Amores

En su camino al infierno descubrió todos sus antiguos pecados.

Y no es de extrañar que ahora estuviese muerta si su destino estaba así de marcado.

Quiso recordar a quien había amado, pero eran tantos que el mismo ejercicio de hacer funcionar su memoria le causaba pereza.

Estaba su primer amor. Ese niño que compartía su inocencia, a quien le brillaban los ojos al verla. Esa mano sudorosa, el incitador de sus primeros sonrojos. Aquel que fue dueño de su primer suspiro soñador.

Estaba ese chico malo. Del que creyó estar profundamente enamorada. Aquel que todo le perdonaba y que siempre olía a cigarrillos.

También tenía una moto. ¿O era un veloz automóvil? Es increíble cómo los años han diluido su memoria.

Luego llego él, con su mirada seductora y su lengua rápida. Estaban entre las sabanas antes que el sol se escondiera, batallando entre roces de piel y manos traviesas. Él le enseño un nuevo mundo. La ayudo a descubrirse y descubrirlo. Fue un amor mucho más terrenal que los anteriores. Algo mucho más anclado a la carne que al espíritu.

El tiempo que duro fue hermoso.

También recordaba a aquel que fingió amarla.

Y ella fingió amarlo a él.

En el momento que sus vidas chocaron ambos necesitaban el consuelo de otros brazos. Y era tan fácil fingir. La comodidad muchas veces es de las peores prisiones.

Él le dio una rutina, un libro bien aprendido para leer una y otra vez.

El la quería y ella a él, pero más allá de eso no existía nada.

Las noches eran una llama suave comparada a los incendios que había vivido. Su personalidad no iba más allá de lo normal.

Un ciudadano perfectamente promedio.

Pudo ser cualquiera. Y ella también. Porque si bien se quisieron, ninguno era la vida del otro. Simples extras en una historia que no les pertenecía.

Recordaba...

Recordaba a ese ser que se escondía ahora en lo más profundo de sus recuerdos.

Él fue todo. Pero el destino es caprichoso y se conocieron cuando aún no era su tiempo.

Lo amó.

Cuanto lo amó.

Y cuando ambos separaron sus caminos lloro por la perdida del que pudo ser el amor de su vida.

Existen noches en que aún siente la herida sangrar.

Noches en las que repite sus conversaciones para saber si podrían haber tenido otro final.

Noches como esta, en que recorriendo el camino al infierno, añora sus dedos entrelazados con los de ella.

Y por último, aquel que le dio todo.

El que fue su compañero. El que se transformo en su confidente. Que no llego sabiendo pero aprendió lentamente a encender sus incendios, a calmar sus tormentas, a fomentar sus sonrojos. El que tenia la moto para los fin de semanas salvajes y la rutina para enfrentar el mundo cuando todo era una locura.

El de los abrazos largos y las charlas de medianoche.

A él lo amo. Lo amo de una manera distinta a todos los anteriores: no era inocencia, salvajismo, lujuria, estabilidad ni perfección. Era amor. Simple amor.

Una persona igual a ella. Con cicatrices de otros amores.

Con recuerdos de otras vidas.

Otro viajero de este camino al infierno que al verla por primera vez simplemente le pregunto: ¿me acompañas en este paseo?

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