Curiosidad

Apenas la luz del sol atravesó los ventanales de la Torre de Gryffindor y se impregnó al rostro de Hermione, ella comenzó a arrepentirse de haber salido esta noche. La cabeza le pulsaba de una manera horrible y tuvo que cubrirse con las sábanas porque la luz le picaba. Quería quedarse recostada y olvidarse de todo, pero sabía que necesitaba ponerse de pie. Refunfuñó y, cuando se levantó de la cama para ir al baño, se prometió que nunca más volvería a salir de su dormitorio después de un tiempo que le impidiera sus ocho horas diarias para dormir.

Se dio un baño rápido para calmar el punzante dolor de su cabeza y, después de ponerse el uniforme y también la túnica, fue hasta su baúl para sacar las pociones diarias que debía tomarse por pedido de Charles. Había pasado poco más de un mes desde que había llegado a Hogwarts y él ya había enviado tres lechuzas solicitando inmediatamente que ella fuera a San Mungo a una revisión rápida, pero Hermione se había negado, testarudamente diciendo que se sentía bien. Hoy comenzó a replantearse eso. Sacó el largo vial que tenía una poción supresora para sus dolores de pecho con la intención de abrirla y tomarla, pero apenas el corcho salió, Hermione sintió que alguien se movía detrás de ella.

—¿Hermione? —preguntó la voz de Parvati Patil detrás suyo, y la morena casi soltó el vial de las manos. Lo ocultó rápidamente de la vista de su compañera de cuarto y metió la poción en su bolsillo antes de girarse a ella.

—Parvati —saludó con un asentimiento cortés, poniéndose de pie—. Hoy despertaste temprano, veinte minutos antes.

—Sí, en realidad desperté cuando tú lo hiciste —murmuró distraída y mirando más allá de las apretadas manos que Hermione tenía sobre su túnica. Los ojos de Parvati volvieron a los de ella poco después—. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?

—¿Ayudarme? —Hermione repitió y la chica asintió—. No, no te preocupes. Yo solo... Eh, no.

Parvati frunció levemente el ceño y la miró desde el asiento que tenía en su cama, aún sin salir de sus sábanas. Hermione comenzó a impacientarse, pues sabía que la mirada que la gemela estaba poniendo sobre ella siempre era un motivo de preocupación. Parvati y Lavender siempre fueron expertas en descubrir las mentiras.

—Anoche escuché que salías del dormitorio —dijo Parvati y Hermione intentó ocultar su nerviosismo—. Quise seguirte, pero estaba bastante cansada, sin mencionar que probablemente no querías que lo hiciera... ¿En realidad no hay nada en lo que pueda ayudarte?

Hermione le regaló una sonrisa sincera. Algunas veces creía que Parvati era demasiado buena. Negó con la cabeza hacia su compañera.

—Estoy bien —repitió—. Si necesito tu ayuda, la pediré. Gracias igual, Parvati.

La chica asintió, al parecer demasiada somnolienta como para seguir con la conversación. Después sólo apuntó con la cabeza hacia su almohada.

—Supongo que regresaré a dormir mis veinte minutos... —avisó y, cuando Hermione le asintió de nuevo, se recostó y se perdió entre sus sábanas.

Ella suspiró muy bajo cuando salió de su dormitorio y comenzó a bajar las escaleras. Se apresuró a salir de la Torre de Gryffindor antes de toparse con Neville, Ginny o cualquier otro alumno que pudiera hacerle un interrogatorio temprano. Hermione siempre había tomado sus pociones justo en la mañana, ya que ella siempre se despertaba antes que Parvati, Fay Dunbar y la otra chica que apenas reconocía por el apellido de Highs. Ahora que Parvati había estado a nada de descubrirla, tendría que buscar otro horario para administrarse.

Con su mochila colgando y sus libros cargados en su pecho, dio vuelta en uno de los pasillos para ir directo a los baños de chicas y tomarse sus pociones, pero se detuvo en seco cuando observó la escena delante de sus ojos.

Era Malfoy. Pero no estaba solo, habían otros tres chicos a su alrededor y parecía que estaban jugando a cazarlo. Hermione regresó sobre sus talones y se quedó detrás del pilar para evitar ser vista.

