14

1.00 pm

¡¡¡Retiro lo dicho!!! Que cosa más aburrida, ¡por Dios! El día transcurrió pesadísimo, insoportable, y podría asegurar que me dormí en más de una ocasión. Aquello no me llamaba ni la más mínima atención. ¡¿Cómo podría seguir los pasos de papá si no soportaba estar ni medio día en aquella tediosa empresa?!

No sé cómo, Seong, pero deberás hacerlo. Diste tu palabra. Ya estas montada en el tren y jamás podrás bajarte... A menos que te lances con él andando. ¿A que no parece una buena idea?

Según el viejo Kang, sí. Si pudiera, me lanzaría él mismo, y no precisamente de un tren, sino de lo alto de este edificio. Sé cómo es y no me permitirá nunca tomar el mando de «su preciada empresa». Está convencido de que ni siquiera soy digna de poner un pie aqui.

¡Ah, pero mírame! Aquí estoy: sentada en la mismísima silla del CEO. En el despacho precidencial, en el piso más alto de Moon-Kang Industrias, desde donde se puede admirar mi preciosa Daegu completa...

—¿Dónde vivirá Yeongu? —susurré, en medio de un suspiro, observando las calles de la ciudad a través del cristal de la gran ventana.

Mis palabras me tomaron por sorpresa y agradecí que mi padre hubiera salido a hablar un momento con su secretaria. ¿Cómo es posible que hubiese mencionado el nombre del gato en voz alta? Lo extraño demasiado. Ya no puedo vivir sin él... O si puedo, pero no quiero, eso está claro.

—Mandé a pedir unas pizzas, princesa. —Mi padre entró, sacándome de mis pensamientos y asentí—. Sé que te gustan y es mi manera de pedirte perdón.

—No, pa, no tienes que pedirme perdón. Tenemos un acuerdo y no pienso retractarme —aseguré, a pesar de todas mis batallas mentales anteriores.

—Lo sé, sé que tienes la capacidad de respetar tu palabra como cualquier Kang, pero también, no puedo negar que la necedad de tu madre corre por tus venas.

—Sí, no cabe duda que los Moon son bien tercos y obstinados. —Ambos reímos y papá beso mi frente por unos segundos.

Creo que se sentía culpable por obligarme a seguir sus pasos, pero de cierto modo, lo entendía, él no tenía a nadie más... En medio de aquel momento tan emotivo padre-hija mis pensamientos, no sé cómo, fueron a parar de nuevo a Yeongu. Quizás por el bendito beso en la frente que hoy se repetía incesante como bucle y, me hacía añorar sus labios tibios sobre mí... El telefonillo del escritorio sonó, dando paso a la voz de la secretaria que informó que el repartidor había llegado. Papá se separó de mí y apretó el botón del micrófono para responder.

—Señorita Gu, sería tan amable de decirle que lo traiga, por favor —pidió en tono amable y al escucharlo, una pequeña luz en mi cabeza se encendió.

—¡¿Puedo ir yo?! ¿Puedo ir yo, pa? —grité, colgandome de la manga de su saco y jalandolo un poco—. ¡Anda pa, déjame ir!, ¿sí? —rogué de nuevo y traté de enternecer los ojos como cachorrito abandonado. Él sonrió.

—¿Tan tediosa te parece mi oficina que a la menor oportunidad quieres escapar?

—Tediosa no sería la palabra, pero... ¡Ay pa, sí!, esa es la palabra. Lo siento mucho, pero aunque te empeñes en hacerla parecer cool, tu oficina no es un lugar atractivo para una chica de diesiseis años... Creo que no es atractiva para nadie...

La risita de la señorita Gu nos contagió y papá desordenó mi cabello con su mano libre.

—Está bien, chiquilla... ¿Ya la escuchó? —preguntó después a su secretaria y esta contesto un sonoro «sí, señor», antes de dar por terminada la llamada. Papá sacó una tarjeta de crédito de su billetera y me la entregó—. Pagas con esta, ya sabes el código. Y si quieres algo de beber, puedes ir a la cafetería del quinto piso. No te recomiendo los cafés, no son como los de mamá, pero tienes buenos jugos allí.

—Y tú, ¿qué quieres?

—Sorprenderme, veremos si conoces a tu padre. —Me sonrió y luego de asentir, salí de allí casi saltando de felicidad.

Claro que conocía a papá: ¡Pizzas a media tarde!, solo podían acompañarse con un buen batido de moras y frambuesas. «Espero que tengan en la cafetería», pensé mientras tomaba el elevador... Al llegar a la recepción vi al repartidor, de espaldas, a un costado de la puerta principal. Me dirigí a él con rapidez mas algo en mi interior se fue agitando a medida que me acercaba. Pensé que era hambre, eran casi las tres de la tarde y ni siquiera había desayunado, pero no... Era algo más... Era la sensación que experimenté el día que Min Yeongu se acercó caminando sexy hacia mí, en medio del parque del centro. Ese mismo parque que quedaba frente al edificio de Moon-Kang y que, aquel chico con las cajas de pizzas en las manos, observaba con insistencia mientras tomaba su móvil de uno de los bolsillos traseros de su pantalón y hacía una llamada...

