Día 7

Ollantaytambo, Perú. Domingo 14 de marzo de 1999, 5:34 a.m.

—¿Granger? —llamó Draco desde el otro lado de la puerta. Habían llegado a Perú desde el mediodía, pero apenas lo hicieron, ella se encerró en la habitación y desde entonces no había salido para nada.

Él no tenía idea de por qué.

Su mirada había estado muy perdida en el vuelo, y cualquier cosa que le preguntó apenas logró llamar su atención. Algo pasaba con ella, pero no parecía que fuera a decirle.

—Vamos, sé que no estás dormida, te escuché salir hace unos segundos y luego volviste a encerrarte.

Silencio. Uno donde él comenzó a preguntarse si no sería tan de mal gusto usar un Alohomora.

Pero entonces:

—Vete. Quiero estar sola.

Él suspiró y recargó la cabeza en la madera de la puerta. Algunas veces Granger era tan mente cerrada y tan terca. Nadie quiere estar solo, creen que es así pero no.

Murmuró una disculpa al aire y luego sacó su varita para decir el hechizo. Cuando abrió la puerta, ella estaba sentada en la cama con las piernas subidas hasta la altura de su pecho y rodeándolas con sus brazos, tenía la mirada fija en la ventana frente a ella.

—Creí que eras de los que respetaban mi privacidad —masculló Granger sin siquiera mirarlo. La escuchó dar un suspiro cansado y luego recargó la barbilla en sus rodillas.

—Estuvimos casi todo el sábado encerrados aquí, Granger —le recordó, ignorando su reproche.

—Porque así lo quisiste. Tú pudiste haber salido pero decidiste quedarte como si creyeras que me iba a tirar de la ventana apenas te fueras.

Draco cerró la puerta detrás suyo al tiempo que soltaba un resoplido. Se encogió de hombros y caminó para adentrarse más a la habitación.

—Ciertamente, lo parecía —Hizo una pausa donde la miró con una ceja alzada y luego añadió—: De hecho, sigues luciendo terrible. ¿Qué es lo que pasa?

—Nada.

Él no se creyó eso.

—¿Estás bien?

—Estoy bien.

Tampoco eso.

—¿Entonces cuál fue la razón por la que te convertiste en un zombie y no quisiste ir a Machu Picchu?

Por primera vez desde que ella se encerró en la habitación, se giró para mirarlo. Sus ojos estaban cansados, y parecía que no había dormido en toda la noche.

—Malfoy, si vas a estar reprochándome eso, deberías ir ahora mismo antes de que tomemos en vuelo a Brasil.

Él hizo una mueca y desvió la mirada, cruzándose de brazos. Granger había regresado a tomar el hábito de llamarlo por su apellido de nuevo; y eso le molestaba, porque cada vez que lo hacía, él creía que estaba molesta.

Aún así, no tenía derecho a decir nada cuando ni él mismo podía llamarla por su nombre de pila. Lo había intentado, pero estaba ya tan acostumbrado a llamarla Granger que solo en situaciones profundas y subconscientes la llamaba Hermione.

—Tienes razón —dijo al final, chasqueando la lengua y volviendo a mirarla—, no voy a irme de aquí sin haber estado en Machu Picchu. ¿Qué caso tiene visitar las siete maravillas del mundo si solo estarás en seis?

Granger le alzó una ceja incrédula pero luego solo bufó.

—Bien, haz lo que quieras. Solo vuelve antes de las nueve.

Draco le regaló una sonrisa burlona.

—Tú vendrás conmigo.

—No lo estoy —respondió al instante, apartando la mirada de nuevo hacia la ventana. Por alguna razón, estaba demasiado interesada en observar el amanecer. Cosa que no tenía sentido porque el cielo todavía seguía oscuro.

Él la ignoró. Se dio la vuelta y caminó hacia el armario; lo abrió y luego sacó el primer par de ropa que encontró. Granger por lo general no desempacaba, pero siempre tenía lo esencial a la mano. Atrajo con su varita un par de zapatos y luego caminó de regreso a ella.

Dejó caer la ropa en la cama y también los zapatos. Granger ni siquiera se dignó a mirarlos.

—Vístete —pidió, pero su voz salió más como una orden maleducada y eso le ganó una mirada molesta de su parte—. Por favor —añadió con una rodada de ojos.