Los tres chicos, dos Ravenclaws y un Hufflepuff estaban rodeándolo y él se hallaba en el medio, luciendo terriblemente cansado, aunque no de la manera física. Su expresión era casi aburrida y eso hizo que la morena frunciera el ceño. Los chicos que lo rodeaban eran de octavo y al menos uno de séptimo, Hermione estaba segura, pero aún así eran físicamente más altos y corpulentos que Malfoy. Él tenía una gran desventaja sobre ellos y parecía saberlo.

Hermione se había hundido en la expresión que Malfoy tenía que no notó que los otros chicos le estaban hablando, y no precisamente de una manera linda.

—¿Por qué no te defiendes, Malfoy? —canturreó uno de ellos, y Hermione pudo deducir que él era la cabecilla—. ¿El ratón te comió la lengua?

Ella vio cómo Malfoy tensaba la mandíbula pero no decía nada. Sólo se mantuvo en su lugar y con la mirada al suelo.

—¿Qué traes aquí? —preguntó otro, arrancando la mochila de las manos de Malfoy. Este no hizo nada para detenerlo—. ¿Libros?

Hermione quiso rodar los ojos y decir que obviamente traía libros, pero se mantuvo en silencio y escondida. El rubio pareció pensar lo mismo porque él sí rodó los ojos pero también se mantuvo callado. El chico que le había quitado la mochila ahora la había volcado y todos sus libros y pergaminos cayeron al suelo. Su tarro de tinta también lo hizo y, cuando este manchó una de sus tareas, los tres comenzaron a reírse.

Ella sintió que la ira se la comía.

—¿Cómo se siente esto, Malfoy? —preguntó el que había hablado primero. Hermione aún no lo reconocía—. ¿Es lindo que te hagan todo lo que alguna vez tú hiciste?

Malfoy no respondió.

—Sí, imaginé que no debía sentirse bien —se respondió el chico, encogiéndose de hombros—. Pero aún falta regresarte el favor más grande.

El chico hizo un movimiento con su barbilla y, como si fuera una orden, los otros dos muchachos ya se habían acercado a Malfoy y lo tomaron por los codos, inmovilizándolo frente a quien parecía ser la cabecilla. Este se acercó y, tal vez por orgullo, Hermione vio a Malfoy levantar la cabeza hacia él para mirarlo a los ojos.

Ella se sintió impotente, ¿por qué Malfoy no se defendía? Sabía que tal vez era menor en su físico, pero podía usar su varita. Cualquier cosa en lugar de sólo prepararse para un posible golpe. El Draco Malfoy que ella conocía nunca se habría dejado humillar por nadie de esta manera. De hecho, nadie nunca se había atrevido a tratarlo así.

Pero entonces la realidad la golpeó como un balde de agua helada: Draco Malfoy ya no era Draco Malfoy. El respeto —o miedo— que antes le tenían los demás se olvidó por completo después de la Guerra. Ya nada le dejaba el legado de que alguien le diera respeto; ni siquiera por modales, pues sabiendo que toda su familia había sido de mortífagos, lo creían una basura y una amenaza para todos ellos. Hermione de repente comenzó a sentir lástima, nunca había prestado atención en lo difícil que sería para él volver al colegio, convirtiéndose en el nuevo saco de boxeo de todos los demás alumnos.

Después se sintió culpable. Ella se había estado burlando de su estado tantas veces, diciéndole que había ido con ella en busca de una pizca de orgullo. Ahora sólo quería retractarse.

Se perdió tanto en sus pensamientos que saltó en su lugar cuando escuchó un golpe bofo sobre lo que pareció un estómago. Hermione se asomó de nuevo sobre el pilar y observó que Malfoy estaba doblado sobre sí y su expresión contenía una mueca de dolor mientras los otros dos chicos que lo sostenían por los codos reían.

Eso fue todo lo que ella pudo aguantar. Podía desagradarle demasiado Malfoy, pero estaba completamente en contra de este tipo de situaciones. La 'justicia' a mano propia no era algo que ella promoviera. Y en todo caso, esto no era justicia porque los Malfoy ya habían pagado todos sus cargos al Ministerio.

Cuando el chico Ravenclaw curvó su mano empuñada para golpear a Malfoy de nuevo, ella guardó los libros que traía en manos con un movimiento de su varita y luego salió de su escondite.

—¡Ey! —llamó. Los cuatro se giraron hacia ella cuando casi corrió hasta estar cerca.