—¡No sabes cuánto te extraño! —La voz de Yeongu sonó melancólica y quebrada en mi oído y, no atiné a emitir sonido.

Quién me iba a decir que esta tarde, papá no sería el único sorprendido.

—¿Cuánto? —logré responder a su pregunta luego de varios minutos.

—Tanto, que si ahora mismo te tuviera delante, sería capaz de comerte a besos.

—Lo juras.

—Pues claro... ¿Cuándo no he hecho lo que digo?

Cierto. Hasta la fecha, Yeongu siempre había hecho justo lo que había dicho, pero no me podría negar que hoy le sería imposible. Básicamente, porque aunque no tuviese ni idea de que pronto me tendría delante, ¿cómo podría comerme a besos en medio del salón de recepción de la empresa de papá? Tenía la completa seguridad de que maldeciría cuando le dijera en donde estábamos. ¡Rayos!, me moría porque me hiciera con exactitud lo que había dicho y más... Pero es imposible, Seong. ¡Imposible!... Por increíble que parezca, aquel grito interno lejos de deprimirme, se sintió como el click del famoso Eureka y entonces se me ocurrió: «Si no puedes ir a la montaña, haz que la montaña venga a ti».

Creo que así no es, Seong.

No importa, por ahora me vale así.

—Llámame luego, amor, estoy ocupada —le dije de súbito y colgué.

Pude escuchar su frustrado «¡¿Seong?!», mientras comprobaba que realmente se había cortado la llamada. No tardé en buscar los ajustes de mi móvil y cambiarlos para ocultar mi número, entonces llamé. Desde donde estaba, podía ver a la perfección el perfil de su rostro confuso. Descolgó y puso el móvil en su oído, manifestando aquella mueca de decepción que automáticamente me sacó una carcajada. Por supuesto que tuve que hacer hasta lo imposible para ahogarla, pero lo logré.

—Le habla el cliente del pedido en Moon-Kang Industrias —intenté simular la voz y él, no sé si por estar todavía aturdido por mi repentino abandono telefónico o, porque de verdad la camuflé muy bien, no la reconoció.

—Eh, sí... Estoy aquí hace unos minutos. ¿No le avisaron? —pudo decir al fin y noté su ceño fruncido.

—Sí, lo siento, estaba en una reunión. ¿Podría traerlo a la oficina del quinto piso? Es la única que hay, no tiene perdida.

—Como guste —contestó con sequedad y colgó.

Cuando escuché el tono de fin de llamada salí corriendo. Sabía que esa oficina estaba inoperante hacía un tiempo, lo había escuchado de papá pues tenía intenciones de hacer un cuarto de descanso para los chicos de la cafetería, pero todavía no habían comenzado las obras. El corazón se me aceleró, pero no por la carrera, sino porque tendría al fin los labios de Min Yeongu sobre mí, como había deseado todo el día... Tomé el elevador de servicio porque sabía que él tomaría el principal, que siempre estaba concurrido, así que ganaría tiempo. Llegué al lugar, arreglé el cartel de «Recursos Humanos», que todavía tenía la puerta, y entré. Afortunadamente la mantenían limpia. Un pequeño buró y un par de sillas era lo único que quedaba, pero no necesitaba más...

Regulé la iluminación para que apenas se distinguieran las siluetas y cerré las cortinas de las ventanas. Había visto una escena parecida en una película y, no sé de dónde saqué tanta seguridad para recrear aquella locura, pero si quería comerme a besos, se lo pondría muuuy fácil... Tres toques en la puerta me indicaron su llegada y con ella, al menos diez infartos asaltaron mis arterias. Ni hablar del hormigueo que recorrió desde mi garganta hasta mi vientre bajo. Me senté tras el buró y respiré hondo antes de hablar...

—¡Adelante!

¡Luces, cámaras, acción!, aclamó mi acompañante incondicional que claro, no podía quedarse callada.

«¡Shh!», moví mi cabeza en negación, intentando deshacerme de su voz al momento que lo vi entrar. Levanté mis piernas y las crucé con sensualidad encima del escritorio...

—¿Dó-dónde se... se las dejo? — tartamudeó al verme, aunque supongo que no muy bien cuando no logró reconocerme. Yo intentaba aguantar la risa que me provocó el solo pensar en cuántas cosas pasaron por su cabeza. Bajó la mirada, era facil adivinar que estaba incómodo, pero volvió hablar—: So-so-son veinticinco mil Wons, se-se-ñorita. ¿E-e-efectivo o... tarjeta?

—¿Qué tal... un par de besos? —Intenté sacar mi lado Marilyn Monroe, con el tono más suave y sensual que pude y, entonces, sí noté su rostro de asombro cuando lo alzó incredulo, arrugando mucho los ojos para intentar distinguirme entra la poca luz.

—¡¿Seong?!

—Señorita Kang para usted... Venga aqui y cumpla lo que prometió, señor Min. Me muero por ver su modo canibal.

