Día 5
—No voy a romperte, Draco —replicó Hermione en voz baja, y se odió a sí misma por estar prometiendo algo que tal vez no podría cumplir—. No haré ningún mal movimiento.
Ahora ella estaba obligada a cumplir al menos una parte de eso. No podía permitir que él se quedara porque entonces sus palabras habrían sido solo eso: palabras. En cambio, si lograba dejar de ser egoísta en los próximos tres días y hacía que él se fuera, no estaría fallándole.
Haría un mal movimiento y tal vez lo rompería, pero no del todo, porque tarde o temprano él tendría que seguir adelante.
Era lo único que ella quería, lo deseaba. El imaginarse que todos los que amaban se quebraran gracias a ella era algo que le revolvía el estómago cada noche.
Hermione miró sus dedos meñiques unidos solo unos segundos más —queriendo grabar esa imagen en un lugar especial en su mente—, luego lo miró y sonrió antes de separarlos.
Ella observó sus ojos, captando la seriedad con la que él la miraba, la intensidad que la atravesaba. Se sintió agobiada y asustada, pero no lo demostró; en cambio, se acercó a la mesilla donde había dejado la botella de vino y la tomó.
—Por las leyendas chinas —brindó Hermione, y captó cuando la curva de sus labios se elevó ligeramente—. Ya sabes, esas que unen las almas de todos como Harry con Voldemort.
Draco le alzó una ceja.
—¿Ahora hacemos bromas sobre eso? —se burló, pero aceptó la botella cuando ella se la ofreció. Dio un trago, y ni siquiera hizo una mueca.
Hermione se sentó en la silla de madera que tenía el balcón. Se acercó a la orilla y luego miró los pedazos de madera que estaban frente a ella.
El balcón era lo suficientemente grande como para armar una fogata al menos de un tamaño tan pequeño como esos palos de madera. De repente captó el frío de la noche y se llevó automáticamente sus manos a sus brazos para tallarlos y buscar calor.
—¿Tienes frío? —preguntó Draco—. ¿Deberíamos prender la fogata?
Hermione asintió. Buscó en su bolsita de lado algo que pudiera ayudar para encenderla, pero casualmente no había nada.
—¿Tienes algún encendedor? —preguntó, pero él no le respondió. Alzó la mirada hacia él y se encontró con una ceja levantada por parte suya—. ¿Qué? —añadió.
—¿Para qué necesitas un encendedor, Granger?
Se sintió como la pregunta más estúpida de mundo para ella. Lo miró, incrédula.
—¿Para qué crees? La fogata no va a encenderse sola.
Draco bufó. Se sentó en la silla que estaba frente a ella y luego se cruzó de piernas, mirándola atentamente como si se estuviera poniendo cómodo para ver algo.
—¿Debo recordarte que eres una bruja?
Fue como si le cayera un balde de agua helada. Parpadeó varias veces con confusión, dejó de mirar a Draco y luego pasó a revisar su bolsita hasta que encontró su varita. Curiosamente, la había mirado varias veces cuando buscaba un encendedor, y nunca pasó por su cabeza el usarla.
—Sí, tienes razón... —murmuró. Apuntó con su varita a la madera y abrió la boca para pronunciar el hechizo... Solo que nunca llegó.
Podía sentir a Draco mirándola atento, y eso se sentía como una presión frente a ella. Se mantuvo con la varita en triste, aún sin hacer nada más.
Al menos por fuera, porque por dentro su mente estaba buscando desesperadamente el hechizo que debía hacer. Podía escuchar su respiración subiendo a sus oídos; el cómo esta estaba dejando de ser normal, porque ella estaba comprendiendo lo que estaba sucediendo.
—¿Granger?
La voz de Draco la sacó de su trance. Alzó la mirada hacia él, y al ver su mirada sospechosa, se sintió más nerviosa. Tragó saliva y luego bajó su varita.
—Estoy cansada —dijo mientras se ponía de pie, aferrándose a su bolso—. Creo que iré a dormir.
No se quedó para escuchar a Draco si es que habló, solo se alejó tan rápido como pudo hasta su habitación. Afortunadamente el hotel que habían escogido tenía dos habitaciones, y a pesar de que ella habría querido dormir con él otra vez, estaba agradecida de que tenía su espacio.
Porque definitivamente no quería que Draco la mirara alterada.
Se encerró en su habitación poniéndole llave apenas tomó sus cosas y esperando que a Draco no se le ocurriera abrirla con un Alohomora, confiaba en que respetara su privacidad.