—¿Ves? Nada cuesta pedirlo amablemente —se quejó.

Él no le respondió, solo la siguió mirando, esperando que se moviera o al menos que le pidiera que saliera de la habitación para poder cambiarse. Pero siguió en la misma posición.

—Bien, ¿te vestirás o no?

Granger solo se encogió de hombros, lo que solo le hizo confirmar que algo andaba mal con ella. Desde que se besaron en la playa y que se alejó de él con tanta necesidad de dormir lejos suyo, ella había estado demasiado extraña.

Demasiado apagada.

—¿Quieres que te vista yo? —se burló, pero internamente la idea no le pareció tan mala. Sin embargo, ella ni siquiera mostró molestia. Solo se mantuvo con su mirada a la nada—. Granger... —intentó de nuevo—. Vamos, levanta tu trasero de aquí.

Ella suspiró y lo miró.

—No quiero, ¿bien? Lo único que necesito en estos momentos es dormir las horas que me quedan antes de que debamos ir al aeropuerto.

—Oh, ¿te refieres a ir para el vuelo que nos llevará a Brasil? —preguntó, pero cuando ella no respondió, resopló y siguió hablando—. Bueno, si sigues estando con este humor no servirá de nada porque llegaramos allá solo para encerrarnos al igual que aquí. Gastamos mucho dinero en este viaje, Granger, no podemos solo...

—Nunca te pedí que gastaras nada, Draco —interrumpió Granger, ahora sentándose de la manera correcta—. Nunca te pedí absolutamente nada, fuiste quien insistió en venir.

Él se mantuvo en silencio, solo mirándola. Había creído que ese tema ya había quedado en el pasado, no lo habían mencionado desde entonces y tal vez la esperanza de olvidarlo se había asentado.

Sin embargo, Granger parecía tenerlo muy presente aún. Lo que significaba que todavía no olvidaba su cosita de los siete días.

—Sí, Granger —contestó, cansado y apartando la mirada mientras se dejaba caer en la orilla de la cama—. No necesito que me recuerdes lo mucho que odias mi presencia aquí.

Le regaló una sonrisa poco sincera y luego regresó a su semblante serio. No miró su expresión, pero estaba seguro de que eso la hizo sentir un poco culpable.

—Nunca dije eso —la escuchó murmurar.

—Eso no me garantiza que no lo has pensado.

—No lo he hecho —replicó, pero a pesar de que su voz sonó firme, él no le creyó.

—¿Sigues odiándome, Granger? —preguntó de repente, regresando a mirarla a los ojos y atrapando la sorpresa en su expresión. No era algo que quisiera preguntar en realidad, pero debía hacerlo o se volvería loco—. ¿Es por eso que hiciste todo el cuentito de los siete días?

Ella balbuceó.

—Yo no... Yo no hice eso. Fuiste tú quien propuso la semana para...

—Sí, pero lo aceptaste sin dudar, casi como si lo estuvieras haciendo por lástima —gruñó. Cuando ella no respondió, él soltó un resoplido incrédulo—. ¿Cómo no pude haberlo pensado antes? Todo esto era una obra de caridad. ¡Ayudemos al pobre Draco Malfoy porque está tan solo que necesita estar cerca de cierta chica para sentirse bien!

—¡Draco!

—¿Qué?

Ella lo estaba mirando como si estuviera loco. Se movió en la cama para acercarse a él, hizo a un lado la ropa y los zapatos y luego acercó una mano a su mejilla para acariciarla.

Y de haber estado menos molesto, él habría incluso cerrado los ojos para disfrutarlo.

—Escúchame —llamó, su tono de voz logrando que la mirara directamente a los ojos. Luego de unos segundo añadió—: Tú no eres ningún caso de caridad. Nunca lo has sido.

Fueron palabras sencillas, probablemente con el significado más estúpido; pero para él significaron algo. Al menos ese vacío en su pecho logró llenarse y relajarse.

—¿Todavía me odias? —preguntó de nuevo, una vez más perdido en cualquier cosa que tuviera que ver con ella.

Granger se acercó todavía más, y con la cercanía que estaban, lo único que él quería hacer era acortar la distancia.

—No —respondió, y nadie nunca sabrá del mucho alivio que esa simple palabra le causó—. No te odio.

