07

  12.55 am

No sabría explicar qué estaba sintiendo mi cuerpo con Yeongu tan cerca. Era muchísimo más intenso que en la mañana anterior. No sé si por ser de noche o por la adrenalina de estar juntos en mi habitación. No quería que se marchara, aunque eso implicara que en cualquier momento me derritiera entre sus brazos. No logro encontrar la causa de cómo hacía que mi cuerpo pasara de sólido a líquido en tan poco tiempo. Quizás, fuera lo más parecido a la fusión que estudiamos en Física y Química: Él tenía en sus ojos la temperatura justa para fundir mi témpano de hielo...

Yeongu me abrazó con fuerza, pero no como papá, fue algo más cómplice, más profundo, más íntimo. Estaba tan feliz de que estuviera allí. De que se hubiese saltado el muro solo Dios sabe cómo, evitado a los guardaespaldas, escalado al primer piso y, abierto la ventana que juraría que era imposible abrir desde afuera, que ni me di cuenta de cuando salieron de mi boca aquellas palabras:

—Quédate —dije bajito, insegura—. Carpe diem —continué al ver su extraña mueca de decepción que provocó en mí una pequeña sonrisa, igual que la primera vez que la vi—. Es una frase en latín que significa...

—Vive el momento —interrumpió acariciando mi rostro—. Sé lo que significa, lo que no sé es qué intentas decir con eso.

—Pues... eso mismo —me atreví a afirmar con un poco más de confianza—. Imagino que si tenías tantas ganas de verme, no te conformes con solo unos minutos. No después de haber pasado por tantos apuros para llegar hasta aquí, como estoy segura de que pasaste. Yo no lo haría si estuviera en tu lugar y me decepcionaría que fueras tan poco ambicioso, Min Yeongu —terminé diciendo con mis ojos fijos en los suyos...

—Pequeña, no creo que estés consciente de lo que me estás pidiendo —murmuró pensativo, incrédulo diría yo.

Mas a esas alturas ya estaba completamente convencida de lo que quería y quería que no se fuera, costara lo que costara. No sabía cuánto lo necesitaba hasta que lo vi. No sabía cuánto lo había extrañado en realidad hasta que me abrazó. Y no hubiese tenido el valor de pedírle que se quedara si no hubiese visto ese brillo que emanaba de sus orbes oscuras. Ese deseo que delataba que tampoco se quería marchar.

—Sé muy bien lo que estoy pidiendo —afirmé—, no tengo problemas de memoria, ni cognitivos, ni ninguna otra discapacidad que imposibilite mi cordura.

¿Segura, Seong? Yo creo que no estas en tus cabales ahora mismo.

¡Shhh, cállate, grillo!

—¿Y la herida de tu cabeza? —indagó con cierto cinismo—. Sigo pensando que afectó más de lo que imaginas.

—No lo creo... O pensándolo bien, si te hace sentir mejor... ¡echémosle la culpa a eso!

Y diciendo esto, entrelacé mis manos por detrás de su nuca y lo jalé hacia mí. Besé sus labios, me arrojé al precipicio de placer de su boca e intente maniobras arriesgadas que sin dudas, por la intensidad de su respuesta, obtuvieron buena calificación de parte del maestro. Aún así, se propuso resistirse. Era evidente que no se dejaría vencer tan fácil por aquella «chiquilla loca». Pero lo que Min Yeongu no sabía, era que en cuestiones de determinación, nadie le ganaba a los Kang.

Mis manos se dirigieron a las suyas suspendidas en el aire, su manera no muy convincente de fingir que no estaba de acuerdo con mi «ataque». Las llevé a mis caderas sin dejar de besarlo y sentí su apretón desesperado, frenético, como último recurso de su inútil defensa. Mi corazón se aceleró a velocidad indescriptible cuando me cargó en su cintura, para después tambalearse hasta mi cama, donde rebotamos por el torpe impulso al caer, sacandonos una suave carcajada que ahogamos al instante con nuestros besos. Yo comencé, pero era de esperar que él no tardaría en hacerse con el control. ¡¿Y cómo oponerme?!, si tenerlo así, ten cerca de mí, era sencillamente maravilloso.

