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El día que volví a casa.
Domingo, 4 de julio de 2010
10.00 pm
Las heridas en la cabeza suelen ser peligrosas, pero los médicos sabían que en el hospital estaría más estresada, así que le hicieron prometer a mis padres que si no me dejaban mover por lo menos una semana, podría pasar el resto de la recuperación en casa. De esa manera accedieron a dejarme marchar tan pronto como amaneció este domingo. Del viernes no recuerdo mucho más después de que el chico se fuera. La herida no era profunda, pero dolía como si tuviera el craneo abierto en dos, por eso tuvieron que administrarme sedantes muy fuertes. Todavía no sé qué parte de lo que viví es fantasía y qué parte es real. Pero de lo que sí estoy segura es de que, donde antes resonaba el señor «R», ahora palpita insistente ese «Yeongu... Min Yeongu»...
El día del alta definitiva.
Sábado, 10 de julio de 2010
10.00 pm
Ha pasado más de una semana. Hoy por fin vino el médico para examinarme y después de ver que todo estaba bien, hizo oficial mi alta. Literalmente he estado postrada en mi cama ciento cuarenta y cuatro horas de mi vida. ¡Qué aburrimiento! Sin duda hasta la escuela que tanto evité, me parece magnífica con tal de salir de aquí. ¡No veo la hora de que llegue el lunes!
¡Ah! Y no escribí antes porque no había nada digno de contar... Excepto por las noches de intensos sueños con Yeongu y los días completos pensando en él. Todavía no estoy segura de lo que significa. A punto de cumplir mis diesiseis no tengo idea de muchas cosas, pero sé que puedo ir averiguandolas con el tiempo. De momento sólo lo dejo andar por mi mente, en ocaciones hasta olvido que sigue zumbando por ahí, pero no se ha ido desde el día del accidente.
El día que volví a la escuela.
Lunes, 12 de julio de 2010
7.10 am
—El viernes sales de vacaciones, ¿eh? ¡Al fin! —exclamó mi padre mientras me ponía los zapatos.
Le encanta hacerlo. No ha fallado en ponermelos ni un solo día desde que comencé la primaria. Dice que para ser un buen líder, debes aprender primero a servir. Y parece ser cierto, nunca se cansa de trabajar a la par de sus empleados y a leguas se nota que los más de quinientos, lo aman incondicionalmente.
Hanjung es un hombre excepcional y no sólo en su trabajo. De hecho, cualquier mujer hubiese matado por ser su esposa, pero fue mi madre quien ganó una batalla que ni siquiera peleó. Ella ama contar cómo ir a una fiesta a acompañar a su prima, se convirtió en el mejor día de su vida. Mi abuelo andaba «rifando» a papá y él, harto de todo, le tomó la mano a la primera chica que pasó por su lado. «¡Esta, esta será mi esposa!», siempre grita mamá cuando recrea la historia y a mí me da mucha risa pensar en aquel par de locos amantes del peligro, huyendo de una de las mejores fiestas de Corea, dejando en ridículo al viejo Kang y a toda la alta sociedad de Daegu.
Nadie les cree que nunca antes se habían visto. ¡Se aman tanto! Papá dice que solo necesitó mirarla a los ojos. Quiero creer que en eso, los verdaderos y los adoptivos se parecían: Ambos amaban a sus esposas más que a nada en el mundo. La diferencia está en que el señor «R» se deshizo por propia voluntad de lo único que le recordaría a ella y mi padre llora amargamente cada noche por no poderle dar más a mamá. Según los médicos mi padre es estéril, pero eso no ha hecho que mamá lo deje de amar.
—Sigo sin ver la necesidad de que vaya a la escuela, ya hizo todos los exámenes —comentó mi madre entre sollozos.
—Ya te dije que perdió muchos días. Además, no puede hacer lo que le da la gana y punto —concluyó mi padre con tono autoritario.
Luego hizo señas al chófer, quien tomó mi mochila sin hablar y me indicó la salida como si yo no la supiera. ¡Qué ilusa fui al pensar que me dejarían ir sola después de todo lo que había pasado! De seguro sus planes a partir de hoy, serán ponerme guardaespaldas hasta para ir al jardín. Pero quería salir de mi encierro y me fui de allí casi corriendo antes de que mamá convenciera a papá de dejarme en casa.