Draco tragó saliva. Alzó su mano para tomar la que ella tenía sobre su mejilla y luego la bajó, entrelazando sus dedos en el camino. Era impresionante lo vulnerable que ella podía ponerlo con solo un toque.

—Pero tampoco me amas —añadió Draco.

Granger se mantuvo en silencio varios segundos antes mostrarle una sonrisa, una que no llegó a sus ojos y que expresaba todo menos felicidad.

—Tú tampoco a mí, ¿recuerdas? —dijo—. Aquella noche en India, me dijiste que no me amabas y yo te dije lo mismo. Eso es nuestro. No nos amamos.

Pero él sí la amaba.

Ella sabía que no lo había dicho en serio y aún así se mantenía a la idea de que lo había sido. Granger sabía perfectamente que él daría lo que fuera por escucharla decir que sentía lo mismo; aún no entendía por qué se aferraba a la idea de que aceptarlo sería tan terrible.

—Ven conmigo —pidió, su voz tan tierna que casi se sorprendió. No tenía ánimos de seguir escuchándola decir que no lo amaban, incluso cuando ambos sabían que sí—. Todavía hay un lugar adónde ir antes de volar a Brasil.

Intentó levantarse, pero la mano que le había estado sosteniendo se lo impidió. Él le frunció el ceño y luego volvió a sentarse, mirando como ella había apartado su mirada de nuevo, pero esta vez hacia sus manos unidas.

—Sobre eso de los siete días... —comenzó a decir en voz baja y lenta—. Dijiste que te diera una semana, y si para ese entonces yo seguía queriendo que te fueras, tú...

—Sé lo que dije, Granger.

Ella siguió con la mirada baja, sintió que apretó un poco sus manos unidas y luego se lamió los labios antes de mirarlo.

—Técnicamente ya son los siete días —dijo en un hilo de voz, dándole una sonrisa que más bien pareció una mueca—. La semana ha transcurrido.

Él tragó saliva, pero se mantuvo neutro.

—¿Qué has decidido, Granger?

—Yo... —Su voz se apagó y carraspeó. Miró sus manos unidas una vez más antes de soltarlas y moverse un poco hacia atrás—. Mi decisión sigue siendo la misma que aquel día. Quiero que te vayas. Te lo dije antes y te lo vuelvo a repetir: no puedo protegerte si te quedas.

—Te repito lo mismo también: nadie te pidió que me protegieras. ¿De que...?

—Lo he decidido, Draco.

Guardó silencio y solo la miró. Había habido una parte en él que había creído que cambiaría de opinión, que le diría que sí lo quería junto a ella tanto tiempo fuera posible. Pero ahora no había nada que pudiera hacer.

Él también bajó la mirada, era difícil mirar la determinación en los ojos de Granger; estaba tan segura de querer alejarlo que le hacía preguntarse qué había hecho mal.

Había luchado tanto para cambiar, para ser la persona que ella merecía, ¿entonces no había sido suficiente?

—Lo siento —murmuró ella.

Draco se encogió de hombros.

—Está bien —replicó, y puso su mejor cara de no-me-importa-que-me-rompas-el-corazón-de-nuevo—. Era de esperarse.

Se paró de la cama y le volvió a acercar la ropa y los zapatos. Ella frunció el ceño.

—¿Qué...?

—Vamos a ir a Machu Picchu, y más tarde a Brasil, Granger. Sin importar lo que hayas decidido, ambos vamos a visitar todas las maravillas del mundo.

—Pero...

Salió de la habitación antes de que pudiera protestar más. Llegó hasta la sala y se dejó caer en el sofá más cercano, pensando en cualquier otra cosa que no fuera el desastre que comenzaba a crearse en su cabeza.

No lo había logrado.

Ella le había dado una semana para convencerla de dejarlo quedarse, pero había fallado. Algo había hecho mal, pero no tenía idea de qué.

¿Acaso Granger no estaba suficientemente enamorada de él?

¿Siquiera lo estaba?

Cerró los ojos y recargó la cabeza en el respaldo, controlando sus ganas de levantarse e ir por la primera bebida alcohólica que encontrara en el lugar.

Granger vendría, él lo sabía. Botado y no, sabía que le importaba, así que se vestiría y saldría para ir a Machu Picchu; la conocía lo suficiente como para saber que lo haría al menos porque creía que se lo debía.

