Las reglas
Draco por primera vez estaba deseando que las clases no terminaran.
Nunca había sido una persona ignorante, por supuesto, y disfrutaba de aprender cosas nuevas (cuando el profesor era competente), pero era un muchacho normal al confesar que esperaba siempre la tarde para librarse de los deberes y hacer cosas divertidas con sus amigos.
Pero ese día, recordando perfectamente que apenas terminaran las clases tenía acordada una cita en el infierno que era la insufrible de Hermione Granger, él comenzó a desear con necesidad que las clases se alargaran durante mucho más tiempo.
Él sólo quería aprovechar el día antes de tener que tirarlo a la basura cuando fuera con Granger, tal vez incluso podría distraerse con algo interesante que los maestros dijeran, pero nada parecía funcionar.
Y claro, no ayudaba el hecho de que Granger hubiera tomado casi los mismos ÉXTASIS que él; su espeso cabello seguía estando mesas delante suyo y era imposible querer distraerse con algo cuando su constante mano alzada le recordaba a cada momento que cada vez quedaba menos para pasar horas en una habitación encerrado con ella.
Aritmancia nunca había sido su taza de té, él en realidad prefería Pociones, pero sabía que la materia ayudaba mucho con respecto a trabajos de alto rango, así que la eligió para sus clases. Algo de lo nunca pensó arrepentirse hasta el momento que se dio cuenta que era la materia favorita de la chica de cabello espeso. Era estresante, antes no la creía de suficiente importancia como para prestar atención a ella en clases, pero ahora que su única distracción parecía ser esa morena, sus nervios se exaltaban cada vez que escuchaba su voz hablarle a los maestros o contestar alguna pregunta. Tenía que controlarse para no tomar uno de sus zapatos y arrojárselo a la nuca para que se mantuviera en silencio.
Aunque estas primeras semanas a comparación de todos los años anteriores, Draco debía admitirlo, su temperamento se había reducido constantemente.
Seguía siendo esa chica alerta por contestar cualquier pregunta que le hicieran, pero ya no lo hacía con la misma inspiración y desesperación que antes; era como si la Guerra se hubiera tragado una parte de ella. Él se sentía estúpido cada vez que ese pensamiento pasaba por su cabeza, pues se reprendía una y otra vez por prestar atención a cosas que no valían la pena.
Sin embargo, en un colegio donde no había nadie que le dirigiera la palabra —y donde no era bien visto que se juntara con sus amigos—, era fácil poner atención a cosas que antes consideraba insignificantes.
Después de unos minutos de Draco frunciendo el ceño, desvió la vista y se enderezó en su lugar al tiempo que la profesora Séptima Vector entregó tres cartas numéricas para que él las descifrara, después pidió que hicieran un ensayo de tarea sobre las propiedades mágicas del número siete, lo que hizo refunfuñar a Draco mentalmente, a diferencia de sus compañeros, quienes no se molestaron en demostrar su molestia.
Sacó su libro sobre la Teoría de la Numerología y comenzó a descifrar sus cartas. Desde que era pequeño, siempre había tenido la intención de terminar antes que todos, incluso si eso significaba pasar aburrido lo que restaba de la clase. Solo le importaba la satisfacción de saber que él había sido el primero.
Aunque claro, siempre le molestó el hecho de que, al levantar la cabeza para dar una sonrisa orgullosa y decir que había terminado, una morena de cabello esponjado ya hubiera acabado antes que él.
Ese simple recuerdo le hizo alzar su vista hacia Granger, quien se hallaba en la primera mesa por delante y en la fila de su derecha.
Frunció el ceño cuando notó que ella no estaba escribiendo y su libro estaba cerrado. Draco se giró hacia todos sus compañeros para tratar de averiguar si había entendido mal, pero todos estaban metidos en su trabajo. Se preguntó por qué ella no había comenzado, así que, dando una rápida mirada a la maestra para asegurarse que no tenía los ojos sobre él, estiró el cuello para observar qué hacía Granger.
Se le heló la sangre cuando se dio cuenta que ella estaba escribiendo en un largo pergamino. Draco recorrió su mesa con ojos rápidos y casi soltó un gruñido decepcionado cuando se dio cuenta que sus tres cartas numéricas también ya estaban descifradas. ¿Cómo había terminado tan rápido?
Apretó la mandíbula y se obligó a apartar la mirada, regresando a su propio trabajo y recordándose que no debía tener pendientes porque debía ir al entrenamiento de quidditch.
En su sexto año había sigo obligado a la misión de matar a Dumbledore, por lo que no tuvo cabeza para pensar en el deporte, y no terminó su séptimo año porque había huido. Pero aún así nunca dejó de ser buscador, por lo que no le importaba lo que los demás dijeran, su posición en el equipo no podía quitársela nadie; sin mencionar que no había muy buenos buscadores.