7.27 am
En el camino mis pensamientos iban y venían en torno a todo y a nada en especial, hasta que de nuevo aquel rostro invadió mi mente. Sentía una extraña necesidad de volverlo a ver, aunque sabía que era prácticamente imposible. No tenía ningún dato, solo su nombre. ¿Cuántos Min Yeongu podría haber en Daegu? No creo que muchos, pero igual sería una ardua búsqueda. Más o menos tendría unos dieciocho, pero podría parecer joven para su edad, o demasiado mayor. ¿Estará estudiando? Y si es así, ¿dónde? ¿En qué parte de la ciudad viviría? ¿O estaría solo de paso? ¡Pues qué mala suerte encontrarse conmigo! A nadie le gusta encontrarse conmigo. Siempre termina en escándalo, algún cristal roto o peor, un hueso...
Un leve mareo me hizo salir de mis pensamientos. Aunque el instituto no quedaba lejos, el camino se me estaba haciendo bastante tedioso esa mañana. Conociendo a mi padre, seguro le había hecho prometer al señor Kim que conduciría como tortuga coja y tanta lentitud comenzaba a darme ganas de vomitar.
—Deténgase, señor Kim —ordené y me miró por el retrovisor.
—Sabe que no puedo, señorita. Su padre...
—Mi padre no va a lavar el auto si vomito en él. Le tocará a usted limpiar todo una y otra vez —dije con mirada altiva—. Sabe que mi madre no soporta los olores fuertes. Puede bajar conmigo si quiere, no pienso escapar..., es solo, que ya no quiero estar encerrada.
—Está bien —accedió el hombre desbloqueando las cerraduras de las puerta trasera y bajando a la velocidad de la luz para abrirme.
¡Aquello me hartaba! Todos eran despreciablemente serviciales conmigo, aun cuando sabían que no lo soportaba. A mi parecer, lo hacían solo para anotarse puntos con Kang Hanjung. A él lo amaban de verdad, porque se había ganado ese amor, sin embargo, como a mí «no me interesaba ninguna demostración de afecto», todo me parecía hipocresía.
Comencé a caminar por la acera. El señor Kim lo hacía detrás de mí a una distancia prudente. El pobre, se veía tan cansado cargando mi mochila, parecía dolerle la espalda. Iba a decirle que me la dejara, que podía cargarla yo misma, pero choqué contra alguien y volteé para comenzar a gritar insultos: ¡Mi gran pasión!
Jamás olvidaré el primer día que me quedé sin palabras y, a pesar de que la sensación fue lo peor para mí, tuve el presentimiento de que no sería el último.
—¿Me dirás que esto también fue mi culpa? —preguntó el chico chasqueando la lengua y tragué duro al percatarme de lo cerca que estaba—. Al parecer, te pusieron guardaespaldas. Qué irónico, no creo que lo necesites. Se ve que eres de todo menos inofensiva.
Él hablaba sin apartarme la mirada y yo sentía como mi cabeza comenzaba a doler. O quizás no era dolor... No sé como explicar esa rara sensación.
—Joven, le voy a pedir que se aparte y nos deje pasar. Fue solo un accidente —explicó el señor Kim acercandose a mí como leona protegiendo a su cría.
—¿Accidente?... —cuestionó sarcástico sin moverse ni un centimetro—. Pues claro... —Sonrió con malicia y se mordió el labio inferior, pensativo, observándome de arriba a abajo—. Esta niña es un imán para todo tipo de «accidentes». —Hizo comillas con sus dedos y volvió a mirarme—. ¿A qué año de instituto vas?
Aunque quise darle una respuesta las palabras no salieron de mi boca. Me sentí tan poca cosa en aquel momento. Sé que tengo el vocabulario más amplio que pueda tener una chica de mi edad y sin embargo, mi cerebro decidió padecer... «amnesia linguistica temporal». Sí, me lo acabo de inventar, pero podría existir.
¡El caso es que me quedé muda! ¡Y quería decirle tantas cosas! Quería pedirle disculpas de nuevo. Quería preguntarle si se sentía bien. Quería invitarlo a mi fiesta de cumpleaños...
