59. C'est fini la comédie

Jueves 28 de mayo de 2020


Pues hasta aquí ha llegado esta mágico aventura con la que llevo (llevamos) más de dos meses, chorrocientos días de vaivenes emocionales, furia reptiliana y vecinos que comparten trastornos genéticos severos; todo ello bajo la tutela de nuestra estimada Virgencita de la Papaya Agnóstica.

Sé bien que podría alargarlo ad infinitum, ya que el ser humano es una fuente inagotable de estupidez y da como para cuatrocientos trillones de capítulos más; y que escupir bilis se me da medio decentemente. Sin embargo, creo que hablo en nombre de todas cuando digo que «lo poco gusta y lo mucho cansa», salvo las donaciones anónimas de varios miles de euros/*inserte aquí el nombre de su moneda de referencia*, o los vídeos de gatitos haciendo cosas de gatitos. Estoy casi seguro que de eso no se cansa nadie. O tal vez sí, yo qué sé; hay gente para todo en este mundo... Yisus, mira que me gusta reafirmar la teoría de la evolución con tanto irme por las ramas.

A lo que voy es que sesenta entradas son casi que demasiadas, y aunque no me quepa la menor duda de que tenemos menos futuro que las teorías terraplanistas (he ahí otra demostración más de nuestra ausencia absoluta de brillantez), y a pesar de que es más que probable que sobrevenga una segunda oleada de contagios y volvamos al confinamiento, lo cierto es que en Españistán ya estamos en proceso de desescalada: el momento idóneo para parar.

Veréis, cuando aquí se estableció una cuarentena de quince días, momento en el que decidí iniciar este, llamémoslo, proyecto, nadie pensaba que la situación se agravaría y extendería tanto en el tiempo. De hecho, en base a lo que sabíamos entonces, que no era mucho, y a mis desacertadísimas estimaciones, supuse que en cosa de un mes se habría restablecido la normalidad. Esa era la extensión que tenía pensada para el diario: treinta días, treinta entradas de mi humor ácido y mi histriónica tendencia a la exageración.

Sin embargo, quería ofreceros algo más que unas risas, quería que «jugáramos» un poco. Se me ocurrió entonces la idea de ir introduciendo elementos disonantes y extraños; al principio sutiles, donde los límites de realidad y la ficción fueran difusos, pero que, conforme se acercara el final de la cuarentena, se volvieran más evidentes y ridículos, hasta que os volara la cabeza, en el buen sentido. Quería que ambos finales, el del encierro y el de la historia, confluyeran y quedara redondo.

¿Y qué pasó entonces? Bueno, pues que menos mal que no me dedico a la estimación de riesgos en la concesión de seguros de vida, porque la gente estaría bien jodida. «El bicho» resultó ser más resistente y contagioso que el heteropatriarcado, y las prórrogas del Estado de alarma en mi país se alargaron más y más. Como consecuencia hube de improvisar sobre la marcha. Por eso, y por mi total incapacidad para hacer planes a corto/medio plazo, ha quedado más largo. Claro que eso no quiere decir que todo lo que os he contado fuese invención de mi mente perturbada, ¿o sí?

En fin, si esto ha servido para sacaros una sonrisa y hacer que os olvidarais de los problemas, aunque sea solo un poco, yo ya me doy por satisfecho. Por mi parte, me alegro infinito de haber conocido tantas personitas e historias a raíz de este diario. Muchísimas gracias a todas por vuestro tiempo, vuestros votos y el aluvión de comentarios. 

¡Nos leemos! <3 <3

Pd. Sí, al final han sido cincuenta y nueve capítulos, así, cada vez que lo vea, me darán sudores fríos porque no es un número par. Inteligencia lo llaman los sabios...


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