba el pergamino de las reglas. Frunció el ceño y arrancó el papel de sus manos.

Se giró hacia Granger, pero notó que ella no estaba en su escritorio. Eso lo confundió más, pero fue hasta su propio escritorio, se sentó y luego vio los cambios.

Habían más reglas eliminadas: la regla número tres; que decía que no podía tomarla de los hombros, la número cuatro; que prohibía que ella le dijera cuándo debía bañarse, y la número nueve —la cual le hizo alzar ambas cejas—; que prohibía que él la tocara.

Tres reglas eliminadas y él no tenía idea de por qué...

—No creo que algún día vuelvas a tomarme de esa manera por los hombros —dijo la voz de Granger detrás suyo. Draco se giró sobre su silla para ver su pequeño cuerpo entrar por la puerta y cerrarla detrás suyo; parecía nerviosa cuando se paró a unos metros cerca suyo—. Por eso eliminé la regla número tres, yo la puse así que creí que no había problema.

Draco sólo parpadeó. Ella intentó sonreír pero en vez eso salió una risita nerviosa, bajó la mirada y comenzó a jugar con sus manos.

—También eliminé la cuatro —murmuró rápidamente—. Esa la pusiste tú, lo sé. Pero en realidad creí que ya no era necesaria. Fue sólo algo tonto del momento; puedes hacer lo que quieras y no debo meterme mientras no me afecte.

Ella alzó la mirada hacia él y Draco la encontró un poco pálida. La morena se acercó lentamente hacia él pero se detuvo a una distancia razonable, luego miró el pergamino que el chico sostenía.

—También está tachada la regla número nueve —murmuró, ruborizándose—. Me di cuenta que eso también había sido ridículo. Quiero decir, ni siquiera sé por qué la elegí en un principio, fue tonta y estoy segura de que tú puedes tocarme sin problema. Ya lo hemos hecho y... —balbuceó—. Y... No nos hemos matado en el intento. La eliminé sólo para mí, si es que de alguna manera te importa. Probablemente tú no encuentres el sentido de ello, pero al menos yo sí.

Él sí lo encontraba.

Granger se mantuvo en silencio, regulando su respiración hasta que se atrevió a mirarlo a los ojos. Luego medio sonrió.

—Ya puedes regresarlo a la puerta —dijo. Luego parpadeó y se alejó de él para llegar hasta su escritorio.

—Granger —llamó él antes de que tomara asiento y ella se giró a mirarlo. Draco vaciló antes de obligarse a hablar—. Tú... ¿Quieres que también elimine algunas yo?

Su expresión se delató y un brillo extraño recorrió los ojos de ella.

—Yo... No lo sé... Esa no era mi intención, en realidad... Yo... Bueno, supongo que si tú quieres...

Draco la miró un segundo más antes de volver a leer el pergamino con rapidez. Se encogió de hombros lentamente.

—Supongo que también elegí algunas reglas ridículas —masculló, tratando de dejar el orgullo y la dignidad escondidas en su mente. Tardó meditándolo unos segundos antes de sacar una pluma y tinta para rasgar sus reglas. Granger se había acercado lentamente hacia su escritorio—. Creo que la regla número dos podría eliminarse; en realidad odio que me interrumpas pero igual terminas haciéndolo y a veces sirve de algo.

Arrastró su pluma sobre el pergamino hasta que sólo quedó una línea negra encima de la delicada caligrafía de la morena. Suspiró, tratando de no recordar que probablemente se arrepentiría de esto más tarde. Pasó a la siguiente regla:

—La número cinco también es ridícula —dijo, tachándola mientras lo decía—. Nunca más pienso llegar sudoroso a este lugar. Aquella vez fue sólo para molestarte.

Sus ojos recorrieron el pergamino regla por regla, hasta que llegó a una que llamó su atención en particular. Ya no tenía sentido. Respiró hondo y, levantando temblorosamente su mano hasta las letras, se detuvo a tiempo.

Eliminar la regla número siete significaría muchas cosas y el fin de todo lo que antes creía. Había una revolución en su cabeza.

—No tienes que hacerlo —le dijo ella, sacándolo de sus pensamientos. Él levantó la mirada para verla a los ojos y Granger tragó saliva—. Sé que la regla de Sangre sucia es tonta, pero puedes tomarte el tiempo para...

—Nadie te entiende, Granger —murmuró en una mirada burlona y luego rodó los ojos. Antes de que pudiera pensarlo más, eliminó la regla número siete.

No más decir «Sangre sucia».

Por alguna razón se sintió liberado.

—Y supongo que esta también para estar ambos iguales —dijo, suspirando y eliminando también la número ocho—. Tú también puedes tocarme. Quiero decir, es tal como dices tú: lo hemos hecho ya y no nos hemos matado en el intento.

Ella no respondió. No la miró cuando levitó el pergamino hasta la puerta y luego lo pegó con magia. Se puso de pie y miró las tres reglas restantes.

Prohibido mencionar a la familia de Draco.

Todavía necesaria.

Hermione debe contar todo sobre la investigación y no omitir nada.

Aún necesaria igual; él aún creía que parecía ocultar algo.

Y...

Prohibido que Draco se enamore de Hermione.

Él se quedó sin aliento. Miró de reojo a Granger, y ella parecía estar mirando la misma regla.

Draco desvió la mirada y respiró hondo cuando el desastre lo inundó de nuevo.

Porque ahora él no sabía si la regla seguía siendo necesaria o no.

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