Tres minutos después, la escuchó abrir la puerta y luego escuchó a sus pasos caminar hasta él, pero se mantuvo con los ojos cerrados.

—No sé cómo piensas entrar a Machu Picchu a esta hora, Draco, pero aquí estoy. Hagámoslo.

—Se te olvida que somos mágicos, Granger —le recordó con una sonrisa burlona—. Vamos, ayúdame a levantarme.

Aún con los ojos cerrados, le extendió una mano, pero tan pronto como ella la tomó, él los desapareció. Se aferró a su mano mientras sentía ese estrujado sobre sus estómagos, y segundos después ya estaban en tierra firme.

Granger debió haberse mareado, porque apenas llegaron tropezó y él tuvo que sostenerla.

—¿Estás bien? —preguntó. Ella se había puesto pálida en cuestión de segundos y eso lo alertó—. Lo siento, debí haberte avisado.

—No importa, está bien —contestó. Respiró hondo y luego se paró sin su ayuda, tallándose la sien—. Solo me tomaste por sorpresa.

Él la siguió mirando hasta que se aseguró de que el color regresaba a su piel.

—Bueno, estamos aquí: Machu Picchu —le dijo mientras alzaba la mano hacia el lugar y observaba su reacción—. Lugar que tenemos para nosotros solos antes de que comiencen las excursiones de los demás.

Ella sonrió hacia el lugar, apreciando.

—¿No te da ni siquiera un poco de remordimiento que sea la segunda vez que nos infiltras en una maravilla del mundo? —preguntó, avanzando entre el pasto para seguir mirando. Él la miró abrir su bolso y buscar algo.

—No —contestó sin pena—. Había preferido que fuera así en todas, pero eres tan apegada a las reglas, Granger.

—Es bueno compartir —se excusó. Ella por fin encontró lo que estaba buscando en el bolso, sacó su cámara y luego la apuntó hacia él—. Sonríe —pidió.

—No voy a sonreír —advirtió con una ceja alzada, comenzando a caminar para asegurarse de que ella no tropezara debido a que estaba caminando hacia atrás—. ¿Te gusta compartir, Granger?

—Es lindo —respondió y entonces se escuchó el disparo de la cámara. No tenía idea de cuántas fotos de él tenía Granger, pero estaba seguro de que se burlaría de ello cuando tuviera tiempo.

Ella se detuvo y observó la fotografía. Él también se paró frente a ella.

—Entonces, ¿te gustaría compartir lo que es exclusivo? —preguntó. Granger frunció el ceño y alzó la mirada—. Ya sabes, aquello que nadie tiene.

—¿Qué tendría yo que nadie tiene?

—Un amor.

Dio un paso hacia ella y Granger no retrocedió, solo se miró confundida.

—¿Un amor? —preguntó—. Todo mundo tiene...

—Un amor incondicional —atajó, su mirada seria para hacerle saber que todo lo que decía era real y profundo—. Uno que no se consigue en cualquier parte; uno donde jamás te sacrificaría a ti por todo lo demás pero que sí sacrificaría a todo lo demás por ti.

Ella pareció quedarse sin habla, bajó la cámara y lo miró.

—Draco... —intentó, pero él la interrumpió de nuevo. Si este era su último día con ella, mínimo debía hacerle saber todo lo que nunca podría.

—Un amor que te hace sentir viva —siguió. Avanzó más a ella hasta que sus respiraciones fueron prácticamente una—. Un amor que te hace sentir esas hileras de electricidad cada vez que te toca —añadió al mismo tiempo que alzaba su mano para acariciar su hombro desnudo—. Y un amor que te hace recordar cada momento hasta tu último respiro.

Llevó su mano más arriba, llegando a los rizos que tenía sobre su moño. Él siempre había creído que todas las mujeres eran hermosas incluso cuando nunca se los decía, pero con Granger siempre era diferente.

Pansy sabía que era hermosa y lo mostraba con orgullo; con Granger, en cambio, era hermosa y parecía no saberlo.

Escondía cualquier rastro de belleza que a otra persona le gustaría mostrar con orgullo... Y aún así, seguía mirándose perfecta.