—¿Hermione? —preguntó uno de los que tenían sostenido a Malfoy. Ella se giró y, ahora que no estaba de espaldas, pudo reconocerlo: Anthony Goldstein. Había sido miembro del ED y también había peleado en la Batalla de Hogwarts. A la morena le sorprendió que alguien como él estuviera participando en esto; lo hacía ver hipócrita.

Ella lo ignoró.

—¿Qué es lo que están haciendo? —exigió saber, sin ocultar el tono molesto en su voz.

—¿No es bastante obvio? —preguntó el que había golpeado a Malfoy—. Estamos jugando.

—Jugando —repitió ella—. Tenemos diferentes conceptos sobre la palabra «jugar», entonces.

Escuchó un gruñido detrás de ella y Hermione no tuvo que voltear para saber que había sido de Malfoy. Lo escuchó forcejear desde detrás pero ella no se quitó de delante de él porque seguía mirando al otro chico con una mirada furiosa.

—Granger, vete —gruñó la voz de Malfoy.

—Hazle caso, Granger —respondió el chico que tenía enfrente—. Estamos en medio de algo. Cuando terminemos es todo tuyo, nosotros lo pedimos primero.

Hermione entrecerró los ojos, molesta y comenzando a sonrojarse. Puso una mano en medio para mantener distancia cuando el chico comenzó a acercarse a Malfoy de nuevo, y este refunfuñó pero dio un paso hacia atrás.

Ella se giró.

—Ustedes dos, suéltenlo —ordenó, pero ellos no se movieron—. ¿Quieren que cuente esto a la directora? Estará bastante contenta de ponerles unos castigos.

Pasó un silencio tenso pero ambos soltaron a Malfoy, y este rápidamente tomó el codo de Hermione y comenzó a jalarla de ahí, sin importarle que su mochila y libros estuvieran tirados aún en el suelo.

Ella se clavó en sus talones y se zafó de su agarre. Se dio la vuelta y regresó a los tres chicos.

—Quiero que le pidan disculpas —dijo con voz demandante—. Rejunten sus cosas y devuélvanlas pidiendo una disculpa.

Anthony soltó una risita que ella se obligó a ignorar porque estaba fulminando con la mirada al chico que había golpeado a Malfoy. Tal vez podía reconocerlo de algún lugar... Y entonces lo recordó: Peter Dawlish, un odioso Ravenclaw que había asistido junto a Michael Corner a la reunión en Cabeza de Puerco pero que al final se había negado, también de octavo.

—Granger, vámonos —escuchó el gruñido de Malfoy detrás de ella, pero no le prestó atención.

—Deberías hacerle caso, Granger —murmuró Dawlish con una sonrisa falsa—. Es eso lo que siempre haces, ¿no? Sólo estás buscando a quien seguirle el rastro. Ahora que no están Potter y Weasley, estás detrás de Malfoy.

Ella sintió que la sangre le hervía. Se acercó a él y levantó su dedo índice, presionando su pecho con fuerza a pesar de que estaba en desventaja a lado de su corpulento cuerpo.

—Te dije que le pidieras disculpas —repitió, y luego miró a Anthony y el otro chico—. Y ustedes también.

—Granger...

—Si no lo hacen —dijo Hermione, profundizando el dedo que tenía en el pecho de Dawlish—, iré ahora mismo con McGonagall y estaré feliz de...

Dawlish tomó la muñeca de Hermione para impedir que pudiera volver a tocar su pecho y las palabras que ella decía murieron en su garganta. Su agarre se apretó sobre su huesuda muñeca. Anthony miró a Dawlish con recelo.

—¿Me estás amenazando, Granger? —preguntó—. Tú, heroína de guerra, aquella que estaba en contra de todos los mortífagos y todo lo que conllevaban. Eres la persona menos indicada para ordenarme que le pida disculpas a Malfoy cuando él te hizo la vida imposible durante años. ¿No crees que eso es bastante hipócrita de tu parte?

Hermione intentó alejar su muñeca pero su fuerte agarre no se lo permitió. Respiró hondo.

—Hipócrita es que hayas permanecido en un estado neutral durante la Guerra y ahora estés tomando el papel de justiciero —siseó—, como si este bien y justicia se hubiera creado gracias a que tú ayudaste.

