Esa mañana al despertarse supo que los siguientes meses serian una revolución. No era lo que ella esperaba, y en el mejor de los casos, su terquedad era una vaga escusa para redimir sus fracasos.

De todas formas no es como si su vida fuese perfecta. Se caía más veces de las que se podía parar y en el último tiempo sus mascaras se estaban deteriorando tan rápidamente que era casi una pérdida de tiempo mantenerlas puestas.

El peso de sus decisiones por momentos era simplemente asfixiante.

Es por eso que era tan increíble verla de pie.

Había decidido hace tanto tiempo como quería reunirse con la muerte que ni siquiera el peso del futuro era capaz de modificar su camino.

Solía bailar con el destino. Burlándose de él como una niña caprichosa que consigue lo que quiere.

Riéndose con libertad mientras la muerte la observaba desde una esquina del salón.

¿Siempre me pregunte en qué momento se enamoraron de ella?

Era obvio cuanto la deseaba el destino. Sus ojos brillaban cada vez que la veía romper uno de sus planes. Cada vez que la veía caer, reírse, sacudirse el polvo y volver a levantarse.

La muerte era más sutil.

Tenía a observarla desde lejos. Cuidando que no partiera antes. Retrasando su encuentro con el placer que da observar el arte.

Ella hablaba de su futuro. De aquella mañana en que las calles se tiñeron de revolución. Cuando su sangre canto en sus venas y los planes se desplegaron hasta el horizonte.

Y era hermoso verla.

Verla bailar al borde del abismo. Provocando al destino. Susurrándole a la muerte. Y riendo por un futuro que le pesaba en la espalda pero también le daba alas para soñar.