El quidditch era una excusa para pasar menos tiempo en esa habitación con Granger y también una manera para distraerse. Siempre había amado las escobas y la sensación de volar por los cielos con el aire moviendo su cabello era algo que no quería dejar de hacer.
Además, Granger quería alejarse de él tanto como Draco de ella, así que no habría problema en ello.
Las clases por fin terminaron y Draco quiso soltar un chillido de molestia porque cada vez quedaba menos tiempo para enfrentarse a Granger, pero decidió mantener su expresión indiferente cuando rejuntó sus útiles y luego salió del aula.
Ni siquiera se molestó en darle una mirada a la morena o al menos de avisarle que iría primero al entrenamiento de quidditch.
Fue hasta su sala común para guardar todas sus cosas y después se puso su uniforme. Hizo nota mental de enviarle una carta a su madre para decirle que comprara uno nuevo ya que ese le quedaba un poco más pequeño de lo normal.
Tomó su escoba y luego se dirigió a las canchas de quidditch, ignorando los ojos que sintió sobre su nuca cuando salió de la sala común. Vio una reunión por delante de los vestidores y se imaginó que eran los integrantes del equipo por los uniformes que llevaban, pero estaban charlando tan animadamente que Draco no supo si no se acercó para no escucharlos o sólo para no apagar su feliz plática.
Tal vez la primera opción.
—¿Vuelvas al equipo, Draco?
Él frunció el ceño ante la ya conocida voz soñadora que lo llamó. Detuvo sus manos —las cuales estaban ajustando sus guantes de cuero de dragón— y giró su cabeza para encontrarse con la mirada relajada de Luna Lovegood.
—Lovegood —saludó Draco con un asentimiento de cabeza antes de regresar su mirada al campo de nuevo—. ¿Cómo estás?
—Mucho mejor, definitivamente —respondió ella con un tono de voz que lograba calmarlo y alterarlo al mismo tiempo—. Me gusta que Hogwarts haya vuelto a ser el mismo, ¿no te parece? Es como si se hubiera pintado de colores de nuevo. Antes parecía gris.
Era extraño ver a Draco Malfoy y Luna Lovegood teniendo una conversación civilizada, pero ellos tenían un poco de historia. Cuando la rubia fue secuestrada y encerrada en las mazmorras de la Mansión Malfoy, era Draco quien se encargaba de que ella tuviera qué comer o al menos un abrigo para pasar el frío; constantemente pasaba por las noches para susurrar un encantamiento para calentar el ambiente. Nunca le agradó del todo la niña, de hecho la creía loca y un poco exasperante, pero sabía que ella era demasiado pura e inocente para el mundo al que estaba siendo sometida, por lo que algunas veces iba a hacerle compañía y de pronto nació una pseudo-amistad que no le desagradó del todo. Ninguno le dijo a nadie sobre ello, y Draco estaba agradecido, pues creía que sus caminos eran mejor separados, pero debía admitir que su compañía ahora ya no le parecía tan irritante.
Todo eso sin mencionar que era la única persona que se atrevía hablar con él además de McGonagall y Granger. Era reconfortante pensar que, al menos para alguien, él aún existía.
—El castillo es solo de color marrón, Lovegood. No hay más colores —recordó él, volviendo al trabajo de atar sus guantes.
—No si prefieres no verlos. La biblioteca es de bastantes colores, ¿alguna vez lo has notado?
—Uhm, no.
Lovegood se encogió de hombros, una sonrisa lejana.
—Bueno, supongo que no todos son capaces de notarlo.
Draco se detuvo con el último nudo y alzó una ceja en dirección a la rubia. Ella sintió su mirada y se volvió hacia él para sonreírle. Justo como le sonreía cada vez que pasaba por las mazmorras para preguntarle si necesitaba algo o si tenía hambre.
—¿Estás retándome, Lovegood? —preguntó con cinismo.
La rubia solo se limitó a sonreír, esta vez llegando hasta sus ojos. Dio una rápida mirada al campo y luego volvió a Draco, jugando con uno de sus largos mechones rubios sobre sus pequeños dedos.
—Buena suerte, Draco —deseó con voz dulce. Luego apartó la mirada y se alejó a pasos saltarines hasta las gradas más cercanas. Él la vio sentarse en una de las más altas y luchó contra las comisuras de sus labios para no sonreír. No sabía cómo se sentía que alguien te viniera a ver en el entrenamiento, así que no sabía si eso lo era, pero no pudo evitar sentirse agraciado después de mucho tiempo.