«¡¡¡Eso es, mi fiesta de cumpleaños!!!», grité para mis adentros, mas no pude articular nada.
—Parece que te comió la lengua un gato.
Si el gato se llamara Yeongu...
—Bueno, si no vas a decir nada, me voy. No tengo tiempo para andar haciendo votos de silencio —informó y se alejó rumbo a la cancha de basketball, justo al lado de mi instituto.
Por largo rato me quedé como boba parada en medio de la acera, admirando como jugaba con tres chicos más. ¡Vaya buena manera de empezar el día! Estaba maravillada con los ágiles movimientos de sus pases y su enérgico pero elegante dribling. Y me hubiese quedado allí para siempre de no ser por el impertinente del señor Kim.
—Señorita, debemos irnos. Va a llegar tarde.
—Sí, sí, ya lo sé, pesado... ¡Ahora sí hablas, niña idiota! —me reproché enojada y volví en mis pasos para meterme al auto y esperar a que el señor Kim condujera.
Sólo eran dos calles hasta el instituto, pero después de la vergüenza que había pasado ya no me atrevía a caminarlas. De hecho, las piernas me temblaban. Qué sensación más extraña. Qué ritmo cardíaco tan acelerado. ¿Por qué me afectó tanto volverlo a ver? ¿No era eso lo que quería? ¡Dios, qué ridícula le debo haber parecido!
Sí, claro, porque la primera vez en el río le pareciste de lo más original y refinada, escúché decir a una extraña vocecilla que parecía venir de la herida en mi cabeza y por más que intenté evitarlo, terminé contestándole:
Lo sé, soy patética. ¡No quiero encontrármelo de nuevo!
¡Oh sí! Debo encontrarmelo de nuevo y esta vez, asegurarme de borrar esa imagen tan estúpida que debe haberse hecho de mí.
El día del chantaje
Martes, 13 de julio de 2010
7.25 am
Hice que el señor Kim parara una calle antes de la cancha. Replicó por largo rato y me hizo una lista detallada de todos los «contras» de lo que intentaba hacer, pero al final, me salí con la mía. ¡Siempre me salgo con la mía! Le exigí que se quedara en el auto y que por nada del mundo saliera de allí. Estaba convencida de que el día antes no había podido hablar con Yeongu, porque no quería que el señor Kim fuera después de chismoso a contarle nuestra conversación a papá.
¡Mentira!, volví a escuchar aquella voz.
Sí, lo sé. Me encanta engañarme. La verdad es que no hablé porque entré en pánico, pero estaba segura de que hoy sí podría, digo... si es que lo veía.
Caminé despacio hasta la entrada de la cancha. Ya había varios chicos jugando. ¡Rayos, qué temprano se levantan los basquetbolistas! Busqué con la mirada por todo el lugar, pero nada... Yeongu no estaba. Decidida a olvidarme de mi singulares, pero insistentes ganas de verlo, me dirigí a mi instituto, arrastrando los pies, como siempre que me sentía decepcionada o incluso, enojada conmigo misma. No servía de nada que siguiera martirizandome. Siendo sincera, tal vez, ni aunque lo hubiese visto hubiese tenido el valor de llamarlo y mucho menos, hablarle...
Es mejor así, Seong. Lo que sucede, conviene.
—No sé tu nombre —escuché a mi espalda y volteé al instante.
¡Sí, sí, sí, era él!
—¡Mi fiesta de cumpleaños! —grité exaltada por la alegría, para arrepentirme en el acto.
Ver su mirada confusa y su mueca de decepción, me hicieron darme cuenta de que por tercera vez, había vuelto a quedar como una estúpida delante él. Tenía la frase tan incrustada en mi mente desde el día anterior cuando me había quedado muda, que fue lo primero que salió de mi boca al escuchar su voz.
—¿Qué dices, chiquilla? —exclamó dando un paso atrás—. Te recomiendo que vuelvas al hospital y te hagas revisar de nuevo esa herida en tu cabeza. Debió afectar más de lo que imaginas.
Dio media vuelta para marcharse y dejarme con la palabra en la boca, como parecía ser su costumbre, pero esta vez no lo iba a permitir. ¿Quién sabe cuando podría tener otra oportunidad de «limpiar mi nombre»? Debía aprovechar esta. ¡Es ahora o nunca, Seong! Ah, pero la tonta y loca chiquilla anormal no sabía hacer las cosas por las buenas. Mis armas eran retorcidas y crueles y, desde luego, prefería quedar ante sus ojos como una bruja aprovechada, que como la niña tonta que ahora veía.
