Viajero, en el momento en que escuchas esa palabra, ¿qué se te viene a la mente? Muy probablemente pienses en esos hombres y mujeres que dedicaron su vida a conocer, descubrir y explorar el basto mundo; En quienes no descansaron hasta descubrir la última especie sobre el planeta; En aquellos hombres que navegaron sin cesar hasta la muerte con el fin de llenar los titánicos mapas del planeta.
Bien, el sueño de muchas personas al rededor de este mundo, es vivir una vida de viajero, un nómade que vaga de un lado a otro conociendo las más bellas ciudades, encontrando los paisajes más espectaculares, conociendo las personas más bellas, probando la comida más exquisita, eso es sin duda alguna fenomenal. Ese fue mi sueño durante toda mi vida, y ahora seguro te preguntarás, "¿Cumpliste tu sueño?" Pues la respuesta está acá, si no lo hubiese logrado, no estarías oyendo esto.
¿Y quién es esta chica que escribe sobre delirios de Aventuras sin parar? Que grosera, no me he presentado todavía, no hay ningún problema. Yo soy Emma Wright, hija de la prestigiosa familia de inversores Alrentes, Wright. Crecí con un inmenso amor por los libros, más que nada las historias de aventureros, estos héroes y heroínas forjaron el quién soy.
Novelas de viajes, guerras y romances colman mi habitación, pero si existe algún libro al que debo mi gran amor por la lectura y la exploración, es a mi libro familiar, el cual se remonta a casi 400 años en el pasado, ¡Tiene de todo! Próceres, Marineros, Exploradores, Botánicos, Grandes inversores, y la lista se extiende aún más. Mis antepasados documentaron cada episodio de sus vidas en una serie de libros que pasan de primogénito a primogénito. Cada uno escribe de su obra y vida a placer, y a su vez, está obligado a contar la de sus ancestros a los menores. Algún día seré yo quien se encargue de eso mismo.
Sin embargo, este diario no es una oda a mis ancestros, sino un relato de mis casi sempiternas aventuras, las cuales, como toda historia, tuvo un comienzo, para ser específicos, en mi cumpleaños número diecisiete. Para esta edad, yo ya finalmente había dejado de estudiar, y, ya que por muchas generaciones, mis familiares se habían embarcado en viajes durante su juventud, quería formar mis propias historias en un mundo cada vez más dominado por la industrialización y la conquista, más, yo llevaría estos viajes a otro nivel, puesto que mientras otros solo habían realizado pequeñas paradas por ciudades importantes, mi objetivo era entrar en lo profundo del inmenso mundo, sus cuentos, culturas y detalles más recónditos, teniendo como destino final llegar a las colonias que se ubicaban al oriente del globo. Aquella mañana, me dirigí a donde usualmente se encontraba mi padre, Antouane Wright, y finalmente, le contaría sobre el proyecto de mi gran odisea.
—Padre, quisiera hablar contigo. —Pregunté entrando a la habitación en dónde él se encontraba. —¿tienes un momento?
—Claro que sí. —Dijo dejando a su lado lo que se encontraba haciendo. —¿Necesitas algo, hija?
—Como sabrás, este año cumplí finalmente los diecisiete años. —La mayoría de edad para aquel entonces.
—Sí, hace unos días justamente. —Mencionó con un tono serio.
—También debes saber que... —Exclamé antes de ser interrumpida.
—Al punto, hija. ¿A qué quieres llegar?
—Quiero viajar. —Le dije mirándole a los ojos.
—¿Viajar? ¿Por Alrentia? En ese caso, excelente. Sabes bien que nuestra familia expande su poder por todo esta patria.
—No específicamente. —Respondí algo temerosa, pero segura en mis palabras. —Quiero recorrer el mundo, adentrarme en él, y sobre todo, conocer oriente.
—¿Adentrarse? ¿Conocer las colonias? Hija, ¿Sabes lo arriesgado que es eso la verdad?
