09
6.30 pm
Lo que quedaba hasta las seis y cuarenta y cinco, hora en la que el señor Kim me vendría a buscar, se hizo mucho más eterno después que ya tenía todo arreglado. Odiaba llegar tarde, así que sobre las seis y treinta ya estaba lista y caminando de un lado a otro del salón.
Decidí utilizar por primera vez en mi vida unos tacones, no muy altos, pero mis piernas se veían verdaderamente estilizadas con aquellos ocho centímetros de más. Yeongu no me llevaba mucha altura, a pesar de que yo era más parecida a un pigmeo que a una persona, pero por lo mismo, no quería sobrepasarlo. La abuela decía que no se veía elegante. Complementé mi atuendo con unos aretes largos, una gargantilla fina y un pequeño bolso. Todo del «arsenal» de mamá, ¿de dónde si no?, y todo negro, para contrarrestar un poco, nunca quitarle el protagónico al hermoso blanco de la pieza fundamental de mi look. Mi cabello solo lo deje libre y aunque quise maquillarme mejor, no era muy buena, así que una tenue sombra marrón en los párpados y un simple brillo sin color en los labios, cerraron los preliminares...
🎼🎼🎼
El señor Kim llegó puntual, como siempre, y yo agradecida de no haber gastado las suelas de mis zapatos de tanto dar vueltas en el mismo lugar. Mis padres intentaron despedirse, después de todo era mi primera vez saliendo «sola» de noche, pero yo estaba demasiado ansiosa como para hacerles caso. Así que corrí hasta el auto, mientras el señor Kim se encogía de hombros y mi padre le hacía la típica seña de: «O me la cuidas como a tus ojos, o te mueres». En una esquina de la entrada se quedó mamá, diciendo adiós con las dos manos, como una de esas locas sobreprotectoras que despiden a sus hijos cuando marchan al servicio militar.
¡Qué vergüenza!, ¿de dónde se sacó ese pánico a que no vuelva?
Tranquila, má, solo quiero conocer lo que se siente salir de noche, no me voy de casa para siempre...
—¿A dónde, señorita? —indagó el señor Kim, con su acostumbrada mirada seca por el espejo retrovisor.
—Al parque del centro —informé mientras me reclinaba en mi asiento—. Adiós dulce hogar, ¡hola Daegu nocturna!
A pesar de que el arranque fue brusco y muy acelerado, el trayecto se comenzó a tornar lento, ¡demasiado lento! El señor Kim conducía con extrema precaución. Miraba con insistencia por todos los retrovisores y no apartaba las dos manos del volante, parecía asustado, como nunca lo había visto. No entendía qué rayos le pasaba. ¿En serio la amenaza de mi padre le causó tanto miedo? Gracias a Dios llegamos a tiempo, si no, hubiese sido capaz de ahorcarlo con el cinturón de seguridad. ¡Insoportable viejo lame botas de papá!
—Ya llegamos, señorita —avisó cuando estacionó en uno de los costados del parque—. La esperaré el tiempo que sea necesario. Sólo recuerde que si se va a mover de lugar tendré que acompañarla a donde quiera que...
—¿Y al baño? ¿También ahí tienes que acompañarme? ¡¿Eso te dijo papá?! —grité, exportando al fin toda la irritación acumulada tras casi trece minutos de una pésima demostración de sus habilidades como chofer.
—¡No, por Dios, ¿cómo cree?! —ripostó con los ojos muy abiertos y negando con la cabeza.
—¡Pues entonces escúcheme bien, estúpida niñera sin sueldo! Voy a encontrarme con mi novio. ¿Me escuchó ? ¡Mi novio! Y si no quiere participar de nuestro obsceno y lujurioso escenario afectivo, mejor se queda tranquilo aquí, sin decir ni pío. Volveré a las nueve y cuarenta y cinco, y aquí no ha pasado nada de nada. Si le dice algo a papá de lo que acontece en este o cualquier otro lugar al que me lleve, me encargaré de hacerle la vida un completo infierno a la señora Kim, que bastante mal que trabaja por cierto y, si yo se lo pido a mamá, la hecha antes de que amanezca. ¡¿Estamos?! —concluí con mi ceja levantada y una mueca que intenté que pareciera la del mejor asesino serial de la historia.
