28. Apatía dominical

Sábado 11 de abril de 2020

Se acabó


Pues otra vez fin de semana... Seguro que estos días también os pasa que perdéis la noción del tiempo y no sabéis si es lunes, primavera o la hora de las brujas. Y si no, decidme cómo lo hacéis porque yo hay momentos en los que no sé si me acabo de levantar o si iba de camino a dormir.

Mi relación con los findes ha ido variando a lo largo de los años, y casi siempre se ha movido entre extremos. De pequeño me encantaban, imagino que casi como a cualquiera. Después de toda la semana yendo a clase, estaba deseando que llegara el merecido descanso. Recuerdo que le tenía especial cariño a los viernes, pues tenía un poco de ambos mundos: esa mañana había madrugado e ido al colegio, pero la tarde era una especie de limbo suspendido entre la obligación y el ocio. Estaba permitido acostarse tarde viendo alguna peli y, sobre todo, jugar con la entonces novedosa PlayStation hasta que me sangraran los dedos y, por qué no decirlo, también los ojos.

El sábado siempre me ha resultado un día confuso. Mientras que el viernes, como ya he dicho, me encantaba y exprimía al máximo, pues la expectativa de dos días sin madrugar era una delicia, el domingo lo odiaba con todas mis fuerzas. El domingo era el día en que, generalmente, tocaba comida familiar o visitar a los abuelos, lo cual significaba que no estaba en mi casa, con mi pijama, pegándome soberano vicio al videojuego de turno. Además, también era la antesala al regreso a la rutina, a volver a convertirme en un alumno recatado que tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para levantarse cada mañana. Y que el siete no es par y me pone nervioso, copón.

Los sentimientos, aunque contrarios, estaban claros. No creo que haga falta decir que, desde la perspectiva de los años, desearía haber disfrutado y agradecido más la compañía de mis abuelos (que lo hacía a mi manera), pero bueno, son lecciones que aprendemos a la fuerza, y casi siempre de mala manera.

Entretanto, ahí estaba el sábado, en su particular ínsula. Ofrecía tantas posibilidades... Técnicamente era como un viernes, pero mejor: me levantaba a la hora que me daba la gana, se me brindaba la posibilidad de desayunar tostadas con mantequilla (que no era porque entre semana no hubiese pan, sino porque desde siempre he sido incapaz de ingerir alimentos tan pronto), y podía pasarme buena parte del día jugando, ya fuera con la consola (que era mi opción predilecta), con los juguetes que entonces siguieran llamando mi atención, e incluso, si se alineaban todos los astros de nuestro sistema solar (el repudiado Plutón inclusive) y me despertaba de un humor excepcional, puede que también jugara con algún amigo que hubiera venido a mi urbanización a pasar el finde. Esto último era bastante habitual, aunque no lo eran tanto, ni mucho menos, mis ganas de salir a la calle y perder tiempo de estar en mi mundo. En ese sentido no he cambiado mucho con los años, la verdad.

Aun con todo, había algo del sábado que me chirriaba, que no me terminaba de convencer. Tal vez fuera su falsa promesa de perpetuidad engañando mis infantiles esperanzas de un fin de semana eterno con el borroso espejismo del domingo. Porque, aun a riesgo de pecar de Perogrullada, al viernes le seguía el sábado, la libertad, el descanso... Eran solo veinticuatro horas, pero para un niño era todo un universo de posibilidades. Sin embargo, tras el sábado acaecía el insufrible domingo, igual que la calma que precede a la tormenta, y lo hacía acompañado de su palazo de realidad.

A día de hoy sigo sin saber la respuesta, la verdad. Lo que sí que tengo muy claro es que mi gusto por los fines de semana ha ido cayendo en picado con los años. Al principio porque, llegados a una determinada etapa de la vida, que sea «día de descanso» es absolutamente irrelevante. Siempre hay cosas que hacer y las responsabilidades de adulto cada vez son más y más exigentes. Cuando no es estudiar, es trabajar, y cuando no, evitar que tu entorno más cercano se convierta en una pocilga insalubre. Más tarde, a medida que la ansiosa vida «de mayores» fue mellando y reduciendo la diminuta crisálida donde atesoro mi yo más puro, y las ganas de vivir en general, los fines de semana se desprendieron de todo su encanto y se transformaron en hervideros de ruido y estrés.

No puedo dejar de ver la amarga ironía de que, justamente, es ese «disfrute» del fin de semana de los demás lo que me produce tanto rechazo. A ver, no la felicidad y el bienestar ajeno lo que me jode (aún no estoy tan muerto por dentro, aunque todo llegará), sino más bien su nada respetuosa forma de expresarlo. No, claramente no estoy hecho para vivir rodeado de gente, al menos no de este tipo de gente. Lo cual me lleva a la conclusión de que tal vez sean los demás los que no están preparados para convivir respetando la tranquilidad del prójimo.

Y, todo este rollazo que has vomitado, ¿a santo de qué viene? Pues mira, no tengo la menor idea, pero si tengo que seguir justificando mis idas de olla es que no habéis entendido nada, ¿eh? Supongo que el haber completado todos los logros del Stardew Valley y haber recuperado el control de mi vida también ha influido en permitirme la licencia de hablar de lo que me saliera del bajo vientre.

Aparte de eso, lo más destacado de mi día han sido unos lagartos super kawaii que he visto en un documental, y la noticia de que en Indonesia han entrado en erupción varios volcanes al mismo tiempo (seis si no recuerdo mal). Tenían una especie de risa jodidamente contagiosa, que al parecer empleaban para atraer a las hembras de su especie. Me refiero a los lagartos, no a los volcanes... No sé si sería gracioso o grotesco que los volcanes, además de escupir roca fundida e incandescente, se partieran de risa mientras nos calcinan. A ver, como escenario apocalíptico es una fantasía digna de cualquier mente perturbada, no te digo que no (y no miro a nadie en particular). Pero ¿os hacéis una idea de lo mal que sale la ceniza? Por no hablar de las manchas de sangre. Quita, quita.

Vaya 2020 la mar de majo que nos está quedando con la tontería.

En fin, otro día os hablaré de los magufos y vendehúmos que no dejan de engañar y poner a la gente en peligro con sus consejos de mierda. Es un pantano en el que ahora mismo no tengo ganas de meterme.

Buona notte a tutti.

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