48. Doble negativo
Martes 5 de mayo de 2020
De paseo
Llevo unos días que no dejo de hacerme la misma pregunta: ¿qué me pasa? Y no es una cuestión existencialista, ni intento ahondar en lo más profundo de mi ser para hallarme a «mí mismo» (sea lo que signifique esa mierda). Hablo de mi cuerpo, a nivel fisiológico, anímico y mental, a esta desesperante comezón que tiene los nervios de punta y el humor de perros rabiosos que arrastro.
Salvo por la herida y el eczema, que achacan a una dermatitis agravada por este estado de ansiedad en que me encuentro, «todo parece normal». ¿Qué cojones significa eso? ¿Normal para quién, para qué? ¿Desde un punto de vista clínico, antropológico, metafísico tal vez? No sé, si de verdad creyera que todo está normal no me habría pasado todo el lunes en una sala de espera atestada de gente, escuchando sus comentarios de mierda, y aguantando el estrés del personal sanitario mientras me conducían de un lado para otro. Y sí, el test rápido del coronavirus dio negativo, las dos veces. Algo que no te cuentan, por cierto, es lo que puto duele que te metan el bastoncillo de los cojones por la nariz hasta casi el cerebro (he visto que también se puede hacer con la boca, pero se ve la enfermera tenía ganas de fiesta). La analítica salió perfecta (aunque no entiendo para qué me hicieron una y me acabara mareando, como siempre), y la herida no estaba infectada. Radiografía no pudieron hacerme porque estaban saturados, de hecho no sé ni cómo me atendieron «tan deprisa», pero como ya no me duele la espalda, tampoco era necesario. Aun así, a pesar de todo, como me siento es de todo menos «normal».
Creo que fue la repetida insistencia del médico de que me tranquilizara, su cara de «me estás haciendo perder el tiempo», y su nada disimulada insinuación de que igual había visto demasiadas películas esta cuarentena, cuando le conté el ataque de la vieja, lo que me hizo perder los papeles. No estoy orgulloso de haberle gritado «incompetente de mierda», entre otras muchas cosas; y menos aún de no haberme disculpado antes de pegar un portazo e irme. De hecho, me está dando una vergüenza increíble contaros esto.
Hasta ayer me consideraba una persona educada y razonablemente comprensiva, sobre todo en este tipo de situaciones en que el personal sanitario está haciendo un esfuerzo titánico por cuidar de nosotros. Nunca jamás había montado una escena y siempre había tratado a todo el mundo con educación, aunque a veces me hubieran dado ganas de, como hice ayer, mandarlos a la mierda. Y ahora no sé qué hacer con esta decepción que siento conmigo mismo. Por un lado me gustaría pedir perdón, sería lo correcto. Pero cuando pienso en sus palabras, en el «lo mismo está todo en tu cabeza» escondido tras el inofensivo «todo parece normal»; cuando volví a mi casa por la noche sin un diagnóstico ni un tratamiento; o cuando tengo que hacer veinte mil pausas mientras escribo esto porque ya me pica hasta la punta de los dedos, entonces solo me apetece volver y reventarle la cabeza a rodillazos.
Como el test me dio negativo, ya no me llamarán del centro de salud, aunque lo prefiero. No sé si estarán al tanto de mi trifulca con el médico, pero sería una situación bastante embarazosa.
Decir que estoy irascible es quedarme jodidamente corto. Y empiezo a preguntarme, bastante acojonado, no os voy a engañar, si a la vieja loca le pasaría lo mismo; si no acabaré yo persiguiendo a los vecinos con la intención de abrirlos en canal. Como si no tuviera pocas ganas de hacerlo ya de por sí, ¿sabes? Sé que es una tontería y que lo más probable es que la señora estuviera regular de la cabeza y mis picores se deban, no sé, a que una araña ha puesto cuatro billones de huevos en mi interior y estén devorándome por dentro; pero es una posibilidad más que no deja de estar ahí... Y ya no por moler a palos a un gilipollas o dos (aunque soy una persona pacífica y rechazo la violencia, pese a mi lengua de víbora y mis arrebatos homicidas), sino porque haya «algo» que no controlo me impulse a hacerlo.
En fin. Ayer al fin salí a la montaña a caminar, por despejarme un poco y rodearme de la naturaleza, que escuché el otro día al padre de la neurobiología vegetal decir que es beneficioso para nuestra salud. La verdad es que esta zona es bastante árida y no hay lo que se dice una vegetación frondosa, pero lo disfruté. No fue muy largo tampoco, pues antes de las nueve ya se pone el sol y es a partir de las ocho que podemos salir; y el picor, con la sangre circulando por el ejercicio, tampoco fue a menos. Sin embargo, sentí paz después de unos días agitados y extraños.
El aroma de los pinos, el aire algo más fresco rozándome los brazos, las piedras del camino bajo mis pies, el sonido de los pájaros mezclado con el silencio de los árboles, e incluso el sol del ocaso bañando de ámbar flores y arbustos... Lo necesitaba, y no sabía cuánto.
Os dejo un par de fotos que hice con el móvil.
Buenas tardes, o noches... O igual vivís en un sistemaplanetario con más de una estrella y estos conceptos os resultan completamentedesconocidos. Yo qué sé.
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