El señor Kim tragó duro, era evidente que mis amenazas también surtían efecto, pero supongo que como papá pagaba, las suyas tenían más peso. Así que intentó defender su postura una última vez.
—Señorita..., no tiene que ponerse así, solo estoy haciendo mi trabajo. No pretendo meterme en sus asuntos, solo le pido que por favor, no haga nada que pueda perjudicarnos... A ninguno de los dos, ¿me entiende?
—No soy tonta, Kim. Sé cuidarme sola y por supuesto que no haré nada que nos perjudique, pero usted debe jurarme que mantendrá la boca cerrada. Porque a las buenas, soy buena, pero no bromeo cuando digo que si le va con el chisme a mi padre por ganarse puntos con él, su esposa será la que pague las consecuencias. ¡Piénselo! ¿Quién tiene más que perder?
—Usted gana, señorita. Seré una tumba. Aquí la espero mientras me echo una siesta —terminó para voltearse, reclinar su asiento y acomodarse la gorra sobre su rostro.
El asunto estaba zanjado. Sabía que el señor Kim era un magnífico empleado y tenía palabra. Él y su esposa trabajaban hacía cinco años para mis padres y se habían ganado el cariño de todos. En el fondo lo apreciaba y jamás podría hacerle daño, pero debía hacerle creer que era capaz de eso y más.
Me bajé del auto intentando irradiar calma, pero lo único que estoy segura desprendía, era un constante tembleque de piernas, labios y hasta de pómulos. Sentía que mi cuerpo estaba bailando un rock and roll al ritmo de los ascelerados latidos de mi corazón.
¡Por Dios, Seong! ¿Para que tanto empeño en parecer una chica elegante y madura, si vas a mandar todo a la mierda al segundo de verlo?, me dijo aquella vocecita que, desde luego, se había dado cuenta antes que yo de aquel típico chico coreano que ahora se acercaba, obstentando su derretidora media sonrisa.
¡Dios, ¿qué es esto?! ¿Ahora también se me va a olvidar cómo caminar?
Mis extemidades inferiores se negaron a acatar las ordenes de mi cerebro y lo único que se me ocurrió fue recostarme al auto, finjiendo no haberlo visto, pero ni yo me creía mi patética actuación. Él se acercó con su caminar pausado, perfecto, elegante. No cabía duda de que su andar era digno del felino más ilustre. Ya no era suficiente calificarlo como un simple gato. Min Yeongu era algo más: portentoso, extraordinario, era un majestuoso lince lo que venía hacia mí.
Se detuvo muy cerca, tan cerca como para disfrutar de mis constantes fallos cardíacos provocados por la proximidad de su cuerpo al mío. Seguro sabía a la perfección todo lo que generaba con su sola presencia, no hacía falta ser un genio para detectarlo. Bastaba con ser un buen observador ¡y vaya que él lo era! Imagino que estuviera al tanto de todos y cada uno de los procesos que atravesaba mi ser, cuando se encontraba dentro de mi área de confort... Cada vez que lo veía, transitaba por las siete etapas que según Freud, tiene el amor: desde la simple atracción física hasta el enamoramiento irracional. Min Yeongu había logrado a tan solo horas de conocerlo, volverme una adicta de su esencia, una completa dependiente de su persona, sin siquiera proponérselo... ¿O sí?
—Tenía miedo de que no pudieras venir... Estás... hermosa —susurró en mi oído, pero juraría que estaba metido dentro de mí.
—Gracias. —Solo eso pude decir.
¡Solo eso!, mientras se apartaba y me observaba con aquella mirada que espero estemos lo suficientemente claros, me licuaba hasta los huesos.
—Al parecer, tendré que imponer algunas reglas —informó con su insuperable ceja levantada.
No sé quién de los dos era el imitador aquí, pero desde luego, a él le quedaba muchísimo mejor que a mí.
—¿Reglas? —balbuceé confusa.
—Sí, reglas... Como por ejemplo, que no vuelvas a ponerte ese vestido a menos que estemos a solas, como la otra noche, y solo yo pueda disfrutar de la impecable vista que tiene por fuera... —Se acercó nuevamente a mi oído—, y por dentro.