—¡Si! Soy plenamente consiente de que representa el viaje, sin embargo, es mi sueño desde que tengo memoria. Viajaré mientras sea joven y pueda tener la oportunidad, como lo hiciste, o como lo hizo el abuelo. —Le respondí sin pensarlo mucho. —Aparte, sería una oportunidad de conocer oriente de primera mano, podría servir.
Mi padre se levantó de su asiento, se dirigió a abrir la ventana y luego comenzó a buscar entre sus libros personales lo que parecía ser su propio diario.
—¿Ya lo leíste verdad? —Preguntó colocándolo sobre la mesa.
—Sí. —Respondí algo nerviosa.
—Este diario solo contiene los buenos momentos. Mis viajes no fueron color de rosa, los de padre tampoco. Estos libros solo son la cara bella de viajar, puede ser una tradición y todo eso, pero quiero que si de verdad vas a dar el paso, me digas cómo y con cuanto lo harás, y una condición más, la cual tendrá que esperar.
—Lo soy, padre. Toda mi vida me he estado preparando para hacerlo, no solo en la parte bella. Además. —Agregué. —Lo acabas de decir, tú y mi abuelo fueron viajeros: Tu odisea fue por toda Alrentia, la de mi abuelo, abarcó un área menor. Ahora me toca a mí expandir la familia. Viajar está en nuestra sangre.
—Tienes razón, está en nosotros. —Exclamó viéndose más convencido. —¿Tu madre sabe del plan?
—Sí, y está de acuerdo desde hace mucho.
—Entiendo. Entonces, tomando en cuenta que eres mi hija, será imposible convencerte de que no lo hagas, así que no tengo nada en contra de tu idea, me alegra mucho que quieras ver el mundo en carne vida. Sin embargo, cumple las condiciones que te dije, y solo así lo harás.
—Te prometo que las seguiré al pie de la letra, padre. –Terminé por agregar.
—Supongo que tienes una ruta de viajes bien planeada. ¿Verdad? —Preguntó nuevamente. A decir verdad, solamente había marcado las principales ciudades, y me iba a encargar de cubrir el resto del viaje en los pueblos aledaños, sin embargo, decirle "no" hubiese condenado mi odisea.
—Sí, planeo viajar por las principales ciudades, y mientras voy llegando, visito las zonas cercanas.
—Quiero que crees una ruta de por dónde quieres viajar, y me la muestres antes de mañana, solo así podrás partir.
—Sí, la haré. Muchas gracias, padres—Exclamé abrazándole y luego saliendo de la habitación ilusionada por poder viajar finalmente.
Me dirigí a mi cuarto de trabajo para en el mapamundi, realizar una ruta por la cual pudiese convencer a mi padre de viajar, sin embargo, he ahí cuando una cantidad de incógnitas me llenaron la cabeza, algunas sociales como la aceptación en esos pueblos; otras en términos de desplazamiento sobre como iba a llegar a tal lugar, y unos últimos de tipos varios. Aquella tarde me la pasé investigando las ciudades que pudiese conocer por enciclopedias en la biblioteca familiar, y a partir de ellas generar una manera de viajar por el mundo, en ese vaivén se fue la tarde en su totalidad. Mi preocupación recaía en que de esto dependía mi viaje, y al querer recorrer el mundo, no me iba a alcanzar la vida para ir a todos los lados.
Luego de varias horas de trabajo, había obtenido un trayecto por el cual conocería las naciones de Cretia, Ogedia y Sagoria, tres puntos previos a mi principal objetivo, oriente. Al ver terminado aquel mapa que mostraría a mis padres, sentía como una gran alegría recorría todo mi cuerpo, y a su vez, una tremenda ansiedad. Sin perder más tiempo, me dirigí a la sala, donde estaba mi padre y madre, los miré y le entregue a mi papá un mapa donde se mostraban las zonas por las que viajaría. Él me miró y preguntó:
—¿Esta es tu ruta, hija?
—Sí. En ese mapa está el camino que tomaré en mis viajes antes de estar en oriente. Estimo que serán algo de uno o dos años para hacerlo. —Para poner en situación, los viajes de mi padre duraron un total de tres años, y mi abuelo relata pasar varios años en las montañas, por lo cual, de casi un lustro, a dos años, había un avance.
