Lejanía
Entre tú y yo existe un precipicio. Un espacio interminable cruzado por una delgada cuerda.
En mi lado los edificios caen. Se destruyen y se vuelven a levantar por si solos. La tierra se agrieta y vuelve a reverdecer en cosa de segundos.
En tu lado se ha detenido el tiempo. Te veo vagar por una realidad que no existe. Te veo moverte entre volutas de polvo que quedaron atrapados hace siglos por el aire.
Somos dos inmigrantes en nuestra propia tierra. Somos dos exploradores de nuestras propias realidades. Ni tu perteneces allí ni yo aquí. No pertenecemos juntos, pero a la vez no podemos estar separados. Y en medio de la disyuntiva de irte o quedarte he decidido poner este precipicio que nos mantiene al borde del caos.
Estas sosteniendo un extremo de la cuerda. Y puedo sentir cada vez que te alejas de la orilla y cada vez que te acercas.
Por las noches puedo sentir tu respiración vibrar a través de ella. Puedo sentir como la sostienes contra tu pecho. Puedo imaginar tu calor corriendo por las fibras hasta llegar a mi propio extremo.
He puesto en mi ventana una bandera. Esta desteñida por el sol y humedecida por la lluvia pero aun se le ven los colores.
Colores a los cuales solo tú les sabes los significados.
Una bandera manchada de lágrimas, sangre y recuerdos.
Somos dos extraños varados en nuestro entorno. Gritando al borde del precipicio sin poder cruzar.
Porque ambos sabemos perfectamente que si lo hiciéramos. Si por solo un segundo nuestros dedos se rozaran, nos destruiríamos.
Somos la excusa perfecta para el fin del universo.
Dos almas expulsadas del cielo y abandonadas a su suerte en algo que se parece al infierno, pero no lo es.
Por que ni siquiera eso merecemos.
Y hace siglos que Hades nos negó su misericordia.
Dos almas que no pueden alcanzar la muerte pero tampoco están vivas estando separadas.
Rotas por una lejanía agobiante que pesa más cada día.
En tu extremo la gente te observa. Deben pensar que estás loco por correr por las calles desesperado gritando mi nombre.
Aquí me he cansado de buscarte, aun lo hago, no lo niego. Pero ya es solo la rutina que me evita caer en la locura de perderte.
He trenzado en mi extremo de la cuerda un pañuelo rosado. Ese que me regalaste hace siglos atrás junto con un oso que ahora yace destrozado en lo que me veo obligada a llamar hogar.
He pensado tantas veces dar el salto.
Correr a la orilla y lanzarme esperando que me atrapes. Esperando que tus brazos sean tan largos que puedas evitar mi caída.
Se que también lo has pensado.
Pero no podemos. Somos lo suficientemente egoístas como para querer vivir en sufrimiento. Para no querer destruir este universo que tanto dolor no ha causado.
Estamos lejos. Perdidos en nuestros propios mundos y evitando desaparecer meramente por la existencia de una cuerda.
Estamos gritando al mismo ritmo. Llorando y riendo con una locura que ya no nos esforzamos en detener. Estamos viviendo en los paralelismos de una misma vida.
Tu y yo, somos dos náufragos que decidieron vivir al borde de la muerte.
El destino augura dolor, espero, al menos, disfrutemos el paseo.
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