La cura
—La regla número quince. Especifica que no puedes enamorarte de mí. Lo tienes prohibido.
Draco se congeló, como si esas palabras apenas hubieran sido el enorme balde de agua que lo regresó a la realidad, golpeando cada una de las entrañas de su cuerpo como una descarga eléctrica.
Recordándole, porque definitivamente esa regla había desaparecido de su mente en el último mes.
De hecho, se había olvidado de todo ese estúpido pergamino de reglas.
Entonces él la miró.
El cómo sus pecas salpicadas de color café se notaban más sobre sus mejillas porque estas estaban coloradas por el frío. El cómo su pequeña figura titiritaba ante el viento de enero y cómo su postura intentaba parecer intimidante pero apenas lo lograba. El cómo sus rizos se esparcían alrededor de sus hombros y se escondían detrás de esa bufanda; Draco tenía casi un año sin ver esos rizos. El cómo su ceño seguía fruncido mientras lo miraba a él, esperando una respuesta.
Una respuesta que él no tenía.
No se estaba enamorando de Granger, eso era demasiado incluso para alguien tan intenso como él. Además de que era perfectamente consciente de lo que eso podría provocar —tanto en su vida como en la de ella—: el fin de todo lo que conocía.
Estar enamorado de Granger era como destruir todos los pilares sobre los que estaba apoyado. Su estatus social ya era una mierda, su familia estaba jodida y su herencia podría escaparse de sus manos en cualquier momento si eso pasaba.
Por el momento, Draco sólo había encontrado la manera de mantenerse en paz cuando estaba con Granger; por alguna tonta razón, estar junto a ella —y sin discutir— le daba menos jaqueca que cuando estaba alejado.
Granger se había convertido en una especie de calmante para él.
Pero era obvio que ella no lo consideraba de la misma manera, así que decir que estaba enamorado, arruinaría lo que sea que se tuviera con Granger.
Y si Granger caía, entonces todo lo demas también.
Era un jodido ciclo del cual no podía salir, y lo tenía harto, porque sólo quería retroceder el tiempo y nunca haberla besado. Ambos se habían acostumbrado a su extraña relación y él casi comenzó a sentirse vivo.
Sin embargo, la besó, y todo se destruyó.
Si todos sus pilares ya estaban en la ruina, al menos mantendría su esencia.
Regresar a odiarse, y tal vez así iniciar de nuevo, parecía ser la única buena opción. Así que se enderezó, y dijo lo único que sabría la haría dejar en paz el tema:
—No entiendo por qué eso te preocupa tanto —masculló, agradeciendo que su voz saliera con frialdad y no mostrando lo casi vulnerable que se sentía—. No me estoy enamorado de ti. Fue sólo un maldito beso. Estábamos debajo de un muérdago, ¿recuerdas, Granger? La cosa no pasó de ahí y tampoco lo hará.
Bien.
Tal vez fue un poco cruel, pero si Granger estaba tan desesperada por aclarar que la situación había estado mal, entonces significaba que le importaba en lo más mínimo, ¿qué no?
Por Merlín, incluso ella lo había regresado a llamar Malfoy. Se sintió como diez acuchilladas venenosas en el pecho.
Él la miró parpadear, como si estuviera procesando sus palabras, y luego:
—Sí —dijo y bajó la mirada, confundida—. Un beso. Sólo eso.
No fue sólo un beso.
Fue algo mucho más grande, pero Draco no lo quería admitir. Así que se obligó a tragar saliva y seguirle la corriente.
—Ahí lo tienes, Granger. Las personas se besan, y con más razón cuando están debajo de un muérdago. Un beso es sólo un beso.
Draco trató de repetirse eso una y otra vez mientras le daba una última mirada y luego se daba la vuelta para regresar a la habitación de la biblioteca. No podía sólo seguir ahí y mirándola coincidir con ello, podría arruinar todo su imperio de mentiras y engaños a sí mismo.
Cuando entró al lugar, su mano cerró la puerta con más fuerza de la debida. Se detuvo en seco y luego se llevó las manos al cabello para arrastrar sus dedos sobre él mientras cerraba sus ojos con frustración.
¿En qué demonios se había metido cuando aceptó el trato que McGonagall le ofrecía? Draco no tenía ni la más mínima idea que desarrollaría una especie de sentimiento hacia Granger.
¡Granger! ¡Hermione jodida Granger! ¿Se estaba volviendo loco acaso?