Con o sin el cabello suelto, él seguía pensando que era la chica más hermosa que sus ojos hubieran visto.

Recogió uno de los mechones detrás de su oreja y luego dio una rápida mirada al amanecer detrás de ella. Probablemente estaban por ser las seis de la mañana apenas, pero estar en la cima de la colina y tan cerca de la orilla les dejaba la mejor vista.

—¿Quieres recordar algo para siempre, Granger? —le preguntó, volviendo a mirarla—. ¿Algo que de verdad no querrás compartir con nadie?

Ella no respondió, parecía perdida en sus ojos.

Draco llevó sus manos hacia su bolso, aunque apenas logró tocarlo antes de que Granger lo alejara de su alcance, aferrándose a él.

—No veré nada —le aseguró—. Solo quiero que hagamos algo.

Acercó sus manos lentamente y tomó el bolso cuando ella se lo permitió, alzándolo para pasarlo por encima de su cabeza. Una vez lo tuvo, lo dejó caer con cuidado sobre el suelo, así como su cámara.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Granger.

Pero él no respondió. Se paró frente a ella y luego le sonrió lentamente. Esperó unos segundos antes de inclinarse ante ella, tal y como lo recordaba de sus cientos de ensayos cuando era niño. Se quedó en la misma posición hasta que Granger lo comprendió y también le hizo una reverencia.

Él regresó de pie. Levantó su mano derecha y dejó abierta su palma hacia ella.

La miró fruncir el ceño, pero entonces Granger también alzó su mano y la dejó frente a la suya; pero justo cuando estuvieron por tocarse, Draco la alejó.

—Sin tocar —dijo—. Este es el mensaje de este baile: extrañar la magia de lo que es el tacto.

Ella se notó confundida, pero aún así aceptó. Alzaron ambas manos de nuevo y las dejaron una frente a la otra, pero no se tocaron. Apenas eran unos centímetros, pero Draco comenzaba a imaginarse que realmente estaban tocándose piel contra piel.

—Ahora vuelta hacia la derecha —le avisó. Sonrió y luego dio la vuelta, ella siguiéndole el paso—. No dejes mis ojos nunca.

No lo hizo, sus labios fueron lo único que se movieron para formar una sonrisa sincera. Dieron una vuelta lenta completa, cuidando no tocarse y mucho menos romper el contacto visual.

Se detuvieron y él avisó:

—Vuelta a la izquierda.

Eso hicieron. De repente, incluso aunque no hubiera música, el mundo desapareció. Solo eran dos idiotas en Machu Picchu frente al amanecer bailando alrededor del otro sin tocarse.

Pero había cierta belleza en ello.

—Ahora baja la mano —dijo y eso hicieron. Se acercó a ella y dejó una de sus manos en donde sostendría su cintura y la otra fingindo tomar su mano—. Ahora estamos bailando juntos, pero no puedes tocarme.

—¿Por qué no? —preguntó mientras también fingía tomar su mano y mientras dejaba la otra por encima de su hombro.

—Porque el baile dice que nadie puede tocar al amor de su vida hasta asegurarse de tenerlo —dijo, moviéndose en un vaivén para que ella hiciera lo mismo, manteniendo centímetros entre ellos y sintiendo cada parte de su cuerpo exigir el tacto.

—¿Tú eres el amor de mi vida? —preguntó, y su tono de voz fue tan perdido e inocente que le hizo sonreír.

—No lo sé —respondió—. ¿Lo soy?

Ella no respondió a eso.

—¿Yo soy el amor de tu vida? —preguntó en cambio, pero él no respondió tampoco a eso. Probablemente ya sabía la respuesta y no necesitaba decirla.

—Ahora nos separamos —dijo y ambos bajaron las manos a sus costados. Dieron dos pasos hacia atrás cada uno y luego se movieron hacia el lado contrario antes de acercarse de nuevo—. Ahora alza la mano otra vez.

Lo hicieron, pero esta vez no hubo simetría para que quedaran la una frente a la otra.

—¿Por qué no quedan? —preguntó Granger.

—Porque así es la vida —contestó con voz burlona y dio una vuelta que ella siguió—. No siempre saldrá tan fácil, también depende de ti. O también —añadió mientras le daba la espalda— habrán otras personas.

—¿Qué haces?

