04

El día del permiso.

                Domingo 18 de julio de 2010
  6.30 am

¡No he dormido nada!

Mi mente es un desorden de ideas y por mucho que pienso, no puedo encontrar la forma de que mi padre me quite el castigo.

Sí, ¡estoy castigada!

Y no, no es que me portara mal, al contrario, la noche terminó mejor que nunca. En comparación con los escándalos de otros años, esta velada ha sido la más pasiva de nuestras vidas. No podré olvidar las caras de decepción de mis compañeros de clase, y de mis primos, que de seguro perdieron mucho dinero en sus apuestas. Qué mal me sabe por ellos. ¡Mentira, que se jodan!

Y es que ni ganas tenía de armar una de mis rabietas y aumentar el capital de aquella tribu de oportunistas. Ni antes de que Yeongu llegara, ni mucho menos después. De hecho, su visita a parte de sin habla, me dejó también sin neuronas. No cuando llegó, (que tambien) sino justo antes de que se marchara, al hacerme una petición que jamás hubiera esperado...

—¿A-a mí? —le pregunté con voz entrecortada.

—Pues claro —afirmó despreocupado, como si fuéramos amigos de toda la vida—. ¿A quién va a ser? Te encontré... «a ti».

—Eso no es cierto. Yo no me he perdido, no puedes... «encontrarme». —Sonreí nerviosa. No atinaba a decir nada coherente.

—Uno no solo encuentra lo que está perdido. A veces... también encuentra lo que necesita para no perderse a sí mismo.

No quería ni podía refutar su filosofía. Preferí continuar disfrutando de su compañía, que me parecía un sueño, mientras no parábamos de bailar o lo que fuera que estuviésemos haciendo. Al fin, la música se detuvo y con ella nosotros. Pensé que se apartaría, pero en su lugar, acentuó su mano en mi cintura provocando que no pudiéramos separarnos ni un centímetro. Me miró con una intensidad que quemaba, que intimidaba, que escrutaba hasta lo más profundo de mí como si quisiera descubrir mis más oscuros secretos y, solo cuando los invitados comenzaron a abandonar la pista, se acercó nuevamente a mi oído. 

—Mañana a las diez, en donde nos conocimos —susurró rosando el lóbulo de mi oreja y provocando en mí, el primer corrientaso de mi vida.

¡Por Dios! ¿Eso sería lo que sentían los enfermos mentales cuando les daban electroshock?

No sé de qué se quejan, no es para nada malo.

Sin esperar respuesta, aunque no tengo idea de lo que podría haber dicho ante aquella petición, se apartó dándome una sonrisa hermosa. ¡Qué digo su sonrisa, todo en él era una maldita obra de arte no descubierta por la humanidad!

¡Controlarte, Seong!, aconsejó con rapidez aquella vocecilla en mi interior.

¡Uy, no!, demasiado tarde para el control, mi querida amiga. Que no sé quién seas, pero como parece que no piensas irte, ya es hora de darte la bienvenida.

Yeongu me hizo un guiño y se marchó... Así, sin más, y yo quedé en medio del salón sin poder despegar los pies del suelo, aun cuando mi padre me estaba llamando para que mintiera, ¡digo! «agradeciera» a los invitados por venir...

Como te contaba, la fiesta terminó sin contratiempos, pero no me libré del castigo por desobedecer a papá. Y ahora estoy en la mayor encrucijada de mi corta vida: ¿Cómo podré ir al encuentro con Yeongu si tengi que estar encerrada en mi habitación hasta el siglo que viene?

¡Y es que fue imposible dialogar con Hanjung!, aunque intenté explicarle mil veces que ya no era una niña a la que podía castigar a su antojo. Aunque me arrodillé y le rogué que me diera otra oportunidad, simplemente determinó que no me la merecía. Era de esperar que tuviera sus dudas, uno no madura de la noche a la mañana solo porque haya cumplido diesiseis, pero de ahí a castigarme sin salir una semana completa debido a una «pequeña diferencia de opiniones», me parecía demasiado.

¡Dios, ayúdame!

                                                            

8.30 am
 

—¡Mierda, parezco un panda!

La frase salió de mi boca escupiendo el espejo en el que me veía las ojeras y pude ver la expresión de susto de mi madre. Siempre me da mucha risa ya que ella jamás ha dicho una palabrota en su vida y no deja de achacarle a «mis raíces latinas» el que yo lo haga. ¡Ni que los coreanos no las dijeran!

—¡Tan temprano y ya con ese lenguaje! —espetó un tanto molesta—. ¿Alguna vez te comportarás como una señorita, Seong? —indagó aprovechando para jalar el nudo de mi cabello que cepillaba con energía, provocando un pequeño grito por mi parte...

Como mismo papá no había fallado ni un día al ponerme los zapatos, mamá tampoco lo había hecho al peinarme. Toda la familia tenía por costumbre levantarse bien temprano, aunque fuera fin de semana y durante once años, cada mañana, la primera tarea de mi madre era desenredar mi extensa y rebelde melena ondulada.