Él abrió los ojos y miró a su alrededor, a esas cuatro paredes que los condenaban a ambos en un mismo espacio. Ese lugar tenía la culpa de todo, de no ser por esa reducida habitación, Draco todavía estaría en sus cabales y Granger muy lejos de su mente, de regreso al apestoso lugar donde pertenecía.
Sin embargo, seguía pensando en ella. Y entre más lo hacía, entre más recordaba sus suaves labios contra los de él, más asfixiado se sentía. Como si tuvieran una soga alrededor de su cuello y sólo Granger supiera desatar el nudo.
La simple comparación lo hizo sentirse enfermo, así que guardó sus cosas con un movimiento de varita y luego abrió la puerta para salir. No tenía ningún ánimo de seguir en la investigación sólo para no encontrar nada y aún así volver a mirarla, así que decidió irse.
Necesito alejarse de cualquier cosa que le recordara a ella. Perderse en el alcohol durante unas horas, quizás. Estaba tan mal que incluso podría cometer el error y la barbaridad de recurrir con Pansy en busca de consuelo. Lo que sea.
Pero, en cambio, sólo se alejó a la Torre de Astronomía con una petaca de whiskey en la mano para perderse entre las estrellas.
•••
Para el lunes siguiente, él podía decir que se estaba hundiendo en su propia desgracia.
Granger y él habían regresado a las discusiones y a esos silencios incómodos que tanto le aborrecían. Sólo se mantenían perdidos en sus lecturas y haciendo notas que difícilmente funcionaban para algo; y todo eso lo estaba volviendo loco.
Cada vez que entraba a ese lugar, sentía como su cabeza comenzaba a pulzar y cómo el oxígeno se volvía casi tóxico.
Por lo que aguantar a Granger definitivamente no era algo que soportara hacer.
Así que, el día que ella entró apresurada y se puso a leer una carta mientras su expresión se volvía cada vez más dura a medida que leía párrafo por párrafo, Draco imaginó que algo cambiaría.
O mejor dicho, que se cruzaría la línea imaginaria que se suponía no debían cruzar.
Fue imposible para él no mirarla, porque le daba curiosidad por qué unas simples palabras podían derrumbarla como si hubieran atacado todo un imperio suyo.
Era Hermione Granger, heroína de Guerra, y parecía tener todo siempre a su favor. ¿Entonces qué había en esa carta que la molestaba tanto?
El que ella hiciera ese pergamino de un puño apretado mientras apretaba la mandíbula no fue una opción para saciar su curiosidad. Luego la miró arrepentirse y deshizo las arrugas del papel, pero justo cuando guardó la carta en ese maldito bolso que nunca se quitaba, Granger alzó la mirada y entonces lo pilló.
Y justo desde ahí todo se jodió más, si es que era posible.
Porque Granger decidió desquitarse con él por lo que sea que hubiera estado en esa carta. Draco intentó de todo para mantenerse en control y repetirse una y otra vez que era sólo una discusión más y que pronto ella se callaría.
Pero luego descubrió que ya no podía aguantarla más, el lugar se sentía más pequeño cada vez y el oxígeno parecía arrebatarse con cada gruñido de ella.
Podía soportar ser el saco de boxeo de unos idiotas que no sabían controlar sus deseos de odio.
Pero no ser el saco de boxeo emocional de Granger.
Eso era demasiado incluso para él, así que reunió toda su relajación y paciencia para responder un muy borde «Bien. Disfruta tu tarde» antes de darse la vuelta e irse a otro lugar.
¿Adónde iría? Draco no tenía idea, pero cualquier lugar lejos de Granger parecía ser lo único que pasaba por su cabeza.
Su primera idea fue regresar a su sala común, pero luego recordó que ahí no tendría privacidad y sus amigos podrían hacer muchas preguntas sobre todos los libros que traía. Así que su única opción fue ir hasta una de las mesas lejanas de la biblioteca y encerrarse en su propio mundo de libros.
Tuvo que agregar unos escudos protectores y otros desilusionadores para no llamar la atención de nadie, y cuando estuvo cómodo y en una posición donde la luz del ventanal no le molestaba, resopló y comenzó a leer, obligando a su mente a dejar a Granger refundida entre todo su desastre.
Sus ojos se perdieron entre todas las palabras de esos libros de magia oscura, y luego de dos horas donde ya estaba sumergido, leyó algo que llamó su atención.
