03
El día de la libertad.
Miércoles, 14 de julio de 2010
7.32 am
Desde que amaneció no dejo de replantearme mi decisión y, el silencio del señor Kim tampoco ayuda a alejar mis malos pensamientos. ¿Y si solo le pido disculpas de nuevo a Yeongu? ¿Tal vez si intento invitarlo de una manera «normal», sin amenazas, acceda a venir a mi fiesta?... Y a ser mi amigo...
No puede ser tan rencoroso, ¿o sí?
¡Oh, Dios!, tanto resistirme a ser parte de este mundo con su extrema necesidad de contacto físico, sus estereotipadas relaciones y su irresponsabilidad para demostrar afecto, ¡y mírame! Ahora mismo lo estoy mandando todo al carajo por las inexplicables e incontrolables ganas que tengo de mantener cerca a ese Moon Yeongu. ¡¿No sé qué rayos tiene de especial?! ¿Mi mismo carácter insoportable? ¿Mi superpoder de siempre ir en contra de las normas? ¿O mi incapacidad para adaptarme a los estúpidos estándares de la sociedad?
¡Pues vaya mierda!
Eso no puede bastar para que me olvide de todos mis ideales de «chica anormal» y me convierta en una más de los siete mil millones de habitantes de este mundo: sin destacar, sin sobresalir... Ahora resulta que soy una adolescente completamente normal que no tiene mayor problema que descubrir cuál es la mejor manera de convencer a un «desconocido» para que vaya a su fiesta de cumpleaños.
¡Me niego!
¡La culpa la tiene la maldita herida en la cabeza! Si no existiera esa cicatriz, todo sería como antes.
Pero, ¿qué rayos digo? ¡La culpa es mía por querer saber su nombre! Por querer volverlo a ver, por no saber definir si es dolor lo que siento en mi cabeza cada vez que pienso en él.
¡Se acabó, Seong! Vas a desterrar a ese chico de tu vida, ¡de una! Te hará daño, ¿no lo vez? Mira tan solo cómo has cambiado desde el día en que se cruzó en tu camino. ¡Tienes que alejarte de él!
8.00 am
Después de que el señor Kim me dejara en la entrada del colegio, me escabullí a la cancha de al lado. ¡Ya estaba decidido! No me interesaba complicarme la vida con salvadores, amigos... o incluso enemigos. Lo miraré directo a los ojos y le diré: «Ya no quiero que vayas a mi fiesta», así, sin explicaciones. «No quiero verte más, olvídate de mí. Y si nos encontramos algún día por la calle, cambia de acera o entonces sí que te meteré a la cárcel».
¡Uff! Espero que cuando lo tenga delante no me quede de nuevo muda.
Respiré profundo antes de abrir la portería de la cancha, entré y, ¿qué creen? ¡No estaba! Es que no sé de dónde saqué que podría estar ahí.
¡Torpe, torpe y torpe!
Me di unas cuantas cachetadas mentales y me recriminé por ser tan estúpida. ¿Es que acaso pensaba que me iba a estar esperándo tranquilamente para que lo amenazara de nuevo?
Pero ahora... ¿cómo lo destierro?
No sé si en mi fiesta tenga el valor para decirle que se aleje. Había acumulado toda esta fuerza de voluntad para una única y rápida despedida, pero ahora...
Bueno, la esperanza es lo último que se pierde, ¿no? No me moveré de aquí hasta que aparezca. Tal vez venga más tarde.
11.00 am
¡Nada, no vino! Uno de los profesores me encontró y me llevó casi a rastras a la escuela. Me gané un buen regaño del director y ahora sí que llamará a mis padres para contarle de mi extenso historial de ausencias y llegadas tardes...
El día de fin de clases
Viernes, 16 de julio de 2010
7.00 am
¡Es mi cumpleaños, yei!
Aunque no lo celebraremos hoy...
¡Pero es mi cumpleaños, yei!
No se cumplen diesiseis todos los días. Además es también el último día de clases y vienen las vacaciones de verano. ¡Todo es felicidad!
¡Ujum, ujum!
Cierto, no todo.