—Se supone que estoy bailando con la pareja de otro —le avisó y de reojo la miró hacer lo mismo. Dieron una vuelta más y luego, cuando estuvieron de frente otra vez, le hizo señas para que se acercara—. Pero al final siempre volvemos —dijo.

La miró sonreír. Y se sintió como la sonrisa más bella del mundo.

Draco alzó la mano y ella también, y esta vez ambas quedaron en una simetría perfecta.

Dejó de moverse y Granger también. Se miraron a los ojos, sintiendo la electricidad de la casi cercanía entre su piel... Y entonces él bajó la mano.

—Me gustaría saber si te gustaría compatir este recuerdo algún día, Granger —le dijo con una sonrisa de boca cerrada y encogiéndose de hombros—. Este donde estamos frente al amanecer en una de las maravillas del mundo y donde te digo que estoy enamorado de ti.

La sorpresa estalló en sus ojos, y entonces también bajó su mano.

Caminó hasta estar más cerca y suspiró antes de decirlo.

—Estoy enamorado de ti. Y ninguna regla me lo impidió... —Guardó silencio, solo mirando la estupefacción en su expresión—. Pero esto depende de ti —añadió después, se acercó y dejó un suave beso sobre su frente antes de alejarse.

Ella necesitaba pensar.

Y él necesitaba reordenar todo el desastre que ella le causaba.

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Río de Janeiro, Brasil. Domingo 14 de marzo de 1999, 10:23 p.m.

Hermione no volvió a hablar ni cuando él regresó para avisarle que debían irse. Solo la encontró con esa misma sorpresa en su rostro, esa donde intentaba entender por qué él se había enamorado de ella.

Por qué. De entre tantas personas, por qué ella.

No la presionó para responderle, y se lo agradeció internamente. Pero eso no significaba que no se sintiera mal por no hacerlo; él merecía al menos una respuesta, pero Hermione sabía que la mejor opción era no dar falsas esperanzas, mucho menos ahora que ya había decidido que él se iría.

Era lo correcto. Ya había visto lo terrible que sería para él saber la verdad y no quería que sucediera de nuevo. Su abuela solía decir que, si de verdad se ama a una persona, se puede ser capaz de dejarla ir.

Eso quería hacer.

Después de llegar al hotel solo habían recogido sus cosas y se habían ido directo al aeropuerto para no perder el vuelo a Brasil. Llegaron, comieron y salieron directo a visitar al Cristo Redentor.

Hermione nunca había mirado un monumento tan hermoso e hipnotizante. E incluso así, nada comparado con la vista que se tenía una vez llegada a la cima.

De hecho, consiguió una foto con Draco. Un chico americano se había acercado diciendo que eran una pareja bellísima y luego, sin avisar, tomó la cámara de Hermione y los hizo unirse para la foto.

Malfoy se había notado reacio al principio, pero el chico no se fue hasta que la fotografía fue tomada.

Y mientras él seguía mirando todo Brasil, ella se aseguraba de agradecerle a ese chico por entregarle la única fotografía que tendría con la persona que más había amado.

Una vez terminada la excursión y una vez que la noche cayó, salieron a pasear por las calles principales de Brasil. Unas que estaban tan llenas que por un momento no tuvieron idea de qué pasaba, hasta que luego ella recordó que era el desfile del carnaval.

—¡Es el Carnaval de Río de Janeiro! —le dijo a Draco, tomando su mano para hacerlo caminar entre la multitud mascullando disculpas mientras pasaban.

Llegaron hasta una parte cercana de la calle, pero aún había cientos de personas que no les dejaban ver.

—¿Piensas quedarte aquí? —preguntó Draco y ella le alzó una ceja—. Oh, vamos, Granger. No te conformarás con ver el carnaval desde aquí, ¿o sí?

Antes de que pudiera responder nada, él ya la había tomado con más seguridad de la mano y ya la estaba haciendo caminar entre el gentío, haciendo paso entre todos y dejando a tanta gente quejándose que ella tuvo que decir alrededor de cincuenta disculpas en su pobre portugués.

Lo más lejos que pudieron llegar fue a la segunda hilera de gente, e incluso ahí, Draco estuvo a punto de empujar a los de enfrente de no ser porque ella lo detuvo.

—Aquí está bien —le dijo—. Puedo ver.