El encantamiento vínculo de sangre es un encantamiento antiquísimo y extremadamente poderoso, que se puede realizar cuando una persona sacrifica voluntariamente su vida para salvar a un miembro de su familia sanguínea, en un acto de amor puro y desinteresado. El sacrificio crea una protección prolongada en la sangre de la persona que fue salvada, por medio de la cual se puede lanzar el encantamiento; no obstante, para sellar y hacer que funcione el hechizo se requiere que otro miembro sanguíneo de la familia acepte acoger a la persona salvada como parte de su hogar.
Draco se enderezó en su silla y leyó una y otra vez el párrafo, tratando de encontrar algún otro sentido a las palabras. Había algo oculto que él podía usar a su favor y así encontrar al menos un avance de entre toda la mierda que habían leído durante esos meses.
Así que sacó su pergamino y se puso a formular sus hipótesis con una nueva energía, creando teoría tras teoría sobre las situaciones donde el encantamiento podría usarse.
Al día siguiente, Draco no tenía entrenamiento ni nada que pudiera distraerlo de unas horas libres sin Granger, así que fue a regañadientes hasta la biblioteca, pero cuando pasó por esa mesa que había usado el día anterior, recordó la paz que había sentido por estar solo y sin ella taladrándolo con discusiones sin sentido a cada momento.
No lo pensó dos veces, apenas dio una última mirada a la dirección que debería ir y luego se alejó hasta aquella mesa. Volvió a poner los escudos y luego sacó todo de su mochila para seguir con su lectura.
Sus hipótesis del día anterior lo habían llevado a algún lugar, pero él no tenía idea de exactamente qué.
El libro decía que el encantamiento debía ofrecer un sacrificio voluntario de amor puro y desinteresado, que fuera de un familiar de su misma sangre y así otorgaría protección al que estuviera en peligro.
Pero Draco tenía dos preguntas a las que aún no les lograba encontrar buenas conclusiones.
Él siguió escribiendo en sus notas mientras recapitulaba lo que había tomado de la lectura anterior. Y siguió pensando en sus dudas:
Primero. Cuando el libro se refería a "protección prolongada", ¿podía aplicar también contra la magia oscura? ¿Este encantamiento sería lo suficientemente eficiente como para cumplir su propósito incluso si una persona ya estaba infestada de magia negra?
Dos. ¿Había otra manera para engañar el encantamiento y que no tuviera que haber un sacrificio? Porque estaba seguro de Granger no permitiría que nadie de su familia se sacrificara por su prima y lucharía por encontrar alguna otra manera.
O aún peor, sería ella quien...
Sus pensamientos se enterraron en su mente cuando sintió una presencia aferrarse a su libre espacio de paz.
Se obligó a no mostrar ningún signo de vulnerabilidad, y entonces la saludó:
—Granger.
—¿Qué demonios haces aquí, Malfoy? —preguntó, yendo al grano como siempre lo hacía cuando no conocía el tacto.
Pero entonces Draco recurrió a su idea del desconcertado que no tenía idea de qué hablaba, lo que —como siempre— logró molestarla, diciendo que no debía estar ahí porque alguien podría verlo y que debía estar en la habitación como lo había dicho McGonagall. Él se defendió, diciendo que ya no estaba dispuesto a seguir soportando sus peleas ridículas y que funcionaba mejor separado de ella.
Casi percató su mirada herida cuando dijo eso, pero se obligó a refundirlo en su mente.
Aún así, Granger siguió insistiendo en que era mejor que regresara a la habitación, y pronto Draco comenzó a encontrarle un gusto a su desesperación.
—Vaya, Granger —canturreó entonces—. Casi pareciera que me necesitas en esa habitación.
Draco habría pagado la mitad de su herencia por una fotografía de ella en esos momentos. Porque apenas dijo esas palabras, su boca y se abrió se cerró como si fuera un pez fuera el agua, claramente aturdida porque no se lo esperaba.
Entonces él se permitió arquear una ceja y curvar sus labios en una sonrisa burlona.
Si iba a volver a ese lugar, al menos quería que valiera la pena. Al menos debía saber que su estadía ya no sería más un martirio.
Pero de nuevo, Granger la cagó.
—Por supuesto que no —murmuró, y él juró haberla visto casi ruborizada—. Es sólo que...
Eso fue suficiente, no quería escuchar como era que una persona más no necesitaba de su presencia.
—Entonces ya lo has dicho —masculló, encogiéndose de hombros y fingiendo regresar a su lectura para que no mirara la expresión irritada que amenazaba con salir—. No me necesitas en la habitación. Cada quien puede hacer su parte y yo todas las noches pasaré a dejarte mis notas. Y no te preocupes por encontrarme cuando entres, porque tomaré los libros que necesitaré antes de que llegues.