Depositó un tenue beso en mi cuello y yo dejé escapar un suspiro.¡Joder, Seong resiste!, gritó demasiado rápido la vocecita en mi interior, pero una sensación de punzada en mi bajo vientre, fue sin dudas mucho más veloz. ¡Contrólate, Seong! Que te derritas con un simple besito no era parte del plan.
¡¿Cómo que plan?! ¿De qué plan hablas?, taladró el grillo mojigato de mi conciencia. ¿No habíamos quedado en que no nos apresuraríamos?
¡No!, Yeongu es quien no quiere apresurarse. Yo desde luego no estoy de acuerdo con esta relación «a lo tortuga», que se ha empeñado en llevar. Así que le voy a mostrar de lo que se pierde por querer ir despacio. Y el vestido está surtiendo el efecto deseado.
—¿Por dentro? —cuestioné con ironía—. Tuviste tu oportunidad de verme «por dentro» y la despreciaste. ¿Crees que algo como eso se te dará todos los días?
El negó resignado con cierta burla en su rostro. No sé si porque de verdad creía que podría subir a mi habitación cuantas veces quisiera o porque ya se estaba arrepintiendo de su estúpido: «hacer las cosas bien».
—¡Vamos, chiquilla tramposa!, ya va a comenzar y odio llegar tarde —ordenó para tomarme de la mano y entrelazar nuestros dedos, jalandome un poco, obligándome a caminar.
¡Qué magnífica idea la que tuvo! Si no hubiese sido así, sé que hubiera sido incapaz de andar. Siendo sincera, todo el valor que había recolectado se me había ido al hablar.
Caminamos hasta el final del parque, cruzamos la calle y entramos a una cosa que a la verdad, no sabría decir si era un club, un bar, o una simple cafetería nocturna. Aquello tenía la estética en cero, y ni hablar de las pésimas condiciones sanitarias. El poco público que había, distribuído entre las no más de siete mesas que rodeaban lo que parecía un escenario en medio del local, nos siguieron con la mirada desde que entramos. Observandonos con caras largas y escépticas, atentos a cada uno de nuestros movimientos. Daba miedo, para que mentir.
«¡Dios, ¿qué rayos es este lugar?! Y por favor, te ruego que no le pase nada al vestido de mamá», fue mi primer pensamiento al entrar. No sé por qué. Supongo que la advertencia de Yuri me impactó más de lo que creí. Sentía que si llegara a safarsele aunque solo fuera un hilito del dobladillo a su tesoro, era una adolescente muerta... En vano intenté ocultar mi asombro al transitar por aquel lúgubre lugar, aunque hubiese preferido que fuera eso lo que Yeongu viera en mi rostro, y no la terrible decepción que comenzaba a asomar...
¡Ups, tarde...!
—Sé... que no estás acostumbrada a este tipo de lugares... —comentó en voz baja, mientras me ayudaba a sentar en una de las banquetas de la barra—. Tú... te mereces lo mejor del mundo, Seong, pero... por ahora no tengo otro sitio donde pueda cantar.
—¡¿Cantas aquí?! —chillé eufórica y asintió—. ¿Vas a cantar ahora?
—Sí, compuse una nueva canción y... quería que la escucharas —susurró mirando al suelo.
—¿La compusiste o... «me» la compusiste? —susurré también y tomé su rostro, alzandolo con ternura, olvidándome por completo de dónde estábamos.
—«Te» la compuse... —afirmó con una amplia sonrisa—, y hoy... solo cantaré para ti, «mi» canción.
Y nada más me importó después de aquel dulce sobrenombre. Sentí como mi corazón dio un vuelco. Una simple palabra me hizo vibrar de pies a cabeza. Ya me daba igual si era en un antro de mala muerte o hasta en una alcantarilla, si Min Yeongu cantaba para mí, me parecería el mismísimo cielo.
Ante mi mutismo y mi rigidez, a las que seguro ya estaba acostumbrado, porque sucedía cada vez que me hablaba con aquella ternura que me sorprendía y me dejaba embobada, depositó un casto beso en mi frente. Apartándose después con su pícara media sonrisa y su mirada felina escudriñandome toda. Me pareció que quería decirme algo, mas una voz a su espalda se lo impidió.