—Muffliato —susurró hacia la puerta, y apenas estuvo segura de que la habitación estaba silenciada tomó su mochila y la volteó, dejando caer todo el contenido en el suelo con un estruendo.
Cientos de cosas cayeron, incluyendo las pociones que tenía como reserva, unas se rompieron incluso, pero ella no dejó de sacudir hasta que salió lo que estaba buscando.
Se sentó y en el suelo y sus manos tomaron la carta de Charles tan pronto como cayó, estaba temblando ligeramente, pero la abrió y la releyó.
Era de hacía dos días:
Esto es una carta rápida, sé que no quieres contestarme y yo tengo mucho trabajo, pero necesito saberlo: ¿ha comenzado la pérdida de memoria? Puede que no lo notes en un principio, pero siempre comienza por las cosas más sencillas hasta llevarse recuerdos, Hermione. Sigo buscando algo para tratarte, solo respóndeme, ¿bien?
Te quiere,
Charles.
No había querido responderle porque todavía no llegaba a ese punto, y de igual manera sabía que no iba a servir de nada, solo habría sido otro día de estudios en un laboratorio para tener la misma respuesta del principio: que no había nada por hacer.
Además, no habría sabido qué decirle a Malfoy. Aún así, todavía no había algo que Charles pudiera hacer al respecto, de ser así lo habría dicho en otra carta.
Hermione alejó la carta, dejando el desastre alrededor de ella en medio del piso. Se recargó en la base de la cama y cerró los ojos, tapándose la cara en un intento de ocultar su frustración.
Estuvo así durante al menos cinco minutos antes de que la determinación la llenara. Tomó un trapito que estaba cerca.
—Engorgio —dijo, y cuando tuvo una manta, la dejó en el suelo con un encantamiento para que el fuego no se expandiera. Hizo aparecer unos troncos de madera y luego se sentó frente a la pequeña fogata.
Se cruzó de piernas, cerró los ojos para respirar hondo y luego los abrió. Apuntó su varita firmemente hacia la madera y esperó.
Confiaba que el nombre del hechizo llegaría pronto. Era algo que había aprendido hacía años, todavía recordaba su emoción de la primera vez que lo logró sin ninguna quemadura.
Solo tenía que pensar...
Luego de los primeros minutos de nada se comenzó a desesperar, apretó la varita en su mano.
—Vamos —masculló. Cerró los ojos de nuevo para obligar a su mente a recordarlo. Era frustrante que podía recordar cualquier otro hechizo, encantamiento o maleficio, excepto ese—. Vamos, vamos —repitió.
Pronto su mano empezó a temblar por lo fuerte que apretaba su varita. Podía sentir cómo un dolor se iba asentando en el fondo de su cabeza y cómo estaba planeando expandirse, pero ella no quería levantarse de ahí hasta que pudiera producir el fuego.
Sabía que tenía un grimorio de magia en su bolso, pero no quería recurrir a él porque eso sigificaba aceptar que el diagnóstico de Charles se estaba cumpliendo; sabía que llegaría, pero no en menos de una semana.
Abrió los ojos para observar la fogata apagada frente a ella. Se mordió los labios mientras deseaba con todas sus fuerzas que el nombre del hechizo volviera.
Se conformaría con una chispa. Tan solo algo que le dijera que Charles estaba equivocado, la maldición ya le había quitado mucho, no le quería permitir sus recuerdos también.
Se obligó a no desesperarse en los primeros minutos, pasó por todas las fases, incluso intentó tomar una especie de paz consigo misma para lograrlo. Apuntó su varita y pensó en el hechizo cientos de veces, pero nunca llegó a su cabeza...
Y después de la primera hora, bajó la varita, sintiéndose peor que nunca.
Miró su varita con la visión borrosa, y algo en el fondo de ella la hizo dejarla caer al suelo. La observó y luego dejó salir un sollozo. Subió sus piernas hasta la altura de su pecho y las rodeó con sus brazos.
Recargó la barbilla en sus rodillas y miró su varita a lado de la fogata fallida que había intentado.
Después de unos minutos, decidió que no era para tanto, por lo que inhaló y exhaló varias veces antes de arrastrarse hasta las cosas que seguían tiradas en el suelo y buscar si el grimorio había caído.
Lo encontró y luego buscó rápidamente entre las páginas. Lo halló en la 128.
Incendio: un hechizo que, como su nombre indica, sirve para hacer fuego o incendiar.
Hermione atrajo su varita con magia no verbal y luego se giró hacia la fogata. Miró el movimiento que venía en el grimorio y después apuntó.
—Incendio —susurró, y a pesar de que el fuego se produjo, ella no sintió felicidad.