No he sabido nada de Yeongu. Desapareció del mapa desde antes de ayer y supongo que no lo veré nunca más. Porque estaremos claros de que no vendrá a mi fiesta. ¡¿En qué cabeza cabe?! Ni siquiera sé dónde vive. ¡¿Cómo rayos lo iba a encontrar para meterlo a la cárcel?! Ahora mismo debe estar muy tranquilo en algún lugar de Daegu riéndose a piernas sueltas de la patética chiquilla tonta y loca que ni siquiera supo chantajearlo bien.
11.00 am
Acaba de terminar la fiesta de cierre de semestre. Al final el director no llamó a mis padres, dijo que era una perdida de tiempo pues al ser tan buena estudiante, realmente las faltas no me habían afectado en nada. Este primer tiempo en el instituto me ha gustado mucho y todo hubiese ido mejor si mi padre me hubiese enviado a Gyeonbuk en lugar de Apgujeong. Así no hubiese tenido que seguir aguantando a la jauría de hienas que han estudiado conmigo desde el jardín de niños, pero bueno... Ahora me esperarán a la salida para exigirme sus invitaciones a mi cumpleaños como cada año. ¡Se matan por ir! Aunque hasta cierto punto los entiendo, no es que haya mucho que hacer en Daugu, lo que convierte mi fiesta anual es uno de los eventos más esperados por la ciudad. El abuelo recrea año tras año algo parecido a la alfombra roja de Hollywood solo para que los reporteros llenen las noticias de lo magnánimo que es el gran Kang con su nieta mayor, a pesar de no ser de su sangre.
Mi padre siempre ha creído en el perfecto montaje del mejor abuelo y mi madre... solo calla. Yo en cambio, sé que soy el motor impulsor en el aumento de las acciones de las empresas Kang. Cada diesiseis de julio es su momento de gloria. El viejo había encontrado como sacarle beneficio a la única «hembra de la manada». ¿Había mencionado ya que soy la única niña de la familia? Antes de que Seong llegara a sus vidas, el gran Kang estaba orgulloso de sus tres generaciones de «machos» y yo resulté ser la oveja negra. Supongo que ya habrás deducido que el problema nunca fue que Hanjung adoptara, sino que no escogiera un varón.
El día de la fiesta.
Sábado, 17 de julio de 2010
3.00 pm
¡El día ha sido un caos! Decoración, catering y hasta una banda en vivo contrataron este año. No he salido de mi habitación, no quiero hablar con nadie. Pretendo quedarme encerrada aquí hasta que llegue la hora del «circo».¡Odio la maldita fiesta a muerte! Pero he aprendido a aprovecharme del viejo y de su séquito de millonarios babosos. Cada año me regalan lo más caro del mercado. Si hubiese pedido un dragón púrpura seguro me lo hubiesen traído del centro de la tierra, sin embargo, solo pido las cosas «normales» para mi edad y mi condición social: Un Yate dorado, una casa en las Maldivas, un parque de diversiones en Paris...
Para hoy la petición estrella fue el río. ¡Eran mis diesiseis, no podía pedir menos! El abuelo movió cielo y tierra, pero no pudo conseguirlo. ¡¿Cómo rayos se le ocurrió que podría?! Solo a alguien tan egocéntrico podría caberle esa posibilidad en la cabeza. ¡Cómo me divertí sacándolo de quicio! Me llamó maquiavélica e insoportable, mas nunca quedaría mal ante «sus súbditos», así que me mandó a hacer un balneario con agua traída del mismísimo río Kumho. No hace falta mencionar que en lugar de mi cuarto de baño, hubiese preferido bañarme en el río esta tarde... Y quedarme allí para siempre.
8.30 pm
—Tu padre se pasó esta vez —susurró mamá al oído de su esposo, cuando comenzaron a llegar los invitados. Eran realmente demasiados—. Voy a darle la razón a Seong si arma un berrinche...
—¡Por Dios, Yuri!, no le des ideas, la cosa marcha bien —respondió él con sonrisa fingida, mientras dábamos la bienvenida a personas que no habíamos visto en la vida.