—Glow, ¿ya te enteraste? —Yeongu se volteó hacia la persona, dejándo ver a un chico más o menos de su edad, con sonrisa amable y rostro apacible—. Big Rhythm hará audiciones en Daegu. ¡Chico afortunado! Vendrán a buscarte aquí mismo.
—Todavía no hay nada seguro —bufó mi novio y ahí comprendí que Glow, debía ser su nombre artístico o alguna clase de alias.
—De todas formas estate al tanto. Aunque será a finales de octubre, todavía tienes tiempo de prepararte. Sé que lo harás de maravilla y Seúl se llevará al mejor de los raperos de Daegu —concluyó el chico dando una palmadita amiga en el hombro de Yeongu, para después marcharse.
Por varios minutos un silencio sepulcral se instaló entre nosotros. A pesar de que la música estaba a todo volumen y las personas no cesaban de hablar, Yeongu y yo parecíamos presos de un sigilo tormentoso.
¿Por qué se puso tan nervioso cuando ese chico le habló? ¿Por qué continuaba evitando mi mirada?
—Tú... ¿te iras a Seúl? —me atreví a preguntar, vacilante, con cierto temor a la respuesta.
—Sería una posibilidad... —balbuceó, todavía con la mirada baja—, si participara en esas audiciones... y ganara... Pero no te preocupes por eso. Ni siquiera pienso participar de todos modos.
—Pero... ¿por qué? ¿Ese no es tu mayor sueño?
—¡No puedo permitirme soñar, Seong! —Su tono se elevó de momento, parecía... ¿disgustado?—. ¡No quiero ilusionarme! Mi familia jamás lo entenderá y ya estoy cansado... Prefiero... Prefiero conformarme con cantar aquí, con estar aquí... contigo. Esto es real.. y me basta.
Sin darme tiempo a responder, me dio un corto beso en los labios y subió de un salto a la pequeña plataforma redonda, al costado de la barra, donde un hombre mayor anunciaba la actuación de la noche.
Por un instante me quedé aturdida. Sin comprender por qué rayos tenía esos cambios tan bruscos de humor, y de pensar. Si tan solo un día antes me había confesado su anhelo y habíamos quedado en que lo ayudaría, por qué literalmente de la noche a la mañana había decidido «no permitirse soñar».
¡Por Dios, Min Yeongu!, ¿podrías dejar de tomar decisiones a derecha y a izquierda?... La velocidad de esta relación, el rumbo de tu carrera... ¿Qué será lo próximo?, ¿de qué color debemos teñirnos el cabello?
No niego que por un rato me sentí bastante perturbada, mas opté por no prestarle atención a los pensamientos que me aturdían y centrarme en la canción que mi novio había compuesto para mí. Tampoco quise darle mucha importancia a sus locuras. Quizás, solo tenía un poco de miedo a que su música no fuera tan buena. Lo normal. Sin embargo, cuando al fin pude volver a la realidad y disfrutar de su interpretación, confirmé que sus miedos no tenían fundamento.
¡Mi rapero era buenísimo!
Su rap era impecable y su letra, fresca y desenfadada, me hizo olvidar por completo todo el revoltijo de pensamientos que me agobiaba. El estilo de música siempre me había gustado, pero ahora que me habían dedicado una, me gustaba el doble. Lo observé rebozante de alegría y me levanté a aplaudir como fan apasionada cuando hubo terminado. Sin embargo, toda mi dicha se esfumó cuando lo vi bajar del escenario y hablar de nuevo con el chico de antes.
¿Por qué? Porque lo cierto era que la que tenía miedo era yo. Desde que me había dado aquella respuesta, tan insegura como llena de esperanzas: «Si compitiera... y ganara».
¡Ja, era obvio que ganaría! Se iría. Sería el mejor rapero de toda Corea. Yo misma lo predije...
Seong, olvidas la primera parte: «¡si compitiera!», mas aseguró que ni siquiera participaría en las audiciones... Que no debías preocuparte.
¡Ay, grillo...! No sabes como me gustaría creerle.
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