Sus manos recorrieron mi cuerpo por encima de la ropa, con fervor, pero a la vez con ternura. No sabría explicar la sensacion... Algo así como la mezcla entre un gatito salvaje y un león doméstico. Su lengua salió de mi boca y cerré los ojos para disfrutar de las sensaciones que me provocó al bajar por mi cuello, mandando aquellos corrientazos que tanto me estremecían y tanto me extasiaban.

¡Seong, por favor, reacciona, esto no está bien!

¡Que no molestes, grillo! ¿No que las decisiones las tomaba yo?

¡Ya para con eso! Si las estas tomando mal, es mi deber advertirte.

Yeongu se apartó y abrí los ojos al instante. Interrumpiendo mi conversación interna. Tratando de regular mi respiración, de encontrar mi voz para preguntarle por qué se detenía. ¿Pensaba acaso dejarme a medias de aquel frenesí? ¿Tendría el grillo razón y debía parar? ¿Sería esta una señal para detenerme o hasta qué punto estaba dispuesta a seguir con aquella locura? Las dudas me invadieron en medio de aquel inesperado distanciamiento, pero entonces, Yeongu se recostó a mi lado y comenzó juguetear con lentitud con los botones de mi blusa, mientras con su otra mano hacía lo mismo con mi flequillo.

¿En serio quieres esto, Seong?, persistió el grillo.

A ver, insecto fastidioso, no es algo en lo que me haya dado tiempo a pensar. No está en «mi lista de cosas que debo hacer antes de navidad» ni mucho menos, pero... digamos que soy muy de improvisar y si la oportunidad se ha presentado literalmente en mi ventana, no seré yo quien la rechace.

¡A mala hora gané tanta confianza!

Dicen que la inseguridad es la única que nos permite estar alertas ante cualquier riesgo. Que una pequeña dosis de dudas, siempre va bien para obligarnos a ser prudentes. ¡Ah!, pero la niña perdió la sensatez cuando se sentó en los muslos de «cierto felino nocturno». Y ya sabemos que «no hay ser más peligroso, que un necio que se cree sabio». Sin embargo, necia se me quedó corto: ¡esquizofrénica sería el calificativo correcto después de lo que hice a continuación!

—Yeongu..., te quiero —suspiré más que hablé, pero estoy segura de que estando tan cerca, me escuchó perfectamente.

Él solo me miró, no dijo nada y siguió con lo que estaba haciendo, sigiloso, como el mejor de los gatos.

¡¿Pero qué rayos fue eso, niña idiota?!

No sé... ¿Te acuerdas de mi cordura? ¿Esa que supuestamente nada imposibilitaría? Pues... creo que se fué volando para siempre en medio de un torbellino rumbo al reino de Oz.

¡¿Cómo pudiste hacer algo así, Seong?! ¡Ni veinticuatro horas! Ni siquiera han pasado veinticuatro horas desde que te pidió ser su novia, ¡pero tú ya lo quieres! ¡Joder! Una cosa es que estés dispuesta a entregartele a prácticamente un desconocido y otra muy distinta, decirle que lo quieres. ¿Pero tú estas tonta o qué?... Es que no sé ni para que pregunto, es obvio que sí.

¡Pero bueno, ya! Es evidente que no escuchó, deja el drama.

¿Drama? ¡Ahora estoy el doble de preocupada! ¿Significa eso que no tienes intenciones de parar esta locura?

Grillo, no soy tan inconsecuente como piensas... Quiero parar, de verdad... Sin embargo, presiento que de nada servirán mis débiles frenos púdicos si Yeongu continúa besándome con tanta pasión... Su boca se ha tornado tan húmeda, tan caliente, tan jugosa, que se me está haciendo realmente difícil rechazarla.

Como si de verdad te fuera a creer que te estas resistiendo. ¡Que estoy dentro de ti, Seong! Sé perfectamente lo que haces y lo que sientes y... ¡Y haz lo que quieras! Al final es tu decisión, ya lo dije. Solo espero que no te arrepientas.