Luego de un rato y más de cien invitados me fui al final del salón, donde me habían preparado una gran silla rosada. ¡Por Dios, como odio el maldito color! Y no hay una sola persona en mi familia que no lo sepa. Desde luego era obra del viejo para hacerme enojar. Los globos, los manteles y hasta el bufett me empezaban a doler en los ojos. No era un rosado cualquiera. Escogió la gama más brillante e intensa: Una mezcla de Barbie y Disney, con una fluorescencia que reflectaba en la oscuridad. Debo reconocer que el viejo supo devolver el golpe. ¡Y por los pelos me libré de la última estocada! Ni muerta me iba a poner aquel vestido fucsia con tul y Hellokitys por todos lados. «Lamentablemente» a solo minutos de comenzar la fiesta, se me cayó por la ventana y se lo comió un animal salvaje. ¡Pobrecito!, espero que no se indigestara. Por supuesto sabían que era muy tarde para ir a comprar otro vestido así que no les quedó más remedio que dejarme poner mi cómoda y casi diaria combinación de jeans y camiseta negra. Sin olvidar mis inseparables converse a juego...
—Debiste ponerte zapatos de tacón —señaló el abuelo, entre dientes.
No me había dado cuenta de que ya había llegado y posaba para las más de veinte cámaras alrededor de nosotros.
—Llegado el momento creo que podría correr con ellos, pero no quiero arriesgarme —respondí, abrazándolo por la cintura como la nieta más tierna ante los insistentes flashes.
—¡No te atrevas a joderme el show, Seong! Ya tienes diesiseis, todo será diferente a partir de ahora.
El viejo se agachó para quedar a mi nivel, mientras me daba un fuerte pellizco en el hombro y yo aguanté el dolor, pero no las palabras.
—Tienes razón... «abuelito». —Nos mirámos. Nuestras perfectas sonrisas siendo protagonistas de las mejores instantáneas—. Todo... será... diferente.
Enfaticé cada palabra al tiempo que levantaba una ceja desafiante, dejando al mayor atónito ante mi expresión. Nunca le había contestado, al menos, no de esa manera y sentí que de verdad algo cambiaría despues de ese día. Aunque era muy probable que ninguno supiera qué, su semblante inundado de preocupación también denotaba lo mismo.
La fiesta transcurrió aburrida como cada año, solo que esta vez había mucha más gente, mucho más dinero en juego y mucho más pésimo gusto musical. En ocaciones miraba a la puerta, sentía que mi pecho se oprimía y no era capaz de determinar mis propios deseos.
¡¿A quién engaño?! ¡Claro que sé lo que deseo! Deseo que él venga. Que se haya creído la amenaza o simplemente, que tire todos sus principios a la basura y venga porque quiera venir. Porque tiene tantas ganas de verme como yo a él. ¡Nadie va a juzgarlo!
¡Nah, mejor que no venga!
Mejor dejarlo de ver para siempre porque es muy probable que ese chico me traiga problemas. ¡Lo tiene escrito en el rostro! Mira nada más como me he puesto desde que lo conocí y eso que el único contacto que tuvimos fue por accidente. ¿Te imaginas qué hubiese pasado si hubiese sido a propósito?
Sí... me imagino... Y sería hermoso...
¡Ya basta, Seong, se acabó! O bueno..., nunca empezó.
¿Será por eso que duele tanto?
10.00 pm
Una lágrima se me escapó. Me sentí cansada, sin fuerzas. Me levanté de la silla y mi madre se levantó como resorte junto conmigo.
—Seong, por favor, aguanta un poco más —pidió, sujetando mi brazo.
—¡No quiero! Mi cumpleaños fue ayer, ¿no? Técnicamente ya no tengo nada más que hacer aquí.
Me safé de su agarre e intenté huír lo más rápido que pude, entre la multitud que bailaba en medio del salón y los camareros que apartaban asustados sus bandejas. Miré hacia atrás y vi a mi padre levantarse también para perseguirme. Apuré el paso y cuando volví la vista al frente, mis pies se frenaron, mis rodillas temblaron, mi boca se secó, mi corazón se me quería salir del pecho y mi cabeza comenzó a doler... Solo que no era dolor. ¡Creo que al fin lo comprendí!: era una sensacion de asfixia lo que Min Yeongu me provocaba. Como si estar cerca de él fuera igual que estar cerca de la muerte.
Lo que si no puedo descifrar es, ¿por qué aún advirtiendo el peligro, fui tan inconsecuente de dejarlo llegar a mí?
Tal vez, porque quiero tanto seguir experimentando todo esto que revolotea en mi interior, que el riesgo me parece... ¿irrelevante?