Lo único que hizo fue volver a recargarse en la base de la cama sin hacer nada más que mirar las pequeñas llamas anaranjadas encima de la manta, observando como estas carcomían poco a poco la madera y el cómo salían flotando pequeños rastros de ella.
Se sentía extrañamente vacía, y estaba ignorando el dolor de su cabeza, lo que indicaba que pronto debía tomar su poción diaria antes de que los efectos de la maldición salieran a flote.
Las pociones que Charles había inventado realmente le hacían un favor porque cedaban cualquier cosa; pero con tan solo un día que no las bebiera, todo podía volver y con la misma intensidad.
Había sido una suerte que Draco todavía no la hubiera descubierto.
Y justo ahí Hermione captó de reojo la figura debajo de la puerta. Tal vez había estado hablándole y ella no se había dado cuenta. Tomó su varita y quitó el Muffliato tan rápido como pudo.
—¿Granger? —preguntó su voz desde el otro lado de la puerta al mismo tiempo que la manija se movía pero no se abría—. ¿Qué estás haciendo? Puedo oler fuego.
—¡Estoy bien! —se apresuró a decir, e hizo una mueca al instante cuando escuchó su propia voz—. ¡No abras!
—¿Por qué no?
—¡Estoy desnuda! —contestó, y de haber estado en otras circunstancias, se habría sonrojado. Pero ahora era la única excusa que tenía y realmente no quería que él entrara y la mirara hecha un desastre.
Escuchó un bufido ahogado del otro lado.
—No lo sé, Granger, ¿eso fue una invitación?
Él estaba bromeando, lo sabía por el tono burlón y sarcástico de su voz, pero ella no estaba de ningún humor para bromear.
—Ni lo sueñes —le dijo apenas, él guardó silencio y entonces ella añadió como última opción—: Tengo sueño y mañana nos espera un viaje largo, creo que me iré a dormir.
Miró la ranura debajo de la puerta y se dio cuenta que él todavía seguía de pie afuera. Ella hizo puños sus manos, deseando que se fuera, y entonces...
—Está bien... —Él se escuchó un poco perdido, pero aún así le concedió su deseo—. Descansa.
Solo respiró cuando miró su sombra debajo de la puerta alejarse y cuando escuchó cerrarse la puerta de su habitación.
Dejó caer su cabeza hacia atrás en el colchón y suspiró aliviada, pero apenas lo logró, un terrible dolor la inundó y tuvo que morderse los labios para no chillar demasiado fuerte.
Por lo general, así pasaba cuando las pociones perdían su efecto; su torre de mentiras y de vida feliz se derrumbaba, recordándole que dependía de un líquido dentro de un vial para no caer al suelo en cada momento.
Buscó en el bolso que tenía a su lado y sacó la poción correcta. La bebió tan pronto como pudo y luego esperó a que surtiera efecto, sintiendo poco a poco cómo ese dolor punzante en su cabeza y cómo su calentura comenzara a desaparecer debajo de un caparazón al que ella desearía tener siempre y no cada vez que se metía esos líquidos al cuerpo.
Se levantó como pudo y se dejó caer en el colchón. Apenas logró hacer un movimiento con su varita para pagar el fuego antes de caer dormida.
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El vuelo fue de catorce horas. Catorce de las horas más aburridas de su vida, porque ni siquiera pudo sentarse con Granger; el vuelo había estado demasiado lleno y tuvieron que sentarse separados. A él le tocó con una anciana y otro chico, mientras que ella se sentó con dos chicos; de los cuales uno de ellos no le quitaba los ojos de encima.
Intentó ignorar eso, pero se encontró la mayor parte del vuelo esperando a que el tipo se girara hacia él para que así pudiera ver la mirada amenazante que era feliz de enviarle.
Debido a los horarios, ambos lograron acostumbrarse poco a poco; el problema era que ahora estaban viajando a otro continente, uno donde se decía que el día era la noche, mientras que la noche era el día.
Así que, mientras él y Granger estaban despiertos y en un vuelo, en México estaban dormidos; sería un milagro que llegaran y no tuvieran los párpados pesados.
Y lamentablemente, así fue: catorce horas en un aburridísimo vuelo era como pasar un día sin hacer nada. Por lo que, de igual manera, estaban cansados y debían llegar a dormir si querían seguir con el horario acostumbrado.
El problema era que las excursiones de las pirámides de Chichén Iztá terminaban a las cinco de la tarde, así que definitivamente no había tiempo para dormir... A menos que quisiera tener a una deprimida Granger a su lado todo el día.
