05

10.20 am
                         

—Pensé que no vendrías —me dijo, al tiempo que se acomodaba un cigarrillo en los labios.


—¡No hagas eso! —grité arrancándoselo de un tirón y arrojandolo al río, ganándome una temible mirada por su parte.

—¿Se puede saber por qué rayos hiciste eso?

Suspiré profundo y mordí mis labios intentando buscar una respuesta coherente, pero nada parecía ser lo suficiente bueno. No podía entender en qué clase de hipócrita me había convertido. Con qué moral me atrevería a reprocharle, si tan solo tres semanas antes me moría por probar uno de esos...

—Es que... tienes... tienes un aliento natural muy fresco y... eso te hará perderlo —balbuceé, con la esperanza de aplacar la ira de su ceja levantada.

—¡Ah!... —Rio a carcajadas y lo imité, embobecida por el perfecto blanco mate de sus dientes—. No es tan natural como imaginas... ¿A qué crees que huele? —cuestionó en tono divertido relajando la conversación y, también, sin que supiera, los latidos de mi corazón.

¿O sí sabía?

La verdad tenía dudas de si se había dado cuenta ya de que estaba algo así como «esquizofrénica perdida», alucinando con una vida juntos.

—No sé bien —comenté, intentando traer a mi memoria el momento justo en que lo había sentido por primera vez. Cerré mis ojos y los recuerdos se hicieron más nítidos—. Es algo... cítrico... y raro. Sé que lo he olido antes, pero...

—Déjame refrescarte la memoria...

No estoy segura de si fue eso lo que dijo ya que en el momento en que sentí un tenue roce en mis labios, mis demás sentidos se negaron a funcionar. Aunque fue casi impersectible, podría jurar que había sido su boca lo que chocó con la mía, pero también, dado mi historial de sueños con Yeongu, no me extrañaría que solo fuera producto de mi imaginación. Sin embargo, un segundo contacto más prolongado me convenció de que no estaba tan loca.

¡Eran sus labios! No había nadie más allí.

Los presionó con suavidad contra los míos, para luego dar un pequeño mordisco en mi labio inferior. Pequeño, como el que darías al cachete de un bebé. No me atreví a abrir los ojos y estaba completamente segura de que nadie en su sano juicio lo haría.

¡Qué vergüenza, tampoco sé besar!, recordé, una vez más, demasiado tarde.

¡Pero ¿qué rayos?, no sé hacer nada! Sólo tengo diesiseis. Unos diesiseis muy sanos, la verdad. Por eso de que no me interesaba el amor ni ningun otro «pecado capital»... Hasta que conocí a Min Yeongu.

¿Y ahora qué hago?

¡Tranquila, Seong, si hay que besar, se besa!, afirmó la loquilla en mi cabeza que, ya empezaba a gustarme un poco más, y recordé el consejo que siempre daba el profesor de deportes al comenzar cada clase: «Imita los movimientos del maestro».

Jamás hubiese creído que algo como eso podría servirme en esta situación, pero siempre se me había dado bien «imitar», aprender y, después de todo, me moría por las clases de este maestro. Así que intenté seguirle el ritmo a lo que fuera que estuviera haciendo.

La temperatura comenzó a subir, lo juro, no sé cómo fuimos a parar a la orilla de un volcán. Sentí su mano sobre mi rostro, a estas alturas ya mis sentidos habían resucitado. ¡Gracias a Dios!, o hubiera sido un sacrilegio contra mi anatomía no poder disfrutar de todas esas maravillas sensitivas. Su otra mano rodeó mi cintura para jalarme hacia él, con fuerza. No sé por qué tan rudo, yo no pensaba ir a ningún lado. Su boca inundó la mía, se la tragó cual tiburón a un indefenso pez payaso y volvió a soltarla. Su lengua invadió mi espacio sin pedir permiso, danzaba dentro de mí, haciendome cosquillas en el paladar... O no eran conquillas, quizás... ¿otro corrientazo?

¡Que viva la silla eléctrica!