Aunque hubiese estado más negro que la noche misma, igual hubiese visto la comisura de sus labios levantada en aquella perfecta media sonrisa, su lengua pasando por el filo de sus dientes, y su labio inferior soportando la sexy mordida que siempre le daba cuando estaba a punto de conseguir lo que quería... Y en aquel momento, era yo. Yo era su presa, su premio... Lanzó las cajas de las pizzas al suelo y caminó, casi corrió, hasta llegar a mí. Tomó mis piernas, las abrió para meterse entre ellas, levantarme en peso por la cintura y dejarme caer en medio del buró, en un movimiento violento pero a la vez dulce. No sé cómo rayos lo lograba, pero era experto en eso de ser «salvajemente tierno».

—Ya me parecía extraño que la llamada del cliente me apareciera directa en lugar de por el desvío de llamadas del restaurante, pero jamás me hubiese imaginado esta sorpresa... Asi que... ¿le tocó trabajar hoy, señorita Kang? —Esta vez fue él quien sonó demasiado sensual, con aquella frecuencia grave que hacía estremecer todo mi ser a su antojo y me provocaba más de mil corrientasos en un solo segundo.

—Ajá. —Solo eso pude decir ya que sus manos se habían metido por debajo de mi blusa hasta llegar a mi espalda baja y los suspiros simplemente remplazaron mis palabras...

—¡Me encanta este juego de roles! Es usted bien traviesa, señorita Kang. 

Yeongu terminó su frase y dio paso al que para mí, era el mejor uso que le daba a su lengua, aunque estoy segura de que él, creía que era rapear. ¡Cada cuál con su opinión! Trazó una línea sutil con ella, entre mis labios, mientras apretaba fuerte mis caderas, como le gustaba. Aquella mezcla de sensaciones me volvió loca en un instante. Como si de la cintura para arriba tuviera delante a un tierno gatito indefenso, mientras que un jaguar hambriento anduviera husmeando cerca de mis pantalones...

No tardó mucho en abrir mis labios con ella y subir una de sus manos a mi cuello, para asegurarse de tenerme dónde y cómo quería. Su boca, de la cual definitivamente había desarrollado dependencia, se sentía mucho más suculenta aquella tarde. Mordió mi lengua, succionó mis labios, los absorbió una y otra vez, saboreándolos y dejándome saborear los suyos. Su saliva caliente se mezcló con la mía haciendome desear más, mucho más.

¡Contrólate, Seong!, advirtió la vocecita.

¡Que insoportable eres! ¿Siempre tienes que estar tan alerta?

Los brazos de Yeongu me atrajeron más a su cuerpo y el calor que desprendía, me daba a entender que me deseaba tanto como yo a él. Por cierto, así terminaba la escena de la peli de dónde había sacado la idea y que, por poco ocaciona la muerte de papá cuando se levantó corriendo a apagar el televisor. Nadie imaginó que un domingo en la tarde emitieran algo así por la tele local.

Los besos de Yeongu viajaron al lóbulo de mi oreja, el comienzo de mi cuello y, volvieron a subir. Cada roce de sus labios junto al toque preciso y suave de sus dedos por mi espalda baja, me hacía vibrar incontables veces. Necesitaba de él como si hiciera meses que no me tocara, aunque solo habían pasado tres días y él, parecía sentirse igual. Gemía sin cesar y estrechaba su abrazo cada vez más mientras mis manos trazaban una ruta constante desde su cabello hasta su pecho. Disfrutaba sobremanera aquel calor volcánico que desprendía y que, sin dudas, bastaba para derretirme y lograr que me olvidara de todo a mi alrededor en tan solo unos minutos.

¡Ah, pero me temo que él no se conformará solo con eso!, informó de nuevo la otra impertinente, sin que nadie pidiera su opinión.

Sus manos para nada vacilantes se dirigieron al botón de mi pantalón y esta vez, fui yo la que gemí mientras apreté sus hombros, casi suplicándole que no tardara.

Pero, ¿qué rayos te pasa, Seong? ¡Prometiste que solo sería un par de besos!, gritó asustado el grillo en mi cabeza y tengo que reconocer que tenía razón, pero Min Yeongu hacía de mí lo que le daba la gana y ya no podía resistirme... o no quería... Él se acercó a mi oído, sé que al descarado le encantaba disfrutar de como me estremecía ante el sonido grave de su voz:

—Voy a... hacer algo que hará que no dejes de pensar en mí... hasta el fin de semana.

¡Oh, oh!

Aquella frase causó que si quedaba algún vestigio de sensatez en mí, se esfumara con el suspiro que emití desde el fondo de mi garganta. La expectativa estaba a punto de cegarme. Con seguridad sabía que lo que fuera a hacer, sería tan o más exquisito que la vez anterior y, todo mi cuerpo, se moría por sentir aquellas explosiones de nuevo...

Mas mi estridente tono sonó interrumpiendo sus acciones y casi con dolor tomé mi móvil del bolsillo trasero de mi pantalón.

—Como me temía: Es mi padre.

—¡Mierda, es cierto! —gritó Yeongu, apartándose un poco de mí—. ¡Moon-Kang Industrias es la empresa de tu padre!

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