—Mi nombre es Seong —dije y se detuvo.
—¿Seong? —repitió y me miró de arriba a abajo con aquella extraña energía misteriosa, que no le quedaba nada mal, la verdad—. Un poco masculino, ¿no crees?
—El viernes cumplo años. Diesiseis, pero me lo celebrarán el sábado a las ocho de la noche —comenté con aires de grandeza—. Vivo en la casa de la colina, debes conocerla. Todos la conocen. Quiero que vengas. Ya que me salvaste de morir desangrada en el río, es mi manera de agradecerte.
—¿Qué te hace pensar que quiero «tu agradecimiento»? —espetó con voz grave y frunció el ceño. Parecía indignado.
Debí parar en ese momento. Debí rendirme o intentar, al menos, «otro método», pero lo cierto es que no conozco muchos más. Estaba acostumbrada a obtener lo que quería costara lo que costara. Así pareciera una arpía, así provocara en las personas esa misma cara de repulsión que ahora veía en Yeongu. En mi defensa, todo el que llegaba a conocerme se daba cuenta luego de que en realidad no era tan bruja. Eso sí..., «si» llegaban a conocerme... Por eso solo tenía que asegurarme de que Yeongu fuera a mi fiesta. Después, todo fluiría. «¡A por ello, Seong! ¡Haz lo que sabes hacer mejor!», me dije y me di el empujóncito que me faltaba para cometer aquella locura.
—Hablaste de que no podías darte el lujo de perder tu libertad. Dijiste que es fácil para nosotros los ricos meter a cualquiera a la cárcel... —remarqué y la sombra de confusión en su rostro fue en aumento—. ¿Quieres saber si eso es verdad?... Si no quieres, solo tienes que hacer una pequeña cosita. No pido mucho, solo que vengas a mi fiesta.
—¿Es en serio? ¿Esta es tu idea de «agradecimiento»?
—Intenté ser amable, pero te burlaste de mí. Sábado a las ocho de la noche en la mansión de la colina o a las ocho y diez estarás en comisaría cenando con la peor lacra de Daegu. Digo, si es que dan comida allí.
Sin darle tiempo a responder me marché. Por supuesto no volteé a mirar, pero estoy cien por ciento segura de que se quedó varios segundos petrificado en medio de la acera.
¡Dios, fue pura adrenalina! ¡Jamás había sentido una satisfacción tan grande! ¡Y mira que he hecho travesuras!
Sí, ya sé que esto no está bien. Nunca sale nada bueno de amenazar a alguien... Podría apostar que en ese momento Min Yeongu está deseando volver el tiempo atrás y dejarme morir a la orilla del río. Me odia, de eso no me cabe duda, pero no me importa si gracias a eso logro verlo de nuevo.
10.00 pm
¡¿Pero qué rayos fue lo que hice?!
¡Debes volver a tus cabales, Seong! ¡No es un juguete, no puedes jugar con las personas ni manejarlos a tu antojo!
Después de meditarlo todo el día, llegué a la conclusión de que de verdad estoy loca. Hay una fina línea entre el capricho y la obsesión y yo la había cruzado. No obstante, y no estoy intentando justificarme, solo pretendo puntualizar los hechos, creo que fui cegada por el increíble parecido que tenemos. Me llamó la atención ver a alguien tan frío, solitario, distinto al resto de los mortales... Como yo. Pero eso no me da el derecho de obligarlo a estar cerca de mí y mucho menos, de la manera que lo hice.
Me habría encantado tenerlo de amigo, pero estoy consiente de que hacer amigos, no es precisamente mi fuerte. Y después de como lo traté hoy, estoy segurísima de que yo sería la última persona en la tierra a la que él le daría ese puesto. Así que, aunque me carcome la curiosidad por saber más de él, de qué fue lo que lo llevó aquel día a la orilla del río y, de qué lo hizo llorar después, he decidido que mañana lo buscaré temprano en la cancha y lo dejaré «libre del castigo de ir a mi fiesta»...
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