—¡Malfoy! —llamó una voz que él no reconoció. Draco regresó a su semblante serio y se giró para mirar a la chica que lo llamaba. Ella hizo un ademán con la mano para decirle que se acercara y aunque odió obedecer, él lo hizo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, ella preguntó—. ¿Seguirás siendo el buscador?
—Nunca dejé de serlo —contestó obvio, serio.
Ella asintió, sin ganas de profundizar más la conversación.
—Bien, toma tu escoba y ve a tu posición. Vamos a comenzar en dos minutos.
La castaña ya se estaba dando la vuelta para regresar a sus compañeros, pero antes de que pudiera dar un paso, Draco alzó la voz para preguntar:
—¿Qué eres del equipo?
Ella se giró con la ceja alzada.
—¿Disculpa?
—¿Qué eres del equipo? —repitió él, apoyándose de su escoba pero asegurándose de mantenerse más alto que la chica—. No me gusta que me den órdenes.
—Bueno, Malfoy, deberás acostumbrarte porque estás frente a tu capitana —respondió con dureza y cruzándose de brazos—. Ahora, por favor, ve a tu posición que empezaremos en dos minutos.
Y luego se alejó sin darle la oportunidad de responder. Apretó los dientes para abstenerse de hacer una rabieta y se subió a su escoba para ir hasta encima de los aires.
Debía comenzar a acostumbrarse a la vida de un mundano, sin respeto, dignidad u orgullo; ya no era ese niño mimado el cual obtenía todo lo que quería cuando lo pedía. Debía madurar y aceptar que ahora había superiores a él.
Tardaría en lograrlo, pero se obligó a olvidarse de ello mientras dejaba que el aire levantara su cabello.
Sabía que se vería ridículo, pero cerró los ojos unos segundos para disfrutar del viento antes de volver a abrirlos. El pequeño momento le otorgó algo de la paz que le había sido arrebatada desde hace tanto tiempo, y casi pudo sentir su cuerpo limpio de maldad: puro.
Su mente se puso en blanco y ejecutó todo pensamiento negativo que pudiera arruinar ese momento de paz. Se dio treinta segundos para ordenar los ladrillos de las paredes de su Oclumancia y así prestar toda su atención al entrenamiento. Pero cuando abrió los ojos luego de su ejercicio, su mirada cayó en el ala del castillo que se encontraba en la biblioteca, e inmediatamente pensó en Granger.
Maldijo mentalmente por tener que pensar en ella en un momento de tanta paz, sabiendo que ahora había arruinado su tranquilidad.
No tenía idea de cómo iba a sobrevivir las siguientes horas en la misma habitación que ella, pero se decidió a no pensarlo cuando escuchó el chiflido de la misma chica que había dicho ser la capitana. Separó sus ojos del castillo y apretó sus manos alrededor del mango de su escoba, preparado para el entrenamiento.
•••
Terminó más sudado de lo que había imaginado, sentía calor y también una necesidad extrema de arrebatarse el uniforme y entrar en una ducha.
Eso pensaba hacer cuando se dirigía de regreso al castillo, pero de repente una brillante idea llegó a su cabeza.
Si su plan era molestar a Granger para que ella se hartara de él y lo echara de la investigación por su cuenta, debía poner manos a la obra. ¿Y qué mejor molestia que llevar su horrible olor a sudor a un lugar que rápidamente se impregnaría a él? Casi sonrió ante su astucia y giró hacia el pasillo que llevaba a la biblioteca en lugar del que llevaba a las mazmorras.
Atravesó felizmente el lugar una vez llegó, ignorando por completo a Pince y se dirigió hasta la estantería donde estaba el libro que lo dejaría entrar al pasillo.
Hizo el pequeño y rápido ritual y luego, sin importarle una mirada cautelosa a su alrededor, se adentró al estrecho pasillo. Antes de llegar guardó su escoba en las carpas de los vestidores por lo que, apenas entró, la estantería reapareció detrás de él. Caminó orgulloso y erguido hasta la puerta de roble que se hallaba unos metros lejos de él y la abrió sin cuidado apenas la tocó.
Preparó a sus oídos para una melódica reprimenda de una voz chillona que lo insultara por oler tan horrible, pero frunció el ceño cuando la habitación siguió en silencio. Bajó la mirada hasta el escritorio donde suponía que debía estar, pero ella no estaba sentada ahí: la habitación estaba vacía.
Alzó una ceja y miró a sus costados —como si estuviera esperando una bomba nuclear en cualquier momento— y luego se adentró por completo, cerrando la puerta tras suyo.
Verificó durante cinco segundos antes de confirmarse que estaba solo. No le importó.
