Quimera

Tengo un tatuaje marcado en la piel. No está hecho por la mano del hombre, no contiene químicos ni pigmentos de colores. Es algo más onírico, más irreal. Es una tinta que corre por mis venas sin detenerse en ningún momento.

Es una marca que abarca desde mi mente a mi esternón, que baja por mi pecho y se divide para recorrer al mismo tiempo mi columna vertebral.

Es un tatuaje que envuelve mi corazón. Que se expande y se contrae entorno a los latidos. Que se mueve para mantenerlo cautivo pero jamás es opresivo.

Es una marca que no se ve, pero se siente.

Tengo un tatuaje grabado a fuego. Creado de vivencias y recuerdos (no siempre reales) que han ido ocurriendo uno tras otro de manera consecutiva e imparable a lo largo de mi vida.

Es el dibujo de una quimera, mezcla de niña y mujer. Mezcla de parámetros y libertades. De creencias (no siempre correctas y no siempre ciertas) e incertidumbres acumuladas con el tiempo.

Es una quimera amorfa, mutante. No completamente real pero aspirante a una definición inexistente.

Está llena de cicatrices.

Y se mueve por mi pecho hasta mi espalda, abarca mi vientre y mi cadera, un ala que no es ala sobre mi hombro, una garra que intenta llegar a mi pie.

Aparece y desaparece a su antojo. Cambia de color según el día. Se mueve por lugares que incluso yo ignoraba que existían.

Es una quimera rebelde. Le ruge a la gente cuando está de espaldas. Duerme durante el día y se pasea de noche inquietando mi piel y despertando mi mente.

Comenzó a aparecer hace años. Comenzó como un simple lunar. A los días era una línea extraña, atrapada a medio camino entre una curva y una recta sin final.

Ahora abarca cada centímetro. Se mueve por los espacios en blanco para no dejar nada sin su rastro.

Le gusta abarcar mi mirada en las noches sombrías. A través de ella el mundo parece un caleidoscopio de color.

A veces susurra cerca de mi oído, al límite de ser escuchada y sentida.

A veces pareciera que va a desaparecer solo para volver más fuerte, tan fuerte que temo que todo el mundo la vea.

Es un tatuaje inteligente, como solo una quimera a base de piezas inconexas puede serlo.

En noches oscuras, me miro al espejo y solo la veo a ella. Con su tinta multicolor cambiando al son de mis latidos. Con sus alas extendidas que parecen despegarse de mi piel. Con las garras sobre mis hombros de manera casi amorosa.

Tiene ojos sabios. Y parece haber observado todo.

En momentos de silencio creo que conoce hasta el último misterio del universo.

Otras veces, cuando todo es demasiado, pienso que es tan inocente como yo.

Tengo un tatuaje que lleva mutando desde su nacimiento. Ha cambiado tantas veces que ya no recuerdo su diseño original. Es un animal hecho a base de pedazos, cosido de manera amorosa para crear algo especial.

Tengo un tatuaje que no puedes ver... pero existe.

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