43. Pánico satánico

Martes 28 de abril de 2020

¿Pero qué cojones ha pasado?


No se me ocurre otro título mejor para lo que os tengo que contar. Joder, es que aún me tiemblan las piernas. Ayer no actualicé, y no sé si al final lo subiré o lo acabaré borrando. Sigo intentando encajar lo que pasó, la verdad. Creo que ha sido la situación más heavy y violenta que he sufrido en mi vida. En fin, a ver si soy capaz de narrarlo sin dejarme nada.

Como sabéis, ayer se permitía a los niños salir a la calle acompañados de una persona adulta. Y, bueno, para sorpresa de nadie, ha sido un poco caos en muchos lugares. Por las redes sociales circulaban decenas de fotografías y vídeos de paseos marítimos, parques y avenidas repletas de gente. Algunas, según he leído hoy, han sido tomadas en circunstancias muy concretas, con teleobjetivos, para simular que había mayor afluencia de la real. En otros casos, especialmente en los vídeos, es innegable que la responsabilidad, la distancia social y el respeto brillan por su ausencia.

Mi urbanización, como no podía ser de otra manera, fue un despropósito absoluto. Y lo peor es que no me sorprende, e imagino que a vosotros tampoco. Hubo un momento en el que, justo en el jardín que hay al lado de mi casa (literalmente pegado) había seis personas con sus respectivos retoños en no más de dos metros cuadrados de césped. Una niña llevaba hasta un conejo atado con un cordel. Ninguno usaba mascarilla u otras medidas de protección. Y, de repente, todo se descontroló.

Dios, me sudan las putas manos mientras lo escribo, es que aún no me lo puedo creer. Yo tenía la ventana cerrada, creyendo, iluso de mí, que así no escucharía la cháchara de mis vecinos gilipollas y evitaría cabrearme. Además, como acababa de limpiar el polvo, y hacía un huracán de mil demonios, no me daba la gana que se ensuciara otra vez. Estaba corrigiendo la entrada de ayer cuando empezaron los chillidos. Supuse que serían los niños jugando y pasé de asomarme. Para qué, ¿para irritarme aún más? Pero entonces escuché a mi madre gritando, llamando a mi padre, y me asusté. Corrí a ver qué cojones estaba pasando, bajando las escaleras de tres en tres, que casi me escalabro a medio camino. No sé qué esperaba encontrarme al abrir la puerta, la verdad; seguramente a mi madre discutiendo con los vecinos por gilipollas (que no sería la primera vez). Pero, joder, nada que ver.

Como a unos quince metros estaban los vecinos con los niños, quietos, los rostros desencajados; mientras que mis padres estaban pegados a la fachada de mi casa (ni siquiera se dieron cuenta de que yo había salido). Y a medio camino de ambos había dos mujeres. Me costó un rato entender lo que estaba viendo, me quedé bloqueado. Parecía que una sujetaba a la otra, forcejeando, pero como estaban de espaldas no sabía quiénes eran, qué pasaba ni por qué gritaban. No sé si alguna vez habéis experimentado la sensación de certeza absoluta de que algo va a pasar, como cuando ves un relámpago muy intenso y sabes que, de un momento a otro, un trueno romperá el aire. Pues sentí algo así, como una especie de silencio pesado y extraño. Pfff, es que se me ponen los pelos de punta.

Lo que siguió fue de locos, os lo juro. Todo pasó tan rápido que, cuando me di cuenta, se había armado una batalla campal.

Una de las mujeres, la que estaba siendo agarrada, le pegó un empujón a la otra y la estampó contra el muro de cemento del jardín. Dios, el golpe sonó tan secó que lo primero que pensé fue que le había abierto la cabeza. En ese momento, antes de que la mujer diera media vuelta y se abalanzara contra los vecinos, miró en mi dirección y la reconocí: era la señora a la que le había mordido el perro. Fue solo un segundo de nada, pero nunca en mi vida había visto unos ojos y una expresión que me dieran tanto puto miedo. Estaba totalmente desencajada, como si fuese hasta las cejas de anfetas, en serio. No sé cuándo le agarré la mano a mi madre, supongo que fue instintivo. Sin embargo, ella se soltó y se metió corriendo en casa. Le pregunté que a dónde iba, y me respondió que a llamar a la policía.

La puta pirada corrió a por los vecinos, insultándolos y sin dejar de repetir que los iba a matar. Varios se fueron corriendo y se llevaron a los niños, imagino que por miedo a que la vieja les hiciera algo. En cambio, tres de ellos se quedaron, dos chicas y un chico. Conocía a una de vista, pero nunca había hablado con ella. El caso es que empezaron a discutir y la loca se lanzó a pegarse con esta chica en cuestión. Lo supe más por los gritos que daba que porque viera bien la escena. La otra se metió enseguida por medio, para separarlas, y con la ayuda del chico consiguieron reducirla. No dejaban de pedir ayuda y que alguien avisara a la policía.