Ella escuchó la risa ahogada de Anthony pero la ignoró sólo por mantener sus penetrantes ojos sobre Dawlish. El chico Hufflepuff también pareció sorprendido ante su comentario porque desvió la mirada.

Dawlish jaló su muñeca y ella tuvo que acercarse a él para impedir caerse. Sus rostros ahora estaban demasiado cerca.

—Yo no soy de tu club de fans, Granger —susurró entre dientes—. No te estoy alabando y por tanto no estoy obligado a hacer lo que tú digas.

—Suficiente, Dawlish —espetó la voz mortal de Malfoy a su lado. Él levantó la mano para quitar el agarre que tenía a Hermione y luego la tomó del codo, alejándolos de ahí.

Apenas cruzaron hacia otro pasillo, él soltó su mano y Hermione apretó la mandíbula, molesta, pero siguió caminando a su lado.

—No tenías por qué defenderme —Malfoy dijo después de un silencio. Ella se detuvo en seco y lo miró.

—¿Crees que te estaba defendiendo? —preguntó.

Él también se detuvo y se giró a mirarla. Sus ojos estaban tan tensos que ella se preguntó cómo estaba conteniendo su ira.

—¿Entonces qué carajo hacías? —replicó—. Ir ahí fue algo estúpido. Sólo debiste haber regresado por donde venías. No necesitaba tu ayuda.

—¡Oh, por supuesto que no lo hacías! Porque esos chicos estaban golpeándote y tú no hacías nada para detenerlos.

—Precisamente por eso —murmuró entre dientes, caminando hacia ella los pocos pasos que los distanciaban—. Tú lo has dicho, Granger: yo no estaba haciendo nada. Si hubiera querido detenerlos, lo habría hecho.

Ella se resistió a rodar los ojos.

—¿Entonces me vas a decir que interrumpí una sesión mañanera de golpes? —preguntó con sarcasmo y él se mantuvo en silencio—. Oh, en ese caso, discúlpame. La próxima vez que vea que te estén golpeando sólo me alejaré y dejaré que hagan lo que sea contigo.

Malfoy la miró a los ojos y los suyos brillaron de una manera que ella no reconoció.

—Gracias, es justo lo que quiero —siseó. Luego se dio la vuelta y siguió caminando.

—¡Sólo estaba haciendo lo que debía! —Alzó la voz para que la escuchara—. ¿Sabes lo mucho que odio que a esos matones...?

—¡Entonces debes odiarme mucho! —protestó y se dio la vuelta tan rápido que ella casi saltó en su lugar. Caminó en zancadas hasta Hermione y eso le recordó a una serpiente yendo por su presa—. Esto es de lo que hablo. ¡No quiero ser tu obra de caridad!

—¡¿Y qué te hace creer lo suficientemente importante como para serlo?!

La furia de que Malfoy ni siquiera pudiera murmurar un «Gracias», y que estuviera restregándole que no la necesitaba, mezclado con su todavía dolor de cabeza, la había hecho decir la primer respuesta que llegó a su mente. Ella ni siquiera había esperado un agradecimiento pero ahora él sólo la estaba insultando.

Ella sólo vio a Malfoy tensar la mandíbula antes de entrecerrar los ojos y chasquear la lengua.

—Bien —dijo—. Gracias por aclararlo, Granger.

Luego sólo se dio la vuelta y se alejó, dejándola con su molestia y varada en el solitario pasillo. Hermione decidió que ya estaba suficientemente molesta por su cuenta que no se dio la preocupación de seguirlo. Estaba segura de que él ya no volvería a toparse con uno de esos matones, así que ella también se dio la vuelta y reanudó su camino a los baños para por fin tomarse sus pociones.

•••

La materia de Pociones siempre había sido una clase por la que Hermione estuviera interesada, le parecía impresionante cómo los componentes que no tenían mucho en común reaccionaban entre sí para llegar a un mismo fin. Incluso cuando Snape daba clases y beneficiaba a los Slytherins, a ella le seguía pareciendo una materia digna de aprender. Todo mejoró con la llegada de Slughorn.