Se acercó hasta las estanterías que estaban en la pared contraria y hojeó por encima los lomos de los libros, recordando vagamente la imagen de Granger poniendo un encantamiento sobre ellos.
Probablemente los había hechizado para que nadie además de ella los tocara, pero Draco supuso que ya debió haberlo quitado. Probó su valentía y decidió aprovechar su tiempo solo cuando alzó su mano para tomar uno de los libros.
Soltó un chillido cuando este le quemó y se alejó sacudiendo su mano.
Tensó la mandíbula para dejar de quejarse y se miró sus dedos: ahora rojizos y ligeramente ampollados. Ella debió haber imaginado que él querría tomarlos. Era una maldita idiota. Sacó su varita y murmuró el encantamiento curativo.
Su mente estaba creando una lista de venganza hacia ella cuando la puerta de la habitación se abrió y él se dio la vuelta para encontrar a Granger entrando por el umbral.
La morena no pareció notarlo todavía porque incluso se giró para cerrar la puerta, y cuando se volvió de nuevo, sus cejas se alzaron al verlo.
—Malfoy... —masculló en voz baja y, de repente, se llevó el dorso de su mano a su nariz, como si quisiera comprobar algo, y luego lo bajó de nuevo. Dejó sus ojos y caminó hasta su escritorio—. Creí que ya no vendrías.
—Tenía planeado no hacerlo —respondió él con tono borde—. Pero imaginé que me necesitarías. Parece que sí porque...
—No veas cosas que no son —atajó ella, decidiendo no mirarlo—. Me refiero a que había tomado esperanzas de que en realidad no vinieras.
Él rodó los ojos, creyéndola más insoportable por dar a entender que era Draco el más irritable.
Se alejó de ella hasta el otro lado del escritorio y, al notar que la silla que ayer había conjurado ya no estaba, la volvió a aparecer para volver a sentarse. Se recargó en el respaldo y esperó el regaño de Granger cuando su pequeña nariz detectara su horrible hedor. Sin embargo, ella se limitó a actuar como si él no se encontrara en la habitación, por lo que las cejas de Draco se juntaron pocos segundos después.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no había gritos? ¿Por qué no estaba molesta? Repasó una lista mental de las razones por la cual ella no le estaba prestando atención, y pronto decidió que debía hacerse notar si quería que su plan funcionara.
Murmuró en voz muy baja un encantamiento para que de su varita saliera un poco de aire y se acomodó de la manera perfecta para que todo llegara a Granger.
Draco casi sonrió cuando notó que ella estaba comenzando a refunfuñar con su nariz. La vio fruncir el ceño y luego lentamente alzó la vista hacia él. Su expresión cambió de repente, fue como si lo hubiera notado por primera vez.
—¡Qué asco! —espetó—. ¡Apestas horrible!
Él luchó contra su sonrisa ganadora.
—¿En serio? —preguntó con inocencia, fingiendo olerse a sí mismo y haciendo una mueca—. Yo no me huelo mal.
—Debes estar sin olfato entonces —replicó—. Ve a tu sala común y no regreses hasta que estés bien aseado.
Draco alzó una ceja incrédulo, y de repente el aire que salía de su varita cesó.
No había esperado que ella le diera órdenes de qué hacer, solo había imaginado que ella le gritaría y luego saldría molesta de la habitación y, con la mejor de las suertes, pediría a McGonagall que lo sacara de esta tortura.
En cambio, Granger se encontraba aquí, frente suyo y mirándolo con ojos mandones mientras le ordenaba que fuera a darse un baño. Esa mirada la había visto antes: era la misma que le daba a Potter y Weasley.
Él soltó una carcajada.
—Estás bromeando, ¿no? —preguntó mostrando sus dientes.
Granger ni siquiera movió un párpado.
Draco frunció el ceño y se enderezó en su silla para quedar frente a ella.
—¿Qué te hace pensar que voy a hacerte caso? —soltó con molestia.
—El hecho de que serás bastante inteligente como para no hacer un puchero de un niño de siete años que no quiere darse un baño.
Ella alzó una ceja, casi divertida, y Draco notó que la morena creía que había ganado. Já, chiquilla tonta.
—Tal vez me agrade sentir este hedor porque puedo tener un recuerdo de lo que pasó hace unos momentos con una chica de Ravenclaw.
Granger frunció el ceño, y cuando pareció apenas entender su réplica, sus ojos se agrandaron y abrió su boca, indignada. Él casi sonrió satisfecho cuando su mirada aterrorizada lo recorrió de pies a cabeza.
—¡Eso es asqueroso! —bufó—. ¡E incluso eso sería una razón mayor para que te dieras un baño!
