36. El ser humano es extraordinario
Domingo 19 de abril de 2020
Que nos trague la tierra
Hoy estoy especialmente consternado, a pesar de que anoche dormí como un puñetero bebé puesto de benzodiacepinas. Y el motivo no es otro que las numerosas y despreciables manifestaciones de irresponsabilidad social que están teniendo lugar en diferentes lugares de la geografía española.
Si bien hace un par de días, cuando mi madre bajó a comprar, dije que todo estaba en calma, parece que no es todos lados es igual. Sin ir más lejos, mi hermano lleva ya al menos una semana viendo a la gente de su pueblo salir a la calle sin control ni medidas de precaución, y por lo que me comenta, no van precisamente a comprar. Ya no solo tiene que soportar los continuos follones a altas horas de la madrugada y la mala educación de la gente, sino que, para mayor desfachatez, varios vecinos llevan reuniéndose clandestinamente en sus viviendas, haciendo caso omiso al aislamiento social y pasándose la cuarentena por los mismísimos cojones. Claro que para que algo sea clandestino, creo, debe existir ese miedo a ser pillado infraganti, y algo me dice que no es para nada el caso.
Si todavía fuera un caso aislado (como la corrupción, cof, cof), pues vale, podríamos achacarlo a un factor local del municipio, como un exceso de cal en el agua, tóxicos en el aire, o que cuando los niños nacen, sus progenitores les muelen el cráneo a zapatillazos. Pero es que está sucediendo lo mismo en Madrid (que sigue siendo el foco principal de infectados) o Barcelona. Es, por consiguiente, un denominador que se está volviendo peligrosamente común.
¿Qué nos pasa? ¿Cuál es el mal que adolece al ser humano hasta el punto de llevarnos a este tipo de actitudes egoístas, deleznables y potencialmente suicidas? Y, sobre todo, ¿por qué no nos cae un puto asteroide en la cabeza y nos vamos a la mierda de una maldita vez? ¿En qué momento, a la azarosa evolución, le pareció una buena idea dar como resultado el engendro de simio bípedo en que nos hemos ido construyendo?
De verdad que intento comprender el comportamiento de las personas, ya no desde un punto de vista antropológico, sino desde un prisma moral. ¿Acaso esta gentuza, de la peor calaña, se creen superiores al resto?, ¿o que solo ellos lo están pasando mal sin poder salir? ¿Qué parte de «pandemia global» no comprenden? ¿Tan poco valoran sus vidas y las de los demás? Que, a ver, yo soy el primero que desea con todas sus fuerzas la extinción del ser humano, pero, aun así, me comporto de la forma más civilizada y responsable que puedo. Y como yo, por suerte, la mayoría. Sin embargo, esta clase de carne con ojos, que con suerte logra caminar sin cagarse encima y que pulula por el mundo sin importarle tres narices el bienestar del prójimo, no sé de qué va. Os lo juro que no puedo. A mí la mayoría de la gente me gusta regular, se me hace bola, vaya (y no tiene nada que ver con un sentimiento de superioridad ni nada de eso, no os penséis que van por ahí los tiros); aun así, trato de no molestar a nadie y ser respetuoso. Y eso pasa por quedarte en tu casa cuando, literalmente, es la única puta cosa que tienes que hacer.
Pero luego la culpa de todo la tiene... Yoko Ono, claro. Hasta de que seas gilipollas y en tu casa no lo sepan. De todos modos, y es lo que más me inquieta, ¿a alguien le sorprende? Porque a mí me pinchan y no sangro. ¿Qué se puede esperar de una especie en la que hay individuos, mal llamados influencers, que afirman brutalidades como que no hay que beber agua porque deshidrata? ¿O que le echan flúor a la pasta de dientes para bloquear nuestros poderes? I mean, lo raro habría sido que todos hubiésemos cumplido con nuestra obligación y, por una maldita vez, remásemos juntos en la misma dirección en lugar de defenestrar al prójimo. Enarbolando la banderita de turno, por supuesto, no sea que te confundan con un sucio perroflauta apátrida.
En fin, seguramente me esté metiendo en aguas cenagosas y acabe por ahogarme, pero vaya, si no puedo expresarme como me salga del arco del triunfo en mi propio diario, que venga Yisusito y me coma los morros con ferocidad divina. ¡Ja! Seguro que eso no os lo esperabais, ¿eh?
En cuanto a mi día, poca cosa que contar, amén del cabreo monumental. Es lo que tiene no poder salir, aunque no creáis que de lo contrario esto sería una película de acción. O tal vez sí, pero de las cutres, de esas en las que los personajes sangran antes de que les peguen un navajazo. Más allá del ejercicio físico (que me está sentando estupendamente a muchos niveles) y salir a ver las plantas del jardín, el resto ha sido ver una serie a la que estoy enganchado ahora y escribir. Ya os hablaré de ella cuando la acabe.
Pues nada, a ver con qué nos sorprende mañana el mundo.
Qué pereza de ser humano, de verdad.
Hyvää yöttä!
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