17
6.53 am
Los primeros rayos del sol hacían un buen rato que danzaban a travez de mi ventana, posandose de a poco en mi rostro. Me negaba a abrir los ojos. Hacerlo significaba sentir de nuevo esa angustia insoportable de la soledad. Mas cuál fue mi sorpresa cuando un suave roce en mis labios, avisaba que el tierno y desaliñado gato, todavía estaba a mi lado. Igual no quise abrir los ojos y el tenue contacto se fue convirtiendo en algo más intenso. Más cálido que el astro rey, más dulce que el néctar de las flores.
Mi mano derecha se dirigió a su nuca por inercia, mientras que las suyas se deslizaron por mis caderas para apretarlas con deseo. Aun quedaban restos de somnolencia en mí, pero su lengua abriéndose paso, húmeda, traviesa, juguetona, le terminó el trabajo al despertador. Incluso así no pude abrir los ojos. Era increíble que ni tres tragos dobles de whisky pudieran provocarme tanta embriaguez como los besos de Yeongu. Jamás otro despertar superaría este.
—Ya me tengo que ir —susurró en mis labios y negué jadeante, mientras mordía con suavidad los suyos, intentando retenerlo.
Se apartó con rapidez y mi quejido no se hizo esperar. Parecía una mendiga implorando por más de él.
—¿Por qué? —pregunté en tono ñoño, entreabriendo los ojos.
—No quería marcharme sin despedirme como la otra vez, pero creo que fue peor la cura que la enfermedad —musitó mientras se terminaba de poner los zapatos, sentado en la orilla de la cama—. Tengo que ir a trabajar, ayer por poco me echan por demorar tanto en un reparto y no puedo darme ese lujo —concluyó al tiempo que se levantaba.
—Lo siento, fue mi culpa.
—No lo fue, pequeña, y no me arrepiento de nada, es más, lo haría otra vez con gusto, pero no hoy.
—Está bien, lo entiendo. —Me arrodillé en la cama y abrí mis brazos—. Pero dame un ultimo beso, ¿sí?
Yeongu sonrió con esa manera tan suya y tan bella, me hizo un ademán indicándome que me acercara y yo gateé para luego subir por su abdomen, simulando ser una gatita y, estampando mis labios a los suyos en un dulce y corto beso. ¡Ah, pero a míster: «no puedo darme el lujo de llegar tarde al trabajo!», pareció no bastarle. Me tomó de la nuca con sus dos manos y lo profundizó, haciéndolo más íntimo, más voraz, mas caliente. Dios sabe que intenté con todas mis fuerzas dejarlo ir, ¡pero él no ayudaba!, y mis súplicas fueron escuchadas de una manera ¿peculiar?
—¿Seong? —La voz de mi madre, unida a sus varios intentos de abrir la puerta, logró separarnos por completo. Ambos nos miramos asustados y sin saber qué hacer—. Princesa, ¿por qué tienes la puerta cerrada? —Volvió a hablar mamá, esta vez, con tono de preocupación.
—Y-ya y-ya voy, ma —avisé con un gritito de pura adrenalina, mientras Yeongu, con su risita pícara de complicidad, tomaba mi mano y me llevaba a la ventana.
—Te escribo más tarde, pequeña —susurró y su acostumbrado beso en mi frente no pudo faltar, antes de agarrarse del tubo de la calefacción y comenzar a descender como uno de esos escaladores de riesgo. Su destreza me asombró—. Y me encantó. —Volvió a susurrar a mediados del descenso.
—¿Qué?
—El olor a lavanda de tu cabello, me encantó.
Sonreí, mis ojos no se perdieron ni un segundo de aquella alocada sesión deportiva y, no pude evitar estremecerme cuando el déjá vú de una escena conocida, golpeó mi mente.
Sí: Romeo y Julieta...
¡Ay, no, por favor! ¡Deja el drama, conciencia de pacotilla! ¿No sé en qué le ves el parecido?
Pero la realidad era que sí. ¿A quién quería engañar? Lo veloces e inconsecuentes que habíamos sido, lo disparatado de la relación, el desorden de las cosas. ¡Por Dios, si prácticamente habíamos hecho el amor en retrospectiva! Primero la consumación hot, luego los preliminares cute... ¿Me pregunto si también habrá muerte?
¡Por Dios, niña, no digas eso ni en broma! No me refería precisamente a la parte de la tragedia cuando hablé del parecido de su relación con la novela, solo quería puntualizar lo de la escapada por la ventana.
Ah... ahora entiendo...
—¡Seong, por Dios, abre la puerta, me estás asustando! —gritó mi madre y salí corriendo a abrir, no sin antes asegurarme de que Yeongu había saltado el muro y salido completamente a salvo de los perímetros de la mansión.
—¿Por qué tanto alboroto, ma? —inquirí tras abrir, fingiendo un bostezo.
—¿Me puedes explicar a qué se debe esto ahora, niña? —exigió, un tanto alterada.