—¿No escuchaste que dije que me gusta tener recuerdos, Granger? Un día tendré uno tuyo.
Ella soltó un chillido que para Draco pareció romperle los tímpanos.
—Eres un cer...
—¡Oh, no! —él atajó—. ¡No hablo de eso! Me refiero a que en algún momento me voy a vengar de ti. Me golpeaste apenas llegué aquí ayer, y hoy acabo de quemar mis dedos con ese maldito encantamiento que pusiste en las estanterías. Estoy esperando solo una razón más que me permita regresarte la jugada. Y créeme, Granger, no me apetece en lo absoluto tener algo de piedad.
—¡Sal de aquí! —Granger gritó poniéndose de pie de un salto y apuntando hacia la puerta. Su cara estaba roja del coraje—. ¡Ve a tu sala común y date un baño, y cuando termines regresas aquí!
Y ahí estaba de nuevo. Granger no parecía entender que él odiaba que le dieran órdenes. Se puso de pie para igualarla en estatura, Salazar prohibiera que esta bruja lo mirara por encima de su hombro.
—¡No voy a hacer lo que tú digas solo porque así lo quieres! —espetó. Draco sabía que era estúpido seguir luchando, e incluso él mismo ya estaba ansiando un baño, pero no quería que ella tuviera la última palabra; sería un golpe directo a su orgullo.
—¡Estás siendo ridículo e infantil y atrasas mi investigación con tus tontos pucheros! —gritó.
—¡Eso no te da el derecho a decirme lo que debo hacer!
—¡Claro que lo hace! ¡Estás aquí por mi ayuda y todo esto te beneficia tanto como a mí! ¡No te pedí cerca, Malfoy!
De repente, Draco se olvidó de que su objetivo era molestar a Granger, porque ahora ella también lo estaba molestando a él y sus orejas se estaban poniendo rojas del coraje que esta bruja exasperante le causaba.
—¡Pues qué mala suerte la tuya! —le gritó de vuelta, saliendo de entre su silla y rodeando su escritorio para que pudiera escuchar sus palabras con tanta claridad posible—. ¡Porque estoy aquí delante tuyo, con la intención de quedarme aquí lo que restan de los putos días del año y serás condenada a verme todos los días!
—¡No si puedo evitarlo! —Granger gruñó, dando un paso hacia él. Draco se sorprendió ligeramente ante eso pero no tanto como para demostrarlo—. ¡Rogué a Minerva para que te sacara de esto y así pudiera trabajar sola pero parece que realmente me necesitas!
—¿Te necesito? —Draco repitió con crueldad, dando un paso intimidante hacia ella—. ¿Desde cuándo entró a tu pequeña cabeza de sabelotodo que yo te necesito a ti? Según tengo entendido, llevas en esto desde que comenzó el curso y sigues aquí. No me vengas con quién necesita a quién, Granger.
La morena parecía que estaba a segundos de sacar humo por su nariz, y de reojo él podía ver que apretaba sus puños. Se permitió sonreír internamente.
Bien, Granger, pensó, sigue mordiendo el anzuelo.
—Sigo en esto porque las cosas no siempre son tan fáciles a como tú estás acostumbrado, Malfoy —masculló—. No todos nacemos en una cuna de plata, solo esperando que las cosas lleguen a nosotros al igual que un maldito niño mimado y maleducado. Esto lleva más tiempo que solo dos semanas y estoy segura de que yo puedo lograrlo sola. ¡Así que tú eres el único que me necesita a mí!
—¡Está bien! —gritó Draco, casi haciéndola saltar en su lugar—. ¡Entonces aclárame por qué necesito de ti! ¡Quiero escucharte!
Granger tensó la mandíbula y observó sus ojos uno por uno, y él se dio cuenta que ella estaba dudando si debía decirle. Al final no pareció importarle:
—Me contaron sobre el orgullo de tu familia, Malfoy —susurró, casi con una maldad que no provenía de ella—. El pequeño hijo de papá está preocupado porque ahora su familia no encaja en la sociedad y necesita desesperadamente la ayuda de algo grande para sacar a mamá y papá del hoyo en que se encuentran. Tan desesperado que tiene que recurrir a la ayuda de una sangre sucia, implorándole honor. Un gran golpe a tu orgullo, ¿no crees?
Bien, cruzaste la raya.
Draco la tomó por los hombros y la estampó con la pared, la precaución de cuidar su cráneo no pasó por su cabeza cuando la furia lo invadió. Ella no pareció sufrir daño alguno porque su mirada seguía totalmente molesta hacia él y había levantado sus manos para zafarse de su agarre, pero Draco la tenía bastante domada y no podía salirse.