Siguió sin levantar la mirada, pero cada cosa que dijo lo hizo con la intención de insinuarle lo malo y definitivo que podría hacer, tal vez con la esperanza de que Granger dejara su orgullo de lado y admitiera que era ella quien lo quería ahí en esa habitación.
Pero nada sucedió, y pronto sintió cómo se levantaba y se alejaba de la mesa.
Draco se obligó a no mirarla, pero cuando estuvo seguro de que ya los separaban demasiados metros, alzó ligeramente la cabeza para mirarla alejarse, con ese mismo caminar torpe que acostumbraba.
Él se sintió extraño e incluso fuera de lugar.
Porque había llegado a esa mesa en un principio buscando sólo algo de paz al menos por unas horas hasta que se sintiera menos asfixiado, pero ahora que habían tenido esa discusión, todo se sintió surreal.
Se sentía como una separación entre ambos, y ninguno tenía idea de cuándo iba a terminar. Ambos eran demasiado orgullosos como para dar el primer paso, y mientras tanto, tendrían que estar lejos el uno del otro.
Tal vez era algo bueno. Tal vez sólo necesitaba alejarse de Granger para recuperar algo de la paz mental que le había arrebatado. Tal vez no mirarla todos los días y a todas horas lo haría dejar de pensarla.
Él se concentró en eso lo que restó de la semana.
Pero...
Fue un infierno.
Un completo infierno.
Draco había recurrido a poner escudos silenciosos a su alrededor porque, a pesar de que la biblioteca debía ser un lugar de poco ruido, constantemente le molestaba escuchar los susurros de otras personas, los libros volando hacia alguna estantería o el caminar de la bibliotecaria de un lado a otro.
Pero eso sólo fue peor, porque incluso aunque él fuera un amante del silencio, lo encontró demasiado inquietante. Sólo se hallaba Draco, en una mesa con muchos libros y notas, un enorme ventanal y era todo.
Sólo él y su soledad nuevamente.
Nunca se había dado cuenta que necesitaba la presencia de alguien más, e incluso todavía no lo admitía. Pero en esos momentos, se encontró a regañadientes con el deseo de saber que al menos existía otra persona en todo su mundo de mierda.
Ya no podía alzar la mirada y ver que Granger estaba a poco metros de él y también sumida en su lectura, porque ahora lo único que veía cuando lo hacía era una enorme estantería de libros antiguos.
De alguna manera, con el paso de los días, él comenzó a aborrecer el extenso silencio y la aburrida soledad.
Todo se convirtió en una rutina: salir de clases, llegar a la biblioteca, sacar sus notas, dejarlas en la habitación de Granger, irse a dormir. Luego volvía a comenzar.
Incluso se encontró extrañando un poco esas hipótesis que tenían al terminar un libro.
Cosa que era ridícula, porque fue Draco quien quiso alejarse en un principio y Granger quien lo provocó. Además, ella había dejado muy en claro que no lo necesitaba en esa habitación y, si no era ella quien venía a él a admitirlo, entonces Draco podría hundirse en su miseria más tiempo.
Total, ya lo había hecho una vida entera.
Así que, después de casi dos semanas, cuando escuchó su caminar torpe atravesando las barreras, él casi se sintió aliviado. Pero se obligó a mantenerse indiferente hasta que Granger se sentó delante de él.
—¿Sí? —preguntó con su fingida voz aburrida, pero eso sólo pareció perderla. Ella no dijo nada durante varios segundos, y entonces él alzó una ceña—. Granger —llamó.
—¿Eh?
Le preguntó qué hacía ahí, pero eso sólo pareció confundirla más. No decía nada y eso estaba comenzando a impacientarlo, porque si su mente le estaba jugando una mala jugada para hacerla arrepentirse de lo que se que hubiera venido a decir, entonces él debía apresurarla.
Draco insinuó que no quería a una Granger aturdida delante de él con la intención de hacerla a hablar, pero cuando ella rodó los ojos y murmuró algo antes de ponerse pie, su mano se alzó para alcanzar la muñeca de ella antes de poder detenerse.
Era increíble cómo la piel que antes le había causado asco, ahora parecía ser lo único que él quería tocar.
Se reprimió a sí mismo antes de rendirse, y luego sólo hizo un movimiento con la cabeza para que regresara a sentarse, poniendo la excusa de que no iba a dejarlo con la duda.
Y entonces ella lo soltó:
—Yo... He estado pensando sobre esto.
Ahí vas, Granger.
Pero él fingió no saber.