Pero nunca creyó que Pociones le irritara tanto hasta que el profesor la unió a ella con Malfoy para hacer un proyecto parcial. Tenían que inventar una poción que tuviera la misma función que un antídoto para el veneno verde, pero debían usar distintos ingredientes a la receta original. Nada de bezoars. Lo peor es que Hermione no podía estar molesta porque, teniendo en cuenta con quién más pudo haber hecho equipo, Malfoy era la mejor opción. A ella le agradaba mucho Neville, pero sabía que Pociones no era su materia favorita. Dean y Seamus se habían unido por sí solos y Parvati se había unido con una chica de Slytherin. Así que ahora ambos tenían una nueva razón para mantenerse unidos además de pasar sus tardes juntos en la investigación.

Lo único que la consoló es que, a pesar de ambos seguir molestos el uno con el otro, Malfoy se portó completamente profesional y se entregó al proyecto. Al menos eso fue en la primer clase, y ella estuvo muy agradecida. De vez en cuando, miraba por encima del rabillo del ojo para observar la mirada erudita que Malfoy le daba al caldero que tenía delante mientras identificaba las funciones de cada ingrediente, intentando descubrir cuáles les podían servir más. Hermione fue más de leer mientras lo observaba cuando estaba distraído. Por alguna razón, ella se sintió contenta. Estar de bina con Malfoy era muy distinto a estarlo con Harry y Ron; él, a diferencia de sus mejores amigos, no era alguien que necesitara que le dijeran qué hacer y podía hacer su parte de una manera muy eficiente.

Casi envidió la habilidad que mostraba para Pociones hasta que la campanilla sonó y ya no tuvo más tiempo de hacerlo. Salió de su trance y comenzó a recoger todos sus libros, los guardó y luego salió del aula sin darle una última mirada a Malfoy. No necesitaban ponerse de acuerdo porque más tarde podrían hacerlo, así que eso no le preocupó mientras caminaba a su siguiente clase.

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Cuando Draco aceptó regresar a Hogwarts, sabía que las cosas iban a cambiar y que ya no sería un santuario para él (no es como si alguna vez realmente lo hubiera sido). Convertirse en saco de boxeo de todos los demás se había convertido en una rutina diaria; no pasaba exactamente todos los días y a la misma hora, claro, pero sí cada vez que él se hallaba desprevenido. Se había acostumbrado a las miradas de desprecio que le daban todos e incluso a los insultos que murmuraban a sus espaldas, y en realidad no le importaba. Puede que al menos una mínima parte de él creyera que se lo merecía. Llegar a los golpes había sido algo que lo sorprendió e incluso trató de defenderse las primeras veces, pero pronto descubrió que no tenía sentido hacerlo. Entre héroes de guerra y un ex mortífago, ¿quién tendría más credibilidad? Lo único que ellos buscaban era provocarlo, pero no lo iban a lograr. Draco no era estúpido. Así que se había dejado llevar cuando intentaban golpearlo, no era un niño como para llorar pero tampoco se hacía el que no le dolía (porque así le iba peor), por lo que apenas terminaba su rutina de golpes, usaba esencia de murtlap para aplacar los moretones. Nadie se había enterado de ello.

Hasta que llegó Granger.

El sólo haberla escuchado gritar que se detuvieran, usando ese típico tono heroico de defender a los indefensos, había causado que una llama se incendiara dentro de él. Draco no quería que lo protegieran, no quería la lástima de nadie. Pero ella había estado ahí, poniéndose delante como si su diminuto cuerpo pudiera contra los otros tres idiotas que estaban a su alrededor. Apenas lo habían soltado, Draco había tomado su codo y la había intentado alejar, no quería que ella estuviera cerca, por alguna razón. Tal vez porque no quería darle más razones para que ella le tuviera lástima.

Pero Granger era la persona más obstinada que él conocía, así que se había zafado de su agarre y luego había regresado a retar a Dawlish. Ese idiota incluso se atrevió a tocarla. Draco aún recordaba cómo tensó la mandíbula al ver los largos dedos del ravenclaw cerrarse alrededor de la pequeña muñeca de la morena. Pero no era tonto, sabía que no debía meterse porque sólo empeoraría las cosas, por lo que sólo se acercó lentamente detrás de ella con la intención de atacar si el idiota daba otro paso. Pero Dawlish pareció entender la situación porque su rostro dejó de ponerse tenso, y fue donde Draco encontró la oportunidad para sacarla de su agarre, ahora sí llevándosela con él.

Ni siquiera le habían importado sus 'útiles escolares' porque esos sólo habían sido una ilusión por si algún idiota decidía aparecerse para darle una rutina de golpes.