Se acercó demasiado a su cara hasta el punto que ella tuvo que dejar caer su cabeza en la pared. La miró furioso.
—Nunca vuelvas a mencionar a mi familia —siseó lentamente—. Si vuelvo a escuchar la mención de mi madre o mi padre de tus sucios labios, no me detendré para matarte. Ni siquiera si eres la Chica Dorada. Estoy dispuesto a pasar toda mi vida en Azkaban si eso significa darte tu merecido.
Si ella se asustó ante ello, no lo demostró.
—Quiero verte intentarlo —susurró en cambio—. Ahora, Malfoy, creo que quedó claro que ambos nos necesitamos. Quita tus asquerosas manos de mí y tómate el día libre para que te des un largo baño y pienses en tus palabras.
—¿Me estás pidiendo que reflexione, Granger? —preguntó y después soltó una carcajada, una tan cruel que casi la sintió estremecerse—. Hay tanta moral que quisiera restregarte en tu dorada cara. Qué lástima que ahora todos tengan sus ojos en ti y no seas una persona fiable para venganza.
Granger no pareció entender porque se permitió fruncir el ceño, pero después él decidió que ya no valía la pena. Quitó las manos de sus hombros y se alejó hacia la puerta, saliendo por ella y azotándola lo más que pudo.
Sus planes habían cambiado, ahora sabía lo mucho que a ella le molestaba estar cerca suyo y, si no podía lograr que lo sacara por su cuenta, entonces la haría arrepentirse de su decisión. Draco le haría el año más imposible de toda su vida, y esta sería su mayor distracción comparado con lo que tenía pensado hacer. A él también le molestaba estar cerca suyo, pero si se alejaba, solo estaría dándole lo que Granger quería, y no iba a permitir eso. Si alguien iba a sufrir, debía ser ella.
Regresó a las mazmorras y se dio un largo baño de una hora, permitiéndose treinta minutos más de relajación en su cama, hasta que decidió volver a la librería.
Si se quedaba en su sala común, estaría cumpliendo sus órdenes de «tómate el día libre» y entonces Granger tendría una tarde tranquila sin molestias por parte de Draco.
Así que, le gustara o no, debía regresar con la morena para hacerle la investigación un infierno. Ella no iba a salirse con la suya. Además, Granger aún no le contaba cuál era el caso y su curiosidad no podía esperar hasta el próximo lunes, por lo que debía saciarse ahora.
Cuando estuvo de nuevo frente a aquella estantería, Draco recordó la voz de su madre diciéndole que, entre más pensara las cosas, más difíciles serían. Así que se olvidó de prepararse y atravesó el pasillo hasta abrir la puerta nuevamente.
Granger levantó la cabeza de todos los pergaminos que estaban regados por el escritorio y, al mirarlo, pareció palidecer. De repente su mirada concentrada pasó a una desesperada y dejó caer sus hombros.
—Creí decirte que podías tomarte el día libre —dijo entre dientes, arrastrando las palabras y mirándolo altaneramente.
Él decidió que, por más que le gustara la idea, estaba bastante cansado como para otra pelea. Ignoró lo que dijo y se sentó en su propia silla. La morena lo siguió con la mirada hasta que él volvió a posar sus ojos en ella; la chica tenía una mirada incrédula.
—¿Qué? —preguntó Draco, dándole una rápida mirada fisgona—. ¿Ya se te pasó lo perra?
Un estallido de satisfacción llegó a él cuando la vio apretar los labios, molesta.
—¿Ya se te pasó lo mierda? —replicó Granger en cambio, y el estallido desapareció de él. Aunque claro, no iba a demostrarlo.
Se encogió de hombros, indiferente y con una expresión casi divertida.
—Sí —respondió.
—Bien —suspiró ella, apartando su mirada y comenzando a ordenar sus pergaminos en una pila completa. Luego se puso de pie y caminó hasta la estantería, levantó su varita y un pequeño resplandor le indicó que Granger había quitado el encantamiento de sus libros—. Estuve pensando y, creo que si hacemos un pequeño contrato, podremos lograr convivir en paz.
Draco parpadeó, frunciendo el ceño cuando ella se volvió a mirarlo.
Se había distraído leyendo los títulos de los libros que más le llamaron para después leerlos, pero cuando Granger mencionó su pequeño contrato, se olvidó de lo demás. ¿Un contrato para aprender a no molestar? Eso estaba en contra de sus planes.
—¿De qué hablas, Granger? —exigió saber, alzando una ceja.
La vio morderse el labio, y de repente le pareció divertido ver a la Chica Dorada nerviosa. Desvió la mirada de él y Draco la miró volver a sentarse en su silla, del otro lado del escritorio. Abrió un cajón y sacó un pergamino nuevo al igual que un nuevo tarro de tinta. Puso ambos objetos y un pluma en el centro del mueble y él frunció el ceño hacia ella.