—¿Esto?
Ella le recordó sobre su distanciamiento, y entonces Draco supo que estaba yendo por buen camino, porque luego la morena comenzó a decir que estar separados era algo ridículo si ambos iban a tener el mismo resultado.
Cosa que era lo que él quería que dijera, pero no exactamente, así que siguió insistiendo para llevarla al borde. Draco le dijo que le estaba yendo muy bien por su parte y que todo ese lío significaba más paz para ambos.
Ella se notó aturdida, y él se abstuvo de sonreír. Pero aún así, Granger siguió sin captar el punto y decidió recurrir a la vieja confiable de pensar en el fruto, y comenzó a poner sus peros sobre todo el sistema, diciendo que necesitaban hacer sus hipótesis y que era más difícil si él no estaba cerca.
Sus palabras tenían significado oculto, pero Draco fingió no hallarlo y le dio alternativas a sus tontos problemas. Porque lo único que él necesitaba era empujarla al borde para que dijera su verdadera razón.
En cambio, Granger no captó y siguió insistiendo que debía volver, pero aún no lo hacía de la manera correcta. Y luego lo preguntó:
—¿Entonces tú en realidad prefieres que sigamos distanciados?
No, quiero volver.
Su mente le dio la respuesta demasiado rápido, pero claro que no dijo eso.
—Sí. Estoy bien así. ¿Por qué tú te empeñas en lo contrario?
—¡Porque estoy harta!
Draco tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no sonreír con triunfo, porque Granger estaba yendo por el camino correcto. Ella escondió su cabeza entre sus brazos, dejándose caer sobre la mesa mientras se desahogaba, diciendo que el silencio de la habitación era sepulcral y muchas cosas más.
Todo lo que decía estaba bien, y él casi disfrutó saber que alguien lo necesitaba. Pero Granger seguía sin decirlo.
—Te dije que podrías llamarme con...
—¡No es lo mismo! —protestó ella, saliendo de su escondite. Y entonces comenzó a decir muchas más cosas, excusándose aún con las hipótesis para justificar que lo quería de regreso. Prácticamente confesando que lo extrañaba, pero sin hacerlo. Y luego, cuando él no dijo nada, añadió—: ¿No prefieres volver tú también?
Sí, pero no quiero regresar al mismo hoyo negro. Quiero saber que podremos avanzar. Por eso te pido que lo admitas.
¿Pero qué demonios sería Draco Malfoy si dijera lo que acababa con su orgullo?
—Ya te lo dije —murmuró, tragando saliva para no sentirse pésimo—. Estoy bien aquí, Granger. Me estoy acostumbrando y tú...
Pero entonces ella, como una niña pequeña y mimada, se molestó porque sus palabras de aliento no le funcionaron, y él también se molestó entonces, diciéndole que lo único que quería era atención y ella negándolo hasta el cansancio.
Comenzaron una buena discusión, y lo poco que había avanzado, retrocedió a zancadas.
—¡Estoy pidiendo que vuelvas por el bien de esta investigación! ¡No porque necesite tu presencia!
Oh.
Salazar, ¿por qué esa chica debía ser tan terca?
Bueno, si Granger podía dar en lo que dolía, entonces él le regresaba todo con el doble. Le dijo que la investigación iba bien porque no estaban juntos y muchas cosas más, llegando al punto donde tuvo que decirle que tal vez le gustaba estar alejado de ella —cosa que era mentira pero no podía admitirlo aún—, y cuando la miró contrariada, él lo soltó y le dijo que aceptara que lo necesitaba.
Eso pareció ser demasiado para ella.
—Yo no soy quien...
Y eso fue demasiado para él.
—Entonces aquí me quedo, puedes irte ya.
Se volvió a sentar y regresó a su lectura, apretando la pasta del libro con mucha fuerza para mantenerse en su lugar y no levantarse para rogarle que lo aceptara y así ambos regresaran. Porque Draco no era el que aquí estaba mal, ella tenía un humor que constantemente le afectaba a él y no sabía controlarse.
Si tan sólo aceptara que lo necesitaba ahí por ser él y no por la excusa de la investigación, entonces las cosas cambiarían y todo tendría otro rumbo.
—¿Esto se queda así? —Había preguntado ella luego de unos segundos—. ¿No vas a volver?
—No.
Incluso le dolió la garganta por decir esa palabra.
—Bien.
Pero eso le dolió más.
Esa vez, ni siquiera se molestó en darle una mirada mientras ella se alejaba.