Casi cuatro horas después, un Draco y una Granger zombies por el sueño decidieron regresar al hotel para dormir. Y esta vez él no protestó en lo absoluto por tener todavía habitaciones separadas.
•••
Yucatán, México. Viernes 12 de marzo de 1999, 10:57 p.m.
Cuando Draco salió de su bellísima siesta, había una Granger leyendo en el sofá.
—No debimos dormir —Fue lo primero que ella le dijo—. Ahora no querremos dormir y será más difícil acostumbrarnos al horario.
—No te escuché protestar cuando íbamos a dormir en el momento —le respondió él, dejándose caer en el sofá frente a ella—. De hecho, te mirabas muy dispuesta a pasar todo el día en esa cama.
Granger alzó la mirada del libro y le entrecerró los ojos.
—Estaba cansada. Física y mentalmente por haber traducido la mayor parte de la excursión para ti.
—Un español muy pobre, cariño. Además, al menos en algo debía no ser perfecto —se burló Draco, esta vez subiendo sus pies a la mesita de enfrente—. El español siempre me ha parecido tan difícil como el chino o el japonés —añadió luego de unos segundos.
—Es una lástima que sea el segundo idioma que más se necesita aprender después del inglés.
Él bufó.
—¿Qué estás leyendo? —preguntó, pero ella no respondió. Draco ladeó la cabeza hasta que pudo leer el título—. Tienes toda la noche estrellada de México por una vez en tu vida, ¿y tú lees las formas básicas del español? Qué depresivo, Granger.
Ella cerró el libro bruscamente y le lanzó una mirada molesta. Se sentó en el sofá —porque había estado acostada— y le regaló una sonrisa que estuvo lejos de ser real.
—Entonces, señor Aventuras, ¿dime qué debería hacer? Porque solo estaba matando el tiempo para que me diera más sueño y volver a dormir antes de que amanezca.
—¿Y decidiste que leer te daría sueño? Qué buena percepción sobre los libros, Granger.
—¡No quise decir eso! —Ella tomó una manzana de la bandejita que había cercana en la mesa y se la arrojó. Draco apenas alcanzó a atraparla con sus reflejos y luego se burló.
—Buena puntería.
—Jódete.
Él rodó los ojos y luego se puso de pie.
—Escucha, Granger, no vas a volver a dormir por más que lo intentes. Una mujer promedio necesita dormir poco más de siete horas y media, y tú dormiste poco más de nueve... Créeme: eso interferirá con tu rutina de sueño.
—Oh, ¿ahora resulta que eres un experto en el arte de dormir?
Draco sonrió y se encogió de hombros con altanería.
—Digámoslos así.
—¡No es divertido! —gruñó Granger, y esta vez en lugar de arrojar una manzana, arrojó una pera; pero ahora Draco apenas alcanzó a quitarse del camino, y esta terminó rompiendo la lámpara cercana a la mesilla del sofá.
—Genial, Granger —se burló él—. ¿Cuánto deberás pagar por esa lámpara? ¿Cuál moneda es aquí?
—Púdrete.
Draco no se inmutó, había cierta belleza en ver a Granger fuera de sus casillas gracias a él. Era un hábito que había estado olvidando los últimos días, pero pensándolo bien, ¿por qué había dejado de molestarla?
—Alguien despertó de malas —dijo él, fingiendo un puchero. Rodeó la mesa del medio al mismo tiempo que ella se ponía de pie; llegó hasta ella y luego alzó su mano para tocar su nariz burlonamente—. ¿Quieres que vaya por un dulce para que te endulces?
Él miró su lucha interna: esa donde Granger quería decidir entre contestar una mejor respuesta y seguir con la «discusión», o esa donde solo se rendía.
Granger resopló ruidosamente.
—¿Sabes qué? Iré a dormir.
—De acuerdo, te esperaré aquí para cuando no puedas dormir y vuelvas a salir en mi ayuda.
Ella le entrecerró los ojos.
—Tienes claro que puedo solo tomar una poción para dormir y ya, ¿no?
—Sí, pero no lo harás.
—¿Qué te hace creer que no? —preguntó, cruzándose de brazos.
—Porque no había pensando en eso, así que ahora debo encontrar una razón por la cual quieras quedarte despierta —Ella alzó una ceja y él le sonrió—. Oh, vamos, no seas tan aguafiestas. ¡Es de noche, Granger!
—¿Y eso...?
Ella no terminó de formular su pregunta porque él no la dejó. Tomó su muñeca para hacerla caminar hasta el balcón que tenía la habitación del hotel y luego la soltó para correr las cortinas.