Granger ya lo estaba mirando cuando Draco levantó sus ojos hacia ella. Estaba nerviosa.
—¿Qué quieres decir con «un contrato»? —preguntó él de nuevo.
—Un contrato es un acuerdo, generalmente escrito, por el que dos o más partes se comprometen recíprocamente...
—Sé lo que es un maldito contrato, Granger —interrumpió él, molesto de que lo creyera incapaz de saber el significado.
Ella pareció cansada.
—¿Entonces qué? —preguntó.
Draco dejó el respaldo de su silla y se recargó con ambos codos sobre el escritorio para estar frente a frente con Granger. Algunas veces creía que esa era su mejor manera de intimidar.
—Me refiero a qué te hace pensar que un contrato va a poder mantenernos a la raya —dijo—, ¿cuál sería el castigo y cuál la ganancia?
—Cada vez que uno rompa algún acuerdo, podría darle al otro galeones y...
—¿Galeones? —Draco bufó con superioridad—. Tengo ya una enorme herencia esperando en una cámara de Gringotts, gracias.
Granger rodó los ojos.
—¡Bien, galeones no! —espetó—. Olvídate del contrato entonces, solo hay que escribir reglas que nos beneficien a ambos para poder mantenernos en una convivencia civilizada. Necesito continuar con esta investigación y tu presencia me está exasperando.
—¿Yo soy el exasperante? Qué curioso, porque yo...
—Primera regla —interrumpió ella—: no puedes incitarme a pelear contigo.
Draco tensó la mandíbula.
¿Granger quería jugar? Bien, entonces eso harían.
—Segunda regla —dijo él—: no puedes interrumpirme.
La morena pareció a punto de protestar pero cerró los ojos y suspiró antes de lograrlo. Él casi sonrió. Lo miró de nuevo y Draco alzó una ceja.
—Está bien —dijo Granger—. Tercera regla: tienes prohibido volver a tomarme de la manera que lo hiciste hace rato.
Él rodó los ojos, pero luego asintió. Se puso a pensar en su siguiente regla mientras veía a Granger garabatear su delicada caligrafía en el pergamino, escribiendo las reglas que tenían como título «Convivencia civilizada». Después, ella alzó la mirada y esperó a que hablara.
—Cuarta regla —siguió él—: no puedes decirme cuándo bañarme ni tampoco a qué hora debo irme.
—Bien —replicó ella, con esa mirada que indicaba una mejor jugada. Y la tenía—: Quinta regla: tienes estrictamente prohibido llegar todo sudoroso después de tus entrenamientos de quidditch.
Gracias, Granger, pensó. No se imaginaba de nuevo dejándose todo sucio solo para molestarla. Pero pronto, la simple mención del deporte le dio una idea increíble que sabía la haría enojar sin necesidad de provocarlo.
—No te agrada el quidditch, ¿eh, Granger? —canturreó con tono divertido mientras ella escribía las reglas que acababan de decir.
—No me gusta ver a salvajes peleándose por unos tontos puntos con el riesgo de lastimarse, no.
—Eso le quita lo divertido.
Granger dejó de escribir y lo miró casi molesta. Él casi se rió ante lo que ella consideraba amenazante, y aún más porque Weasley y Potter sí lo creían.
—Tampoco me gusta que además de que puedan lastimarse, todos terminen tremendamente asquerosos —siguió ella. Argumentos demasiado ridículos, al parecer de Draco—. ¿Cuál es tu siguiente regla?
Él sonrió orgulloso.
—Sexta regla: debes ir a verme en todos mis partidos de quidditch.
—¡Ni loca! —protestó ella—. Acabo de librarme de ello ahora que Harry y Ron no están y no volveré a hacer lo mismo solo porque tú lo dices.
—Está bien, entonces olvídate de las demás reglas y dile adiós a tu "convivencia civilizada" —replicó Draco con indiferencia, solo esperando que ella aceptara. Sería increíble tener su mirada molesta en cada partido solo porque él la obligó.
—Dijimos que tenías prohibido incitarme a pelear —recordó Granger, mirada seria—. Pedirme que vaya a tus partidos es solo una manera distinta de hacerme enojar.
Diez puntos para Gryffindor, Granger.
—¿Crees que todo se trata sobre ti? —preguntó divertido—. Solo estoy pidiendo una compañía en mis partidos. Tal vez incluso nos conozcamos mejor y dejes de parecerme tan insoportable.