—¿El qué? ¿La puerta cerrada? —Sentí mi voz temblorosa debido al nerviosismo y me dirigí al baño para que mamá no se diera cuenta—. Es que hace muchísimo calor y me ha dado en estos días por dormir desnuda.
—¿Qué? ¡Seong, te has vuelto loca!
—No pongas el grito en el cielo, no tiene nada de malo —balbuceé, asomándome a la puerta con el cepillo de dientes en la boca—. Malo sería que tú o papá me vieran. Por eso cierro la puerta.
—Pero eso es ilógico, Seong. Si tanto calor tienes, cierra la ventana y enciende el aire acondicionado.
—No quiero —musité al salir del baño, todavía secando mi rostro con la toalla—. El profesor de química dice que el aire natural siempre es mucho mejor.
—¡Qué tontería! Cuando reinicie el curso hablaré con él. ¿Qué enseñanzas son esas? ¡Y eso que son el mejor profesorado de todo Daegu! —Mamá negó resignada y pareció haberse tragado el cuento—. Bien, yo solo vine a decirte que tu padre te espera para ir a la oficina.
—¿¡Otra vez!? —chillé enojada.
—Otra vez, señorita. —Mi madre levantó una ceja y yo frucí el ceño. ¡Rayos, me dió el mismo miedo que la de mi padre la noche anterior! No cabía duda de que eran tal para cual—. Quiere que Jihu también se vaya familiarizando con la empresa y, lógicamente, tú tienes que estar ahí. Necesitamos unir un poco más a las familias y ustedes parecieron entenderse bien, así que ayudarán.
Mientras hablaba, mi madre recorrió toda la habitación con la mirada hasta que su vista se posó en la puerta del vestidor. Ya me extrañaba que se hubiese tragado el cuento del calor tan rápido y sin chistar. Era demasiado bueno para ser verdad.
—Sigo sin entender ¿qué tengo que hacer yo ahí? —indagué, para sacarla de sus pensamientos.
—Eso se lo preguntas a tu padre —contestó cortante y caminó hacia el vestidor. Abrió con brusquedad la puerta y chilló un «ajá» que lejos de intimidar hubiese hecho reír a cualquiera.
—Ma, ¿qué haces?
—Umm... nada. —Entró hasta el fondo y volvió a salir. Olfateando el aire, como si fuera un sabueso buscando a su presa—. Solo me cercioro de que todo esté bien, como tú dices. No me termina de gustar esa ventana abierta.
—¡Pues así se va a quedar! Con todo el respeto que usted se merece, señora Kang, esta es mi habitación y hago en ella lo que quiera.
Y sí, levanté tambien mi ceja, si vamos a convertirlo en el sello intimidante de la familia, pues lo hacemos todos. Ya estaba convencida de que no había copiado a Yeongu, sino que la desafiante expresión, me venía en «los genes Kang».
—Hacía rato no me decías así... —musitó con cierta tristeza en la voz.
—Hacía rato no se te olvidaba que eras mi madre y comenzabas a actuar como una carcelera. —Mantuve la exprecion en mi rostro a pesar de que el suyo estaba logrando ablandarme un poco—. El título cambia automáticamente.
—Ya veo... Nos levantamos ariscas hoy, ¿eh? —Caminó finalmente hacia la puerta de salida y volvió a mirarme antes de salir—. Ah, también vine porque tu padre quería que me asegurara de que te vistieras «acorde» a la futura CEO de Industrias Moon-Kang, pero... prefiero darte la oportunidad de escoger... Tú sabrás qué debes ponerte.
Y se fue tras un portazo, bueno, no sonó tan fuerte, pero para «la señora Kang», que la puerta siquiera sonara, ya era señal de que estaba bien enojada.
¡En cambio yo estaba feliz! No había descubierto al «intruso» nocturno de mi habitación y eso, ya era ganar.
—Bueno... —suspiré y arrastré mis pies resignados hacia mi vestidor—, creo que no me espera un buen día.
¿Preparada para otro día de oficina, Seong?
¡Acabo de insinuar que no, grillo!, pero no tengo otra salida.
Estaba muerta de cansancio. Literalmente solo había dormido tres horas y eso que la noche con Yeongu no había sido lo que esperaba, pero la visita de mis primos había sido extenuante. Definitivamente me dormiría de nuevo en aquella silla del CEO tan cómoda. Después de rebuscar por todo mi vestidor, intentando cumplir con la «petición» de mi padre, elegí una sencilla falda entallada de color negro y una camisa de manga corta, denim azul, a juego con las balerinas. ¿Qué creías?, ¿que me pondría tacones? ¡Ni loca!
Al bajar las escaleras ya papá estaba impaciente en la puerta, esperándome, y otra vez tendría que irme sin desayunar...
—¡Hermosa! Retrasada, pero hermosa —afirmó con un guiño de aprobación y sonreí—. ¡Andando, que Moon-Kang no se dirige sola!
Dicho esto salió disparado por la puerta, sin siquiera darle el beso en la frente a mamá y yo salí corriendo detrás de él. Me abrió la puerta trasera del coche y me metí sin chistar, porque sabía que si algo odiaba papá, era llegar tarde a algún sitio.