Pero entonces Granger había sacado conversación de algo que dijo él y pronto el enojo que antes tenía Draco, volvió a él.

Malditos Gryffindors y sus complejos de héroes.

Draco nunca sería la obra de caridad de nadie. Y mucho menos de Hermione Granger. Apenas se alejó de ella, fue hasta las cocinas para pedir un desayuno a los elfos domésticos (ahora tenía que aprender a tratarlos bien si necesitaba algo de comer) y regresó a las mazmorras. Sólo para no volver a topársela al menos hasta que llegara la clase de Pociones.

Para su muy mala suerte, el idiota de Slughorn lo había emparejado con Granger. Y para su doble mala suerte, él no se había quejado de ello. De entre toda esa aula de inútiles sin un poco de inteligencia, la prefería a ella. No pasó desapercibida las miradas que la morena le daba y que creía él no las notaba; al principio le pareció molesto pero poco después le comenzó a causar confusión. ¿Qué significaba exactamente esa mirada? Comenzaba a ser irritante para Draco, y cuando dio la campanilla del fin de la clase, él levantó la cabeza con la intención de exigir que le dijera por qué lo miraba así, pero Granger ya había tomado todas sus cosas y no tardó en salir del aula.

Apenas terminaron las clases, Draco tomó todo lo que necesitaba para volver a la biblioteca a pasar su tarde de investigación. Después de un mes, ya no le parecía tan irritante ir que como lo hizo la primera vez, pero tampoco dejaba de ser su cosa menos preferida. Se tardó a propósito una hora más en su sala común sólo para hacerla molestar (aunque dudaba que fuera así), y luego salió.

Atravesó los escudos protectores y desilusionadores antes de llegar a la estantería y luego entró. Abrió la puerta de la habitación y alzó la vista para buscar a Granger. Pero frunció el ceño rápidamente al verla recostando su cabeza entre sus brazos; parecía dormida.

Draco rodó los ojos y cerró la puerta detrás suyo. Caminó hasta su escritorio y dejó sus cosas con cuidado sobre él y luego llegó hasta ella. La regla número doce de no pasarse al espacio del otro cruzó su mente, pero decidió ignorarla. Levantó su mano y estuvo a punto de mover su hombro cuando se detuvo, más no supo si era porque tenía miedo de despertarla y que se pusiera como una fiera o simplemente por sus antiguas creencias; sucia.

Ignoró ambas cosas, ya estaba bastante maduro para seguir con los mismos ideales e incluso si ella se ponía como una fiera al despertar, él tendría mucho contenido con qué pelear con ella. Tocó su hombro y luego lo movió.

—Granger —llamó—. Despierta, es terriblemente injusto que tú duermas y yo no.

No se movió.

Él sacudió su hombro con más fuerza.

—Esto no es divertido, Granger. Tienes que despertar, no voy a hacer esta investigación por ti.

Pero ella seguía sin moverse. Por un momento, el leve pensamiento de que no estuviera dormida pasó por su cabeza, pero rápidamente lo descartó porque podía ver su espalda subir y bajar, lo que significaba que estaba respirando. Al parecer Granger tenía un sueño muy pesado.

Sacó la varita de sus pantalones y la apuntó hacia ella.

—¡Rennervate! —dijo, y el hilo de luz compactó con ella y la escuchó tomar una bocanada de aire.

Draco se dio la vuelta y se alejó antes de que ella pudiera reprocharle por despertarla de esa manera.

—Deberías saber que hay horarios y lugares para dormir, Granger —murmuró él, dándole la espalda y sacando sus herramientas de trabajo—. Si piensas dormir así, avísame para llegar más tarde.

Él buscó entre su mochila la poción en la que había estado trabajando y luego se giró hacia Granger. Pero frunció el ceño cuando notó que ella ya no estaba en su escrito ni en su silla. Recorrió la habitación en su búsqueda y apenas pudo notar a tiempo unos rizos castaños salir por la puerta a toda velocidad. Draco dejó la poción en su mochila de nuevo y salió por la puerta, siguiéndola.

—¡Granger! —llamó, pero no fue lo suficientemente alto para que ella lo escuchara. O tal vez decidió ignorarlo, pero de igual manera no se giró y salió casi corriendo de la biblioteca.