Creo que esto es un grave error, Seong, acotó esa extraña voz en mi cabeza y muy en el fondo de mi ser, sabía que tenía razón, pero se sintió tan bien verlo, que no tuve el valor de alejarme.
—Si que son raros ustedes los ricos. ¿Cómo te vas siendo la anfitrióna de la fiesta? —comentó con una media sonrisa que hizo acelerar mucho más mi corazón.
—¿Me creerías si te digo que todo es un número de circo? —cuestioné, sin poder ocultar mi enorme felicidad.
Creo que me veía bonita. Después de todo, no era la típica chica coreana que todos están acostumbrados a ver. Mínimo, era diferente, y eso ya era un punto a mi favor. No sé para que lo quiero, pero lo quiero.
¡Uno a cero, Min Yeongu!
Él vestía unos pantalones negros de corte recto, algo desgastados, y una camisa blanca con una chaqueta de cuero. Al parecer, el blanco y negro le gusta mucho y además, le queda muy bien. Me ofreció su mano sin decir palabra y yo arrugué mucho mi entrecejo. ¿Qué rayos pretendía? ¿En serio esperaba que la tomara? ¿Qué creía que eramos? ¿Los príncipes encargados de abrir el baile del palacio de algún cuento de hadas, o qué? ¡Jamás lo haría! Su actitud era muy rara y claro que iba a decírselo, pero...
—Me puede hacer el favor de retirarse, no es bienvenido aquí. —La voz de mi padre sonó tranquila y dominante a la vez. Era su especialidad, pero al parecer, había olvidado la mía: desobedecer sus mandatos.
—Él no va a ningún lado, papá. Yo lo invité. Es mi único invitado en esta farsa de mierda.
—¡Seong! —Alzó la voz mi padre y todos en el salón nos miraron a la expectativa. Eso lo hizo replantearse su tono y continuar, aparentemente, más calmado, pero mi abuelo ya se había levantado de su asiento—. Prometiste que te comportarías.
—Y lo haré, siempre y cuando no me obligues a lo contrario. ¿No eres tú el que dice que jamás debemos perder la elegancia? —comenté sarcástica, ganándome una fuerte mirada por su parte.
Estaba a punto de tomarme del brazo y arrastrarme castigada hasta mi habitación, se lo vi en los ojos, pero el viejo Kang entró en acción. No me sorprendió para nada, la mayoría pensaría que para defenderme, pero yo sabía bien que era en defensa de sí mismo y de su show.
—Déjala, Hanjung. Los invitados están mirando. ¿No conoces a tu hija? Es como los gatos. No le importa a quién le dé el zarpazo para obtener lo que quiere y hoy no permitiré escándalos.
—¡Pero, papá, ¿no ves que es el idiota del hospital?!
—Idiota que según tu hija, la salvó, ¿no? ¡Basta ya de paranoia! —Miró al chico de arriba a abajo y le sonrió con cinismo—. ¿Ibas a sacarla a bailar, no? —Yeongu asintió apenas y yo abrí mis ojos confusa—. ¡Pues a bailar se ha dicho! —gritó tomando nuestras manos y juntándolas, para después darle un leve empujón a mi padre, que lo sacó fuera de lo que se había ambientado como la pista de baile.
El viejo hizo señas a los músicos que tocaron no sé qué rayos con el piano y las guitarras. Yeongu me miró con ternura a los ojos. ¿Por qué me miró así? Entrelazó sus dedos con los míos y con la otra mano me tomó de la cintura y me atrajo bien cerquita de él. ¡Bien cerquita! Tan cerquita que podía oler su aliento: una extraña pero agradable mezcla cítrica. Intenté descubrir qué era, pero no logré definir su olor. Con el vaivén de sus pies de un lado a otro, me obligó a moverme a mí también.
«¡Mierda, no sé bailar!», recordé demasiado tarde, pero él no parecía avergonzado ni adolorido por mis constantes pisotones. ¡Gracias a Dios que no me puse tacones!
—¿Eres... como los gatos? —preguntó con un susurro en mi oído.
Lo miré confusa sin entender la pregunta, mientras otras parejas iban sumándose a la pista, achicando el espacio y haciendo que nos pegáramos muchísimo más si eso era posible.
—Eso dicen. —Mi voz sonó extraña. Pareciera que estaba a punto de olvidar otra vez cómo hablar.
—Entonces... te encontré...
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