Él dijo algo pero no alcanzó a escucharlo. Había tanto ruido —uno que, de no ser por las pociones doradas de Charles, le causaría muchos problemas—, pero no fue por eso, sino porque el carnaval que tenía delante era tan impresionante que se robó toda su atención.

Había enormes y llamativos carros alegóricos abarcando la calle con bailarines arriba, moviéndose al vaivén de la música en una sintonía hipnotizante.

Debajo había gente disfrazada, mostrando sus performances y otros grupos más de bailarines. Chicas con trajes tan preciosos moviéndose de un lado a otro y otros más encargados de arrojar regalos al público.

Los carros alegóricos estaban arrojando fuegos artificiales al cielo, y por un momento fue todo lo que ella pudo mirar; el cómo las luces de colores iluminaban todo el cielo de Río de Janeiro y se expandían para mostrar la magia que tenían.

Esto eran muggles. Y la hizo sentirse tan orgullosa de sus orígenes, jamás había estado más orgullosa de ser una sangre sucia.

Incluso le recordó a aquella tarde donde Fred y George dejaron su marca en el colegio antes de escapar. Era más hermoso aún.

Toda la gente estaba feliz a su alrededor, unos mirando los carros alegóricos, otros a los bailarines, otros a las personas disfrazadas y los demás a los fuegos artificiales.

O aquellos como Hermione, que miraban un poco de todo.

Miró a Draco para asegurarse de que seguía a su lado, pero él ya la estaba mirando desde antes.

La estaba mirando con una sonrisa lejana, y eso la habría hecho ruborizar de no ser porque ese carnaval la estaba llenando de nuevas energías que no sabía que todavía existían en ella.

Ese tipo de energía que pertenecía a un verdadero Gryffindor: el de correr riesgos, el de vivir la vida hasta el último minuto.

¿Qué más daba?

Jaló a Draco y avanzó entre la siguiente hilera para llegar al borde de la fila. Soltó su mano para saltar la pequeña barrera que había y luego le dijo que hiciera lo mismo.

—¿Estás loca? —preguntó, mirándola sorprendido.

—¡Tal vez! —le respondió con una sonrisa, más divertida que nunca. Se dio la vuelta y, antes de que algún guardia la mirara, cruzó la calle hasta los bailarines y se quedó en medio.

Estos ni siquiera le reprocharon, mucho menos cuando ella comenzó a copiar su baile.

Estaba en medio de un grupo de baile profesional y vestida tan sencillamente como fuera posible, en medio del carnaval de Río de Janeiro. Pero ella mentiría si dijera que no se sentía increíble.

Había desafiado cualquier autoridad solo para obtener lo que quería antes de que fuera demasiado tarde, y sentía la excitación por todo su cuerpo.

Segundos después, Draco estaba a lado suyo.

—¿Pretendes hacernos pasar el ridículo? —le preguntó alzando la voz y en un tono burlón.

—¡Por supuesto! ¡Y lo harás conmigo!

—¡Ni lo...! —No terminó de decir nada porque ella tomó ambas de sus manos y las movió de un lado a otro hasta que logró mover su cuerpo de piedra y hacerlo bailar.

Al principio fue solo un baile ridículo e infantil que difería mucho con el baile profesional que los otros estaban haciendo, pero luego Draco pareció rendirse y decidió mostrarle lo que era un verdadero baile.

Atrapó su cintura con una mano y dejó la otra sobre su espalda antes de acercarla de un tirón a su cuerpo.

Ella soltó un gemido de sorpresa, pero entonces todo su cuerpo se paralizó cuando una de sus manos bajó hasta su pierna para atrapar su muslo y hacerla subir hasta que rodeó su cadera.

—¿Qué haces? —susurró, sorprendida.

—Sígueme el paso —advirtió. Y justo después Draco comenzó a moverse a un ritmo perfecto de Samba, uno que ella jamás habría sido capaz de mantener de no ser porque literalmente él lo estaba maniobrando.

Siguieron moviéndose de un lado a otro, sin saber exactamente cómo era que todavía no los habían sacado del escenario. Lo único que ella podía pensar era en lo bien que se sentía estar haciendo esto con él y en lo bien que se sentía estar ahí con él.

Nadie habría hecho mejor ese viaje. Draco siempre fue la persona correcta.