Mordió mi lengua, ya no tan suave, claramente sabía que había pasado la etapa del bebé. Jadeé, pero no de dolor, aunque no sabría qué palabra le iría bien. Tal vez, ¿placer, gozo, deleite, pura satisfacción...?

¡Era una jodida delicia aquella boca con sabor a mandarinas!

¡Claro, mandarinas!

¡Eso era! Amo los cítricos, ¿cómo se me pudo pasar?
 
Para terminar, aunque yo no hubiese querido, volvió a morder mis labios y se quedó unos segundos allí, subsionandolos. ¡Que manía de morder tiene! ¿Quizás cree que también soy una mandarina? No es que me esté quejando... Se apartó por un momento, imagino que esperando a que abriera los ojos, pero ¿qué crees?, no tenía ningún interés en que aquel exquisito acto de vandalismo contra mi boca, cesara. Entonces me volvió a besar, suave y tierno, como al inicio y besó mis ojos cerrados después. Creo que se entendía que debía abrirlos ya. Suspiré resignada y lo hice, solo para ver una media sonrisa coqueta y unos ojos pestañeando impacientes a la espera de algún tipo de comentario, o al menos, esa fue la impresión que me dio.

¿Qué digo?

No creo que sea absolutamente necesario que digas algo.

Él continuba mirándome sin decir palabra y ya me estaba poniendo nerviosa... Habíamos vuelto a la orilla del río así que en última instancia, podía tirarme de cabeza en él. Segundos después, que parecieron una eternidad, rompió el silencio. ¿Para mi salvación o mi condena?

Ya veremos...

—Seong... Tienes el nombre más hermoso que he escuchado en mi vida.

No que era muy masculino.

—¿Sabes? —Inesperadamente acarició mi cabello y dejó su mano entrelazada en ellos, como si estuviera apapachando a una mascota—. Me gusta mucho la música. Es lo único que me hacía sentir útil y libre al mismo tiempo... hasta que te conocí... Tú... Tú me haces sentir igual que la música, Seong... Tú... me gustas.

Ok, buen momento para tirarte al río.

¡Tírate, bendita niña malcriada!

¡Te vas a arrepentir si no lo haces!

Cómo quisiera viajar al futuro y saber si lo que me gritaba aquella insufrible vocecilla, era verdad, pero no puedo, nadie puede. Todo sería muy diferente si existieran los viajes en el tiempo, ¿no? ¡Cuántos desengaños y tristezas se hubiera ahorrado la humanidad! Sin embargo, debemos seguir a ciegas nuestro camino y aunque en aquel momento no me había dado cuenta..., creo que ya había tomado la decisión de hacia dónde iría.
  
—¿Te... gusto? —pregunté con demasiado miedo.

—Sí, me gustas —repitió sin titubear, seguro percibiendo mi necesidad de corroborar que aquello estaba sucediendo en realidad—. Sé que acabas de cumplir diesiseis y yo solo tengo un año más. Técnicamente ni siquiera deberíamos estar pensando en algo como las relaciones, pero ¿qué quieres que le haga? Bastan solo ocho segundos para enamorarse...

¡Oh, también se sabía el dato...! Aunque sé que continuaba hablando, sus palabras se me perdieron por un momento. Tal vez, porque todavía estaba tan ensimismada, intentando retener las extraordinarias sensaciones que me había provocado, que era incapaz de concentrarme en el presente. Y también, porque ya sabes de mi problema de sobredosis de silencio cuando estoy a su lado.

—Yo no tenía interés en que esto pasara, solo sucedió... Y ahora necesito saber si tú... ¿Me estás escuchando, Seong? —Asentí apenas y prosiguió—. Lo que quiero decir es que nunca conocí a alguien como tú... o como yo... No sé bien... ¿como los gatos? Siento que es precipitado, pero podría funcionar. Aunque me hayas golpeado, aunque me hayas amenazado para...

—¡No iba a enviarte a la cárcel! ¡De verdad, no iba a hacerlo! Solo...

—Lo sé —admitió, con una pequeña sonrisa que me desarmó—, pero no puedo negar que sin esa amenaza, jamás hubiese ido a tu fiesta y... jamás te hubiese pedido que nos encontráramos hoy.