—Tienes esto frente a ti, ¿y de verdad quieres ir a dormir? —protestó.
Draco la miró observar la playa, y después de unos segundas donde ella se permitió apreciarlo, él decidió que podía apreciarla a ella. Al menos hasta que...
—¿De qué sirve mirar la playa ahora que es de noche y parece un vacío?
Él bufó.
—Aún no lo captas, ¿no es así? —preguntó y ella frunció el ceño como respuesta—. Granger, por el día el universo nos mira a nosotros; mientras que por la noche, el universo se deja mirar. Es un pecado dormir cuando nos está dando permiso de disfrutarlo.
Ella lo miró unos segundos antes de sonreír.
—Mírate, Malfoy... —se burló—. Todo un poeta.
—Oh, tenías que arruinarlo, ¿no?
Granger carcajeó.
—Tenía que hacerlo.
—Bien, ya que te burlaste de mi magnífica frase que, a cualquier persona sin corazón de piedra le hubiera encantado, ¿podemos ir a la playa?
Ella alzó una ceja y luego apuntó a un puntito amarillo que se veía en el malecón de la playa.
—No lo sé, Malfoy. ¿Ves esos tipos de ahí? Son aproximadamente de nuestra edad y de seguro causarán mucho alboroto.
—Al menos ellos saben divertirse. Vamos, Granger, nunca he visto la... —Se detuvo abruptamente. Mala idea, mala idea, mala idea. ¿Por qué no detuvo su boca? Granger lo miró, esperando que terminara, pero él prefirió encogerse de hombros—. No, tienes razón, probablemente deberíamos tomar esa poción e ir a dormir.
Intentó alejarse, pero esta vez fue ella quien lo tomó de la mano. Draco procuró no hacer contacto visual, pero de igual manera la miró a los ojos.
—¿Nunca has mirado la playa? —preguntó Granger.
—Bueno —bufó, luego dio una rápida mirada a la playa oscura frente a él—, acabo de mirarla.
—Sabes a qué me refiero.
—Sí, preguntaste si había mirado la...
—Quiero una respuesta sin tu habitual sarcasmo, Draco. ¿Alguna vez has tocado siquiera el agua de una playa?
Él suspiró, no tenía planeado decirle eso, solo había querido convencerla de salir. No había tenido la mínima intención de contarle una de las tragedias de su asquerosa infancia.
—No sé si recuerdes, Granger, pero tengo unos padres repulsivamente indispuestos a cualquier interacción con el mundo muggle. Por supuesto que nunca he estado en una playa y que nunca creí que lo estuviera.
Ella solo lo miró sin decir absolutamente nada, y después de unos segundos eso comenzó a incomodarlo. Resopló, restándole importancia y luego se deshizo del agarre de su muñeca.
No quería que lo mirara con lástima, si ella decía tan solo una palabra de consuelo, él podría explotar.
—Eso es un asco —dijo en cambio, y lo tomó tan de sorpresa que frunció el ceño y la miró—. ¿Nunca haber estado en la playa? Eso sí que es un pecado —Draco se quedó estático en su lugar mientras la miraba acercarse al pequeño refrigerador que había en la habitación. Sacó una botella de... ¿whiskey de fuego? Y luego la alzó, regalándole una sonrisa—. ¿Qué dices si vamos a que conozcas la playa mientras despotricamos contra tus padres?
Luego abrió la botella con su varita y dio un largo trago, la mueca siendo presente en su expresión. Ella le extendió el whiskey, invitándolo a aceptar.
Y él lo hizo.
Le regaló una mirada burlona a Granger y después bebió un trago también. Y diez minutos después ambos ya se encontraban camino a la playa.
—¿No se supone que la idea de que «el universo se deje mirar» debería aplicar solo para nosotros? —le preguntó Granger, sus pies descalzos sobre la arena mientras estaban en las afueras del hotel—. Porque yo veo a esos chicos allá, y definitivamente van a arruinar nuestra velada.
Draco se rió.
—Siempre podemos maldecirlos con un Imperio para hacer que se vayan y entonces tendríamos esta parte de la playa para nosotros solos, cariño.
Él esperó un regaño por mencionar la maldición imperdonable o al menos por llamarla «cariño», pero todo lo que recibió fue una risa genuina.
—Ojalá pudiéramos —se limitó a decir. De repente, ella se detuvo e hizo que él también lo hiciera, Granger sonrió y entonces alzó la botella de whiskey hacia el frente—. Ahí lo tienes, Malfoy, esta es la playa.