—Comprendo, amor, mira esto. —Comentó dándole el mapa a mi madre. Discutieron por unos minutos en silencio, y luego de eso me dijo —Tu madre y yo hemos decidido permitirte el viaje, sin embargo, te faltan dos condiciones. ¿Con cuánto dinero cuentas para hacer este viaje?
—Sí, padre, lo tengo. —Exclamé entregándoles un cheque. —Entre mesadas, trabajos que he realizado a la mansión y demás fuentes, he conseguido casi setecientas coronas, suficiente para cubrir el viaje.
—Excelente hija mía. Déjame contarte que cuando yo era joven, nunca pude ahorrar para viajar, conté con el dinero que me dio mi padre. Así que, de mi parte, quiero que tengas cincuenta más. —Exclamó generando un cheque más.
—¡Muchas gracias, padre! —Comenté abrazándole. —Te prometo que serán bien usados.
—Lo sé, por eso mismo te los entrego, sé que te irá muy bien. —En medio de la emoción, se levantó, y tomando de un cajón unas llaves, se dirigió a mí. —Hija, Quiero que me sigas.
Caminamos hasta un ático oscuro, la tenue luz de una vela no bastaba para apreciar esta habitación a la que nunca entre. Mi padre, quien llevaba la leve flama, sacó una caja de madera con unas inscripciones encima, tenían por apellido "Bauer" el cual era el apellido de los miembros de la primera a generación de familiares que dejaron su registro.
-Mira dentro de la caja –Dijo él colgando la lámpara en el techo.
La desempolvé y abrí con algo de curiosidad, enorme característica mía. Lo que observé en esa caja, solo podían ser llamadas reliquias. Para ponerlos en contexto, como conté, la familia siempre se había resaltado por haber sido grandes viajeros, comenzando por el primer linaje registrado, los "Bauer". Aine Bauer fue una militar de renombre durante una guerra de independencia para estas tierras; luego, su hija, apellidada Valley, se dedicó a recorrer los mares en busca de nuevas tierra; generaciones más tarde, Eida Bauer, también fue una gran exploradora, quien realizó descubrimientos importantes para el área de la botánica, finalmente, las varias generaciones de hombres Wright, quienes viajaron por mero gusto. Ahora, luego de todos ellos, era mi turno, la hora de que yo, la viajera, crease mi Odisea.
Volviendo a la caja en cuestión, esta presentaba una serie de vestigios familiares: Los uniformes de Aine y Eida, una brújula perteneciente a Valley y muchas más cosas de gran valor familiar. Mi padre sabía que yo ya había observado varias de ellas, sin embargo, aún existían algunas que nunca había podido ver.
—Estas reliquias han estado para la familia todo el tiempo, junto a las que conoces. Todas esas historias están junto a nosotros.
Bajamos del ático juntos, cenamos y fuimos todos a descansar. En mi entusiasmo por mis viajes y que aventuras me esperaban a partir de los próximos días, no logré conciliar el sueño aquella noche, no dejaba de imaginar cada ciudad que visitaría, cada historia que viviría, cada persona que iba a conocer, y mucho más. De las noches más largas en mi vida. Cuando finalmente concilié el sueño y pude dormir, llegué a soñar con un lugar nunca antes visto, una ciudad que solo podía existir en el paraíso. Una gran capital rodeada de un muro blanco, con edificios de colores claros y bellas terrazas, al fondo, un astillero lleno de barcos a vapor. Voltee a la plaza principal de este sitio y vi a niños corriendo, y simplemente me quedé fascinada ante tal belleza. Desperté y juré que si esta ciudad existía, la encontraría.
Nota:
La historia de Diario de una viajera se desarrolla en un mundo fictcio, el cual tecnológicamente se equipara a fines del siglo XIX, con este mapa se puede captar mejor de dónde es Emma (Alrentia, siendo específicos, la capital, la cual es el punto negro sobre el nombre) y hacia donde se dirigue en su aventura.
Sin mayor aviso, espero gozen de esta bella historia.
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