Yeongu me levantó un poco, sin dejar de besarme. Me sentó en la cama, apretando fuerte sus muslos contra mis caderas y equilibrando así mi cuerpo que, siendo sincera, temblaba un poco. El muy condenado sonrió demasiado sexy, sin duda, mis reacciones lo divertían. En otro momento su descaro me habría molestado, si no fuera porque «otra» fue la sensación que se apoderó de mis receptores. Yeongu se volvió a detener. Recorrió mi cuerpo con su mirada, lento, al detalle y sus dedos acariciaron mis labios con suavidad. Mas de pronto, el fuego que hasta ese instante desprendían sus manos y quemaba mi piel, comenzó a apagarse.

¿Por qué comenzó a apagarse?! ¿Por qué no continuaba? ¿Acaso no le gustaba lo que veía?

—Seong, princesa —dijo al fin en tono angustiado y lo miré aturdida. ¿Qué carajos le pasaba?—. No creas que no quiero esto. —No lo parecía—. Me estoy muriendo por tenerte. —¿Qué se lo impedía? —. Por hacerte mía... —¡Y yo porque lo hiciera!—. Y asegurarme de que jamás te arrepientas. —Nunca me he arrepentido de nada en mi vida—. Pero sé que te arrepentirás.

—¡Que no! —grité desesperada—, jamás podría arrepentirme de que seas... —Un tierno beso me hizo callar.

—No hablo de mí, sino del momento. No quiero que apresuremos las cosas. Tenemos todo el tiempo del mundo.

—¿En serio me estas diciendo esto ahora?

La ira comenzó a crecer en mi interior. ¿De verdad me quedaría sin nada? ¿Después de haber discutido con el grillo y darle todo un sermón de «no hay que desaprovechar las oportunidades»? ¿Después de todo lo que me había costado mentalizarme para «llegar hasta el final»? ¡Tenía que estar bromeando!

—Perdóname, sé que debí controlarme antes. Que soy el mayor y si alguien tiene que imponer un poco de sensatez, soy yo, pero...

—¡A buena hora se te ocurrió ser un adulto responsable! —espeté empujándolo y levantándome tan enojada que estaba a punto de llorar.

—¡Seong, espera, por favor! —Corrió hacia mí y tomó mi rostro que ya pasaba del simple rojo, producto del bochorno—. ¡Mírame, por Dios, no me hagas esto! No me hagas sentir culpable por hacer las cosas bien.

Alcé mis ojos cristalizados, con un nudo apretando mi garganta. Con ganas de abofetearlo, de arañarlo, de lanzarlo por la ventana. Tenía tanta rabia, tanta impotencia, que no me dejaba pensar con claridad.

—¿A qué llamas tú «hacer las cosas bien»? —gruñí entre dientes—. ¡No hemos hecho absolutamente nada! ¡Ni bien, ni mal!

—¿Y crees que ha sido fácil contenerme?

—Se te ve muy sereno.

—¡No, Seong! Es lo más difícil que me ha tocado hacer, pero no quiero que las cosas sean así. Quiero darte más. Quiero que tu primera vez sea inolvidable... Porque será tu primera vez, ¿no? —Asentí apenas, con mucha más vergüenza si eso era posible, pero extrañamente más calmada—. No vine aquí con eso en mente, te lo juro. Aunque sí soy culpable por no medir las consecuencias. —Tomó mis manos y las besó con tanta ternura, que consiguió desarmarme—. Era lógico que algo como esto podría pasar, pero me dejé llevar por las ganas tan grandes que tenía de verte. No soy una persona que actúa sin pensar... ¡Dios, no tenía que haber venido! —chilló al tiempo que me soltaba y pude sentir la angustia que le estaba causando aquella situación—. Si ya sabía que no iba a poder asumir mi papel de hombre, ¡¿a qué rayos vine?!

—No, espera, eso no —intervine porque de verdad creía que no se merecía cargar con todas las culpas—. Has hecho muy bien tu papel de hombre. Tú solo querías verme con la más pura intensión y yo fui quien te incitó a perder el control. No debí presionarte... Ahora si debo parecerte una chiquilla tonta... —Tuve que evitar su mirada ya que amenazaba con dejarme sin habla—. ¡Una niña estúpida y caprichosa!