—Ah... claro. —Bajé mi cabeza avergonzada y triste—. Te sentiste obligado y por eso...

—¡No! —me interrumpió con rapidez—. No me malinterpretes, quería ir. Solo que nunca habría tenido el valor. Me pareció bastante ingenioso y realmente no lo tomé como una amenaza, sino como la puerta que me permitiría verte otra vez... —Se detuvo por un momento y me atreví a mirarlo de nuevo a sus ojos marrones—. Nunca antes había sentido la necesidad de estar tan cerca de alguien. Al principio pensé que era empatía, que estaba preocupado por saber cómo estabas después de casi morir aquella mañana en el río. Suponía que era lo normal, que después de verte sobre aquel charco de sangre cualquiera tendría miedo y, cualquiera se sentiría con cargo de conciencia, con ganas de protegerte... Pero no, los días seguían pasando y mi necesidad de verte, de saber que estabas bien, de estar cerca de ti... no cesaban.

—¿Me creerías si te dijera que sentí exactamente lo mismo? —No sé cómo fui capaz de hablar, pero las palabras se sintieron liberadoras, correctas.

—¿En serio?

—¿De dónde crees que saqué el valor para «amenazarte»? Tenía tantas ganas de volver a verte, que sentía que debía hacer hasta lo imposible para que fueras a mi fiesta. Sé que no fue la mejor manera, pero aunque me avergüence decirlo... es la única que conozco.

—Me alegra que lo hicieras... aunque fuera «a tu manera».

Su hermosa sonrisa se amplió y yo sentí que mi corazón se quería salir de mi pecho.

—Te aviso que soy un poco loco. Completamente alterable por las circunstancias o incluso... el clima. No tengo mucho que ofrecerte y ya vi que no lo necesitas. Te prometo que no fumo más y que intentaré encontrar algo de esa elegancia que tanto le gusta a tu padre. Puedo hacerlo, pero Seong, solo quiero... solo necesito que me respondas. No tiene que ser ahora, pero por favor no demores mucho. Nadie me había dicho nunca que me quería en algún lugar... y tú... tú me quisiste en tu fiesta... ¡A mí!, como tu único invitado en aquella «farza de mierda». Y yo también quiero que estés en la farza que es mi vida. Lo único real y tangible que tendría después de la música. Con la diferencia de que no sería una fiesta de un solo día, sino un evento que me encargaré de que dure por mucho tiempo... ¿Estarías dispuesta? ¿Querrías... querrías ser mi novia, Seong?

Y aquí es cuando debí hablar... o lanzarme al río. ¡Pero no!, ni lo uno, ni lo otro: va la niña y le planta un beso en toda la mejilla. ¡Ni siquiera en la boca! ¡Qué patética! Toda una declaración cursi, lo más «rosita» posible y yo solo lo beso en la mejilla.

Lo bueno es que este Min Yeongu era más inteligente de lo que yo creía. Buenísimo con las manos y mucho más con la boca, pero además, parecía tener un oído absoluto y fue capaz de escuchar a la perfección, incluso, los sonidos que no se habían atrevido a salir de mis labios. Así que selló mi respuesta dandole uso a sus buenas «dotes linguales». Esta vez, nada de suavidad, sino lo más intenso y pasional que pudiera ser un beso.

Creo que irá rompiendo su propio récord con facilidad. De todas formas, no tengo cómo comparar. Para mí todo es nuevo y exquisito.

Después de separase, aunque repito, no hubiese querido, no me importaba el «pequeñísimo» detalle de tener que respirar para vivir, me lanzó otra de sus miradas de gatito de Shrek junto a esa media sonrisa que me hacía querer morderle los labios y quizás... ¿algo más? No sé qué sea, pero definitivamente, morderlo podría ser mi nueva necesidad.

Supongo que es un «sí» —ironizó con picardía y después de hacerme un guiño, se bajó de la piedra.

De nuevo me extendió su mano y cuando pensé que me ayudaría a bajar de la manera normal, o sea «tú te tiras y yo me encargo de agarrarte fuerte de la mano para frenarte antes de que te estampes contra el piso»; me tomó de la cintura y me cargó en la suya para luego depositarme en el suelo con tanta destreza y rapidez, que no me dio tiempo a disfrutarlo.