Y entonces todo se volvió a destruir, porque ahora ya no parecía haber retorno para ninguno de los dos.
Aún así, Draco se reprimió todo el fin de semana. Era algo ridículo, y obviamente no quería que eso pasara, pero cada vez que llegaba a su cama después de un exhaustivo día fingiendo con sus amigos que todo estaba perfecto, lo único que hacía era recostarse y mirar el dosel de su cama mientras las horas pasaban una tras otra hasta que el cansancio lo vencía.
Era imposible no pensar en ella.
Y sabía que estaba mal, porque al menos Draco Malfoy conocía el amor propio, pero tampoco era que pudiera decirle a su mente que la alejara de todo. Ella parecía ser un calmante y, al mismo tiempo, una asquerosa enfermedad que se apoderaba de sus entrañas.
Para cuando llegó el domingo y él seguía sin poder dormir, no pudo aguantarlo y salió de su cama y, posteriormente, de su dormitorio.
Eran las casi dos de la mañana, y Draco necesitaba concentrarse en alguna otra cosa que no fuera algo relacionado con Granger, así que lo único que se le ocurrió fue recurrir a sus libros.
Llegó hasta uno de los sofás de la sala común —la cual estaba desierta—, sentándose en el que estaba más cerca de la chimenea. Después abrió el libro que había tomado antes de salir y se sumergió en la lectura.
Draco leyó hasta las notas que estaban escritas en los márgenes, y lo hizo con una gran efusividad.
Se bebió cada una de las palabras, mientra su mente comenzaba a crear teorías de un lado a otro.
Teorías que había tomado de idea gracias al encantamiento que leyó la vez anterior.
Incluso conjuró un pergamino para poder escribir sus notas cuando parecieron demasiado pesadas para mantenerlas sólo en su mente.
Se tomó su tiempo, dejó de leer durante varios minutos antes de tomar otro libro del mismo tema y centrarse de nuevo.
Y siguió leyendo, escribiendo y analizando una y otra vez, hora tras hora hasta que el primer alumno de Slytherin despertó e inundó su tranquilidad en la sala común.
Pero fue entonces ahí cuando sucedió.
Draco Malfoy encontró la cura.
Hipotéticamente.
Los ojos de Draco brillaban mientras miraba el enorme pergamino que tenía delante, leyendo una y otra vez para comprobar, intentando no darse muchas esperanzas, pero era imposible no sentirse emocionado a medida que leía las palabras y todo se formaba en su cabeza.
Él se puso de pie, su corazón latiendo desbocadamente mientras intentaba hacerse creer que tenía la respuesta a todos sus problemas justo en sus manos, y algo que logró solo, por su propia teoría.
La respuesta era simple: magia de sangre.
Esa era la salvación del pariente de Granger.
¿Cómo era que a ella no se le había ocurrido antes? Bueno, en realidad había una razón. Era magia muy antigua y llevaba siglos sin practicarse, la última vez que sucedió fue en 1489, y muchos magos y brujas comenzaron a perder su credibilidad sobre ello.
Pero si venía información sobre ello en libros, era porque tenía cierta veracidad. No podían sólo escribir sobre los distintos usos de la magia de sangre si no eran reales.
Entonces, uniendo todo lo que él leyó, atrapando algo de un libro y algo de otro, Draco pudo llegar a una conclusión.
Era cercano a lo que hizo la madre de Potter cuando era pequeño.
Sangre. Amor. Magia.
Una transfusión.
Alma por alma.
Alguien que le tuviera suficiente amor a ese pariente de Granger, podría absorver toda la magia negra.
Lo que significaba que, por medio de tal vez algunos rituales, la prima de Granger se podría salvar.
Si...
Si encontraban el voluntario.
Draco frunció el ceño, aún mirando los notas desordenadas que tenía delante. Volvió a leer una y otra vez, intentando tomar una mejor comprensión, pero todo seguía siendo lo mismo.
La magia negra tiene sus consecuencias. Era imposible que pudiera irse sin llevarse algo.
Él tenía la respuesta a todos sus problemas justo delante, en las yemas de sus dedos. Podía escribir todo eso de manera organizada y presentable, y luego entregarlo a Granger, quien haría saber el descubridor de la cura. Entonces Draco obtendría el honor que tanto había deseado desde que regresó a Hogwarts.
Era una victoria invicta.
¿Pero por qué no se sentía así?
Oh, claro. Por supuesto. Porque Draco había olvidado el problema más obvio.
Que Granger, siendo controlada por su estúpida moralista de Gryffindor, sería la primera persona en ofrecerse voluntaria para morir y salvar a su prima.