No supo cuánto tiempo estuvieron bailando, solo sabía que su respiración estaba muy agitada, pero también que no le importaba en lo absoluto porque se estaba divirtiendo como nunca.

Ella comenzó a carcajear, incluso cuando los demás bailarines hacían espacio para ellos... Pero entonces comenzó a llover.

Draco los detuvo y ambos miraron al cielo, instantáneamente siendo empapados por la lluvia que cayó de un tirón.

Gente comenzó a alejarse a las salidas de la calle, otros sacaron impermeables y otros hicieron como si nada. Algunos bailarines dejaron su performance, pero Hermione solo podía mirar la lluvia.

Alejó la mano que Draco todavía tenía sobre su cintura por el baile y luego avanzó hacia adelante, cerrando los ojos para disfrutar del agua.

No sabía cuándo había sido la última vez que miró o sintió la lluvia, pero ahora podía decir con seguridad que nunca había estado más feliz de que estuviera lloviendo.

Por un momento, se había preguntado si no volvería a ver la lluvia... Pero ahora estaba frente a ella y estaba sintiendo el agua impregnarse en la tela de su ropa y mojar su cabello.

Incluso sus rizos le importaron poco. Alzó una mano para quitar el moño que traía y dejó su cabello suelto, deseando que se mojara tanto como pudiera.

Extendió sus manos y, sin importarle el parecer infantil, comenzó a girar sobre sí misma para disfrutar del agua cayendo sobre ella.

Giró y giró cada vez más rápido hasta que unas manos detuvieron su diversión. Abrió los ojos y se encontró con un Draco sonriendo.

—Bien, bien, suficiente, Granger —le dijo, y parecía feliz de verla feliz—. Vayamos a algún lugar con techo o pescaremos un resfriado.

Pero ella no prestó atención a eso, sino a él.

Draco Malfoy, el chico que le había hecho la vida imposible en Hogwarts.

Draco Malfoy, el chico que la había llamado sangre sucia para ofenderla.

Draco Malfoy, el chico que le había deseado la muerte.

Draco Malfoy, el chico narcisista, egocéntrico y egoísta.

Draco Malfoy, el chico al que ella había odiado y viceversa.

Pero también era Draco Malfoy, el chico que la había salvado.

Draco Malfoy, el chico que no la había dejado sola en el peor momento de su vida.

Draco Malfoy, el chico que era capaz de dejar todo por ella.

Draco Malfoy, el chico que había dejado todos sus pilares de prejuicios en el olvido para aceptarla.

Draco Malfoy, el chico que se había enamorado de ella.

Y Draco Malfoy, el chica del que ella...

—También estoy enamorada de ti —gritó por encima de la música y el gentío, y se sintió tan bien decirlo en voz alta.

Esta vez, él fue el estupefacto.

Ella sonrió y se acercó a él. Soltó sus manos para dejarlas sobre sus mejillas y luego lo besó en los labios, disfrutando hasta el más mínimo detalle antes de separarse y mirarlo a los ojos.

Y sintiéndose más segura que nunca, dijo:

—Quédate. Por favor no te vayas.





























———

Antes que nada, tengo dos aclaraciones:

1. El Carnaval del Río de Janeiro es, por lo general, a finales de febrero. Cosa que vamos a ignorar aquí porque en el fic estamos en marzo, jé.

2. No tengo idea de cuánta seguridad haya en un carnaval tan grande como esos porque nunca he estado en Brasil y mucho menos en uno de ellos, así que, si mi mente no me falla y hay mucha seguridad, entonces también ignoraremos eso, jé.

Y ahora sí...

Hasta aquí se termina este apartado de la historia donde narramos día a día; en mi confesión, esto fue un deseo mío. Una de mis metas de vida es conocer las Siete Maravillas del Mundo, y poner esto en la historia se me hizo súper cute.

Pero aún así, ese no fue el objetivo principal. El propósito de esta sección fue hacer que, tanto ustedes los lectores como Hermione, se enamoraran de Draco. Él ya estaba enamorado de ella desde antes, así que este viaje la ayudó a plantearse bien las cosas.

Las próximas dos semanas no estarán narradas día por día, serán pequeños saltos en el tiempo, pero amixeeees, agárrense los pañuelos que se viene feo :(((((

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