¡Joder, quería disfrutarlo! 

—¿Te acompaño a casa? —La ternura en su mirada era desmedida y yo solo pensaba en cómo sería perderme en ella para siempre—. ¿Seong?

—¿Uhm?

—¿Que si quieres que te acompañe a casa?

—Ah, sí. ¡Sí quiero! —respondí con el mismo ímpetu que si hubiésemos estado ya en nuestra boda y el cura hubiese dicho el típico: «Aceptas a este hombre para amarlo y respetarlo en la salud y en la enfermedad. En la pobreza y en la riqueza...»

Yeongu sonrió de nuevo, pasó su brazo por encima de mi hombro y comenzamos a caminar rumbo a la colina. Yo estaba como en las nubes, todavía con dudas de la veracidad de aquel encuentro. Me parecía tan idílico, tan irreal, que creía que en cualquier momento despertaría de mi sueño y toda mi felicidad se desvanecería cruelmente como neblina ante mis ojos. Tenía tanto miedo que me aferré fuerte a su brazo, tocándolo, sintiéndolo, cersiorándome de que estaba ahí; que no se iría tan fugaz como había llegado, dejándo una estela de tristeza indescriptible.

¡Por Dios, Seong, bájale dos rayitas a tu drama!

¡Lo siento! Sé que es demasiado, pero es lo que pasa con una persona que no cree en el amor, cuando al fin lo deja entrar en su vida: Se vuelve dependiente de él y se olvida de lo que era antes de que llegara.

Después de varios minutos caminando en silencio, recordé una de las cosas que tanto quería saber de él. No perdía nada con preguntar, así que me aventuré.

—¿Por qué llorabas aquel día... en el hospital? —Se detuvo en seco y me miró de nuevo, con aquella profundidad que intimidaba—. No es que te creyera un insensible desalmado al que no le afectó lo de mi accidente, sino que me pareció que... no fue solo por eso.

—Tu accidente fue la gota que colmó el vaso. —Relajó un poco su rostro con una media sonrisa y continuó hablando—. Ya te dije que me encanta la música, que vivo por ella..., pero mi familia no me apoya. La noche anterior habíamos discutido porque quería ir a una audición para raperos y ellos no me dejaron. Todo era un caos en casa y me fui a tomar aire, a poner en orden mis pensamientos. Cuando me vine a dar cuenta ya había amanecido y una «chiquilla tonta» caminaba arrastrando los pies por la orilla del río. Contaminando todo a su paso con las cosas que caían de su mochila abierta: lápices, fosforera... y un libro...

La manera en la que me miró después me hizo desear ser un hada madrina. Tener el poder de cumplir todos sus sueños, ser capaz de hacer lo que fuera necesario para verlo feliz.

—¡Yo si te apoyaré! —grité como loca y él se sorprendió de mi excesiva efusividad—. ¡Te apoyaré siempre! Y sé que llegarás a ser el mejor rapero de todo Daegu. ¡No!, de toda Corea!

—¡Chiquilla loca! —exclamó riendo a carcajadas y desordenando mi cabello— ¿Qué eres, un oráculo?

—Soy buena para predecir estas cosas. ¡Serás grande Min Yeongu, te lo aseguro!

Volvió a reír, contagiandome su alegría y ambos seguimos caminando. Por supuesto que no me había creído. Era de esperar que dudara de mis palabras cuando a leguas se veía que dudaba hasta de sí mismo, pero estaba segura de que no me equivocaba con él. Yeongu debía tener un gran talento. Alguien que hablaba tan bonito debía cantar muchísimo mejor, ¿cierto? Me sentí tan feliz de al fin poder ser útil para alguien que deseé de nuevo con todas mis fuerzas ayudarlo a cumplir sus sueños. Quería apoyarlo, complacerlo, convertirme en su musa, en su canción, pero la atormentante vocecita otra vez opacó mi felicidad:

¡Ten cuidado, Seong! Todo deseo conlleva un precio y, a menudo, suele ser demasiado alto.

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