—De eso quería hablar, ma... —balbuceé con miedo, tanteando el terreno movedizo de las antiguas pero infalibles estrategias para «pedir permiso»—. Ya soy una señorita y... a las «señoritas» las dejan salir de compras...

—¿A qué señoritas?

—Pues... a todas mis amigas.

—Tú no tienes amigas, Seong.

—Sí que las tengo. En el instituto. Mis compañeras de clase. Las viste anoche en mi fiesta... Las has visto cada año.

—Ajá ¿y eso qué?

—Pues... que me invitaron a ir de compras. ¿Crees... que puedas convencer a papá para que me deje...?

—Ni lo sueñes —me interrumpió, demasiado intransigente para mi gusto.

—Pero, ma... ¿tú tampoco me darás una oportunidad? De papá lo entiendo, nunca a creído en mí, pero...

—No digas eso, tu padre te ama —interrumpió de nuevo, girando la silla del tocador para mirarme de frente—. Eres tú la que se lo pone cada vez más difícil. ¿Por qué te cuesta tanto entender que solo quiere tu bien? Ha hecho de todo, ha ido contra todos y solo...

—Y solo porque era la única hija que quería —repetí junto con ella en tono pesado—. Sí, ya lo sé. Pero ¿por qué parece cada vez que me lo está cobrando?... Siento que por el hecho de haberme adoptado, se cree con el derecho de hacer de mí una especie de maniquí a su imagen y semejanza, pero si fuera su verdadera hija...

—Seong, mi niña, eres nuestra verdadera hija.

—Entonces, ¿por qué le cuesta tanto entender que tengo opinión y vida propia? Yo no he hecho nada malo. Solo invitar a «mi» fiesta de cumpleaños a quien que me salvó de morir desangrada y sola en medio del bosque. Pero como lo odia porque se le metió en la cabeza que el chico en lugar de rescatarme, es el culpable de lo que me pasó, ni siquiera me ha dejado explicarle cómo sucedieron las cosas. ¡Date cuenta mamá! Está siendo irracional. Ha evitado el tema desde ese día. No fue capaz ni de darle las gracias...

—¡Porque tuvo miedo de perderte, Seong! Y no ganaba nada con seguir recordando un episodio tan traumático. Si el chico de verdad te salvó o no, ya pasó. ¿Qué necesidad tienes de seguir en contacto con él? Tu padre piensa que no es bueno para ti y deberías...

—¡No! No estoy obligada a pensar como quiere, ni hacer lo que quiere. ¡Entiendanlo, me adoptaron, no me compraron!! Hay una gran diferencia!

Ni yo misma creía que había dicho una cosa así. Cuando mis labios se cerraron las lágrimas de mamá amenazaron con salir. Me arrepentí en el acto, pero el daño ya estaba hecho, porque si hay algo que no puedes remediar, es la palabra dicha.

—¿Eso es lo que crees de nosotros? ¿Es así como nos ves? Tal parece que somos unos ogros.

Mi madre lanzó con fuerza el cepillo contra la cómoda y no pude evitar estremecerme. Jamás la había visto tan molesta.

—No, ma, no quise decir eso... yo... — Comencé a hablar pero no encontraba las palabras correctas.

En mi interior, justo así los veía y eso me dificultaba disculparme. Nunca pensé que lo diría en voz alta..., pero lo hice. Es lo que tiene guardar un mal sentimiento por tantos años. Si me hubiese desahogado antes, tal vez las cosas hubiesen sido distintas. Al menos, les habría dado la oportunidad de replantearse «su papel de padres». Aunque no podría recriminarles mucho, yo tampoco había hecho bien mi papel de hija.

—No te preocupes —dijo después de suspirar profundo—. Si eso es lo que quieres, no te diremos qué hacer nunca más. Puedes irte... ya no estás castigada.

Y ahí estaba de nuevo esa mirada, ya no a medias, sino completamente cansada. Al parecer llené su copa, que no era muy grande que digamos. Al menos, no para mí, conmigo nunca se había quedado callada. No sabía si eso era bueno o malo. No tenía idea de las consecuencias que esto podría traerme, pero por el momento, me había dado la vía de escape que necesitaba. Ya lo dije, Min Yeongu me desestabilizó mi mundo, mis creencias y hasta mi actividad cerebral. No podía pensar en nada más que en ir a su encuentro: estar cerca de él, estar con él. «El fin justifica los medios», es algo que he escuchado y repito como papagayo cada vez que cometo uno de «mis delitos», pero esta vez nunca debí... En serio, sentía que sería el mayor error de mi vida, pero ya no podía pararlo... o no quería.

                                                            

9.30 am

—¿A dónde cree que va, jovencita? —Escuché la temible voz de mi padre detrás de mí, más cerca de lo que estaba en realidad.

—M-ma-ma me dio... permiso —tartamudeé, mientras volteaba con visible miedo y una sonrisa altamente finjida en mi rostro.

Vamos, que no podrías engañar ni a un ciego, comentó aquella exasperante voz dentro de mí, sin que nadie la llamara a cuento.

—Es cierto, Han, déjala ir —ordenó mi madre que bajaba las escaleras con la elegancia y la calma innatas de una reina.