Draco se detuvo en la entrada de esta y observó por ambos lados del pasillo hasta que vio sus rizos perderse en el izquierdo. Apretó la mandíbula y rodó los ojos, girando sobre sus talones para regresar a la habitación, cuando de repente una duda vagó por su cabeza.

¿Poe qué Granger siempre era tan sospechosa? ¿Por qué siempre hacía cosas tan raras?

Se mordió la lengua mientras pensaba. Tenía de dos opciones. Una: podía ignorar todo esto y regresar a la habitación, se estaría ahorrando energía y también tendría un poco más de tiempo sin compartir espacio con la irritable de Granger. O dos: podía seguirla hacia donde sea que estuviera yendo y podría descubrir lo que tramaba y su curiosidad estaría saciada.

La primera opción era bastante llamativa y la más razonable. Pero la parta Ravenclaw de Draco ganó y lo obligó a salir de la biblioteca y apresurar su paso para seguir a la morena.

Tardó unos minutos en volver a hallar su rebelde melena por los pasillos, pero la encontró en el momento exacto donde ella entraba apresuradamente a los baños del segundo piso; justo donde estaba Myrtle La Llorona. Draco se detuvo fuera y decidió que podría atraparla justo cuando saliera. Él tenía cierta reputación con Myrtle gracias a su sexto año y, aunque la niña había sido algo así como una 'ayuda' en ese tiempo, no tenía intención de conversar con ella frente a Granger para darle más oportunidades de verlo con lástima.

Esperarla fuera de los baños pareció serle la mejor idea, por lo que se paró justo en la puerta con los brazos cruzados y esperó. No tenía ni la más mínima idea de por qué ella había venido precisamente a estos baños, pero se guardó su duda para cuando la tuviera delante.

Lamentablemente no calculó que tuviera que esperarla casi diez minutos. ¿Las chicas siempre tardaban tanto? No estaba seguro de si podría aguantar eso en un futuro si tenía un esposa (pero claro que la tendría, su padre se encargaría de ello).

La puerta por fin se abrió y Granger dio un salto al verlo parado afuera. Como instinto, quiso retroceder y cerrar la puerta, pero la mano de Draco la impidió golpeando el roble. Ella pareció congelarse y eso le causó más curiosidad. Él observó por el rabillo del ojo algo que estuviera fuera de su lugar en el baño (no encontró nada anormal), pero cuando captó a lo lejos a Myrtle, se apresuró a tomar la muñeca de Granger y la alejó de los baños.

Ella se retorció bajo su agarre y, cuando sintió un pequeño rasguño, él la soltó.

—¿Qué te pasa? —preguntó Granger—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Qué estoy haciendo aquí? —repitió Draco, incrédulo—. ¿No debería hacerte yo esa pregunta?

—¿Me seguiste?

—No.

Ella rodó los ojos.

—No tenías por qué, nada de lo que hago o adónde voy es de tu incumbencia.

—No te creas tan importante, Granger —gruñó entrecerrando los ojos hacia ella—. Vine hasta acá sólo para descubrir qué es lo que te traes entre manos. Saliste de la habitación sin decir una palabra y luego corriste hasta estos baños; que son a los que nadie entra, precisamente.

Granger lo fulminó con la mirada.

—No tengo ninguna obligación de decirte por qué hago las cosas, Malfoy.

—Oh, te equivocas. Porque sí la tienes. ¿Que planeabas hacer? ¿Dejarme solo lo que restaba del día? ¿Haciendo toda la investigación por ti? Dijimos con la regla número que no podías omitir nada.

—¡Sobre la investigación! —exclamó molesta—. ¡No iba a omitir nada sobre la investigación! ¡Nunca dijimos nada sobre mi vida personal! Que como recuerdo, en realidad esa sería la regla número trece, ¿o no?

—¡Dijimos que las reglas ya no valían! —atajó sin argumento.

—¡Entonces te acabas de contradecir tú mismo! —Granger respiró hondo, aún mirándolo con ese mismo fuego que él ya comenzaba a acostumbrarse a ver—. Me exiges que no te omita nada porque así dijimos en las reglas y ahora intentas recordarme que ya no valen.

Draco tensó la mandíbula. Él siempre había estado abierto a las peleas con ella, pero ahora Granger parecía tener un humor de perros, por lo que eso no lo hacía divertido. Las reglas definitivamente tendrían que volver.

—Sólo intento saber por qué siempre eres tan malditamente extraña —murmuró con molestia.