De repente encontrar la cura no se sintió tan emocionante. De hecho, se sintió amargo y vacío. Incluso se mareó y tuvo náuseas, por lo que regresó a su asiento, al tiempo que sus ojos seguían en sus notas.
Si Draco le entregaba eso a Granger, podría dar por hecho que estaría muerta en unas semanas.
Y por alguna razón, eso sintió como un dolor de cabeza.
Bien, debía admitirlo. Pero él no la quería muerta.
Ni siquiera la quería cerca del peligro.
Draco comenzó a respirar con dificultad y cerró los ojos, tallándose la sien para que el dolor de cabeza dejara de aumentar mientras su mano arrugaba el pergamino de notas hasta que no fue más que una bola de papel con tinta.
Era egoísta.
Era probablemente la cosa más egoísta que él haría en toda su vida.
Le estaba quitando la oportunidad a alguien inocente, pero no estaba dispuesto a ser el causante de la muerte de Granger. ¿Porque a quién podría engañar? Claro que ella sería voluntaria.
Se reprimió durante horas en ese mismo sofá, tratando de detenerse de lo que planeaba hacer, pero llegando a ser inútil. No pudo detenerse, y entonces ese pergamino, con las respuestas a todo sobre la maldición, cayó en la chimenea.
Draco miró el papel marchitarse por el fuego poco a poco mientras sus nudillos se volvían blancos de tanto que apretaba sus puños.
Entonces, en un domingo de enero a las diez de la mañana, Draco Malfoy encontró una cura a esa maldición, pero la destruyó al descubrir que significaba decirle adiós a Hermione Granger.
Vaya jodida mierda. ¿Desde cuándo se preocupaba por ella?
Oh, sí, desde que metió un pie en esa habitación por primera vez. Draco debió haber imaginado aquel día que, apenas mirándola a los ojos, nada volvería a ser igual.
Porque él no quería hacer nada para dañarla.
Así que cuando encontró ese rasguño en su mejilla aquella tarde después del duelo, él se sintió débil. Vulnerable incluso.
Porque había destruido una manera directa donde ella podía morir, pero aún así la había lastimado.
Y técnicamente, no era su culpa y no debia sentirse mal por ello porque Granger lo merecía. Ella había sido una maldita sin corazón al atacarlo hechizo tras hechizo en ese salón, y en sus ojos había tanta furia que él no pudo contenerse cuando se intentó defender.
No esperaba que realmente alguno de sus hechizos la golpeara.
Era apenas un rasguño y muy poca la sangre, pero Draco sintió ese horroroso revoltijo en su estómago, porque lo único que eso le recordó fue la noche de la Mansión Malfoy, cuando Granger fue torturada por su tía Bellatrix.
Él no había tenido la culpa de ello, lo sabía, pero no hizo nada para detenerlo. Sólo se quedó de pie al final de la sala, observando con horror como esa morena gritaba y lloraba.
En su segundo grado, él había insinuado que ella debería morir y que entonces estaría feliz. Incluso lo había creído a lo largo de los años; Draco se hacía creer que el sufrimiento de Granger sería como un dulce de caramelo para él.
Pero algunas experiencias siempre lo delataron.
Como el día del partido de Quidditch en inicios de cuarto grado. Draco se encontró con Potter y Weasley, y lo primero que hizo fue advertirles que debían llevar a Granger a un lugar seguro si no querían que la atraparan. ¿Por qué él se había preocupado? Aún no tenía la respuesta, y se lo estuvo preguntando durante meses.
Con el paso del tiempo, hubieron apenas pequeñas acciones inconscientes que él no tenía respuesta. Pero sólo hasta esa noche, cuando sus nudillos se ponían blancos por el apretado agarre que tenía sobre la silla que tenía delante y miraba a Granger llorar y gritar, sólo hasta esa noche, él descubrió que su sufrimiento no le gustaba. Y que, por mucho que la odiera, no la quería muerta.
Sonaba estúpido. Y si eso era cuando no sentía nada por ella, ciertamente ya no podía decir lo mismo.
Así que, esa tarde, mientras acariciaba su mejilla con una ternura ajena a él y la curaba con su magia, Draco se juró secretamente que no dejaría que nada le pasara.
Tal vez era un promesa para perdonarse a sí mismo, no tenía idea. Pero planeaba cumplirla.
Aunque eso no significaba que el orgullo se fuera, así que, incluso si quería cuidarla, podía recordar el por qué estaba molesto. Por eso salió de la habitación y la dejó ahí, y se fue con la intención de regresar a su mesa y buscar alguna otra solución a la maldición.