Aunque parecía la misma de siempre, mi padre la miró como si fuera una extraña. «¡¿Cómo se había atrevido?!», era lo que seguro se preguntaba en aquel momento. En mis once años de vivir en la mansión de la colina, mamá nunca me había dado permiso para nada, pero desde luego, nunca de los nuncas, me había quitado un castigo de los muchísimos que me impuso mi padre. Siempre creí que nada podría perturbar a aquella mujer, pero después de verla arrojar el cepillo una hora atrás, tenía mis dudas.

—¡¿De qué mierda estás hablando, Yuri?! —Alzó la voz mi padre en vista de que yo ya estaba con un pie fuera de casa.

—¡Ah no, por Dios! ¿Tú también, Han? Deja «el lenguaje a lo Seong» para hablar con tu hija o con tus empleados. No se te ocurra volver a hablarme así. —Mi madre sonó segura, como nunca en la vida la había escuchado, y eso, extrañamente me gustó.

Me hizo sentir que podría contar con ella, que después de tantos años, se convertiría en una verdadera madre a la que podría contarle mis problemas y, en la que podría buscar apoyo cuando las cosas se fueran cuesta abajo.

¿Sería posible que nuestra conversación hubiese surtido ese efecto? ¿Que en lugar de juzgarme, me hubiese comprendido?... No puedo negar que me encantaría.

—Lo-lo siento, cariño, pero es que no puedo entender cómo... Sabes... Sabes que la nena está castigada y...

—Estaba, mi amor —interrumpió mi madre con la mirada fija en papá y este me miró, quizás, esperando que me dignara a darle una explicación, pero yo solo quería seguir caminando hacia afuera—. ¿O es que no tengo ninguna autoridad sobre mi propia hija? ¿Acaso no es mía también?

—¡Claro! Claro que es tu hija también, mi vida... Solo que... nunca... Nunca habías hecho algo así sin mi consentimiento. Bueno, nunca has hecho nada sin mi consentimiento y...

Mi padre no dejaba de balbucear confuso y seguro tenía las esperanzas de que todo fuera una broma de mal gusto. Sin embargo, a pesar de su rostro cada vez más atónito, mamá me hizo un ademán indicando que me fuera. Salí casi corriendo, antes de que pudiera arrepentirse. Mas mientras bajaba las escaleras de la entrada rumbo a mi libertad, alcancé a escuchar algo que me dejó... ¿preocupada? «Tenemos que hablar, Han. La niña no está bien».

¡Tendría que haber vuelto! Tendría que haberme olvidado de Yeongu en ese momento...

¡Todavía tenía tiempo!, ¿no? Todavía había esperanzas de que no se hubiese abierto paso por la herida de mi cabeza hasta lo más profundo de mi corazón...

¡Rayos, claro que no! Ya no tengo tiempo.

Min Yeongu no solo se había metido ya en mi cavidad torácica, decir eso sería demasiado poco, sino que sentía que se había adueñado también de mis pulmones, mis grandes vasos y mi esófago. Estoy segura de que todo el funcionamiento crucial de mi anatomía dependió de él desde el mismo instante en que me salvó a la orilla del río...

¿Cuánto tarda uno en enamorarse?

Según estudios, unos estúpidos ocho segundos, respondió la insoportable vocecita.

Pues yo mido mi tiempo como me da la gana y mi récord fue un despectivo «oye», y un extraño aliento que todavía no estoy segura de a qué huele.

Sí, ya sé que no tienen relación espacio-tiempo y me acabo de inventar la teoría que lo respalda, ¡pero qué me importa! Solo sé que esas pequeñas cosas han sido las causantes del acelerado cambio en mi personalidad... Y de todo este carrucel de sentimientos que no sé cómo explicar y que gira sin frenos dentro de mi ser...

¡Dios, ¿estoy enamorada?!

10.12 am

Por mucho que corrí no pude llegar a tiempo y cuando por fin divisé el lugar, un miedo terrible me invadió. Continúe acercándome mientras temía no encontrarlo y que todo lo que había hecho para llegar hasta allí, hubiese sido en vano. Sin embargo, y para mi sorpresa, allí estaba él, sentado en «mi piedra».

¡Pero qué falta de respeto apropiarse de algo que claramente es solo mío!

Aunque tal vez, solo tal vez, podría acostumbrarme a que se apoderase de todas mis cosas.

A pesar de solo vestir unos shorts y una camiseta sencillos, se veía espectacular. Parecía la hermosa escultura del Pensador de Rodin, solo que más claro y menos musculoso, pero la esencia era la misma: una magnífica pieza digna de admirar.

—¿Esperaste mucho? —Intenté parecer calmada, pero mi respiración agitada me delató.

—¿Viniste corriendo? —cuestionó sin siquiera mirarme y, sin esperar respuesta, como parecía ser su costumbre, volvió a hablar—: Ven, sube.

Me extendió su mano como la noche anterior y esta vez no dudé ni una milésima de segundo en tomarla. Me senté a su lado y solo lo miré. Para qué intentar hablar si ya sabía que no saldrían palabras.

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