—¡Kim, pise el acelerador! —ordenó al sentarse a mi lado y cerrar la puerta enérgicamente.
—Sí, señor —respondió este al instante y lo hizo.
Al mirar por el retrovisor para nuestro acostumbrado contacto visual a manera de saludo, el señor Kim no pudo evitar sonreir, seguro por mi cara de asombro cuando me di cuenta que el asiento del copiloto no estaba vacío.
—¡Taesung! —chillé feliz, por ver a mi intermitente compañero de juegos y salté hacia él, abrazandolo, bastante incómoda por cierto, pues nos separaba el espaldar de su asiento—. ¡Pensé que ya no vendrías estas vacaciones!
—¡Me ahorcas, Seoni! —gritó también y su padre y el mío soltaron una carcajada, provocando que me avergonzara.
—Deberías estar acostumbrado, Taesung —soltó mi padre, todavía entre risas—, poco te hace para diez meses sin verte.
—Por poco no vengo, Seoni. La verdad, cada vez se me hace más difícil separarme de mis abuelos —explicó Taesung, un poco melancólico.
—¿Y yo qué? —Casi se me salen las lágrimas—. Es injusto que los prefieras a ellos antes que a mí. ¡Te he dado lo mejor de mi vida, Tae-Tae, ¿y así me pagas?! —vociferé con dramatismo, tratando de que sonara sarcástico, pero la verdad es que lo extrañaba demasiado.
Kim Taesung: Mi Tae-Tae. Mi mejor amigo.
Hacía cinco años que los señores Kim trabajaban para mis padres y, hacía cinco años desde el verano en el que vi a su hijo mayor por primera vez. En aquel entonces tenía unos diez años y lloraba escondido en mi jardin porque quería volver con sus abuelos. Recuerdo que le llevé todos mis juguetes, los caros, los exclusivos, los que ningún niño en Daegu podría ni soñar tener... y se los regalé. Intenté de alguna manera mitigar su dolor y lo logré...
Cada verano Tae-Tae volvía y yo siempre tenía nuevos juguetes solo para él. Me moría por abrirlos, jugar con ellos, «destrosarlos» como hubiese hecho cualquier niño de mi edad, pero descubrí que me satisfacía mucho más ver como él lo hacía... y la preciosa sonrisa cuadrada que se dibujaba en sus labios cuando obtenía los regalos. Por supuesto que para una niña de once años, los juguetes eran lo mas importante. ¡Y a eso me refería cuando dije que le había dado lo mejor de mi vida!; pero al ver la expresión confusa en la cara de nuestros padres, comprendí que no se había escuchado muy bien que digamos.
—¡Estos niños de hoy hablan de una manera tan extraña! ¿Verdad, señor Kang? —divagó el señor Kim mirándome por el retrovisor—. Cualquiera que los oyera, diría que son novios o algo así.
—Ni loco que estuviera, papá —puntualizó Tae-Tae chasqueando la lengua y fingiendo cara de asco—. Me gustan más mayores.
—A mí también —concordé y le guiñe el ojo.
—¿Mayores?, ¿cómo cuánto? —preguntó papá con la mirada fija en su iPad—. ¿Tres, cuatro años, quizás?
—No lo sé, pa —musité un tanto incómoda. ¿A qué venía esa pregunta?— ¿Por qué quieres saberlo?
—Para tenerlo en cuenta a la hora de buscarte esposo. —Levantó la vista, clavó sus rasgados ojos negros en mí y mi corazón dio un vuelco mientras mi estómago se retorció de asco.
¿Qué mierda estaba pasando? ¿Acaso habíamos viajado en el tiempo a la era de Jeoseon y ahora mi padre seguiría alguna clase de ritual matrimonial para encontrarme marido o qué?
—¿Bu-bus-carme es-esposo? —tartamudeé, temblé, mientras los Kim miraban al frente e intentaban disimular la tensión.
—Pues claro. ¿Qué creías? Mi hija no va a casarse con cualquier don nadie... Sin ofender, Kim. —Miró al chófer y este le hizo una mueca de «no hay problema», pero estoy segura de que por dentro, sentía el mismo asco que yo. Después papá dio unas palmaditas en mi muslo, como si eso hiciera que lo que había dicho se escuchase mejor—. No te preocupes, princesa, papá ya está pensando en tu futuro. Déjamelo a mí.
¿¡Pero qué carajos!? ¡No pude articular palabra! Todo en mí se petrificó ante la sola idea. ¿Cómo podía mi padre ser tan hipócrita? Kang Hanjung se había librado de un matrimonio arreglado, ¿pero ahora quería hacerle a su hija lo que tanto odiaba? ¡Esto sí no me lo esperaba! Prefiriría estar muerta antes que despertarme al lado de otro hombre que no fuera Yeongu...
Ya te dije que tuvieras mucho cuidado con lo que deseas, Seong. Puede ser muy peligroso.
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