Draco dejó de mirarla solo para prestar su atención a la playa. Estaba seguro de que de día era muchísimo más atractiva porque se podía ver lo cristalina que era el agua o las olas o la línea que dividía el mar del atardecer; pero mirarla ahora de noche, debajo de un cielo reaciamente estrellado y una luna casi llena... Se veía aún mejor.
—¿Qué te parece?
Era hermosa, pero él no iba a decir eso.
—¿Qué quieres que diga, Granger? —preguntó, sonriéndole burlonamente—. ¿Que ponga una cara de cachorrito y diga que es lo mejor que he visto en mi vida?
—De hecho, sí.
Él sonrió y ella le pasó la botella de whiskey para invitarlo a otro trago. Draco lo aceptó y bebió mientras Granger se alejaba de su lado para acercarse más a la orilla de la playa.
Antes de venir se habían cambiado de ropa, y ahora ella llevaba un vestido de una tela blanca muy ligera; y el viento lo movía al igual que sus rizos... Eso lo dejó en su mundo de ensoñación unos segundos antes de mirarla darse la vuelta y extender una mano hacia él.
—Vamos, Draco, ¿qué esperas?
Él también caminó y luego tomó su mano. Apenas lo hizo, ella lo jaló con fuerza, obligándolo a caminar en la orilla de la playa.
—¿Adónde vamos?
—A ningún lado —respondió Granger—. Esa es la magia de la playa, puedes caminar a lado de ella y no necesitas ir a ninguna parte.
—¿Entonces solo caminamos y ya?
—¿Tienes algo mejor que hacer? —Ella le sonrió y luego le quitó la botella para dar otro trago—. Dios, cuánto extrañaba este whiskey, no recuerdo cuándo fue exactamente la última vez que lo bebí...
—Yo sí —replicó Draco y entonces su voz burlona regresó—. Fue aquella vez donde te encontré borracha y hecha un desastre luego de que regresé de Hogsmeade. Aquella noche donde lloraste ridículamente y...
—¡No me recuerdes esa noche! —atajó Granger, y luego se llevó ambas manos a sus oídos, incluso con la botella en una de ellas—. ¡Me da vergüenza recordarme así!
Draco bufó.
—¿Cómo? Disculpa, tengo la duda: ¿te da vergüenza recordarte siendo un cachorrito débil y asustado o una ebria que apenas podía mantenerse de pie?
—¡Ambas! —gruñó con diversión—. ¡Basta de burlarte!
—Oh, Granger, no puedo dejar de burlarme ahora. Tengo demasiado material.
Ella bajó las manos de sus oídos y lo apuntó con un dedo acusador.
—No me provoques, Malfoy —advirtió con una ceja alzada—, también tengo mi propio material. ¿Comprendes eso, «tú y tu maldito pollo»?
Draco no pudo evitar sentirse atacado y le entrecerró los ojos. Alzó su mano para tomar la botella que ella tenía y le dio un trago.
—¿Ese pollo casi me mata y tú te burlas de ello? —preguntó, fingiendo indignación—. Aún recuerdo el dolor que su rasguño me causó.
Granger carcajeó y luego de eso se detuvo y comenzó a reír libremente. Entonces él también se detuvo y la miró.
Una vez Theo le había dicho que el verdadero truco para enamorar a una chica era hacerla reír... Pero nunca le advirtió que el mirar a esa chica reír hacía que se enamorara todavía más de ella.
Porque era simple: la manera en que su pecho subía y bajaba por el ritmo de su risa, los hoyuelos que se formaban a cada lado de su mejilla al sonreír, el cómo sus ojitos se achicaban hasta ser casi una línea, sus rizos atrapando su rostro o tan solo el sonido de su risa.
Draco comprendió esa noche que estaba perdidamente enamorado de ella.
Y de repente comenzó a preguntarse por qué antes le había costado tanto tiempo y esfuerzo el aceptarlo.
—¿Granger? —llamó, y ella comenzó a hacer el intento de calmar su risa hasta que lo logró con ayuda de una mano sobre su estómago.
—¿Sí? —dijo, tomando la botella para dar un trago más.
—No te debería dar vergüenza esa noche. Fue cuando descubrí que no eres tan perfecta como todos decían, solo eras una persona con problemas al igual que todo el mundo. Y de cierta manera... Estoy bien con que hayas permitido que fuera yo quien mirara esa debilidad en ti.
Granger lo miró durante varios segundos antes de sonreír lentamente, inconscientemente se acomodó un rizo detrás de su oreja y lo miró.
—Nadie quiere mirar la debilidad de nadie, Draco.
Él se encogió de hombros.
—Tal vez yo sí —replicó—. Es la parte más real de un ser humano: lo que lo vuelve vulnerable.