—No, jamás pensaría eso de ti... Es que... me di cuenta de que una de las pocas cosas que puedo regalarte es... tu primera vez y... no quiero tomármelo a la ligera. Quiero que sea algo genuino, sin forzar, ¿me entiendes? —Fruncí el ceño confusa y él volvió a tomar mi rostro para mirarme a los ojos—. Te prometo que cuando suceda... será perfecto. Primero que todo, en otro lugar. Uno en el que puedas gritar, reír, pegarme si te da la gana. Sin temor a que nadie nos descubra... o nos interrumpa...

Me abrazó con fuerza y no pude rechazarlo. A pesar de que sus argumentos me resultaban insuficientes, intenté entenderlo. Quizás no compartía del todo su opinión, sin embargo, ahora que el fogaje en mi cuerpo había bajado y podía razonar un poco, en una cosa si estaba de acuerdo: definitivamente mi habitación al lado de la de mis padres, no era el lugar más propicio para perder mi virginidad.

—¿En serio que no es por otra cosa? —pregunté titubeante. Todavía me quedaban dudas de que hubiese escuchado el bombazo que dije, que desde tiempos ancestrales se conocía como «el repele hombres» más eficaz—. ¿No será por algo que escuchaste o...?

—Seong... —me interrumpió al tiempo que acariciaba mis mejillas—. No es por nada más, te lo juro.

Parecía sincero y la verdad, ya no creía que me hubiese escuchado. Se hubiese lanzado por la ventana en lugar de estar todavía ahí. Es típico de los hombres, ¿no? No les gusta cuando las mujeres son demasiado expresivas o cuando las cosas van muy rápido. A no ser que...

¿A no ser que...?

A no ser que sientan lo mismo...

Seong, eso no va a pasar. Bájate de esa nube, por favor.

Esta bien, pero volvemos al plan inicial.

¿Es absolutamente necesario? Creo que el peligro no se ha ido. Yeongu está firme en su decisión ahora, pero no sabemos cómo estará dentro de un rato.

Escucha, grillo, una cosa es que esté dispuesta a no perder «mi inocencia» esta noche y otra muy distinta es que deje a Yeongu marchar. Dije que no saldría de esta habitación ¡y no saldrá!

¡Obstinada la niña!

Lo tomaré como un cumplido.

—Entonces, ¿te quedarás? —indagué haciendo uso de mi puchero más provocador.

—¡Seong! —remarcó sonriendo pícaro—, ¿escuchaste algo de lo que dije?

—Claro... Y no me quedan dudas de que superarás todas las expectativas de mi primera vez... No pienso seducirte más ni hacerte caer en «tentaciones». Prometo portarme bien. Solo quédate.

Por un tiempo estuvo sin decir nada. Se veía tan gracioso meditando. Desde luejo la reiterada petición lo había tomado por sorpresa. Nadie se espera nunca que sea tan terca.

—¿De verdad que te comportarás? —preguntó al fin y sonreí triunfante.

—No puedo darte una seguridad absoluta, pero... suelo dormirme rápido, si eso te sirve.

No pudo evitar su media sonrisa y resignado, dió un tierno beso en mi frente para después cargarme y llevarme de vuelta a la cama. Me tapó con la sábana, me arropó bien, cuidando de que ningún tramo de mi piel por pequeño que fuera, quedará expuesto y luego, se recostó a mi lado. Me abrazó por detrás, por encima de aquella fina barrera de tela que había creado entre nosotros y besó mi coronilla, el único lugar de mí que quedaba desprotegido. El único «inofensivo» también. Tal vez, esa era su manera de cerciorarse de que nuestras pieles no tuvieran contacto; de que de verdad yo no pudiera influenciar en su comportamiento ni su decisión.

¡No es tierno!

—A dormir, chiquita —susurró muy cerca de mi oído, como una canción de cuna, y me sentí el ser más feliz de la tierra—, y... si te escuché. —¡Aaah!—. No importa si parece irreal o... precipitado..., también te quiero.

¡Qué dices a eso, grillo!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top