—¡Porque así soy! ¡Tú lo has dicho: siempre! —Ella alzó ambas manos sobre el aire—. ¡Tal vez siempre seré extraña!

—¿Granger, qué carajo...?

—¡Sólo deja de meterme en mi vida! —gruñó, y luego se apresuró a hablar antes de que Draco se molestara por haberlo interrumpido—. ¡Acepté trabajar contigo para la investigación, pero sólo eso! ¡No te da ningún derecho para que puedas meterte en mis asuntos personales y mucho menos a mí la obligación de contarte qué es lo que hago y por qué!

—¿De dónde obtuviste este humor de perros? —gruñó acercándose, creyendo que así podría intimidarla—. ¿Weasley no te ha enviado una carta de amor esta semana, Granger?

—¡¿Y quién demonios está hablando de Ron?!

Antes de que Draco pudiera abrir la boca para responder, ella giró sobre sus talones y se alejó. Él la miró irse, atónito de que lo hubiera dejado con la réplica en la boca. Pero Salazar prohibiera que él permitiera esto.

Al menos había una cosa en común entre Granger y Draco: ambos querían tener la última palabra.

Se obligó a seguirla y apresuró a sus piernas para llegar a su lado.

—¿Es eso entonces? —preguntó, y pudo ver que ella enrojecía, más no supo si fue por rabia o vergüenza—. ¿Weasley no envió su nota amorosa semanal?

—Será mejor que cierres la boca, Malfoy...

Sin embargo, él decidió que soltar una carcajada sarcástica sería más divertido. Tal vez eso la enojaría aún más.

—¿Entonces a eso fuiste a los baños? —inquirió—. ¿A llorar junto a Myrtle porque tu amante te ha olvidado?

—Ya te dije que no tengo ninguna obligación de decirte qué es lo que...

Sus palabras se perdieron en el aire cuando Draco la tomó del codo y la hizo detenerse en medio del pasillo en el que se encontraban. Por suerte, estaba vacío, porque él no sabía qué haría si alguien los veía en esta posición; era un poco fácil de malinterpretar.

—Suéltame —exigió ella, y tono fue tan duro que Draco casi la obedeció.

—No —dijo en cambio—. Tenemos que volver a nuestras reglas, agregar algunas si es necesario. Es completamente ridículo que tú sigas ocultando cosas que está claro dificultan nuestra investigación. Debes dejar a Weasley fuera de esto y...

—¡Ron no tiene nada qué ver aquí! —gritó.

—¡¿Entonces qué es?!

—¡No pienso decirte! —Y luego, en un rápido movimiento, ella se zafó del agarre que él mantenía en su codo. Después lo miró, temblando de la furia, tal vez—. Hoy no habrá investigación, Malfoy. Puedes hacer lo que quieras.

—Oh, no. No vas a dejar esto sólo porque... ¡Granger! ¡Ey!

Pero ella ya se había echado a correr y él estaba bastante enojado como para volver a seguirla y continuar con su pelea. Gruñó molesto y se jaló los cabellos de su cabeza, desacomodando la poción que los mantenía en gel, maldiciéndose porque, una vez más, Granger se quedó con la última palabra.

Después de eso, Draco regresó a la habitación y se quedó ahí durante dos horas con la simple intención de que ella volviera y pudieran reanudar su discusión.

Pero Granger no volvió ese día. Ni el siguiente, ni el siguiente, ni el siguiente. Ni siquiera se presentaba a las clases y no tenía idea de si estaba en la Torre de Gryffindor porque no iba a esa parte del castillo. Tampoco quiso preguntarle a McGonagall si sabía algo de su repentina desaparición porque podría interpretarse de otra manera.

Él no estaba preocupado, simplemente tenía curiosidad de por qué ella había dejado de verse durante tantos días. Y claro, estaba molesto de que su capricho hubiera ganado antes que la investigación que necesitaban hacer. Y mucho más molesto aún de que no le hubiera avisado al menos.

Draco regresó cada tarde a la habitación durante una semana y se quedó ahí durante una hora con la esperanza de que sus rizos castaños cruzaran la puerta en algún momento, pero no sucedió.

Granger había desaparecido, por alguna razón.

Y Draco se propuso descubrir cuál era esa razón. Su curiosidad pudo más con él y, sin saberlo, ese día marcó su propia perdición.

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