Puede que lo que estaba diciendo no tenía mucho sentido, pero en su cabeza lo entendía a la perfección. Cuando una persona está en su punto más débil y vulnerable es tal cual es, sin filtros y sin capas, solo una versión pura de su ser.
Por lo que una vez llegando a sus propias conclusiones, Draco podía decir con exactitud que Hermione Granger se había convertido en su debilidad y en su vulnerabilidad: lo único capaz de sacar su verdadero ser.
Si Draco tuviera un enemigo, sabría con qué atacar, y eso sería llegando a ella.
—¿Entonces te gustó mirarme llorar por ver una constelación en el cielo aquella noche? —preguntó con burla, pero hubo un deje sin diversión en su voz—. Estoy segura de que no debí mirarme muy bonita.
Ciertamente, para él ella era bonita de cualquier manera... Excepto esa, siempre había odiado cuando Granger lloraba, solo que apenas se estaba dando cuenta; incluso aquella noche donde ella se abalanzó a sus brazos para seguir llorando, a él le molestó eso y por eso la dejó estar.
Quería decirle que mirarla llorar nunca sería algo que él disfrutara, pero era el momento perfecto que él había estado esperando para tocar el tema de la contestación.
Dudó antes de hablar.
—La constelación Lyla, ¿no? —preguntó, y se odió un poco cuando miró a su sonrisa fallar. Granger no respondió, y en cambio, dio otro trago al whiskey; uno largo—. ¿Qué tiene de importante esa constelación? —añadió Draco.
El agua de la playa estaba tan cerca de llegar a sus pies, pero él solo le prestaba atención a ella, ignorando incluso la música que se escuchaba lejana en la fogata que antes habían visto desde el hotel.
—No tenemos por qué hablar de mí esta noche, Draco —dijo, sonriendo pobremente—. Estamos aquí para que conozcas la playa, no para hablar sobre algo tan infantil.
—No creo que haya sido tan infantil si te destrozó de esa manera aquella noche.
Granger bufó.
—Bueno... Si tenemos en cuenta que esa noche estaba muy ebria, y también que mi yo ebria es de las emocionales y habladoras...
—Granger —atajó Draco, dando un paso hacia ella—, puedes hablar de ello. Confía en mí.
Ella lo miró a los ojos, y de ser por otras circunstancias, él la habría besado por la forma tan intensa que ella lo miraba.
Granger suspiró.
—Es la constelación favorita de mi padre y mía —respondió, rindiéndose finalmente—. La teníamos por todas partes, era la contraseña de cualquier cosa que tuviéramos e incluso juré que una de mis hijas se llamaría Lyla... —Ella pareció recordar algo y sonrió—. Todavía recuerdo cuando le dije eso, él se puso tan feliz y dijo que sería la primera persona en conocer a la pequeña Lyla. Cada vez que miro esa constelación, me recuerda a él... Pero también me recuerda que papá nunca podrá recordar nada de eso si no lo encuentro. O siquiera si podré regresarle sus recuerdos algún día. Tengo un equipo buscándolos ahora mientras nosotros estamos aquí, ¿sabes? Es solo que...
La voz de Granger se apagó lentamente y se quedó mirando la arena, perdida en sus pensamientos. Él no supo qué decir, pero la miró sonreír y encogerse de hombros antes de alzar la botella, decir «salud» y volver a dar otro trago.
—Granger... —intentó.
—¿Quieres seguir caminando? Todavía no llevamos ni un octavo del malecón.
Ella trató de volver a caminar, pero Draco tomó su codo con delicadeza para detenerla. Granger se vio reacia a mirarlo a los ojos, pero insistió hasta que lo hizo.
Luego tomó su rostro entre sus manos para que supiera que estaba hablando en serio.
—Granger, escucha esto —dijo—: tú vas a volver a mirar a tus padres algún día, vas a poder abrazar a tu padre y decirle lo mucho que lo extrañaste, y vas a llamar a tu hija Lyla para que tu padre pueda ser la primera persona en conocerla. ¿Entiendes eso?
No tenía idea de cuál sería su reacción ante lo que había dicho, pero ciertamente el que sus ojos se cristalizaran lo tomó por sorpresa. Él frunció el ceño e intentó limpiar el ligero rastro de lágrimas antes de que salieran, pero ella fue más rápida al alejarse y hacerlo por sí misma.
—Por Merlín, te dije que soy de las ebrias emocionales que lloran por cualquier cosa... —murmuró y luego soltó una pequeña risa.