Pero una hora después, él seguía sin concentrarse en su lectura porque su mente daba vueltas una y otra vez sobre el por qué Granger lo había atacado.
Lo había esperado de cualquier otra persona, pero menos de ella.
Eso era bastante impresionante, así que Draco intentó buscar el por qué, y llegó a una tonta conclusión.
Granger lo necesitaba.
Él, de alguna manera, se había convertido en su pilar, y cuando discutieron y se separaron, entonces ella y todo su imperio cayó, dejándola débil y vulnerable.
Así como él quedó.
Entonces Granger se quebró y se desquitó con él de la peor manera.
¿Y por qué esto?
Porque eran demasiado orgullosos para fingir que estar separados estaba bien.
Entonces fue suficiente para Draco, resopló ruidosamente y luego se puso de pie, caminando directo a la habitación con el propósito de hablar firme y claro sobre sus diferencias para llegar a un acuerdo.
Uno donde ambos pudieran estar en el mismo lugar de nuevo, y uno donde él pudiera ver que ella no estuviera a pocos pasos de caer en una crisis.
Entró decidido con todas sus barreras en alto para combatir contra Hermione Granger, pero sus escudos cayeron cuando la miró.
Porque, si había esperado también un armamento entero por parte de ella, mirarla dormir sobre su escritorio definitivamente no fue algo que se imaginó ver.
Draco mentiría si dijera que quiso darse la vuelta y regresar por donde había venido. Y no le gustaba mentir, así que sus pies comenzaron a caminar hacia ella incluso antes de que pudiera pensárselo dos veces.
Granger se miraba tan placentera mientras dormía, perdida entre sus sueños. Su ceño no estaba fruncido como siempre solía, sus músculos estaban relajados y no había ese escudo que usaba cada día.
Sólo era Hermione Granger durmiendo, sin ningún ejército de palabras a punto de salir de su boca para discutir.
Sólo era ella, y de alguna manera, eso lo hipnotizó más.
Porque Granger se miraba tan pacífica y relajada, que Draco comenzó a preguntarse cuándo había estado así con él, o si alguna vez había pasado.
Él aún no conocía esa faceta de Granger donde ella no necesitaba sus barreras arriba, donde no se escondía. Nunca la había tenido delante sin que estuviera dispuesto a golpearlo o discutir, nunca habían tenido una plática normal y pacífica.
Nunca había estado tan relajada, tan perdida, y al mismo tiempo, tan hermosa.
Tal vez ese pensamiento lo obligó a levantar una mano y acariciar su piel con uno de sus dedos, pero justo cuando estuvo a punto de tocarla, la realidad lo golpeó bruscamente y se alejó.
Tragó saliva y luchó contra toda su voluntad para dar un paso hacia atrás.
Ella era Hermione Granger. Su némesis en cualquier cosa. Una de las personas que más odiaba, porque su simple presencia durante unos meses le revolucionó la cabeza para poner todo patas para arriba. Sólo entró a él para destruirlo profundamente y sin siquiera saber que lo hizo.
¿Entonces por qué de repente ella le importaba tanto?
Draco la siguió mirando durante varios minutos más, encontrando cierta vez mientras veía sus facciones relajadas y preguntándose por qué su corazón se sentía tan cálido, pero entonces un instinto le hizo darse la vuelta.
Y ahí se encontró con su peor enemigo:
Ese jodido pergamino con esa jodida regla.
¿Por qué aceptó esa regla en un principio? ¿Cómo no pudo haber imaginado que, con el paso del tiempo, Granger se convertiría en su debilidad?
¿Por qué no podía enamorarse de ella?
¿Y por qué le importaba saber la respuesta?
Draco aún recordaba la risa escandalosa que él le dio cuando Granger hizo esa regla; creyendo que estaba diciéndolo de broma. Luego ella le dio una mirada muy seria, como si el tema fuera realmente profundo.
Tal vez porque así lo era. Tal vez ella sí era lo suficientemente cuerda como para saber que un enamoramiento entre ambos sería una completa locura.
Tal vez debía hacer lo mismo.
Entonces esa intención con la que había llegado a la habitación en un principio, se desvaneció.
Draco se giró para mirarla por encima de su hombro, observando a su figura dormir con tranquilidad y escuchando esa respiración lejana.
Y luego en un susurro:
—Lo siento, Granger. No puedo volver. Si regreso aquí, incumpliré esa regla.
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