Yo me quedé de piedra, no sabía qué hacer. Siempre evito las situaciones violentas porque me ponen muy tenso; se me acelera el pulso y la respiración, empiezo a marearme y tengo la necesidad de huir, de salir corriendo. No es que me avergüence, aunque sé de sobra que no soy una persona valiente. Me ha pasado siempre, hasta con las discusiones familiares. Es algo que me supera, como un miedo irracional. Sin embargo, y sigo sin entender el porqué, hice todo lo contrario. Ahora, en frío, supongo que por una cuestión de responsabilidad. O porque se me cruzaron los cables, yo qué sé. Además, ningún otro vecino salió a ver qué pasaba; todo el mundo se quedó escondido en sus casas como las ratas miserables que son.

En cambio, mi padre y yo cometimos la estupidez de acercarnos a comprobar el estado de otra mujer, que seguía tendida en el suelo. Sin mascarilla ni guantes, como un par de gilipollas. En ese momento ni nos acordamos del coronavirus, qué queréis que os diga. No sé qué cojones nos pasó por la cabeza.

La mujer no respondía a mis preguntas, estaba muy quieta y le sangraba la cabeza. Además, tenía los brazos llenos de arañazos. No la reconocí, aunque luego nos enteraríamos de que era la hermana de la otra. Tampoco me atreví a tocarla, no sé si por miedo, por grima, o porque recordé que en situaciones así no hay que mover los cuerpos por si tienen lesiones internas. Sin embargo, al ver que respiraba, le dije a mi padre que corriera a casa para avisar a mi madre, y que llamara al 112.

Pero no le dio tiempo. No sé cómo pasó, ni en qué momento se les escapó. Solo recuerdo estar viendo a mi padre alejarse, y, de repente, caerme de boca contra el césped. La vieja loca me pilló por detrás y empezó a darme golpes y arañarme la espalda. Seguía chillando como si estuviera poseída, y os juro que no sé de dónde sacó tanta fuerza para dejarme sin respiración.

De fondo escuchaba al hombre que la había estado sujetando, gritándole a mi padre para que me ayudara. Y no sé cómo se las apañaron, pero consiguieron quitármela de encima. Una de las chicas y mi padre me ayudaron a incorporarme, y venga a preguntarme si estaba bien. A veces la gente, aunque sus intenciones sean buenas, no se da cuenta de que agobian más que otra cosa. Joder, me acababa de pegar un palizón una puta vieja; estaba aturdido y necesitaba respirar tranquilo, no a dos moscardones revoloteando alrededor. Por suerte, la policía estaba patrullando la zona y no tardaron mucho en aparecer para hacerse cargo, acompañados de mi madre. Les oí pedirle que se quedara en casa, pero, obviamente, ella no les hizo caso. Buena suerte dándole órdenes a una madre.

Poco después llegó una ambulancia y escuché a los sanitarios discutir con la policía. Al parecer querían llevarse a la loca y los enfermeros se lo impedían. Imagino que le inyectaron un calmante a la señora para que se relajara, porque dejó de gritar. Cuando me revisaron la espalda y me curaron el arañazo me metí en mi casa y me tumbé en el sofá, así que no sé qué harían al final.

Antes de irse, la policía nos tomó declaración a todos para evitar tener que bajar a comisaría, y como habíamos tenido contacto con otras personas, nos aconsejó que mantuviésemos un control constante de la temperatura corporal y demás síntomas. Después de todo, la loca esa de mierda había estado ingresada por la Covid-19. Me hizo «gracia» que eso me lo dijera la policía y no el sanitario que me atendió.

Ayer no me dolía nada en comparación con hoy. Solo os diré que levantarme esta mañana de la cama ha sido toda una experiencia, y no de las mejores que he tenido. A base de ibuprofeno estoy. Por lo demás, de momento bien. Ya solo me faltaba que, encima de la paliza que me dio la hija de mil putas hienas, me hubiera contagiado el coronavirus.

El resto del día, bueno, creo que ya os podéis hacer una idea de cómo estaba y de por qué no escribí el diario. Sigo bastante conmocionado por lo que pasó. De hecho, he tenido que parar varias veces mientras escribía, pero creo que, a pesar de todo, me ha sentado bien contarlo. Estoy bastante más tranquilo. Nunca me había visto envuelto en algo ni remotamente parecido, y ahora que lo he redactado para vosotros, me doy cuenta la de cosas que había pasado por alto.

Al final me ha quedado más largo de lo que creía, pero os juro que en mi cabeza fueron segundos.

¿Os decía o no os decía que esta urbanización no es ni medio normal?

No os pongo foto de cómo tengo la espalda porque no he dejado que me hagan. Soy muy aprensivo con estas cosas (sobre todo si me incumben) y no quiero ni verla. Con sentirla tengo más que de sobra.

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