No era cierto, él no quería conocerla mejor, solo quería ver su molesta expresión en cada partido. Solo para tener la satisfacción de que él creó esa molestia. Si no tenía permitido incitarla a pelear, que era lo más divertido, entonces debía encontrar una manera indirecta para molestarla.
—Bien —masculló, rodando los ojos y anotando la regla—. Séptima regla: vas a dejar de decir «sangre sucia».
Draco alzó una ceja, divertido.
—Miren lo que tenemos —canturreó—. A la Chica Dorada le molesta que...
—Oh, no —atajó Granger—. No me malinterpretes, poco me importa el cómo me llames. Es solo una regla para que ayude a contenerme de lavar con jabón tu sucia boca.
Él la miró con los ojos entrecerrados.
—No lo harías...
Ella sonrió.
—Pruébame.
Draco tensó la mandíbula.
—Bien —aceptó—. Octava regla: no puedes tocarme.
—Con gusto —replicó ella, escribiendo la regla casi con placer—. Y esa también sería mi novena regla.
Draco comenzó a desesperarse, estaba dándole lo que ella quería y eso no era lo que había planeado desde el principio. Su plan era hacerle el año imposible y con estas tontas reglas no podría lograrlo.
Ni siquiera entendía por qué Granger lo estaba intentando, ella debía saber que nunca podrían convivir sin maleficios e insultos entre ellos. Luego frunció el ceño, imaginándose una realidad donde no discutiera con Granger.
—Décima regla —siguió Draco—: tienes prohibido mencionar a mi familia.
Ella se mordió el labio de nuevo y asintió.
—Está bien —dijo—, y lo siento por lo de antes.
Draco frunció el ceño pero la morena no alcanzó a notarlo. Volvió a escribir la regla y después habló:
—Undécima regla: si alguna vez salgo de Hogwarts, no puedes preguntar adónde fui.
Eso lo dejó más confundido.
—¿Por qué no? —preguntó, pero ella se limitó a negar con la cabeza y terminó de escribir la pregunta.
Draco decidió dejar el tema.
—Duodécima regla —dijo—: vas a contarme todo sobre esta investigación, sin omitir nada. No engaños, Granger.
Ella pareció palidecer ante ese comentario y rápidamente bajó la mirada. Draco juntó ambas cejas cuando la vio tragar saliva y luego asentir. Tomó la pluma y escribió sobre el pergamino de nuevo.
—Décima tercera regla —siguió ella—: tendremos nuestro propio espacio de trabajo y ninguno puede pasarse al del otro.
—Está bien —aceptó Draco—. Décima cuarta regla: no podemos meternos en la vida personal del otro.
Granger volvió a morderse el labio, nerviosa, pero asintió y luego garabateó. Después de terminar, dio una larga respiración y se quedó mirando el pergamino sin hacer nada más, como si se hubiera perdido entre tantos pensamientos.
Draco frunció el ceño y la llamó chasqueando los dedos, haciéndola regresar a la realidad. Ella se giró hacia él con una expresión que Draco no pudo identificar.
—Sigues tú —recordó él—. ¿Cuál es tu regla?
La morena dio una rápida mirada a su alrededor, observando cada detalle de la habitación y luego regresó a él. Tragó saliva.
—Vigésima regla —dijo en voz baja—: tienes prohibido enamorarte de mí.
Draco no ocultó su impresión e incluso se permitió dejar caer su mandíbula. Se quedó esperando alguna mirada que le dijera que era una broma, pero al darse cuenta que ella seguía con su semblante serio e incluso casi asustado, todo comenzó a darle gracia y soltó una cruel carcajada.
—¿Enamorarme? —preguntó entre maliciosa diversión—. ¿De ti, Granger? Debes estar jugando.
—No me importa si te ríes —replicó, ni siquiera pareció importarle su reacción—. Quiero que estés de acuerdo con esta regla.
Draco alzó una ceja, aún con esa sonrisa divertida.
—Debes estar tomándome el pelo...
—¡Malfoy!
—¡Está bien! —Se encogió de hombros, aún sonriendo—. Estoy de acuerdo, Granger. Tengo prohibido enamorarme de ti. ¿Sabes algo? Desperdiciaste una regla ahí, es algo que nunca sucederá.
Ella no se molestó en responder. Dio una rápida mirada a todas las reglas y, cuando comprobó con Draco que él ya no agregaría más, hizo levitar el pergamino hasta la puerta y con un encantamiento lo mantuvo ahí, remarcando sus lados para hacerlo llamativo y que ninguno lo perdiera de vista.
El pequeño pergamino que sería el principio de sus problemas.
———
NA: El diálogo del «tienes prohibido enamorarte de mí» es una referencia a el libro y la película «A walk to remember».
—nico🐑
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