54. Dos minutos
Sábado 16 de mayo de 2020
Sextentena
En primer lugar, estoy bien. No me secuestraron ni extirparon los riñones para venderlos en el mercado negro. Dicho lo cual, voy a contaros cómo fue la cosa ayer.
Estuve dudando hasta el último minuto, pero al final decidí ir. No sé muy bien por qué, la verdad. Supongo que mi curiosidad fue más fuerte que el miedo, o al menos lo suficientemente grande como para anularse entre sí y lanzarme al vacío.
No deja de sorprenderme la capacidad que tiene la mente de distorsionar los hechos y los escenarios, en este caso para bien, claro. A pesar de que el recorrido no tiene más de doscientos metros y lo conozco de memoria, en mi cabeza todo eran extensísimas e intrincadas callejas con apenas iluminación, el viento aullando entre las ramas de los árboles en una noche sin luna. Una estampa perfecta para una perfecta escena de misterio.
Y nada más lejos de la realidad.
De camino a la montaña me encontré con dos vecinas sacando al perro, niños incluidos, que me preguntaron a dónde iba. Ni que les importase o algo, ¿me explicas? Hacía viento, sí, pero era más molesto que terrorífico, y la zona estaba considerablemente iluminada. Darme cuenta de cuánto había exagerado las cosas me relajó. A ver, seguía con el esfínter anal más apretado que un chotis, pero había abandonado ese thriller psicológico en el que me había metido yo solito.
En un bolsillo llevaba la navaja/machete y en el otro el teléfono. También me puse la mascarilla, por si acaso. Al final, como sugirió uno de vosotros, acordé enviar un mensaje cada dos minutos. La verdad es que en cinco le habría dado tiempo a noquearme, meterme un coche y perderse en la carretera. Afortunadamente, no hizo falta nada de eso.
Por la posición en la que quedamos cuando llegué a la carretera que circunvala la urbanización, y que la separa de la entrada de la montaña, yo estaba perfectamente iluminado bajo una farola de luces led, mientras que mi admirador secreto (en adelante Sr. W) permanecía oculto en la acera de enfrente. A ver si mañana me acuerdo y le hago una foto para que visualicéis mejor la situación. Tenía claro que no iba a ser yo quien se aproximara, bastante me había expuesto ya: como suele decirse, si quería peces tendría que mojarse el culo.
Tras enviar el primer mensaje de «todo ok» a mi pareja, y viendo que el Sr. W no hacía siquiera el amago de establecer contacto, le hice el gesto internacional de «se está haciendo tarde»: me golpeé repetidas veces el dorso de la muñeca con el dedo índice. Estaba convencido de que me había visto, aunque yo no tenía ni idea de su reacción. Hasta que, muy poco después, recibí un mensaje suyo en el móvil; esta vez desde otro número.
Por no repetir lo de copiar la conversación exportada, os comento más o menos lo que hablamos. Me dio las gracias por haber acudido, aunque como había varias personas paseando al perro y, palabras textuales, «no era seguro», dijo que sería mejor posponerlo. Respondí a su agradecimiento bufándole que tampoco me había dado mucha alternativa, y que no contara conmigo para perder el tiempo otra vez; que podía hacer lo que le diera la gana con las fotos. ¿Para qué seguirle el juego si no me iba a dar nada a cambio? Yo había cumplido, pese a no saber lo que me iba a encontrar, y no tenía la menor intención de volver a sufrir la ansiedad de estos dos días. Que soy un poco tonto y medio retrasado, pero que me tomen por gilipollas me molesta, no sé.
La situación era super absurda; en lugar de decirnos esto a la cara, solo separados unos tres metros de carretera, lo hacíamos por el móvil. Mentiría si dijera que no me sentí aliviado de que así fuera, pero no por ello era menos surrealista.
Justo después de enviar el tercer «ok», y listo para volver a mi casa, el Sr. W me pidió que esperara un momento. Un fogonazo de luz iluminó por un segundo la noche en que se ocultaba y, sin gran detalle, pude ver que era más bien bajito. O eso me pareció teniendo en cuenta las circunstancias. Enseguida me llegó al móvil una imagen muy desagradable. Era la parte superior de su brazo derecho (creo), cubierto de pequeñas escamas grisáceas que me recordaron a la piel de un reptil, como la de los cocodrilos. Me confesó que se había extendido desde su espalda, y que había conseguido pararlo a tiempo. También se interesó por mis picores, si habían empezado a remitir.
Os juro que pensé «¿cómo coño lo sabe?», pero teniendo en cuenta que tenía mi número de teléfono y que estaba al corriente de «mis síntomas», me pareció absurdo plantearlo. Todo de esa noche me lo parece mientras escribo esto, la verdad. Le dije que sí, que el cuerpo me picaba menos, lo cual es cierto: sigo notando desazón, a veces desquiciante, pero ya no es ni mucho menos como la primera semana en que me quería, literalmente, despellejar. Quise saber si había ido al médico; cómo habían parado lo que fueran esas escamas asquerosas; si estaba tomando medicación y esas cosas.
Sin embargo, se empezaron a escuchar a las vecinas con los perros, imagino que de camino a la montaña. El Sr. W me instó, ahora sí, a que me fuera a casa y que él haría lo mismo. Si no íbamos a vernos, lo mismo daba. Además, como que no me apetecía tener que dar explicaciones a nadie de qué hacía parado en mitad de la acera a esas horas.
No llegué a saber si había ido al médico o qué le pasó, aunque insistió en «volver a vernos» el domingo por la noche, esta vez en otro sitio menos frecuentado; entonces me contaría todo lo que sabía y trataría de ayudarme. Ya en casa, y desactivadas las alarmas, le dije que menuda forma más curiosa tiene de ayudar, extorsionando gente que no sabe de qué cojones va todo esto. Ignoró mi comentario y en su lugar me aseguró que se pondría en contacto conmigo por la mañana, así me daba tiempo para pensar.
No os voy a engañar, repetir esta mierda me apetece lo mismo que reventarme los dientes a martillazos, pero la piel esa de lagarto, ¿hola? ¿Se supone que es lo que le pasará a mi eczema? Tengo mucho en lo que pensar, es cierto, aunque lo único que realmente puedo hacer es esperar.
Por cierto, ayer hizo dos meses que estamos en cuarentena. Dos putos meses. Para mear y no echar gota.
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