51. Basta ya
Lunes 11 de mayo de 2020
Mi gozo en un pozo
Pues resulta que ayer llovió. No una fina y delicada llovizna, no: a cántaros. Ya es mala suerte, copón. Creo que es la primera vez que no me alegro de despertarme con una tormenta. Que, ¿por qué? Pues porque la sorpresita que dejé en el patio de mi vecino se limpió por completo. Y yo que quería escucharlo vociferar y cagarse en todo...
No, no voy a repetirlo; esas cosas tienen «gracia» una vez, porque cuentas con el factor sorpresa; bueno, y porque joder a tus vecinos revienta ovarios siempre está bien. Sin embargo, a pesar de que no se huela nada, insistir de nuevo en lo mismo, máxime habiendo fracasado de manera tan lamentable, sería muy cutre por mi parte. Y aquí uno tiene su dignidad. Más o menos.
Me contentaré con que la lluvia sirvió para refrescar el ambiente un poco, yo qué sé.
En cuanto al collar, no lo dije porque me pilló bastante por sorpresa, pero lo metí en una bolsa de basura para tirarlo, cosa que ya he hecho. Sigo sin saber de qué va todo esto, me da cague plantearme siquiera cómo llegó una correa de paseo a mi habitación; y aunque está claro que no se metió sola en mi cómoda, no quiero pruebas incriminatorias en mi casa, de ningún tipo. Por el momento no les he contado nada a mis padres de todo esto. Sé que es absurdo porque lo estoy haciendo público al escribirlo, pero aquí soy un pseudónimo, un personaje, un desconocido. En cambio, cuando bajo la tapa del portátil, la realidad se me echa encima. Suficiente surrealista está siendo ya la cuarentena, como si necesitara más alicientes...
Por cierto, no, no me puse guantes para manipular el collar. Y no lo hice por dos razones: la primera es que, salvo casos concretos, pienso que son más un peligro potencial que una medida preventiva; la segunda es porque no tenía por casa, sin más. Lo que sí hice fue echar a lavar toda la ropa que pudo estar en contacto con la correa, desinfectar los tiradores del armario y la cómoda, y limpiarme muy bien las manos antes de irme a dormir. Al final, entre unas cosas y otras, tratando de no armar mucho escándalo para no despertar a nadie, me acosté pasadas las dos de la madrugada.
Afortunadamente, estaba tan agotado que apenas me desperté por el picor. Parece que llevo unos días que medio me está dejando vivir. No quiero ilusionarme con que está remitiendo, de hecho es probable que vuelva a ir al médico esta semana, porque si antes no era ni medio normal, ahora mucho menos. No obstante, si me deja dormir medio decente, me doy con un canto en los dientes.
El resto del domingo fue como cabría esperar del día que más detesto: anodino y aburrido. No solo no tenía ganas de hacer ni ver nada, sino que no paraba de darle vueltas a la maldita correa del perro, pero sin servir de absolutamente nada más que generarme ansiedad.
Y la cosa solo ha ido a peor.
A eso de las diez y media de la noche, cuando terminé de cenar, salí a fumigar mis plantas. No recuerdo haberlo comentado, pero hemos sembrado albahaca y amapolas. Las rocío con una mezcla de jabón potásico y aceite de neem, que no perjudica a las plantas (al contrario, le aporta potasio al sustrato) ni a los polinizadores; en cambio, es eficaz contra pulgón, mosquitas me mierda que se comen las hojas y ese tipo de bichos. Después de una lluvia intensa se recomienda hacerlo, y bueno, había llovido un montón.
El caso es que estaba yo con el pulverizador y la linterna del móvil cuando escuché el chirrido de la puerta de la terraza de mi vecino, al que se llevó la policía. ¿Cómo supe quién era? Digamos que si vivís el tiempo suficiente en comunidad, aprendéis a diferencias a la gente hasta por cómo camina. Apagué la luz y me oculté tras el jazminero que tengo en el jardín, el pulso se me disparó, como si estuviera haciendo algo prohibido, fijaos la tontería. Me asomé con cuidado y lo vi; de espaldas, pero lo vi. La farola que tiene justo delante de su terraza me ayudó a confirmar que, en efecto, era él. Enseguida se metió en casa y cerró la puerta con mucha delicadeza, cosa que no ha hecho jamás en el tiempo que lleva aquí de alquiler.
Por lo general me importan cuatro mierdas la vida y milagros de los demás, pero en este caso me pudo la intriga. Además, claramente estaba tratando de pasar desapercibido, y eso es de todo menos común en ese chico. Os recuerdo que a este tío lo sacaron prácticamente a la fuerza, hace ya varias semanas, y no lo había vuelto a ver. La verdad es que no tengo la menor idea de si lleva más tiempo y se ha estado escondiendo (y lo pillé infraganti porque a esas horas no suele haber nadie en la calle), o si coincidió que justo volvió de dondequiera que estuviese.
No salía, conque seguí a lo mío: quité unas cuantas babosas y me volví para dentro. A mitad de las escaleras, camino de mi cuarto, me percaté de que no llevaba el móvil encima, así que di media vuelta; imaginé que me lo habría dejado en la mesa del jardín cuando tiré las babosas al césped. Fue entonces, al salir afuera por segunda vez, cuando volví a escuchar el chirrido metálico. Y allí estaba mi vecino, cargando al hombro lo que parecía una bolsa de basura. Esperé un rato por si regresaba, pero me empezó a dar frío y a los diez minutos o así, presionado por las reiteradas preguntas de mi madre de qué hacía, me acabé rindiendo (y me acordé de coger el teléfono).
Me habría gustado saber qué llevaba o si pensaba volver. A cambio, escuché a mi padre quejarse porque el jabón del baño estaba «roto» porque no hacía espuma... Me ahorraré los comentarios.
La sorpresa de verdad me la he llevado esta mañana. Y por partida triple. Primero porque me he despertado sobresaltado por un sueño movidito. Sí, otro. Solo recuerdo partes sueltas, pero muy reales. Seguía al vecino de la noche anterior hasta el aparcamiento, como si fuera una presa, y de repente estaba golpeándole la cabeza contra la luna del maletero de su coche. Joder, hasta recordaba la calidez de la sangre en mis manos, hecho remarcable porque siempre las tengo frías... Aunque lo que de verdad me hizo ir directo al baño a echar la pota fue ver las deportivas a los pies de mi cama. Y la situación solo ha ido a peor cuando mi madre me ha preguntado que qué me pasaba esta noche, que me ha escuchado bajar y subir las escaleras un par de veces.
O sea, ¿hola? Os juro que no sé si se me está yendo la puta cabeza, o si soy sonámbulo y me paso la noche paseando por la casa. He revisado las rejas y estaban todas cerradas; no he visto signos de violencia en el coche, ni he encontrado ningún «regalito» en mi habitación, y he rebuscado a conciencia. Con el paso del día, eso sí, el nudo en el estómago se ha ido relajando y me he animado a escribir un rato; pero no sé, de verdad que ya no sé...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top