Draco entendió que ya no quería hablar del tema, así que la única salida que encontró fue lo que tenía frente a él.
Dio unos pasos hacia adelante para que el agua de la playa tocara sus pies descalzos y luego sonrió antes de tomar la mano de Granger y hacerla entrar también.
La hizo caminar hasta que el agua llegó a unos centímetros debajo de sus rodillas, y cuando alzó la mirada hacia Granger, ella lo estaba mirando con una sonrisa.
—¿Qué? —se burló ella—. ¿Nunca habías estado dentro de una playa tampoco?
—Por premisa, no —contestó y soltó su mano—. Pero... Sé que esto se puede hacer.
Y antes de permitir que ella lo previniera, llevó sus manos hacia el agua debajo de él y la empujó hacia arriba para mojarla. Habría usado su varita por mayor eficiencia, pero habría sido poco responsable si tenía en cuenta la fogata de muggles que estaban cerca.
Escuchó el chillido de Granger.
—¡Está helada! —gruñó.
México era el país que habían visitado que tenía menos temperaturas bajas incluso en invierno, pero aún así hacía un poco de frío. Cosa que ninguno pensó cuando salieron del hotel con prendas tan ligeras.
—Entonces juega, Granger —retó Draco—. Muévete y entonces entrarás en calor.
Él siguió arrojándole agua helada mientras que ella intentaba protegerse muy pobremente. Pero luego solo se rindió y entonces también comenzó a arrojarle agua.
Fue ahí donde Draco comprendió a qué se refería.
—¡Bien, bien! —dijo—. ¡Sí está helada! ¡Detente!
Pero definitivamente Granger nunca haría lo que él dijera, porque siguió arrojando agua hasta que su cabello quedó todo empapado —algo que los dejaba a mano, porque él también había dejado a sus rizos todos mojados— al igual que su ropa.
—¡Alto! —volvió a decir Draco, y cuando ella por fin se detuvo, él ya había comenzado a temblar. No era como que el agua estuviera a temperaturas muy bajas, pero eso sumando al aire fresco que los estaba recibiendo...
—Nos va a dar una hipotermia por tu culpa, Malfoy —acusó Granger, pero a pesar de todo, ella había regresado a su diversión y ya no tenía esos ojos tristes.
Él bufó, tallándose las manos.
—Oh, entonces deberíamos quitarnos la ropa y abrazarnos... Ya sabes, supervivencia básica.
Granger rió hasta que sus labios quedaron en una sonrisa genuina. Se hizo camino entre el agua hasta llegar frente a él y luego alzó una mano que dejó sobre su mejilla; fue solo instinto el que Draco buscara consuelo en su tacto.
—Gracias, Draco —dijo.
—¿Por qué?
—Por estar aquí conmigo.
Él creyó que bajaría la mano y se alejaría después de eso, pero Granger siguió acariciando su mejilla hasta que su sonrisa desapareció y sus ojos se perdieron en los de él.
Y de repente, no estaban empapados en una playa a las doce de la noche... De repente, solo existían ellos dos y la intensidad de los pensamientos de Draco cuando sus alertas le recordaban lo hermosa que era esa chica.
Él alzó una mano para tomar la de ella y con su otra mano tomó la restante de ella, las juntó a ambas y las dejó entre los dos, pecho contra pecho, deseando que pudiera sentir lo rápido que lograba hacer latir su corazón.
Y luego de mirar su hipnotizante rostro con sus rizos pegados a su piel, se acercó lentamente a ella, aún sin dejar de mirar sus ojos y paseando su mirada solo unos segunso a sus labios antes de volver a sus ojos.
Él siempre había disfrutado del nerviosismo de una mujer cuando estaba por besarla, pero con Granger era diferente; porque ella sabía lo que estaba por hacer y solo había de dos opciones: que lo alejara o que se quedara y lo recibiera, tal cual pauta gryffindoriana.
Lo que ella hacía era relamerse los labios y mirar los de él. Esperando.
Y de alguna manera, ese simple acto lo volvía loco.
Draco sabía que había dicho que no haría nada a menos que ella lo pidiera o que diera el primer paso, pero se encontraba en un dilema moral. Porque lo que más quería en esos momentos era besarla, pero también quería cumplir su promesa.
¿Estaría quedando como una persona de no confiar si la besaba? ¿Pero qué pasaba si eso era lo que ella quería también? ¿Estaría dispuesto a dejarla alejarse si eso hacía? ¿Él podría...?
—Bésame.
Draco parpadeó para encontrarse con que ella había dicho eso, y cuando miró sus ojos y no encontró nada además de seguridad, él se acercó y la besó.
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